LOS PADRES DE LA PATRIA (Robert Bloch)
Publicado en
febrero 04, 2021
A primeras horas de la mañana del 4 de julio de 1776, Thomas Jefferson asomó su cabeza cubierta por la peluca a la desierta sala de lo que más tarde se conocería con el nombre de Independence Hall, y gritó:—¡Vamos, muchachos, la costa está libre!
Entró en la gran habitación, seguido por John Hancock, que fumaba nerviosamente un cigarrillo.
—¡Ya basta! — exclamó Jefferson-. ¿Quieres apagar esta colilla? ¿O es que quieres perdernos a todos, estúpido?
—Lo siento, jefe. — Hancock dio un vistazo a su alrededor y después se dirigió a otro hombre que había entrado tras él-. Apaga el cigarrillo -murmuró-. No hay ni un solo cenicero en ese lugar. ¿En qué clase de ratonera nos hemos metido, Nunzio?
Su interlocutor se molestó visiblemente.
—No me llames Nunzio -gruñó-. ¿No recuerdas que mi nombre es Charles Thomson?
—De acuerdo, Chuck.
—¡Charles! — El hombre hurgó las costillas de John Hancock-. Enderézate esa peluca. Pareces un personaje de cuento para niños.
John Hancock se encogió de hombros.
—Bueno, ¿y qué esperas que haga? No se puede fumar y esas polainas me aprietan tanto que apenas me atrevo a sentarme.
Thomas Jefferson dio media vuelta y le miró de pies a cabeza.
—No tienes que sentarte para nada -dijo-. Todo lo que has de hacer es firmar y mantener esa boca cerrada. Ben se cuidará de hablar, ¿recuerdas?
—¿Ben?
—Benjamin Franklin, imbécil -dijo Thomas Jefferson.
—¿Alguien ha mencionado mi nombre?
Un hombre bajo, rechoncho y calvo entró presuroso en la sala, ajustándose cuidadosamente sus gafas de forma cuadrada a la nariz.
—¿Por qué has tardado tanto? — inquirió Thomas Jefferson-. ¿Has tenido algún problema?
—Ni uno -replicó Benjamin Franklin-. Están durmiendo como lirones y he comprobado las mordazas. Es que estas gafas me impiden ver bien. Había olvidado que tenía que llevarlas.
—¿No puedes prescindir de ellas?
—No. Alguien podría sentir sospechas. — Franklin miró a sus compañeros por encima del borde de las gafas-. Y sospecharán si no hacéis todo lo que os dije. — Miró alrededor de la habitación-. ¿Qué hora es?
Thomas Jefferson revolvió los encajes de su manga y consultó la esfera de su reloj de pulsera.
—Las siete y media -anunció.
—¿Estás seguro?
—Lo comprobé con la Western Union.
—Déjate ya de Western Union. Y quítate ese reloj, métetelo en el bolsillo. Detalles como éste pueden ponernos en un aprieto.
—Hablando de aprietos -gruñó John Hancock-, estas botas me están matando. No son de mi medida.
—Pues aguántalas y cierra el pico -replicó Benjamin Franklin-. Me gustaría saber por qué no te has afeitado. Te felicito. En la jornada más importante de nuestra historia, el presidente del Congreso se presenta sin afeitar.
—Lo olvidé. Además, no había enchufe para mi máquina eléctrica.
—Está bien, no importa. Lo más esencial es que procures recordar lo que has de hacer. Míster Jefferson, ¿lleva consigo la declaración?
Nadie contestó. Franklin se acercó al hombre alto con la peluca.
—Jefferson, te estoy hablando a ti.
El hombrón esbozó una sonrisa tímida.
—No me acordaba.
—Pues será mejor que lo recuerdes. Vamos a ver, ¿dónde está?
—Aquí, en mi bolsillo.
—Sácala ya. Tenemos que firmarla en seguida, antes de que venga alguien. Supongo que empezarán a llegar alrededor de las ocho.
—¿A las ocho? — suspiró Jefferson-. ¿No irás a decirme que aquí empiezan a trabajar tan temprano?
—Los amigos que hemos dejado en la habitación de al lado daban la impresión de haber estado trabajando durante toda la noche -le recordó Franklin.
—¿Es que nadie les ha hablado nunca del horario sindical?
—No, y tú tampoco debes mencionarlo. — Miró atentamente a sus compañeros-. Y lo mismo reza para todos vosotros. No podemos permitirnos ninguna plancha.
—¿A mí me lo dices?
Charles Thomson cogió el pergamino de manos de Thomas Jefferson y lo desplegó.
—Ten cuidado con eso -advirtióle Franklin.
—Cierra el pico, ¿quieres? Sólo quiero echarle un vistazo -replicó Thomson-. Nunca lo había visto. — Examinó el manuscrito con curiosidad-. ¡Oye, pero si no hay nadie que pueda entender esa escritura!
Extendió la Declaración sobre una mesa y trató de descifrarla, leyendo a media voz.
—Cuando el curso de los acontecimientos humanos obliga a un pueblo a romper los vínculos políticos que le unían a otro, y a asumir entre los poderes de la tierra el... Pero, ¿qué clase de jerigonza es ésta? ¿Por qué esos tipos no escriben en inglés?
—No te preocupes. — Ben Franklin tomó el pergamino y se dirigió cojeando a un escritorio-. Voy a revisarla en seguida. — Buscó en un cajón y halló un pergamino nuevo y una pluma de ganso-. No podré copiar el tipo de letra, pero puedo dar una explicación de esa anomalía al Congreso. Les diré que Jefferson introdujo precipitadamente estos últimos cambios. Lo de la precipitación no es ninguna mentira.
