Publicado en
octubre 13, 2021
¿Atrapados? ¡Sí! Creo que esa palabra es la que define nuestra situación.
Viajábamos en el viejo coche de la familia, los seis: mis padres y mis tres hermanos. Una tormenta nos atrapó y corrimos a refugiarnos en una vieja casucha. Al llegar, el coche dejó de funcionar.
Soy la menor, de manera que soy la que menos debe preocuparse, pues los encargados de solucionar los problemas son los adultos, luego, los hermanos mayores. El caso es que estoy muy preocupada y asustada. Si yo estoy así, ¿cómo se encontrarán mis hermanos?
Hace tres días que estamos aquí. La tormenta cesó, pero las cosas horribles que vinieron con ella no. No estoy segura si vinieron con la tormenta o la tormenta nos trajo a ellas. Lo cierto es que no estamos solos. Aunque no hemos visto nada ni a nadie, estamos seguros, pues escuchamos aullidos, gruñidos y ululares escalofriantes y aterradores; y gritos estridentes e inhumanos.
En la primera noche, papá se armó con garrotes y varillas de metal, y dijo que iría a buscar ayuda. Se llenó de valor y salió en su aventura.
Al poco tiempo, oímos un grito desgarrador... ¡Nunca regresó!... Después oímos nuestro llanto.
Al siguiente día, preocupada por el grito de la noche anterior y al ver que papá no volvía, mamá hizo lo mismo que él, y se armó de valor para salir y buscar a mi padre e ir por ayuda.
Al poco rato, volvimos a escuchar otro grito desgarrador. Nos dimos cuenta que mamá tampoco iba a volver.
Esa noche, mientras mis hermanos y yo llorábamos por la ausencia de nuestros padres y a causa del hambre que sentíamos, oímos la voz de mamá. Nos llenamos de esperanza y alegría al pensar que volvía con ayuda. Pero su voz tenía una cualidad extraña.
―¡Hijos, vengan, estoy con papá! ―dijo. Su voz era calma pero se oía fuerte, como si estuviera muy cerca― ¡Tenemos comida!
Por la forma en que lo dijo y lo raro que se sintió el ambiente, nadie se atrevió a salir.
Cada cierto tiempo se escuchaba lo mismo. Nos invadió el terror. El hambre y la sed empeoraban la situación.
Al caer la noche, continuó mamá, o lo que sea, llamándonos, solo que esta vez, se escuchó también a papá. Sus promesas de comida y seguridad, convencieron a mi hermano más próximo en edad. A pesar de nuestros esfuerzos por retenerlo, rompió una ventana y corrió hacia la voz que llamaba desde la oscuridad. Otro grito desgarrador se escuchó.
Ahora quedamos tres. Estoy tirada en un viejo edredón lleno de pulgas. ¡Siguen llamando! Esta vez son tres las voces. Se oyen tan tranquilas y prometedoras... El hambre y la sed nos tienen muy débiles. No quiero caminar ni moverme. Me acomodo para que el sueño me venza.
Despierto a mitad de la noche. La débil luz de la luna se filtra por una ventana. Llamo a mis hermanos y nadie responde. Insisto e insisto, pues empiezo a temer lo peor.
―¡Ana, cariño, ven con mamá! ―Escucho. ¡Siento escalofrío!
―¡Ven con nosotros Ana! ―dice mi papá.
―¡Hermana, ven! Ya no tengo hambre ni sed. ¡Estoy bien! ―Oigo a mi hermano.
¿Son ellos? Pienso. ¡Tienen que ser ellos! ¿Por qué mentirían?
Después escucho la llamada de mis otros dos hermanos. ¡Ya sé por qué no me respondían¡, pienso.
―¡Vamos, Ana, ven! ¿Qué esperas? Acá estamos todos, y hay comida, mucha comida.
¡Están todos juntos y se encuentran bien! ―Pienso―. Doy una mirada a mi alrededor y pienso: tengo nada más que once años, estoy sola y con muchas horas sin probar bocado y líquido alguno. Estoy famélica. Toda mi familia se ha ido y me llama. ¿Qué gano quedándome sola en una casa que no tiene ni agua ni comida, y que en sus alrededores no hay a quién pedir ayuda?
Convencida y decidida, me levanto del edredón y salgo de la casa. Empiezo a caminar. El aire frío acaricia mi piel resentida. Me sumerjo en la oscuridad. Las voces raras y tétricas de mi familia me arrullan con sus promesas, mientras avanzo. Siento dolor. Los monstruos o lo que sea, se abalanzan sobre mí. ¡Pero ya no importa! Desde que entramos a esa casa, nos condenamos a morir. ¡Ahora lo sé!
Fuente del texto:
BookNet