UN POLÍTICO PARA NUESTRO TIEMPO
Publicado en
octubre 07, 2019
Foto: Massimo Giachetti. Camera Press / Transworld.
De estudioso profesor de economía, Cavaco Silva se ha transformado en un consumado político, y le ha dado a su país una nueva dosis de optimismo.
Por Charles Parmiter.
EN LOS DÍAS PREVIOS a mi entrevista con el primer ministro de Portugal, Aníbal Cavaco Silva, me dieron muchos informes que no había solicitado. "No le gustan los periodistas", me advirtió un ex ministro del gobierno. "No lo mirará a usted a los ojos", señaló uno de sus viejos opositores políticos. El consejo más atinado provino de un hombre de negocios de Lisboa: "Asegúrese de no llegar tarde".
Cavaco tiene un reloj mental, y todo Portugal parece haberse contagiado de su sentido de urgencia. Cerca de Fonte de Boliqueime, en el sur del Algarve, tierra natal de Cavaco, gigantescas excavadoras remueven la tierra para abrir paso a una supercarretera. En el bullicioso aeropuerto de Lisboa, los trabajadores dan los toques finales al ultramoderno edificio de la terminal. En la ribera del Tajo, donde anclaban en el siglo XVI los galeones cargados de seda y especias, la bandera de la Comunidad Europea (CE), azul con estrellas, ondea en el centro de con-venciones que se construyó, con un costo de 30,000 millones de escudos (200 millones de dólares), para marcar el ascenso de Portugal a la presidencia de la CE en enero pasado.
Cuando Cavaco asumió el cargo de primer ministro, en 1985, pocos observadores creyeron que pudiera conservar el puesto. "Dijeron que era yo en extremo sensible a las críticas y que estaba demasiado impaciente por emprender reformas", comentó conmigo. "Predijeron que renunciaría antes de seis meses". Más de seis años y dos elecciones después, Cavaco aún sigue en el cargo: es el primer ministro democráticamente elegido que más tiempo ha durado en el ejercicio de sus funciones en la historia de Portugal.
Con Cavaco a la cabeza, la economía de Portugal, antes morosa, está creciendo más rápidamente que la de Alemania. Su tasa de desempleo es la más baja de la CE, con excepción de Luxemburgo. Entre 1986 y 1990, la inversión directa extranjera en Portugal casi se duplicó cada año; llegó a 300,000 millones de escudos en 1991. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con sede en París, que durante muchos años consideró a Portugal un desastre económico, ahora ve al país con franca aprobación. Un economista de la OCDE que se especializa en Portugal me confió: "Desde que Cavaco está en el poder, la nación ha ido por el buen camino".
Desde el ingreso de Portugal en la CE, en 1986, también ha recibido de Bruselas un promedio de 260,000 millones de escudos anuales, en gran parte como subvenciones "estructurales" para contribuir a la construc-ción de infraestructura. Por consiguiente, las aldeas más apartadas cuentan hoy con electricidad y teléfonos. Nuevas autopistas serpentean por el campo. El viaje de 330 kiló-metros desde Lisboa a Oporto por la vieja carretera N1 de dos carriles, era una pesadilla de cinco horas en la que había que ir detrás de hileras de camiones lentos y soportar a automovilistas imprudentes que rebasaban cuando menos se esperaba. Ahora, por cortesía de la CE, constituye una fácil travesía de dos horas y media por una carretera de cuota, dotada de cuatro carriles.
Otro beneficio de la afiliación de Portugal a la CE ha sido el gran incremento de su comercio con España. En los últimos seis años, el país vecino se ha convertido en uno de los principales socios comerciales de Portugal, proveyéndolo del 15 por ciento de sus importaciones y absorbiendo casi el mismo porcentaje de sus exportaciones. Gracias a Cavaco, ferviente admirador del primer ministro socialista Felipe González, más de 1500 empresas españolas hacen negocios actualmente en Portugal.
La creciente prosperidad está transformando a los frugales portugueses en grandes gastadores. Hay 1.8 mi-llones de automóviles en la nación; más de uno por cada seis personas, y las ventas de vehículos nuevos subieron un nueve por ciento en 1991. En Amoreiras, vasto complejo comercial de Lisboa, que cuenta con 360 tiendas, diez cines y 42 restaurantes y cafeterías, vi a mujeres im-pecablemente peinadas y enfundadas en abrigos de piel de visón pasar junto a mi mesa con los brazos repletos de bolsas con los logotipos de muchas tiendas elegantes.
En medio de todo ese conspicuo consumo, sigue habiendo preocupantes zonas de pobreza. Durante el viaje en taxi desde el aeropuerto de Lisboa pasé por una mísera barriada de casuchas de lámina corrugada, recordatorio de que en Portugal aún hay barrios bajos donde reina la des-esperación. El año pasado, el grupo de defensa de los derechos humanos llamado Antiesclavitud Internacional, con sede en Londres, informó que, según sus cálculos, 200,000 niños portugueses trabajaban entre ocho y 14 horas diarias por menos de 7600 escudos semanales. Y al recorrer la nueva carretera a Oporto, me topé con una escena que parecía.de la Edad Media: un campesino, uncido a su burro, arrastraba penosamente un escarificador por el terreno rocoso, mientras su esposa, con aspecto de fatiga, llevaba las riendas.