Se inclinó sobre el pergamino en blanco y estudió la Declaración.
—Tengo que respetar el estilo -dijo-. Esto es muy importante. Pero lo principal es añadir las provisiones al final.
—¿Provisiones? — exclamó John Hancock radiante-. ¿Es que van a darnos de comer? Yo estoy hambriento.
—Eso puede esperar -replicó Jefferson-. Y ahora silencio, vamos a dejarle trabajar. Ésta es la parte más vital de todo el plan, ¿me entiendes?
Reinó el silencio en la habitación, sólo turbado por el rumor de la pluma de ganso que Ben Franklin usaba para escribir.
Jefferson se mantenía a su lado, asintiendo de cuando en cuando.
—No te olvides de anotarme como jefe provisional -dijo-. Y escribe aquello de que necesitamos un tesorero.
Franklin asintió con impaciencia.
—Lo tengo todo aquí -contestó-. No te preocupes.
—¿Crees que firmarán?
—Claro que firmarán. Es lógico. Inmediatamente después de hablar de los estados libres e independientes, habrá una mención de un arreglo gubernamental de carácter provisional. No pueden oponerse a esto. Me pregunto por qué se omitió en el original.
—A mí que me registren -manifestó Jefferson encogiéndose de hombros-. ¿Cómo voy a saberlo?
—Es que se supone que lo has escrito tú.
—¡Ah, sí, es verdad!
Franklin terminó de escribir, se echó atrás y hurgó el pecho de Jefferson con la pluma de ganso.
—Tose -ordenó.
Jefferson tosió.
—Otra vez. Más fuerte.
—¿Qué mosca te ha picado?
—Sufres de una fuerte laringitis -le dijo Franklin-. Es un caso agudo. Ello te impedirá hablar. Si alguien te hace una pregunta, te limitas a toser. ¿Comprendido?
—De acuerdo. De todas formas, no tenía ganas de hablar.
Franklin miró a Hancock y a Thomson.
—En cuanto a vosotros dos, será mejor que firméis y os larguéis. Cuando llegue toda la pandilla, os metéis en la habitación de al lado y vigiláis a los muchachos que hemos encerrado allí. Yo buscaré una excusa para justificar vuestra ausencia. No podemos correr el riesgo de que os acribillen a preguntas. ¿Me habéis entendido?
Los dos hombres asintieron. Franklin les tendió la pluma.
—Venid. Vosotros dos sois los que debéis firmar primero. — Cuando John Hancock tomó la pluma, Franklin se echó a reír-. Escribe "John Hancock" aquí.
Hancock firmó y rubricó, pasando después la pluma a Charles Thomson.
—Recuerda que eres el secretario -dijo Franklin, mientras Thomson mojaba la pluma en el tintero-. ¿Qué te ocurre? ¿Es que esta pluma es demasiado pesada para tus fuerzas?
—Claro que es pesada -respondió Thomson-. Y estas ropas me están matando, y ninguno de nosotros sabe lo que ha de decir. No podemos salirnos con la nuestra, Pensador. Cometeremos errores.
Benjamin Franklin se levantó.
—Vamos a forjar la historia -declaró-. Seguid mis instrucciones y todo marchará perfectamente. — Hizo una pausa y levantó la mano-. Según las inmortales palabras que yo, Benjamin Franklin, pronuncié, todos debemos mantenernos unidos. De lo contrario, nos ahorcarán por separado.
II
Habían estado juntos durante largo tiempo en Filadelfia. Eran Sammy, Nunzio, Mush, y Tomaszewski alias "Pensador". Trabajaban de firme, pasaban sus apuros, pero también les acudía el dinero.Los comienzos fueron prometedores para todos, sobre todo cuando el "Pensador" entró en el negocio. El "Pensador" era un tipo listo, con carrera y despacho propio, y erigió una fachada para todo el grupo. Lo más curioso era que Tomaszewski, alias "Pensador", ejercía también como abogado y habría podido sacar su buena tajada sin necesidad de recurrir al negocio de las apuestas.
Pero al principio trabajó con ellos por puro instinto deportivo.
—La única explicación que puedo darme a mí mismo -les dijo- es que, al parecer, carezco de un superego.
El "Pensador" siempre utilizaba palabras retumbantes.
Y fueron estas palabras retumbantes las que finalmente iniciaron los apuros para la sociedad. Al principio, todo marchó sobre ruedas. Utilizando su bufete de abogado como tapadera, el "Pensador" no tuvo dificultad en trabar conocimiento con personas que gustaban de apostar en firme, no meros aficionados dispuestos a gastar un par de dólares. Los pasó a Sammy, a Nunzio o a Mush, y éstos llenaron de cifras sus libretas.
Su negocio fue en aumento, hasta el punto de que se vieron obligados a colocar unas cuantas apuestas propias para cubrirse ante figuras de peso como por ejemplo Mickey Tarantino. Desde luego, jugaban con astucia y sólo confiaban en confidencias seguras, cuando alguien que podía saberlo les indicaba cuál era el caballo adecuado.
Sucedió una tarde. Se trataba de veinte billetes de los grandes. Mickey Tarantino tendió la mano y sonrió, pero su sonrisa se esfumó cuando Sammy le comunicó que necesitaba algún tiempo para reunir el dinero.
