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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
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  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
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  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
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  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
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  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    RELOJES:
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    ESTILOS:
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    Ocultar Reloj

    ( RF ) ( R ) ( F )
    No Ocultar
    Ocultar Reloj - 2

    (RF) (R) (F)
    (D1) (D12)
    (HM) (HMS) (HMSF)
    (HMF) (HD1MD2S) (HD1MD2SF)
    (HD1M) (HD1MF) (HD1MD2SF)
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    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
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    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
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  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



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    SIDEBAR
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    AL BORDE DE LA NADA (LA CIUDAD ENVUELTA) (John Brunner)

    Publicado en mayo 13, 2020

    I


    Aquella noche el cielo era de un negro aterciopelado y una luna muy blanca asomaba por la colina. Red Hawkins titubeó un momento en el portal, y cojeando, se dirigió por el camino hacia la verja, mirando el césped que se extendía cubierto de pájaros de metal y piedra.

    Le acompañaba un ruido del que nunca podría separarse -el pequeño, el casi siempre imperceptible ¡clic! de las articulaciones de su pierna de aluminio.

    El ruido cesó cuando se detuvo ante la verja y escuchó el silencio de la noche. La carretera que corría desde Orris Peaw hacia Three Waters se extendía tranquila y fría a la pálida luz de la luna. No había ninguna señal de movimiento en todo lo que abarcaba su mirada.

    Todo sucedió precisamente cuando se disponía a regresar.

    Una repentina ráfaga de luz le hirió igual que un golpe. Instintivamente se llevó la mano a los ojos para protegerlos del deslumbramiento, pero la luz cesó repentinamente. La sorpresa le hizo perder el equilibrio y cayó hacia atrás, sobre la hierba.

    La potente luz, azul y roja, quemó dolorosamente su retina. Su impresión fue como si un pequeño rayo de sol hubiera chocado contra la carretera. Permaneció largos segundos sin poder abrir los ojos.

    Cuando lo hizo, vio que la amarillenta lengua de luz, que se había extendido por el jardín había desaparecido.

    Estaba levantándose cuando algo le hizo temblar de aturdimiento. A unos cuantos metros de distancia se oía la voz de una muchacha y por su tono se la adivinaba enfadada.

    -Merde! De quoi s'agit-il, alors?

    Pero esto era imposible. Escasos segundos antes advirtió que no había nadie en la carretera a más de medio kilómetro. Lanzando maldiciones contra el sendero, que aparecía de nuevo verde ante sus ojos, preguntó con incertidumbre:

    —¡Eh! ¿Hay alguien ahí?
    —¡Hola! — La voz temblorosa de la muchacha dijo-: ¿Qué ha pasado con las luces?

    Tenía un acento francés muy marcado.

    «¡Malditas luces! ¿De dónde ha aparecido esta muchacha?», pensó Red. Sin preguntarle nada, se dirigió a la verja y descubrió la imperceptible figura de la muchacha moviéndose en la carretera. Supongo que caída del cielo, dijo para sí. En este momento se dio cuenta de que no se oía el pequeño zumbido del generador de electricidad de la casa.

    —¡Oh, no! Con esta niebla y sin luces...

    El pie de la muchacha tropezó con algo que yacía junto al tronco de un árbol y la obligó a detenerse para mirarlo.

    —¿Niebla? — repitió Red en voz baja-. ¿Dónde se cree que está? ¿En los Angeles?

    La voz de la muchacha se oyó de nuevo, esta vez llena de terror.

    —Aquí en el suelo hay un hombre. ¡Está herido!

    Red empujó la puerta de la verja y velozmente cubrió los diez pasos que los separaban. Cuando llegó, la muchacha habló con voz crispada.

    —Una luz, de prisa. Debe de haber sido atropellado.

    Tenía la sensación de sufrir una pesadilla. Red puso su mano alrededor de la llama del mechero, a modo de pantalla.

    —¿Atropellado?

    «Ningún coche ha pasado desde hace cuatro horas», pensó Red.

    Pero, sin duda alguna allí había un hombre: su brazo derecho estaba roto y sangraba, y también un hilillo de sangre corría por su cara de rasgos casi orientales.

    La muchacha, con dedos expertos, cogió la muñeca del herido y sin vacilar prosiguió:

    —¿Quiere avisar al hospital? Este hombre necesita ser atendido inmediatamente.
    —El hospital más cercano es el de Walton -dijo Red secamente- y está a más de 20 kms. de distancia. ¿Está usted loca?

    La muchacha volvió su cara. Era extraordinariamente bonita; tenía pelo corto de color castaño, ojos oscuros y brillantes y nariz respingona. Con forzada paciencia respondió:

    —El hospital está justamente en la esquina. Si lo sabré yo, trabajo ahí.
    —¡Maldita mujer! — Red habló con mayor amabilidad de la que quería-. No hay ni un doctor antes de llegar a Three Waters.

    Por primera vez, la muchacha se fijó en cuanto la rodeaba y fue posando su mirada lentamente en las cosas. De pronto sus ojos se agrandaron desmesuradamente en un gesto de terror y su boca se abrió para dar paso a un grito que el mismo terror le impidió emitir.

    Red inició un movimiento para cogerla creyendo que iba a caer, pero ella se recobró inmediatamente.

    —Estoy bien -dijo con un evidente esfuerzo-. Yo... Pero, ¿qué lugar es éste?
    —Está usted a unos 6 km. de Three Waters.

    Ella continuaba pálida.

    —Pulman County, Northwest de California -prosiguió Red.
    —Pero yo no puedo estar en California -exclamó ella-. ¡Yo estoy en Londres! Yo... Oh, mon Dieu!

    Red esperó pacientemente mientras ella se esforzaba en reponerse.

    —Muy bien -dijo ella, después de una pausa-. Puesto que usted lo dice debe de ser así. ¿Esta casa de ahí es suya? Creo que deberíamos sacar a este hombre de la carretera.

    Silenciosamente Red observó como ella cogía el brazo herido del desconocido y se lo recogía sobre el pecho. Entre los dos lo llevaron, dificultosamente, por el camino hacia la casa.

    Cuando lo hubieron dejado sobre una cama, Red se dirigió hacia el interruptor de la luz y lo apretó, a pesar de saber que era inútil.

    Encontró bujías y encendió una con la última llama de su encendedor.

    En un intento de ahuyentar algo de su cabeza, la muchacha se dispuso a quitarle las ropas al herido para aliviarlo. Llevaba una especie de mono muy poco frecuente y debajo, a excepción de unos slips, nada más. La tela de ambas prendas era fina.

    Red trajo vendajes, agua caliente, una toalla limpia y algún desinfectante, juntamente con un trozo de madera para usarla como ferula para el brazo. Entonces, viendo que la muchacha parecía competente en su trabajo se dirigió hacia el cobertizo, detrás de la casa, para inspeccionar el motor de la luz.

    El aire estaba impregnado de olor a goma quemada. Una simple ojeada le informó de que debía llamar al mecánico; parecía que la ráfaga de luz hubiese parado el motor.

    Maldiciendo regresó a la casa, parándose para colocar un trapo húmedo sobre la escultura de arcilla en que había estado trabajando. Ya no podría trabajar esta noche, el hilo de la inspiración estaba roto.

    Encontró a la muchacha limpiando la sangre de la herida que el hombre tenía en la cabeza, y de la cual unas gotas habían corrido a lo largo de la cara.

    —Que rápido -murmuró ella cuando él entró-. ¿Pudo usted llamar a un doctor?
    —No hay teléfono -dijo Red secamente. Y como no quería parecer tan poco complaciente como se sentía, añadió con evidente esfuerzo-: No parece que él necesite más ayuda de la que tiene. ¿Es usted enfermera?

    La muchacha afirmó y aplicó un vendaje al corte de la cabeza.

    Distraídamente Red cogió el mono, encontró algo que pesaba en el bolsillo del pecho y lo sacó. Era un cilindro de metal mate, de unos 15 cms. de largo y sorprendentemente pesado para su medida, demasiado pesado, incluso, para su transporte. Lo sujetó unos segundos y lo dejó de nuevo en su sitio.

    Mientras se secaba las manos, la muchacha se volvió hacia él.

    —Esto es todo cuanto puedo hacer por él -dijo ella-. ¿Tiene usted un cigarrillo, por favor?

    Le ofreció su paquete y él también cogió uno. Seguidamente acercó una bujía para que encendiese. La mano de la muchacha temblaba tanto, que apenas podía mantener el cigarrillo en la llama, y el humo que expulsó salió a pequeños tirones, demostrando que ella estaba luchando por dominarse.

    Poco después lo tiró y perdió el sentido, cayendo, afortunadamente, en una butaca cercana. Sus hombros se estremecían bruscamente y el impulso sacudía todo su cuerpo.

    Embarazado, Red cogió el cigarrillo antes de que pudiera quemar la alfombra y esperó, mirando sin saber exactamente qué hacer, a que la crisis pasara.

    Finalmente ella levantó la cabeza; sus mejillas estaban cubiertas de lágrimas.

    —Lo siento -dijo-. Es... Yo creo que debo tener amnesia, he perdido la memoria. Hasta que lo encontré y hablé con usted yo creía que estaba en Londres, donde yo trabajaba. Ahora... ¿Cuánto tiempo hace que estoy así?
    —Es catorce de marzo -dijo Red lentamente.
    —¡Oh, no! ¿Un año entero? — murmuró la muchacha.
    —Estamos en 1957.

    Mais c'est ridicule, ça!. Se sentó bruscamente y hurgó en su bolso.

    —Mire, mire.

    Sacó un paquete de cigarrillos ingleses, un billete de autobús, de tres peniques, un bloc de sellos de correo con el busto de la Reina Isabel II y un par de cartas dirigidas a Mlle. Chantal Váreze, St. Peter's Hospital, London W 1. Con dedos temblorosos le indicó el matasellos: marzo 13, 1957.

    —¡Catorce de marzo!, esto fue ayer, ¡no hoy! — insistió.
    —¿Qué es lo último que usted recuerda antes de encontrarse aquí? — preguntó Red.
    —Yo salía de mi turno de noche. Era alrededor de... las 7 treinta. Hacía muchísimo frío. Había mucha neblina, no lo suficientemente espesa como para llamarla niebla. Las calles estaban muy solitarias. Pero era catorce de marzo, estoy segura.

    Red no quería creerla, aunque él había visto por sí mismo que ella había surgido de la nada en una carretera desnuda y fría...

    —Usted dice que eran las siete treinta de la mañana del catorce de marzo; esto ocurría conforme el Meridiano de Greenwich. Contando según la zona horaria del Pacífico, todavía tenemos para ocho horas.

    »Ahora son alrededor de las cinco de la tarde, del catorce de marzo. Esto es lo que hay de cierto.

    Ella lo miró con ojos horrorizados esperando que continuara y consciente del mal humor que escondían sus palabras, él lo hizo.

    —De hecho -terminó deliberadamente-, parece que usted haya cubierto diez mil kilómetros en menos de nada.


    II


    —Flota de defensa (coordinadas 406513934) al habla: Dos conductores enemigos descubiertos y destruido sujeto con cuarenta y uno de pérdidas. Pedimos refuerzos.

    —Equipo del Ancora al habla, señal de emergencia de tres discos rojos: Este nos lleva una ventaja de cuatro años y ¡ya veremos lo que vendrá!
    —Central: para todas las unidades, señal de emergencia de tres discos rojos: Prepárense para una violenta oleada temporal.


    Magwareet se encontraba en el espacio, a menos de mil kilómetros de distancia de la cadena de luces que le indicaban la posición de su equipo del Ancora, cuando estalló la oleada temporal.

    Fue espectacular, aunque en realidad no había «nada» que ver. Las luces del equipo del Ancora habían desaparecido repentinamente. Eso era todo.

    Solamente lanzó a Magwareet dentro de una acción instantánea, y no de pánico, pues estaba controlado, pero fortuita a pesar de su violencia. De un manotazo abrió su mapa del tiempo para asegurarse de que era el equipo del Ancora y no él quien había sido golpeado; abrió la palanca, controlando su pantalla defensiva y retrocediendo su marcha con un soplo estremecedor hasta la unidad de control.

    Tiempo habría después para asustarse.

    Cuando pocos segundos después, volvió en sí, se encontró soltando juramentos, maldiciendo el tiempo perdido. Sesenta hombres habían estado en aquel equipo del Ancora: cada uno de ellos brillantes especialistas y extraordinariamente preparados. Ahora, se encontraban, por así decirlo, esparcidos a través de la historia para volver tal vez a cubrir todo el espacio, y luchar por regresar y aún traer noticias de otro punto dentro de la oleada temporal.

    Intentó convencerse de que en realidad no valía la pena de luchar contra el Universo.

    Recuperando de nuevo la voz habló por el comunicador, preguntando por Artesha Wong. Al momento pudo oír la voz dura y familiar.

    —¿Has seguido la pista de ése? — preguntó, recibiendo como respuesta otra pregunta.
    —¿Han partido realmente?

    Recordó entonces que Burma iba con ese equipo, y una furia terrible le invadió. Pobre Artesha, esas dos personas que tanto significaban una para la otra, y que fueron separadas por una violenta insensatez, ¡era vergonzoso! Respondió con toda la calma posible.

    —Sí, me temo que sí, yo les vi partir. Lo siento Artesha, pero al menos, entre todos ellos Burma es el más indicado para conseguir regresar. Lo conseguirá aunque para ello tenga que forzar al Being.
    —No puedes forzar a una criatura enloquecida por la pena -dijo Artesha-. Tendré una nave preparada para recogerte en pocos momentos.

    Desconectó el comunicador. Magwareet cerró los ojos con un gesto de culpa. Era maravilloso poder descansar en la última suavidad del espacio.

    Generalmente no había tiempo para descansar.

    «No suficiente», las palabras ardían en su cerebro. Nunca había tiempo suficiente para descansar o espacio para moverse. Lo más irónico es que de nada había lo suficiente para usar hasta el máximo el potencial de la raza humana.

    Se volvió lentamente hacia las estrellas. Levantó su cabeza para mirarlas, preguntándose cuál de ellas, si es que había algunas, brilló como señal sobre el encarnizado enemigo.

    —¿Te das cuenta de que nos estás destrozando? — murmuró sin dirigirse hacia ninguna parte-. ¿Sabes qué nos estás hundiendo?, y no eres tú solo, ¡maldición! Si fueras tú solo te haríamos frente, arrasaríamos el cielo contigo, jugándonos nuestra existencia a una carta. Ahora intentamos transportar una tonelada de carga y pelear al mismo tiempo. Hacemos cuanto podemos, pero no basta.
    —¿Dónde habías sido lanzado, Burma? — se preguntó-. ¿Se habrá encontrado solo, quizás herido, más allá de Pluton, en la inmensidad del espacio? ¿Fue a caso envuelto por una corriente moviéndose en oleada, que logró atravesar el Sistema Solar y mil o un millón de años a través del tiempo?

    Entonces murmuró dirigiéndose al Being:

    —¿Te han traído ellos? ¿Eres un arma del Enemigo?

    Estaba presente por todo el Sistema Solar, aunque para él era sólo como una película oleajinosa entre los glóbulos de la sangre, dotado de tres dimensiones y temporalidad muy corta.

    Pero el Being era enorme respecto al tiempo. Tenía exacta y literalmente cuatro dimensiones. Era capaz de sentir dolor. Cada vez que la flota defensiva utilizaba energía para destruir a un invasor, el Being sufría. Algunas veces, cuando los equipos del Ancora intentaban desesperadamente encontrar la forma de reparar sus averías, volviéndolo para ver de dónde venía la falta y controlar su alteración, el problema era doble.

    Magwareet presintió que había estado buscando durante toda su vida la solución al problema y estaba infinitamente cansado. Pero sabía que no podía descansar, nadie se atrevía a descansar, porque se hubiera extinguido la raza humana.

    De nuevo conectó su comunicador, al darse cuenta a través de sus detectores de que una masa se aproximaba.

    —¿Fueron destruidos los invasores que ocuparon la ciudad de Lyrae 129? No oí lo que sucedió.
    —Sí, eran los mismos -le informó Artesha-. Ellos han perdido la ciudad, pero resistiendo mucho. Quienquiera que fuese el piloto, era al parecer brillantísimo. Como si hubiera nacido para ser coordinador.
    —¿Estoy a punto de llegar a la ciudad? — preguntó Magwareet.
    —Sí, esta es -contestó Artesha-. Tu nave se acerca, Magwareet, te veré aquí en la Central.

    Magwareet se volvió y vio algo parecido a las luces de una nave que se acercaba desde Epica. El piloto, afirmado en su control compuesto de imanes, y con su traje del espacio, trazó una línea y regresó al camino por el que había venido, antes de que Magwareet alcanzara a protegerse.

    Se detuvo allí por unos momentos antes de caer otra vez en la rutina de la coordinación. Uno de los focos elegidos que formaban un último telento para los esfuerzos concertados de la raza entera. Intentó usar de ellos para continuar su breve descanso, pero fue inútil. También era inútil revelarse por un coordinador; aceptaba y cumplía su trabajo de la única forma posible, haciéndolo bien.

    Miró hacia su detector más próximo y dijo airado:

    ¡Artesha, es la ciudad de Lyrae 129! ¡Hay algo que no marcha bien en su masa!

    Hubo un momento de silencio, esperó. Entonces Arteshe respondió un poco alarmada:

    —¡Lleva prolongación! Vantchuk, ponte en contacto con ellos.

    Conteniendo sus nervios, Magwareet escuchó. A esa distancia era completamente inútil obtener detalles de la ciudad flotante, aunque podía distinguir algo; era amarilla, y desde ella ni debía ser visible ninguna estrella o planeta. Era una de las complejas telarañas de los resonantes soles de las naves del espacio; sabía de memoria su forma. La voz de Vantchuk le interrumpió en sus meditaciones.

    —No hay respuesta, Artesha. Algo debe ir mal.
    —Gira hacia ella -ordenó Magwareet a su piloto.

    Las estrellas brillaban amontonadas. En el comunicador seguían oyéndose voces ansiosas.

    —Giran igual que una peonza. No hay respuesta alguna. El cerco de la ciudad debe tener más de diez gravedades y está fuera de control.
    —¡Magwareet! — dijo Artesha en voz baja.
    —Destruye primero esa prolongación -ordenó Magwareet-. Su población alcanza los cuatro millones. Necesitaremos doscientas naves-hospitales.

    Automáticamente enumeró las provisiones que iban a necesitar y el orden en que las irían utilizando.

    En la Central, sus órdenes eran interpretadas estrictamente, el avituallamiento fue cargado; había hombres que tomaban nota, un computador sugirió registrar dos veces las proposiciones de Magwareet, pero probablemente no sería necesario.

    Era ya visible la vertiginosa rotación de la ciudad, cuando Magwareet ordenó a su piloto que aumentara la velocidad.

    Iba apareciendo una nueva posibilidad, mientras observaba las naves de rescate alineadas muy cerca, y de nuevo llamó a Artesha.

    —¿No dijiste que el piloto evitó a esos invasores? Y no existe ningún informe sobre el accidente, ¿no es cierto? Un hombre eficiente no deja pasar estas cosas sin controlarlas.
    —¿Qué es lo que deseas, Magwareet? — dijo Artesha con voz apagada.
    —Creo que deberías retirar un momento las naves de rescate, deseo un equipo de cincuenta hombres armados que vengan conmigo para rescatar esas naves.

    No discutieron su decisión. Había hombres esperando en la compuerta más cercana de la ciudad.

    —Inassul, señor -se presentó el jefe del destacamento.
    —Bien, Inassul, vamos a echar una ojeada.

    Pasada la compuerta, Magwareet salió a una pequeña plataforma e hizo un esfuerzo para acostumbrarse a la altura, después miró a su alrededor.

    La ciudad, desde otra estrella, era fantástica. Crecía igual que una hermosa selva helechosa, con sus brillantes construcciones sintéticas y altos edificios que nada tenían en común con la arquitectura terrestre. Evidentemente la gravedad no había impedido jamás que este pueblo construyera sus edificios sin interrupción.

    Habían creado toda la ciudad desde su base; la habían cerrado con una cubierta de plástico y le habían comunicado una dirección interestelar. La habían sobrecargado en cuatro millones de personas de las cuales, tal vez un millón podía ser útil. Habían disminuido miles de horas humanas y enorme energía transportando sus defensas donde pudieran ser de utilidad, y en ese momento se esperaba un desastre.

    En todas partes la belleza simétrica estaba surcada por feas cicatrices mostrando dónde los generadores conducían al límite, habían caído al soportar la fuerza de rotación. Arcadas y paredes habíanse derrumbado, no hacia lo que había sido el suelo, sino hacia afuera.

    —¿Qué desastre era aquél? El equipo de hombres armados se movía con aprensión, vacilando un poco. Inassul se dirigió a lo largo de la ancha carretera en dirección a la puerta, con el ánimo dispuesto a afrontar cualquier cosa, empujó la puerta de una casa cercana y se metió dentro.

    Momentos después reapareció. Su voz temblaba al hablar con Magwareet.

    —Están esparcidos por los paredes.

    Magwareet observó que su manopla derecha, con la que debía haberse sostenido, estaba roja y húmeda.

    —¿Llamo al equipo de rescate? — continuó Inassul.
    —¡No! — cortó Magwareet-. No debemos arriesgar más personal del que disponemos hasta que sepamos lo sucedido realmente. Sígueme.

    Su orden iba dirigida también al resto de los equipos esparcidos por la ciudad. Se dirigieron todos a la Central de Control en el centro de la ciudad, y allí les dio órdenes.

    Dentro de la sala de control, de diez metros de largo, se encontraban hombres y mujeres muertos, esparcidos por la habitación, unos en sus puestos de mando y otros por el techo y las paredes.

    Un gigantesco agujero aparecía en la pared maestra en la parte opuesta a la entrada usada por Magwareet.

    —¿Por qué está muerta esta gente? — estalló-. Nos encontramos en el centro de la ciudad. Posiblemente toda la aceleración se concentrara aquí.
    —Un enemigo muerto... -empezó a decir Inassul.
    —Utiliza la cabeza. ¿Cómo pudo entrar sin antes romper la cubierta de plástico perdiéndose el aire de la ciudad? ¡Y mira esto!

    Alargando el brazo señaló la abertura de la pared que estaba junto a él. Alguien llamó.

    —He visto algunas calzadas abiertas cuando veníamos hacia aquí. No lejos de aquí hay otras paredes abiertas como ésta.
    —Eso es -dijo Magwareet-. Algo mató a esa gente deliberadamente, los destrozó y los lanzó despedidos.

    Sus palabras se perdieron en un extraño silencio. Terminó:

    —Puede que se encuentre todavía en la ciudad.


    III


    Red dejó transcurrir un momento de calma; duró sólo unos segundos. Después de éstos su razón todavía le insistió en que todo ello era estúpido y comenzó a tener la sensación de que una aparición salvaje irrumpiría en su vida destruyéndola.

    Pero, a pesar de todo, no lograba convencerse de lo que veía.

    —He oído hablar acerca de estas cosas -dijo Chantal lentamente-, pero nunca he creído en ellas. Usted las califica de fantasmagóricas, porque nunca espera verse metido en ellas.
    —Tiene razón -dijo Red con vehemencia-, y además, nunca lo aceptaré hasta que pueda comprobarlo por mí mismo. No obstante, debe existir alguna explicación. ¿Y de él? — señalando al muchacho del brazo roto-. ¿Qué puede usted explicarme?
    —Debe haber sido atropellado por un coche -respondió Chantal.
    —Imposible, ningún coche suele pasar por aquí. Unicamente pasa por aquí la camioneta que lleva las provisiones y el correo a los hombres del aserradero de Firhill Point, y a excepción de ella nadie más cruza este camino. Además, yo estaba en el jardín, mirando los alrededores cuando ustedes aparecieron en medio del camino.

    «No me importa como fue», pensó, lo único que desearía es que no hubiera ocurrido.

    Súbitamente se apercibió de que la cuidadosa defensa con que se había rodeado se estaba hundiendo. Si su aislamiento era interrumpido por esta fantástica intrusión ya nunca más se sentiría seguro.

    Inició un movimiento y las articulaciones de su pierna ortopédica emitieron su acostumbrado sonido.

    —¡Demonios! — gritó Red, y Chantal abrió desmesuradamente los ojos-. De acuerdo, no es culpa suya.

    Chantal volvió la cara hacia él y dijo:

    —¿Qué es lo que no es mi culpa? Cómo supondrá no ha sido deseo mío que esto ocurriera. No sé cómo ni por qué medios vine aquí, pero daría cualquier cosa por regresar a Londres.

    Se miraron fijamente, mientras sus rostros demostraban una tensión cada vez más creciente. De repente, sé oyó en la habitación vecina algo así como un sollozo. Tras un leve titubeo Chantal se dirigió rápidamente hacia la puerta y entró en la habitación del herido. Red la siguió y encontraron al hombre que se estaba retorciendo en la cama.

    —¿Tiene usted un termómetro? — preguntó Red en voz baja.

    Chantal afirmó.

    —No sé a qué puede ser debido; parecía perfectamente bien cuando lo dejé.

    El hombre empezó a murmurar algo; parecía la estrofa de una canción llena de extraños acordes. Su voz daba la impresión de estar recorriendo los tonos de la escala musical.

    Red cogió de nuevo el mono esperando esta vez poder averiguar algo de aquel hombre, pero lo único que encontró fue el pesado cilindro de metal que ya conocía.

    Al cabo de un rato los movimientos del hombre cesaron y su cuerpo fue invadido por una extraña laxitud; parecía como si intentara reunir fuerzas para dominarse. Con los ojos todavía cerrados, humedeció sus labios y dijo algo en tono musical e interrogativo.

    —¿Qué querrá decir? — preguntó Chantal angustiada.

    A esas palabras los párpados del hombre se entreabrieron. Hizo un leve movimiento de cabeza y sus ojos, sin expresión alguna, quedaron fijos en ellos. Luego los dirigió hacia un tapiz indio que colgaba de la pared y de nuevo los cerró.

    —¿Hablan ustedes español? — respondió con voz aguda.
    —No, hablamos inglés -respondió Red lentamente.

    El hombre pronunció una palabra de cuatro letras que pareció sorprenderle a él mismo e hizo que Chantal volviera la cabeza esbozando una sonrisa.

    —Nunca me había sucedido, que cosa más rara -dijo el hombre.

    Intentó incorporarse y se dio cuenta de que su brazo estaba herido. Esto le desconcertó todavía más y la dirigió una mirada suplicante.

    —¿Está roto? ¿Me han puesto férulas para curarlo?

    «Esto es cada vez más extraño. Antes no ha sabido usar la palabra adecuada, cosa que cualquier extranjero conoce y, en cambio pronuncia férulas», pensó Red.

    Chantal hizo un gesto afirmativo con la cabeza, mientras intentaba conseguir que se echara de nuevo. Pero el hombre seguía firme con el mismo propósito.

    —¡Díganme! ¡Díganme «cuándo» estoy!
    —Descanse -dijo Chantal confortándole-. En seguida se repondrá; ha sido herido.

    Fue entonces cuando en su mente se patentizó el error de su pregunta.

    —No, ¿dónde estoy?

    En lugar de «¿cuándo estoy?»

    Red sintió que las últimas murallas que le protegían se venían abajo; su aislamiento, conseguido con tanto esfuerzo, iba a destruirse. Se encontraba desamparado frente al mundo y el sonido de su pierna metálica le delataba.

    —Estamos en 1957 -dijo Red, y su cuerpo empezó repentinamente a temblar sobrecogido por el terror.
    —He llegado más lejos que nadie -dijo el desconocido-. Me siento enfermo. Yo no soy inmune a las enfermedades de la Era en que ustedes viven. Por favor, señorita, ¿tiene usted alguna enfermedad contagiosa?

    Chantal mirándole negó con la cabeza.

    —Creo que nosotros estamos completamente sanos.

    El hombre se puso la mano sobre el pecho como para comprobar sus latidos. Entonces se dio cuenta de que no llevaba el mono y de nuevo, con un violento esfuerzo intentó incorporarse.

    —¿Lo he perdido? ¿No llevaba nada más encima?

    Chantal alcanzó la prenda al desconocido y dejó que éste buscara en sus bolsillos. Terminada la inspección dejó la prenda y movió su cabeza apesadumbrado.

    —De modo que lo he perdido, y lo peor es que ellos no lo sabrán.
    —¿Quiere usted esto? — dijo Red secamente, mientras le tendía el pesado cilindro de metal.

    Al verlo el hombre pareció tranquilizarse.

    —Sí, esto es. Por favor, colóquelo sobre mi cabeza, sujetándolo por los extremos y haga girar éstos en sentido contrario. Es muy importante para mí.

    Red vaciló, pero Chantal le suplicó con los ojos. Sintiéndose torpe, Red extendió sus brazos e hizo lo que el hombre le pedía. El duro metal parecía no ofrecer resistencia y, de repente empezó a crecer. Con un juramento, Red lo soltó lleno de asombro, pero el objeto no cayó y permaneció en el aire desafiando todas las leyes de la gravedad. Continuó alargándose hasta alcanzar unos quince centímetros de longitud, entonces paró de crecer y empezó a arder.

    Instantes después toda la habitación estaba iluminada por unos rayos verdes que provenían, según parecía, de la sustancia del cilindro.

    Chantal pareció volver en sí.

    —Pero, ¿qué es esto? — su voz era igual que un quejido.

    El hombre, que recubierto también de una extraña luminosidad parecía estudiar atentamente los cambios de la luz, le respondió:

    —Flota porque, por decirlo así, no está del todo aquí. Existe como una antigua costumbre que pervive en ambos mundos a través de miles de años. — Su voz era ya más segura y su inglés mucho más correcto-. Ustedes no pueden entender cómo ni de qué manera -añadió.
    —¿Cómo es que se hizo tan grande? — preguntó Red.
    —Estaba comprimido -el hombre remarcaba estas palabras-. En realidad no es como aparenta: no es sólido, está casi vacío. Lo importante de este mapa es que une...
    —¿Quiere usted decir que los átomos estaban comprimidos? — Le molestaba que aquel hombre pudiera creer que no comprendía lo que quería decir.

    Inseguro, el hombre apartó su mirada del cilindro.

    —Pero usted -empezó-, sabe más de lo que yo recordaba en este momento.
    —Lo que nosotros queremos saber es quién es usted y de dónde viene -dijo Red ásperamente-, y además, ¿por qué?

    El hombre cerró pesadamente los ojos.

    —Usted no podría pronunciar mi nombre. Su lenguaje carece de estos sonidos. Pueden llamarme Burma, que es donde yo nací, al igual que pueden llamar a alguien Frenchie o Texas.

    Alzando la mirada preguntó a su vez:

    —¿Y, quién es usted?
    —Red Hawkiens -dijo bruscamente y molesto por la osadía del desconocido.

    Chantal también dijo su nombre en respuesta a una persistente mirada.

    —Entonces, Red, por favor, coja de nuevo el mapa y ponga sus dedos sobre las zonas verdes.

    Red retrocedió y dijo:

    —Ya tengo bastante de todas estas idioteces.

    Burma suspiró.

    —Pobre hombre, usted no puede comprenderlo. — Y, apretando los dientes intentó levantar su brazo roto hacia el cilindro, pero la debilidad y el dolor lo atenazaron. Su impotencia le dejó abatido por unos momentos, pero seguidamente dijo-: Red Hawkiens, haga lo que le ordeno.

    Con sorpresa, Red se encontró poniendo sus manos sobre las zonas verdes del cilindro que brillaba ya de un modo tenue. Luchó consigo mismo por no hacer lo que le mandaban, pero todo fue inútil y después de hecho, cuando sus brazos colgaban junto a su cuerpo, sus dientes castañeteaban de rabia.

    —Casi lo ha logrado, casi -dijo Burma, y con determinación añadió-: Haga lo que le digo.

    Esta vez Red no pudo detenerse.

    Instantes después sus mentes fueron invadidas por una extraña confusión que les impedía pensar, únicamente había en ellas una sensación de desarrollo lento del tiempo, como si se encontraran sumergidos en un total silencio y en una total oscuridad, y más allá de ellos sólo la existencia del Being.

    Repentinamente Red notó que sus pies perdían contacto con la tierra y se elevaba. Una extraña luz amarilla proveniente del cielo les rodeó.


    Se encontraron en una colina entre desnudas piedras negras. A pocos pasos de Red yacía Burma, parecía que al caer hubiera perdido el sentido. Detrás de él Chantal se movía con dificultad, como si estuviera herida.

    Red, volviéndose hacia Burma, dijo:

    —¡Maldito hombre! ¡En qué lío nos ha metido! ¿Está satisfecho con lo que ha hecho? ¡Mire a esta pobre mujer!

    Burma permanecía con los ojos cerrados. Con su mano sana colocó el cilindro, comprimiéndolo, en su posición normal. Parecía muy enfermo.

    —No deben perder tiempo -musitó-. A pocos kilómetros de aquí encontrarán unos hombres trabajando. Vayan y tráiganlos aquí.

    Red cerró su puño y adelantó su cuerpo con intención de golpear el rostro de Burma.

    —¡Pare su odioso balbuceo! ¿Dónde estamos?
    —Ustedes están en mi tiempo -dijo Burma con firmeza-. Han vivido en un segundo tres mil años. Por favor, Red, dese prisa; no tengo ninguna defensa contra la enfermedad que cogí en su Era y necesito ayuda.
    —Devuélvanos a nuestro mundo -dijo Red pacientemente-. Usted no me concierne para nada. Ocúpese por sí mismo de su maldito asunto.

    Chantal se aproximó a ellos muy pálida y abatida. De un pequeño corte que tenía en la sien manaba un hilillo de sangre. Habló pausadamente.

    —Red, Burma está muy enfermo y necesita ayuda, no podemos dejar de dársela.
    —¡Maldito sea usted y todo esto! ¿Por qué no lo preguntó antes? No sé cómo pudo obligarme a hacer lo que no quería, pero estoy dispuesto a que no se repita de nuevo. Yo no pedí que me trajera aquí y no quiero permanecer ni un minuto más.

    »Si usted está tan interesada en ayudarle, ¡hágalo sola!

    —No creo que pueda -dijo Chantal-. Pero, lo intentaré si me lo pide.

    Se llevó la mano a la cabeza y vio que estaba manchada de sangre. La miró con sorpresa.

    —Red -dijo Burma quedamente-, yo puedo obligarle a que lo haga haciendo lo mismo que antes, pero no me gusta. Comprenda, yo soy muy importante para la raza humana.
    —¡Y yo no, supongo! — explotó Red.
    —¡Oh, Red! — dijo Chantal suplicante, y volviéndose a Burma preguntó-: ¿Están muy lejos sus amigos?
    —A unos dos kilómetros -dijo Burma débilmente-. No es muy lejos, pero no creo que usted pueda llegar, está herida.
    —¡Herida! ¡Dios mío! — dijo Red con furia-. ¡Y dos kilómetros para mí no es nada!, ¿verdad? ¡Miren, miren eso!

    Hizo un violento movimiento y les mostró su pierna ortopédica. El metal brilló al entrar en contacto con los rayos del sol.

    Chantal enmudeció y Burma, entrecerrando los ojos para protegerlos del brillo que expedía la pierna, quedó mirándola largo rato.

    —Lo siento, Red -dijo casi sin fuerza-, no podía suponerlo. Pero estoy muy enfermo y no tengo fuerzas para rectificar lo que he hecho. Prometo, no obstante, si es que ustedes continúan deseándolo, devolverles a su siglo en cuanto esté restablecido.

    Abrió de nuevo totalmente los ojos y miró a Red.

    —Usted no puede comprender totalmente la importancia de lo que está sucediendo, pero les aseguro que debo tener ayuda si es que queremos evitar una gran catástrofe. Estoy en sus manos, pero no quiero pedirles que vayan.

    Mientras Red se detuvo dudando y mostrando su contrariedad un increíble destello de luz, que hizo que el sol ensombreciera, cruzó el espacio, y al momento se oyó un ruido ensordecedor, al igual que si estallaran miles de truenos.

    —¿Qué pasa? — preguntó Red.

    Burma lo miró fijamente.

    —Estamos perdiendo una guerra -dijo-. La raza humana está perdiendo una batalla...


    IV


    Magwareet miró la cara de los hombres de su equipo y en todas ellas el temor estaba reflejado. Algunos, por hacer algo, se dirigieron a comprobar el estado de las planchas metálicas que recubrían el interior de la nave del espacio.

    —¿Qué puede haber sido? — dijo Inassul.
    —No sé. ¿Está el equipo de comunicación en orden?

    Un hombre alto que se encontraba cerca echó una ojeada a los mandos y dio vuelta a alguna de las clavijas. El sonido del aparato invadió la habitación.

    —Funciona -dijo.

    Magwareet, volviéndose, apretó el botón de llamada para avisar a Artesha.

    —¿Tenemos algún biólogo experto en Lyraes 129? — preguntó.
    —Lo buscaré. ¿Para qué lo quieres?

    Magwareet explicó brevemente:

    —Tenemos que salir de aquí antes de arriesgar a toda la escuadrilla.
    —¡Magwareet! — dijo Artesha ásperamente-. ¿No estarás pensando en ir detrás de él?
    —No seas tonta, Artesha. Si no tenemos punto alguno de referencia necesitamos por fuerza un coordinador dirigente que guíe la investigación.

    Intentaba negarse a sí mismo que la razón de todo esto era un deseo de acción y poder ver por sí mismo el resultado.

    Artesha continuó oponiéndose, y cuando su voz dejó de oírse se reflejó en la cara de los hombres un espíritu de ansiedad.

    El chirrido del comunicador continuaba oyéndose. Esperaron. Inassul se dirigió al otro extremo de la cabina para mirar a través de la ventanilla que había en la pared.

    —No tendremos que ir detrás de él; viene a buscarnos... -dijo Magwareet.

    Retrocedieron para coger las armas. Alguien dijo algo cuando la expectación estaba creciendo ya de un modo intolerable, y al momento se oyó un cambio en el chirrido del aparato comunicador.

    —¡Estaba aquí!

    En aquel momento algo gigantesco y poderoso se estrelló contra la pared, haciendo que las planchas del techo se desprendieran y cayeran al suelo enredándose con unas alambradas. Un hombre gritó revolcándose en el suelo: tenía un corte en la sien. Sin saber cómo apareció ante ellos un extraño ser de un azul resplandeciente. Al mismo tiempo el silbido de un arma y una ráfaga de energía penetraron por la ventanilla a través de la que antes estaba mirando Inassul.

