Publicado en
febrero 12, 2021
Durante el galanteo dos personas exhiben características hechas a la medida de la ocasión.
Por Judith Barnard y Michael Fan.
"NO IMPORTA con quién se case uno", dijo en el siglo pasado el cínico Samuel Rogers, "porque es seguro que va a descubrir a la mañana siguiente que su consorte es otra persona".
Bueno, los cínicos siempre exageran, pero es verdad que los primeros tiempos del matrimonio son una mezcla agridulce, mientras los cónyuges comienzan a conocerse el uno al otro. Además, concuerdan los expertos, hay cinco problemas, verdaderos desafíos, capaces de causar tensiones en ese período. Y es necesario resolverlos para que el matrimonio prospere.
Problema número 1. Conocerse a sí mismos. Proximidad e intimidad. Para poder lograr éxito en cualquier relación tenemos que conocernos y comprendernos a nosotros mismos. Esto quiere decir conocer y comprender las emociones que se agitan en el interior de nosotros, los deseos y las necesidades que nos impulsan, los temores con los cuales nos enfrentamos. El abogado Herbert Glieberman, uno de los fundadores de la Academia Norte-americana de Abogados Especializados en Matrimonios, dice que hay un problema que se plantea en las relaciones de la mayoría de sus clientes: "Muchos jóvenes se sienten inseguros. No se conocen a sí mismos, por lo cual no se sienten cómodos con sus cónyuges".
Sentirse seguro del "yo" no es cosa fácil. Algunos eligen un consorte en el que creen poder confiar para que les dé ánimo y apoyo, y los haga sentirse capaces de enfrentarse al mundo. La dificultad está en que su compañero puede muy bien esperar lo mismo. Glieberman llama a esto "dos personas apoyadas en rodillas débiles". La intimidad puede ser impedida por las respectivas inseguridades de los esposos.
La sicoterapeuta Marilyn Morris trabaja con hombres y mujeres "que desean proximidad e intimidad, pero las temen. Piensan: Si estoy cerca de ti, me perdería a mí mismo. O quieren intimidad pero no saben cómo conseguirla. Sólo cuando comienzan a entender quiénes son ellos pueden aceptar a su consorte y alcanzar la proximidad".
No hay una fórmula fácil para alcanzar la proximidad y la intimidad, como no la hay para tener un fuerte sentido del yo. Ambos requieren exámenes de conciencia y determinación. Los consortes necesitan preguntarse: "¿Qué quiero hacer de mi vida, y junto a quién quiero hacerlo?" También necesitan coraje para cambiar. Eso puede ocurrir si comenzamos con el amor que trajimos al matrimonio, la esperanza de compartir la existencia y la voluntad de correr riesgos emocionales. De esta manera aprendemos, crecemos y establecemos una verdadera intimidad.
Problema número 2. Conocimiento de nuestro consorte: ilusión y realidad. ¿Cuánto se tarda en conocer realmente a otra persona? Toda una vida, si nos concentramos. Aunque compartamos la cama, la casa, la vida cotidiana, lleva tiempo comprender el complejo carácter del cónyuge y luego relacionarlo con las complejidades del propio. Podemos empezar con el amor, el deseo sexual y la admiración, pero eso no es suficiente. Necesitamos también ver claro.
En un momento dado todos nosotros tenemos una visión dorada del ser que amamos, la cual muy rara vez se ajusta a la realidad. Una vez descubiertas las discrepancias es difícil aceptarlas. Muestran nuestros propios errores de percepción. Demoramos mucho en dejar a un lado el resplandor de la ilusión romántica, en ver cómo son realmente los que amarnos, con sus flaquezas y su fortallza, sus simpatías y antipatías, preferencias e intereses que pueden diferir de los nuestros. El truco es vivir y dejar vivir. Donde coinciden los valores y los modos de pensar, los esposos deben disfrutarlos. Cuando difieren, uno puede apreciar las diferencias.
Las citas con alguien del sexo opuesto, dice el sociólogo Robert Winch en su libro The Modern Family ("La familia moderna"), equivalen a "mirar los escaparates" de las tiendas sin el propósito inmediato de hacer una compra. El galanteo no es sino un "período de regateo" entre dos personas que exhiben personalidades hechas a la medida de la ocasión. Van "enmascaradas". Y, según los peritos, cuando las máscaras caen, comienza realmente el matrimonio.
Una forma de entender al compañero es la franqueza respecto de los propios sentimientos. Cuanto más nos exponemos, sin lastimar, ante el ser que amamos, ganamos más confianza y más fácil nos resulta hacerlo. También se hace más fácil escuchar con interés, lo que es de suma importancia para lograr la comprensión mutua.
Problema número 3. El conocimiento de los padres: viejas y nuevas costumbres. ¿Cómo equilibramos el ejemplo del matrimonio de nuestros padres que llevamos muy dentro, con las nuevas exigencias del propio?
