Publicado en
diciembre 08, 2020
—Bien, ¿no vas a abrirlo? —preguntó Suzy. Barbara tiró obediente del lazo a franjas rojas y verdes, preparándose para la punzada de decepción que siempre sentía cuando abría los regalos de Navidad.
—Yo siempre rompo el papel, tía Barbara —dijo Suzy—. Yo misma escogí el regalo. Sabía que los deseabas desde el desfile en Macy’s cuando tus manos se te quedaron tan frías.
Barbara abrió el paquete. Dentro había un par de mitones a franjas rojas y púrpuras.
—Es justo lo que deseaba. Gracias, Suzy —dijo. Señaló el montón de cajas plateadas debajo del árbol—. Uno de ésos es para ti, creo.
Suzy se metió debajo del árbol y empezó a rebuscar entre los regalos.
—Realmente los escogió ella misma —susurró Ellen, con una sonrisa agitando las comisuras de su boca—. Como probablemente podrás apreciar por los colores.
Barbara se probó los mitones. Me pregunto si Joyce recibió unos guantes, pensó. La última sesión Joyce le había dicho a Barbara que su madre siempre le regalaba guantes, pese a que ella odiaba los guantes y su madre lo sabía.
—Le di a una de mis pacientes tu número de teléfono —le dijo Barbara a Ellen—. Espero que no te importe.
—Sólo un poco —respondió su hermana. Barbara apretó su puño dentro del mitón.
Suzy dejó caer una caja plateada con un gran lazo azul en ella sobre el regazo de Barbara.
—¿Dice “Para Suzy”? —preguntó.
Barbara abrió la tarjeta plateada.
—Dice “A Suzy de tía Barbara”. —Suzy empezó a desgarrar el papel.
—¿Por qué no lo abres en el suelo? —dijo Ellen, y Suzy arrancó el paquete del regazo de Barbara y se dejó caer al suelo con él.
—Estoy realmente preocupada con esta paciente —dijo Barbara—. Pasa la Navidad en casa con una madre infeliz y dominadora.
—Entonces, ¿por qué va a casa?
—Porque ha sido adoctrinada a creer que la Navidad es una época mágica y maravillosa en la que todo el mundo es feliz y los deseos secretos pueden convertirse en realidad —dijo Barbara amargamente.
—¡Una camiseta de béisbol! —dijo Suzy alegremente—. ¡Apuesto a que ahora esos chicos de preescolar me dejarán jugar con ellos! —Se puso la camiseta de los Yankees sobre su camisón rojo.
—Gracias a Dios que pudiste encontrar la camiseta —dijo Ellen en voz baja—. No sé lo que hubiera hecho si no hubiera conseguido una. No hablaba de otra cosa desde hacía un mes.
No sé tampoco lo que hará mi paciente, pensó Barbara. Ellen puso otro paquete rojo y verde en su regazo, y lo abrió, preguntándose si Joyce estaría abriendo también sus regalos. En la última sesión Joyce le había hablado acerca de lo mucho que odiaba la mañana de Navidad, de cómo su madre siempre hallaba defectos en todos los regalos, diciendo que no servían para nada o eran del color equivocado o que ya tenía algo parecido.
—Tu madre utiliza sus regalos para expresar la insatisfacción que siente con su propia vida —le había dicho Barbara—. Por supuesto, todo el mundo siente una cierta decepción cuando abre sus regalos. Eso se debe a que el regalo es sólo un símbolo de lo que la persona desea realmente.
—¿Sabe usted lo que yo quiero por Navidad? —le dijo Joyce como si no hubiera oído ni una palabra—. Un collar de rubíes.
Sonó el teléfono.
—Espero que no sea tu paciente —dijo Ellen, y fue al vestíbulo a responder.
—¿Qué dice este regalo? —preguntó Suzy. Estaba de pie sujetando otro paquete, uno grande con una sucesión de baratos y chillones Santa Claus en todo él.
Ellen volvió con una sonrisa.
—Sólo un vecino que llamaba para desearnos feliz Navidad. Temí que fuera tu paciente.
—Yo también —dijo Barbara—. Se ha convencido a sí misma de que iba a recibir un collar de rubíes por Navidad, y estoy muy preocupada por su estado emocional cuando se sienta decepcionada.
—No sé leer, ¿sabéis? —dijo Suzy con voz fuerte, y ambas se echaron a reír—. ¿Dice este regalo “Para Suzy”?
—Sí —dijo Ellen, mirando la tarjeta, que tenía un sonriente Santa Claus en ella—. Pero no dice de quién es. ¿Es tuyo, Barbara?
—Es ominoso —dijo Suzy—. En la preescolar nos hacemos regalos ominosos.
—Anónimos —corrigió Ellen, desprendiendo la tarjeta y mirando su dorso—. Hacen intercambio de regalos. Me pregunto quién envió éste. Mamá trajo sus regalos esta tarde y Jim decidió esperar y traer los suyos cuando venga el próximo fin de semana. Ábrelo, cariño, y cuando veamos lo que es tal vez sepamos de quién es. —Suzy se arrodilló junto a la caja y empezó a romper el papel barato—. ¿Tu paciente cree que va a recibir un collar de rubíes? —dijo.
—Sí, lo vio en una pequeña tienda en el Village la semana pasada, y cuando pasó de nuevo por allí ya no estaba. Está convencida de que alguien lo compró para ella.
— ¿No es posible que alguien lo hiciera?
—Su familia vive en Pensilvania, no tiene amigos, y no le dijo a nadie que lo quería.
—¿Le compraste tú el collar? —dijo Suzy. Estaba rompiendo atareadamente el papel con los Santa Claus.