    Cuando se recobraron de la impresión un desagradable hedor llenó la habitación, era igual que si algo se estuviera pudriendo. La bestia se retorció agónicamente pero, con un movimiento inesperado, se incorporó y salió internándose por entre los maderos de una construcción cercana.

    —Lo he herido -gritó el hombre que había disparado.

    Magwareet entró en acción.

    —¡Tenerlo puede ser nefasto! ¡Está herido y se ha vuelto salvaje! Debemos ir detrás de él para evitar que cause daños. ¡Inassul, avisa al centro de lo que está pasando y el resto seguidme!

    Todos salieron en su busca.

    «¿Qué clase de bestia será esta?, se encontró Magwareet pensando. Era increíblemente gigantesca y fuerte. Quizá lo arrastramos desde los subterráneos de la ciudad y permaneció en la avioneta aturdido por la tensión de nuestro vuelo interestelar.»

    —Es probable que esté buscando su guarida -dijo para animar a sus compañeros-. No puede estar muy lejos.
    —Hemos pasado una zona donde la tierra parece haber sido removida de hace poco -apuntó alguien que estaba cerca de él-. Yo creo que puede haber salido muy bien de debajo de ella.
    —No creo que lo hayan traído del zoológico -dijo Magwareet con ironía-. ¿Está muy lejos de aquí eso que dices?
    —Cerca de medio kilómetro -respondió el hombre.

    En pocos minutos se encontraron en las cercanías de un lugar donde habían sido amontonados una pila de materiales que podían ser útiles en el sistema solar.

    Habían dado con los rastros de la bestia. Su pisada era de unos treinta centímetros de largo. Cuando ya llevaban un rato caminando encontraron en medio de una senda un hoyo que penetraba profundamente en la tierra. A su alrededor se veía la arena removida desde hacía muy poco. De su boca salía el mismo hedor de putrefacción que ya conocían.

    —Mira haber si por aquí hay construcciones subterráneas -gritó Magwareet.

    Los hombres empezaron a investigar. La suerte les acompañaba; se encontraban en una unidad ecológica colocada sobre una base de hormigón, pero no podían saber si la bestia sería lo suficientemente o no para destruirla.

    Al cabo de un rato los hombres volvieron e informaron que había un subsuelo vallado que se extendía sólo hasta la pesada capa de arcilla, a unos veinticinco metros debajo de ellos.

    Al pasar frente a una enorme pila de materiales, uno de los hombres cogió un detector subsónico. Lo manejó con habilidad y volviéndose dejó salir del generador un chorro de vibraciones que penetraron en la tierra. Con un sorprendente tono de voz dijo:

    —¡La tierra está minada de túneles! Observad, aquí puede percibirse cómo el sonido choca con las paredes. Este agujero conduce a un laberinto.

    Antes de decidir nada, Magwareet meditó sobre si el resultado de la aventura -es decir, seguir a la bestia hasta su madriguera- superaba el riesgo de esperar a que ésta se recobrase y volviera de nuevo al ataque. Sólo había una solución y la tomó.

    —Dispersaos por el lugar -gritó esperando que la bestia no saliera de su madriguera y apareciese por alguna otra parte.

    Sin embargo, era estúpido que se propusiera guardar toda la unidad ecológica con los pocos hombres que tenía.

    —No obstante, quiero algunos voluntarios para venir conmigo y ver si logramos alcanzarlo.

    Algunos hombres se adelantaron excitados, pero Magwareet escogió sólo a aquél que había sido lo suficiente observador como para darse cuenta de que el detector subsónico podía serles útil. Le preguntó su nombre y resultó llamarse Tiffara.

    —Bien, Tiffara, esto es un tanto arriesgado, pero hay que hacerlo. Si logramos hacer salir a la bestia -añadió dirigiéndose a los otros- matadla al momento y avisadme en seguida. Bueno, Tiffara, ¿vamos?

    Descendieron por la enorme madriguera y empezaron a andar cautelosamente.

    El camino era difícil y el hedor irresistible. Al poco Magwareet cerró el casco y abrió la llave de paso de su depósito de oxígeno.

    —Creo que la bestia debe estar sangrando -dijo Tiffara al rato-. Mire, el suelo está cubierto de manchas viscosas; por esto está tan resbaladizo.
    —Magnífico -afirmó Magwareet-, esto le debilitará. Espero que no haya ido demasiado lejos... Esta debe ser la única salida a la superficie. Supongo que debió quedar aterrado cuando nuestro aparato interestelar comenzó a funcionar.

    Estaban a unos ocho metros de la superficie cuando se encontraron frente a la primera bifurcación del camino. Buscaron las señales viscosas que pudieran orientarles y las encontraron sólo por uno de los dos túneles; siguieron por éste.

    —Cada vez sangra menos -dijo Magwareet-. Espero que no desaparezcan repentinamente.

    Pero las manchas eran cada vez más espaciadas, la distancia entre algunas de ellas era de cinco o seis metros. La siguiente vez que el camino se bifurcó no encontraron ninguna señal que les orientara.

    Iluminando con su linterna cada uno de los pasillos, Magwareet no pudo encontrar ningún rastro que le guiara.

    —Ve algunos metros por este pasillo -ordenó a Tiffara- mientras yo voy por el otro. Si encuentras alguna señal vuelve en seguida.

    Afirmando, Tiffara partió por donde se le indicaba.

    Magwareet siguió avanzando y a los diez metros el túnel descendió bruscamente. El techo iba haciéndose cada vez más bajo para terminar encontrándose con el suelo. Preocupado, enfocó con su lámpara las paredes para ver si había alguna salida.

    Un ruido de piedras y tierra se oyó a sus espaldas; acobardado se volvió para echar a correr temiendo que el techo se derrumbara.

    Por un instante el miedo lo paralizó. El paso del túnel se hallaba obstruido, no había salida; una superficie plana, húmeda y pizarrosa se retorcía a la luz de su lámpara.

    Inesperadamente se había encontrado con la bestia.

    Pero ésta no se movía, y cuando pasó los rayos de su lámpara por encima de su cuerpo vio que había una herida en uno de sus miembros. Se había caído en medio del túnel, y arrastrándose intentaba con sus últimas fuerzas bloquear la salida a Magwareet.

    Unicamente tenía un camino. Buscó su arma y conectó el control de Poder para una violenta acción. Mirando su vientre vio que estaba cubierto de sangre.

    Un grito que se oyó del otro lado le detuvo.

    —Magwareet, ¿está usted ahí?
    —Estoy aquí -respondió Magwareet-. Apártense, voy a quemar el camino.
    —¿Está muerto?
    —Si no lo está, lo estará pronto.

    No fue hasta entonces que comprendió que el que hablaba no era Tiffara.

    Alguien gritó en un tono de voz apasionado:

    —¡No dispares, Magwareet! ¡No dispares!
    —¿Por qué?
    —No dispares -insistió la voz.
    —¡Este no es un animal del Lyrae 129!
    —¿Quién es usted?
    —Soy Kepthin, un biólogo. Alguien me ha mandado llamar. Este no es un Lyrae 129, ¿no lo entiende usted?
    —¿Y qué tiene esto que ver? ¡Voy a estarme aquí toda la vida!
    —Lo sacaremos a usted en un momento.

    Entonces oyó un murmullo cuyo significado no comprendió. Encolerizado, Magwareet midió la pequeña área en que se hallaba, preguntándose qué es lo que sucedía. A la media hora su paciencia estaba ya agotada.

    Anduvo rápidamente hacia el cuerpo de la bestia y se apoyó en el pecho de ésta para comunicarse con la gente que podía oírse al otro lado cuando se apercibió de algo que antes no había notado.

    Lo que él antes había tomado por un germen Caparace del animal se había convertido en una gigantesca herida del miembro. A la luz de su lámpara pudo ver un resplandor metálico.

    Sorprendido, palpó la superficie del cuerpo. Sonaba hueco en algunas partes. Una fantástica sospecha invadió su mente.

    El ruido de unos arañazos en la tierra le cortó el hilo de sus pensamientos y, por encima del cuerpo del animal la pared se desgarró y vio aparecer una pala. Tan pronto como el agujero fue lo suficientemente grande como para que el cuerpo de Magwareet pasara, el operador se apartó para dejarle sitio.

    Al otro lado encontró a Inassul, Tiffara y a un pequeño hombre con ojos excitados, que supuso debía ser Kepthin, con un grupo de hombres todos ellos muy excitados.

    —Menos mal que está usted a salvo -dijo Tiffara-. Magwareet, usted no tiene idea de lo que ha pasado. Realmente es increíble.
    —Tan pronto como comprendí que este animal no era un Lyrae 129, mandé que el trabajo se suspendiera -interrumpió Kepthin-. Pero no podía sospechar lo que encontraríamos. Está vivo; al menos por lo que parece su corazón continúa funcionando. Pero nunca podíamos sospechar...
    —¿Sospechar qué? — digo Magwareet con un tono desabrido que contrastaba con el entusiasmo de Kepthin-. ¿Qué esta maldita bestia viste un traje de espacio, y que es probable que sea el primer ejemplar viviente del enemigo que entra en el sistema solar?
    —Bien, sí -dijo Kepthin apesadumbrado-, pero, ¿no es maravilloso?
    —No, es terrorífico. Si alguien ha logrado entrar en nuestro sistema, ¿qué impide que lo hagan otros? Nuestras defensas no son buenas, esto es una buena prueba de ello. ¡Vamos a encontrarnos repentinamente con millones de casos como estos!

    Magwareet estaba empapado de sudor.

    Entonces su comunicador empezó a funcionar y oyó la voz de Artesha.

    —¡Magwareet! ¿Han encontrado a Burma? ¡Lo consiguió!
    —Estoy muy contento -dijo Magwareet. «Pobre Artesha, pensó, habrá sufrido un infierno.»


    V


    Red no había intentado tal clase de paseo desde que perdió su pierna siendo todavía niño. En ese tiempo él había considerado un triunfo salvar por sí solo un desnivel de la calle y torcerse tan solo una pierna. Pero esto era diferente. El calor hacía que gruesas gotas de sudor resbalaran por sus mejillas. La dura arena penetraba en su zapato hiriendo su pie sano. Estaba terriblemente fatigado, y varias veces la irregularidad del terreno le había hecho caer, pero, no obstante, se levantaba y continuaba.

    Su miembro ortopédico comenzó a molestarle de un modo cada vez más insoportable. Después de haber andado casi dos kilómetros se detuvo para sacarlo y ajustarlo con su pañuelo; el descanso que le produjo duró sólo unos segundos, de nuevo empezó el dolor y apretó sus mandíbulas para resistirlo y poder continuar.

    Le parecía como si hubiera transcurrido una eternidad antes no dió con el valle donde estaban los hombres que Burma le había dicho.

    ¿Qué era aquello? ¿Una construcción? Mas no parecía exactamente esto. Tenía una apariencia simple, como si todo en ello fuera funcional y positivo, sin ninguna decoración. Cerca de él una inmensidad de máquinas deslumbrantes trabajaban muy silenciosamente. Estaban a su cuidado hombres que no parecían acusar el calor y la luz.

    Titubeando, empezó a descender la cuesta y se puso a gritar.

    Sus voces atrajeron al momento la atención de los hombres. Dos hombres que trabajaban no muy lejos interrumpieron su labor y le respondieron en el mismo e incomprensible lenguaje de Burma.

    —¡Auxilio! — gritó Red-. ¡Aquí, vengan aquí!

    Después de un momento de duda, uno de ellos se adelantó. Se puso a estudiar el traje de Red manifestando una clara sorpresa: recelaba.

    —¿Habla usted inglés? — preguntó Red.

    El hombre hizo un gesto afirmativo.

    —Un poco -dijo-. ¿Usted de alguna otra parte?
    —Vengo de 1957 -dijo Red sintiéndose repentinamente desamparado.
    —¿Usted entiende movimiento tiempo? — preguntó con sorpresa-. ¿Usted sabe cómo?
    —A tres kilómetros yendo por este camino hay un individuo llamado Burma. Es uno de los suyos. El me trajo aquí. Está enfermo, necesita ayuda.

    El otro agitó la cabeza con desánimo. Para entonces habían llamado ya la atención de los demás y la avioneta que evolucionaba por encima del valle observando los trabajos, se dirigió también hacia ellos tomando tierra.

    Al ruido de una puerta, apareció una fuerte mujer. Gritó dos cortas frases al compañero de Red, recibió respuesta y entonces miró a Red.

    —Sabe usted que ya no está en su Era? — dijo en un inglés fluido pero muy mal pronunciado-. ¿Cómo ha llegado?

    Red se sentó en una roca y le señaló el camino por donde había venido.

    —Pregunte a Burma, él se lo dirá. Le encontrarán a unos tres kilómetros de aquí.

    La mujer hizo un gesto afirmativo, habló otra vez en aquel raro lenguaje sin más, tomó la avioneta y marchó por el camino que le había indicado Red. Cuando desapareció ésta, Red se apercibió de que el hombre estaba detrás de él apuntándole con una escopeta.

    —¿Qué...? — empezó, pero un gran chorro de humo que salía del cañón le envolvió pegándose a su nariz y a sus ojos. Red gritó, pero antes de que tuviera tiempo de enfurecerse vio que el hombre dirigía el fusil hacia sí mismo y repetía la acción.
    —Es para desinfectar -explicó-. Usted de otro tiempo, tiene otro...

    Mientras el hombre buscaba la palabra, Red sintió que el aguijonazo desaparecía y con él, una serie de desconocidos dolores. Afirmó con la cabeza para demostrar que había entendido y se quedó preguntando qué increíble mezcla de medicamentos podía haber en ese fino chorro para obtener tales resultados.

    —¿Tiene usted un poco de agua? — preguntó haciendo el gesto de llevarse un vaso a la boca.

    El hombre afirmó y le dió un frasco que sacó del bolsillo de su mono. Al hacer el movimiento se estiró el tejido de su traje y quedó manifiesta la pequeña protuberancia de un cilindro.

    Red bebió con ansiedad y devolvió el frasco con una palabra de agradecimiento. Después de esto se sentó y contempló silenciosamente el trabajo del valle que marchaba rápidamente.

    La avioneta regresó y descendió con rápidos movimientos. Red solamente pudo ver que las personas desembarcaban, probablemente Burma con Chantal.

    La enorme mujer descendió también y se acercó a Red, mirándolo con interés.

    —Burma me ha contado lo sucedido -dijo-. Se lo agradecemos mucho. Trae información muy importante. ¿Quiere venir conmigo, por favor?

    Pesadamente, Red se levantó.

    «Burma me hizo una promesa -pensó-. Espero que la cumpla, y pronto». Se dio cuenta de que la mujer lo estaba estudiando con mucha curiosidad cuando penetró en la cabina de la avioneta. Esta no era más larga que los aviones del siglo xx, aunque pudo ver que no había controles, excepto una ardiente placa debajo del aeródromo. La mujer lo siguió.

    Sin ruido despegaron suavemente y volaron cruzando de nuevo el valle. Después de unos momentos de vuelo se encontraron ante una gran construcción de metal con forma redondeada.

    Aterrizaron y entraron en ella. El edificio medía unos treinta metros de ancho por unos ocho de alto. Una vez dentro, la puerta se cerró a sus espaldas y la mujer habló secamente con un hombre que estaba en pie junto a ella. Se internaron por un corredor y a unos pocos metros penetraron en una habitación donde encontraron a Chantal y a una muchacha de rostro tranquilo. Chantal parecía pálida y temerosa. Alguien había curado la herida de su sien y cubierto sus manos con una tela fina y transparente para proteger los cortes que en ella tenía.

    —Yo soy Maelor -dijo la muchacha desconocida. Y pronunció la segunda sílaba de su nombre con marcada entonación musical.
    —Ya sé que usted se llama Red, Burma me lo dijo. Por favor, Red, tenga la bondad de sentarse y póngase cómodo. ¡Usted cojea! ¿Está herido?

    Red afirmó levemente y la muchacha sacó una caja que parecía ser un equipo médico. Se arrodilló frente a él, que estaba sentado en una voluminosa butaca, e intentó sacar el zapato de su pie metálico.

    Red quiso detenerla echándose hacia atrás con evidente desagrado. «¡Caray! ¿Para qué me sirve ya ocultarlo ahora y en estas circunstancias?» Pero esto no era de su incumbencia; en un plazo de tiempo muy breve partirían y podría olvidarlo todo.

    La cara de la muchacha cambió de expresión cuando descubrió el miembro ortopédico, pero se recobró al momento y cuidadosamente subió la boca del pantalón para inspeccionar la pierna.

    Red notó algo reconfortante en su muñón que calmó el agudo dolor. Miró hacia Chantal.

    —¿Está usted bien? — le dijo.

    Ella afirmó y le hizo un suave guiño.

    —Red, tienen cosas maravillosas aquí -dijo-. Es difícil creer que verdaderamente hemos pasado tres mil años, sin embargo, las cosas que veo de que disponen me convencen.

    Red se sintió asustado. Todavía no se había preguntado seriamente el hecho a sí mismo, apenas lo había aceptado como algo hipotético.

    Se dirigió a Maelor, que estaba cerca, y le dijo:

    —¿Cuándo van a llevarnos ustedes a casa?

    Maelor titubeó de un modo extraño y dijo evadiendo la respuesta:

    —¿Está mejor ya su pierna?
    —Sí, gracias. Burma nos dijo que tan pronto como fuera posible, nos llevarían a casa -insistió-. ¿Cuándo será?
    —Quizá no tan pronto como Burma piensa -respondió Maelor evasivamente.

    Red adivinó en la voz cantarina de la muchacha un obstinado deseo de no tocar este tema.

    —Bien -dijo colocándose de nuevo la pierna artificial-. Creo que a Chantal y a mí nos va a venir bien dar un paseo y gozar un rato de este magnífico sol mientras esperamos. Después de todo -continuó con ironía-, no vamos a tener muchas veces unas vacaciones de verano en pleno invierno... ¿Vamos, Chantal?

    Chantal parecía abrumada. Levantándose afirmó con la cabeza y se acercó a él. Juntos se dirigieron hacia la puerta, pero Maelor se colocó ante ella.

    —Lo siento -dijo la muchacha-. Es imposible por el momento. Compréndalo.

    Entonces, adivinando una secreta rebelión en los ojos de Red puso su mano sobre un conmutador que había en la pared.

    —¿De modo que quiere pruebas, eh? Prepárese para un «shock».

    Parte de la pared se derribó. Le llevó a Red largo tiempo convencerse de que lo que había sucedido era cierto. Al principio sólo pudo percibir oscuridad; luego un rayo de luz se deslizó más allá de la ventana, hacia el espacio, y con él Red sintió que eran transportados al infinito.

    Suspiró y agarró a Chantal, que abrió la boca, pero no dijo nada.

    Volviéndose hacia Maelor, que permanecía impasible, dijo:

    —¿Hacia dónde nos lleva?
    —A la Central; está en el espacio. No estamos en la Tierra; no sé qué es lo que saben en su época del Universo.
    —Lo suficiente -replicó Red desabrido-. ¿Qué significa esto?
    —La Tierra no está muy segura. Estamos en guerra contra los hombres de otros espacios. Han atacado muchas veces la Tierra, creo que a estas horas ya habrá sido evacuada.

    El recuerdo del trueno y del enorme rayo de luz les vino a la memoria y les llenó de horror. Les disgustaba sentir miedo, pero no podían remediarlo.

    —Quiero ver a Burma -dijo-. «¡Valiente jugada nos ha hecho...!» ¡Traelo inmediatamente aquí! Quiero que nos dé algunas explicaciones. Ustedes no tienen derecho a intervenir de este modo en nuestras vidas. «Este conflicto puede hundirnos».
    —Burma está ocupado -empezó Maelor, pero Red, cortándola, dijo:
    —¡Tráiganlo aquí!

    Maelor hizo un pequeño signo. Apretó un interruptor que llevaba consigo y se apartaron de las estrellas. Red y Chantal sintieron un vacío en sus mentes. Entonces Maelor desapareció.

    —No se preocupe -le dijo Red a Chantal-, pronto le enseñaré yo a ese Burma quién soy.

    Mientras los minutos pasaban, se preguntó si al fin Burma aparecería. Después de una interminable espera, la puerta se abrió y Burma apareció en el umbral. Estaba muy pálido. Red se adelantó hacia él.

    —No quiero arriesgarme a permanecer mucho tiempo con ustedes, dispongo sólo de cinco minutos -dijo Burma llanamente-. Usted sacará más provecho si me deja hablar.

    Burma continuaba en el vacío.

    —Yo creo que no me di cuenta exacta del trabajo que supone devolverles a su tiempo. Escuche: cuando yo fui lanzado a 1957 conseguí ir a mil años lejos en el pasado, cosa que hasta ahora nadie había conseguido. Nosotros no disponemos del equipo ni del poder necesario para poder repetirlo. — Se detuvo como si estuviera exactamente sopesando la importancia de sus palabras, y terminó-: Nos llevaría un esfuerzo inmenso y aún así, no sé si seríamos capaces de conseguirlo.
    —¿Entonces, cómo pudo usted conseguirlo?

    Estas últimas palabras sobrecogieron a Red.

    —No lo hicimos nosotros. Pero, no puedo permanecer más aquí, Maelor dispone del tiempo necesario para explicárselo.
    —¿A dónde vamos? — preguntó Chantal.
    —No significará nada para usted si se lo digo. Vamos a la Central, que está más allá del sistema solar. Serán llevados a una mujer que se llama Artesha.

    Se volvió hacia Maelor y le dio órdenes en su propio lenguaje antes de abandonarles.

    —Lo siento -dijo con una triste sonrisa mientras se marchaba-. Nosotros estamos angustiosamente faltos de tiempo.
    —¿Quién es ese hombre? — dijo Chantal tan pronto como el individuo desapareció.
    —Es difícil explicárselo -empezó Maelor, pero Red la interrumpió:
    —No somos tan salvajes como para no comprender lo que nos expliquen -contestó Red ásperamente.
    —Lo sé. Bien, entonces les diré que él es un experto en recoger conocimientos acerca del movimiento de las cosas en el tiempo. Es el jefe del equipo del Áncora, el que intenta detener los temporales.
    —¿Y qué son éstos?

    Con dificultad intentó Maelor explicárselo. Gradualmente la imagen de su época les vino a la mente y con ella un sentido de realidad y de proximidad que les asustó. ¡La inmensidad del esfuerzo para conseguirlo!

    Pero después Maelor empezó a preguntarles a ellos y a observar las reacciones de Red.

    —Usted habla inglés y este idioma es común entre ustedes -dijo Red-. ¿No tienen ustedes alguna historia de nuestro tiempo?
    —Me parece que no -dijo Maelor-. Hubo una guerra, ¿comprende?

    Red y Chantal meditaban sobre todo lo que Maelor les había dicho.

    —Nuestra lengua se basa en el inglés -continuó Maelor-. Lo que pasa es que está más condensado y es más complejo, pero hablandolo despacio y pensando continuamente en lo que se va a decir la mayoría de nosotros podemos hacernos entender.
    —¿Después de tres mil años?
    —Ha habido una dilatación en el mundo de la comunicación un siglo después del tiempo en que ustedes vivían. Entonces cada uno podía oír, hablar a los demás, incluso a sus antepasados. Recuerde que el lenguaje cambia comparado con el de antes.
    —Esta guerra -dijo Chantal.

    Maelor afirmó con la cabeza.

    —No sé hasta dónde puedo contarles. No puedo dejarles averiguar algo que ustedes podrían usar a su regreso.

    Esta vez la referencia al regreso no exaltó demasiado a Red, pero, ¿qué lugar había para él y para la chica en un mundo como este?


    VI


    Cansado, sucio y hambriento, Magwareet se lanzó hacia la entrada de la ciudad. Los servicios de socorro se apartaban para dejarle paso, pero sin prestarle la más mínima atención; tal era lo convenido.

    «¿En qué clase de desórdenes está metida la humanidad?», pensó.

    Los tanques de oxígeno estaban aspirando el aire de un depósito de plástico al igual que enormes sanguijuelas. Antes de que Magwareet hubiera terminado de informar a Artesha de lo sucedido, los hombres empezaron a desmontar la ciudad convirtiéndola en un gigantesco escombro.

    Todavía suspendido en el aire, observó el trabajo de los hombres, preguntándose qué es lo que Burma tendría que explicar.

    Mientras, los hombres levantaron a pulso un enorme montón de vigas, lo ataron a la cola de una unidad de conducción y lo lanzaron al espacio. Magwareet, desabrochando el delantero de su traje, terminó de descender y fue hacia los hombres que efectuaban el traslado.

    —¿Para qué es todo esto? — preguntó.

    Los hombres se lo explicaron y Magwareet se ajustó de nuevo el traje dispuesto a tomar parte en la tarea.

    —¡Okey! Lo haré.

    Y sin otra palabra, montó en la unidad de conducción y apretó la palanca que la puso en marcha.

    Magwareet observó el esqueleto de la ciudad desaparecida. Nunca había volado con uno de esos cargamentos, pero tenía que hacer el viaje y no estaba dispuesto a perder más tiempo. Luego se lanzó fuera del cargamento y dejó que éste siguiera volando por espacio de días, meses o años y recorrió los últimos kilómetros que le separaban de la Central con su traje de Poder.

    No sabía exactamente dónde estaba, pero no importaba. Cada parte de la Central -establecida a través de miles de kilómetros y con miles de secciones- estaba exactamente a igual distancia que cualquier otra, y en todas ellas lo más importante era el tiempo.

    Atravesó la compuerta y se despojó de su vestido. Entró y encontró a Artesha.

    Por un momento se detuvo ante la calma e invariable expresión de ésta, pero al fin preguntó:

    —¿Qué hay acerca de ese Enemigo, Artesha?
    —Lo sabremos cuando Kepthin reúna todo su equipo. He tenido que mandar seis hombres del equipo del Ancora; la ocasión de dar con un fallo del Enemigo no se da siempre y vale la pena arriesgar más personal en un temporal.

    Hubo un ¡clic! que venía de la puerta por la que Magwareet había entrado antes. Este volvió la cabeza para recibir a los visitantes del pasado.

    Red no sabía qué es lo que esperaba ver cuando Burma le hizo pasar. Se encontró en una enorme habitación de unos cinco metros de ancho por diez de largo, igual que las que había visto muchas veces en su tiempo.

    «En la Tierra...», pensó.

    Apartó de su mente el agradable pensamiento y observó a Burma. Chantal esperó también a que fueran ellos los primeros que hablaran. La actitud de Burma cambió repentinamente y empezó a caminar con el aire de un amante que va a reunirse con su amada. Sin embargo, allí no había más que un hombre alto y desagradable vestido de azul.

    Red quedó estupefacto ante lo que veía, pero cuando Burma habló su asombro aumentó todavía más: no fue el hombre quien contestó, única persona, a excepción de ellos, que estaba en la habitación, sino una voz femenina que salía de entre ellos.

    Al poco, Burma se volvió hacia ellos sonriendo.

    —Quiero que ustedes conozcan a mis compañeros. Este es Magwareet, un excelente coordinador y director de trabajo. Será el supervisor de control en el nuevo proyecto de temporal.

    El hombre de azul inclinó levemente la cabeza.

    Red observó en él un aire de superioridad al contemplar a «esos bárbaros del pasado», que le molestó y contestó secamente:

    —Explíqueles que estaremos muy contentos si se dan prisa en arreglarnos las cosas.

    Magwareet preguntó algo a Burma en su propia lengua. La respuesta salió, como una interrupción, de la misma e inlocalizable voz. Burma afirmó como si recibiera una orden y continuó:

    —Y esta es Artesha.
    —¿Pero dónde está?

    Red miró a su alrededor y Chantal movió la cabeza llena de confusión.

    —Aquí -dijo Artesha-, alrededor de ustedes.
    —No es una máquina -dijo Magwareet con voz vibrante-. Artesha fue tan mal herida en un ataque del Enemigo que no pudimos reconstruir su cuerpo, pero como ella era muy importante para nosotros hicimos un registro de su pensamiento -nuestros conocimientos de la ciencia nos permiten poder hacer esto-. Después le dimos un hogar en el circuito de la Central y, ahora la dirige.

    Observó si Red había comprendido. Este antagonismo sin sentido tenía que ser vencido, pero la mente de Red daba muestras de una deformación tan real que le impedía el comprender lo que ellos le explicaban.

    —¿Funciona? — preguntó Artesha.
    —Creo que sí, pero no estoy seguro.

    El orgullo que se plasmaba en la cara de Burma había herido a Red íntimamente.

    —¿Y usted, Burma? — dijo Red con dificultad.
    —Yo soy su marido -dijo con naturalidad.

    «¡No ha perdido sólo una pierna, sino todo el cuerpo!» El solo pensarlo horrorizó a Red. En sueños se lo había figurado desde que era niño y había llegado a obsesionarle. La imaginación se había hecho vivir el que perdía una pierna, después el resto de la otra, sus brazos y al fin todo su cuerpo. Entonces era metido en una caja de metal de donde nunca podría salir y donde nunca moriría.

    —Red -dijo Artesha levemente, mientras Burma se dirigía hacia ella-. Nosotros necesitamos conocimientos de su tiempo y usted puede proporcionárnoslos. Necesitamos que nos ayude.
    —Su trabajo no es de mi incumbencia -respondió Red salvajemente-. Yo debería estar muerto hace tres mil años y no encontrarme aquí, en este mundo sin sentido.
    —¿Así que se niega a ayudarnos?
    —¡Sí!

    Red notó que el sudor bañaba su frente.

    —Y, ¿ni aún si le devolviéramos su pierna?

    Hubo un momento de expectación.

    —¿Ustedes, pueden hacer eso? — dijo Red con un hilillo de voz.
    —Se lo aseguro -dijo Burma-, podemos hacer eso y mucho más.

    En un instante se resolvió el conflicto en la mente de Red. Una circunstancia absurda le había arrebatado su pierna y otra no menos absurda se la iba a devolver. Repentinamente la barrera que separaba a aquellos hombres de Eras distintas se derrumbó.

    —Estoy dispuesto a lo que quieran.

    Su rostro denotaba una inmensa alegría, la alegría de recuperar algo cuya falta le había hecho sentirse tan desgraciado durante toda su vida.

    Cuando se llevaron a Red y a Chantal, Magwareet continuó un momento en silencio para dejar que Burma y Artesha hablaran tranquilamente de sus cosas. Cuando terminaron se levantó.

    —Artesha, ¿por qué son tan importantes estos dos?
    —No lo sé con exactitud todavía y por tanto poco puedo explicar, incluso a ti. He formado par te de la Central por espacio de casi catorce años y estoy tan compenetrada con ella que soy capaz de reunir toda la información, pero de este caso concreto nada puedo decirte; son sólo sospechas, intuiciones.

    Magwareet lo aceptó.

    —Burma, yo sólo he oído escuetamente por Artesha lo que te ha ocurrido. Cuéntame lo que ha pasado.

    Burma le hizo una breve relación de los hechos y terminó:

    —Pero, el mapa del tiempo parecía como si estuviera ardiendo. La oleada que me lanzó a 1957 no es de las más potentes y sospecho que existen otras secundarias que retroceden hasta la creación del mundo.
    —¿Qué es lo que te hace pensar eso?
    —No lo sé exactamente, también es una intuición. El único que verdaderamente podría aclararlo es Wymarin. ¿Se sabe algo de él?
    —No -respondió Artesha, después de una pausa-. ¿Qué es lo que está haciendo ahora?
    —Creo que uno de sus trabajos es estimular al Being, no la destrucción de los invasores del Enemigo. ¿Comprendes lo que esto significa?
    —Si él puede estimular deliberadamente al Being es casi como decir que lo está controlando -dijo Magwareet.
    —Exactamente. Así que tendremos que encontrarle a él o bien a alguno de sus ayudantes, por que no hay la esperanza de dar con una pista que nos indique el registrador que usaba para grabar sus datos. El temporal lo habrá destruido todo.
    —Pero ¿cómo podremos encontrarle si ha sido lanzado tan o más lejos que tú? Si pudiera operar con su mapa del tiempo a buen seguro que habría ya regresado. Seguramente él se encuentra ahora en la misma situación en que tú te hallabas.
    —He pensado sobre esto -respondió Burma-. Querida, ¿tienes algunos antecedentes sobre coexistencia dentro de una ola temporal?
    —¿Quieres decir que podrías usar el mismo temporal otra vez? — apuntó Magwareet.

    Burma afirmó con la cabeza.

    Artesha respondió lentamente:

    —Nunca lo ha probado nadie. Se podría intentar, pero la empresa es muy arriesgada.
    —Es mi ocupación, Burma, y no la tuya -dijo Magwareet-. Ahora con tu equipo del Ancora eres necesario aquí. No olvides que eres un especialista. ¿De acuerdo, Artesha?

    Artesha tardó en responder y con voz que denotaba un gran alivio dijo:

    —De acuerdo, Magwareet, después de todo es demasiado arriesgado. Esa oleada temporal tiene cuatro cumbres secundarias, dos en cada extremo. Uno de ellos es apto para penetrar en el vacío en un espacio de cuatro horas. Tú solamente... -y de nuevo hizo otra vez pausa.
    —Ellos han conseguido el poder de un mapa del pasado con un límite de seguridad, pero parece que ha habido un cambio anacronistico entre algunas de las cumbres del pasado.
    —¿Peligroso?
    —Probablemente, Magwareet. Toma rápidamente tu equipo y ve en busca de Wymarin. Burma, tú coge los hombres más eficaces de tu equipo y encárgate, mientras Magwareet está ausente de su trabajo.
    —¿Estás intentando alejarme del peligro?
    —Yo te quiero -dijo Artesha, formulando sus palabras con sinceridad-, pero sin embargo, no por ello dejaría de hacer aquello que creyera útil para la raza humana.

    Burma inclinó la cabeza y salió, dejando a Magwareet con sus preparativos.

    —¿Qué hay acerca de ese hombre del espacio del Enemigo? — dijo-. Me preocupa.
    —Kepthin viene a vernos ahora -le informó Artesha.

    Casi antes de que hubiera terminado de hablar el pequeño biólogo entró.

    —Tenemos a nuestro enemigo vivo -dijo orgullosamente-. Su metabolismo es, afortunadamente, de oxígeno. Por esto no ha muerto cuando se rompió su traje del espacio. Creo que hemos anotado como entró en la ciudad. Cuando el piloto de que había ahuyentado los espías del Enemigo, alguien se dio cuenta de que uno de ellos se había perdido. Vantchuk ha sido informado y cree que el Enemigo abandonó a sus exploradores, y atravesando los cimientos de la ciudad, llegó hasta la Central para destruir el equipo de comunicaciones, pero desgraciadamente para él, alguien se dio cuenta de lo que iba a hacer y puso a la ciudad fuera de control. Entonces parece que el Enemigo perdió la serenidad y mató a los supervivientes.
    —¿Qué le hacía creer que ganaría? — preguntó Magwareet.
    —No hemos logrado todavía ponernos en comunicación con él. Vantchuk cree que posiblemente pensaba poder abrir una brecha en una estrella y hacer estallar miles de toneladas de materia, ya fuese en la Tierra o en el Sol, y posiblemente con todo ello destruir el equilibrio del Universo.
    —Esto presupone que ellos son capaces de un suicidio por obtener una ventaja sobre nosotros -dijo Magwareet-. Artesha, ¿cómo concuerda esto con nuestra teoría sobre su psicología?
    —No concuerda de ningún modo -dijo Artesha pensativa-. O bien es que está todo equivocado o es que tienen alguna razón superior para actuar de tal modo. Tal como lo tenemos calculado el Enemigo es capaz sólo de una acción desesperada cuando no tiene más salida. — Su voz sonaba ahora jovial.
    —¡Entonces significa que le estamos causando más perjuicios de lo que nosotros creíamos!
    —Bien, Artesha, voy a preparar mi equipo. Me llevaré a Red y Chantal, desde luego, y aprovecharemos el mismo temporal que lanzó a Burma. Seguramente Wymarin debe haber pasado por uno de los puntos secundarios y su mapa del tiempo no funciona, podremos encontrarle usando sólo huellas de inestabilidad, ¿de acuerdo?
    —Su mapa se conservará útil mientras sea lanzado a una distancia de tres mil años, pero una vez cubierta ésta, habrán muchas interferencias en sus instrumentos -dijo Artesha.
    —Si es necesario aterrizaremos y cogeremos materia para elaborarla nosotros mismos -añadió Magwareet-. Mantennos informados acerca de la actuación del enemigo.
    —Buena suerte -dijo Artesha.

    Magwareet pensó que su voz sonaba anhelante y se preguntó por qué sería.


    VII


    La organización de su proyecto presentaba a Magwareet sólo pequeñas dificultades, excepto el que carecía de recursos para tamaña empresa. Se le presentaron, a pesar de que estaba recibiendo órdenes, nuevas posibilidades.

    En esencial el plan era simple. La oleada temporal tendía a estallar con olas de dos o tres milenios. Cualquier cosa absorbida por las ramificaciones de la misma era transportada, por un complicado mecanismo que no lograba explicarse, al lado opuesto de donde se encontraba. El limitado viaje en el tiempo había sido uno de los primeros proyectos del Being, pero les restaba mucha fuerza. Tenían medios suficientes para lograr que el equipo de Magwareet se introdujera por la cumbre del temporal que había lanzado a Burma y a su equipo dentro del pasado.

    Le llevaría un tiempo preparar la expedición, pues tendría que inspeccionar por sí mismo todo. De acuerdo con el precepto de que la función de un coordinador era saberlo todo fue a ver lo que estaba sucediendo con el prisionero del Enemigo.

    Lo habían colocado en el sitio que habían juzgado apropiado para él, en una larga habitación de la Central y habían reunido a todos los individuo útiles, ya fueran hombres o mujeres, para su estudio.

    Cuando Magwareet entró quedó admirado ante lo que veía. «Es fantástico como la raza humana ha llegado a aprender tantas cosas...», reflexionó para sí.

    El Enemigo era muy largo, y él lo sabía ya, pero desprovisto de su voluminoso traje del espacio parecía más impresionante todavía. Sus cinco miembros, voluminosos y levemente dorados, se extendían sobre un soporte especial que habían preparado para él.

    Los inyectores vertían en su cuerpo rápidamente la alimentación sintética; la gente que estaba a su alrededor estudiaba mientras la herida que le había causado el disparo.

    Sus miembros estaban recubiertos en parte por grandes vendajes.

    Se mezcló entre la gente y buscó a Kepthin para preguntarle sus impresiones.