—¿Qué es eso? — preguntó míster Tarantino-. Vosotros estáis cargados de pasta. Sólo hay que ver a todos esos ricachos que os confían sus apuestas.
—De momento, no contamos más que con nuestras anotaciones -confesó Sammy-. Ocurre lo mismo que con la tienda de comestibles de tu viejo. Los pobres son los que pagan y los peces gordos los que se hacen el sueco. Lo mismo sucede en nuestro negocio. No hay modo de sacarles la pasta.
—Pues será mejor que la saquéis -advirtióle míster Tarantino-. Porque sólo os concedo tiempo hasta mañana. De lo contrario, vais a tener un disgusto mayúsculo.
Sammy se retiró, convocó una reunión en el despacho del "Pensador" y explicó las noticias.
También el "Pensador" tenía noticias para ellos.
—Tarantino no es el único en creer que andamos boyantes -anunció-. El Tío Sam nos está persiguiendo por una cuestión de impuestos atrasados.
—¡Lo que nos faltaba! — gruñó Sammy-. Por un lado los alegres muchachos de Tarantino, y por el otro los agentes federales. ¿Hacia dónde nos inclinamos?
—Yo sugiero que nos dirijamos a nuestros clientes -respondió el "Pensador"-. Visitad a unos cuantos de nuestros inversores y pedidles que salden sus cuentas.
Sammy, Nunzio y Mush se ocuparon de las visitas y a primera hora de la tarde se reunieron para cotejar los resultados.
—¡Tres mil! — exclamó Sammy-. ¡Tres mil dólares únicamente!
—¿Eso es todo? — El "Pensador" mostróse incómodo-. Yo creía que habríais sacado algo más.
—Claro que hemos sacado más. Excusas, promesas y hasta evasivas. Pero en cuanto a la pasta, ahí está. Tres sábanas y ni un centavo más.
—¿Y Cobbett? — preguntó el "Pensador".
—¿El profesor Cobbett? ¿Tu niño mimado?
El "Pensador" asintió. Sí, el profesor Cobbett era su cliente predilecto.
—¿Qué nos debe? — preguntó Sammy.
—Creo que unos ocho mil.
—Ocho y tres son once. La cosa varía. Si pudiésemos cobrarlos en seguida, tal vez Tarantino nos daría un plazo algo más largo.
—No perdamos más tiempo -sugirió Mush-. Vamos a ver inmediatamente a ese vejestorio de Cobbett.
Se metieron todos en el coche de Sammy y fueron a ver a Cobbett. El profesor vivía en una torre de las afueras, una mansión muy agradable para un hombre que vivía solo, y se mostró cordial y amable cuando saludó al "Pensador", ante el porche de la entrada.
Pero no estuvo tan cordial ni amable cuando se enteró de lo que deseaba el "Pensador", e incluso se comportó de un modo poco hospitalario cuando el "Pensador" hizo un gesto y sus tres compañeros aparecieron por sorpresa.
No hubo más remedio que meter un pie para que no se cerrase la puerta, y hurgarle las costillas con las pistolas.
—Nada de tonterías -le dijo Nunzio-. Queremos cobrar.
—¡Pobre de mí! — exclamó el profesor Cobbett, mientras retrocedía de espaldas hacia su propio vestíbulo-. Pero si no tengo ni cinco...
—No quiera tomarnos el pelo -advirtióle Mush-. ¿Y esta casa? ¿Y todos estos muebles?
—Todo hipotecado -suspiró el profesor-. Hipotecado hasta el último ladrillo.
—¿Y esa escuela donde daba sus clases? — inquirió Mush-. Tal vez podría pedirle un adelanto sobre su paga...
—No tengo ya ninguna relación con la universidad.
—¿De qué vive, pues? — quiso saber Sammy.
—Sí -añadió el "Pensador"-. Yo creía que usted era un hombre acomodado.
El profesor se encogió de hombros y pasóse una mano por sus grisáceos cabellos.
—No es oro todo lo que reluce -alegó-. Por ejemplo, yo le consideraba a usted un profesional de buena reputación. Y cuando, con toda inocencia, le consulté acerca de la posibilidad de colocar alguna pequeña apuesta en las carreras de caballos, jamás hubiese imaginado que estaba asociado con estos rufianes.
—Ojo con sus palabras -le previno Sammy-. Ni nosotros somos rufianes, ni ocho mil dólares son una apuesta pequeña. Otra cosa, ¿qué quiere decir con eso de que no es oro todo lo que reluce?
—Pues que es verdad que yo disponía de una cierta reserva en metálico, y también que ocupaba un puesto de cierta categoría en la universidad. El hecho de que tanto mi dinero como mi posición hayan desaparecido hoy, sólo se debe a una cosa, a mis investigaciones privadas en un proyecto propio. El coste de los modelos experimentales redujo mis ahorros y la revelación de mis teorías me costó mi cargo en la facultad. Para conseguir fondos destinados a la prosecución de mi tarea, empleé el último recurso. Aposté en las carreras de caballos. Ahora ya no me queda nada.
—Puede estar seguro de ello -dijo Sammy-. Dentro de tres minutos no le va a quedar ni su propia piel.
—Un momento -interrumpióle el "Pensador"-. Usted ha hablado de modelos experimentales. ¿Qué ha estado construyendo?
—Se lo enseñaré, si gustan.
—Adelante -ordenó Sammy-. ¡Muchachos, los quitapenas en batería por si acaso quiere gastarnos alguna treta!
