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febrero 12, 2020
El piloto iba cayendo en picada hacia la multitud, y tuvo que tomar una decisión de vida o muerte en 22 segundos.
Por Gregory Freeman
Mientras se precipitaba hacia tierra a 8,400 pies por minuto en un jet F-16C, Chris Stricklin, piloto de 31 años de los Thunderbirds de la Fuerza Aérea estadounidense, se percató con horror de que estaba a punto de estrellarse. Su trabajo habitual consistía en hacer temerarias piruetas y descensos en picada con escaso margen de error. Sin embargo, acababa de fallar inesperadamente en una de esas maniobras, y en un instante se vio obligado a elegir entre dos terribles opciones: jugarse la vida permaneciendo en el avión o arriesgarla eyectándose de él.
Si bien los asientos eyectores han salvado a cientos de pilotos, no son precisamente un recurso fácil para salir de un avión que está a punto de estrellarse. Jalar la palanca de eyección desencadena una reacción tan violenta y peligrosa, que los pilotos la accionan sólo cuando la otra opción es mucho peor. Stricklin se vio de repente ante ese grave dilema.
Ese día de septiembre de 2003, al capitán Stricklin le tocó iniciar una exhibición acrobática en la base aérea de Mountain Home, Idaho. Tenía pensado ejecutar una difícil maniobra. Tras despegar a alta velocidad, haría un pronunciado ascenso, invertiría el avión y completaría un rizo descendiendo en picada y elevándose en el último momento. Luego entrarían en acción el resto de los Thunderbirds para realizar otras piruetas.
Stricklin se dio cuenta de que había cometido un grave error de cálculo. Iba descendiendo a tal velocidad, que de inmediato supo que no podría elevarse a tiempo. Entonces recurrió a su experiencia y al instinto. "Com-prendí que tendría que eyectarme", cuenta, "pero como a lo largo de mi carrera como piloto acrobático siempre antepuse la seguridad de los es-pectadores a la mía, decidí que primero debía alejarme".
Stricklin esperó hasta el último instante para accionar la palanca de eyección.
Cuadros de video cortesía de John Tabor
Pasaron los segundos, y Stricklin buscó la palanca de eyección. No, aún no, se dijo. Tengo que alejarme más. Sabía que justo abajo de él había una pista de aterrizaje. Volvió a buscar la palanca de eyección. No, todavía no. Primero debo controlar la velocidad de descenso, o me mataré.
El avión se precipitaba a tierra con tal rapidez, que los cohetes de expulsión del asiento eyector no bastarían para contrarrestar la velocidad de descenso, así que Stricklin decidió esperar unos segundos más. Sin embargo, el suelo estaba cada vez más cerca. Si no voy a salvarme de esto, pensó, al menos debo alejar el avión lo más que pueda de la gente.
Trató de colocar el jet en una posición en que quizá podría sobrevivir a la eyección sin matar a nadie. Sabía que la principal causa de las eyecciones fallidas es el titubeo: el piloto no jala la palanca cuando debe porque teme lesionarse; rehúsa abandonar sus esfuerzos por salvar un avión que vale millones, o le preocupa demasiado la gente en tierra. Stricklin también sabía que si se eyectaba demasiado pronto o demasiado tarde moriría. Tenía un margen de acción de casi medio segundo. "Si me eyectaba antes", dice, "el asiento no podría contrarrestar la fuerza que se le oponía, y si lo hacía después, habría quedado envuelto en la bola de fuego tras el impacto".
Ese día, la duración total del vuelo de Stricklin —desde que el tren de aterrizaje se elevó hasta que se estrelló en tierra— fue de sólo 22 segundos. Transcurrió menos de un segundo desde el momento en que supo que tenía que eyectarse hasta el instante en que por fin tiró de la palanca. No tuvo tiempo para sentir miedo.
Antes de salir disparado, imploró al cielo que no se golpeara contra el fuselaje.
Cuadros de video cortesía de John Tabor
La tercera vez que buscó la palanca fue por puro instinto. "El cuerpo me dijo que era el momento justo". Normalmente, hay un intervalo de un segundo y medio desde el instante en que el piloto jala la palanca hasta que ve un paracaídas sobre su cabeza. Si en ese lapso fugaz todo sale como debe salir, el piloto sonreirá al ver que se abre el paracaídas. Las cosas no pintaban así para Stricklin, pues estaba en "una situación poco común con mínima probabilidad de supervivencia", como la llaman fríamente los expertos en eyección. Aunque consiguió reducir la velocidad de descenso, seguía precipitándose a tierra.
Cuando jaló la palanca, a 140 pies del suelo, el avión estaba cayendo a unas 260 millas por hora, ya casi en trayectoria horizontal. En milésimas de segundo, descendió otros 100 pies antes de que el piloto por fin saliera disparado. El F-16C se estrelló en tierra y estalló en llamas apenas ocho décimas de segundo después de que Stricklin se eyectara.
Al tirar de la palanca, activó un mecanismo que arrojó gas a través de una tubería en la base del asiento, lo cual liberó un resorte de alta tensión que apretó el arnés y las correas de las piernas. Además de colocar en posición al piloto, esto le abrió una vía de escape, ya que lanzó por los aires la cubierta de la cabina. Luego un sistema de catapulta hizo subir 40 pulgadas el asiento sobre unos rieles, lo que arrancó los cables de conexión y activó un tanque de oxígeno instalado en el asiento. Entonces se abrió una compuerta, el gas encendió uno de los cohetes y Stricklin salió disparado. Apenas transcurrió una décima de segundo desde que jaló la palanca.