    —Está mal dispuesto para hablar, pero estamos buscando algo que relaje su sistema nervioso. Ahora estamos probando con el hipnotismo.
    —¿Cómo es esto posible? — dijo Magwaleet, observándolo-. Aún no se sabe tanto acerca de su mente.
    —¡Mente! — Kepthin sonrió-. Esta cosa tiene una mezcla de recursos mentales que palpitan en su cabeza.

    »Si a través del hipnotismo, logramos darnos cuenta exacta de cómo funcionan, podremos establecer contacto con él. Después de esto si encontramos ritmos característicos en su metabolismo podremos cambiar las fuerzas. Fallando esto tendremos que sintetizar la composición de sus moléculas y por medio de esto lograr que obedezca.

    Excusándose, Magwareet se dirigió hacia la salida, pero la última explicación que le hizo Kepthin le sonó tan confidencial que le hizo volver la cara.


    Red no se atrevía a creer lo que le habían prometido, pero siguió a un silencioso guía a través de complicados pasillos y entró dentro de una habitación que por su apariencia sólo podía ser un hospital. Una mujer joven y sonriente salió a su encuentro.

    —Bienvenido -dijo-. He oído que usted quiere recuperar su pierna.

    Esto fue suficiente para que Red se diera cuenta de que todo era verdad.

    La mujer le informó de que su nombre era Teulay, que debía disculpar el que las pocas personas que allí había no le prestaran atención. Explicó que en la actualidad apenas nadie tenía tiempo para perder, todos sus esfuerzos debían estar perfectamente organizados, terminó su disculpa dirigiendo una sonrisa a Chantal que también se encontraba allí y que parecía haber sido traída únicamente por el hecho de que todos la asociaban con Red.

    —Teula, ¿cuánto tiempo hace que dura esta guerra? — preguntó Chantal.
    —Bueno, yo creo que los primeros contactos con el enemigo empezaron hace ciento cincuenta años, pero no se llegó hasta una lucha de vida o muerte hasta hace menos de un siglo. No puedo darles más detalles, porque yo no había nacido todavía.
    —Naturalmente -empezó a decir Red-. ¿Cuántos años tiene usted?
    —Sesenta y cuatro.

    Teula parecía totalmente ajena a su apariencia de mujer de treinta años.

    —Esto es un producto de la guerra -les explicó Teula ante la sorpresa que habían producido sus palabras-. Hemos tenido que mantener nuestra gente importante en vida tanto tiempo como nos era posible, y entonces vimos que era muy fácil hacerlo con los demás... Creíamos que el período de vida de cien años era suficiente, pero creo que vamos a vivir hasta mil años o quizá más.

    Toda la charla no le había impedido continuar su trabajo. Hábilmente inspeccionó la pierna de Red y quedó un tanto admirada por la posibilidad de movimientos que éstas ofrecía. Luego cortó la parte final del muñón con un bisturí que al mismo tiempo iba coagulando la sangre de modo que impedía cualquier hemorragia. Luego ajustó una pequeña caja sellada en la herida. Dentro de la caja corrían unos tubos que llevaban en suspensión material orgánico.

    Luego recubrió la pierna sana con un largo cilindro del cual pendían muchos cables, explicando que un cerebro electrónico la examinaría para asegurarse de que la pierna reemplazante correspondía exactamente a la otra.

    —¡Y esto es todo! — dijo-. En menos de media hora estará todo listo. Pero aún hay algo más: Ustedes no podrían ir muy lejos si no aprenden nuestro idioma. El inglés está bien, pero...
    —Usted lo habla perfectamente -dijo Red.
    —Pero demasiado rápido, ¡no se ha dado cuenta! Yo intento hablarlo a la velocidad a que estoy acostumbrada. Se dará cuenta de cuánto quiero decirle cuando usted empiece a aprender nuestra lengua. Generalmente usamos eso -vociferó tres o cuatro palabras y añadió-: Con todo esto he dicho lo que he estado diciendo en media hora.

    Con rápidos pasos se dirigió a un armario y sacó de él unos extraños medicamentos.

    —Si usted esperaba encontrar un profesor o bien un cursillo de idiomas con discos va a tener una sorpresa. No podemos permitirnos el lujo de perder tiempo en estas cosas. Chantal, ¿quiere usted estirarse? — le indicó una camilla que estaba junto a la pared.

    Chantal obedeció y Tula murmurando unas palabras ininteligibles preparó su instrumental.

    —Su pierna tardará unas ocho horas y este cursillo cerca de seis, pero sin embargo, les despertaré al mismo tiempo.
    —¿Despertarnos?, ¿por qué? — empezó Red con una sonrisa llena de malicia.
    —A dormir -dijo Tula, empleando el mismo tono de voz cantarina que antes facilitó a Burma el que Red obedeciera, y se durmiera.


    Cuando despertaron tenían la sensación de que había transcurrido mucho tiempo. Por unos momentos Red simplemente descansó, sin querer preocuparse en nada, pero no obstante, su mente seguía preguntándose qué es lo que le pasaba.

    —¿Así que está usted ya consciente?

    Se oyó la voz de Tula detrás de él.

    —¿Qué es lo que ha hecho usted con nosotros? — preguntó Red, pero al mismo tiempo fue interrumpido por unas palabras de Chantal.
    —¡Red! ¡Usted está hablando en el idioma de ellos!
    —¡Y usted también!

    Una mirada de diversión se cruzó entre ellos. Volviéndose a Tula le dijo:

    —¿Eso es hipnotizar?
    —Algo hay de ello.
    —Pero no, ustedes no pueden enseñar un idioma en sólo seis horas.
    —Cierto, sin embargo, lo hemos hecho y es por que nuestro lenguaje proviene del inglés y está de acuerdo con ciertas leyes de construcción que ustedes han aprendido de pequeños, por esto nuestro trabajo ha sido más fácil. Es lo mismo que el proceso de aprender taquigrafía. En pocas semanas, usted puede aprender todo nuestro vocabulario, exactamente el mismo tiempo que ustedes necesitan para saber combinar los símbolos de la taquigrafía. Sin embargo, ya desde ahora ustedes pueden hacerse entender en cualquier parte. Perdónenme, debo notificar a Magwareet que ya están a punto para verle.

    Los dejó solos. Volviéndose hacia Chantal, Red se encontró sin palabras para hablar.

    —Lo siento -le dijo al fin-. Fui muy grosero con usted e inconsiderado.
    —Comprendo el motivo, no se preocupe -le respondió Chantal.

    Era sorprendente lo precisas que sonaban las palabras en esta nueva lengua.

    —¿Cómo está su pierna?
    —¿Qué? ¡Ah!, me había olvidado de ella.

    Complacido Red balanceó sus piernas. Por primera vez desde hacía muchos años, casi desde niño, podía hacer eso. Se puso en pie y anduvo a lo largo de la habitación observando con satisfacción sus pies y los movimientos que efectuaba con ellos. Al poco Chantal volvió a hablar.

    —Red, estuve asustada durante un rato. Preocupada acerca de lo que la gente de esta época sería. Pero ellos han conseguido que usted olvidara algo que durante años le ha torturado y obsesionado; por eso les tengo confianza. Nunca creía que fuese posible hacer lo que he visto, ni menos tan rápidamente.

    «Yo estaba enfermo, pensó Red, mi mente estaba más mutilada que mi cuerpo, pero yo me negaba a admitirlo.»

    Sin embargo, en este momento él era capaz de reconocerlo sin pena alguna y por ello se sentía satisfecho.

    Una puerta se abrió y Magwareet apareció por ella. Parecía cansado.

    —Felicidades por su nueva pierna, ya sé que todo ha ido muy bien. Red, quizá le gustaría hacer su primera prueba andando hacia la habitación de observación. No sé si les han explicado que están a bordo de una nave que les llevará de nuevo a su tiempo.

    Chantal parpadeó y Red sonrió levemente.

    —¡No!, no van a ser devueltos inmediatamente, antes pueden prestarnos grandes servicios en esta exploración que vamos a hacer.

    Les hizo una señal y lo siguieron.

    —Estamos avanzando hacia la cumbre más cercana de la misma oleada que lanzó a Burma a su Era -explicó Magwareet-. Entre nosotros trabajaba un hombre llamado Wymarin, que estaba también en el equipo del Ancora, que era quien había recogido las informaciones más precisas sobre el conocimiento de la naturaleza del Being. Debemos encontrarle. Quizá sea inútil, pero por lo menos debemos intentarlo.

    En este momento entraron en la habitación-observatorio. Era pequeña, pero desde allí se dominaba el infinito. El espectáculo era maravilloso.

    Sólo había una persona en la habitación, un hombre joven que permanecía delante de un aparato de control y a quien Magwareet presentó como el piloto Araffan.

    En el mismo instante un altavoz colocado en la pared emitió unas palabras con voz enfurecida.

    —¡Magwareet, Magwareet! ¡Aquí Artesha! ¡Hay un Enemigo invasor persiguiéndonos a toda velocidad, cuidado!

    Magwareet apenas varió de expresión, pero tras su reposada actitud se escondía una creciente tensión. Hubo un corto silencio.

    —Ahora lo veo -dijo.

    No se divisaba nada más que una mancha roja, redonda como un plato, que parecía observarlos.

    —Araffan, ¿cuál es su trayectoria?
    —Si continúa así -informó el piloto- se estrellará en el extremo del temporal.
    —¡Artesha, tenemos que conseguir algo para darle alcance y destruirlo! ¡No podemos arriesgarnos a que un Enemigo invasor penetre en el siglo veinte!
    —De acuerdo -dijo la voz-. Magwareet, pon al máximo los generadores, es necesario obtener las máximas huellas de instabilidad posibles. Tengo una escuadra de naves que te siguen tan rápido como les es posible.
    —Bien.

    Magwareet anduvo unos pasos por la habitación y luego sus manos empezaron a recorrer los aparatos de control para observar su buen funcionamiento.

    Araffan observaba atentamente por el mirador.

    —¡Aquí vienen! — dijo y empuñó con fuerza la palanca.
    —¿Es esta la primera vez que se encuentran en tal situación? — preguntó angustiada Chantal.

    Magwareet respondió sin mirarla:

    —Sí. No creo que nunca el Enemigo haya logrado atravesar la cola de un temporal.

    Echó una ojeada por el observatorio y preguntó a Araffan:

    —¿Nos siguen?
    —No sé. Los he perdido de vista hace un momento. Estamos en la misma situación que el equipo de Burma. Será imposible disparar hasta que nosotros o ellos penetremos dentro de un espacio normal.

    Magwaeet se volvió hacia Red y Chantal y les dijo:

    —Supongo que querrán saber exactamente lo que pasa. Bien, en alguna parte, detrás nuestro, deben haber suficientes naves para apartar a ese Enemigo, pero sin embargo, es difícil precisar si nos podrán ayudar; normalmente las cosas penetran en un temporal del mismo modo que entran en un tiempo real y por afinidades originales son preservadas. Creo que en su Era ha sido descubierto que hay cosas llamadas operadores, acciones que tienen la misma reacción frente a los estímulos que las afectan. Nuestra afinidad con el Enemigo, por lo que de esto se deduce, es inmutable, ya que el operador que nos ha sido destinado -la oleada temporal- actúa de modo idéntico en ellos.

    Se detuvo un momento y continuó:

    —Así que hasta que penetremos en un espacio normal no sabremos lo que puede suceder, tanto a nosotros como al Enemigo, ni tampoco a las naves que nos siguen. Lo que es peor en este caso es que nunca ha ocurrido algo semejante.
    —¿Cómo es que pueden hacer las naves que nos siguen lo mismo que nosotros?
    —Ese salto permite hacer una acumulación de energía temporal que es la que usamos para detectar lo que está fuera de su tiempo original. Cuanto más se acumula de esta energía más lentamente se atraviesa la oleada. El Enemigo no está excluido de ello. Le llevamos veinte horas de ventaja, pero no podemos saber cuántas le llevan las naves de la escuadra, ya que desconocemos la velocidad con que han penetrado en el temporal.
    —¡El equipo del Ancora está dividiéndose! — exclamó Araffan.
    —¿Qué?
    —Se han metido en un remolino y algunos de ellos serán desviados hacia un tiempo normal...
    —Cuando la flota llegue deberemos recoger a los que podamos -dijo Magwareet-. Quizá Wymarin esté con ellos.
    —Tenemos que emerger -apuntó Araffan-. Y aquí está el Enemigo.

    Era inmenso, inimaginable. Se extendía a través de la Vía Láctea igual que un negro jalón, y no se parecía a ninguna nave de las que Red o Chantal se hubieran podido imaginar. Tenía una sección pentagonal y en los extremos de su largo periscopio multifacéticas lentes centelleaban con un frío brillo.

    —¿Se imagina usted dónde, y en qué condiciones están ellos? — preguntó Chantal.

    Magwareet mirándola habló secamente.

    —Nos llevó años tener una idea aproximada del Being y si ellos han resuelto el problema tan rápidamente es que son más inteligentes que nosotros.

    Mientras el Enemigo desaparecía se vio en el firmamento un rayo de luz describiendo una curva.

    —Esto debe ser una de las naves de la escuadrilla del Ancora.

    No había ninguna señal del Enemigo, excepto un punto brillante como el sol que poco a poco iba desapareciendo en la lejanía.

    —Si Wymarin estuviera a bordo... -dijo Magwareet, mordiéndose el labio.

    Araffan se adelantó hacia el observatorio para confirmar lo que los aparatos indicaban.

    —Ellos saben muy bien dónde están. ¡Miren!

    De nuevo la nave regresaba y esta vez sus ejes se extendían a los lados formando una línea verdeazul en el horizonte. Red se apercibió con horror de lo que era, incluso, antes de que Chantal gritara:

    —¡Red, seguro, eso es la Tierra!

    Miles de fantasías llenaron sus mentes y recordaron la vida que antes habían llevado en este pequeño planeta.

    —Si el Enemigo se estrella contra ella, ¿qué pasará?

    Red hizo esta pregunta de modo incoherente.

    Magwareet gritó a Araffan secándose la frente:

    —¡Persíguelos! No sé -le contestó a Red-. Nosotros creemos que nuestras interferencias con el pasado son para evitar que esto suceda, pero nunca el Enemigo había llegado hasta este punto. La realidad es que no podemos averiguar lo que sucede en el pasado como resultado de una oleada temporal hasta que no esté sometido a otra oleada de tiempo real.

    El pequeño disco de la Tierra iba aumentando de tamaño.

    Tomó una decisión:

    —Araffan, debemos tenderles un lazo. Por qué no se habrá armado esta nave, vaya explicación...

    Red se preguntaba por qué no ayudaban a la nave de la escuadrilla del Ancora, pero la orden que dio Magwareet fue la respuesta a sus pensamientos.

    —¿Anotas las observaciones, Araffan?

    El piloto afirmó.

    —¿Has dispuesto los guardafuegos de modo que crean que estamos armados?
    —No -dijo Araffan.
    —Lo suponía...

    Magwareet se dirigió hacia el observatorio para ver la situación del Enemigo y calcular exactamente su posición.

    —Araffan, esta nave tiene un punto oculto. Es como un cinturón en la mitad de su eje. Las facetas sólo brillan a la derecha de sus ángulos en una superficie plana, ¿verdad? No pueden dispararnos teniendo un ángulo menor de nueve grados en los extremos. ¿Qué crees que es lo mejor que podemos hacer?
    —Tendremos que serpentear -respondió el piloto-, no estoy seguro de que nuestras defensas pueden ocultar la energía a una corta velocidad. ¿Quiere que lo intentemos?
    —Debemos hacerlo; tenemos también que proteger a estas naves.

    La cara de Araffan, que en estos momentos hacía virar la nave, estaba descompuesta. El Enemigo aparecía cada vez más enorme hasta llegar a cubrir con su imagen todo el campo del observatorio. Entonces disparó el arma de Poder y el Enemigo comenzó a replegarse en el punto medio de su eje.

    La tensión fue creciendo hasta un punto intolerable. Red sintió deseos de gritar o esconderse en alguna parte.

    Chantal estaba mirando por el observador con fascinación, parecía hipnotizada. Araffan seguía absorto con los símbolos que presentaban sus aparatos y parecía haberse olvidado totalmente de la realidad, pero Magwareet sabía que estaba arriesgando su vida y, aunque estaba preparado para esta clase de riesgos, evidentemente sufría ante el posible fallo que podría destruirlos.

    —Araffan -dijo brevemente.

    El piloto levantó la cabeza.

    —Cuando yo diga ¡Ahora!, lanzas las defensas. Espera un momento. Déjales que tomen buena medida de nosotros, entonces disparas y aléjate rápidamente.

    Araffan quedó paralizado como si hubiera recibido un golpe.

    —¿Estás loco Magwareet? Esto es meterse en su línea de disparo.
    —Haz lo que te digo, ¿de acuerdo? ¡Ahora! ¡Dispara!

    A través de una indefinible bruma vieron por el observatorio que el Enemigo estaba lo bastante cerca como para alcanzarle.

    —Están dirigiéndose hacia la Tierra.

    Red oyó como Araffan decía esto en el preciso momento en que se encontraban sin defensas. Magwareet miró hacia el ancho espacio de metal pensando en las grandes criaturas de cinco miembros que lo habitaban.

    Su miedo creció al pensar que ellos podrían muy bien resultar destruidos.

    —¡Araffan levanta las defensas y a toda marcha!

    La cara del piloto estaba completamente blanca. Sus manos habían cogido la palanca de control, pero temblando la soltó.

    —No me atrevo... -dijo.

    Red miró la nave enemiga y vio con desesperación que su posición había variado y que sacaba sus armas de fuego. Si este fantástico poder se estrellaba contra ellos estando las defensas guardadas...

    Magwareet esperó un poco, mientras planeaba los movimientos que era necesario hacer. Entonces atravesó la habitación y se detuvo ante el cuadro de mandos. Una de sus manos aprisionó la palanca de Poder y colocó la otra en el volante de dirección. Tuvo escaso tiempo para actuar. El observador se iluminó repentinamente con una luz roja y se oyó una aguda alarma. Aguardaron a que el desastre se produjera.

    Todos permanecieron inmóviles, excepto Magwareet que había caído al suelo golpeado por el retroceso de la palanca; la sangre corría por su cara.

    Araffan se recobró lentamente y miró a Magwareet.

    —Yo debería saber mejor que un coordinador cómo destruir.
    —¿Qué, qué pasa? — Red y Chantal hablaron al mismo tiempo.
    —¡El empuje de la radiación nos está haciendo retroceder! Hay un poder equivalente a una pequeña estrella que actúa contra nosotros. Pero podemos evitarlo; si detenemos los motores podremos apartarnos del peligro.

    Después de algunos segundos la luz roja de babor se extinguió; el Enemigo no era ya más que una pincelada en el firmamento. El peligro parecía haber desaparecido.

    Magwareet logró incorporarse. Chantal corrió hacia él para ayudarle y le preguntó si la herida le dolía. Magwareet negó con la cabeza y miró significativamente a Araffan que agachó la cabeza en señal de culpabilidad. Se secó la sangre que manaba de su herida y se dirigió a babor.

    —¡Aquí vienen los nuestros! — dijo con infinito descanso.

    Al igual que un tablero de ajedrez con múltiples soles, las naves de la escuadrilla aparecieron ante su vista.

    Eran cientos de ellos y causaban una fuerte impresión de poder. Su visión era reconfortante. Pero unos segundos después quedaron convertidos en nada: habían desaparecido.

    —¿Qué? — musitó Red.

    De nuevo el Enemigo volvía y esta vez se veía claro que el azul y verde disco era realmente un planeta redondo dando vueltas alrededor del sol. Su polifacético extremo parecía el ojo de un insecto dañino sobre su presa.

    Una llama fugaz iluminó este ojo, y súbitamente el Enemigo se incendió. Brillaba al igual que un hierro candente, a excepción de sus extremos, los cuales casi instantáneamente empezaron a oscilar, mientras cada una de sus facetas se convertía en piezas de una estrella.

    Los extremos de las lentes se convirtieron en masas uniformes de intolerable luz y Red se dio cuenta de que el observatorio se había oscurecido hasta el punto de hacer invisibles las estrellas.

    Las naves estaban regresando, pero sólo se veía la más grande de ellas.

    Una docena de cercadores atacantes se convirtieron en nada y hubo una desviación que alteró su disposición, pero también ellos se encontraban cercados.

    —¿Cómo puede ser que hayan sido destruidas tan lejos cuando en realidad los teníamos tan cerca? — quiso saber Red.

    Magwareet respondió ausente:

    —Tenemos una carga de precisión a bordo. La energía de una oleada temporal convierten los modelos electrónicos en simples computadores, a menos que la instalación sea muy buena. Así que nosotros tenemos por lo menos dos veces más que estas naves de ahí.

    Las naves cercantes eran definitivamente menos. Algunas veinte o treinta de ellas habían sido carbonizadas y reducidas a la nada. El modelo cambió de nuevo.

    Red notó que Chantal temblaba cuando ésta se acercó a él.

    Inesperadamente Magwareet lanzó un grito de júbilo:

    —¡Los hemos cogido!

    Casi imperceptiblemente el balanceo se había desviado y el eje central de la nave enemiga era más brillante que sus extremos. Al mismo tiempo un azulado tinte se insinuó dentro de la iluminación.

    —¿Qué quiere usted decir?
    —Ellos tienen que cambiar la posición, y en lugar de atacar, defenderse. Una vez lo hayan hecho es sólo cuestión de momentos.

    La luz azulada se extendió hasta cubrir los extremos del Enemigo. Los atacantes se recogieron para matar.

    Finalmente la luz empezó a cambiar el espectro, transformándose en amarilla y al fin tomando un tinte rojo. Después de esto desapareció más allá de lo visible y aquella apariencia de la poderosa nave se convirtió en una nube de polvo.

    En la cabina reinaba un completo silencio, Chantal lo rompió al preguntar:

    —¿Habrán visto esto en la Tierra?

    Magwareet meneó la cabeza.

    —Había una nave colocada entre la Tierra y nosotros con la única función de cambiar la energía radiante y convertirla en altas partículas energéticas. En la Tierra habrán detectado esto como un simple crecimiento de los rayos cósmicos.

    Cruzando la cabina dijo:

    —Excúseme.

    En la pared había una pantalla y debajo de ella unos botones. Apretando uno de ellos dijo:

    —El oficial comandante, por favor.

    El plato se encendió y apareció una gorda mujer vestida con un mono y cubierta de sudor. Hizo a Magwareet una mueca.

    —Creo que yo soy el oficial decano superviviente. Esto fue un infierno, coordinador. ¡Vaya nave! A buen seguro que es el más grande y último modelo.
    —Puede ser. Quiero que usted a su regreso informe a Artesha detalladamente de cuanto ha ocurrido. También quiero que sus naves, en el momento que entren de nuevo en la oleada temporal, busquen el otro punto que pasamos momentos antes que empezara la emergencia. Hay remolinos en él y alguno de los del equipo del Ancora debe haber quedado en el espacio normal cercano. Inspecciónelos y si Wymarin o alguno de sus hombres está allí comuníquemelo inmediatamente. ¿Entendido?
    —De acuerdo -dijo la mujer, y haciendo otra mueca añadió-: ¡Un infierno de pelea! — y tras estas palabras desapareció.
    —Verdaderamente lo fue -dijo Magwareet-. Espero que nunca más se repita. Me gustaría saber qué es lo que los equipos detectores han recogido de esto. Pueden bajar conmigo si quieren.
    —¿Hay más gente a bordo? — preguntó Red.
    —Ocho hombres.
    —¿Sabían lo que estaba sucediendo?
    —No... Estaban estudiando los mapas del temporal, tendrán registrada la aparición del Enemigo y la de la flota, pero no tienen detalles. Por aquí, por favor. Pasen.

    La habitación estaba situada exactamente debajo de la cabina del piloto; la pared estaba enteramente cubierta de mapas del tiempo, verdes e iluminados. Cinco mujeres y tres hombres escucharon calladamente y sin hacer comentario alguno lo que Magwareet les contaba que había ocurrido cinco minutos antes. Red recordó que era gente que luchaba por la existencia, a los cuales se les había preparado para hacer frente a todo peligro.

    Cuando terminó su explicación Magwareet consultó unos papeles que había por allí encima y preguntó:

    —¿Han encontrado algo nuevo?
    —Aquí -dijo una muchacha de pelo negro-, en el mapa anacronístico. Hay un cambio en el pico cerrado donde el equipo del Ancora se estrelló. ¿Ve?
    —¿Es posible? — dijo Magwareet lentamente, mientras estudiaba el modelo verde-. Sí, es justamente en este momento, ¿verdad?
    —¿Es una mala noticia? — preguntó Red.
    —Puede ser muy mala. Por alguna razón nosotros no podemos profundizar en esto. Cualquier cosa recogida en una escena temporal es más orgánica que inorgánica y más parecida a cosa humana. La masa de esta es pequeña y confusa, puede significar que hay personas o animales, y si hay personas...
    —¿Qué?
    —Entonces 1957 ha sido invadido por los más sanguinarios hombres de la historia: Los guerreros del Imperio Croceraunien del siglo xxiii.


    IX


    Chasnik, comandante de la fracción guerrera podía ser totalmente invisible a cualquiera de la Ciudad-Muerta, sin embargo, se decía que había gente que conocía la magia de los Viejos Días y Chasnik tenía un enorme respeto hacia la clase de magia que había producido el periscopio binocular, a través del cual estaba examinando la escena.

    El Puño del Cielo se había compadecido de este lugar y no había destruido por entero la ciudad, sino únicamente la parte baja del otro lado del río. Probablemente, el tropel de aire y fuego salvaje habían causado más destrozos que el actual Soplo. Unas veinte o veinticinco torres continuaban en pie.

    Un leve movimiento cerca suyo lo distrajo y con ceñudo gesto miró hacia el muchacho de diecinueve años que estaba agachado a su lado. Chasnik no veía exactamente lo que se proponía hacer el oficial que había ordenado esto. El, Chasnik, número catorce de la lista de los capitanes invasores del Imperio Croceraunien había sido enviado esta vez con un novato recientemente graduado en magia.

    Pero en fin, él llevaba los símbolos: había poder en los azules tatuados que atravesaban su cuerpo y brazos y era obvio, pues que él tuviera algún grado de habilidad.

    Con adversión, Chasnik se hizo a un lado y dejó a Vyko mirar por el ojo del periscopio. Después de una ojeada el muchacho se apartó.

    —Es suficiente -dijo-. Mis huesos no demuestran ningún miedo por el cercano futuro, pero...
    —Pero, ¿qué? — pidió Chasnik-. ¡Hay muchísimos informes de recientes milagros, Vyko! Yo no voy a meterme en ninguna Ciudad-Muerta, no importa lo intactas que puedan parecer, y no lo haré hasta que esté totalmente seguro de lo que estoy haciendo.

    Vyko se sonrojó ligeramente, pero respondió con osadía:

    —¿Ve usted esto? — inquirió moviendo su puño derecho y acercándolo a la cara de Chasnik-. ¿No conoce la marca de los Ojos que Ven? Se lo digo yo, Chasnik, no hay ningún peligro en un futuro inmediato para mí o para alguno de los que están conmigo.

    Chasnik gruñó para sí; realmente nunca le había gustado el hecho de que fuera el mago y no el comandante de la fracción, el que pudiera ver y hacer los planes.

    —De hecho -terminó Vyko y casi para sí-, nunca he pensado que el futuro fuera tan carente de imprevistos.
    —A pesar de todo, deseo comprobarlo por mí mismo -dijo Chasnik-. ¡Crettan!
    —¿Capitán?

    Un hombre se deslizó por la falda de la colina al igual que un fantasma.

    —Atraviesa el valle y alienta sobre la Ciudad-Muerta con el Soplo del Terror, de esta forma sabremos si allí hay alguien con poder.
    —Sí, capitán -dijo Crettan.

    No parecía demasiado entusiasmado y Chasnik mirándolo dijo:

    —Bueno, ¿qué pasa?
    —Esta Ciudad-Muerta es indemne -dijo Crettan temblorosamente-. He oído que... Supongo que hay... ¡En fin, imagine que ellos me atacan con el Puño del Cielo!
    —¡Blasfemia! — dijo Vyko, antes de que Chasnik pudiera responder-. El Puño del Cielo no está al alcance de la llamada del hombre. Yo haré que te castiguen con una hora de penitencia cuando volvamos al campo.

    Crettan se marchó ofendido; pocos minutos después vieron su caballo cargado con el generador del Soplo del Terror que desaparecía entre las colinas.

    No había más que hacer, sino aguardar, Chasnik dio algunas órdenes al grupo de hombres que estaba en la colina y estos se colocaron en posición de descanso. Encontró para él un sitio cómodo y se sentó. Vyko se acercó a él.

    —Perdone por esto, Chasnik -dijo el mago con aire de muy poca formalidad-. Esta materia está muy bien para los hombres, pero es una lata.

    Chasnik nunca podría soportar el que Vyko, siendo casi un muchacho, tuviese la misma autoridad que él. Como respuesta soltó un gruñido y, Vyko viendo que el capitán no estaba de buen humor se puso a mirar por el periscopio y a estudiar la Ciudad-Muerta.

    Su corazón latía aceleradamente. Era la primera vez que salía como mago con una fracción guerrera. Anteriormente ya había hecho algunas prácticas, pero únicamente como aprendiz. Además, este era el primer contacto que tenía con una Ciudad-Muerta y quería averiguar por sí mismo qué escondían estas enigmáticas ruinas.

    Naturalmente algunas cosas resultaban obvias. El propósito de la fracción guerrera era ver si podían descubrir en estas ruinas el crimen del metal, el plástico y otros materiales. Sin embargo, Vyko, a pesar de su habilidad natural para ver el futuro continuaba preguntándose cómo en realidad se habría desarrollado su historia. Esas gentes de la Ciudad-Muerta habían enfurecido al Cielo, al menos eso era lo que se decía, y habían sido destruidos por su arrogancia. Sus descendientes, entre los cuales formaban parte él, Chasnik, Crettan y todo el resto, se habían esparcido por todo el Universo. Sin embargo, había libros, pocos, pero cuidadosamente conservados, en los cuales se insinuaba algo más. Vyko quería saber más acerca de esos libros.

    Desde luego, aquella gente conocían instrumentos voladores, Vyko había estado presente en el incendio de uno de ellos. Era enorme e hizo un gran estruendo cuando cayó en tierra, pero antes que ninguna señal se notara el actual comandante lo hizo desaparecer con el Soplo de Terror. Ocasionalmente se veían algunos de ellos, pero si podían evitaban aterrizar.

    Pasada una hora el sol desapareció en el horizonte. Por fin, vieron flotar al otro lado de la Ciudad-Muerta el Soplo del Terror. Vyko se percató de que afortunadamente en aquella parte de la Ciudad-Muerta no habían quedado libros de valor.

    —Ahora -dijo Chasnik con enfado-. Ahora lo veremos.

    Esperaron durante un minuto -de tensión creciente- a ver si de alguna de las torres se oía un disparo como respuesta. Pasó el tiempo reglamentario y nada sucedió.

    De repente la Ciudad-Muerta desapareció de su vista y en su lugar había una enorme extensión de tierra cultivada.

    No había ninguna roca que les pudiera proteger. Quedaron expuestos sin nada que les cubriera.

    En el valle una máquina estaba trabajando, si es que en realidad se podía llamar trabajo, al hecho de moverse hacia adelante y atrás transformando el oscuro suelo en un gris sucio. Al observar mas detenidamente vieron un enorme carruaje negro que marchaba a gran velocidad y que recorría una extraña senda que había entre los campos.

    La formación militar de Chasnik le protegía; unas rápidas órdenes antes de que nadie tuviera tiempo de reaccionar les pusieron en lugar seguro, detrás de una cubierta. Entonces, Chasnik, al mirar a su alrededor vio a Vyko que estaba cerca suyo.

    —¿Qué ha pasado? — preguntó Vyko.
    —¡Vaya pregunta! Debería saber ya todo esto -estalló Chasnik.

    Por la parte alta de la colina se oyó un ruido; al momento los hombres se dieron cuenta de lo que sucedía. Alguien gritó:

    —¡Un milagro!

    Pero Chasnik le hizo un signo para que callara.

    —Bien -dijo Chasnik-. Usted dijo que el futuro estaba desprovisto de sorpresas y ahora resulta que un brujo de la Ciudad-Muerta nos ha envuelto con su magia y nos ha llevado a otra parte. Yo le llamo a esto algo extraordinario.

    Parecía bastante irónico, pero posiblemente era para intentar disimular su nerviosismo.

    Vyko movió la cabeza.

    —No lo creo -respondió-. Chasnik, yo creo que una gran dicha nos ha sido concedida. — Sus ojos brillaron de un modo extraño-. Todavía no me he dado cuenta exacta de lo que nos sucederá, excepto de que es grandioso y terrible. Pero, mire por allí, ¿había visto alguna vez tal máquina? ¡También hay hombres en ella! ¿Y el carruaje negro? Sólo hay una respuesta.
    —¿A dónde quiere ir a parar?
    —Nos ha sido concedida una perspectiva de los «Viejos Días». Hemos sido transportados en el tiempo hacia la antigüedad.

    El miedo se reflejó en los ojos de Chasnik, pero respondió rápidamente:

    —¡Jerga mágica! ¡Tonterías! Y acepto el que un mago pueda mover a un hombre en el espacio, pero ¿en el tiempo? No, posiblemente hemos sido trasladados a algún lugar del Este del Imperio, donde hay hombres que poseen un extraordinario poder. Ahora tenemos un nuevo territorio que añadir al Imperio.

    «Esto les enseñará a no enviarme otra vez con un mago recién salido de la escuela», dijo para sí, y continuó dibujando en el suelo el nuevo mapa del Imperio al que se había añadido una nueva provincia llena de misterios.

    —Es algo que siempre he soñado -dijo Vyko.

    Pero Chasnik no le hizo caso.

    A causa del pánico que tenía, Crettan había perdido el Soplo del Terror, y ahora regresaba montado en el caballo y corriendo igual que si huyera de mil diablos. Cuando sus compañeros se apercibieron de lo que pasaba se oyó a Vyko que decía:

    —¡Idiota! ¡No sirve para nada! Chasnik, si continúa montando así destruira toda nuestra posición.

    Chasnik afirmó y observó automáticamente tomando nota de la posición del sol que brillaba en un cielo frío. Después, sacó el seguro de su arma y la dirigió contra Crettan.

    «Son unas magníficas armas», pensó Chasnik, mientras el caballo y el hombre caían muertos. No acababa de entender su funcionamiento, era algo como una total conversión de iluminación dentro de sonidos frecuentes, por lo menos esa era la explicación que daban los magos de ellas. Por la noche, o en un día nublado, las usaban poco, pero en las ocasiones ordinarias con sólo apuntar al cráneo de un hombre era suficiente para dejarlo muerto en el acto. «Puede ser que un día descubran cómo fabricarlas de nuevo.»

    —¡Conferencia! — dijo Chasnik y la sección de comandos se deslizó por la colina hacia él-. Los magos deben haber vivido en esta Ciudad-Muerta -dijo mirando a Vyko como para provocarle-. Parece que hemos sido trasladados a otra parte por magia.
    —El NCO ha conseguido movernos a todos juntos.
    —De cualquier forma -dijo Chasnik- esto ofrece grandes posibilidades.

    Y continuó pintando hábilmente el futuro rosado de los hombres que había añadido una nueva provincia al Imperio, Vyko debía admitir que el aparente desastre se había convertido en una bendición.

    Algunos de los viejos del NCO miraban pensativamente a los jóvenes magos, mientras Chasnik continuaba preguntándose si sería lo suficientemente competente para protegerlos después que ya habían sido envueltos por esta clase de magia...

    —Acamparemos fuera hasta que descubramos el centro de la población -terminó Chasnik-. Y sobre todo afirmad vuestros movimientos en todo cuanto descubráis.

    Les llevó pocos minutos el reunirse y marchar; Vyko cabalgaba pensativamente al lado de Chasnik, mientras marchaban a través de la senda que había al lado de los campos.

    Durante media hora o más avanzaron cautelosamente viendo muy pocas señales de vida.

    Continuaban su camino cuando un extraño ruido les advirtió que se aproximaba uno de aquellos extraños carruajes. Venía a una velocidad sorprendente y no les daba tiempo para esconderse: un grupo de cien hombres no puede fundirse inmediatamente dentro del paisaje, y menos si éste es casi desértico.

    El coche se paró con un chirrido de frenos, y un hombre ceñudo apareció por una de las ventanillas posteriores. Su boca se abrió con sorpresa a la vista de los hombres de Chasnik. Luego les dirigió unas palabras.

    —¿Qué? Si casi habla nuestro idioma -apuntó Vyko.
    —Es esto tan extraño... -dijo Chasnik.

    La tensión se mostró en su voz. Algunos de los hombres retrocedieron como empujados por el aparente poder que producía el carro.

    Armándose de valor Chasnik hizo que su caballo adelantara unos pasos y se dirigió a la gente del carro.

    —¿Quién es usted? — preguntó el hombre.
    —Me llamo Chasnik, y soy el décimocuarto capitán del Imperio Croceraurien.

    El hombre pestañeó.

    —Enséñeme sus papeles de identidad.
    —Los hombres no se dirigen de esta forma a un oficial del Imperio.
    —¿Por qué usted...?

    El hombre empezó a descender del carro. Chasnik hizo un gesto y al momento aparecieron tras él cien hombres que con las armas en la mano se dirigieron al carro.

    —Esto está bien -dijo Chasnik suavemente-. Usted es un hombre sencillo, pero seguramente con autoridad, por lo tanto va a salir del coche y se vendrá con nosotros.

    Se adelantaron dos soldados y rudamente tomaron al hombre por los brazos. Hubo también otra discusión con el conductor, pero finalmente lograron que también les siguiera.

    Era una medida política el obtener un rehén lo más rápidamente posible; era una pieza muy útil en las negociaciones.

    —¿Y el carruaje? — dijo Vyko.
    —Destrúyelo.

    Chasnik hizo una señal al hombre que llevaba el Soplo del Terror y el carro se incendió.

    —No crean que se librarán con eso -dijo el prisionero-. Soy muy importante y me echarán en falta.
    —Exactamente tal como yo quiero -replicó Chasnik-. ¡Acampen! Es más sencillo que ellos vengan a nosotros que no nosotros ir a su encuentro.

    Con completa eficiencia los hombres formaron un círculo defensivo. En veinte minutos la fracción guerrera dominaba quince kilómetros cuadrados de tierra. Después de haber sido atados con precaución los prisioneros, fueron colocados en el centro del círculo. Pero antes de que los guerreros pudieran desaparecer debajo de las improvisadas trincheras, hubo un chillido sobre sus cabezas y vieron un aparato volador que dio tres vueltas sobre ellos. A la tercera vez Chasnik perdió la paciencia y ordenó que hicieran fuego sobre él.

