Publicado en
mayo 29, 2020
Cuando marqué un número equivocado, conocí al hombre correcto.
Por Jacinta Farrow
TENÍA POCO de haberme mudado de Rockhampton a Sidney, Australia, y como tardaba en adaptarme, un amigo me invitó a un baile de su trabajo. Mientras me arreglaba para el baile, le envié un mensaje por el servicio de mensajes cortos (SMS, por sus siglas en inglés) a su celular pidiéndole que llevara su cámara. Me había esmerado en mi arreglo y deseaba guardar un recuerdo de aquella velada.
En eso oí el conocido "bip, bip" de que acababa de recibir un mensaje en mi celular: "¿Qn rs y p q quieres mi cámara?" Me sorprendí. Seguramente había marcado un número equivocado. Dios sabe a quién le había enviado el mensaje. Rápidamente contesté a la misteriosa persona para disculparme.
No volví a pensar en ello hasta más tarde, cuando me llegó otro mensaje: "De cualquier forma, ¿quién eres?" Al principio dudé en responder, pero me dije que un inocente mensaje no implicaba peligro. "Soy una chica de 21 años, de QLD,* ahora en NGS.** ¿Qn rs tú?" La persona escribió: "Nick, carpintero de 21 años, de Brisbane".
A esas alturas yo estaba más interesada en la persona con quien intercambiaba mensajes que en el baile. Olvidando la prudencia, le pregunté: "¿Soltero?" La respuesta no tardó en llegar: "Sí, ¿y tú?" Con el corazón galopando, escribí: "Sí".
Conforme avanzó la noche nos enviamos varios mensajes más. Le dije que me encontraba en un baile, y él me comentó que al día siguiente vería algunas casas porque pensaba comprar una. Y hasta ahí llegó todo.
Días después recibí un nuevo mensaje: "Pensé en ti toda la semana. Cuéntame de ti". Una alarma sonó en mi cerebro. Traté de no revelar mucha información con mi respuesta. "También pensé en ti. Tengo 2 hnos y 2 hnas, soy la 2a". Él respondió enseguida: "Yo también. 2 y 2. Soy el 2o".
En ese punto me puse en guardia. "¿Bromeas?", pregunté. "No, es en serio", respondió. Era demasiada coincidencia, pero le envié otro mensaje: "¿Dónde comprarás tu casa?" Su respuesta me tomó por sorpresa: "Donde tú quieras vivir". Aunque parecía ser buena persona y teníamos cosas en común, yo no sabía nada de él. Entonces envió otro mensaje: "¿Dónde trabajas?" Le dije que trabajaba en un banco y que era mi primer empleo, pero echaba de menos el sol de Queensland. Él respondió: "Aquí hace bastante sol".
Y ése fue el inicio de una bella y divertida amistad por mensajes de celular. Supe que Nick era originario de Nueva Zelanda, que trabajaba para una compañía constructora y también era triatleta; casualmente yo había terminado mi primer triatlón el mes anterior. Era una persona divertida, activa, inteligente y teníamos el mismo sentido del humor. A menudo nos descubríamos pensando lo mismo al mismo tiempo. Y teníamos otras cosas en común. Yo siempre había soñado con vivir en una casa de madera, grande y antigua. Nick siempre había deseado construir una casa así.
Después de medio año de intercambiar mensajes, por fin hice acopio de valor y le llamé por teléfono el día de su cumpleaños. Pronto nuestras llamadas se hicieron tan frecuentes que apenas podíamos pagarlas, pero tampoco queríamos prescindir de ellas.
Cierto día tuve que viajar a Rockhampton, y el avión haría una escala de 45 minutos en Brisbane. Era la oportunidad de conocernos en persona. Aunque sentía mariposas en el estómago, estaba ansiosa por conocer finalmente a Nick. Al bajar del avión lo vi esperándome. No era el Adonis de piel bronceada que imaginé, pero era alto y atlético, tenía el cabello largo y unas pecas adorables. En una mano llevaba una rosa amarilla.
NOS HICIMOS NOVIOS. En los meses siguientes Nick hizo tres veces el viaje de diez horas en auto de Brisbane a Sidney. Cierto día me telefoneó lleno de emoción: había encontrado una casa en Brisbane que, aunque no era lo que él siempre soñó, estaba a buen precio y él podría arreglarla. La compró, pero dos semanas más tarde tuvo que mudarse por seis meses a Nueva Zelanda por cuestiones de trabajo y, me pidió que fuera con él. A pesar de que yo jamás había cruzado el océano y me encantaba viajar, no quería perder mi empleo ni mis amistades, así que me negué.
Luego de un mes, ahora con Nick en Nueva Zelanda, nuestros recibos telefónicos alcanzaron cifras peligrosas. Entonces mis compañeras de departamento decidieron mudarse, cosa que el casero aprovechó para aumentar la renta. Comprendí que no podría seguir viviendo en Sidney. Al parecer el destino me llevaba hacia Nick. En sólo una semana envié mis muebles a la casa de Nick en Brisbane y me reuní con él en Nueva Zelanda, donde pasamos cinco meses maravillosos.
De regreso en Australia me instalé en la casa de Nick y al poco tiempo conseguí un nuevo empleo. La vida nos sonreía. Un fin de semana decidimos viajar en auto hasta Rockhampton para visitar a mi familia, y en el camino hicimos una parada para estirar las piernas. Yo miraba distraída el paisaje cuando Nick se me acercó llevando en la mano un anillo en el que brillaba un precioso diamante. Sonreí con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Quieres ser mi esposa? —me preguntó.
Con la voz entrecortada por el llanto y la risa, tardé unos segundos en responder:
—Sí.
Hoy, los preparativos de la boda nos mantienen ocupados todo el día. Queremos que en esa ocasión tan especial todos nuestros familiares y amigos estén con nosotros. Pero en esta ceremonia algo será diferente: les pediremos que no apaguen sus teléfonos celulares. Después de todo, uno nunca sabe quién puede estar del otro lado de la línea.
*Queensland.
**Nueva Gales del Sur.
FOTO: GETTY IMAGES/THINKSTOCK