Pero el profesor no les gastó ninguna treta. Les condujo hasta lo que antes había sido el sótano y entonces era un bien pertrechado laboratorio. Les acompañó hasta la gran estructura metálica rectangular, revestida de cables y tuberías. Tenía una vaga semejanza con una casa de campo diseñada por Frank Lloyd Wright.
—¡Oiga!— comentó Nunzio-. ¿Qué está montando aquí? ¿Es que piensa fabricar uno de esos Frankensteins?
—Apuesto a que se trata de una nave espacial -aventuró Mush-. ¿Se disponía a huir hacia Marte?
—Por favor -suspiró el profesor-. No se burlen de mí.
—Lo que vamos a hacer dentro de un momento es convertirle en picadillo -corrigióle Sammy-. Esta lata de sardinas no nos sirve para nada. El trapero no nos daría ni veinte dólares por ella.
El "Pensador" movió la cabeza con aire de desconsuelo.
—Díganos para qué sirve este objeto, profesor.
El profesor Cobbett se ruborizó.
—Dudo en aplicarle el nombre que le corresponde, después de los chascos que he recibido de las llamadas autoridades científicas, pero no hay otro término para mencionarlo. Es una máquina del tiempo.
—¡Uf! — exclamó Sammy dándose una palmada en la frente-. ¡Y para esto nos sacó ocho mil dólares! ¡Hemos topado con uno de esos científicos chiflados!
El "Pensador" frunció el ceño.
—¿Una máquina del tiempo dice usted? ¿Un instrumento capaz de transportarle a uno al pasado o al futuro?
—Sólo al pasado -respondió el profesor-. El viaje hacia el futuro es manifiestamente imposible, puesto que el futuro no existe. Y la palabra "viaje" no es la más adecuada. Tránsito es lo más aproximado, puesto que el tiempo no posee características materiales o espaciales, estando sujeto a un universo tridimensional por el único fenómeno observable que se manifiesta como duración. Pero si llamamos X a la duración, y...
—¡Silencio! — gritó Nunzio-. Vamos a dar su merecido a ese bromista y a largarnos de aquí. Estamos perdiendo el tiempo.
—Perdiendo el tiempo -repitió el "Pensador"-. Profesor Cobbett, ¿funciona este modelo?
—Estoy seguro de ello. Nunca ha sido experimentado, pero puedo enseñarle fórmulas que...
—No importa. ¿Por qué no lo ha probado?
—Porque no estoy seguro del pasado. Mejor dicho, de nuestra actual relación con él. Si una persona u objeto del presente fuese enviada al pasado, tendrían lugar ciertas alteraciones. Lo que hoy se encuentra aquí se ausentaría, y algo se añadiría a lo que había entonces. Esta edición alteraría el pasado. Y si el pasado sufriese alteración, ya no sería el mismo pasado que nosotros conocemos. — Frunció el ceño-. Es difícil explicarlo sin recurrir a la lógica de los simbolismos.
—¿Quiere decir que le asusta cambiar el pasado a causa del viaje a través del tiempo? ¿O sea trasladarse a un pasado distinto, un pasado diferente del que conocemos porque usted viajó hasta él?
—Es una explicación más que simplificada, pero ha captado usted la idea general.
—Entonces, ¿de qué le sirve todo su trabajo?
—Mucho me temo que de nada. Pero quería probar una teoría. Se convirtió en una obsesión casi monomaniaca. No tengo excusa.
—Desde luego. — Sammy se adelantó-. Gracias por la conferencia, pero, como usted mismo ha dicho, no tiene excusa. Y nosotros no tenemos tiempo. Este sótano parece ser un lugar muy a propósito, a prueba de ruidos, para el tiro al blanco...
El "Pensador" contuvo el brazo de Sammy.
—¿De qué serviría? — preguntó.
—Ese tipo nos ha birlado la pasta.
—De acuerdo. ¿Y un asesinato cambiará algo? ¿De qué nos servirá?
—De nada -Sammy se mordió el labio-. Pero ¿adónde iremos? No tenemos dinero. Tarantino se nos echará encima, y el gobierno hará lo mismo. No podemos regresar a la ciudad.
El "Pensador" miró a su alrededor.
—¿Y por qué no nos quedamos aquí? Estamos seguros, aislados del mundo, con un buen tejado sobre nuestras cabezas. Vamos a disfrutar de la hospitalidad del profesor durante una temporada.
—Sí -asintió Mush-. Pero ¿por cuánto tiempo? Se acabará el dinero, o la comida... No haremos más que ganar tiempo.
El "Pensador" sonrió.
—Ganar tiempo. — Contempló atentamente la complicada estructura que había en el centro del sótano-. Pero aquí tenemos el vehículo más apropiado para evadirnos.
—¿Meternos dentro de este bote de conservas y largarnos con él? — exclamó Sammy-. Estás bromeando.
—Hablo en serio -repitió el "Pensador"-. En un futuro no muy lejano estaremos a salvo en el pasado.
III
La cosa no tuvo nada de fácil. El "Pensador" se ocupó de todo, trabajando junto al profesor durante los días sucesivos.—¿Cómo regula los controles? ¿Esto sirve para guiar?
—No se guía, basta con oprimir los conmutadores. Voy a enseñárselo otra vez.
—¿Y se puede elegir cualquier época del pasado, cualquier momento? — preguntó el "Pensador".
—En teoría, sí. El problema esencial es una computación exacta. Recuerde que nosotros y nuestra tierra no somos estáticos. No ocupamos ahora la misma posición en el espacio que un momento antes, y la diferencia se acentúa cuando se trata de un período más largo. Hay que tener en cuenta la velocidad de la luz, el movimiento planetario, la inclinación, y...