Durante una eyección, el cuerpo soporta fuerzas tan tremendas que es impensable practicarla durante el adiestramiento; los pilotos se someten a un ejercicio simulado en el que se usa sólo una fracción de la potencia de la catapulta y el cohete. Stricklin tuvo que resistir entre 10 y 15 veces la fuerza de gravedad, lo que lo hizo sentir como si pesara una tonelada. Todo ocurrió con tal rapidez —el desplazamiento duró menos de dos décimas de segundo—, que el capitán no sintió la fuerza de aceleración.
En menos de un segundo, el cohete eyector lanzó a Strícklin hacia el cielo.
Cuadros de video cortesía de John Tabor
Una razón de esto es que su cuerpo se movió hacia arriba tan rápidamente, que la sangre se le fue a los pies, lo cual privó a su cerebro de la necesaria para mantenerse consciente. Stricklin no perdió el conocimiento, pero otros pilotos sí se han desmayado du-rante una eyección. El resto de su cuerpo también pasó apuros. Las partes blandas se desplazaron hacia abajo y se comprimieron: los órganos, los tejidos y los líquidos internos.
Tan pronto se consumió el cohete, el sistema de eyección calculó las condiciones y determinó que se trataba de una expulsión a baja altura y baja velocidad, así que activó el cohete auxiliar, el cual va alojado en la parte trasera del asiento y conectado a un sistema giroscópico de estabilización. Este impulso adicional era necesario porque Stricklin había salido del avión a sólo 40 pies del suelo. El cohete lo hizo subir 100 pies más.
Dos décimas de segundo después de que el asiento salió dispardo del avión, el paracaídas principal se abrió. Stricklin no tuvo tiempo de encogerse para soportar el impacto del despliegue. Como en la cabina apenas hay espacio para un paracaídas pequeño, el piloto desciende con rapidez y casi verticalmente, con poco margen para dirigir o amortiguar el aterrizaje.
"No es como en los programas de deportes de acción, en que uno ve gente descender en paracaídas y salir caminando de debajo de él", dice la teniente Becky Bates, experta en eyección que entrena a pilotos de la Armada y la Infantería de Marina. "El aterrizaje es en verdad pavoroso".
El avión se estrelló ocho décimas de segundo después de que Stricklin se eyectó.
Fotos: © Marc Auth/Polaris
Stricklin cayó sobre la estela de llamas que dejó el F-16C mientras se arrastraba por el campo aéreo después de estrellarse. Muy aturdido y sin darse cuenta de que ya estaba en tierra, alzó la mirada para ver si ya se había abierto el paracaídas, y no lo vio por ningún lado.
No se abrió el paracaídas, se dijo en su obnubilación. Mala señal. No se suponía que aterrizase de pie, sino que rodase al caer. No veo el paracaídas y estoy parado, así que supongo que no lo logré. Debo de estar muerto.
Cuando se desaturdió un poco y cayó en la cuenta de que seguía con vida, lo primero que le vino a la mente fue mirar hacia la multitud para asegurarse de que no hubiera víctimas. Parece que no maté a nadie, pensó con alivio. No están muy lejos de aquí, así que creo que será más fácil que camine hasta allá. Pero primero el avión... ¿Dónde quedó?
Sabía que debía alejarse de allí; era una insensatez sobrevivir a una eyección y luego caminar hacia los restos incendiados del jet. Pero aunque miró por todas partes, no veía el avión, las llamas ni las enormes nubes de humo que se alzaban a su alrededor.
Chris Stricklin con su esposa, Terri, y sus hijos: Bethany, hoy de siete años, y Zachary, de nueve.
Foto: cortesía de Chris Stricklin
De hecho, estaba peligrosamente cerca de los restos del F-16C. No había sufrido quemaduras porque primero tocó tierra el equipo de supervivencia que llevaba atado al cuerpo con una larga cuerda; el bulto levantó una polvareda que apagó el fuego en un círculo de 10 pies. Quedó rodeado por llamas, y aunque seguía muy aturdido, se dio cuenta de que algo estaba mal. "Así que decidí tenderme en el suelo y esperar", refiere.
Stricklin no recuperó la lucidez sino hasta después de haber pasado 45 minutos en un hospital. Entonces cobró conciencia con tal fuerza de lo que le había ocurrido, que las enfermeras corrieron a ver por qué estaban sonando las alarmas de los aparatos a los que lo habían conectado.
Las lesiones más graves que sufrió Stricklin fueron en la espalda, las cuales tardaron meses en sanar. Y no se percató de otro estrago de la eyección sino hasta que su esposa llegó al hospital, dos días después del accidente. Él se puso de pie para abrazarla, pero en seguida se echó hacia atrás, desconcertado. Había algo muy extraño.
"Llevábamos 10 años de matrimonio", dice Stricklin, "y la estatura de ella no parecía la misma". En realidad, era él quien se había achi-cado dos pulgadas por la compresión de columna vertebral que sufrió durante la eyección. Poco a poco se ha recuperado y ya sólo le falta media pulgada para tener su estatura anterior: 5 pies y 10 pulgadas. "He oído que la Fuerza Aérea sólo permite que un piloto se eyecte cierto número de veces por lo traumático que es", comenta. "Sale sobrando que me lo adviertan. Si volviera a pasarme algo así, les diría: 'Amigos, ya no cuenten conmigo'. Les agradezco el asiento y el excelente adiestramiento que me salvó la vida, pero es una experiencia que no deseo volver a vivir".
Stricklin y su esposa, Terri, volvieron hace poco de un viaje a China con un nuevo miembro de la familia: su hija Aubree Lu, de 22 meses. El capitán piensa volver pronto a volar aviones de combate.