    —¡Esto los atraerá! — dijo el cautivo.

    Vyko se volvió hacia él.

    —¿Quiere usted decir que hay hombres dentro de eso?

    El cautivo lo observó y empezó a reír. Vyko intentó forzarle a contestar, pero era evidente que el hombre no deseaba responder. Cuando Chasnik vio lo que sucedía se lo prohibió.

    Escasamente una hora después un ruido sordo llegó del valle y un explorador vino a informar que estaban apareciendo vagones con tropas por el camino. Chasnik ordenó que dispararan para defenderse.

    —Oh, pero esto sólo pueden ser los hombres de los «Viejos Días» -después de estudiar el transporte que llegaba.

    Los extraños hombres armados se extendieron por los alrededores. Otro aparato volador apareció en el cielo; Chasnik, que no había contado con esta nueva amenaza, se dio cuenta de que no estaban suficientemente protegidos, se hizo lo que pudo para corregir su error.

    —¡Usted que es el experto entre nosotros! — dijo Chasnik- mire hacia allí. ¿No parece eso un oficial?

    Vyko estudió el terceto de hombres que había aparecido ante su vista y que evidentemente se dirigía hacia ellos con las armas preparadas.

    —Lo es -afirmó.
    —Entonces desmonte y vaya a hablar con ellos -dijo Chasnik.

    Por un momento Vyko se sintió como al borde de un precipicio. Recordó lo que sucedía cuando cualquiera intentaba hablar con los crocerauniens; pero un fuerte impulso le hizo vencer sus temores: el deseo de conocer más de esta maravillosa y triunfante Edad. «Si tuviera tiempo para preguntar algunas cosas...», pensó. Dirigió a Chasnik una sonrisa de satisfacción y se dirigió a su encuentro.

    El terceto avanzaba obstinadamente. El oficial fue el primero en dominar la situación, después de ver el extraño vestido de Vyko y el tatuaje de su cuerpo.

    —Adelántate, pero sin precipitarte -ordenó.

    Vyko lo hizo con el corazón palpitante. Los otros dos hombres no hicieron ningún movimiento hasta que estuvo a unos veinte metros.

    —¡Bien, párate! ¿Quién eres y de dónde vienes?

    Vyko retuvo su respuesta por un instante. Había una posibilidad, desde luego: este hombre podía entender alguno de los signos esotéricos usados por los magos y ver la necesidad de hablar lejos de la desconfiada mirada de Chasnik.

    Empezó a hacer la señal para hablar en conferencia secreta, pero el dedo ajustado al gatillo del soldado que estaba al lado del oficial se cerró para disparar.

    Igual que un enorme puño golpeó en el estómago de Vyko, y éste cayó al suelo envuelto en una negra bruma.

    Chasnik observando esto ordenó atacar y en unos momentos la fracción guerrera liquidó a sus oponentes.

    Antes de la puesta del sol, ya eran dueños de todo cuanto abarcaba su mirada, incluyendo dos insospechados pueblos y varios kilómetros de una carretera metálica.


    X


    La disposición de las seis naves pequeñas que el equipo del Ancora llevaba, era siempre complicada: dependía del capricho y de las conveniencias del director del equipo. No importaba demasiado desde que sabían que la «presencia» del Being tenía un comportamiento homogéneo sobre cualquier área.

    Su presencia sólo podía ser detectada por los más sensibles instrumentos, se registraba en ellos una tendencia de desplazamiento en el tiempo.

    Mientras se dirigía a través de la compuerta de aire a la nave más cercana del equipo que había escogido, no podía evitar preguntarse qué clase de configuración habría adoptado esta vez él director. Era un buen equipo, por eso lo había escogido, pero por la disposición de sus naves, parecía como si simplemente se le hubiera permitido circular en una órbita a la deriva hasta ser colocado en un punto fijo.

    Era agradable, desde luego, volver a ver los familiares instrumentos de investigación después de haberse sumergido en una pesadilla, ya que no podía con todo dejar de pensar que aquello era una edad bárbara. Penetró en lo que podía llamarse la parte más activa de la nave y repentinamente detuvo sus pasos.

    Entre el instrumento del valorable equipo había una mujer de sesenta años controlando un mando de investigación temporal.

    Habló con furia reprimida:

    —¡Por el infierno!, ¿qué sucede?

    La mujer lo miró y en un tono de reproche le dijo:

    —Así que al fin se han acordado de nosotros...
    —¿Quién es usted? — Burma lo ignoraba y prosiguió-. Esto debía ser un equipo completo trabajando. ¿Dónde están los demás? ¿Qué es lo que está haciendo usted?

    Ofendida la mujer replicó:

    —Pregúnteselo a Artesha. Ayer dieron orden de que los psicólogos de aquí investigaran un Enemigo que han capturado y todos los colaboradores del equipo, excepto yo, han sido enviados allí.

    Burma hizo un esfuerzo para controlarse. Errores como estos son incontrolables cuando uno intenta administrar las peleas de algún extraño quintillón a través de una agencia central.

    —Being -dijo dando a conocer su personalidad-. Averiguaré esto en un momento, Artesha -añadió abriendo el comunicador de la pared.
    —Lo siento -dijo Artesha cuando le hubo explicado la situación-. Yo estaba investigando sobre esto, quería deshacer el equipo y dispersarlo, porque los impares están ligeramente a favor nuestro, sacando consecuencias sobre el Enemigo antes de sacarlas del Being. Después de todo de este modo tendremos más conocimientos de su psicología.
    —Ya la hemos tenido -corrigió Burma-. Artesha, tú no tienes en cuenta el hecho de que Wymari estimuló al Being, ¿verdad? Sólo tengo una vaga idea de cómo lo hizo, pero sé que él estaba en una nueva línea.
    —Sólo hemos encontrado una forma de afectar al Being directamente, por medio de una explosión atómica. No resiste las altas tensiones atómicas, quizá le afecten lo mismo que a un hombre le afecta el fuego. Sin embargo, no encontramos señales de su presencia en una distancia semejante a la que separa Mercurio del Sol.
    —Sin embargo, Wymarin tuvo una idea. El estuvo impulsando inteligentemente la posibilidad de dar con una forma comprensible para nosotros. Casi lo hemos conseguido; es el equivalente de una ameba en su cuarta dimensión, ya que efectúa el mismo tipo de acciones con igual simetría; eso es todo lo que podemos determinar.
    —Intentó comunicarse con él. Quería probar si podía explicarle lo que estaba haciendo con nosotros y conseguir ayuda para sacar el Enemigo de esta área del espacio. Y si éste fue el resultado de su comunicación con él, también fue la causa de esta última oleada temporal la que me capturó a mí.
    —Comprendo -dijo Artesha. Parecía haber llegado a la máxima excitación-. No puedo hacer regresar a todos los expertos, pero habrá alguno que haya completado su estudio sobre el Enemigo. ¿Por qué escogiste este equipo?
    —Porque son expertos tanto en psicología como en matemática continua -respondió Burma-. Por la misma razón que tú los tomaste para el estudio del Enemigo.
    —Tendrás a tu gente aquí en pocos momentos -dijo Artesha.

    Desconectó el comunicador.

    Burma se volvió para buscar a la mujer. Esta le dijo mirándole:

    —Lo siento. No sabía quién era usted. Yo soy Lalitha Benoni.

    Burma admitió la presentación.

    —Su equipo había intentado algo acerca de las líneas que Wymarin había probado, ¿verdad? — quiso saber Burma.
    —No. Estábamos pensando sobre la reacción a provocar en el Being. Principalmente estamos intentando construir un modelo que se ajuste en la forma en que él se aparta de las explosiones atómicas e igual la esperanza de descubrir un estímulo que pudiera apartar al Enemigo. Ahora bien, debido a la naturaleza cuatridimensional del Being, presumimos que todo será bastante complicado.
    —Desearía que la coordinación no fuera tan difícil -dijo Burma con sinceridad-. Tenemos nueve mil equipos del Ancora impares, todos alrededor del Sistema Solar, y sin embargo, no hemos resuelto aún el problema de que se obtenga información de todos inmediatamente. ¿Cuándo revisaste tu conmutador de recopilación por última vez?
    —Ayer. No he recibido ninguna señal roja desde entonces -respondió Lalitha.
    —Alguno de los matemáticos de otro equipo del Ancora había averiguado los últimos resultados para apartar al Being.

    Mientras hablaba Burma, iba examinando los instrumentos, todo parecía estar en orden. Con su empleo arruinaría totalmente el Sistema Solar. El Sol y los planetas saldrían de sus órbitas.

    Desde luego no había ninguna señal roja, aunque realmente éste era el único equipo que podía recoger información.

    —Es imposible que se haya roto el modelo. En fin podremos solucionar nuestro problema cuando tengamos frescas nuestras mentes -añadió Burma.

    Se refería al hecho de que después de que uno de los equipos del Ancora o cualquiera de los grupos super-especialistas que son el cerebro de la raza, trabajan conjuntamente, habían funcionado por algún tiempo conjuntamente, entre ellos creció un mutuo entendimiento, que los aproximaba telepáticamente, lo cual fue magnífico, mientras todos continuaban trabajando sobre lo mismo; sin embargo, lo que se hacía espantosamente difícil era cambiar su línea de investigación.

    —Pon el conmutador de recopilación marcando la fecha del año pasado, para datos de comunicación con el Being -dijo Burma.

    Lalitha lo hizo. Burma comenzó a murmurar para sí mismo como si continuara estudiando la maquinaria. Era magnífico. El anterior director de este equipo había sido un hombre con imaginación.

    —¡Demonio, vaya pérdida! — dijo repentinamente. Lalitha preguntó algo y él continuó-. Perdóneme. Su equipo ha hecho un buen trabajo. Pensaba que era una lástima que el apartar al Being resultaría un enorme riesgo.

    Lalitha hizo un gesto afirmativo. El conmutador de recopilación marcó su señal roja de «a punto».

    —¿Ya? — dijo Burma alarmado-. Ya suponía que no habría mucho sobre el sujeto, pero si el conmutador ha atravesado todo con tanta rapidez, difícilmente puede haber nada.

    Apenas había nada, cuatro estudios preliminares completos, dos de los cuales habían ayudado a Wymarin a hacer un programa para los calculadores de su propio equipo; y una transmisión simultánea sin terminar, que había sido registrada, mientras Wymarin estaba llevando a cabo su experimento.

    —¡Oh, estupendo! — dijo Burma cogiéndolo-. ¡Esto es lo mismo que encontrar un tesoro!

    El disco estaba anotado con marcas de teletipo, instrumentos de lectura telemetrados, sin embargo, pudo seguirlo sin dificultad. Al terminar se enfureció.

    —¡Es terrible! — exclamó-. Justamente, cuando empieza a dar una respuesta, aparece la oleada temporal y su fuerza deshace la retransmisión. Lalitha, conecta un conmutador para analizar la dirección de estas grabaciones, ¿quieres? No puedo ver ningún modelo previsible, pero supongo que vale la pena probarlo. Aunque sospecho que Wymarin, hombre de gran capacidad intuitiva, se habría dejado llevar por su subconsciente, hasta encontrar algo que funcionara.

    Se oyó toser y un hombre apareció en la puerta. Miró a su alrededor antes de entrar.

    —Soy Gevolan -dijo-. Artesha me dijo que usted empezaba aquí algo importante.
    —Sí, lo más rápido posible. ¿Qué hay sobre los estudios del Enemigo?

    Gelovan se encogió de hombros.

    —No podemos hipnotizarlo, ahora corresponde a los químicos sintetizar algo que podamos usar para infiltrar nuestros mandos en él. — Se secó el sudor de la cara-. Me pregunto qué le pasaría a un pobre ser humano que fuera capturado por el Enemigo.
    —Nadie ha caído aún -dijo Burma secamente-. Bien Gavolan, lo dejo en tus manos. Espero que el equipo de explotación de Magwareet encuentre a Wymarin, ¡en caso contrario seremos como un grupo de hombres ciegos que están intentando buscar una estrella negra dentro del Saco de Carbón!

    Galovan le miró y sonrió.

    —Vengo de allí -dijo- fui evacuado de aruak. Nunca usamos ese giro de lenguaje, pues resulta que una vez se dio el caso de que un hombre encontró la estrella negra dentro del Saco de Carbón.
    —Espero que tengamos la misma suerte -dijo Burma.


    XI


    Magwareet deseaba ansiosamente tener sólo por unos segundos todos los recursos de Artesha en su mano. Esto era un problema enorme para un hombre solo...

    Pero él era responsable. Antes de tomar alguna decisión estudió por largo tiempo el mapa del temporal.

    —¡Araffan! — gritó.

    La voz del piloto se oyó a través del comunicador.

    —¡Llévanos a la Tierra lo más rápido que puedas!
    —Al momento -contestó Araffan.

    Magwareet volvióse para observar el mapa orográfico de la Tierra que colgaba de la pared. Tras echar una segunda ojeada para asegurarse del punto colocó su dedo sobre él.

    —¡Red! ¿Dónde cae esto en su Era?

    Red vaciló. Después de la aventura ocurrida con el Enemigo la tensión todavía oprimía su estómago.

    —Parece que... -Se detuvo y empezó de nuevo-. Sí, parece que sea la Unión Soviética.
    —Bueno -dijo Magwareet-. El Imperio Croceraunien surgió de las ruinas que ustedes conocen como China y Mongolia. Sabemos bastante acerca de sus predecesores, pero siempre ha habido algo extraño en su expansión fantásticamente rápida. Tenían una pseudociencia que usaban como magia; sin embargo, les dio buenos resultados. He leído sus escritos, hablan de milagros y creen ver en el futuro. Son muy curiosos.

    La voz de Araffan les interrumpió.

    —Estamos en el comienzo de la atmósfera -les informó el piloto.
    —¿Continúan las huellas por aquí? — preguntó Magwareet.

    El técnico que estaba al lado del mapa del tiempo lo confirmó:

    —¡Suben!

    Magwareet se dirigió a la cabina de control. El panorama que se divisaba desde el observador era fantástico. Podía verse la vasta extensión de Eurasia cubierta de nubes, al igual que pinceladas de un blanco sucio. El término entre el día y la noche se arrastraba hacia el área que ellos se dirigían.

    —¿Estamos defendidos? — preguntó Magwareet ausentemente.

    Araffan afirmó:

    —Bien, desciende. No será demasiado difícil encontrar lo que buscamos. Por lo que yo sé acerca de estos Crocerauniens se ve que les era imposible estar más de diez minutos en un mismo sitio sin armar la guerra. Eran gente muy belicosa.

    Fue imponente descender en medio de aquellos bosques cuya reputación como lugar misterioso e inaproximable había superado con mucho a la fama adquirida en los viejos tiempos por el Tibet. Ahora podrían comprobar por sí mismos lo que había de cierto en lo que se contaba, o por el contrario, todo era pura leyenda.

    —¡Ah! — gritó Magwareet-. ¡Al fin!

    Una columna de camiones cargados con hombres armados avanzaba a lo largo de una pobre carretera.

    —Unos pocos kilómetros y... si, esto es.

    La nave, guiada por Araffan, describió un círculo mientras tomaban datos de la batalla que se veía en la Tierra. Incluso para Red y Chantal, que no sabían nada de estrategia militar, las maniobras que se veían fueron claras. Una parte de los atacantes, que por su aspecto casi parecían salvajes, formaba un semicírculo y los hombres se guarecían detrás de los caballos muertos, al igual que en las películas del Oeste. Ahora, en cada momento había un disparo que hacía algo, indistinguible, pero que adivinaban fatal para la caballería rusa.

    —Pero son muy pocos -dijo Chantal-. ¿Cómo se explica que puedan causarles tantos daños?

    Magwareet respondió secamente:

    —Probablemente llevan las mejores armas que nunca usted haya visto, pistolas silenciosas, granadas atómicas y lo que ellos llaman el Soplo del Terror: una especie de cataclismo universal que acelera la oxidación natural de las cosas. ¡Miren! Por aquella trinchera corre un hombre.

    Había un poco de niebla, pero el viento la levantó dirigiéndola hacia el extremo de las trincheras. Todo parecía favorable a los crocerauniens. Un hombre que llevaba un pesado bulto empezó a correr y se deslizó por una trinchera; al cabo de unos minutos salió a la superficie y repitió la operación con las restantes trincheras próximas.

    Araffan blasfemó; no se había dado cuenta de nada, pero él hizo su interpretación:

    —¡Las defensas del Being tienen sus ventajas!
    —¿Qué vamos a hacer frente a esto? — preguntó Chantal.

    Magwareet le respondió con una sonrisa:

    —Tengo un trabajo para usted y para Red. Siento tener que decirlo, pero ustedes no son imprescindibles en nuestra Era y por lo tanto son los más indicados para hacer este trabajo. No llevamos armas y no sería de ninguna utilidad avisar a una de las naves que nos seguía para destruir al invasor Enemigo: su armamento es demasiado poderoso y destruiría la mitad del campo junto con él.

    »Voy a pedirle que salga de aquí, pero naturalmente, protegida de modo que sea invisible para ellos. Su trabajo consiste en apuntar a los Crocerauniens y herirlos en la cabeza.
    »Mi deber es ser sincero con usted. Esto que va a hacer es peligroso, pues no creo que nuestras defensas puedan protegerla contra su Soplo del Terror o su bala de alta velocidad.

    —Yo iré con mucho gusto -dijo Red.

    Con la nueva claridad que había encontrado en su mente pudo decir esto partiendo de la base de que ahora era un hombre completo y quería luchar contra los hombres, violentamente si era necesario.

    Chantal parecía dudosa.

    —¿Cree usted que podré ser útil? — dijo.

    Magwareet se rió:

    —Coja esto -le dijo destornillando dos pesadas manivelas de una dirección de control (cada una de ellas medía un metro de largo, eran muy ligeras y resistentes. Al final de la parte mayor tenían un abultamiento de unos veinticinco centímetros, duro y elástico, parecido a un puño) -. Y esto también. — Cogió unos lentes de plástico gris-. Con ellos nos podrán ver a cada uno de nosotros y también a la nave. Nosotros oiremos todo lo que ustedes nos digan.

    »Ahora vamos a descender hasta unos cuatro metros. Ustedes saltan y nosotros nos quedaremos planeando por aquí y observaremos sus movimientos.


    Red saltó los cuatro metros que le separaban de la tierra gozando de la igual fuerza que sentía en ambas piernas. Se volvió y tuvo tiempo para coger a Chantal en el aire. Se encontró súbitamente mirándola con ojos muy abiertos, como si la viera por primera vez.

    Al igual que él, ella vestía el mono usual a los hombres de ese tiempo. Su cara estaba sonrojada por la excitación y los nervios, su mano ceñía fuertemente el improvisado garrote que Magwareet les había dado; había en toda su apariencia un aire lleno de determinación.

    Red había percibido en ella el mismo aire que había observado en todas las mujeres que había conocido en esta aventura a través del tiempo, en que Burma le había introducido; era algo que la hacía diferente a todas las mujeres que había conocido en su tiempo: Chantal era una mujer, pero al mismo tiempo un compañero tan eficiente y capaz como él mismo.

    Tuvo escaso tiempo para meditar sobre todo esto, el seco disparo de un rifle le hizo recordar que estaban en medio de una batalla.

    —Agáchese -dijo quedamente.

    Quedaron tendidos, hombro con hombro, en el suelo. Red miró hacia arriba y vio que la nave estaba girando sobre sus cabezas. Luego sé puso a observar para ver si lograba descubrir alguno de los croucerauniens. No tuvieron que esperar mucho rato. Moviéndose con la habilidad de un soldado, uno de los bárbaros salía reptando de un cubierto en el que Red había pensado que no podía esconderse ni un ratón, y vino a situarse junto a ellos en busca de una posición más favorable.

    La boca del hombre se abrió emitiendo un grito de terror, al igual que si hubiera sido atacado por invisibles demonios, cuando Red le golpeó con el arma.

    —¡Uno! — dijo Red con profunda satisfacción y dejando al hombre tendido en el suelo se marcharon hacia otro lugar en espera de la siguiente víctima.

    Las indicaciones que les llegaban desde la nave eran esenciales para su triunfo, pues los crocerauniens dominaban por completo la situación. Se movieron cautelosamente alrededor del perímetro de defensa y fueron golpeando a los hombres uno por uno.

    Afortunadamente los atacantes rusos comprendieron que los bárbaros de hecho habían desaparecido. Estaban gozando de una victoria sobre los crocerauniens tanto más cuanto que era un pueblo de reconocida pericia militar, pero no tenían en cuenta un hecho -que por otra parte tampoco podían conocer-, y es que en ello habían sido indirectamente ayudados por gentes invisibles.

    Oscurecía ya cuando sólo quedaban en medio del campo tres crocerauniens, que podían ser muy bien el capitán y el primer y segundo oficial.

    —¡Red! — llamó Magwareet urgentemente-. ¡Hemos divisado enormes avionetas que se dirigen hacia este lado! Deberéis liquidar el resto rápidamente; sospecho que van a bombardear.
    —Bien -dijo Red. — Se sentía muy cansado, pero estaba extrañamente alegre-. Mire, Chantal, ¿ve aquel montículo de tierra? Vamos a guarecernos detrás de él, iremos hasta allí corriendo y cuando lleguemos saltaremos.

    Con estas últimas palabras se adelantó unos pasos, pero manteniendo siempre el cuerpo agachado. La nave les seguía a poca distancia.

    Los tres crocerauniens que habían quedado, observaban cautelosamente a su alrededor. Cuando Red se acercó hasta ellos, no pudo impedir el hacer un pequeño ruido al tropezar con una piedra. Esto puso en guardia a los crocerauniens, que se pusieron a mirar por todos lados. Al no divisar nada, el que parecía ser el capitán, ordenó a uno de los hombres que fuera a explorar de dónde procedía el ruido.

    Nada podía haber sido más adecuado para las intenciones de Red que el capitán diera esta orden. El garrote de Red cayó inmediatamente en el cuello del hombre.

    Un aullido llenó el aire.

    Hubo un ruido de rápidas explosiones y la nave que estaba encima de ellos se tambaleó, exactamente igual que un hombre que ha recibido un golpe.

    Los prismáticos de Red habían resbalado y estaba asombrado al observar que incluso sin ellos podía ver completamente claro el plano de retirada. La magnitud del trabajo que les quedaba todavía por hacer les asustó.

    Los crocerauniens sacaron unas pequeñas armas y se pusieron a disparar en todas direcciones para defenderse así de aquellos invisibles enemigos, pero sus disparos quedaban sin efecto, ya que Red y Chantal estaban protegidos por las pantallas de la nave. Red encontró una piedra y la alzó en dirección opuesta a donde él se encontraba para desviar la atención de sus enemigos. Seguidamente hizo un gesto a Chantal y levantándose corrieron hacia el montículo.

    El cansancio les hacía ir despacio y el ruido de sus pisadas advirtió de nuevo a los crocerauniens el punto en que ellos se encontraban. Era casi de noche y se prepararon para luchar con enemigos a los cuales ya no podrían ver.

    Red pensó por un momento que Chantal había sido herida, pero no tuvo tiempo de preguntarlo: se encontró inesperadamente con un croceraunien y ambos rodaron por el suelo hechos un lío de brazos y piernas. El hombre era fuerte y un hábil luchador, pero en el momento en que se dio cuenta de que no podía ver a su antagonista vaciló y Red pudo golpearle con su porra.

    Levantándose buscó a Chantal. Ésta había tenido menos suerte; su hombre la estaba golpeando brutalmente y parecía que iba a ser vencida, pero pudo reponerse y aprovechando un momento de descuido de su adversario le derribó con su arma. Chantal se tambaleó por el esfuerzo y el impulso con que había derribado al hombre, y fue entonces cuando tropezó contra la pierna de un hombre que había permanecido tendido en el suelo desde antes de comenzar la pelea. Chantal se desvaneció por la impresión.

    El siguiente disparo que hizo el croceraunien fue también en el vacío y Red aprovechando un momento de distracción de aquél, pudo dominarle. En un momento estuvo listo para arrastrar al croceraunien con su fracción guerrera a bordo de la nave y dejar atrás solamente cuerpos heridos por las balas de los rusos.

    Red cogió uno de los enormes fardos que pendían del Soplo del Terror. ¡No podía dejarse esto en manos de los hombres del siglo xx! Y se preparó para regresar a la nave. Buscó a Chantal y la vio arrodillada al lado del hombre del que había caído encima.

    —¿Está usted bien? — preguntó ansiosamente.
    —Red, creía que este hombre estaba muerto, pero respiraba. ¡Mire, no es más que un muchacho! Está bastante mal herido, pero creo que podremos curarle. Ayúdeme a subirlo a bordo.

    Le cogieron de la misma forma que lo habían hecho con Burma. El recuerdo del primer encuentro le hizo preguntarse si realmente todo había sucedido hacía tan poco tiempo. Sentía como si hubiera sido otra persona y de esto hubiera hecho muchos miles de años.

    Finalmente penetraron, a través de la compuerta, en la nave; Magwareet les sonreía.

    —Fue un gran trabajo, y mucho más rápido de lo que creía -dijo calurosamente-. ¿Saben que sólo han tardado media hora?
    —Siento igual cansancio que si hubiera trabajado durante toda una semana y no hubiera tenido un minuto de descanso -dijo Red secándose la frente.
    —Yo arreglaré eso -dijo Magwareet-. Estamos ya alejándonos de este lugar -añadió-. Ahora que ya hemos solucionado este conflicto podremos continuar con nuestro verdadero trabajo. Por ahí encontrarán un cuarto de aseo, limpíense y cuando terminen, vengan a la cabina de control, yo me ocuparé de su cansancio.

    Salieron Red y Chantal, siguiendo las instrucciones de Magwareet llegaron al cuarto de aseo. Era una habitación pequeña, pero habían dos lavabos y dos rápidos y eficientes secadores de aire caliente que suplían las toallas.

    El agua, en su justa temperatura y absolutamente pura, les alivió bastante de su cansancio físico. Red, después de haberse lavado la cara y las manos, se quedó mirando fijamente a Chantal mientras esperaba que el secador cumpliera su tarea.

    —Usted es... Usted es realmente una mujer, ¿verdad? — dijo Red torpemente-. Parece que usted ha reaccionado mejor que yo desde un principio en este trabajo.
    —Supongo que mi clase de trabajo me facilita el hacer cualquier cosa -respondió con una sonrisa-. Hice lo mismo cuando la resistencia francesa, y entonces sólo tenía doce años de edad. Pero, no lo crea, usted lo hizo mucho mejor que yo.

    Después de una pausa, Red continuó:

    —Estoy sorprendido, ¿sabe? Pues realmente creo lo que está sucediendo. Lanzado dentro de un mundo completamente extraño.

    Las palabras de Red tocaron algo profundo e íntimo en la mente de Chantal. Su cara se crispó en un gesto de dolor y repentinamente se encontró abrazada a él, buscando apoyo y protección.

    —¡Es aterrador! — murmuró-. Red, me alegra mucho el que esté conmigo. ¡Sola, me hubiera vuelto loca!

    Acarició su pelo mientras le apretaba la cara contra su hombro.

    —Sé muy bien lo que quiere decir -dijo Red con profunda sinceridad-. También yo estoy muy contento, y no sólo por estar con alguien de mi propia Era que me hace compañía, sino porque este alguien es usted.

    Levantó la cabeza y lo miró. En este momento le pareció a Red completamente natural besarla.

    —Sabes una cosa -dijo tiernamente cuando se separaron-, siempre me he sentido un poco cohibido en estos momentos. Estaba tan asustado de que una mujer pudiera sentir pena de mí y fingir un cariño que no sentía, que nunca me atreví a hacer eso.
    —Te han hecho mucho bien Burma y su gente, ¿verdad?
    —Tanto -dijo Red firmemente- que haré lo que sea para poder recompensarles.


    XII


    —Aquí equipo del Ancora. Burma al habla. Cualquier equipo ocupado en investigación de posible comunicación con el Being, cualquier equipo que tenga datos y modelos de respuestas del Being, cualquier equipo que tenga cualquier pertinente información, que lo notifique rápidamente.

    —Flota de defensa (coordenada 902634111) al habla: sugiere investigación sobre Enemigo del 129 Lyrae encontrado en la ciudad y capturado dentro del sistema solar. Opinión de Artesha, por favor.
    —Aquí Central, Artesha al habla: No podemos asegurar la posibilidad de que el Being esté siendo utilizado como arma por el Enemigo.
    —¿Así que esto cambia todas las señales del desplazamiento del temporal desde este período? — dijo Magwareet desanimado.

    Los técnicos afirmaron.

    —¿Dónde está el punto secundario de esta oleada?
    —Vamos tan lejos en el tiempo que debido al exceso de energía nuestros aparatos han perdido precisión -le explicó la muchacha de pelo negro-. De todos modos, queda una solución, podríamos coger a un individuo y lanzarlo mezclando los tiempos con el punto secundario que apareció hace tres mil años. Podemos hacerlo directamente desde aquí. Otro punto importante de esta oleada es el que rompió el equipo del Ancora, ¿recuerda? No creo que Wymarin hubiera resistido la ocasión de internarse por ahí si fue cogido por ésta.
    —Muy bien -dijo Magwareet firmemente-, vamos a verlo. Y si no podemos cogerle tendremos que aterrizar y construir nosotros mismos un equipo especial que sea invulnerable a las interferencias del temporal.
    —Mientras -dijo la muchacha calmosamente-, ¿qué hacemos con este cargamento de bárbaros que hemos adquirido?
    —¿Puedo hacer algo por ellos? — dijo Chantal que había oído la pregunta mientras penetraba con Red en la habitación-. Yo era enfermera en mi tiempo y quizá pueda ayudarles.
    —¡Magnífico! — dijo Magwareet, después de un momento de vacilación-. Tesper, da a Chantal unas explicaciones de cómo funciona el equipo médico de a bordo.
    —Bien -contestó el pequeño hombre-, al momento.

    La voz de Araffan se dejó oír a través del comunicador.

    —Vamos hacia la oleada otra vez, intentando alcanzar el punto secundario. Les avisaré tan pronto como penetremos.
    —Gracias -dijo Magwareet-. Ahora me cuidaré de ustedes. Chantal y Red puede que tengan tiempo de comer algo mientras atravesamos la oleada.

    Tesper guió a Chantal a través de la nave hasta el lugar donde estaban los cuarenta bárbaros crocerauniens; yacían en el suelo amontonados. Tesper insistía en que el equipo médico era inadecuado y escaso. Para Chantal era un sueño: lo nunca imaginable.

    Le llevó diez minutos escasos aprender el uso del regenerante y los artificios curativos, así como el modo de emplear los antibióticos universales que ya había visto antes y el arreglar las heridas con el plástico calmante que servía como vendaje. Le hubiera gustado estudiar más detenidamente algunos instrumentos, pero ya tendría tiempo de hacerlo en otro momento.

    A pesar de los bárbaros métodos que ella empleaba, y por los cuales Tesper estaba asustado, la verdad es que Chantal fue de una extraordinaria utilidad. El equipo no era, de hecho, suficiente para cuarenta hombres, algunos de ellos gravemente heridos, pero había suficiente agua destilada, limitada sólo por el tiempo necesario para purificarla y, contando con férulas y trapos limpios, Chantal se puso a trabajar con ahínco sustituyendo con su labor a las modernas técnicas.

    Todos los crocerauniens eran hombres jóvenes y fuertes, de una edad de treinta años, excepto el capitán que era mayor y el muchacho, a cuyos pies de Chantal había caído al final de la pelea. El, como ella ya había observado, no era más que un muchacho de unos dieciocho años.

    Lo miró largo tiempo preguntándose quién era. Sus manos y brazos estaban cubiertos de complicados dibujos cuya significación le intrigaba.

    Cuando hubo terminado, dio una ojeada final a los heridos para comprobar que todos habían sido atendidos en la medida de sus posibilidades.

    Habían ya emergido de la oleada temporal mientras ella estaba abajo y cuando regresó a la cabina encontró a Magwareet delirando, con aire preocupado, con sus hombres.

    —¿Qué sucede? — preguntó, y Red, que estaba junto a Magwareet se levantó y acercándose a ella le explicó:
    —Hemos llegado al límite de resistencia del equipo. Aunque Wymarin esté ahí abajo no podemos detectarlo porque las defensas están quemadas. Sólo hay un procedimiento para proseguir en la búsqueda: encontrar la forma de construir una nueva maquinaria, pero, ¿cómo? — añadió volviéndose a Magwareet y dirigiéndole la pregunta.

    El coordinador dijo enfadado:

    —Usted me dijo hace un momento que no era un experto en historia, pero en realidad usted sabe más acerca de este período que yo, y no puedo calcular con fechas que no conozco. Tampoco sé de qué modo podemos usar nuestros conocimientos científicos en nuestro trato con la gente de esta época.

    Red contestó:

    —La química fue la única ciencia que empezó por esta época, hacia la mitad del siglo xvii. Sus principios no fueron científicos, fueron más bien una serie de ensayos en los que había mucho de erróneo por parte de ideas falsas. También puedo decirles que conocían ya los metales refinados. ¿Puede serles de alguna utilidad?
    —Algo es -dijo Magwareet-. Bien, debemos intentar penetrar en este siglo. ¿Dónde sugiere usted? Inglaterra creo que era uno de los países más avanzados, ¿no?
    —Inglaterra queda descartada. Yo hablo el inglés del siglo xx, y lógicamente sospecharán de mí. Sería mejor algún lugar donde pueda pasar como extranjero y al mismo tiempo defenderme con sólo hablar inglés. Tendremos que tener mucho cuidado, no sé cuán grande es el alcance de un químico o alquimista, que es considerado en estos días casi como un brujo. ¿Qué le parece una ciudad pequeña de Holanda? A mí me parece una idea bastante razonable.
    —De acuerdo -dijo Magwareet-. ¡Araffan! — llamó, y dio órdenes al piloto.
    —Ropa, dinero y un intérprete.
    —¡Uf! Esto supone un trabajo enorme conseguirlo -dijo Red tristemente.
    —Creo que es más rápido que empezar desde el principio.

    Chantal se acercó a él mientras observaba la costa de Europa agrandándose en el observador.

    —Red, tendrá cuidado, ¿verdad?
    —Desde luego -dijo con sinceridad mientras le apretaba suavemente la mano que había apoyado en su brazo.

    Chantal temblaba mientras observaba cómo él y Magwareet descendían, cuidadosamente protegidos, de la nave y les decían adiós antes de echar a andar por la pobre carretera que había de conducirles hasta la floreciente ciudad naviera de Hague.

    —Ahora no nos queda más que esperar -dijo Tesper-. Tengo el presentimiento de que Wymarin está aquí, no puedo creer que esté en ningún otro lugar.
    —¿Qué hay de los bárbaros? — preguntó dirigiéndose a Chantal.
    —Tan bien como pueda esperarse. Hay uno entre ellos que me interesa particularmente.
    —Todos ellos son interesantes -respondió Tesper-. El Imperio Croceraunien es uno de los más enigmáticos de la Historia. Pero, ¿cuál de ellos es el que le interesa?
    —El más joven de todos. El que tiene el cuerpo tatuado.

    Tesper le miró fijamente.

    —¿Puede usted describirlo?
    —Bueno, sí; pero sería más sencillo si usted bajara y lo mirara -empezó Chantal, pero Tesper estaba ya en camino.

    Chantal lo alcanzó cuando ya estaba en la habitación intentando dar con el muchacho.

    —Por ahí -indicó Chantal.

    Tesper atravesó la habitación rápidamente y después de una ojeada, respiró con satisfacción.

    —¡Qué suerte tan fantástica, Chantal! Siempre ha habido un problema insolucionable acerca de los crocerauniens: lo que era su magia, además de una ciencia atómica bastarda, y he aquí que ahora tenemos la ocasión de averiguarlo. ¡Este muchacho es el mago de la fracción guerrera!

    Chantal quedó sorprendida por las palabras de Tesper, pero éste no pareció observarlo y continuó entusiasmado:

    —Antes de la guerra hubiera dado un brazo por tener una ocasión como esta. Yo era sociólogo antes de dedicarme al estudio del temporal, pero mi vocación es esta y por tanto para mí es muy interesante lo que pueda contarme este muchacho. ¿Puede usted despertarle?

    Chantal afirmó y cogió una jeringuilla subcutánea cargada con un estimulante y se lo inyectó. Mientras, Tesper cogió una silla y se sentó cómodamente al lado del muchacho en espera de que éste despertara.

    Después de unos minutos, el estimulante hizo su efecto y los párpados del muchacho se entreabrieron, quedando sus ojos fijos en la cara de Tesper. No había señal alguna de miedo o sorpresa en su rostro, ni en sus primeras reacciones, y con toda naturalidad formuló una pregunta.

    Había algo muy atractivo en su presencia y Chantal, aunque no podía entender lo que había dicho, sintió hacia él una cálida inclinación. Tesper le miró.

    —¡Esto es increíble! Quiere saber si está en un pájaro de metal; querrá decir en una avioneta, pero ¿cómo puede saberlo?

    Dificultosamente dijo unas palabras en la extraña lengua y el muchacho respondió.

    —Su nombre es Vyko y, como dije, es el mago de la fracción guerrera. Esta ha sido su primera salida. Dice que él advirtió al capitán que una poderosa magia les había lanzado a otra parte en el tiempo, a los «Viejos Días». ¿Pero cómo podrá saberlo?

    Chantal estaba fascinada y observaba silenciosamente, sólo de tarde en tarde interrumpía la conversación de los dos hombres para saber lo que el muchacho decía. Sólo pudo entender que Vyko recordaba haber sido herido y que aceptaba como natural la curación que le había sido hecha. El decía que eran poderosos magos y sus conocimientos de gran profundidad, pero los términos que empleaba para explicar el Universo eran tan confusos que ni Tesper, que había estudiado la Historia de su tiempo, lograba entenderlo.

    Entonces dijo algo que hizo que Tesper se levantara al oírlo.

    —¿Qué dice? — preguntó.
    —Está hablando de sus facultades de mirar a través del tiempo, incluso dice que puede ver el futuro. ¡Esto es maravilloso! Chantal, yo no sé si alguien se lo habrá explicado, pero nosotros, en nuestro tiempo, tenemos una más amplia percepción que la que tenían en su Era. Yo puedo desviar mi atención en un momento desde ahora hacia atrás y hacia adelante. Muchas veces hemos intentado descubrir de dónde habíamos aprendido esto. Evidentemente era una mutación de la guerra atómica, pero ahora ya podemos saber exactamente de dónde, y esto explica la fantástica expansión del Imperio Croceraunien. Con el descubrimiento de perceptores extratemporales ellos podían preveer cualquier oposición, y por tanto al poder prepararse luchaban siempre con ventaja.