—Esto le corresponde a usted. Pero ¿es posible establecer matemáticamente la posición del pasado y trazar un programa para guiar los computadores del modo que corresponda?
—Tengo esta seguridad.
—Por tanto, todo cuanto queda es determinar adónde vamos.
Sammy, Nunzio y Mush también discutieron el mismo problema.
—Lo mejor sería situarnos un par de semanas antes de que el profesor hiciera sus apuestas. Volveríamos a tener la pasta.
—¿Sí? ¿Y qué me dices de los impuestos atrasados?
—Volveríamos a antes de deberlos.
—Entonces era cuando empezamos el negocio, estúpido. Estábamos sin blanca.
—Pues si podemos ir a la época que nos dé la gana, ¿qué os parecería plantarnos en los tiempos de los egipcios? Yo vi una película, y vivían rodeados de chicas muy ligeras de ropa...
—¿Acaso sabes hablar en egipcio, imbécil? Además, no queremos quedarnos en ningún sitio para siempre. Yo prefiero aterrizar en algún tiempo en que podamos dar algún golpe de los buenos y volver pitando.
—Ahora has dado en el clavo. Oye, ¿qué te parecería la época de la fiebre del oro?
El profesor les interrumpió.
—Me temo que la fiebre del oro no les serviría de gran cosa, caballeros. Al fin y al cabo, tuvo lugar en el año 1849.
—Pero usted puede mandarnos al año 1849, ¿verdad?
—Desde luego, si mi teoría es correcta. Pero no estarían ustedes en California. Se encontrarían aquí, en Filadelfia, en el campo que había aquí antes de ser construída esta casa.
—¿Conque tenemos que buscarnos nuestro botín en Filadelfia, eh? ¿En algún momento del pasado?
—Eso creo.
—¡Qué lata! Y no podemos plantarnos en medio de un campo con esa máquina...
Entonces intervino el "Pensador".
—Estoy empezando a plantearme nuestro problema -anunció-. Profesor, voy a servirme de su biblioteca durante uno o dos días. Tal vez pueda descubrir en qué momento hubo oro disponible en Filadelfia.
—Siempre queda el Mint.
—Demasiado vigilado. Nunca podríamos apoderarnos de él, como tampoco nadie lo consiguió en otros tiempos.
—¿Un Banco? — exclamó Sammy radiante-. Con nuestros quitapenas podríamos asaltar fácilmente uno de ellos, digamos uno de los de cien años atrás.
—¿Y de qué nos apoderaríamos? ¿De billetes que ya no están en curso? No podríamos utilizar el dinero de aquella época. Hoy despertaríamos sospechas. No, a mí me interesa el oro.
Finalmente, en un volumen de la Historia de la Revolución de Berkeley, el "Pensador" encontró lo que buscaba. Corrió en seguida hacia sus compañeros que estaban custodiando al profesor Cobbett.
—¡Ya tengo la solución! — gritó-. ¿Os acordáis de lo que sucedió en Filadelfia, el 4 de Julio de 1776?
—¿Ese día es fiesta, verdad? — exclamó Nunzio-. Es posible que los Phillies ganasen a los Giants en la final de beisbol.
—¡Ha dicho 1776, estúpido! — intervino Sammy-. Sí, ya recuerdo. Nombraron presidente a Washington.
—Nada de eso. Se firmó la Declaración de la Independencia -corrigió Mush.
—Exacto. La Declaración de la Independencia fue presentada ante el Congreso Continental reunido en lo que hoy es el Independence Hall. Pero el mismo día, y en el mismo lugar, ocurrió otro hecho. El tesoro de los revolucionarios fue puesto en manos de un grupo de personas para que lo guardasen provisionalmente. Consistía en más de treinta mil libras esterlinas en lingotes de oro. Son unos ciento cincuenta mil dólares oro.
—¡Hermano! — exclamó Sammy con un silbido-. ¡Vaya manera de celebrar el cuatro de julio! — De pronto frunció el ceño-. Apuesto a que lo hicieron vigilar por docenas de guardias.
—No, esto es lo interesante. Fue un secreto sólo conocido por unos pocos. Alrededor del mediodía, unos soldados lo trajeron en un carro. Creían que se trataba de documentos importantes. Fue llevado arriba y dejado sin guardia alguna, para no despertar sospechas. Su presencia allí sólo era conocida por Benjamin Franklin, Thomas Jefferson, y uno o dos más, probablemente John Hancock y quizás Charles Thomson, el secretario del Congreso. Tenía que ser utilizado para pagar a las tropas y los suministros.
—Lo que serviría es para pagar a Mickey Tarantino y a los federales. Y aún nos quedaría una buena cantidad para repartirnos.
—Esto es exactamente lo que yo he pensado. — El "Pensador" sonrió-. Ahora sólo nos queda elaborar los detalles. Yo me dedicaré al aspecto histórico y el profesor puede efectuar los cálculos matemáticos.
El profesor Cobbett palideció.
—¿Cálculos matemáticos? ¡Usted me pide un imposible! Esto ocurrió hace más de ciento noventa años-luz; nos enfrentaremos con el problema de unas magnitudes infinitesimales, y al menor error o variación puede tener serias consecuencias.
—No admitimos errores -le dijo Sammy-. Si los hay, las consecuencias serán más que serias. Para usted. — Enseñó su pistola al profesor-. Y ahora, a trabajar. Nos vamos allá.