No obstante, "se percibe un nuevo optimismo en el ambiente", subraya Vasco Graca Moura, comisiona-do del pabellón portugués en la Expo 92 de Sevilla. "Los portugueses se están abriendo al mundo. Y gran parte de esto es obra de Cavaco. Él hace que la gente se sienta orgullosa de su país".
AL ESTE de la desviación hacia Boliqueime, en la carretera principal del Algarve, se encuentra una gaso-linera Mobil de cuatro bombas, calificada como "la más famosa de Portugal". Su operador, Teodoro Silva, de 79 años, sigue bombeando gasolina ocho horas diarias, los siete días de la semana. No pasó del cuarto año de primaria, pero envió a sus tres hijos y a su hija a la universidad, y el segundo de sus vástagos es hoy el primer ministro de la nación.
El dinero solía escasear en el hogar de los Silva, pero "siempre se apartaba algo para la educación de los hijos", recuerda Cavaco. Todo marchó bien hasta que Aníbal cumplió 14 años y descubrió a las muchachas. Al finalizar el curso llevó a casa una boleta de calificaciones de suspensión en cinco materias, y aún no olvida la rabia monumental de su padre. Ese verano, en lugar de divertirse en la playa, tuvo que limpiar con azadón los maizales de la granja de su abuelo. Aprendió bien la lección. "Me di cuenta de que, si no me ponía a estudiar, a eso tendría que dedicarme el resto de mi vida. Desde entonces, siempre fui el primero de la clase".
Mientras se especializaba en finanzas en la Universidad Técnica de Lisboa, Cavaco se topó con el primero de varios giros en lo que describe como "una vida llena de aventuras, pero siempre con final feliz". Desesperado por reclutar oficiales que libraran su guerra colonial en Mozambique, el gobierno lo sacó de la escuela y lo comisionó como teniente. El final resultó doblemente feliz: asignaron a Cavaco a una unidad no combatiente, y aprovechó el viaje como luna de miel. Su novia era Maria Alves de Silva (sin parentesco), estudiante de literatura alemana e inglesa, y casi tan pobre como él.
El siguiente momento decisivo llegó el 25 de abril de 1974, cuando un golpe de Estado militar derrocó a la dictadura de 42 años establecida por António Salazar, sólo para que posteriormente se apropiaran del poder los comunistas, quienes decretaron la nacionalización de los sectores más importantes de la economía. Hacía sólo cinco días que Cavaco había regresado de Inglaterra con su esposa, dos hijos y un flamante doctorado en economía por la Universidad de York. Acababa de desempacar, recuerda, cuando "el mundo académico se volvió un caos y los estudiantes despedían a sus profesores". Al cabo, consiguió el empleo de catedrático de economía en la Universidad Católica de Lisboa.
Interesado desde joven en la política, Cavaco se afilió ese año al Partido Social Democrático (PSD), de tendencia centro-derechista; ganó las elecciones al Parlamento en 1980 e incluso fue un año ministro de Economía. En mayo de 1985, siendo uno de los directores del Banco de Portugal y profesor en la Nueva Universidad de Lisboa, resolvió asistir a la convención anual del PSD en Figueira da Foz, al norte de la capital. Encontró gran desorganización en el partido; este carecía de dirección y de un líder fuerte. Tomando una postura independiente, pronunció un apasionado discurso en el que llamaba a la unidad y esbozaba una estrategia para el futuro. Los delegados, atónitos, lo escucharon en silencio. Al día siguiente eligieron a Cavaco líder del partido. "Jamás he pertenecido a una facción", respondió. "No esperen que me entregue a juegos palaciegos, porque no sé hacerlo, y tampoco me interesa aprender a jugarlos".
Cuando el PSD ganó por estrecho margen las elecciones de 1985 y Cavaco asumió el cargo de primer ministro en un gobierno minoritario, de inmediato puso en práctica sus palabras. "Menos charla, menos intrigas, más acción", exhortaba a sus ministros. Rechazó los "tratos" que le ofrecía la oposición y trabajó incansablemente en un programa de reformas y privatización de los cientos de compañías estatales del país. Sus opositores bloqueaban muy complacidos sus reformas en el Parlamento, mientras Cavaco observaba desapasionadamente el auge de su popularidad en las encuestas de opinión pública. Cuando, a los 18 meses, su gobierno cayó ante una moción parlamentaria de retiro de confianza, Cavaco llevó su caso a los electores. "Eso", señala, "fue lo que salvó al PSD".
Su campaña de 1987 fue modelo de eficiencia. Varias personas experimentadas lo asesoraron para presentarse ante las cámaras. Algunos de los más destacados actores de Portugal le dieron consejos para que mejorara su dicción y su presencia escénica. Una condesa le ayudó a elegir su guardarropa. Cavaco supervisó cada uno de los detalles; hasta el tono exacto de anaranjado que se escogió como color del partido, a fin de sugerir la luz del sol y la esperanza juvenil. No fue sorprendente que obtuviera una victoria aplastante: el 50.2 por ciento de los votos y mayoría absoluta en el Parlamento.
