Publicado en
abril 25, 2021
Su futura nuera lo creía insoportablemente insípido... hasta que llegó el banquete de bodas.
Por Jack Smith (reportero y columnista del Times de Los Angeles, es autor de Three Coins in the Birdbath ("Tres monedas en la pileta de los pájaros"), The Big Orange ("La naranja grande") y God and Mr. Gomez ("Dios y el señor Gómez")).
UNA MOTOCICLETA ascendió ruidosamente por la colina, señal de que recibiríamos la visita de Doug, nuestro hijo menor, quien, vivía fuera del recinto escolar con dos estudiantes más de la Universidad de California en Los Angeles. Oímos su voz, y luego la de una mujer joven y llena de vitalidad, de quien hice dos observaciones apresuradas: que ya estaba crecidita y que hablaba con acento francés.
Denny, mi esposa, los invitó a cenar. La francesita se llamaba Jacqueline Joyeux, y al contemplarla presentí lo que había de ocurrir. Nuestro hijó tenía algo de francés, pues su madre era hija de inmigrantes de ese país, y resultaba lógico que le atrajera una joven de apellido Joyeux, a la que, por cierto, vimos con bastante frecuencia en los meses siguientes. La chica hablaba sin dificultad en francés con Denny ¡en cambio, a mí me mantenía a distancia llamándome "señor Smith"!
Cierta tarde de octubre en que Doug no estaba, la invitamos a cenar. En algún momento se puso pensativa.
—Señor Smith —deslizó—, ¿cree que algún día su hijo llegue a ser como usted?
Me sentí conmovido. ¿Que si Doug sería como yo? ¡Bueno! ¿A qué jovencita no le gustaría que su marido fuera de mi tipo: afable, cortés, con cierto refinamiento, posición desahogada, una mezcla de osadía y prudencia y, ante todo, como dicen los franceses, con un je ne sais quoi ("no sé qué") ?
—¿Qué quieres decir, mon cher? —le pregunté amablemente con la esperanza de que mi francés le agradara. (Más tarde mi esposa me advirtió que cher es "querido", no querida.)
—Pues sí, digamos... bourgeois.
Me quedé mudo. ¿Burgués yo?
—Si dije algo malo, señor Smith —palideció—, lo siento.
Durante un momento reinó el silencio.
—Bueno —decidí—, será mejor que vaya a dar de comer a mis peces.
Poco después de esto, Doug y Mademoiselle Joyeux fueron a Francia para que ella pasara la Navidad en su casa y mi hijo conociera a sus padres. En la primera carta Doug relataba todo lo que había visto, y dejaba el meollo para el último párrafo: "A propósito, espero que los dos asistan a la boda..."
Se casarían a la vuelta de tres semanas.
Fue una gran emoción. Denny nunca había ido a Francia. Mientras ella obtenía su pasaporte y compraba ropa, yo pensaba que acaso me sería imposible ir porque estaba muy ocupado.
A la semana de partir Denny llegó una carta suya con esta posdata: "Aún puedes cambiar de idea. No escatime sus besos, señor Smith". Desde que la encontré en algún libro, esta frase se había convertido en una especie de lema para la familia. Quizá suene un poco sensual, pero acaso también significaba que era ilógico reprimir una expresión de cariño que podría brindar placer momentáneo a otra persona.
Llamé a Air France e hice una reservación.
Fueron a recibirme en París Denny, Doug y Curt, mi hijo mayor.
Imposible ponderar con palabras la amabilidad y hospitalidad de los Joyeux.
Nuestro hijo y su prometida se casaron una nevada mañana sabatina. Después de la ceremonia pasamos a .una posada cercana y en derredor de una larga mesa celebramos el banquete nupcial. Quedé situado entre un tío y una tía que no hablaban inglés. El padre de Jacqueline escanció el vino a mano abierta.
Después de un aperitivo me pusieron delante un plato con dos pajaritos muertos, los cuales me provocaron malestar.
Me serví rápidamente un vaso de vino de cierta botella que no había probado y después de unos pocos tragos, mis inhibiciones desaparecieron hasta el punto de que me hubiera animado a probar uno de los pájaros, pero ya había ordenado que se los llevaran. No tenía idea de lo rápido que me estaba embriagando hasta que intenté conversar con un comensal mientras me servía otro vaso de aquella excelente vendimia... que derramé, por cierto.
Esa tarde (después de una siesta) pregunté a mi consuegro, por conducto de su hija, la marca del vino que tanto me había gustado. La pregunta les cayó en gracia.
—Dice mi padre que la botella no era de vino —tradujo Jacqueline—, sino de coñac, y también señala que estuvo usted magnifique.
DE REGRESO en Los Angeles, Doug y su esposa vivieron con nosotros mientras conseguían casa, pero mi nuera y yo no acabábamos de inspirarnos confianza; parecía separarnos un abismo difícil de salvar.
Las cosas mejoraron algo cuando llegó a veranear con nosotros Nanette, la hermana menor de Jacqueline. Era su primera visita a Estados Unidos y vo estaba más que dispuesto a mostrarle nuestra cultura.
Un amigo mío nos llevó a los estudios de la Twentieth Century-Fox para ver una filmación y nos presentó a un señor de dentadura blanca, piel tostada y ojos muy azules. En el camino a casa Nanette se puso pensativa y, al ver nuestra extrañeza, explicó: "Me temo que mis amigas no van a dar crédito cuando les cuente que conocí a Paul Newman".
Esto sirvió para mejorar la opinión que Jacqueline tenía de mí; sin embargo, fue el empleo que consiguió en una importadora de quesos lo que terminó por aumentar nuestro mutuo respeto.
Un grupo de maestros de habla francesa le había solicitado que diera una plática sobre los quesos de su país. Ella aceptó pero se arrepintió de inmediato, pues no tenía experiencia como oradora. Temía que sus nervios la traicionaran.
—Todos ellos són maestros de francés —observó—, y yo carezco de instrucción.
—¿Te serviría de algo que fuera yo contigo? Podrías imaginar que sólo a mí me hablas. Para empezar, hazlos reír. Refiéreles alguna anécdota divertida... si quieres sobre mi persona.
—¿No se molestará?
—¡Claro que no!
Había unos 150 maestros presentes cuando Jacqueline subió al estrado. Al principio mostró indicios de nerviosismo, mas pronto suscitó algunas risillas que generaron en carcajadas a medida que ella se adentraba en su relato. Aunque no tenía la menor idea de lo que ella narraba, también yo me reía. Fue ganando aplomo durante la charla y al descender del estrado le tributaron un sincero aplauso.
—¡Magnífico! Y dime, ¿cuál fue la anécdota?
—¡Oh, señor Smith! Le ruego me disculpe. Les conté de mi banquete de bodas, cuando usted no se pudo comer los pajaritos y, creyendo que el coñac era vino, se embriagó y lo derramó sobre la mesa.
—Te diré una cosa, Jacqueline: olvidaré que lo contaste si olvidas que sucedió.
—Trato hecho, señor Smith.
—A propósito. Ya que somos grandes amigos, ¿por qué no dejas de llamarme "señor Smith"?
—No puedo evitarlo —repuso—. Así me educaron. Al suegro hay que tratarlo con respeto y, para mí, usted siempre será el señor Smith.
Desde ese punto de vista, la idea. me agradó.
CONDENSADO DE "SPEND ALL YOUR KISSES, MR. SMITH" ©1978 POR JACK SMITH.