—¿Allá? — Mush le miró-. Ese tesoro estaba en el Independence Hall. La máquina está aquí, en el sótano. ¿No nos encontraremos el cuatro de julio entre un rebaño de vacas o algo por el estilo?
—Eso es cosa tuya -decidió Sammy-. Inspecciona el lugar. Entérate de la vigilancia que hay en él por las noches. Sistema de alarma y otros trucos. Estúdialo como si se tratase del asalto a un Banco. Creo que podremos conseguirlo. Nadie va a creer que a alguien se le ocurra entrar allí. Cuando lo tengamos planeado, alquilaremos un carro y llevaremos la máquina al Hall para partir desde allí una de esas noches. ¿De acuerdo?
—Es dura tarea.
—Todo trabajo es duro -dijo Sammy-. Manos a la obra.
Mush se marchó, el profesor se abismó en sus cálculos y también el "Pensador" se puso a trabajar. Y antes de una semana, todo estaba organizado.
Mush presentó su informe. La invasión del Independence Hall podía realizarse sin grandes apuros. Desde luego, el camión costaría dinero y tal vez habría repercusiones, pero valía la pena intentarlo.
El profesor les enseñó el programa de trabajo, basado en sus cálculos.
—¿Está seguro de que esto nos conducirá allí? — inquirió Sammy-. ¿Y que nos permitirá volver?
—Repáselo. Revíselo usted mismo.
—Está bien -dijo el "Pensador"-. Yo mismo lo he comprobado. No hemos fijado tiempo para el regreso. Nuestros planes implican que debemos apoderarnos del oro y volver tan cerca del mediodía como sea posible. Por esto, el profesor ha elaborado una serie de variaciones para el retorno, basadas en intervalos de cinco minutos durante toda la primera parte de la tarde. Es lo más seguro que hemos podido planear.
—De acuerdo, si tú lo dices -admitió Sammy, encogiéndose de hombros-. Pero lo que a mí me gustaría saber es lo que haremos cuando lleguemos allí.
—He estado estudiando este aspecto -dijo el "Pensador"-. He consultado todos los libros sobre el tema y las referencias que he podido encontrar. Textos históricos. Datos biográficos de Franklin y Jefferson, en particular. Y he elaborado un plan. Al parecer, los primeros en llegar aquella mañana fueron Jefferson y Thomson. Franklin y John Hancock también se presentaron temprano.
"No es seguro que alguno de ellos pasase parte de la noche allí. Lo importante es que, según todo parece indicar, los cuatro hombres celebraron una reunión a primera hora de la mañana y discutieron la Declaración antes de que el Congreso la aprobase el día cuatro. Por lo tanto, si llegamos temprano sólo tendremos que enfrentarnos con cuatro hombres. Y además, con los cuatro que sabían lo del oro.
—Comprendo -asintió Sammy-. Llegamos allí, sacamos los quitapenas y nos apoderamos del tesoro.
—No es tan sencillo -respondió el "Pensador"-. Recuerda que el Congreso se reunirá aquella misma mañana. No podemos estar encañonando a los cuatro personajes clave desde primera hora hasta el mediodía, como tampoco podemos esperar pasar inadvertidos entre la muchedumbre durante tanto tiempo.
Hizo una pausa mientras Sammy empezaba a abrir la boca, y después añadió apresuradamente:
—Sé lo que estáis pensando, pero tampoco podría ser. No podemos aparecer a las doce del mediodía y hacernos con el cargamento. Habría más de cincuenta hombres, y tropas ante la puerta.
—Entonces, ¿qué podemos hacer?
El "Pensador" cobró aliento y se lo dijo.
—¡Oh, no! — gritó Sammy.
—¿Yo haciendo de John Hancock? — murmuró Mush.
—¿Debo correr por allí con una de esas pelucas que usaban los políticos de otros tiempos? — gruñó Nunzio.
—¿No veis que es la única manera? Las pelucas son disfraces perfectos. Yo tengo retratos de todos esos hombres, y puedo comprar un estuche de maquillaje. Por suerte, soy calvo y mi talla es semejante a la de Franklin. En el aspecto físico, todo irá bien. Y no debe preocuparnos hacer el papel de políticos.
—Sí -admitió Mush pensativo-. Al fin y al cabo, ¿qué es un político? Un granuja que ha aprendido a dar besos a los niños.
—Pero aquella mañana no besaremos a ningún niño -le recordó Sammy-. También yo he estado leyendo un poco acerca de aquella época. El día cuatro, aquellos cuatro tipos hicieron muchas cosas. Pronunciaron discursos y trataron de convencer a los demás del Congreso para que firmasen. Y conocían a todos, y todos les conocían a ellos. Vamos a un fracaso seguro si tratamos de hacer lo que ellos hicieron.
—Ahí está precisamente el detalle -pregonó triunfalmente el "Pensador"-. ¡Nosotros no tenemos que hacer lo que hicieron ellos! Puesto que volvemos atrás en el tiempo, vamos a cambiar lo que sucedió. Creo haberme familiarizado bastante con la personalidad de Franklin. Si es preciso, podré hablar. Sammy, yo te echaré una mano. Los otros dos muchachos pueden estar ausentes, vigilando la máquina y a nuestros prisioneros en la habitación posterior. No nos limitaremos a repetir la historia. Vamos a cambiarla, en lo que a nosotros pueda beneficiarnos. ¿Me habéis comprendido?