    Esto era demasiado para Chantal y ella en estos momentos estaba preocupada por algo muy concreto y también sorprendida al ver lo que sentía.

    —Pregúntele si Red y Magwareet regresarán salvos.

    Hubo un breve intercambio de palabras y entonces:

    —No puede saberlo, dice que no conoce a ninguno de ellos ni nada acerca de este tiempo en que nos encontramos. Pero en cambio, puede asegurar que nada va a sucederle a él en un futuro cercano, este es el motivo por el que parece tan tranquilo y seguro de sí mismo.

    »Chantal, esto significa que la raza humana puede tener cuatro dimensiones controladas y si no fuera por el riesgo de coquetear con la Historia y falsearla tendríamos la llave perfecta para comunicarnos con el Being justamente en la palma de la mano.


    XIII


    Magwareet llevaba su traje poco común con un aire de distinción y naturalidad al igual que si estuviera acostumbrado a él desde su infancia. Red, por el contrario, lo encontraba incómodo y se sentía extraño con él. Cuando sintió la severa mirada del hostelero posarse inquisitivamente sobre su persona se inquietó.

    —¿Así que este señor viene de Moscú? — dijo el hombre-. ¿Y usted de dónde es?
    —He pasado largo tiempo en aquel país -dijo Red cuidadosamente y procurando contestar con naturalidad.

    El conocimiento que el hostelero tenía del inglés era bastante rudimentario y su acento del siglo xvii se parecía a uno de los dialectos del xx.

    Red continuó:

    —Mi señor es un estudiante del arte filosófico que los hombres llaman alquimia.

    El hostelero cogió uno de los talentos que le habían dado para pagar el hospedaje y preguntó:

    —¿Este oro es de alquimia?

    Red negó con la cabeza.

    —No, el oro de alquimia no es para ser usada en el comercio -dijo.

    El hostelero se tranquilizó, pero Red observó como estos talentos eran separados del resto del dinero. Dirigiéndose de nuevo hacia ellos les preguntó:

    —¿Y qué desean ustedes encontrar aquí?
    —Mi señor desea estudiar con profesores de alquimia para aprender lo que se hace en este país, tenemos muy buenos informes sobre sus labios.
    —Entonces deben ver al señor Porelius, es el maestro de aquilatación del reino. Mi dependiente les guiará.

    El hostelero salió y Red miró a Magwareet.

    —¿Entiende usted lo que dice? — preguntó.

    Magwareet negó, y entonces Red le explicó lo que el hostelero les había dicho.

    —¿Cuál es el oficio del hombre que vamos a ver?
    —Maestro de aquilatación, si es que he entendido bien.
    —Esto debe querer decir que es un inspector de moneda corriente y probablemente un experto en metales. Creo que hemos tenido suerte, ¿no le parece?

    Red se echó una ojeada a sí mismo.

    —Por supuesto yo debería estar más en mi ambiente con este traje que no usted, con el que existen más siglos de diferencia, pero en realidad es todo lo contrario.

    Se oyó un golpe en la puerta y un muchacho con cara de pilluelo asomó la cabeza.

    —Este debe ser nuestro guía -comentó Red.

    Estaban hablando en el idioma del sistema solar y cualquiera que los escuchara podía muy bien creer que hablaban en ruso.

    —¿Nos vamos? — preguntó el muchacho.
    —Cuanto menos tiempo perdamos mejor -contestó Red adoptando una expresión grave tal como convenía al servidor de un técnico en el arte de la pirotécnica-. Deja libre el camino, muchacho -le dijo recordando el modo de expresarse que usaban los hombres de esta época.

    Siguieron al guía a través de unas estrechas y concurridas calles que les condujeron hasta la casa del aquilatador.

    Había conseguido ropas y dinero, de regreso a la nave los habían multiplicado. Propiamente equipados emprendieron la aventura, pero ya habían perdido dos preciosos días y tan sólo estaban al principio de su tarea.

    Hombres cargados con géneros de vestir, hombres que vendían agua fresca en enormes tinajas, vendedores ambulantes de toda clase de mercancías, ciudadanos distinguidos con sus criados que iban tras ellos, artesanos incultos, mujeres desaliñadas, etc., todos estos discurrían abigarradamente por las estrechas calles de aquella ciudad. En toda ella había un penetrante olor que casi era nauseabundo. Magwareet sufría casi más que Red. Luego el por qué apareció descifrado ante sus ojos: desde las ventanas las criadas echaban, sin ningún escrúpulo, los desperdicios y las aguas sucias a la calle, los caballos andaban libremente por ellas dejando a su paso el inevitable rastro, y los habitantes parecían contentos de todo esto e inconscientes de los valores y la utilidad de la higiene pública.

    En todos los individuos que encontraban, incluso en los más ricamente vestidos, era común la misma cosa: el rascarse continuamente los piojos.

    —Parece mentira que esto sea considerado como una ciudad civilizada -dijo Magwareet significativamente mientras dejaba pasar a un par de caballos y un carro que iba pisándole los talones.
    —Sé lo que usted quiere decir -dijo Red-. No promete mucho, ¿verdad?
    —Más bien nada, diría yo.

    La casa que estaba buscando apareció al fin. Se veía que pertenecía a un hombre acomodado, pero al igual que la mayoría estaba construida sobre bases muy ligeras y parecía débil y notablemente inclinada. El guía, pasándose la mano por la cabeza con gesto que indicaba el final de su tarea, llamó con la aldaba de la puerta.

    Una joven criada salió a abrirles, y después de escuchar al mensajero les ofreció entrar en la casa. Quedaron dudando un momento en el umbral de la puerta debido al estado de sus pies, que estaban llenos de barro, pero como ya había marcas de fango en el suelo de madera, y Red recordó que en alguna ocasión había oído la queja de un inglés sobre la costumbre que tenían los holandeses de no limpiarse nunca los pies, no se preocuparon más y entraron siguiendo a la criada hasta una bien amueblada habitación donde se les invitó a sentarse.

    Red, después de algunas dificultades, se iba acostumbrando ya al holandés y así pudo entender que la sirvienta les explicaba que el señor Porelius había salido por el momento para una misión, pero que no tardaría en volver.

    Le explicó esto a Magwareet:

    —Ha ido a ver a un joyero llamado Bretchel para un asunto de alquimia.

    No tuvieron que esperar mucho rato. El señor Porelius regresó al cabo de unos diez minutos acompañado de un hombre al que hablaba con toda la potencia de su voz. Red escuchó atentamente pero sólo pudo entender que se trataba de algo fantástico e increíble.

    Al poco rato Porelius entró saludando y les invitó a exponer sus asuntos.

    —Mi señor -dijo Red complacido de encontrar que Porelius hablaba muy bien inglés- es un estudiante de Moscú, de nombre Andreev, que desea conocer y discutir asuntos concernientes al arte pirotécnico y el misterio.

    Porelius se llenó de satisfacción por lo que había oído y llamó para que sirvieran vino.

    —¡Entonces ustedes se deleitarán y alegrarán al saber que en esta ciudad y en este momento tendrán la fortuna de conocer al más remarcable perito que ha existido nunca en este arte!
    —¿De verdad? — dijo Red mirando a Magwareet que estaba preservando su dignidad con dificultad.
    —¡Sí, ciertamente! — exclamó Porelius-. Yo mismo he estado esta mañana en casa del platero presenciando la prueba de fuego de un oro alquímico transmitido por el profesor Helvetius, físico de la Real Corte de Orange, usando algunas piedras filosofales que le había dado, como distintivo, un tal profesor Elias unos años atrás.
    —¿Y el oro soportó la prueba?
    —Ciertamente, y más que eso. Vi que tenía algunas de las maravillosas virtudes de la medicina. En mi presencia, caballeros, ocurrió la transformación completa de un dracma de plata convertido en oro, ¿qué les parece?

    Porelius se sentó lleno de satisfacción. La criada llenó los vasos de vino y los repartió. Red estaba tan aturdido por lo que Porelius les había contado que apenas se dio cuenta de que la sirvienta hacía rato que estaba a su lado tendiéndole el vaso.

    —¿Y ese profesor Elias era el que tenía la piedra? — dijo al fin-. ¿Qué clase de hombre era?
    —Sobre esto nada puedo decirle -contestó Porelius-, porque nunca le he visto. Unicamente sé, por el profesor Helvetius, que es un hombre pequeño, imberbe y de pelo negro, que dijo ser fundidor de bronce y que había aprendido este arte de un amigo extranjero.

    Red consideró la ocasión como única de la que podían obtener interesantes datos y dijo:

    —¿Este amigo extranjero venía por casualidad de Moscú?
    —Es posible. ¿Conocen ustedes a Elias?
    —No estamos completamente seguros. Pero un compañero de mi señor, que ha viajado mucho por esta parte de Europa, le contó que encontró un alumno especialmente apto para aprender. Ahora que caigo en la cuenta, su nombre podía ser muy bien Elias... Si verdaderamente es el mismo, mi señor desearía discutir con él.

    Porelius sonrió y levantó su copa para más vino.

    —¡No es sólo él! Yo también deseo enormemente conocerle, y cualquiera que haya asistido a la transformación que tuvo lugar esta mañana. Hemos pregonado para saber dónde reside, pero nadie sabe de él.

    El corazón de Red latía con fuerza pero estaba confundido pensando qué clase de persona podía ser este Elias. Si verdaderamente era capaz de transformar los metales sería de un increíble valor poder establecer contacto con él.

    Existía también la posibilidad del engaño, naturalmente. Red había oído hablar de astutos charlatanes que embaucaban a la gente con falsas transformaciones, pero sin embargo, Porelius hablaba de este tipo con verdadera admiración y le trataba como algo extraordinario, por lo que, si verdaderamente era el equivalente de un maestro de la Moneda no podía engañarle fácilmente la prueba del metal precioso.

    Acalorado por la nueva audiencia, Porelius continuaba hablando entusiasmado de lo que había visto aquella mañana, pero no le prestaba atención, en su mente iba tomando cuerpo una idea: Elias era su hombre. ¿Pero cómo encontrarlo?

    Lo mejor que podían hacer era lograr que Porelius prometiera avisarles en cuanto alguien encontrase a Elias, mientras tanto Porelius prometió presentarles experimentados en el arte mientras durase su estancia en el Ague. Con esta promesa partieron.

    Entonces empezó un diario encuentro con místicos medio sensibles y meditabundos, serios, pero totalmente desencaminados. Conocieron también a Helvetius y oyeron su historia, les convenció totalmente de que Elias era el hombre que buscaban.

    En ninguno de los restantes existían las más remotas posibilidades de que les fuese útil, su trabajo era confuso y embrollado, con demasiada jerga estotérica, y ambos decidieron no tener más contactos con ellos puesto que ninguno era competente.

    Sin embargo, no había ninguna señal de Elias.

    Red empezó a dudar de que tal persona existiera pero Magwareet estaba casi convencido de su autenticidad y de su habilidad.

    —Es perfectamente posible la transformación química de los metales -fue la respuesta que dio a Red cuando éste le acusó de excesiva credulidad-. No comprendo por qué usted desconfía tanto.
    —Bien, entonces, ¿de qué modo? ¡Por el amor de Dios!
    —La analogía más próxima es decir que es un proceso biológico -explicó Magwareet-. Ciertos modelos atómicos tienen la propiedad de reduplicarse bajo ciertas condiciones, y no gastan la energía de un ciclotrón o de una de esas invenciones nucleares para gozar de la reacción. Pero llevó la unión de los recursos de la mayoría de los computadores de la central para determinar esas condiciones, y una cosa que realmente me preocupa es si alguien habrá sido lo suficientemente estúpido para hacerlas funcionar por accidente.

    Habían permanecido tanto tiempo allí que casi estaban acostumbrados al mal olor. Una mañana, cuando salían para encontrar a otro de esos experimentadores, que quizá podría ayudarles, se cruzaron con un pequeño hombre, vestido con un sayo marrón oscuro que andaba a lo largo de la enfangada carretera. Magwareet lo miró y volvió a remirarlo de nuevo.

    —¡Si es Wymarin! — gritó Magwareet emocionado mientras corría hacia su encuentro.

    El pequeño hombre se detuvo y retrocedió dirigiéndose también hacia ellos.

    —Menos mal que por fin habéis venido -les dijo con un tono que parecía considerar como la cosa más natural del mundo el que ellos hubieran llegado hasta allí, e incluso el que no hubieran llegado antes-. Creí ya que tendría que ir a buscar físicos nucleares al origen de las cosas en lugar de volver a casa. — Los miró inquisitoriamente y les dijo-: No parecéis demasiado contentos de verme.

    Wymarin era desconcertante, primero les impedía toda manifestación de cariño o de alegría por haberle encontrado de nuevo y luego les reprochaba la actitud que él mismo les había obligado a tomar.

    Red tardó unos momentos en contestar, pero cuando iba a hacerlo prefirió preguntar él en lugar de responder.

    —Supongo que eres Elias -dijo con disgusto.
    —Desde luego. ¿Dónde está la nave? Debo regresar inmediatamente, tengo algo muy importante que comunicar a Artesha.


    XIV


    Chantal se dio cuenta de que Red continuaba cojeando de modo casi automático, como siempre que se encontraba en situaciones embarazosas, cuando entraron por la puerta que daba al complicado centro de las naves. Verdaderamente eran unos momentos de tensión. Su primer encuentro con Artesha, había sido uno más entre la larga serie de sucesos, pero ahora conocían la naturaleza de esa... ¿ex-mujer?

    La palabra sonó crudamente en sus oídos. Se sintieron atemorizados.

    Nada había más allá de la puerta, excepto esa pequeña habitación cálida y débilmente iluminada. En ella Chantal imaginó que tenía una sensación de su «presencia».

    Había sillas aguardando, Magwareet tomó una inmediatamente y habló:

    —¡Artesha!
    —Estoy escuchando -dijo la voz familiar y mecánica.
    —Primero te informaré brevemente de todo lo que hemos hecho. Después te hablará Wymarin; ha ido rápidamente a dar detalles a Burma de su último experimento. Además, Tesper ha entrado en conexión con uno de los bárbaros, lo cual creo que es muy importante.
    —De acuerdo, empieza.

    En menos de cinco minutos Magwareet dio un informe acerca de su viaje y al término de él Artesha suspiró de satisfacción.

    —Hemos tenido una suerte fantástica encontrando a Wymarin -saltó Red.
    —Estoy extrañada -dijo Artesha pensativamente-. Wymarin no piensa así.
    —¿Qué?

    Los tres, Red, Chantal y Magwareet, se lanzaron como sacudidos por una fuerza superior.

    —Estoy transmitiendo el informe de Wymarin a Burma; él cree que triunfó gracias a la cooperación del Being, porque si bien es cierto que los reflejos que estimulaba le lanzaron dentro del tiempo, el Being hizo lo posible para controlar sus movimientos y asegurarle la supervivencia.

    Se quedaron por un momento en silencio. Entonces Magwareet lanzando un profundo suspiro, dijo:

    —¿Es esto verdad?
    —Dejaré esto para Burma, para que lo establezca en el tiempo a venir. Le he dicho que tan pronto como Wymarin nos dé la información necesaria, debe intentar repetir el experimento con un poco menos de fuerza. Estoy organizando a tantos equipos del Ancora como disponemos para oprimir la oleada temporal, si él estimulase una. Aquí viene Wymarin.

    La puerta se hizo a un lado, y no solamente entro el hombre moreno, cuyas ejecuciones alquímicas habían sorprendido a la Holanda del siglo xvii, sino también Tesper. Saludaron a Artesha y se sentaron.

    —Magnífico, Burma sigue adelante con el trabajo -informó Wymarin-. Podemos esperar el resultado de una forma u otra, para dentro de pocas horas.

    »Brevemente explicado, lo que hice fue eso. Yo he estado más de diez años por deducir por pura lógica como una criatura inteligente, existiendo en cuatro dimensiones, reconocería un modelo insignificante. He recibido una extraordinaria ayuda del equipo de Kepthin, pero no obstante, lo que en realidad parece haber triunfado ha sido mi propia idea.
    »Así que establecí una ola-modelo, era simétrica en cuatro dimensiones y la modulé de acuerdo con un sistema numérico derivado de las coordinadas de los más grandes planetas del mundo. Sabíamos ya que el Being podía detectar energía radiante, atestiguando el camino que lo aparta del sol. Sin embargo, creo que lo hice con demasiada energía y el golpe agravó al Being. Pero estoy absolutamente seguro que reconoció una intención consciente detrás de lo que hice, y aún más sabía que yo, y no el resto del equipo, era responsable. Por tanto me buscó.

    Se sentó de nuevo complacido de sí mismo.

    —Hay algo fundamental que está equivocado en sus ideas -dijo Red repentinamente, asombrado de su propia temeridad.

    Magwareet y Wymarin le miraron fijamente.

    —Excelente -dijo Artesha-. Continúe, Red, ¿qué es lo que se lo hace suponer?
    —Bueno... digámoslo así. Yo sé cuan difícil es probar, incluso a otro ser humano, un informe completo, en igual condiciones de lenguaje. Yo intentaba transmitir, cuando una figura o una estatua algo de lo que pensaba y sentía, pero la mitad de las veces la gente no comprendía lo que yo intentaba indicar. — Estaba acalorado por la tesis que acababa de defender.

    »Yo no puedo comprender, cómo usted podía probar a una criatura, cuya existencia entera no tiene nada en común con la nuestra, cualquier cosa basada en, por ejemplo, un número que es producto de nuestra idea del fluir del tiempo, uno precede a dos, dos a tres, y así.

    —No, ahí se equivocó usted -interrumpió Artesha-. La matemática de Wymarin es simplemente discontinua. Sin embargo, creo que su punto básico es válido.

    »Wymarin, empezamos a romper la psicología del hombre del espacio del Enemigo que cogimos. Nuestra explicación de cómo consiguió penetrar en nuestras defensas, es que el Being es utilizado por ellos. Incluso, puede ser un arma que ellos están controlando gradualmente. Quiero que vayas a ver a Kepthin y le preguntes si el modelo psicológico que está construyendo va de acuerdo con algún rasgo importante con el que postulaste para el Being.

    —Si es así -dijo Magwareet- deberemos utilizar los dos, si es que no queremos ser utilizados por ellos.

    Wymarin salió terriblemente deprimido.

    —¿Cuánto tiempo tardará en poder hacer un trabajo útil, después de haberse estropeado su equipo? — preguntó Magwareet-. ¿Se ha recuperado alguien del personal?
    —No -dijo Artesha pensativamente-. Creo que se adaptará rápidamente. Ha colaborado con Kepthin antes.
    —¿Qué noticias hay de la batalla? — Fue la siguiente pregunta de Magwareet.
    —Continuamos retrocediendo. Tomamos una flota al Enemigo, cincuenta naves que avanzaban hacia Tau-Cati. Pero creo que ahí deberemos actuar.
    —Esto está terriblemente cerca -dijo Magwareet lentamente.
    —Demasiado cerca. Magwareet lo he intentado una y otra vez, pero no veo el camino de salida. Podríamos correr, pero no hay un lugar donde ir, el Enemigo controla el espacio en todas direcciones fuera del Sistema Solar. Cada vez que retrocedemos tenemos menos recursos para aproximarnos y menos espacio para maniobrar.

    Artesha, era la primera vez que Magwareet podía recordarlo, sonó tan completamente humana como antes, cuando estaba casi a punto de morirse.

    —Aún hay posibilidades que no hemos estudiado -dijo intentando parecer animado-. Tesper, lo suyo es muy esperanzador.

    El historiador, que había estado escuchando, se adelantó.

    —Sí, este muchacho, Vyko, ¿sabes ya quién es, Artesha?
    —Del equipo de magos de la fracción guerrera de los Croceraunians, si continúa.
    —Bien, tiene la llave no sólo del problema que hizo que este imperio triunfara fenomenalmente, sino que además, puede ponernos en comunicación con el Being, si esto es posible. Aquí tenemos a alguien que genuinamente una esta clase de conocimientos en cuatro dimensiones, aunque no he podido tomar detalles a causa de su lenguaje, en estos momentos ya lo hablo bien, pero resulta pobre todavía para transmitir los conceptos. Le estoy dando un curso intenso para que aprenda nuestra lengua.
    —Deberás tener cuidado de que ninguno de los conceptos que él aprende se compliquen con su habilidad -dijo Artesha.
    —Me he ocupado de eso. Sin embargo, si hay alguien capaz de una identificación con el Being, es él.
    —¿Cómo funciona su percepción extra-temporal?
    —No es por extrapolación. Eso lo hemos comprobado. Cualquier buen computador puede ser razonablemente adaptado para predecir si es requerido. Lo hacemos siempre. Su talento está bajo un control consciente, aunque se extiende más hacia emociones que a sucesos actuales. Necesita conocer o estar asociado a las que ha de profetizar, pero los detalles de su curso de acción propuesta no son necesarios, y puede hacer una completa previsión sin conocimiento de las circunstancias. Pudo, por ejemplo, predecir la lucha de su fracción guerrera, cuando todavía no había señal alguna de un ataque, ya que no se veía a nadie.
    —¿Cuándo podremos empezar a hacer uso de ese talento?
    —Sólo debe tener conocimiento de la Central y de la situación general, eso es todo.
    —Puedo calcular por pura deducción que es lo que él necesita saber -dijo Artesha-. Pero no sé por qué debo perder el tiempo cuando dispongo de dos personas que han experimentado la misma clase de cosas. Red y Chantal, tengo un trabajo para ustedes. Deseo que lleven a Vyko a la Central, a cualquier parte de ella, donde quieran, y que le expliquen las mismas cosas que ustedes querían saber cuando llegaron aquí. Déjenle percatarse de las cosas. No deben darle un conocimiento completo, científico o matemático de las cosas; está educado de acuerdo con su norma. Quizá un breve sumario de hechos astronómicos, serán necesarios. ¿Creen que podrán hacer eso?
    —Sin dificultad -dijo Red-. Excepto que será difícil encontrar el camino de la Central.
    —No. El tiempo es importante, por eso establecimos la Central de una forma que nadie, sin excepción encuentre su camino después de medio minuto de explicaciones. Magwareet les mostrará lo que quiero decir.


    XV


    Tesper penetró apocadamente.

    —Artesha, hay otro punto importante que aún no hemos considerado. Nuestra nave trajo cuarenta crocerauniens, además de Vyko, ¿sabes? Deseo saber qué resultado tenemos en la Historia y qué debemos hacer con ellos. No tenemos suficiente información para decidirlo.

    Artesha parecía fatigada.

    —Tal como yo lo veo haremos menor daño si los devolvemos a su punto de origen, donde los cogió la primera oleada temporal. Pero estas oleadas tienen una historia tan compleja que no podemos estar seguros de si acertaremos en nuestra empresa.
    —¿De verdad? — dijo Red pensativamente-. ¿Está segura que su efecto no está ya anotado en el presente?
    —¡Desde luego que sí! — respondió Artesha-. Pero ¿en qué presente?, ¿qué quieres decir?
    —Es obvio que no podemos decir si la oleada temporal ha cambiado en algo o no; vivimos a través de sus consecuencias. No podemos decir, por ejemplo, si el presente que hubiera entrado en existencia; si tú no hubieras retrocedido en el Tiempo persiguiendo al Enemigo invasor, podría habernos sido útil, utilizando los resultados de estas oleadas, quizá estemos cortando nuestras propias mortajas. Antes de que tu escuadrilla penetrara en la larga oleada, ¿era el actual presente distinto de lo que recordamos ahora, distinto del presente que causaron sus acciones? En alguna parte, en una quinta dimensión, puede haber alguien equivalente a ti, Red, y haciendo algo totalmente diferente, lo cual se manifiesta en el mismo momento de tiempo. Piénsalo, te deseo mejor suerte que la que tuve yo con ello. Tuve muchas pesadillas con todo esto. — Artesha se interrumpió-. Además, debemos vigilar la posibilidad que la nave del Enemigo que persiguieron hasta el siglo xx, no penetre en las olas con la intención de atacar nuestro pasado. Magwareet, quiero que te ocupes tú mismo de eso.
    —De acuerdo.

    Magwareet parecía poco contento con lo que le acababan de encargar.

    —Bien, esto es todo por el momento.

    Tesper salió rápidamente, pero Red y Chantal aguardaron a que Magwareet terminara de hablar.

    —Artesha, algo ha estado preocupándome. Ese Enemigo invasor que perseguimos dentro de la oleada... Nos avisaste de ello cuando nos desviamos y estábamos retrocediendo unas veinte horas en el tiempo. ¿Por qué no nos lo indicaste antes, cuando pasamos por este punto la primera vez? ¿Es que no te habías dado cuenta? Y si ya te habías apercibido, ¿por qué no nos lo notificaste?
    —Lo hice en el momento adecuado, en cuanto vi que os desviabais, no había razón para hacerlo antes.
    —¡Escucha! Estábamos preparándonos para partir. Veinte horas antes este invasor había penetrado en el Sistema Solar. ¿Por qué no se le disparó y destruyó antes que tuviera la ocasión de entrar en la oleada? ¿Por qué no conocíamos nosotros su existencia antes de retroceder?

    Artesha dudó.

    —¡Yo recuerdo él episodio en dos veces! Parte de él está registrado en cada uno de los bancos de memoria. Una vez debió ser en el momento en que pasasteis por el instante normal y entonces nada podía hacer.
    —Entonces ésta es tu respuesta al problema de la alternancia de la Historia. La alteramos. ¡No podías destruirlo inmediatamente porque en el pasado lejano ya había sido destruido, tres mil años atrás!
    —Analiza esto y tendrás la solución completa -continuó Magwareet-. Eres la única persona capaz de hacerlo, Artesha. Hemos intervenido en la Historia tan intensamente que estoy preocupado. ¿Has ordenado dejarlo actualmente?
    —¡No lo sé! ¡Magwareet, esto es terrible! La raza humana está confiada a mi juicio y yo estoy perdiendo memoria, olvido las cosas, no las recuerdo ya con exactitud.
    —No hay ningún motivo para que las olvides, Artesha. Excepto por lo de los mecanismos de tu propio cerebro no puede haber fallo, y éste tu misma puedes remediarlo.

    Se detuvo y salió rápidamente.

    Deteniéndose más allá de la puerta, Red y Chantal se dieron cuenta que la cara de su compañero estaba pálida, no obstante, cuando se sintió observado les sonrió cálidamente.

    —Lo siento -dijo-. He tenido que advertir a Artesha sobre todo esto, es la única persona capaz de psicoanalizarse a sí misma y, aunque su mente está compuesta de unidades artificiales que no pueden fallar, su actual cerebro patrón está formado con conocimientos humanos, y por tanto falibles. ¡Ah, pero esta subordinación con el tiempo será arriesgada!

    Salió y les mostró el camino para llegar y conocer la gigantesca y compleja Central de naves individuales. Como las había indicado Artesha, la Central funcionaba con reglas tan simples que sólo una breve explicación les bastó para orientarse. Luego Magwareet se alejó y ellos partieron hacia su punto de trabajo.

    Mientras se dirigían hacia el departamento donde se enseñaba a hablar a Vyko, Red murmuró:

    —¡Qué persona tan fantástica debe haber sido Artesha para pasar por una experiencia semejante a la que yo he tenido y permanecer sana!
    —Sospecho que Burma ha tenido mucho que ver con esto -respondió Chantal-. Imagínate, siendo su marido...

    De pronto Red exclamó:

    —Algo ha cambiado desde que salimos. ¿No percibes que la atmósfera está llena de tensión?

    Chantal afirmó.

    —La gente da muestras de una gran tensión.

    Debe ser debido a las noticias de Tau-Ceti. ¿Está eso muy lejos?

    —Supongo que sí, no lo sé exactamente. Perdóname un momento, Chantal.

    Red entró en un lavabo y Chantal esperó en el corredor.

    Cuando Red regresó los ojos de Chantal captaron algo que se movía al final del pasillo y dijo:

    —¡Mira!

    Red siguió con la mirada la dirección que Chantal le indicaba. Al final del corredor pudo ver la sombra fugaz de un hombre que se alejaba. Lo único sorprendente que advirtió era el pelo, tan rojizo como el suyo.

    —No comprendo qué quieres decir -empezó, pero Chantal le cortó.

    Puso una mano sobre el hombro de Red, palpándola como si esperara comprobar que era un ser real.

    —Red, ¿no lo viste?, ¿no te diste cuenta del extraordinario parecido?
    —No pude verle la cara, pero admito que su pelo era igual que el mío, pero, ¿hay algo de malo en ello? ¿Tan poco normal es tener el pelo rojizo?
    —Red no lo comprendes -dijo Chantal con desesperación-. Ese hombre cojeaba de la misma manera que tú, por la fuerza de la costumbre. ¡No era igual que tú, Red, eras tú mismo!

    Chantal parecía completamente excitada por la visión; Red puso sus manos sobre los hombros de ella, e intentando calmarla le dijo:

    —Escucha, hay personas de muchos planetas en la Central, supongo que muchos de ellos tienen el pelo rojizo. ¿Por qué es tan sorprendente el que cojease? ¡Quizá el muchacho se había dislocado un tobillo.
    —Pero con el equipo médico que tienen aquí las torceduras no duran ni un segundo.
    —Bueno, esta es la sección médica, ¿verdad?, puede muy bien ser que se hubiera torcido el tobillo pocos minutos antes y viniera a curárselo. Vamos, esto parece razonable, ¿no es cierto?

    Chantal respondió descorazonada.

    —Supongo que debe ser así.
    —Bien, entonces podemos muy bien encontrarle en la habitación delante nuestro. Vamos directamente abajo y lo comprobaremos.

    Chantal le siguió andando con inseguridad por los pocos peldaños hacia su meta; empujó la tabla abierta y penetraron en una pequeña habitación cuadrada.

    Al poco rato una enorme mujer vestida de verde se encaminó hacia ellos desde la habitación trasera.

    —Digan -dijo secamente.

    Red explicó su misión y la mujer hizo un gesto afirmativo.

    —Espero sacar en un momento a Vyko del letargo; si quieren esperarle aquí, les llamaré en cuanto esté a punto.
    —Red -dijo Chantal- pregunta a Artesha si hay alguien igual que tú en la Central.

    Se volvió hacia ella sorprendido.

    —¡Chantal, por el amor de Dios!, no podemos molestarla sólo por una figuración tuya.
    —Muy bien -dijo Chantal con calma- se lo diré yo misma. ¡Un momento! — llamó a la enorme mujer-. ¿Hay alguna forma de comunicar con Artesha desde aquí?

    La mujer apareció en la entrada y la observó.

    —Sí, ahí está. Un momento, por favor.

    La mujer salió rápidamente, y cuando reapareció un hombre venía con ella. Tenía una expresión amenazadora en el rostro y toda su persona estaba impregnada de un aire hostil. La mujer llevaba algo en la mano, cosa que no pudieron a simple vista identificar, pero que todavía hacía más insegura su posición.

    —Ponte detrás de ellos, Duarak -dijo la mujer.

    El hombre se movió con la rapidez de un león y Red y Chantal se encontraron con sus gruesas manos apoyadas sobre sus hombros.

    —Bien, ustedes dos: ¡Expliquense! Debo advertirles que esta pistola que tengo en la mano les matará antes que puedan hacer movimiento alguno si no contestan a mi pregunta.
    —¿Está usted loca? — dijo Red con una total incomprensión.
    —De ninguna manera -dijo la mujer ceñudamente-. El sistema de comunicación es perfectamente ordinario, modelo normal. Se puede comunicar con Artesha desde cualquier punto de la Central. Quiero saber por qué hizo usted esta pregunta.

    Red notó como Chantal respiraba con tranquilidad y él mismo no pudo evitar el sonreír pensando en la difícil situación en que se habían encontrado.

    —Todavía no sabemos perfectamente el camino de un lado para el otro de la Central -dijo Red-. Lo mismo que sucedió con nosotros le ha sucedido a este muchacho que ustedes tienen aquí. Todos nosotros somos del siglo xx.
    —¿Has oído algo sobre esto, Daurak?
    —Nada -respondió el hombre.
    —Muy bien, debemos detenerlos. Conecta con Artesha, ¿quieres?

    Sin apartar los ojos de ellos, Daurak se dirigió a la pared y tocó un modelo de botones que había debajo del comunicador, y que Red y Chantal no habían visto antes.

    —Me disculpo por anticipado si es que los juzgo mal -dijo la mujer seriamente-. Pero desde que descubrimos que el Enemigo es respirador de oxígeno desconfiamos de todos.
    —¿Qué pasa?

    La voz familiar de Artesha se oyó.

    La mujer le expuso la cuestión y Red y Chantal se sintieron contentos cuando Artesha dio una corta e irritada respuesta. La mujer bajó el arma.

    —Lo siento -dijo sin ninguna expresión.
    —¡Artesha! — llamó Chantal repentinamente-. Chantal aquí, quiero que me aclare algo.
    —¡Chantal! — dijo Red en tono un poco enfadado.
    —Déjela que hable, Red -respondió Artesha.
    —Mientras Red y yo nos dirigíamos a la sección donde estamos ahora, estoy completamente segura de que vi a alguien al final del pasillo que parecía exactamente igual que Red. Exactamente, incluso, en su antigua cojera.

    Hubo una breve pausa.

    —Bueno, esto no me sorprende, hay varios millones de personas en la Central. Sin embargo, lo que dice sobre la cojera es extraño. Bien, investigaré a través de mis equipos de memoria, y lo revisaré para su tranquilidad. ¿Es eso todo?
    —Sí -afirmó Chantal, y cuando el comunicador se oscureció miró triunfante a Red-. ¿Ves? Ella no creyó que fuera ridículo, ¿verdad?

    Red murmuró algo que no llegó a oírse.

    —Tenemos una obligación que cumplir -dijo, dirigiéndose a Chantal- y no vamos a olvidarla por este suceso, es posible que exista algo anormal en todo lo que has visto, confieso que yo no le he dado importancia, pero ya que Artesha lo toma en cuenta también lo haremos nosotros, pero por el momento vamos a ocuparnos de Vyko, ¿no te parece?
    —Bien, síganme -dijo la mujer de verde.


    Tan completa economía había sido observada en el uso de espacio disponible dentro de las naves que aún la habitación donde se encontraban ahora era escasamente suficiente para que cupieran los cuatro de pie alrededor de la cama donde Vyko descansaba. Las marcas del tatuaje en sus brazos y pecho se destacaban vivamente con la luz de la lámpara.

    La mujer de verde se dirigió a un armario cuyas estanterías estaban repletas de instrumental médico; eligió una jeringuilla y suministró un líquido amarillento a Vyko. Esperando que hiciera efecto, Red se apercibió de que el equipo hipnótico que había sido usado para enseñar a Vyko el idioma, estaba doblado cuidadosamente en un extremo de la cama.

    El mago bostezó y se restregó los ojos igual que si despertara de un sueño totalmente normal. Al poco, levantó la vista y pestañeó.

    —Es extraño, me siento distinto.
    —¿Estás bien? — preguntó Red.

    El muchacho afirmó.

    —Si, me siento muy bien. Parece como si entendiera mucho mejor las cosas. Sé donde estoy, sé que ustedes me han enseñado su idioma por la magia, ¿no es cierto?

    Se incorporó y quedó sentado en la cama.

    —Perdónennos -dijo la mujer de verde-. ¿Pueden ustedes continuar solos o les hacemos falta? Duarak y yo somos requeridos en otra parte.
    —Sí, estén tranquilos -contestó Red ausentemente-, podemos hacerlo solos.
    —Vyko, me temo que nosotros no somos magos como tú crees. A lo que tú llamas magia, nosotros llamamos ciencia, que es muy diferente.
    —Se me ha enseñado sobre esta palabra, sé lo que significa -Vyko se levantó-, y no puedo explicar cuan maravillosa es. Supongo que ustedes saben todo acerca de mí, ¿verdad?
    —Bueno, no demasiado -dijo Red.
    —Yo era lo que se llama un mago y se me enseñó todo eso que los curas piensan acerca del mundo, sin embargo, algunas veces me he preguntado si en los «Viejos Días» la gente sabía mucho más. Ahora tengo la ocasión que siempre había deseado.
    —¿Qué hacía exactamente un mago entre su gente? — quiso saber Red.
    —Estudiaba los Viejos Libros, se servía de las fuerzas ocultas y construía los elementos necesarios para el Soplo del Terror. Yo puedo hacer esas cosas -añadió con orgullo-. Pero lo más importante acerca de un mago es que podía ver el futuro. Los curas pueden hacer lo mismo excepto esto.
    —¿Cómo funciona este talento?
    —Es algo que uno nace sabiendo hacer; no se puede explicar. Muchas veces mi pueblo intentaba enseñar a más gente, pero fracasó, sólo determinadas personas pueden hacerlo.

    Comparando el entusiasmo con que Vyko aceptaba lo que sucedía contra su propia voluntad, Red se sintió avergonzado. Este era el espíritu bueno.

    —Bien, vamos a enseñarte la Central. Este es el lugar donde ahora te encuentras -empezó Red-. La misma cosa nos sucedió a nosotros; venimos de lo que tú llamas «Viejos Días», antes de la guerra atómica que destruyó nuestras naciones. Sin embargo, la gente de esta época conoce mucho más que lo que nosotros sabíamos.
    —¿Hasta qué punto se le ha informado del lugar donde se encuentra y sobre lo que cada uno hace? — preguntó Chantal a Red.

    Vyko parecía darse cuenta por primera vez de ella. Posó su mirada curiosamente de arriba abajo dándose cuenta de la feminidad de su cuerpo bajo el guardapolvo.

    —¿No es usted una mujer? — dijo después de un momento de duda.

    Chantal sonrió.

    —Desde luego -respondió.
    —¿Conoce usted algo sobre ciencia?
    —Un poco.

    Vyko se levantó meneando su cabeza con aire preocupado.

