LA ESPOSA DEL PASTOR PROTESTANTE (Peter Christen Asbjornsen)
Publicado en
noviembre 07, 2021
Cuento Danés seleccionado y presentado por Ulf Diederichs. Tomado de la recopilación hecha por Peter Christen Asbjornsen.
Érase una muchacha muy pobre que tuvo la gran suerte de casarse bien, pues recibió por esposo a un pastor protestante que estaba en una parroquia de mucho provecho. Era un hombre bueno que la tenía en gran estima; ella también era feliz con él y estaba satisfecha en todos los sentidos. Sólo había una cosa que la atormentaba día y noche: tenía miedo de tener hijos. Otras mujeres se preocupaban por no poder tenerlos, pero a ella le asustaba la posibilidad de tenerlos. Seguramente habría dado cualquier cosa de este mundo por verse libre de ello.
Así, un día fue a ver a una sabia mujer, que era una mala y vieja bruja que había en aquella parroquia, y le preguntó si le podía dar algún consejo para no tener hijos. La sabia mujer dijo que sí, que algo se podía hacer; le dio a la esposa del pastor protestante siete piedras —pues, le dijo, ésos habrían sido los hijos que le hubiera correspondido tener— y le aconsejó que las tirara al pozo. Le aseguró que de esta forma ya no tendría hijos.
La esposa del pastor protestante cogió las piedras, recompensó bien a la mujer sabia por todas las molestias que se había tomado y le dio las gracias. Tiró las piedras a su pozo y entonces sintió que se le quitaba un enorme peso de encima al pensar que de ahí en adelante ya no tendría por qué tener miedo.
No mucho tiempo después, una noche, la luna brillaba clara, y el pastor protestante salió a pasear con su mujer. El camino les condujo por el cementerio. Al entrar en él, el pastor protestante se dio cuenta de que su mujer no tenía sombra. Podía ver su propia sombra, que le seguía allá donde fuera, pero no la de su mujer. Entonces, el pastor protestante se asustó muchísimo y le preguntó a su mujer cómo era posible que no tuviera sombra como cualquier ser humano. Le dijo que tenía que haber cometido un pecado muy grave para que su sombra la hubiese abandonado, así que tenía que confesárselo. Mientras hablaban, llegaron a la parroquia; el pastor protestante volvió a insistir en que le debía confesar el grave pecado que le había hecho perder su sombra, pero ella se mantuvo firme e incluso llegó a jurar que no había cometido ningún pecado grave a sabiendas. Entonces, el pastor protestante se puso furiosísimo, pegó un puñetazo en su mesa de piedra y dijo:
—Para ti no hay indulgencia alguna, igual que de esta mesa no crece una rosa roja.
La expulsó de allí y le dijo que abandonara inmediatamente su casa y que jamás se atreviera a volver a poner un pie en el umbral.
La esposa del pastor protestante se volvió a poner la vieja ropa con la que había llegado a casa de éste y salió a recorrer el mundo dispuesta a encontrar la misericordia de la que se había hecho indigna. El pastor protestante, sin embargo, prohibió a sus criados que acogieran a nadie en sus propiedades, pues temía que su mujer volviera.
La esposa del pastor protestante vagó durante mucho tiempo de un lado a otro buscando consejo sobre cómo reparar el pecado que había cometido, pero nadie la pudo ayudar. Finalmente, llegó a casa de un pastor protestante que, cuando hubo escuchado todo lo que ella tenía que contarle y hubo reflexionado sobre ello, le dijo que quizá podría ayudarla, pero que le esperaba una buena lucha si se atrevía a seguir su consejo. Ella contestó que sí, que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por encontrar la paz y el perdón por el grave pecado que tanto la oprimía. Entonces el pastor la llevó a la iglesia, la puso en el altar y le dijo que tenía que quedarse allí sentada toda la noche. A continuación, le puso un libro en la mano y le prohibió soltarlo hasta que él volviera a la mañana siguiente y se lo pidiera. Por último, le dijo que debería tener mucho cuidado, pues irían muchos hombres parecidos a él que le pedirían que les diera el libro.
Dicho aquello, el pastor protestante se fue y la mujer se quedó sola en la iglesia. Llegó la noche y ella seguía en el altar con el libro en la mano. El primero en llegar fue un muchacho muy extraño que, sin decir nada, le escupió tres veces. Luego llegaron siete niños, uno detrás de otro, primero cinco niños y después dos niñas, que eran los hijos que ella habría debido tener. Le hablaron de las personas que habrían podido llegar a ser y de la felicidad que podrían haber disfrutado si ella los hubiera dejado venir al mundo. También le escupieron, uno detrás de otro. A continuación, llegó un hombre que se parecía mucho al pastor protestante y le exigió que le diera el libro, acercándose tanto a ella que casi la tocaba pero, aun así, no consiguió que ella le diera el libro. Luego empezó a llegar tanta gente que ella sintió que todo le daba vueltas. Pero se quedó allí sentada, sin moverse, con el libro firmemente agarrado, y así seguía cuando por la mañana llegó el pastor protestante y le pidió que le devolviera el libro. En esos momentos estaba tan confusa que al pastor le costó Dios y ayuda que la mujer le diera el libro. Entonces la cogió de la mano, la sacó de la iglesia y le dijo que ya estaba redimida, pero que sólo le quedaba ese día de vida y que debía volver a casa con su marido.
La esposa del pastor protestante se puso en camino inmediatamente. Anduvo todo el día y, por la tarde, cuando ya empezaba a oscurecer, llegó a su antigua casa y pidió alojamiento. Los criados no la reconocieron, pero se lo negaron porque les habían prohibido estrictamente dejar entrar a nadie. Ella rogó y suplicó tanto y con tanta insistencia que al final le dieron permiso para echarse junto a la estufa hasta que se hiciera de día. Pero le dijeron que en cuanto amaneciera tendría que desaparecer de allí lo antes posible.
Por la mañana, cuando el pastor protestante se levantó, vio que sobre la mesa de piedra, en el lugar donde había pegado el puñetazo, había crecido una hermosa rosa roja. Entonces le entró un susto tremendo y comprendió que su mujer había vuelto a casa. Salió inmediatamente a ver a sus criados y les preguntó si habían albergado a alguien aquella noche. Todos dijeron que no, pero él se puso a busar por todas partes hasta que llegó junto a la estufa y encontró allí tendida a su mujer, que estaba muerta y fría. Entonces él se sintió muy raro. Entró rápidamente, se quitó la camisa y se la tiró a los criados ordenándoles que la quemaran enseguida. Estos pensaron que era un pecado y una vergüenza quemar una camisa tan buena, así que cogieron una vieja y la quemaron en su lugar.
A la mañana siguiente, encontraron al pastor protestante en su cama. Había perdido completamente el juicio, y poco después se murió.
Fin