Al cabo de un buen rato le comprendieron, porque el "Pensador" se lo machacó literalmente hasta introducirlo en sus cerebros.
Y finalmente ensayaron sus papeles, consiguieron el camión, trazaron sus planes, y metieron la máquina en el vehículo en la tarde prevista para su partida.
Cuando se reunieron por última vez en el despejado sótano, el profesor Cobbett expuso una última y tímida protesta.
—Titubeo en hablarles con franqueza -dijo- porque ustedes pueden achacarme otros motivos. Pueden atribuir mis dudas al hecho de que me están despojando de mi propiedad, o bien al hecho de que me están convirtiendo, en contra de mi voluntad, en cómplice de un delito. Pueden pensar también que presento objeciones de carácter patriótico a sus planes destinados a mutilar nuestra historia.
—¿Y no es así? — preguntó Sammy.
—Sí, lo admito.
Sammy miró significativamente a Nunzio, y después al profesor mientras éste seguía hablando.
—Pero lo que voy a decirles ahora, lo expongo como científico. En este aspecto debo ponerles en guardia, como ya hice el primer día. El viaje a través del tiempo es peligroso. No podemos descartar la posibilidad de una alteración del pasado debida a su invasión. Pueden verse ante factores imprevistos, ante problemas inesperados. Por este motivo nunca me atreví a intentarlo yo; ni siquiera un viaje de un minuto, y no hablemos de un traslado de casi dos siglos. Si falla su intento, yo quiero estar libre de toda responsabilidad. Esperaré su regreso con la mayor inquietud.
—No se preocupe -le dijo Sammy-. También hemos previsto este detalle. Usted piensa esperar nuestro regreso con un ejército de polizontes, ¿verdad?
El profesor palideció.
—¿No irán a decirme, caballeros, que esperan que yo les acompañe? — murmuró-. No podría hacer tal cosa. No podría. Tendría... tendría miedo. Con franqueza, los peligros de dislocación o alteración del pasado me asustan más que la misma muerte.
—Me alegro -manifestó Sammy-. Porque se trata de elegir entre una cosa y la otra. Y usted acaba de ofrecerme su decisión.
El "Pensador" se había metido ya en el camión, pero Mush y Nunzio se hallaban al lado de Sammy en el sótano.
Nunzio sacó su pistola y Mush sonrió.
—Bueno -dijo-, parece como si fuésemos a empezar nuestro viaje con un poco de fuegos artificiales.
IV
Fue un viaje extraño. Había un itinerario que seguir antes de iniciarlo, y unos guardianes que tuvieron que ser aporreados y atados, y una máquina muy pesada que fue preciso trasladar a las salas posteriores del Independence Hall. Después vino la afanosa tarea de ponerlo todo a punto, y las frenéticas comprobaciones del "Pensador" sobre los mapas del profesor y el reajuste de los computadores. Cuando llegó el momento de emprender la travesía -las 1.45 en punto-, la transición representó una especie de relajamiento.Y eso fue en realidad. Se metieron en la máquina, rodeados por la doble pared sometida al vacío, se oyó el zumbido de un generador, la luz fluorescente que había sobre los mandos se debilitó, el "Pensador" pulsó un botón, y entonces...
No ocurrió nada.
Ni pareció que ocurriese, hasta que pasó aquel momento -o siglo, o eternidad- de oscuridad. Ninguno de ellos advirtió cambio alguno. El cambio ocurrió cuando abrieron el compartimento y salieron de la máquina, o tal vez fue entonces cuando advirtieron que el cambio había tenido lugar.
—¡"Pensador"! — exclamó Nunzio, parpadeando a causa de la brillante luz matinal que entraba por los altos ventanales-. ¡Lo hemos conseguido!
Sammy, el "Pensador" y Mush ni siquiera le miraron. Estaban contemplando a los cuatro hombres que había al otro lado de la habitación. Cuatro hombres que, a su vez, también les miraban con asombro.
Entonces las cosas se sucedieron vertiginosamente. Hubo órdenes, pistolas, cuerdas y mordazas. También hubo gran actividad con pelucas, zapatos y ropas.
Cuatro figuras inermes se debatían en el suelo, hasta que se calmaron cuando Mush usó la culata de su pistola.
—¿Habéis visto? — suspiró-. ¡He puesto fuera de combate al mismísimo Ben Franklin!
—No debe extrañarte nada -le dijo el "Pensador"-. Debemos estar dispuestos para entrar otra vez en acción.
Y así iniciaron su actuación.
La alteración del texto de la declaración debióse a una inspiración del "Pensador".
—Hemos de darles algo que les haga discutir durante toda la mañana -dijo-. Si ellos hablan, nosotros no tendremos que hacerlo. Y si aceptan lo de los poderes gubernamentales provisionales y el tesorero, no habrá problemas cuando llegue el oro y nos hagamos cargo de él. — Miró a Mush y a Nunzio-. Vosotro dos os meteréis en seguida en el cuarto posterior. Vigilad la máquina y haced compañía a los Padres de la Patria. Y no dejéis de mirar por la ventana; es posible que el oro llegue antes de lo previsto. El profesor Cobbett no era ningún necio. Él dijo que en el pasado tal vez cambiarían algunas cosas a causa de nuestra llegada, y es posible que tuviese razón.
—De momento, nada ha cambiado -dijo Sammy.
—Nunca se sabe.
Mush y Nunzio se retiraron y el "Pensador" se volvió hacia su compañero.
—Acuérdate de tu laringitis. En aquellos tiempos la llamaban ronquera y así me referiré yo a ella. Y cuando lo haga, tose.