    —Este es, verdaderamente, un mundo extraño. Entre mi gente la mujer no podía ser nunca mago, nunca eran capaces de ver el futuro. Las obligaciones de las mujeres eran de tipo doméstico, preparar comida, licores y dar a luz. ¿No sucede aquí lo mismo?
    —Las mujeres siempre han dado a luz a los niños -replicó Chantal, intentando conservar la misma expresión de cara-. Pero ahora las máquinas hacen muchos trabajos y los hombres y las mujeres se pueden dedicar a estudiar ciencia y pensar sobre las mismas cosas.
    —Ya sé que esto debería ser así. ¿Son éstas algunas de las máquinas? — indicó el equipo médico-. ¡Verdaderamente es maravilloso!
    —Te olvidas de responder a mi pregunta -replicó Chantal.
    —Desde luego. Sé que estoy dentro de una nave de metal, que vuela sobre el aire. Ustedes la llaman nave de espacio. Lo que no comprendo es por qué es tan enorme.

    Red miró a Chantal inquisitivamente.

    —Artesha dijo, que unas lecciones sobre astronomía serían necesarias. ¿Dónde podríamos ir para mostrarle el espacio y explicarles acerca de la guerra?

    Le llevaron a la dirección Central de Control donde las informaciones que la mente compleja de Artesha recogía, eran trasladadas en términos de completa acción.

    Esto Vyko lo comprendió; una vez hubo visto lo que era el campo de batalla, el vasto y vacío espacio, pudo comprender claramente la estrategia de una lucha en cuatro dimensiones.

    —¿Cómo puedes comprender las cosas tan rápidamente? — preguntó un oficial mayor que era su guía a través de la Central.
    —Tiene una inteligencia natural desarrollada en cuatro dimensiones -dijo Red-. Esperamos que pueda ayudarnos a comunicar con el Being.
    —Sería más útil si pudiera explicarme qué es lo que hacía el Enemigo rondando Tau-Ceti -dijo el oficial-. ¿Puede hacerlo?
    —Quizá podrá cuando se le haya mostrado toda la instalación. Perdónenos, debemos continuar.

    Y así lo hicieron a través de los múltiples departamentos de la Central. Le mostraron las más inexplicables cosas recordando cuánto les había impresionado, cuando ellos las vieron por primera vez. Miraron a través del profundo espacio hacia la bola terrestre.

    Se habían dado cuenta ya hacía un rato, cuando entraron en la nave, que Vyko lanzaba curiosas miradas a Red. Suponían, pero no se atrevieron a preguntar, qué estaba pensando acerca de su futuro. Conteniendo la respiración esperaron hasta que las tablas se doblaron y mostraron la brillante esfera que era su suelo nativo.

    Pero Vyko lo miró sin ninguna sorpresa. Escasamente lo estudió unos minutos en silencio.

    —Es maravilloso ser capaz de ver la verdad en lugar de adivinarla -dijo simplemente.

    Red emitió un profundo suspiro.

    —¿Empiezas a ser capaz de ver dentro de nuestro mundo?
    —Es muy extraño -fue la respuesta de Vyko-. Ahora ya puedo, pero noto en Red algo extraño.
    —¿Qué?
    —Es igual que como cuando se cruzan los ojos y se ven las cosas iguales, pero desde dos puntos de vista distintos. Noto que cuando miro hacia su futuro sólo dos cosas veo desiguales, como dos enfoques distintos.

    Pensaron en silencio sobre esta cuestión. Antes de que ninguno de ellos tuviera ocasión de hablar de nuevo, el comunicador que estaba en la pared tomó vida. Era Artesha que hablaba.

    —Estaba escuchando -dijo-. Red, ¿quiere llevar a Vyko al departamento donde Kepthin está estudiando al Enemigo? Quiero saber si es capaz de hacer profecías sobre otras especies.
    —De acuerdo -dijo Red.

    El inquieto biólogo les salió al encuentro a su llegada radiante de satisfacción.

    —Estamos haciendo fabulosos progresos, miren -les explicó.

    Señaló la gran habitación que había más abajo de la galería donde ellos se encontraban. Hombres y mujeres, con apariencia de extremada concentración estaban observando al personaje de cinco miembros que se movía en una lenta y rítmica danza.

    —No veo nada -dijo Red.
    —Lo estamos controlando -dijo Kepthin-. Ahora sus movimientos son los resultados de nuestras órdenes. Nos costó mucho, pero lo conseguimos. Podemos preparar moléculas clave para hacerle ejecutar más de veinte acciones complejas. Por el traje del espacio que llevaba, hemos descubierto qué listas usaba para la comunicación a larga distancia. En otras pocas horas podremos hablar con él y no podrá mentirnos cuando responda. Pero por las estrellas que nos rodean su técnica de comunicación es extraordinaria.
    —¿Cómo? — quiso saber Red.
    —Es una extensión de contacto de átomo a átomo. Tiene un órgano comunicador en el cual varios trillones de moléculas diferentes pueden ser casi instantáneamente sintetizadas. Si por casualidad pudiésemos adoptar eso tendríamos un nuevo sistema de sintetizar plásticos. En fin, como iba diciendo, amplifica la resonancia molecular normal sobre sesenta movimientos posibles de comunicación, usándolos como sílabas para construir frases con significado específico. Es asombroso.
    —Pregúntele a Vyko si nota algo o será capaz de notarlo -dijo Artesha.

    Red se dio cuenta de que ella debía observar continuamente.

    Vyko observaba con fascinación al Enemigo. Cuando Red repitió la pregunta de Artesha hizo un gesto negativo.

    —Sé que no seré capaz de presentir con este ser. No es posible, incluso, con los animales de la Tierra. Lo siento.
    —Nadie tiene la culpa -dijo Chantal.
    —Es una lástima -dijo Artesha pensativamente-. En fin, era una oportunidad que podía favorecernos mucho. Red, Wymarin se está preparando para el próximo experimento sobre el Being. Desearía que llevara a Vyko; a ver si en esta ocasión hay más suerte.
    —De acuerdo. ¿Podemos ir directamente a su equipo del Ancora desde la Central?
    —No, creo que no. He ordenado que una nave les espere en la compuerta más cercana de donde ustedes están. Encontrarán trajes del espacio cerca de la entrada, he advertido al piloto para que les muestre cómo se usan. Estar en el espacio libre afecta a la gente de diferentes formas, pero creo que gozarán en este pequeño viaje.
    —Muy bien -dijo Red, e hizo una señal a Vyko para que les siguiera.

    El viaje fue corto, el piloto usó la alta aceleración y les llevó en media hora. Al principio era impresionante sentirse llevado por entre las maravillosas estrellas en una nave de metal en la cual sus trajes estaban escasamente ajustados, pero al poco rato tuvieron de nuevo su sostén y se relajaron. El más espantoso momento no fue cuando al principio sintieron la ausencia de la gravedad, lo sustituyó la aceleración, rápidamente, pero si cuando se aproximaron al equipo del Ancora. La destreza del piloto era fantástica; escamoteó la débil nave a través de la sólida corteza de su órbita muy limpiamente.

    Andando treparon a través de la compuerta de aire a bordo de la nave de control del equipo del Ancora, y se despojaron de sus trajes.

    Un rótulo en la pared de la compuerta les indicó las direcciones y encontraron el camino sin dificultad de la habitación técnica. Aquí había interminables bancos de compleja maquinaria; los mapas del tiempo, colgados de la pared, tenían una iluminación verde, y varias pantallas perforadas con manchas rojas indicaban la existencia de cuerpos materiales en la vecindad.

    Entre los mapas del tiempo se encontraba Burma. Cuando entraron estaba maldiciendo en alta voz y Red adivinó que habría cometido algunos errores ridículos y por esto estaba enfurecido. La llamó.

    Burma levantó la vista, y al verles cesó en su trabajo y se acercó saludándoles efusivamente.

    —¿Le preocupa algo? — preguntó Red.
    —Sí, y es algo muy extraño, tan extraño que me impide trabajar. Hace unos momentos, mientras estaba trabajando en el otro extremo de la habitación, podía jurar que vi a alguien en este lado de la habitación que era exactamente igual que yo.


    XVI


    En el silencio en el que él y Chantal acogieron la rebelación de Burma, Red encontró tiempo para pensar exactamente qué era lo que estaba pasando en aquel momento. Nadie en la habitación había prestado atención alguna y continuaba haciendo su trabajo. A poca distancia, Artesha continuaba atendiendo los problemas tan complejos de la Central. Más lejos las naves que circulaban el Sistema Solar obedecían órdenes: observaban y esperaban, y ocasionalmente herían o eran heridos. A su alrededor y cerca de ellos el Being iba trazando su destino. Más allá de eso, otra vez el Enemigo conspiraba y planeaba herir y ser herido.

    En todas partes del Universo seguían sus caminos incomprensibles: Soles iluminados, planetas helados, cometas columpiándose a través de sus lentas y largas ondas o derivándose de Sol a Sol hasta gastar su sustancia por la presión de la radiación y convertirse en nubes de polvo interestelar permanente.

    La Vía Láctea giraba en su camino a través del tiempo. Nuevos miembros de su familia, formados por este mismo polvo, tomaban órbita a su alrededor sin perder tiempo, pues el tiempo no debía ser malgastado. El Tiempo era algo muy abstracto en el cual simplemente estaban como estaban en la insubstancialidad del vacío espacio.

    «Este es nuestro hogar», pensó Red, «¿hay algo aún viendo lo desconocido en la palma de la mano más asombroso que esto?»

    Cuando se repuso del susto se encontró mirando interrogativamente a Vyko. El joven mago estaba estudiando a Burma de una forma descarada.

    —Red -dijo vacilante-. Red, tiene usted un mellizo.
    —Sí -dijo Chantal con énfasis-. Hay otro hombre que anda por la Central que es exactamente igual que él.

    Burma observó este intercambio sorprendido. Vyko se volvió hacia él.

    —Eso lo explica todo -dijo calmosamente.
    —¿Explica el qué?
    —Cuando intento presentir su futuro tengo la misma sensación que cuando tengo que presentir el de Red.

    Vyko repitió su teoría sobre la visión doble de las cosas.

    —Y como dicen ustedes, tienen una imagen doble.
    —Escucha, ¿qué es todo esto? — dijo Burma.

    Chantal dio un rápido informe sobre su experiencia, mientras Red escuchaba con desmayo.

    —Una imagen doble es señal de que se aproxima un desastre -explicó Vyko-. Aunque no veo ninguna clase de desastre en el futuro... Entre mi gente se dice que verse uno mismo es señal que la muerte está cercana y aún... -Sacudió la cabeza como atolondrado y anduvo unos pasos para quedarse solo.
    —¿Puede ser este el resultado de nuestra intromisión en el Tiempo?

    Red hizo la pregunta con un tono suspicaz.

    Burma parecía preocupado.

    —Posiblemente, debemos ponernos inmediatamente en contacto con Artesha.

    Artesha parecía realmente cansada cuando le explicaron lo que sucedía.

    —Me temo que esto es el principio de algo aterrador -dijo-. Y no dispongo de tiempo para estudiarlo por mí misma. Estamos recibiendo información de un ataque del Enemigo; hace ya días que dura, pero hasta hace poco creíamos que estaba dirigido sólo contra Tau-Ceti. Pero no, el Enemigo ha pasado a una clara ofensiva y está cerca de elevarse a una escala completa en el Sistema Solar.
    —¿Podremos resistirlo?
    —No lo sé. Creo que sí. Estamos lanzando recursos extras lo más rápidos posibles, casi más rápido de lo que podemos manejarlos, y la producción de nuestras más modernas naves está siendo acelerada a lo máximo. ¿Han conseguido algún resultado con Vyko?
    —Todavía no le hemos preguntado -dijo Red, y llamó seguidamente al muchacho-. ¿Notas alguna especial sensación de presencia -preguntó Red ansiosamente.

    Vyko agitó la cabeza.

    —Hay algo -empezó diciendo, pero molesto, cambió de idea-, pero no más aquí que en cualquier otra parte. Siempre he conocido una forma de presencia.
    —Esto encaja -dijo Artesha-. El Being existe al menos como la más lejana oleada temporal. ¿Ha paseado por la nave para ver si actualmente se encuentra en ella un doble de Burma?
    —Pero no puede ser -dijo Burma-. ¿Cómo pudo entrar a través de la compuerta de aire?
    —¿Atravesó él la compuerta de aire? — dijo Artesha significativamente-. Recuerda que el hombre del espacio del Enemigo encontró su camino para entrar en la ciudad desde un 129 Lyrae.

    Se interrumpió y cuando volvió a hablar estaba casi desvanecida.

    —Tesper ha visto tu imagen doble.
    —Esto es enorme -dijo Red.

    Artesha opinó lo mismo.

    —Voy a informar a Magwareet rápidamente. Debe revisar de arriba a abajo todos los equipos de la Central.
    —¿Ha considerado la posibilidad de que no sea deliberadamente permitido capturar al Enemigo? — dijo Chantal-. Quiero decir, ¿podría de alguna forma estar ya esto previsto?
    —Esta es una consideración que hay que tener en cuenta. Pero si de alguna forma intentan tener dobles de seres humanos existentes dentro de nuestras defensas podemos prepararnos para grandes dificultades.
    —Usted, ya había pensado en esto, ¿verdad? — dijo Red recordando el comportamiento de la mujer de la sección médica.
    —Desde luego, Magwareet vendrá con algunos refuerzos para hacer investigaciones tan pronto como pueda arreglarlo.

    Burma se dirigió rápidamente hacia su equipo.

    —Debemos tomar esta prueba rápidamente. ¿Cómo va?
    —Nos llevará otra hora -dijo uno de los técnicos-. Después todo estará a punto.
    —No está mal -admitió Burma-. Me temo que ustedes y Vyko tendrán que quedarse por aquí unos momentos; quizá así tenga él ocasión de penetrar en el asunto.

    Red y Chantal se miraron con aprobación.

    Apartándose hacia un lado de la cabina, Chantal murmuró:

    —No puedo comprender cómo se toman todas estas cosas con tanta calma.
    —Supongo que habrán sido preparados para concentrarse en sus propios problemas -dijo Red-. El tiempo tiene demasiado valor para desperdiciarlo con preguntas que no pueden responderse.

    Había pasado una media hora cuando Magwareet entró en la habitación. Continuaba vistiendo su traje del espacio.

    —Vayan a través de la nave.

    Fue la corta orden que dio a los hombres y mujeres que le seguían.

    Se dispersaron con aire de peligro y con las armas preparadas en las manos a punto de disparar.

    —Perdona que te interrumpa, Burma -dijo el coordinador-. Pero debemos inspeccionar cualquier parte en que hayan aparecido imágenes dobles, no distraeremos a tu equipo.

    Burma asintió y continuó su trabajo.

    Cuando los miembros del equipo de Magwareet regresaron, no tenían nada de que informar y con unas palabras de agradecimiento, Magwareet se preparó para salir.

    Red notó que alguien tocaba su hombro y se volvió, encontró a Vyko que le miraba con aire preocupado.

    —Este hombre, el que viste un traje del espacio -dijo.
    —¿Qué hay acerca de él?
    —¡Tiene también una imagen doble! No sé dónde, pero la presiento.

    Red levantó la voz y llamó al coordinador. Magwareet regresó.

    —¿Le han dicho que usted también tiene una imagen doble?
    —No, que yo recuerde, no.
    —Vyko dice que tiene usted una.

    El joven mago parecía casi a punto de llorar.

    —Parece como si hoy todo el mundo tuviera una. Algunas personas están muy cerradas en sí mismas y es muy difícil de encontrarlo, como la mayoría de las de esta habitación, pero el de Red y el suyo son inconfundibles.

    Magwareet cruzó la habitación a grandes pasos conectó el comunicador.

    —Triple emergencia -dijo-. Equipo del Ancora (dio las coordinadas rápidamente). Magwareet al habla. Todas las unidades, todos los equipos del Ancora, todas las naves. En alguna parte hay un doble de mí mismo. Notificadlo y capturadlo si es posible. La existencia de cualquier otro doble debe ser informada inmediatamente.
    —¡Wymarin! — dijo Burma repentinamente-. ¿Qué estás haciendo aquí?

    Todos se volvieron y vieron el rostro familiar del hombre moreno que se hacía llamar Elias, de pie entre los instrumentos.

    —No estáis preparados para la prueba -respondió Wymarin-. Vine para ver si hacíais exactamente lo que os indiqué.
    —¿Dónde debería estar? — preguntó Red a un técnico.
    —Dirigiendo la prueba desde otra nave del equipo del Ancora para el caso de que algo fuera mal -fue la respuesta.

    Wymarin anduvo lentamente hacia ellos con la vista fija en los mandos y en las luces.

    —No está del todo bien -dijo al fin-. Escucha, Burma, he estado haciendo un trabajo sobre una nueva encrucijada. Supongamos que en lugar de demostrar completamente el punto original en pequeña escala hacemos esto.

    Continuó en un lenguaje lleno de palabras técnicas que la mayoría no pudieron entender, sin embargo, Burma y sus técnicos parecían apreciar sus razonamientos.

    Burma en particular parecía muy impresionado cuando Wymarin terminó.

    —Si he comprendido bien lo que te propones es crear un vocabulario basado en números clave con el cual podamos, por medio de un traductor mecánico, hablar con el Being.
    —¿Y por qué no?
    —¡Hola, Burma! — dijo una voz desde el comunicador-. Wymarin aquí. Deberías estar a punto de empezar ya, ¿verdad?

    Se volvieron todos rápidamente. En el preciso momento en que sus ojos se posaron en él la imagen doble de Wymarin desapareció.

    —Esto debe ser el final de todos nosotros -murmuró Vyko-. Nunca han coincidido tantos signos de mal agüero. Cuando cada hombre y mujer tiene una imagen doble...
    —Ciertamente -interrumpió Burma. Y explicó al verdadero Wymarin, que hablaba desde el otro lado del comunicador, lo que había sucedido-. No podemos atrevernos a creer en lo que nos ha dicho, aunque parecía lleno de lógica. Debemos continuar adelante nuestra investigación y si es que hay alguna oportunidad de comunicar con el Being debemos conseguirlos por nosotros mismos. Magwareet saca tu equipo de aquí y continúa tu trabajo. Red y Chantal, ¿desean ir con él? Es peligroso estar aquí.

    Vyko se volvió hacia él con ojos suplicantes, pero Red le ordenó que se quedara.

    Los minutos de angustia de la preparación pasaban; después todo estuvo dispuesto para el gran experimento.

    Los labios húmedos se habían secado repentinamente. Burma dió una última mirada a su completo equipo sonriendo forzadamente al angustiado grupo de hombres, y apretó el comunicador para dar la señal.

    Vyko dio un grito de terror y se desvaneció. Un indicador de cristal ardió y mostró los mandos del lado opuesto con el cristal roto. Los mandos se agitaban de un lado al otro. Entonces se levantaron todos al igual que un solo hombre.

    En este momento Red se acercó a Burma que indicaba un mapa del tiempo que estaba detrás de él y dijo:

    —Hemos llegado al principio del tiempo.


    XVII


    El instante había pasado, la fantástica mente de Artesha empezó a hacer balance en el libro mayor. Los informes que se iban recibiendo no la tranquilizaron.

    Pérdidas.

    Cientos de miles de hombres y mujeres irreemplazables, hábiles técnicos y científicos expertos en los campos de la física, desesperadamente necesitados por la raza humana; material para millones de toneladas, incluyendo valiosas inscripciones en los registros de la memoria de la Central. Estas eran las primeras pérdidas que Artesha advirtió, era como si hubiera perdido parte de su memoria: naves de la escuadra civil y militares.

    Ganancia.

    Sólo una pequeña información acerca del Being.

    No compensaba.

    La oleada temporal había costado una zona de las defensas del Sistema Solar. Un boquete se había abierto hacia la estrella Polar de tal modo que las líneas de patrulla ya no podían pensar en ocuparla. Algunos asteroides habían desaparecido con el resto y una gigantesca nube de polvo había quedado en su lugar.

    Magwareet fue la primera persona en preguntar si había algún cambio en las directivas con vistas al desastre. Artesha respondió que estaba demasiado preocupada con el problema de las imágenes dobles, para pensar en todo lo sucedido. Lo que estaba intentando con todo su esfuerzo era decidir cómo y cuánto había desaparecido de su memoria; esto nunca podría reemplazarse pues las energías de la oleada temporal habían limpiado y destruido todo rastro.

    Conectó con Wymarin para conocer su impresión del reciente caos a través del continuum, y el científico le hizo un informe.

    —No tenemos pistas de esta oleada, Artesha, va más allá del alcance de nuestros instrumentos y continúa ganando ímpetu cuando desaparece. No podemos empezar a suponer dónde se detendrán. Algunos de ellos pueden atestiguar la formación de la Tierra o morirse de hambre en un bosque del carbonífero, o incluso buscar con un porrazo contra la pared el Principio de Todo.

    »Si los instrumentos que ellos manejan nos ayudarán o no a retroceder dentro de la oleada después que sean lanzados al otro lado, es problemático, creo que es bastante difícil. Pero no soy un experto en oleadas temporales, sólo lo soy en el Being, por tanto nada más puedo decir acerca de los efectos de este experimento. Probablemente hubiéramos triunfado cuando hicimos la prueba por primera vez y yo fui lanzado al siglo xvii. Pero quizás sensibilizado en este respecto. De cualquier modo el violento resultado que tuvimos cuando lo repetimos sugiere algo parecido.

    —Prosigue el informe y notificamos los resultados lo antes posible -dijo Artesha-. Supongo que habrá algo que nos dará un indicio.

    «Esto es una esperanza sutil», reflexionó apesadumbrada mientras interrumpió el circuito de reconocimiento de Wymarin. Había una docena de personal aclamando por su atención. Escogiendo uno al azar encontró que era Kepthin, el biólogo, que quería informarla del estudio del enemigo capturado.

    —Tengo buenas noticias, Artesha -dijo entusiasmado.

    Artesha le cortó rápidamente.

    —¿Has sido afectado por la oleada temporal? — preguntó bruscamente-. Si no es así sal inmediatamente del circuito, hay gente con problemas más urgentes que está esperando.

    Kepthin palideció.

    —¿Qué oleada? No me he acercado a un mapa del tiempo desde hace muchos días; lo siento por si tienes prisa, pero de todos modos, lo que tengo que decirte no te entretendrá mucho: ¡Podemos comunicar con el enemigo, hablar con él!

    El espíritu de Artesha se animó un poco.

    —¿Qué es lo que has sacado en claro de ello?
    —Nada todavía; estamos descomponiendo su lenguaje y analizándolo desde la base. Pero podemos duplicar todas sus palabras elementales, y en poco rato podremos hablar con él perfectamente.
    —Notifícamelo en cuando lo hayáis conseguido -ordenó Artesha. Inmediatamente se arrepintió de haber sido tan brusca con él. Después de todo era la única persona que le había proporcionado una noticia realmente agradable y positiva desde hacía mucho tiempo; pero no tenía tiempo de ser amable ni para alegrarse.

    Kepthin se marchó preguntándose con parte de su mente qué cosa podía haber sumido a Artesha en tal estado de ánimo; mientras tanto con la otra parte de su cerebro revisaba los progresos sobre el nivel consciente del enemigo. Estaba sumido en estas meditaciones cuando se abrió la puerta de la habitación y entró Magwareet con su equipo de hombres.

    El coordinador se acercó a él y le hizo un gesto a modo de saludo.

    —¿Ha aparecido alguna imagen doble por aquí? — preguntó.

    Kepthin movió la cabeza.

    —He oído algo acerca de esto hace un momento, pero no ha habido ningún caso por aquí. ¿Qué es lo que pasa exactamente?

    Magwareet parecía estar pensando en otra cosa, observó su equipo que se movía discretamente mientras empezaba su recorrido por la habitación, y esperó a que uno de los técnicos acabara para hacerle una pregunta.

    —Esto encaja -musitó-. Si está siendo dirigido por el enemigo ellos intentarán distraer la atención del cautivo. Perdonen -añadió en un tono más alto-, estaba lejos de aquí. — Luego dio al biólogo un rápido informe sobre la aparición de los misteriosos dobles.

    Un pensamiento le detuvo y dirigió a Kepthin una lenta mirada.

    —Supongo que usted no ha encontrado algún ser que tenga el poder de desaparecer en ninguno de sus tratados de biología, ¿verdad?
    —¿Qué quiere usted decir?
    —Hemos averiguado que esas imágenes dobles, tal como las llama Vyko, pueden ser sin duda alguna desaparecer sin moverse ni esconderse. No lo hacen cuando alguien las observa. Además tienen cuidado de aparecer sólo en lugares donde no se puede sospechar de ellos inmediatamente. Se ha observado que algunas de ellas entran en habitaciones donde hay sólo una puerta y después desaparecen sin haberla atravesado de nuevo. Otros se han deslizado por el aire aprovechando un momento de distracción del auditorio.

    Kepthin se alarmó.

    —No, nada semejante se había visto antes. Supongo que para llegar hasta aquí habrán guiado por la vía camaleónica, la transparencia y la prolongación. Estos son métodos de protección muy comunes.

    Magwareet parecía interesado en lo que el biólogo pudiera explicarle.

    —Explíquese, por favor.
    —Bien, camaleónico se explica a sí mismo. Es una rápida respuesta en último término a un estímulo de color fosforecente y una superficie de tejido. Hay un ser llamado Polyglossus Tshii, que Hideko Toshii encontró en Tau-Cati II, que puede igualar virtuosamente el esquema de un color en menos de medio segundo. La variación es menos común, sólo puedo recordar dos o tres animales mayores que un ratón que los usan en cualquier circunstancia de peligro; todos son animales de movimientos lentos que habitan en mundos de alta gravedad.

    »Transparencia, más estrictamente igualación del índice de refracción del aire, es una propiedad permanente de la sustancia de un cuerpo, y apenas es variable. Psudocinus Ascopus del 129 Lyrae muestra el fenómeno como muy notorio, pero no es una cosa que se pueda hacer o deshacer, es decir, intervenir, sino que únicamente es transparente sin más; y eso es todo.
    »Prolongación, esto no se conoce en animales de organismos superior, pero hay gusanos que pueden dilatarse y contraerse en un 500 ó 600 por cien, muy delgados para ser visibles cuando están en el máximo de su longitud.

    Magwareet agitó la cabeza al terminar Kepthin su larga parrafada.

    —De ser cierto, nuestros tubuladores habrían revelado alguna cosa de esto; no, me temo que son justamente unos artificios protectores.

    Uno de los de su equipo le llamó desde el otro extremo de la habitación con un silbido. Excusándose y dando una última mirada al enorme enemigo de cinco miembros, alrededor del cual se encontraban los que se ocupaban de su control, salió.

    Había deseado acercarse a uno de éstos desde hacía tiempo pero se había visto forzado a esperar mientras los datos de la nueva oleada temporal fueran avaluados. Ahora, al fin estaba libre para alcanzar al hombre cuya imagen doble había conseguido el más espectacular éxito de todos: Wymarin.

    Cuando llegó el científico le saludó con aire de ausencia. Estaba de pie ante un difícil trabajo y parecía malhumorado. Por fin estalló:

    —Por todo lo bueno que he hecho aquí podía muy bien haber pertenecido en la Hollanda del siglo xvii.
    —¿Qué quieres insinuar? — dijo Margwareet.
    —¡Mira los resultados de nuestras pruebas! — Vymarin indicó el ancho recorrido del mapa del tiempo que brillaba verde de borde a borde-. Hemos ocasionado el mayor desastre que nunca habíamos sufrido y sin provecho alguno.

    Magwareet esperó que se calmara un poco, con un esfuerzo Wymarin lo consiguió.

    —Lo siento -continuó-, pero es totalmente descorazonador. ¿Qué puedo hacer por ti?
    —Casi nada. Apareció a bordo de una nave del equipo de Burma y sólo conozco los pequeños detalles que me dieron a través del comunicador. — Wymarin hizo una referencia sobre esto.

    Al terminar Magwareet preguntó.

    —¿Te interesaste por los detalles sobre los cambios que recomendó la imagen doble sobre el proyecto de experimento.
    —¡No! ¿Por qué debía hacerlo? — dijo Wymarin con sorpresa-. ¡Oh! ahora comprendo lo que quieres decir. — El cambio de expresión podía haber sido cómica en otras circunstancias-. Quieres decir que tomé las consideraciones que él recomendó como hostiles y que designan la causa del desastre, y por lo contrario no debía haberlo hecho.
    —Exactamente -dijo Magwareet.

    Hizo una larga pausa.

    —Tal como sucedió -dijo Wymarin- aún planeando cuidadosamente no podía haberse producido nada más desastroso que lo que actualmente ha pasado... ¿Hay alguna oportunidad de que mi imagen doble aparezca de nuevo y quizá nos dé la información?
    —No lo sé, por el momento no se ha dado ningún caso de reaparición. Esos dobles se muestran por algo o simplemente por nada, y nunca vuelven a verse. Yo me inclino a pensar que las creencias de Vyko sobre ellas tienen muy poco de verdad -añadió en tono pesimista.
    —¿Qué es lo que él cree?
    —De acuerdo con las leyendas de su época, ver la imagen doble de un individuo es señal de preminente muerte.
    —¿Tienes alguna idea de lo que son?
    —Aún no. Hay algún punto muy sugeridor acerca de ellos. ¿Has oído si el mío se ha visto en alguna parte? Mi opinión es que cada uno de los originales ha atravesado el tiempo en una oleada temporal o en una de nuestras propias naves.
    —Muy interesante -dijo Wymarin-. ¿Hay algo más?
    —Pueden desaparecer en el aire.
    —Bien. — Wymarin parecía fascinado ante la nueva coordinación de ideas que le permitía recordar la crisis que se había formado en su cabeza-. Esto no es inesperado si ellos son el producto de un temporal coexistente... ¿Puedes aplicarlo aún más lejos, a personas que han coexistido consigo mismo en una oleada temporal? Me preocupa hasta la obsesión el que regrese luego a su era después de dos días a través del tiempo.
    —Para esta clase de cosa es para lo que se necesita a Burma -comentó Magwareet-. De acuerdo, intentaré establecerlo. Todos los indicios pueden ser una ayuda en estos momentos. ¿Pero qué tiene esto que ver con su desaparición?
    —Mirémoslo de esta forma. Supongamos que nuestras interferencias con el pasado han causado actualmente divergencias en la médula del tiempo. Es decir en una quinta dimensión continuum existen varios paralelos y dependen de un cambio efectuado en el pasado. Ahora bien, si una gran atracción existe, y también una gran correspondencia entre un lugar cualquiera, de algún modo u otro presente, y nuestro propio presente, es posible que la gente puede tener, incluso desconociéndolo, un cambio en una dirección que pasaría a través de la quinta dimensión.

    »Si el Universo asume esto, tiene una gran tendencia a unificarse. Nuestras originarias pesquisas dentro de una existencia en una cuarta dimensión sugieren esta probabilidad. Entonces mi imagen doble podría encontrarse bajo la firme impresión que se encontraba en su propio presente y dar información al Burma de su propio tiempo. De cualquier modo si esta información hubiese sido puesta en marcha hubiera destruido una de las dos distinciones entre el tiempo. ¿Me sigues?

    —Sí -dijo Magwareet con entusiasmo-. ¿Esto implica que todas las apariencias de las imágenes dobles pueden ser los resultados de esta tendencia unificadora.
    —Exactamente. Supongamos que investigas la idea de una imagen doble desaparecida y regresando a través de la barrera entre los presentes paralelos, tenemos equipamento que podría destruir la fuerza del tiempo-espacio, lo que imagino como resultado de esto.
    —Dame detalles que te echaré una mano al momento.

    Repentinamente el comunicador de la pared tomó vida y se oyó la voz familiar de Artesha:

    —¡Atención todas las unidades! — dijo-. Rojo triple. Este es un factor político de orden inferior. He recibido informes de Kepthin, jefe del equipo que estudia al hombre del espacio capturado. Informa del triunfo de sus técnicos estableciendo comunicación con él. He examinado cuidadosamente los resultados y estoy de acuerdo en que no hay razón para dudar en nuestra completa caída intentando comprender los motivos del enemigo en su guerra con nosotros.

    »Sus ataques sobre la raza humana son de consideración puramente secundaria. ¡Su único y real objetivo es la destrucción del Being!


    XVIII


    —En alguna parte de ahí afuera -dijo Burma con una voz que llenó toda la habitación- están naciendo soles, planetas creados... En alguna parte de ahí fuera, si pudiéramos solamente observar y comprender, encontraríamos la respuesta a cada una de las preguntas que siempre han preocupado a la raza humana.

    Sus palabras abrieron en la imaginación de los oyentes perspectivas de increíbles conocimientos. Era como si repentinamente sus sentidos no estuvieran ya limitados por las paredes de una cascara; se sintieron casi al borde de comprender las cosas de que hablaban.

    «Igual que un film que corre hacia atrás», pensó Red. «El universo entero seguirá su camino invariable y fielmente de espaldas hacia el principio.»

    Chantal se acercó a Vyko, que yacía en el suelo, para atenderle. El movimiento rompió el hechizo y la escuadrilla de hombres y mujeres se movieron para buscar algo con qué ocupar sus mentes.

    —¿Qué ha sucedido? — preguntó Red a Burma.

    El hombre de la cara morena respondió mientras estudiaba los verdes mapas del tiempo.

    —En alguna forma herimos al Being en su punto sensible. ¡Esto es una convulsión, comparandola con la que me lanzó a su Era, aquello fue una mera contradicción! ¿Alguna señal de abatimiento? — preguntó.

    Uno de los técnicos replicó:

    —¡Sí, hay algo! La oleada lo está construyendo.
    —Sobre la Tierra ahora los hombres están llevando su existencia en cuevas y guaridas hechas de ramas. En poco tiempo sólo habrá monos, y antes que esto otra vez los reptiles regirán sólo la vida...

    Un curioso sentimiento de adversión invadió a Red cuando oyó esto; de algún modo la forma en que Burma había usado el futuro cuando hablaba en pasado parecía significativo, pero no pudo captar el concepto evasivo y Chantal interrumpió la sucesión de su pensamiento.

    —Burma, hay algo que no comprendo. ¿Por qué experimentamos la sensación de tiempo normal aunque estemos siendo lanzados hacia atrás? ¡Es casi imposible admitir el hecho!
    —¿De verdad? — dijo Burma irónicamente-. Se le ha ocurrido pensar que si el tiempo fuera hacia atrás no sentiríamos ninguna diferencia. En cualquier momento dado, usted continuará recordando lo que pensaba como en el pasado, su sabiduría será idéntica en cualquier momento, no importa de qué lado ondee el tiempo. No hay ninguna clase de documento que pueda decidir la respuesta. — Cambió de conversación y dijo-: ¿Cómo te encuentras Vyko?
    —Supongo que bien. Aún no ha respondido realmente a mi pregunta.
    —Lo que creemos que ha sucedido es que las fuerzas que posee una oleada temporal ha causado una encapsulación del objeto transferido en los alrededores del espacio. El esguince del espacio alrededor de la cápsula tiene un efecto igual que la tensión de la superficie de un líquido; podemos detectar su presencia sólo con implicaciones.

    Poco pudieron hacer durante el vuelo incontrolado del pasado. Maniobraron los instrumentos; a intervalos se ocupaban de Vyko, que parecía haber caído de un largo letargo. Podían hacer teorías sobre la causa de esto, pero su conocimiento total era inaccesible.

    Había un profundo abatimiento bajo una protectiva ilusión de normalidad en el comportamiento de todos.

    Casi había pasado un día, según indicaba los relojes que había en la pared, cuando el primer claro apareció indicado en el verdor de los mapas del tiempo. Algo se deslizó en el aire: un sentido de destino, un sentido de supervivencia.

    —¡Al fin! — dijo Burma estudiando los mapas-. Vamos a emerger dentro de un Universo real.
    —Después de eso -dijo un técnico- las energías del temporal habrán sobrecargado nuestros instrumentos hasta hacerlos completamente inútiles. ¿Qué es lo que podemos hacer?

    La importancia de la situación era bien clara. Burma hizo callar al técnico acercándose a él con enfado.

    —Estamos emergiendo -dijo-. Quiero que observes esos mandos hasta el momento en que dejen de funcionar.

    Los instrumentos no eran muy adecuados para el estudio de una oleada temporal, pero podían ser de alguna utilidad. En realidad servían para la investigación de la cuarta dimensión que alcanzaba al Being. Informaban que serían lanzados desde el pico principal, no desde el secundario; no podía decirse lo mismo sobre el resto de las naves del equipo que ya se habían dispersado.

    —Tampoco tenemos un equipo de tiempo-viaje -dijo Burma-. En este estado de evolución del Universo, no habrá ningún planeta donde poder aterrizar y construir un equipo adecuado. ¡Si nuestras naves hubieran sido construidas para aterrizar en los planetas!

    Y para bien o para mal, su destino estaba ya trazado.

    Burma anduvo a grandes pasos por la habitación. A los pocos momentos les llamaron por el comunicador, que por alguna razón continuaba funcionando.

    —Vengan aquí rápidamente.

    Obedecieron sin rechistar.

    Red y Chantal fueron los primeros en entrar en la única habitación de la nave en la que se veía directamente el espacio.

    —No hay ningún vestigio de ser humano por esta zona -dijo Burma.

    Parecía increíble, el pensamiento rehusaba creer lo que veían los ojos. Pero algo se transformó en su interior y comenzaron a comprender lo que veían.

    Más allá del observador el cielo parecía encendido. Brillaba tan blanco que parecía casi frío.

    —Lo que estamos mirando -dijo Burma- es el Universo en sus primeros tiempos. Esas son las estrellas que estamos acostumbrados a ver esparcidas en cientos de millas. Probablemente la extensión calamitosa que conocemos ha comenzado justamente ahora, este ahora, claro está, está entendido en términos de la edad del Universo.

    »Hemos retrocedido cientos de millones de años.

    —¿Por qué no hay ausencia de luz? — preguntó Chantal casi en un suspiro.

    Red estaba tan obsesionado por un descubrimiento y un recuerdo que a penas pudo oír la respuesta. El descubrimiento era este: una vez los ojos de uno estaban acostumbrados a la luz podía decir que cada estrella en el cielo tenía un color diferente. Algunas eran blancas, como los diamantes, otras azules o amarillas, y algunas pocas sombreaban por el camino de un carmesí.

    Cuando él todavía era un niño le enseñaron que las piedras preciosas eran sacadas de la tierra y se había imaginado una cueva llena de ellas, con las paredes resplandecientes, donde cada centímetro de ellas daba un fuego multicolor, y he aquí que se encontraba ante esto.

    —El Universo -dijo Burma- es tan pequeño que la luz de las estrellas no palidece más allá de la visibilidad antes de completar un círculo. Más allá de las estrellas más cercanas, ustedes pueden ver el resto de las que están detrás nuestro. Este Universo es igual que una gigantesca habitación llena de espejos.
    —Alguna cosa que J. B. S. Heldone dijo en uno de sus ensayos -recordó Red- se parece a lo que usted explica: Me imagino en un Riemeniem, yo estaba en un plano transparente, cuando miré hacia arriba pude ver las suelas de mis zapatos vueltas al revés.

