LA DICHA INICUA DE DORMIR LA SIESTA
Publicado en
agosto 04, 2021
Es un verdadero deleite entregarse en brazos de Morfeo, sobre todo cuando uno debería estar haciendo otras cosas.
Por James Gorman.
LAS SOCIEDADES industriales modernas no ven con buenos ojos a quienes duermen la siesta. Es más, asegura David Dinges, especialista en el estudio del sueño, "existe incluso una renuencia a reconocer que necesitamos dormir". A nadie le gusta que lo sorprendan dormitando en el trabajo. Dice un refrán de origen desconocido: "Unos duermen cinco horas; la naturaleza exige siete, la pereza nueve y la perversidad once".
Esto no es cierto. Para no quedarse dormido en el trabajo hay que hacer siestas cuando el organismo lo pide. "Conviene que cambiemos radicalmente nuestra actitud con respecto a la siesta", dice el doctor William Dement, de la Universidad de Stanford, pionero de la investigación sobre el sueño.
No hace mucho, una comisión estadounidense encabezada por Dement detectó un "déficit de sueño" entre la población en general. La comisión estaba preocupada por los peligros de la somnolencia, como el riesgo de provocar accidentes laborales por no estar alerta, o de quedarse dormido al volante.
Cuando pueden, más de 50 por ciento de los adultos hacen siesta. Al parecer, todos experimentamos una "baja de ritmo" a media tarde. Dormir entre 15 minutos y dos horas por la tarde reduce el estrés y reaviva la mente. Fuimos creados, pues, para dormir la siesta.
Nosotros, los dormilones irredentos, no hacemos siesta para reponer horas de sueño perdidas ni porque trabajemos en un turno de noche. Para nosotros, el sueño es como un manjar que se puede disfrutar cuando sea, donde sea y a la hora que sea. Yo me he quedado dormido en autobuses, coches, aviones y barcos; y lo mismo en el suelo, los sofás y las camas, que en las bibliotecas, las oficinas y los museos.
Es una delicia entregarse en brazos de Morfeo, sobre todo cuando uno debería estar haciendo otra cosa. Y, dicho sea de paso, dormir la siesta es uno de los pocos placeres que no son nocivos para la salud.
A los individuos compulsivamente alertas les gusta pensar que aprovechan mejor el tiempo que los dormilones. Esto también es falso. Churchill dormía la siesta todas las tardes; Napoleón hacía pausas para dormir en el campo de batalla, y los ex presidentes Lyndon Johnson y John Kennedy también sesteaban.
Si queremos que la gente modifique sus hábitos de sueño, los lirones tenemos que revelar nuestros secretos. He aquí algunos consejos de mi cosecha para quienes desean aprender a disfrutar la siesta:
En el trabajo: Para mí, la libertad de dormir un rato es un incentivo tan importante como el dinero o el poder. Dormir en horas laborables es muy satisfactorio, y en algunos casos hasta necesario. Los conductores de camiones harían bien en detenerse a dormir un poco al primer síntoma de somnolencia; también quienes operan máquinas, entre ellas las computadoras.
En la escuela: Dormir en clase puede ser agradable por el riesgo que conlleva. En una ocasión, cuando cursaba la enseñanza media, sucumbí al sueño en una clase de idiomas y me desperté al oír que la profesora cantaba: "Martinillo, Martinillo, ¿duermes tú?" William Dement ha establecido pausas para dormir en los cursos que imparte en la Universidad de Stanford.
En un concierto: Dormir (discretamente) durante un recital puede ser una de las grandes experiencias de la vida. Uno siente que flota con la música, y se deja llevar al capricho de arpegios y acordes. Wagner, en particular, induce sueños muy intensos.
La siesta ideal: La siesta de mis sueños es en una hamaca colgada en un porche con tela de mosquitero, en un tibio día de verano y, lo mejor de todo, con un grueso e importante libro abierto y apoyado boca abajo sobre mi pecho.
La manera de dormir la siesta revela mucho acerca de los principios que rigen nuestra vida (y nuestros sueños). Se cuenta que cierto día un joven dramaturgo le pidió a un famoso escritor que asistiera al ensayo de su nueva obra. Como este se la pasó durmiendo en la butaca, el joven, ofendido, más tarde le reclamó y le aseguró que de verdad había querido conocer su opinión. Entonces el escritor, resumiendo magistralmente la filosofía del "siestófilo" recalcitrante, repuso: "Quedarse dormido es una opinión".
© 1993 POR JAMES GORMAN. CONDENSADO DEL SUPLEMENTO DOMINICAL DEL "TIMES" DE NUEVA YORK (8-VIII-1993).