Al principio del matrimonio, según descubren los, consejeros matrimoniales, se tiende a hacer declaraciones dramáticas: "No voy a cometer los mismos errores que mis padres". O: "Mis padres tuvieron un matrimonio tan bueno. No veo la razón para hacer las cosas en forma distinta".
Una y otra vez los consejeros encuentran que no nos desprendemos de lo que hemos adquirido durante la crianza tan rápidamente como nos imaginamos. Más bien, Llevamos al matrimonio y a los hijos la experiencia de la infancia, la adolescencia y la primera juventud.
Para formar un matrimonio, los cónyuges deben crear su propia definición dé "marido", "esposa", "matrimonio" y "obligaciones". El conocido sicoterapeuta e investigador estadounidense Carl Rogers establece que debemos "desenganchar" las imágenes de lo que esperamos de nosotros y de nuestro compañero de las que tenemos de nuestros padres. Si no lo hacemos, dice, dos personas no pueden "relacionarse en el presente".
La verdadera empresa es encajar las piezas buenas en el rompecabezas que es la familia que vamos a formar. El resto del cuadro debe completarse con las piezas propias. Cuando las de nuestros padres no encajan, será sensato descartarlas.
Problema número 4. Comprensión de nuestra sexualidad. "Conozco el camino que lleva al corazón del hombre", dice Jane, de. 28 años y casada desde hace dos, a su sicoterapeuta, Marilvn Morris, en el curso de una de sus consultas semanales. "Es a través de sus órganos sexuales".
La señora Morris escucha expresiones que van desde el amargo cinismo de Jane al apasionado deseo de la mayoría de las mujeres de "sentirse cerca" del hombre. Pero lo que oye más a menudo son quejas de aislamiento sexual, de falta de comunicación de las preferencias, los deseos y los sentimientos, debido a lo cual uno o los dos cónyuges están silenciosos, insatisfechos y solitarios.
El deleite de las relaciones sexuales puede aumentar durante los primeros años del matrimonio, o el encanto del comienzo de esas relaciones disminuir casi de la noche a la mañana cuando el apremio de las tareas domésticas, las profesiones, las relaciones sociales y los problemas financieros crean tensiones. Lo que debería empezar de una manera tranquila, suave, afectuosa, puede llegar a ser precipitado, descuidado, insatisfactorio.
"Es esencial que los cónyuges hablen entre sí", dice la señora Morris, "sobre lo que deleita a cada uno de ellos, lo que les desagrada y, especialmente, lo que cada uno de ellos desea que sea la relación sexual. Para el hombre generalmente esta se refiere al aspecto puramente genital. Para la mujer puede significar una variedad de acciones, desde tomarse las manos, acariciarse y besarse, hasta el contacto genital. Las mujeres suelen decir: "No puedo expresarle afecto a mi marido porque en cuanto lo hago quiere llegar al coito, mientras yo sólo deseo tocarlo y besarlo para decirle así que lo amo".
La solución es, nuevamente, la comunicación. Las parejas deben esforzarse en explicar lo que sienten de una manera afectuosa y sin herirse. Entonces, en lugar de estar apartadas y misteriosas, harán del sexo una parte integral de su matrimonio, que será entendida y apreciada.
Problema número 5. Adaptar nuestros papeles. Se han producido recientemente cambios dramáticos en la relación entre los sexos y en los papeles que se espera desempeñen hombres y mujeres en el seno ,de la familia. "El antiguo modo de pensar del hombre, decididamente se trasformó", dice Herbert Glieberman. "En general, los maridos están más dispuestos a compartir, a asumir las responsabilidades de la casa y la atención de los niños".
"Los esposos tratan de mostrarse sensibles respecto de su consorte", dice una sicóloga. "Pero ser abierto y franco sobre esas materias no es fácil, especialmente para el hombre. Figúrense un hombre capaz de decir, como si tal cosa, no quiero tener sobre mí todo el peso de mantener a esta familia. Pasará un tiempo antes de que todos los hombres sean tan francos, y aun cuando llegue la hora, pienso que sólo los jóvenes podrán hacerlo".
En gran parte, el cambio, la aceptación de nuevos papeles, es efecto de la madurez, aunque las parejas advierten generalmente que esa madurez no es automática, sino que hay que trabajar para alcanzarla. Pero lograrla, aceptar más responsabilidades, compartirlas más, otorga al final mayor felicidad.
La aceptación de nuevas formas de dividir las responsabilidades del matrimonio nos lleva de nuevo ál primer problema citado: conocernos y comprendernos. En realidad, los cinco problemas están relacionados entre sí, y cuando uno de ellos se hace más fácil, ocurre lo mismo con todos. Nos casamos enamorados y llenos de esperanzas. Hemos hallado a alguien con quien compartir nuestra vida. Y si superamos los problemas, daremos un paso gigantesco hacia un futuro gozoso y pleno.
© 1980 POR JUDITH BARNARD Y MICHAEL FAIN, CONDENSADO DE LA REVISTA "REDBOOK" (ABRIL DE 1980). DE NUEVA YORK (NUEVA YORK)