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febrero 18, 2021
COMO BUEN pintor y decorador, me enorgullezco de ser meticuloso. Comprenderá, pues, el lector que no pude menos de horrorizarme cuando, una mañana, me encontré con que mi socio había puesto al revés el costosísimo empapelado de una pared. Dado que ya había hecho la mitad de la habitación y quedaba poco tiempo, decidimos seguir.
Para mi sorpresa, la dueña de la casa elogió sobremanera nuestro trabajo. Sin embargo, unas semanas más tarde recibí un cheque en el que cada letra y cifra estaban patas arriba.
—E.B.
UNA JOVEN entró en pantalones de mezclilla al salón de prensa de cierto edificio del Gobierno y preguntó a un supervisor dónde quedaba el baño de hombres.
—¿El...? Ah...mm... Si necesita usar el baño, señorita, creo que hay uno de señoras aquí abajo, a la derecha.
—No necesito usarlo. Vengo a repararlo —repuso altivamente la muchacha—. Soy la fontanera.
—AP
Luis, mi asistente, y yo llevábamos varias horas telefoneando a los presidentes de pequeñas compañías para invitarlos a un seminario sobre impuestos. De pronto entró Luis a mi despacho desternillándose de risa. En su última llamada, me explicó, preguntó por el señor Morales y una voz femenina le inquirió:
—¿A cuál de los señores Morales busca?
—A Juan, señorita.
Al cabo de tres minutos volvió la empleada.
—Lo siento, el señor Juan Morales ha fallecido.
—Oh, perdone usted —balbució Luis—. ¡Qué metida de pata la mía!
—¿La de usted? ¡Sí supiera que yo lo llamé por los altavoces!
—J.W.K.
EL MONITO del organillero era todo un éxito en la feria pueblerina, con su trajecillo rojo de botones. Recogía las monedas de la gente y se quitaba el gorro cortésmente. También el organillero era digno de admiración, con su abultada barriga, sus bigotazos y su vestido de gitano.
Pero lo que suscitaba mayores comentarios era un letrero que, sobre el organillo, advertía: "No se aceptan monedas a centavo".
—M.R.R
EN LA población estadounidense de Asheville (Carolina del Norte), un individuo que trabaja para una firma especializada en préstamos a particulares recibió un día una llamada de su esposa, quien necesitaba dinero para el almuerzo.
—Pasa por mi oficina —le indicó él.
La señora llegó en auto hasta la puerta, tocó dos veces la bocina y él salió con el dinero. Se lo entregó, le dio un beso y volvió a entrar.
—A eso —comentó la automovilista que iba detrás— le llamo yo cortesía, amabilidad y servicio rápido.
—B.T.
CADA MAÑANA nuestra secretaria llegaba sin aliento a su escritorio debido a que, por llegar a tiempo al trabajo, cruzaba a la carrera el enorme estacionamiento de la empresa. Al fin le sugerimos que dejara la cama más temprano.
—No, no —se defendió—. La mayoría se levanta temprano para poder hacer ejercicio. Yo me le vanto tarde para obligarme a hacerlo.
—G.B.
EL GERENTE general de nuestra firma se reúne los lunes con todos los jefes de departamento para informarles sobre los negocios que se proyectan para la semana y los posibles problemas. Tales reuniones tendrían que ser breves y meramente informativas; pero él, que es leído y amante de citar la Biblia a diestra y siniestra, dio en extenderse más y más cada semana.
Un día, tras de aguantarle una sesión de cinco horas y media, los subordinados le dejaron en su gaveta una nota con este mensaje: "Lea Job: 8,2".
A la semana siguiente, la reunión volvió a la normalidad. La pregunta de Bildad de Suaj a Job había surtido efecto: "¿Hasta cuándo estarás hablando de ese modo, y un gran viento serán las razones de tu boca?"
—N.D.
UNA MAÑANA, durante la hora de mayor congestión, el ascensorista del edificio donde presto mis servicios mantenía la puerta abierta mientras llamaba a los que iban llegando tarde. Los que ya estábamos dentro tuvimos que apretujamos como sardinas en banasta. En eso, una voz chillona protestó desde atrás:
—¡Caramba, Pedro! ¿Es que te pagan por kilo?
—R.A.