—No —dijo Barbara a Ellen—. Ni siquiera me habló del collar hasta después de que hubiera desaparecido de la tienda, y lo último que yo desearía es alentar en ella los esquemas de comportamiento neurótico de su madre.
—Yo le hubiera comprado el collar —dijo Suzy. Había quitado todo el papel y estaba alzando la tapa de una caja blanca—. Lo hubiera comprado y le hubiera dicho: “¡Sorpresa!”
—Aunque consiguiera el collar, se sentiría decepcionada —dijo Barbara, sintiéndose oscuramente furiosa con Suzy—. El collar es sólo un símbolo de un deseo subconsciente. Todo el mundo tiene esos deseos: volver al seno materno, matar a nuestra madre y acostarnos con nuestro padre, morir. La mente consciente se siente aterrada ante esos deseos, así que los sustituye por algo más seguro…, una muñeca o un collar.
—¿De verdad crees que es ominoso? —preguntó Ellen, frunciendo de nuevo las comisuras de su boca—. Lo siento, estoy empezando a hablar como Suzy. ¿De verdad crees que es serio? Quizá tu paciente desee realmente un collar de rubíes. ¿No has deseado nunca algo realmente especial que no le has dicho a nadie? Sí lo has hecho. ¿Recuerdas aquel año que querías un poni y te sentiste tan decepcionada?
—Lo recuerdo —dijo Barbara.
—¡Oh, es exactamente lo que quería! —exclamó Suzy, tan entusiasmada que ambas volvieron la vista hacia ella. Suzy sacó una muñeca de un nido de papel tisú rosa y la mostró al extremo de su brazo extendido. La muñeca tenía un vestido plisado rosa, rizos amarillos, y una sorprendente expresión de dulzura. Suzy la miró casi como si le tuviera miedo—. Sí —dijo—, es justo lo que quería.
—Creía que habías dicho que no le gustaban las muñecas —señaló Barbara.
—Eso creía. No dijo ni una palabra de esto. —Ellen tomó la caja y revolvió entre el relleno rosa, buscando alguna tarjeta—. ¿Quién demonios se supone que lo envió?
—La voy a llamar Letitia —dijo Suzy—. Tiene hambre. Voy a darle el desayuno. —Se dirigió a la cocina, sujetando cuidadosamente la muñeca muy separada de su cuerpo.
—No tenía ni idea de que quisiera una muñeca —dijo Ellen tan pronto como hubo desaparecido de la vista—. ¿Dijo algo cuando la llevaste a Macy’s?
—No —murmuró Barbara, haciendo una pelota en su regazo con el papel—. Ni siquiera nos acercamos a las muñecas. Quería mirar los bates de béisbol.
—Entonces, ¿cómo supiste que deseaba una muñeca?
Barbara se detuvo con las manos llenas de papel y cinta a cuadros escoceses.
—Yo no le traje la muñeca —dijo, furiosa—. Le traje la camiseta de los Yankees, ¿recuerdas?
—Entonces, ¿quién se la ha enviado?
—¿Cómo quieres que lo sepa? ¿Jim, quizá?
—No. Él le compra un guante de catcher.
Sonó el teléfono.
—Yo lo cogeré —dijo Barbara. Echó el papel rojo en una caja y fue al vestíbulo.
—¡Tenía que llamarla! —le gritó la voz de Joyce. Sonaba casi histérica.
—Estoy aquí —dijo Barbara apaciguadoramente—. Quiero que me diga qué es lo que la preocupa.
—¡No estoy preocupada! —dijo Joyce—. ¡Usted no entiende! ¡Lo he recibido!
—¿El collar de rubíes? —preguntó Barbara.
—Al principio pensé que no me lo iban a regalar y estaba intentando mostrarme alegre al respecto e incluso pensé que mi madre odiaba todo lo que yo le había llevado y me regalaría de nuevo unos guantes, y entonces, cuando casi todos los regalos habían sido abiertos, ahí estaba, en esa pequeña caja, muy bien envuelto con ese papel de Santa Claus. Había una pequeña tarjeta con un Santa Claus en ella también, y decía “A Joyce”. No decía quién lo enviaba. Lo abrí, y ahí estaba. ¡Es justo lo que quería!
—Sorpresa, tía Barbara —dijo Suzy, dando de comer a su muñeca una galleta con la forma de Santa Claus.
—Llevaré el collar en nuestra próxima sesión para que pueda verlo —dijo Joyce, y colgó.
—Barbara —llamó la voz de Ellen desde la sala de estar—. Creo que será mejor que vengas aquí.
Barbara tomó a Suzy de la mano y se dirigió a la sala de estar. Ellen estaba luchando con un paquete envuelto con un chillón papel lleno de Santas Claus. Estaba encajado entre el árbol de Navidad y la puerta. Ellen estaba detrás de él, intentando enderezar el árbol.
—¿De dónde viene éste? —preguntó Barbara.
—Vino con el correo —dijo Suzy. Le tendió a Barbara su muñeca y se subió al sofá para alcanzar la pequeña tarjeta pegada a la parte superior.
—No hay correo en Navidad —dijo Barbara.
Ellen se deslizó alrededor del árbol hasta donde estaba Barbara de pie.
—Espero que no sea un poni —dijo, y las comisuras de su boca se agitaron—. Ciertamente es lo bastante grande para uno.
Suzy se bajó del sofá, tendió la tarjeta a Barbara y recuperó su muñeca. Había un Santa Claus en ella. Decía: “A Barbara.” El regalo era lo bastante grande como para ser un poni. O algo peor. De pronto sólo tu subconsciente sabía lo que querías. Algo demasiado terrible como para que tu mente consciente llegara a saber que lo quería.
—Es un presente ominoso —dijo Suzy—. ¿No vas a abrirlo?
Fin