    »Una vez había intentado expresar estas ideas en una de mis esculturas y fracasé, y ahora la ciega fuerza de la naturaleza es la interpretada en una escala que nunca hubiera podido imaginar.

    —¿Cree? — se sorprendió al notar que su garganta estaba seca-. ¿Cree que puede haber ahí algún ser viviente?
    —Lo dudo -dijo Burma-, casi seguro que no hay planeta; esas no son las estrellas que conocemos, esas son inmensas agregaciones de polvo y gas apenas empezando a radiar, de hecho la mayor parte de su energía proviene de la concentración gravitacional.

    «Y esta es la raza humana -pensó repentinamente. La idea le hirió en el corazón dejándole aterrado-. Aquí me encuentro lanzando al principio del Universo y puedo pensar con seguridad sobre cosas que ninguna criatura viviente ha sido testigo.
    »Quizá después de todo, el Tiempo nada ha significado ni importado. — Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba solo con Red y Chantal, los demás habían salido.

    —No sé si podrán entender esto -dijo después de una pausa-. Piensen sobre ello de todos modos. Sólo unos pocos siglos atrás, quizá menos de eso, el Tiempo empezó, ¡todo empezó! No se puede decir «antes que esto», pues no había un «antes». No había nada, ¡nada!

    Chantal tembló y se reflejó en su cara que intentaba controlar su miedo. Red pasó su brazo alrededor de la cintura de ella y la atrajo hacia sí.

    —Y aquí estamos un puñado de seres humanos -terminó Burma- de pie al borde de la nada.
    —Red -dijo Chantal suavemente-. ¿Crees que esto valía la pena?
    —¿Qué quieres decir?
    —Resultará penoso que tengamos que alejarnos de aquí, ¿verdad? ¿No crees que valía la pena todo con el objeto de ver esto?

    Red no había pensado sobre ello, de modo que tardó un momento en encontrar la respuesta, aunque nunca dudó de cuál debía ser.

    —¡Sí, sí! ¡Lo creo!
    —Yo también -dijo Chantal-. Antes nunca lo entendí. Supongo que debe ser una sensación de recompensa parecida a la que tuvieron las primeras personas que escalaron el Everest, y quien quiera que sea el primer hombre que vuele a la luna.

    Burma les miró y tuvo un sentimiento de envidia. Para él no había nadie, Artesha estaba lejos, a incontables millones de años, y no era propiamente un ser, pero por otra parte el marido de Artesha nunca se sentiría satisfecho con nadie más.

    Un grito cortó su quietud con la rapidez de un relámpago.

    —¿Qué fue eso? — preguntó Red volviéndose rápidamente.

    Pero Chantal adivinó de que se trataba.

    —Debe de ser Vyko -dijo, y salió.

    Otros miembros de la tripulación también habían oído el grito; cuando Burma y Red siguieron a Chantal, la encontraron inclinada sobre Vyko con una expresión de ansiedad. Los ojos del muchacho estaban desmesuradamente abiertos sin mirar nada.

    —¡Vyko! ¿Qué te sucede? — dijo Burma.

    El muchacho se levantó un poco. Humedeciendo sus labios murmuró unas pocas palabras.

    —¿Qué ha dicho? — preguntó Red.

    Chantal se incorporó.

    —Algo acerca de que todo va a poder detenerse -dijo incomprensiblemente, y entonces como si el posible significado de las palabras la hubiese herido se puso la mano rápidamente sobre la boca.
    —¡Burma! ¿Cree que puede ver hacia atrás en el tiempo igual que hacia adelante? Más allá del principio quiero decir.
    —Posiblemente -afirmó Burma.

    Pero esta suposición fue descartada por las siguientes palabras de Vyko.

    —¡Nada! ¡Nada de nada! ¡Sólo estrellas continuarán para siempre!
    —¿Qué quieres decir? — preguntó Red inclinándose sobre él-. ¿No puedes decirnos lo que no hay ahí?
    —¡Algo! Algo que siempre ha estado ahí, en mi tiempo y en el suyo, algo grande, benéfico y seguro. Y ahora estoy solo.
    —El Being -dijo Burma-. Sólo puede referirse al Being. ¿Pero cómo escapamos de él sí la oleada nos lanzó hasta aquí?
    —¿Inercia? — sugirió Red-. Al Being, tú lo explicaste una vez, le desagrada la proximidad de soles y altas energías. El Universo es totalmente una concentración de alta energía. Supongamos que nos extiende esto más atrás. Entonces quizás hayamos sido lanzados por un residuo de violencia... más allá de la oleada.
    —Estamos solos -dijo Chantal gravemente-. Nadie hay en el Universo más que nosotros.
    —Piense infinitamente lo peor que es para este chico -le recordó Burma-. Ha perdido algo que ha formado parte de su mente durante toda su vida. Tiene un conocimiento de cuarta dimensión y, ahora sucede que en una dirección no hay nada que ver, y en la otra, en la que él conoce, todo está demasiado lejos.
    —¡Miren! — dijo Chantal bruscamente.

    Se volvieron para mirar a Vyko. Este se había relajado y en su cara aparecía una sonrisa.

    —¡Asthlik! — dijo Burma-. ¿Ha sucedido algo en los últimos momentos.

    Uno de los técnicos penetró en la habitación.

    —¿Reaparece, Vyko? ¿Reaparece?
    —¡Sí! — murmuró el muchacho.
    —¡Hemos establecido ya el paso de un importante punto secundario!
    —¡Asthlik! — llamó Burma-. ¿Sabes que esto significa que desde un principio estábamos equivocados sobre el Being? Si estas oleadas pueden extenderse más allá de sus límites no hay necesidad de que exista una criatura de cuatro dimensiones.
    —Tendremos tiempo suficiente para preocuparnos de eso más tarde -dijo Asthlik.
    —Vyko, ¿está ya todo bien ahora? — dijo Burma.

    El muchacho con los ojos cerrados parecía preocupado.

    —No, es demasiado pequeño; pero está ahí, estoy seguro, creo que intenta decirme algo.
    —Y hemos perdido todos estos esfuerzos en trazar un instrumento para comunicar con el Being -dijo Burma con pesimismo por las consecuencias de su último intento desastroso-. ¡Teníamos nuestro instrumento en la palma de la mano! Vyko, ¿puedes comunicarte con él?
    —Sí, me entiende. Creo que intenta explicarme qué es realmente.

    Se levantó algo tambaleante y se dirigió al observatorio. Los demás le siguieron en silencio. Vyko se detuvo ante la gloriosa masa de soles; miraba fijamente en una dirección.

    —Veo -dijo- pero no puedo entender.

    Burma se dirigió hacia donde estaba el muchacho y siguió con la mirada el punto que Vyko observaba. Después de un momento, se adelantó, como si ese centímetro de reducción en la distancia pudiera aclarar lo que había visto. Incluso forzando los ojos, los demás no pudieron ver más que una especie de oscuridad en el brillante cielo.

    —Algún tiempo atrás -dijo Burma, y Red comprendió que se refería a millones y millones de años en el futuro.

    »Artesa dio instrucciones para que algunas de las naves de la Central, que contenían sus registros de memoria, fuesen aisladas de los niveles de alta energía.
    »Recuerdo haber observado el trabajo, mientras se disponía. Nunca le pregunté por qué sólo esas naves eran tan armadas, pero supuse que eran depositarias de información vital, para ser utilizadas en el caso de que el Enemigo invadiera alguna vez el Sistema Solar.
    »Por el trabajo que se hacía en ellas se les dio una forma distinta a la de cualquier otra nave del espacio, y por tanto son totalmente inconfundibles.

    Pasó un momento antes de que nadie comprendiera el significado de todo esto. Red fue el primero que lo intentó y llegó a una conclusión.

    —¿Entonces, quiere decir que esas...?
    —Sí. — Era Vyko quien inesperadamente le respondía en una clara y sorprendente voz-. Esas naves de ahí eran parte de la memoria de Artesha, la única parte que puede soportar la fuerza concentrada del espacio y del Tiempo, en esta temprana etapa de la existencia del Universo.

    Secamente la voz de Vyko añadió:

    —Para el caso de que no lo hayan entendido les digo que están hablando con el Being.


    XIX


    —Kepthin a Artesha: adjunto posible vocabulario del lenguaje del Enemigo y además, con detalles de su tira de comunicación.

    —Artesha a todas las unidades, señal de tres discos rojos: Enemigo en masa, ataque preparado desde la dirección de Tau-Cati.
    —Wymarin a Artesha: Esguince en el espacio del tiempo, detectado en asociación con la materialización y desmaterialización de las imágenes dobles, da muestras de una gran semejanza con manifestaciones ya conocidas y conectadas con la actividad del Being. Detalles separados.
    —Artesha a todas las unidades, señal de tres discos rojos: Investigad la posibilidad de que el Being nos sea hostil actualmente. Análisis de todas sus actividades, urgentemente revisadas en esta señal.
    —Artesha a Magwareet: ¡Magwareet, por favor ayúdame!

    La desesperada y urgente súplica asustó y preocupó a Magwareet. Pero controló sus emociones tanto como pudo a la vista de Artesha, aunque no estaba seguro de poder disimular debido al gran conocimiento que ella tenía de todo. Tuvo que ir ante su misma presencia, pues no hubiera sido inteligente dejar que todos pudieran oír su conversación.

    —¿Qué sucede? — preguntó lo más tranquilo que pudo.
    —Magwareet, ¿recuerdas cuándo me preguntaste por qué no te advertí del invasor Enemigo que voló dentro de la oleada temporal que utilizaste para buscar a Wymarin?
    —Sí.
    —Tuve la respuesta. Recibí un signo de solución de los registros que yo tengo, justo antes de que Burma iniciase su desastroso experimento. Estoy segura de eso, pues la noticia la he recogido, como te he dicho de uno de mis registros de memoria.

    »Pero la solución total, y los datos que precisamos están en los registros que han desaparecido en el pasado.

    Magwareet empezó a decir algo, pero Artesha le interrumpió.

    —¡Dejadme terminar! ¿Recuerdas qué tiempo atrás yo tenía un grupo de mis registros de memoria especialmente aislados?
    —Sí.
    —¡Son esos bancos los que han desaparecido! ¡Únicamente esos! Pero, además contienen la razón del por qué los tenía aislados. Sólo puedo adivinar la razón del por qué lo hice, y todas mis sospechas caen en una sola conclusión.

    »Que de alguna forma tenía conocimiento del futuro útil para mí, y no ha hecho uso de él. Magwareet, ¿qué ha podido suceder conmigo?

    Magwareet sabía que Artesha debía haber deducido la misma y única conclusión posible. Habló con gran énfasis.

    —Alguien o algo debe haber sobornado tu memoria, tu propia mente. sólo hay una posibilidad sobre quien puede haber sido. ¡El Enemigo!

    Magwareet esperó un rato, y comprendiendo que Artesha no podría substituir por si misma, su falta de aclaración terminó por ella.

    —Lo siento, Artesha. Estás equivocada. Hay una segunda posibilidad, que es la más acertada. La única persona en el universo que podía haber sobornado tu propia mente, eres tú misma.

    Si Artesha hubiera tenido pulmones humanos hubiera suspirado profundamente.

    —Magwareet, ¿tú crees que yo, igual que otras personas tengo mi imagen doble, que en realidad no es exactamente como yo?

    La idea asustó a Magwareet por un momento. Tuvo la impresión momentánea de tener la visión de una verdad embarazosa, pero había desaparecido rápidamente, dejándole palpando los restos de su pensamiento que en un instante se habían formado en su mente.

    Artesha continuó.

    —Pero ¿cual es la razón de todo esto? ¿Tener la parte restante de mi memoria a través de esa quinta dimensión que Wymarin sugirió, haber una imagen doble de Artesha en alguna otra parte y unificar el continuum? ¿Por qué nadie ha venido a mí? ¿Quién opina que la unificación del continuum es más importante que la supervivencia de la raza humana?
    —Tú eres la persona más capacitada en la historia para responder a preguntas como ésta -dijo Magwareet-. ¿Por qué me preguntas a mí?
    —¿Cómo puedo confiar por más tiempo en mí misma? — dijo Artesha.

    Magwareet, en un horrible exceso de viva imaginación vio el derrumbamiento de la entera estructura del esfuerzo humano a través del fracaso de soportarlo todo confiadamente. Debía hacer algo rápidamente. Lo que quedaba de humano en Artesha necesitaba ser confortado, requería amistad y afirmación, igual que cualquier otro ser. Magwareet sabía que Burma se había acostumbrado a proporcionárselo, pero Burma se encontraba muy lejos, en alguna parte detrás del Tiempo.

    —Hay algo que puedes estar segura -dijo- y es que todas esas supuestas Arteshas, al igual que tú trabajan para la supervivencia de la raza humana. Nada puedes hacer, ¿verdad?
    —No -afirmó Artesha.
    —Desde que descubriste que el Enemigo estaba más interesado en destruir al Being que a nosotros, ¿has estudiado la posibilidad de ponerte de acuerdo con ellos para hacerlo? ¡Después de todo estaríamos contentos de poder desprendernos del Being!
    —No podemos hacerlo -dijo Artesha firmemente.
    —¿Por qué?
    —Porque -la primera palabra de Artesha era segura, pero después quedó cortada-. Porque no lo sé, pero sé que hay una razón, pero debe encontrarse también en los registros perdidos.
    —¿Dónde obtuviste la información? ¿De Kepthin?

    Artesha afirmó el hecho.

    —Bien, voy a verle. Eso al menos nos solucionará definitivamente.
    —¡Magwareet! — llamó Artesha-. ¿Crees que debo continuar?
    —Sí -dijo Magwareet forzosamente, y salió. Magwareet abandonó a Artesha y fue a ver a Kepthin para exponerle su idea sobre un pacto con el Enemigo. Cuando aún no había llegado a la sala de investigaciones del biólogo, se oyó a través de los comunicadores una llamada general de Artesha, y como era urgente, regresó por donde había venido tan rápidamente como pudo.

    Magwareet dejó a Artesha y fue a ver al biólogo que se hallaba en la sala de investigaciones. Le encontró muy excitado, analizando las explicaciones psicológicas del Enemigo, las cuales no habían sido interceptadas. Cuando Magwareet mencionó por primera vez su idea a Kepthin, éste denegó con la cabeza.

    —No, la idea es imposible. Lo que contiene es esto: el Enemigo descubrió la existencia del Being y posiblemente su naturaleza también, antes que nosotros. (¡Desde cuándo, no me atrevo a decirlo!) Era la primera forma viviente del no-Enemigo con la que nunca se habían encontrado antes, y la han extendido por varios sistemas planetarios, dos veces más que nosotros, creo. Su fondo es de una hostilidad extremada. Desde el momento en que descubrieron que el Being se encontraba en área en el que habitamos, automáticamente fuimos un objetivo perfecto para el ataque. No, librarse del Being por un esfuerzo conjunto, está fuera de lugar.

    Lo que Artesha acababa de declarar a Magwareet, fue un golpe tremendo para éste, que estaba completamente ajeno a lo que había sucedido.

    —Entonces, ¿dónde me encuentro? — preguntó Magwareet.
    —De acuerdo con mis documentos, en el presente momento te encuentras en la sala de investigaciones del Enemigo, hablando con Kepthin. ¡Escucha!

    Artesha conectó el comunicador, y Margwareet, que estaba muy preocupado, oyó su propia voz que hablaba con el biólogo.

    —Vamos a ver qué sucede con esta imagen doble cuando os llame -dijo Artesha. Dirigió unos circuitos de alarma que impedían la entrada en la sala de investigaciones donde la imagen doble de Magwareet estaba hablando con Kepthin-. ¡Magwareet!, ¡Kepthin!
    —Magwareet no está aquí -dijo Kepthin algo asustado-. ¿Por qué? ¿Qué sucede?
    —¿No está aquí? — Artesha consultó sus instrumentos de nuevo.
    —¿Por qué estás alarmada? — dijo Kepthin-. Me temo que estás interrumpiendo nuestro trabajo.

    Artesha no pudo responder. Cerró el comunicador y habló a Magwareet.

    —¿Has oído? Magwareet, ¿cómo puede ser?
    —Pregunta a Wymarin si ha habido cualquier intervención por parte del Being en los últimos minutos -dijo Magwareet.

    Las cosas iban arreglándose en su mente. Había una magnífica simplicidad acerca de su disposición, que estaba seguro de que se encontraba en la pista de la respuesta correcta.

    —Sí -fue la respuesta de Wymarin-. ¡Actividad muy considerable! No hay oleada temporal, pero hay estos efectos secundarios asociados, que como dije se encuentran también cuando aparece una imagen doble.
    —Lo que esperaba oír -dijo Magwareet jovialmente-. Artesha escucha, supongamos que el Being sabe que nosotros no actuamos con hostilidad y que en cambio, el Enemigo si. Supongamos todavía más, que existe realmente en cuatro dimensiones, y se mueve libremente por todas ellas igual que nosotros nos vemos en tres.

    »Ahora supongamos que nos movemos en el tiempo artificialmente, nuestras acciones crean presentes alternativos. Debe de haber cientos de consecuencias de nuestra reciente interferencia con la corriente del tiempo. Pero las acciones del Being no tienen este resultado. Sería un pozo de contradicciones. Podríamos decir que el Being considera nuestra presente alternativa como idéntica con la del Enemigo, a pesar de las diferencias que existen.
    »El Being es responsable de las imágenes dobles, ¿verdad? Creo que lo que realmente hace, es intentar ayudarnos en nuestra lucha contra el Enemigo, testimonio de ello es, por ejemplo, la aparición de la imagen doble de Wymarin que hablaba con Burma, quien pensó, antes de saber que estaba hablando con una imagen doble, que era un magnífico plan para comunicar con el Being. No sé en qué presente alternativo fue tomado ese plan, pera sospecho que fue con la aprobación del Being.

    —¡Un infierno de ayuda es la que nos da! — dijo Artesha secamente-. Destruye nuestras defensas con su oleada temporal y nos deja desnudos ante el Enemigo en billones de kilómetros en el espacio. Supongo que estás equivocado Magwareet, porque si el Being nos ayuda en nuestros problemas, y nosotros continuamos sin poder hablar con él, ¿cómo sabremos lo que sucede?
    —Sólo el Being puede hacer eso -respondió Magwareet-. Pero si mi teoría es cierta, él lo sabe, pues en todos los presentes paralelos es precisamente lo mismo. Nuestra interferencia en la corriente del Tiempo no afecta al Being en lo más mínimo.
    —Me pregunto, si el hecho de que mi imagen doble aparecida a Kepthin, significa que Kepthin no tiene una imagen doble, que sólo existe en esta Era.
    —Seguro que tiene una imagen doble -le contradijo Artesha-. Dijo que tú no habías estado allí con él, ¿no es cierto? El otro Magwareet debe de haber estado hablando con el otro Kepthin.
    —¡Y aún así tú te diste cuenta! — exclamó Magwareet-. Esta vez debían estar asimilados el uno con el otro, o quizás tú estés rompiendo la barrera de la quinta dimensión.
    —Entonces es el Being que he interferido en mi mente -dijo Artesha sorprendida-. Y nos hemos metido en un atolladero.

    En este preciso momento todos los comunicadores esparcidos por la Central, recobraron vida igual que los de la flota de defensa superviviente.

    —Plan Rojo -dijo una voz crispada, que no pudo esconder un poco de temor-. Plan Rojo, repito. Se aproxima una flota del Enemigo hacia el Sistema Solar de la parte de Cetus. Casi mil novecientas naves grandes de guerra, casi catorce mil naves de guerra de segunda clase, veintiséis mil invasores y más de cien mil exploradores. ¡Plan Rojo!
    —¡Bien! — dijo Artesha-. Al menos no se dirigen hacia la mayor hondonada de nuestras defensas, pero pronto la encontrarán. Creo que éste es nuestro último encuentro, Magwareet, a menos, que por casualidad detengamos la suerte de arrancar nuestro Plan Negro. Ha sido muy agradable conocerte.
    —La raza humana ha salido de mayores dificultades antes de ahora -recordó Magwareet-. Y tal como dices, quizás podamos arrancar el Plan Negro. ¡Te veré luego!

    El Plan Rojo había sido la más gran hazaña de Artesha. Era el recurso de movilizar por completo y en pocos momentos toda la potencia defensiva de la raza humana. Cada hombre y mujer en el Sistema Solar, y cada niño, suficientemente mayor para ser utilizado, formaba parte de él. En el último aviso han dejado toda ocupación poco importante para ocuparse de las esenciales.

    La ocupación de Magwareet, igual que la de los coordinadores jefes, estaba en la sala principal de operaciones. Fue advertido que la entrada de datos, flotaría aún en los inmensos recursos que Artesha disponía. Por esa razón había hombres invaluables que, como Magwareet tomaban una rápida decisión sobre la base de una inadecuada información.

    Aún no había llegado al lugar donde tenía su puesto, cuando Artesha habló a través del comunicador.

    —Magwareet dirige el Plan Negro, ¿quieres? Tan pronto como lo hayas atendido abre paso al Plan Rojo.
    —Bien -dijo Magwareet, y se puso a estudiar la instalación.

    El Plan Negro era la última zanja. Era sabido que el primer movimiento del Enemigo para descubrir hombres, había sido englobar los sistemas habitados por la raza humana; a eso se debía el por qué nadie sabía actualmente de qué parte venía el Enemigo. No supieron por mucho tiempo cuál era el lugar en dónde habitaban, pero inevitablemente la lenta retirada a que le habían forzado, les permitió llegar a una correcta conclusión. Nunca anteriormente había tan larga flota para convertirla en un simple sistema. Se sospechaba que de algunas de las colonias exteriores, pequeños grupos habían irrumpido y penetrado en el espacio del Enemigo para la investigación de planetas más allá de su influencia. Sin embargo, no era cierto. Quizá habían encontrado salvación y querían asegurar la supervivencia de la raza; quizá no. De cualquier forma era probable que el Enemigo, de resultar victorioso, les acosaría y destruiría.

    De ahí venía el Plan Negro.

    La Central era el núcleo para él. Al conectar cualquiera de los miles de interruptores, todas las naves que componen la Central, o mejor dicho las que han supervivido al último desastre, serán inmediatamente lanzadas a mayor velocidad que la luz. No había forma alguna de detener el proceso, una pequeña falta de mecánica o reducción de un gran poder útil es lo único que podía impedirlo. Aún en un límite de emergencia de la acción, pasarían años antes que la tripulación de esas naves vieran de nuevo la luz de las estrellas.

    Así, igual que la explosión de una cápsula de esporo, la raza humana votaría hacia las estrellas. Algunas de las naves serían cazadas; otras emergerían de las estrellas, lejos de un tipo G0 de sol; otras pocas, chocarían con las estrellas o planetas, y estallarían en polvo.

    Pero quizás muy pocas podrían caer dentro de algún planeta habitable a miles de años de distancia, más allá del Enemigo. Sería la más gran oportunidad de la Historia.

    Sólo había una persona cuya suerte era permisible suponer, era Artesha. Su mente estaba esparcida por tantas naves que era inconcebible pensar que pudiera soportar el Plan Negro y por tanto desaparecería.

    Igual que los otros coordinadores, Magwareet había calculado la oportunidad que había de sobrevivir a ese plan.

    Llevó sólo minutos el preparar todo lo necesario para el plan, para manejar los interruptores, Artesha o uno de sus ayudantes podrían hacerlo. Después puso su atención en el desarrollo de la batalla.

    «¿Cómo tomará eso el Being?, se preguntó cuando pensaba en la gigantesca cesión de energía que se impondría. ¡Cuántas dificultades para poder luchar!»

    Artesha reunía las flotas de defensa disponibles, a lo largo de la línea de ataque del Enemigo; era el único y posible movimiento. Había algo enormemente impresionante acerca de este espectáculo de poder concentrado, de una raza total.

    Así era, hasta que uno miraba lo que se oponía. Magwareet sintió que su corazón le fallaba al considerar cómo la humanidad se excedía en número.

    Viendo una oportunidad de entrar en batalla, Magwareet no esperó órdenes de Artesha, pero mandó un escuadrón de carga para llevarse los vuelos de exploradores sobresalientes, que se encontraban al lado de la eclíptica.

    Se oyó el primer informe sobre la batalla, a través del comunicador.

    —Cuarenta y ocho exploradores del Enemigo destruidos. Nuestras pérdidas: un destructor imposibilitado y cinco averías.

    Animados, los compañeros de Magwareet se precipitaron sobre los mandos de control, pero antes de que pudiera ser lanzado el próximo golpe, una voz llena de pánico habló por los comunicadores.

    —¡Una flota no identificada se aproxima por la dirección Osa Mayor! Repito: ¡No identificada! ¡Parece que está compuesta por millones de naves!
    —¡Osa Mayor! ¡Derechos a la onda, nada de defensas!


    XX


    Era la primera vez que Red y Chantal veían y quizás nunca más lo verían, a Burma, quedar sin palabras. Tartamudeó durante unos segundos antes de dar una respuesta, que fue completamente incomprensible a Vyko.

    —¡Desde luego! ¿Por qué no? ¿Pero por qué aquí y ahora?
    —Aquí es desatinado. Estamos en el principio del universo o en el fin, no lo sabemos. Es decir hemos pasado en un punto en el cual las acciones de un ser inteligente, excepto yo, son de doble significado. Pero no fue hasta que hubo pasado el punto en el cual se entró en esta oleada temporal, que usted podría ser útil en la forma exactamente necesaria.
    —¡Así que eso era el por qué Burma utilizaba la palabra «pasado» cuando hablaba del lejano futuro!

    Red se sorprendió de su propia intuición, pero tenía una completa visión del Universo, de la misma forma que se imagina una escultura antes de empezar a trabajar en ella, sin poder dar los detalles completos, pero sí una idea, un aire de cómo será. Era por eso mismo que nunca había podido dibujar sus trabajos previamente, pero al realizarlo, ninguno hubiera sido la misma cosa. Únicamente con sus manos y sus ojos ponía la cualidad esencial que buscaba.

    Pero había una pregunta que hacer.

    —Usted nos trajo aquí a propósito -dijo ásperamente-. Si usted puede comunicar ahora con nosotros, podía haberlo hecho en cualquier momento. Todos los tiempos son iguales en cuatro dimensiones. ¿Entonces qué se propone?
    —Es exactamente porque todos los tiempos son iguales para mí -dijo la voz de Vyko-, que usted, tal como es, está aquí ahora. Burma usted es mi intérprete. Este muchacho, Vyko, es mi boca y él es la única mente entre todas que es capaz de emitir conceptos naturales en cuatro dimensiones. Para los otros, todos menos dos, tengo cierta tarea pequeña e individual que nadie más podría llevar a cabo.
    —¿Qué otros dos?

    Todos se miraron entre sí interrogativamente. Vyko profiriendo las palabras del Being.

    —Mi propósito como usted preguntó es muy simple. Derrotar a la raza que ustedes llaman el Enemigo, desde que ellos intentaron destruirme a mí.
    —¿Pero podrían destruirles? — preguntó Chantal.
    —¡Por qué yo me propuse hacerlo con ellos, no!

    Entonces repentinamente algo extraño sucedió. El rostro de Vyko por un momento se ablandó y relajó. En el mismo instante el rostro de Burma se iluminó con un resplandor y parecía como si estuviera escuchando algo. Lo mismo ocurría con cada uno de los miembros de la tripulación, uno detrás de otro. La expresión de Chantal cambió en la misma forma.

    «Esta es la tarea que ha elegido para nosotros», pensó Red. Se preguntaba cuál sería la suya. Era completamente para él pensar en el Being como un ser masculino y, no fue una voz de hombre, sino una femenina la que penetró en su mente.

    Entonces algo en su cabeza, igual que si la memoria hablase, aunque no lo era dijo:

    —Usted es uno de los necesarios para una tarea especial -y añadió-: Usted es un escultor con mentalidad de artista y forma de mirar al espacio como escultor. Nada podía haber más grande para usted que crear en un tiempo y un espacio puro. Usted suplirá con su obra lo que sea necesario.

    »Usted me ayudará a modelar un Universo.


    Les quedó suficiente tiempo para asustarse, después que la voz anunció una flota no identificada. Magwareet se acobardó y deliberadamente movió la cabeza para observar a través de las pantallas detectoras. Vio por ellas que innumerosas naves se dirigían hacia ellos.

    Pero otra cosa vio en las pantallas que le asustó realmente. Sin pensar que ella ya debía saberlo, llamó a Artesha.

    —¡Artesha! ¿Has recuperado de nuevo tu memoria?
    —Sí -dijo con calma -. Escucha esto, por favor.

    De los comunicadores esparcidos por toda la Central y por todas las naves de la flota de defensa, una voz callada y firme habló. Reconoció la voz.

    —Estoy acercándome con mi flota, aproximadamente de un millón de naves, a disposición de la Central para la presente operación. Por favor, pónganse en contacto con ella para el plan de ataque.
    —¡La voz de Burma!

    De qué imaginable recurso de tiempo o espacio había conseguido el Being un millón de embarcaciones de guerra. Más tarde habría tiempo de pensar sobre ello. En este momento tenían que ganar una guerra.

    —¿Otra raza aliada con nosotros? ¿De dónde es? ¿Qué pasará después? ¡Nos exceden en gran número!

    Artesha puso sesenta mil naves a sus órdenes y empezó la lucha.


    La posición del Enemigo era típica; un hemisferio hueco de cara hacia el Sistema Solar, con una línea de embarcación pesada sobresaliendo en su centro y dos alas de exploradores en el plano de eclíptica del Sistema. Cuando Magwareet lanzó su primer ataque, el más cercano de los exploradores estaba casi a medio año lejos. La distancia se había reducido ya a un cuarto, y la hondonada menor que se había causado en la formación había sido llenada de nuevo.

    La técnica era simple y efectiva. Los brazos estaban a punto ya de preparar las armas llevadas por las naves a un ritmo semicircular. Su ocupación era traspasar las naves que se acercaban, igual que se traspasa a una mariposa con una aguja. Por cualquier parte que las naves de defensa intentaran tomar una posición defensiva, se encontrarían con las naves que estaban preparadas en el hemisferio, y que podían dispararles sin arriesgar a sus compañeros.

    Todo estaba previsto para que en el momento de la pelea el hemisferio se prolongase y rodease a sus adversarios, quedando éstos en el interior, donde fácilmente podrían ser destruidos.

    Si por algún equívoco la flota demostraba estar casi destruida y fuera de combate, los hombres de hemisferio actuarían antes de lo previsto dirigiendo la fuerza de las armas contra el Enemigo.

    Evidentemente, el diámetro exacto de la flota, su número y composición había sido completado con vistas al conocimiento que el Enemigo tenía de la constitución de las naves humanas; para ser preciso, ellos no podían ser acorralados antes que el Enemigo alcanzase el Sistema Solar. «Pero, pensó Magwareet con una alegría casi salvaje, ellos no contaban con esto».

    Tenían sus naves dispuestas, su campo de acción estipulado. Todo estaba calculado. Hizo sus planes casi con una precisión matemática y luego se dispuso a informar de todo ello a Artesha. Artesha estuvo de acuerdo con todo aprobándolo, entonces esperó el momento de actuar.

    Las naves de la vanguardia se encontraban a unos seis meses de distancia, cuando la flota defensiva irrumpió.

    La formación de batalla era como un cono cuya punta se dirigía contra el Enemigo. Su grado de movilidad fue calculado con exactitud, de modo que las naves postreras pudieran en determinado momento hacer un simulacro de ataque con el objeto de distraer al Enemigo y mientras tanto la vanguardia se dirigiría rápida hacia ellos y los envolvería.

    La vanguardia del Enemigo quedó inutilizada, pero también la de ellos, con el agravante de que las extremidades de la formación enemiga comenzaría a crecer y a aumentar en número con el peligro de llegar a envolverles.

    Este era uno de los peligros en que habían pensado y de ahí el que tuviesen preparada la formación hemisférica en la retaguardia.

    El momento de cerrar las defensas llegó. Debían resistir el fuego seco.

    «Si estuviéramos en nuestro espacio -pensó Magwareet sombríamente-, sólo podría haber un fin a esta lucha». Pero estaban en el suyo propio.

    La batalla, como una unidad, se deslizaba hacia el Sistema Solar, al sur de eclíptica. De este modo el plan original tenía que ser alterado. El Enemigo progresaba inevitablemente y esto quedaba patente porque obligaba a desarrollar la lucha en el terreno que le interesaba con dirección a la Tierra. Probablemente tendían a conducir la lucha hacia la Tierra porque sabían que los hombres respiraban oxígeno, pues en el pasado repetidas veces habían lanzado proyectiles dirigidos contra ella a gran distancia en el espacio. Eso estaba bien. Sólo que si ellos averiguaban que la Tierra había sido evacuada, su atención se concentraría exclusivamente en la central.

    El equipo de Magwareet lo advirtió rápidamente. Los exploradores con una dirección de emergencia máxima, oscilaron hacia la hondonada del norte, rumbo a la Osa Mayor. Deteniéndose en un punto fijo como si hubieran chocado con una pared. Esperándoles allí había un escuadrón de naves recientemente llegadas con armamentos nuevos y hombres de reserva. Los exploradores lucharon igual que avispas, pero fueron derribados.

    El Enemigo reaccionó rápidamente. Comprendió que se había metido en una emboscada, pero suponiendo que ya que tan pesada concentración de naves se había hecho en este lugar, otro habría sido dejado libre intentando buscarlo y dirigirse contra él. Un círculo de naves desaparecían del cuenco del hemisferio para estallar alrededor de la órbita de las asteroides del Sistema Argo. Esta vez era temporalmente verdadero y el corazón de Magwareet se abatió, ya que esta era la parte más vulnerable del Sistema.

    Las naves de defensa estaban en espera, les llevó pocos minutos calcular el golpe.

    Esta vez la destrucción había sido sembrada, y Magwareet estaba horrorizado de ver que para destruir al Enemigo había destruido diez de los componentes distantes de la Central.

    —¡Artesha!

    Pero no pudo continuar ante el asombro de lo que veía; las naves que habían fracasado instantáneamente regresaban a su posición de origen.

    —¿Dónde, de dónde habían venido? — dijo suspirando sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
    —Del mismo lugar que el resto de las otras naves -dijo Artesha con una risa ahogada-. Puedes dejar de preocuparte, Magwareet, hemos ganado. Es sólo cuestión de tiempo.

    Silenciosamente, los amables extranjeros se deslizaban alrededor del Sistema Solar y finalmente más allá de la esfera de actividad del Enemigo detector. La flota del Enemigo se deshizo igual que hielo bajo un fuerte sol.

    Magwareet rió sonoramente lleno de júbilo, cuando vio lo que sucedía. Alguien apareció ante sí y le tendió un vaso de gaseosa, él mismo le informó de que la batalla había durado nueve horas.

    La persona que le había traído el refresco era un muchacho de diez años de edad, uno de los que tenía un lugar que ocupar, aunque de menor importancia, en el Plan Rojo. Viendo que Magwareet se daba la vuelta para ponerse de frente a él, se arriesgó a hacerle una pregunta.

    —¿Cómo va todo, Coordinador?
    —¡Bien! — dijo Magwareet con una sonrisa.

    Los andrajos sobrantes del Enemigo se reunían tan de prisa como podían para regresar al lugar de donde habían venido. Magwareet les dio suficiente tiempo para sentirse seguros; entonces y sólo entonces, lo que había mantenido en secreto todo este tiempo.

    En estas nueve horas, sesenta mil naves se habían escabullido con sus defensas junto a la retaguardia del Enemigo.

    Aunque el Enemigo les excedía en número, estaban en una proporción de uno contra tres, la victoria había sido completa y el peligro destruido para siempre jamás.


    XXI


    Durante un largo rato le pareció a Red como si estuviera viendo el Universo igual que una ancha carretera que se deslizaba debajo de él. Recordó entonces que esto no era posible y su mente se rebeló. Sintió la presencia del Being sobre su cabeza sosteniéndole y fortaleciéndole.

    Había algo en el tacto, ¿tacto?, más parecía esto que otra cosa. Lo sintió exactamente igual que cuando presentía una escultura antes de empezar a modelarla. Había algo femenino en ello.

    Entonces comprendió.

    —¡Artesha!
    —Sí, Red, yo soy el Being. He debido ocultar este conocimiento incluso a mí misma antes de descubrir lo que era.
    —¿Cómo?...
    —Aislando ciertos registros de memoria y escudriñando en ellos cuando adivinaba peligros, aunque de hecho no lo había presentido.
    —Pero...
    —¡Ya no pertenezco más al Tiempo, Red! No hay paradoja, pues al convertirme en lo que soy crezco en cuatro dimensiones. Después, cuando no haya para mí un «más allá», ¿por qué no puedo controlar mi anterior yo? Después de todo, lo he hecho ya en lo que concierne a mi anterior yo.

    Pero entonces la mente de Red funcionó con intuición.

    —¡Entonces no tienes ningún propósito de continuar existiendo! ¡No tienes nada más que el presente!
    —Exactamente, pero nada hay después de él, porque no hay «más allá». Mira, como veo que te preocupa te lo voy a demostrar.

    Así lo hizo, sin palabras. Cuando hubo terminado Red se sintió abatido, pero lo había comprendido.

    —Un presente en el cual uno está dirigiendo el Universo significa que éste no es pequeño -comentó Artesha-. Bien, Red, esto es lo que tienes que hacer. Tienes cierta forma de apreciar las cosas y yo necesito esto. Como yo ya estoy completa no puedo cambiar debo pedírtelo prestado.

    Una pequeña parte de la carretera, que era el Universo, continuaba todavía en la mente de Red la estudió. En alguna parte parecía borrosa. Recordó la descripción de Vyko al intentar mirar en el futuro de alguien con una imagen doble.

    Artesha se la enfocó y se dio cuenta que era el panorama de la Historia humana.

    —¿Por qué está borrosa? — preguntó.
    —Por la trayectoria del tiempo y las oleadas temporales -le explicó Artesha-. Hay varios presentes en este punto del Universo, ¿sabes? Lo que debemos hacer es escoger algunos de ellos, los mejores para nuestros propósitos, y moldearlos para que sean ideales. Entonces, en un cierto punto los juntaremos y haremos de ellos un solo presente, y...
    —¿Y?...
    —Y, eso es todo.