—Comprendido -repuso Sammy-. ¿Pero cuándo va a llegar esa pandilla? — Extrajo el reloj de su bolsillo y lo estudió-. Debe de ser ya más de las ocho. — Frunció el ceño-. Es curioso, se ha parado. Sigue marcando las siete y media.
—Voy a dar un vistazo afuera -sugirió el "Pensador" acercándose a la ventana-. Desde luego, se ha congregado una multitud. Pero... espera un momento. — Agarró el brazo de Sammy-. ¡Fíjate en esos soldados!
—Ya los veo. ¿Son éstos con los gorros altos y los uniformes rojos?
—Uniformes rojos significan que son tropas británicas.
—¿Británicas?
El "Pensador" no contestó. Se abalanzó hacia la puerta de la sala y la abrió de par en par. Hallóse ante dos granaderos con chaquetas rojas. Vio los blancos galones de las chaquetas y el plateado acero de las bayonetas.
—¡Alto! — gritó el más alto de los soldados-. ¡En nombre de Su Majestad!
—¿Su Majestad?
—Sí, Su Majestad, maldito rebelde.
—¿Qué clase de broma es ésta? — murmuró Sammy.
—No es ninguna broma -murmuró el "Pensador"-. El profesor Cobbett tenía razón. Al venir aquí, hemos alterado el pasado. Los ingleses han ocupado Filadelfia.
—¡Basta de charlas, señor! — gritó el soldado-. Guardad vuestras protestas para el general Burgoyne. Cuando hoy entre en la ciudad, podréis explicaros, junto con vuestros cómplices, ante un consejo de guerra.
El "Pensador" palideció.
—Hemos cambiado la historia -susurró-. Burgoyne es el vencedor. El Congreso se ha disuelto. Los cuatro hombres que hemos capturado en la habitación posterior no esperaban que éste se reuniese hoy. Han sido hechos prisioneros sin previo aviso. Y ello significa que también nosotros estamos prisioneros.
—¡Oh, no, todavía no!
Sammy sacó su pistola y apretó el gatillo. Hubo un chasquido casi inaudible. Trató de disparar otra vez, pero el "Pensador" cerró la puerta de golpe.
—¿De qué nos serviría? — murmuró-. Todo el lugar está rodeado.
—Se me ha encasquillado el arma -gruñó Sammy-. No me explico cómo... -Se interrumpió y parpadeó-. ¿Rodeado? ¿Y nosotros hemos caído en la ratonera, eh? ¿Y ahora qué vamos a hacer?
—No nos queda más remedio que volver a la máquina y largarnos de aquí.
—¿Pero no teníamos que esperar hasta el mediodía?
—Ya veremos qué ocurre. Vamos a buscar a los muchachos. ¡De prisa! De un momento a otro, estos soldados pueden decidirse a entrar.
Se retiraron a la habitación trasera, reunieron a los muchachos y les explicaron lo sucedido. Y en un periquete se metieron todos otra vez en la máquina, ataviados incongruentemente con sus trajes de la época colonial, temblando y sudando, mientras el "Pensador" revisaba apresuradamente sus cálculos y después manejaba las palancas de los computadores.
Oprimió los botones. O trató de oprimirlos.
—¿Qué ocurre? — gritó Sammy, ensordeciendo a los demás con el eco de su voz en los angostos confines de la cámara metálica.
—Nada -gruñó el "Pensador"-. No ocurre nada. Eso es lo malo.
—¿No funciona? — gimió Nunzio.
—No. Y el reloj de Sammy no funciona, y vuestras pistolas tampoco funcionan, porque todos los principios se han falseado como se ha alterado todo lo demás.
—¡Déjame probar!
Mush se abalanzó sobre las palancas, los botones y los mandos. Al cabo de un momento, todos apretaban y pulsaban frenéticamente, pero sin que ocurriera nada.
El "Pensador" les hizo desistir.
—Es mejor que nos demos por vencidos -explicó-. El profesor Cobbett estaba en lo cierto. Hemos cambiado el pasado.
—Pero también en 1776 había relojes y pistolas que funcionaban, ¿no es así? — inquirió Sammy.
—En nuestro 1776, sí -replicó el "Pensador"-. En nuestro pasado. Pero éste ya no es nuestro pasado. Es nuestro presente. Y al convertir el pasado en presente hemos violado una ley fundamental. O tratado de violarla. En realidad, las leyes fundamentales no pueden ser violadas.
—Pero hemos venido aquí.
—Sí. Aquí. Pero aquí no es nuestro pasado. No podía ser. Tenía que ser en alguna otra parte.
—¿En qué otra parte podía ser? — quiso saber Mush.
—En un lugar donde los mecanismos modernos no funcionan, porque todavía no han sido perfeccionados. Un lugar donde los ingleses derrotaron a los revolucionarios americanos y capturaron a los Padres de la Patria. Y esto sólo puede ser en un universo alternativo.
—¿Un universo alternativo?
El "Pensador" aún pretendía explicar el concepto de universo alternativo, cuando los soldados irrumpieron finalmente en el edificio y se dispusieron a sacarlos de allí.
Sólo tuvo tiempo de gritar un último consejo antes de que las tropas se apoderasen de ellos, operación en la que se mostraron bastante brutales.
—¡Recordad lo que dijo Franklin! ¡Debemos mantenernos unidos! — exclamó.
Pero incluso en esto el "Pensador" estaba equivocado.
Los colgaron por separado.
Fin