Con este nuevo apoyo, Cavaco volvió al trabajo. A instancia suya, se volvió a redactar la Constitución para expurgarla de frases marxistas como "Portugal debe estar en camino al socialismo". Introdujo cambios radicales en las leyes laborales: la incapacidad de dominar la tecnología nueva se convirtió en causa de despido. Su programa de privatización, iniciado en 1989, se vio obstaculizado por reclamos de compensación por parte de los anteriores dueños de las empresas, por la inactividad del mercado de valores y por la Guerra del Golfo. Aun así, se privatizaron 13 importantes compañías en tres años, lo que dio origen a casi 250,000 accionistas y contribuyó con 345,000 millones de escudos a las arcas estatales, suma que se empleó para saldar la deuda pública.
Las compañías multinacionales encontraron en el primer ministro un amigo leal. "Cavaco entiende los problemas de las grandes empresas. Sabe que su país las necesita", me dijo Erhard Spranger, director admi-nistrativo de la General Motors de Portugal, que monta automóviles en una fábrica de las afueras de Lisboa. Cavaco ha cultivado a los consorcios, y esto le ha rendido buenos dividendos políticos. Cuando se aproximaban las elecciones de octubre pasado, la Ford y la Volkswagen anunciaron la construcción de una fábrica conjunta en Setúbal, por valor de 2800 millones de dólares, que creará 4700 nuevos empleos.
De hecho, la campaña de Cavaco en 1991 fue una obra maestra táctica. Carreteras y puentes que llevaban años construyéndose se concluyeron como por arte de magia durante las últimas y decisivas semanas. Finalmente, cuando las encuestas mostraron que la oposición socialista todavía seguía muy de cerca a su PSD, Cavaco amenazó con renunciar si los electores no le otorgaban otra mayoría absoluta. Cuando el humo se disipó, había ganado más de la mitad de los votos, seis de cada diez curules en el Parlamento y otro periodo de cuatro años en el cargo.
El idilio entre Cavaco y el electorado portugués se debe tanto al estilo del primer ministro como a su solidez. Es un hombre que bien podría ser actor: alto (1.83 metros), de por-te gallardo, trigueño, bien parecido y con mechones grises en las sienes que le dan un toque de distinción. E incluso sus opositores reconocen que es también competente e incorruptible, y admiran su sagacidad política.
Cavaco es un ave rara..., un político que detesta. el aparato y los vericuetos de la política. Tiene pocas aficiones; viste con sencillez y austeridad. Las cosas que más lo irritan son (no necesariamente en este orden) las palmadas en la espalda, los besos a los niños, las habitaciones llenas de humo y las charlas de temas personales con desconocidos. Pocas veces asiste a las sesiones parlamen-tarias, porque la cháchara de los legisladores le parece una pérdida de tiempo. "No considero la política un juego", dice. "Para mí, tiene sólo un significado: la acción práctica, la posibilidad de realizar cosas para servir al país".
Durante los seis meses en que Portugal ocupó la presidencia rotatoria de la CE, Cavaco hizo que el escudo participara en el mecanismo de tasas de cambio de las monedas europeas, lo cual vinculó la moneda portuguesa a otras diez de la CE. Aunque esta operación da testimonio del buen desempeño de la economía lusitana, aún queda mucho por hacer.
Con excepción de Grecia, el ingreso anual per cápita de 5750 dólares que registra Portugal es el más bajo de la CE, y su índice de inflación, de 10.2 por ciento, el más alto. Sus industrias textil y del calzado, durante mucho tiempo los renglones fuertes de la economía, están en serios aprietos debido a la competencia extranjera. Aunque uno de cada cin-co trabajadores portugueses está empleado en la agricultura ("demasiados", admite Cavaco), el país im-porta casi la mitad de los alimentos que consume, pues sus tierras de cultivo son las menos productivas de Europa Occidental.
Para agricultores y empresarios por igual, la inflada burocracia de Portugal sigue siendo un molestísimo dolor de cabeza. Un hombre de negocios extranjero que intentaba establecer una empresa multimillonaria me contó la pesadilla que vivió cuando tuvo que presentar los mismos documentos en 17 dependencias gubernamentales, aguardar luego a que sus directores regresaran de vacaciones y francachelas, sólo para que a la postre le notificaran que sus cifras financieras no estaban actuali-zadas. "Por supuesto que no lo estaban", se quejó. "Habían estado sobre sus escritorios dos años".
No hay soluciones fáciles para estos problemas, pero Cavaco tiene confianza en el futuro de Portugal dentro de la Europa unida. "Los portugueses han cambiado", insiste. "Han adquirido confianza y fe en sí mismos. Son capaces de aceptar los riesgos y la competencia..., y de triunfar". Pocas personas se atreverían a apostar contra él.