    Estudió los varios presentes paralelos durante un rato, aprendiendo los nombres que los diferenciaban. No entendía cómo estaban separados, por que todos y cada uno de ellos eran el presente. Algo le ocurrió y preguntó:

    —¿Por qué no hay presentes en los que la raza humana sea vencida por el Enemigo?
    —Porque la raza humana ganó la guerra -fue la respuesta.
    —Estos -dijo después de un rato, como si hubiera elegido una piedra especial o un preparado de arcilla para una escultura.
    —Son tuyos, puedes hacer lo que quieras.

    Entonces empezó para Red un éxtasis que nunca podía haber imaginado. Las corrientes del tiempo eran igual que arcilla en sus manos, aunque su apreciación no era aprisionada por el tacto. Era igual que crear una escultura objetiva en su mente.

    Al principio, dudó, pero rápidamente se absorbió en el goce de la creación pura y se entregó de lleno a ella.

    Era necesario que ciertas acciones ocurrieran en ciertos momentos. Era necesario que un escritor, llamado Red Hawkins, fuese útil en una cosa; que la fracción guerrera de los Crocerauniens hiciera ciertas cosas en un tiempo no propio, y que este mago llamado Vyko no debía morir. Estas cosas daban forma y estructura básica a la creación, igual que el armazón para una estructura de arcilla.

    Pero esto era sólo el principio. Habían detalles pequeños tendiendo cada uno a lograr la perfección de un trabajo completo. También era necesario que algunas personas con gran capacidad científica fueran ocupadas en la investigación del proceder de las partículas atómicas: deberían romperse la cabeza con la aparición imposible de un monstruo prehistórico en el siglo xx. Un profeta había tenido una visión de ángeles y cierta avioneta se debió perder para causarlo.

    Era necesario que un barco de guerra navegara con la cubierta envuelta en llamas a través de un mar hirviente en la oscuridad del tiempo, y que la tripulación de otra nave construyera chozas en la ribera de un pantano carbonífero. El Tiempo y el proceso natural fue el que eligió el nombre que debía tener una de las cabañas: María Celeste.

    Era necesario que una armada mandada por Cambises, que tenía sueños de Imperio, fuera destruida por un salvaje cañonazo en el Antartico. Un hombre llamado Bierza, y otro llamado Bathuerst y miles más de ellos tenían algo que hacer en tiempos distintos. Para los afortunados era un misterio inexplicable, para los menos afortunados era infierno o insanidad.

    Y así continuaría todo durante años y años...

    Hasta que al fin habría cinco presentes y cada uno de ellos debería encajar dentro de los otros, igual que una perfecta ensambladura.

    Red intentó mirar hacia el futuro para ver el resultado de su obra. Se sintió agotado por el esfuerzo que suponía distinguir entre las cinco corrientes del tiempo.

    —¿Qué hemos hecho? — dijo consciente sólo de un embarazador conocimiento que era el resultado del proyecto de tener archivado algo más que una gran ambición.
    —Has dado a la raza humana una flota con la que ganará su guerra. Observa...

    Red no entendía lo que había hecho, pero los presentes separados se habían unido convirtiéndose en uno solo y los objetos importantes se encontraban en su propio lugar.

    —Así que era yo quien lanzó esas oleadas temporales -dijo-. Y yo quien creó las imágenes dobles.

    Intentó recordar, pero su memoria era una pobre sombra comparada con la omnipotencia que había conocido en tan breve tiempo.

    ¿Brevemente? En un simple «ahora», igual que el «ahora» en que Artesha descubrió que era el Being. Pero no debía volver a la tiranía del lento transcurrir del tiempo. Había llegado al borde de la nada, casi sintió envidia de ella.

    —Escucha -dijo Artesha.

    Red pudo oír la voz de Burma.

    —Estoy tomando lugar con mi flota de más de un millón de naves a la disposición de la Central -dijo Burma.

    Las imágenes dobles habían ejecutado el final, increíblemente delicado y ajustado a los paralelos presentes. Ahora estaba completo.

    —Ahora tengo algo más que hacer -dijo Artesha-. Debo alterar muy poco el modelo entero del Universo, porque ahora corre, por decirlo así, en un pequeño ángulo que al paso puede muy fácilmente seguírsele.

    Hubo una breve pausa.

    —Después de haber hecho esto -continuó Artesha- habré conseguido mi propósito y, ya nunca sabrás más de mí. Queda un poco de tiempo que puedes aprovechar para preguntar algo, si es que lo deseas.
    —¿Cuál es el sentido eventual de la raza humana? — preguntó lentamente, aunque ya sabía la respuesta.
    —El mismo que el del Universo, continuar evolucionando y luego detenerse.

    No, esta dirección no era buena. Había muchas preguntas que hacer todavía.

    —¿Quién era la otra persona con tarea especial? — preguntó-. ¿Y qué era?
    —Chantal era la otra persona -dijo Artesha- y lo que era su tarea creo que ya lo sabes.
    —Burma -dijo Red con completa seguridad.
    —Exactamente. Este es el único deseo personal que me he permitido en todo este trabajo. Este es el por qué tengo algo que poner en claro. Aparte de toda la reconstrucción de la Historia que hemos llevado a cabo, he olvidado una persona especial que era exactamente la persona adecuada después de todo lo que hemos hecho.

    Una parte de la mente de Red se iluminó igual que un sol reflejado en un espejo con un tinte de celos. Pero como todo su ser estaba tan impregnado de satisfacción aquellos no pudieron reflejarse en su cara.

    —Era demasiado y había durado mucho para pedir a Burma que amara a una persona hecha de metal -dijo Artesha con pena y melancolía.

    Red sabía que su cansancio le alcanzaría en un momento. Forzándose por tanto para hablar, preguntó:

    —¿Cuál es este propósito que archivarás ahora?
    —Yo me había creado tal como soy -dijo Artesha-, y tomé dos cuerpos planetarios del sistema solar, seleccionados precisamente en el tiempo actual.

    El trabajo ya no era perfecto, pues nada había imperfecto con que compararlo, sino que era perfectísimo.


    Magwareet se estiró y se puso en pie. La defensa del Sistema Solar había terminado. El poder del Enemigo estaba destruido (era agradable poder pensar otra vez en lo maravilloso que era pasear bajo el cielo azul y respirar aire sin recordar que estaba contado litro a litro.)

    Burma continuaba sobrecogido por la magnitud del desastre que había destruido al Enemigo. Continuó la tarea de amillarar sus casualidades que le servían como una luz orientadora y satisfizo a la Central con el informe. Dándose la vuelta se encontró mirando a una muchacha de pelo oscuro y nariz respingona y, por primera vez desde el accidente de Artesha, admiró a otra mujer sin sentirse culpable por ello.

    Wymarin miró sus instrumentos esperando encontrar una huella de cómo una flota, cuyos miembros duplicaban casi las naves que se encontraban en el espacio, habían penetrado en el Sistema Solar que él continuaba considerando de cinco dimensiones.

    Kepthin oyó la noticia de la derrota del Enemigo. Tomó un poco de alcohol y se dirigió a la sala de operaciones donde estaba el Enemigo del espacio, gesticulando en el confinamiento que le habían impuesto al principio del Plan Rojo.

    —¡Pobre bastardo! — dijo el biólogo preguntándose al mismo instante si valía la pena sentir lástima de él.

    Pero el hombre del espacio había dejado de ser necesario y cogiendo una pistola terminó con él.

    Vyko despertó de una especie de profundo trance, preguntándose cómo pudo ser que las imágenes dobles de las personas que estaban a su alrededor no hubieran afectado más su visión del futuro. Descubriendo que había pasado ya medio día, se dirigió hacia alguien para preguntar lo que había sucedido mientras tanto. Se preguntó cómo reaccionaría Chasnik, su capitán, al conocer que su mago había contribuido en los planes de acción de una flota del espacio para luchar contra el Enemigo.

    Artesha, con parte de su mente, dio un detallado informe; el resto lo tenía ocupado en analizar los hechos fantásticos, que se encontraban en el registrador de datos de la sección de su memoria y que la habían sido devueltos al terminar la batalla. Sería un largo trabajo, pero la promesa de «algo» estaba al final de ello...

    Artesha empezó a descubrir lo que se había ocultado a sí misma durante mucho tiempo, y haciéndolo empezó a crearse; excepto el que ella ya «era» y había sido desde el principio y sería hasta el fin del Tiempo. Incluso el Being, y ella lo sabía, requería un Universo en el cual «estar».

    No había ni principio ni fin, era y sería nada y todo, que es lo mismo que el Universo.


    Epilogo


    Los Angeles «Herald», 16 de marzo 1957: ESCULTOR MUERE EN EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS. Un relámpago terminó con la vida de un famoso personaje. Three Waters, 15 de marzo. El escultor Red Hawkins murió en su casa la noche pasada víctima de un fenómeno meteorológico. Un rayo se estrelló en la pierna artificial que llevaba a consecuencia de un accidente que sufrió en su infancia, y en el que sus padres perecieron. El Dr. Maed J. Calloway, que se ocupó de examinar el cuerpo del infortunado escultor, ha dictaminado que la muerte fue instantánea.

    El Servicio Meteorológico informó que no se había registrado tormenta alguna en aquella parte de la región durante la noche en cuestión. El jefe de este Servicio, Jack Ellys, comentó: Puede haber sido debido a una descarga eléctrica formada en el aire seco. El tiempo a veces hace cosas sorprendentes.

    La muerte de Hawkins será lamentada en los círculos de arte californianos. Contaba treinta años y el porvenir se ofrecía brillante a su obra. Era soltero.


    Theodore R. Cogswell
    FACTOR LIMITE
    Título de la obra en inglés: LimitingFactor
    Traducción de: MARIANO ORTAMANZANO



    ¿Hay un Homo superior en el auditorio? ¡Este cuento se imprime especialmente para usted!

    La hermosa muchacha cerró dando un portazo y por un momento reinó el silencio en la habitación. El joven rubio de desplanchados pantalones miró indeciso la puerta cerrada, hizo un movimiento como para lanzarse en seguimiento de la muchacha, y luego se detuvo.

    —Buen muchacho -dijo una voz desde la ventana abierta.
    —¿Quién está ahí? — preguntó el joven volviéndose y escrutando la oscuridad.
    —Soy yo. Ferdie.
    —No tienes por qué espiarme. Ya le dije a Karl que he roto con todo.
    —No estaba espiando, Jan. Me ha mandado Karl. ¿Te importa que entre?

    Jan lanzó un gruñido indiferente, y un hombrecillo achaparrado penetró por la ventana. Cuando sus pies tocaron el suelo, dio un pequeño suspiro de alivio. Se volvió a la ventana, se asomó y miró a la calle desde aquel octavo piso.

    —Esto está altísimo -dijo-. La levitación es una cosa excelente, pero no creo que llegue a sustituir con ventaja a los anticuados ascensores. A mi entender, si el propósito fuera que el hombre volase debería haber nacido con alas.
    —El hombre, tal vez -dijo Jan-, pero el super-hombre no. ¿Quieres un trago? Yo voy a tomarlo.

    Ferdie aceptó.

    —Quizás a nuestros crios les parezca lo más natural, pero yo no consigo sentirme tranquilo cuando estoy flotando. Siempre estoy temiendo que se me va a reventar una neurona o algo por el estilo y que me voy a caer de cabeza -Le dio un repeluzno y se sorbió la bebida de un trago-. ¿Qué tal fue la cosa? ¿Encajó mal el golpe?
    —Mañana será todavía peor. Ahora está enfadada y eso le sirve como una especie de anestésico emotivo. Cuando se le pase es cuando le va a doler de verdad. No me siento muy satisfecho que digamos, íbamos a casarnos en marzo.
    —Ya lo sé -dijo Ferdie con simpatía-, pero si te sirve de algún consuelo, te diré que vas a estar tan ocupado desde ahora mismo, que no tendrás mucho tiempo para pensar en eso. Kari me envía a recogerte porque vamos a dar el golpe esta noche. Por cierto, esto me recuerda que debo llamar al viejo Kleinholtz y decirle que tiene que buscarse un nuevo técnico para el laboratorio. ¿Puedo usar tu teléfono?

    Jan asintió con la cabeza, indicando el pasillo con un gesto.

    Dos minutos más tarde, Ferdie estaba de vuelta.

    —El viejo me ha hecho pasar un mal rato -dijo-. Quería saber por qué me separé de él justamente cuando el aparato estaba quedando listo para la prueba. Le dije que me entró un ataque de hormiguilla en los pies y que no lo pude remediar. — Se encogió de hombros-. Bueno, por lo menos la parte peor del trabajo ya está hecha. Todo lo que queda es llevar a cabo las computaciones, y eso yo no podría hacerlo aunque quisiera. Es extraño, Jan; he pasado todo un año ayudándole a montar el artefacto ese, y todavía no sé para lo que es. Se lo volví a preguntar ahora y el muy cabrito se me echó a reír y me contestó que, si sé lo que me conviene, volveré al trabajo a toda prisa. Sospecho que tiene que ser algo grande. Es una lástima que no pueda estar por allí para verlo. — Se volvió hacia la ventana-. Será mejor que nos pongamos en camino, Jan. Los demás nos estarán esperando.

    Jan seguía irresoluto y luego movió la cabeza lentamente.

    —No voy.
    —¿Cómo?
    —Ya me has oído. Que no voy.

    Ferdie se le acercó y le cogió suavemente por el brazo.

    —Vamos, muchacho. Sé que resulta un poco duro, pero ya has tomado una decisión y tienes que cumplirla. No puedes volverte atrás ahora.

    Jan se apartó hoscamente.

    —¡Podéis iros todos al diablo! Yo voy a buscarla.
    —No seas idiota. Ninguna mujer se merece tanto.
    —Ella sí. He sido un idiota, pero no voy a seguir siéndolo. Tenía un empleo que me gustaba y una chica a la que quería y el porvenir se nos presentaba bien. Podía llamarme feliz antes de que llegarais vosotros. Si doy marcha atrás con rapidez suficiente, es posible que todavía consiga salvar algo. Diles a los demás que he cambiado de idea y que me retiro.

    El hombrecito achaparrado se puso en movimiento y se sirvió otro trago.

    —No, Jan, no puedes hacer eso. No eres lo bastante superhombre para poder olvidar a esos pobres diablos que hay allá abajo.

    Hizo un gesto señalando a la ciudad pacifica que se extendía a sus pies.

    —En nuestra época no habrá ningún trastorno -dijo Jan.
    —Ni tampoco en la de nuestros hijos -contestó Ferdie-, pero lo habrá en la de nuestros nietos y entonces será ya demasiado tarde. Una vez que la cosa se ponga en marcha, tú ya sabes cómo terminará. Tú tienes un algo extra en tu cerebro, ¡utilízalo!

    Jan se quedó mirando la noche y se volvió por fin para contestar. Pero antes de que pudiese hacerlo, una voz irritada zumbó de pronto dentro de su cabeza.

    —¿Qué demonios estáis haciendo ahí? ¡No podemos estar aguardando toda la noche!
    —Vamos -dijo Ferdie-. Podremos discutir más tarde. Si Karl se ha tomado la molestia de telepatiar, es porque debe tratarse de algo muy importante. Yo prefiero el teléfono. ¿Qué objeto tiene disponer de un transceptor de último modelo si se le encaja a uno un terrible dolor de cabeza cada vez que lo usa uno? — Se dirigió a la ventana y subió al antepecho-. ¿Listos?

    Jan vaciló y trepó lentamente a su vera.

    —Por lo menos, tendré que ir a hablar con Karl -dijo-. Tal vez tengas razón, pero esto duele de una manera endiablada.
    —¿La cabeza?
    —No, el corazón. ¿Listos?

    Ferdie asintió. Los dos cerraron los ojos, se pusieron tensos y se alzaron lentamente en la noche.


    Karl estaba tendido en el diván con la cabeza en el regazo de Miranda y una expresión de sufrimiento en el rostro. Ella le estaba aplicando un ligero masaje en las sienes.

    —La próxima vez usa un teléfono -dijo Ferdie cuando entraron él y Jan.

    Karl se incorporó súbitamente.

    —¿Por qué habéis tardado tanto?
    —¿Qué quieres decir con tanto? Un taxi aéreo nos habría traído mucho antes, pero somos super hombres; tenemos que levitar.
    —No tengo ganas de guasa -dijo Karl-. ¿Lo tenéis todo dispuesto?

    Ferdie asintió.

    —Todos los lazos rotos y todo preparado para una limpia y neta desaparición.
    —¿Y él? — preguntó Karl, mirando a Jan escrutadoramente.
    —El está perfectamente.
    —Sí, estoy muy bien -dijo Jan-. Muchacha y empleo tirados por la borda. ¿Quieres que te cuente los detalles? El patrón de Ferdie se figuró que volvería. Dijo que Ferdie volvería si sabe lo que le conviene. Mi chica no dijo nada; se limitó a darme con la puerta en las narices. Y ahora que todo está acabado, si me proporcionas una hembra empezaré a engendrar superhombres pequeñitos para ti. ¿Qué tal Miranda? Ella es una de las elegidas.
    —Déjate de ironías, Jan -dijo Karl secamente-. Sabemos que no es nada fácil, pero el tono dramático no sirve de nada.

    Jan se arrojó con gesto hosco en una butaca recargada de adornos y se quedó mirando el techo con ojos huraños.

    Karl se puso en pie e hizo un rápido examen de la habitación.

    —... treinta y siete, treinta y ocho; creo que estamos todos aquí. Adelante, Henry. A ti te toca.

    Un hombre alto, prematuramente gris, empezó a hablar con calma.

    —Tiene que ser esta noche. Hay unas nubes pesadas que cubren el Paso de Alta hasta unos seis mil metros. Si tenemos cuidado podremos despegar sin ser vistos. Sugiero que nos marchemos en seguida. Se tardará algún tiempo en sacar la nave de la gruta y necesitamos estar en camino antes de que mejore el tiempo.
    —Encárgate de todo -dijo Karl.

    Se volvió luego hacia Miranda.

    —Tú ya sabes en qué consiste tu tarea. La nave volverá para recoger la nueva cosecha dentro de diez meses poco más o menos.
    —Sigo pensando todavía que deberías dejar detras a alguna otra persona -objetó ella-. No puedo estar escuchando las veinticuatro horas del día.
    —Lo que tú quieres es que alguien se quede acompañándote -dijo Karl con impaciencia-. Los signos mentales insconscientes que marcan el cambio continúan una semana o más antes de que el individuo sepa algo de lo que le está sucediendo. Tendrás muchísimo tiempo para establecer el contacto.
    —Bueno, está bien, pero no te olvides de enviarme un relevo. Va a ser una gran solemnidad cuando os hayáis ido todos.

    Karl le dio un beso breve pero cariñoso.

    —Perfectamente, amigos, vamonos.


    La sala de máquinas de la nave consistía simplemente en una mesa oval alrededor de la cual estaban espaciados equidistantemente diez sillas de alto respaldo. De momento sólo estaba ocupada una de ellas. Ferdie estaba sentado allí con los ojos cerrados y el rostro tenso y pálido. Cuando una mano le tocó en el hombro, dio un respingo, y por un momento la nave cabeceó ligeramente hasta que la mente nueva tomó el mando.

    Ferdie se pasó las manos por los cabellos y se las apretó luego contra sus sienes doloridas. Después se puso en pie. Había un ligero tambaleo en su marcha cuando se dirigió a la escalerilla que llevaba a la sala de observación.

    —¿Una tarea ruda? — preguntó Jan.

    Ferdie gruñó.

    —Todas lo son. Si yo hubiese sabido todo el trabajo que iba a significar este lío de los super hombres, me las habría arreglado para nacer de padres diferentes. Tú puedes creer que hay algo de romántico en esto de llevar esta arquita a través del hiperespacio por pura presión mental, pero a mí se me semeja esto lo de los viejos tiempos de las diligencias de caballos, siendo yo el caballo. Músculo mental o músculo físico, ¿qué diferencia hay entre una cosa y otra? Sigue siendo un duro trabajo. A mí dame una máquina anticuada donde yo pueda retreparme y apretar botones.
    —Quizá este ha sido tu último turno en la mesa. — Jan miraba la nave gris que había al otro lado de la claraboya de observación-. Dice Karl que seguramente anclaremos esta tarde.
    —Y cuando hayamos dado una vuelta y descubierto que en Alfa de Centauro no hay ningún planeta habitable, me tocará a mí otra vez empujar a la navecita para el regreso.


    A última hora de la tarde, una campana resonó en la nave. Un momento más tarde estaban ocupados los diez asientos de la sala de máquinas.

    —Concentraos bien y resistid todo lo que podáis -ordenó Karl-. Va a haber muchas dificultades.

    Las hubo. Por tres veces se desmayaron algunas de las figuras y fueron reemplazadas rápidamente por las que estaban aguardando detrás, pero por fin desembocaron en el espacio normal. Con un suspiro de alivio, se relajaron todos. Karl se puso en pie y agarró el intercomunicador de la nave.

    —¿Cómo se ve desde ahí, Ferdie?
    —Alfa de Centauro está ardiendo de lo lindo allá lejos. — Hubo una pequeña pausa-. También hay un hombrecito con sombrero hongo frente a la misma proa.

    Los que estaban en la sala de máquinas desertaron de sus puestos y se dirigieron a toda prisa al compartimiento observatorio. Ferdie estaba allí como transfigurado, mirando fijamente un punto del espacio. Cuando Karl subió y lo agarró por el brazo, él apuntó con dedo tembloroso.

    —¡Mira!

    Karl miró. Una figurita regordeta, llevando un terno comercial de severo corte, botas de botones, botines de fieltro y bombín, estaba flotando a unos kilómetros escasos de la claraboya de observación. Les hizo una alegre seña con el brazo y, abriendo luego la cartera que llevaba, sacó una ancha hoja de papel. La enarboló y señaló a las letras escritas allí con grandes caracteres de imprenta.

    —¿Qué está ahí escrito? — preguntó Karl-. No me alcanza la vista.

    Ferdie parpadeó.

    —Esto es una locura.
    —¿Es eso lo que dice?
    —No, soy yo quien lo digo. Dice: «¿Puedo subir a bordo?
    —¿Qué opinas tú?
    —Opino que los dos estamos locos, pero si él quiere entrar, déjalo que entre.

    Karl hizo un gesto de asentimiento a la figura que estaba flotando afuera y le señaló la cámara de descompresión de la popa. El hombrecillo meneó la cabeza, se desabrochó la levita y entró. Durante unos momentos estuvo manipulando alguna cosa y desapareció luego. Una fracción de segundo más tarde se hallaba en medio del compartimiento de observación. Se quitó el sombrero y saludó educadamente al grupo boquiabierto.

    —Servidor de ustedes, caballeros. Me llamo Thwiskumb, Ferzial Thwiskumb. Estoy con Gliterlie, Quimbat y Swench, Exportadores. Iba de paso para Formalhaut para atender a la llamada de un cliente cuando noté una extraña perturbación en el sub-éter, así que me detuve un momento para ver qué salía de allí. Ustedes provienen del Sol, ¿no es así?

    Karl asintió en silencio.

    —Era lo que me había imaginado -dijo el hombrecillo-. ¿Les importará que les pregunte a dónde se dirigen?

    Tuvo que repetir la pregunta antes de conseguir una respuesta coherente. Ferdie fue el primero que se recobró del shock lo bastante para decir algo.

    —Esperábamos encontrar un planeta habitable en el sistema de Alfa Centauro.

    El señor Thwiskumb frunció los labios.

    —Hay uno, pero existen ciertas dificultades. Vean ustedes, está reservado para los Primitivos. No sé cómo consideraría la colonización el Consejo Galáctico. Por supuesto, la población ha ido reduciéndose últimamente y en la práctica no queda nadie en el hemisferio austral. — Se detuvo y pensó-: Voy a decirles lo que haré. Cuando llegue a Formalhaut, llamaré al Administrador del Sector y veré qué dice. Y ahora, si ustedes me disculpan, no quiero acudir tarde a mi cliente. Gliterslie, Quimbat y Swench se enorgullecen de su puntualidad.

    Estaba embutiéndose de nuevo dentro de su levita cuando Karl le agarró por el brazo. Se palpaba allí una carne tranquilizadoramente sólida.

    —¿Nos hemos vuelto locos? — imploró el jefe.
    —¡Oh, Dios mío, claro que no! — dijo el señor Thwiskumb, soltándose con suavidad-. Lo que pasa simplemente es que ustedes están unos cuantos miles de años retrasados en el ciclo del desenvolvimiento. La emigración de los Superiores de nuestro planeta patrio tuvo lugar cuando la gente de ustedes estaba todavía ocupada en el proceso de descubrir el uso del fuego.
    —¿Emigración? — repitió Karl tontamente.
    —Lo mismo que están ustedes haciendo ahora -dijo el hombrecito, quitándose las gafas y limpiándolas cuidadosamente-. Las mutaciones que siguen a la suelta de la energía atómica casi siempre acaban por la evolución de un grupo con cierta especie de control sobre la fuerza terska. Entonces surge el problema de las relaciones futuras con los Normales, y los Superiores se deciden muy a menudo por una emigración secreta para evitar conflictos futuros. Pero es un error. Cuando echen ustedes un vistazo al Centauro II, verán lo que quiero decir. Me temo que les parecerá un lugar deprimente.

    Se encasquetó con firmeza el bombín, dirigió un jovial ademán de despedida y desapareció.

    Había en los ojos de Karl una mirada salvaje cuando levantó los brazos para imponer silencio.

    —Sólo necesito saber una cosa -dijo-. ¿He estado o no he estado hablando durante los cinco últimos minutos con un hombrecito de sombrero hongo?

    Cuarenta y ocho horas más tarde despegaban de Centauro III y aparcaban en el espacio libre hasta decidir qué deberían hacer. Fue un grupo deprimido y confuso el que se reunió en el compartimiento de observación para discutir su futuro.

    —No tiene objeto malgastar ahora el tiempo hablando de lo que hemos visto allá abajo -dijo Karl-. Lo que tenemos que decidir es si vamos a dirigirnos a otros sistemas solares, hasta encontrar un planeta que se adapte a nuestras necesidades, o si vamos a regresar a la Tierra.

    Una muchachita pelirroja levantó la mano.

    —¿Qué hay, Martha? — dijo Karl.
    —Creo que sí debemos hablar de lo que vimos allá abajo. Si el abandonar la Tierra significa que la estamos condenando a un futuro como ese, debemos regresar a ella.

    Hubo una objeción inmediata por parte de un joven tenso con gafas de concha.

    —El que volvamos o sigamos adelante será de poca diferencia para nuestras vidas, por lo que no se nos podrá acusar de egoísmo personal si no regresamos a la Tierra. La diferencia serán nuestros descendientes los que la percibirán. Aquel extraño hombrecillo que se materializó entre nosotros hace dos días y desapareció luego es una demostración concreta de lo que esos descendientes podrían ser, si nos mantenemos aparte y desarrollamos los nuevos poderes que nos han sido dados. Yo digo que el bienestar de la nueva superraza es más importante que el bienestar de los Ordinarios que dejamos atrás.

    Hubo un breve murmullo de asentimiento cuando el joven se sentó.

    —¿Otro? — preguntó Karl.

    Media docena de personas trató de tomar la palabra al mismo tiempo, pero Fardie se las arregló para ser escuchado.

    —Yo digo que volvamos -declaró-. Y puesto que el orador que me ha precedido ha estado hablando de acusaciones, permitidme decir que tampoco a mí se me puede acusar de ningún prejuicio de índole personal. Por lo que a mí afecta, lo mismo me daría emplear los años venideros en viajar hasta los rincones más remotos para ver qué hay de nuevo. Pero cuanto más tiempo estemos fuera de la Tierra, tanto más difícil nos será readaptarnos a la sociedad normal.

    »Mirad, dejamos la Tierra porque creímos que eso era lo que más le convenía al género humano. Y cuando digo género humano, me refiero a los Normales, la raza primigenia. Lo que hemos visto allá abajo -e hizo un gesto en dirección a Centauro III- es una prueba dramática de que estábamos equivocados. Parecía que no desperdigarse de los Superiores es en cierto modo un paso necesario para impedir que la sociedad humana se derrumbe. Algo así como una especie de catálisis esencial. Pero lo que hemos visto es que se nos necesita. Si nos alejamos del Hombre, nunca podremos vivir por nosotros mismos en nuestro brillante mundo nuevo.

    Karl aparecía preocupado.

    —Creo que estoy de acuerdo contigo -dijo-, pero si volvemos nuevamente tendremos que enfrentarnos con el viejo problema de las futuras relaciones. Por ahora somos tan pocos, que se nos miraría como a monstruos. Pero, ¿qué va a suceder cuando crezca nuestro número? Todo grupo con facultades especiales resulta algo sospechoso, y no me hace gracia la idea de condenar a nuestros descendientes a un mundo donde tengan que matar o ser matados.
    —Si se llega a lo peor, siempre podrían tomar el camino como lo hicimos nosotros -replicó Ferdie-. Pero me interesa hacer notar que la emigración fue la primera solución propuesta y la única a la que hemos concedido toda nuestra atención. Tiene que haber otras soluciones, si las buscamos. Por lo menos, debemos intentarlo. — Se volvió hacia el joven de las gafas de concha-. ¿Qué te parece, Jim?

    El otro asintió con repugnancia.

    —Sigo teniendo mis dudas, pero quizá deberíamos volver y hacer la prueba de la que has hablado. — Su voz se endureció-. Pero con una condición. Si los Normales empiezan a molestarnos, volveremos a irnos.
    —Estoy de acuerdo con eso -dijo Ferdie-. ¿Qué opináis los demás?
    —Hagámoslo oficialmente -dijo Karl-. ¿Están todos en favor del regreso?

    Ganaron los síes.

    En la puerta hubo un ruido de aplausos educados. El señor Thwiskumb había vuelto.

    —Una decisión muy acertada -dijo-, acertadísima. Demuestra una madurez social altamente recomendable. Estoy seguro de que los descendientes de ustedes les quedarán muy agradecidos por eso.
    —No sé qué decirle -replicó Karl tristemente-. Estamos despojándoles de todas las cosas que usted tiene. Del teletransporte instantáneo, por ejemplo. Para nosotros no es un sacrificio muy grande, porque ahora estábamos empezando nada más que a desarrollar estas facultades dentro de nosotros, pero sí lo será para ellos. No sé si tenemos razón al exigirles que paguen un precio así.
    —Pero, ¿qué me dices del otro precio? — preguntó Ferdie-. ¿Qué me dices de esa partida de haraganes macilentos tendidos en Centauro III, sentados apáticamente al sol, rascándose sus miserias? Tampoco tenemos derecho a condenar a los Ordinarios a un futuro como ese.
    —¡Oh, no harían ustedes eso! — dijo el señor Thwsikumb con la mayor suavidad-. Esa gente de allá abajo no son Ordinarios.
    —¿Cómo?
    —Cielo santo, no. No fueron ellos a quienes dejaron atrás. Estos son los descendientes de quienes emigraron. Esos pobres diablos son Superiores de pura sangre. Cuando toparon con el factor límite, se estancaron.
    —Entonces, ¿cómo se explica lo de usted? Por que es indudablemente un Superior.
    —Esa es una gran amabilidad por su parte -contestó el hombrecillo-, pero soy tan Ordinario como pueda serlo cualquier otro. Allí de donde yo vengo todos somos Ordinarios. Nuestros Superiores nos abandonaron hace muchísimo tiempo. — Cloqueó-. Es una cosa graciosa. En su época no supimos que se habían ido; por eso no los echamos de menos. Seguimos con nuestros asuntos como de costumbre. Más tarde los localizamos, pero ya era demasiado tarde. Miren ustedes, la gran diferencia estribaba en que nosotros teníamos un área ilimitada de desarrollo y ellos no la tenían. No hay ningún límite para la máquina, pero sí lo hay para el organismo humano. No importa lo entrenado que se pueda estar: siempre hay un límite en cuanto a la potencia del grito. Después de ese límite, hay que recurrir ya a un amplificador.

    »Un ligero arreglo de neuronas les hace a ustedes posible manejar y controlar ciertas fuentes de energía física que no están a disposición directa del hombre ordinario de vuestro planeta, pero, con todo, aún estáis operando con fuerzas naturales... y límites naturales orgánicos. Hay un punto más allá del cual no podéis ir sin ayuda de la máquina, un factor límite orgánico. Pero después de varias generaciones empleadas en dominar lo que está dentro de vuestras cabezas, abandonando la lucha para controlar el mundo que os circunda, llega el momento en que alcanzáis vuestros límites naturales y se pierde hasta el concepto mismo de lo que es una máquina. ¿Dónde vais entonces al llegar ahí?

    Aguardó una respuesta, pero nadie se la ofreció.

    —Hay un viejo cuentecillo en nuestro folklore -continuó- acerca de un muchacho que se compró un animal algo parecido a vuestra ternera terrestre. Pensaba que si la levantaba por encima de su cabeza diez veces al día, mientras era pequeñita, él iría aumentando su fuerza gradualmente hasta poder levantarla por encima de su cabeza cuando ya fuera una vaca hecha y derecha. Pronto descubrió la existencia de un factor límite natural. ¿Veis lo que quiero decir? Cuando esa gente de allá abajo alcanzó sus límites naturales, no les quedaba ya sitio para retroceder. En cambio, nosotros, teníamos la máquina, y a la máquina siempre se la puede hacer más pequeña y mejor, por lo que no teníamos punto alguno de tope.

    Se echó mano a la levita y sacó un pequeño objeto brillante del tamaño aproximado de una pitillera.

    —Esto está enlazado con un potente rayo a los grandes generadores de Altair. Naturalmente no quiero, pero con ese artefacto yo podría mover planetas si lo necesitara. Es simplemente cuestión de aplicar una palanca lo bastante larga, y la palanca, si lo recordáis, es una simple máquina.

    Karl le miraba estupefacto. En realidad todo el mundo lo estaba.

    —Sí -rezongó-, sí, ya veo lo que quiere usted decir. — Se volvió hacia el grupo-. Está bien, volvamos a la sala de máquinas. Nos espera un largo vuelo.
    —¿Cuánto tiempo? — preguntó el hombrecillo.
    —Cuatro meses, si empujamos con fuerza.
    —¡Qué despilfarro de tiempo!
    —¿Es que usted lo haría con más rapidez? — preguntó Karl con tono belicoso.
    —¡Dios mío, sí! — dijo el hombrecillo-. Me costaría aproximadamente minuto y medio. Vosotros, los Superiores, sois tan aficionados a barzonear... Me alegro de ser Normal.


    Jan estaba haciendo un bailecillo feliz en su cuarto cuando sonó el timbre de su apartamento. Abrió la puerta y entró Ferdie.

    —He subido en el ascensor -dijo-. Es mucho más cómodo para los nervios. ¡Vaya, qué contento estás! Ya sé por qué: la he visto salir por el vestíbulo cuando yo entraba. Iba como si tuviera nubes en los pies en lugar de zapatos.

    Jan hizo una pirueta.

    —Nos casaremos la semana que viene y han vuelto a admitirme en mi antiguo empleo.
    —También yo vuelvo al mío -dijo Ferdie-. El viejo Kleinholtz me dio una pequeña conferencia sobre lo de haberle abandonado en lo más intenso de su trabajo, pero estaba demasiado complacido consigo mismo para lanzarme algo más que un sermón. Cuando me dejó entrar de nuevo en su laboratorio, vi el por qué. Finalmente ya le funciona su artefacto.
    —¿Qué resultó ser? ¿Una máquina del tiempo?

    Ferdie sonrió misteriosamente.

    —Algo casi tan bueno. Levanta cosas.
    —¿Qué clase de cosas?
    —De todas clases. Incluso a la gente. El viejo Kleinholtz tenía un aparatito de mandos dispuestos de tal forma que se podía amarrar aquello al pecho. Puso a funcionar la máquina y empezó a volar por el laboratorio como un pájaro.

    Jan se quedó boquiabierto.

    —¿Cómo lo hacemos nosotros?
    —Lo mismo, muchacho. Ha descubierto la manera de dominar la fuerza terska. Realmente dominarla, no darle bocaditos como nosotros. Diez años más y los Ordinarios podrán hacer todo lo que hacemos nosotros, pero mejor. Y con una diferencia, además. La telepatía nos produce dolor de cabeza, y la levitación es un agradable pasatiempo dominguero, pero que poco puede servir para fundar sobre ella una civilización. Como dijo el señor Thwiskumb, la máquina no tiene ningún límite natural, por lo que sospecho que todas nuestras preocupaciones en cuanto al futuro están de más. Nadie va a sentirse infeliz porque nosotros podamos volar a cincuenta kilómetros por hora cuando ellos lo puedan hacer en cuestión de segundos. Parece como que el superhombre ha caído en desuso incluso antes de dársele la oportunidad de actuar.

    Extendió los brazos y bostezó.

    —Creo que será mejor que me vaya a casa y me acueste. Mañana va a ser un día de mucho trabajo en el laboratorio.

    Se acercó a la ventana abierta y miró al exterior.

    —¿Vas a ir a casa volando? — preguntó Jan.

    Ferdie sonrió con guasa y sacudió la cabeza, denegando.

    —Esperaré hasta que salga el nuevo modelo mejorado.


    FIN


    EDICIONES CENIT, en su serie quincenal de ciencia ficción, sólo publicará obras de calidad.

    Novelas basadas en hechos reales y estudios científicos, que sin duda nos ofrecerán un mundo nuevo.

    La imaginación pues, y argumentos de sus novelistas, está apoyada en investigaciones llevadas a cabo, de esta nueva ciencia del espacio que convierte la ficción de hoy, en la realidad de mañana.

    Así lo escriben y testimonian estos novelistas encuadrados en esta serie Cenit que presentamos, especialistas de esta técnica literaria, no ya como escritores propiamente dichos, sino como ingenieros y científicos que son en suma.


    John K. H. Brunner, autor de esta novela él mismo escribe:

    Fundamentalmente lo que he intentado hacer es escribir una aventura que refleje en su desarrollo algunas improbables, pero a mi entender, excitantes teorías acerca de la naturaleza del Universo -particularmente del tiempo- y el lugar del pensamiento humano en su proyección completa.

    Yo creo que la novela futurista tiene una importante función social en el sentido de que, si un verde hombrecillo de Marte quisiera hacer aterrizar su platillo volante en cualquier lugar de la Tierra, lo mejor que podría hacer sería escoger para aterrizar en la azotea de la casa de un lector de novelas futuristas, porque éste es el lugar en que tendría menos probabilidades de que le metieran una bala en la cabeza, simplemente por una cuestión de principio."

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    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)