FUEGOS DE CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN
Publicado en
julio 29, 2019
Las emanaciones candentes de un volcán situado al otro lado del mundo, pueden afectarnos en forma sorprendente.
Por Lowell Ponte.
EL ANTIQUÍSIMO VOLCÁN Pinatubo, en las Filipinas, permaneció dormido 600 años, pero en junio de 1991 despertó con una serie de violentas erupciones que lanzaron hasta la estratósfera unos 20 millones de toneladas de bióxido de azufre. Del cielo llovió piedra pómez caliente. Una nube gris, en forma de hongo, se elevó más de 30 kilómetros por encima del volcán y ocultó el Sol. Las cenizas crearon una especie de paisaje lunar. "Parece que llegó el fin del mundo", comentó uno de los más de 100,000 damnificados que huyeron para no perder la vida.
Los vientos esparcieron la niebla volcánica por todo el planeta, en dirección oeste, y a las cuantas semanas se presenciaron espectaculares puestas de sol de matices fantasmales, producidas por la luz solar filtrada a través de la tenue nube.
Ahora bien, ese velo volcánico, además de colorear las puestas de sol, impide que grandes cantidades de luz solar lleguen a la tierra y la calienten. Los científicos de la Administración Nacional del Océano y de la Atmósfera (ANOA), de Estados Unidos, calculan que la nube pro-ducida por el Pinatubo es lo suficientemente gruesa para provocar un descenso de medio grado centígrado en la temperatura media del planeta durante varios años. "Las partículas de origen volcánico se encuentran demasiado alto en la atmósfera para que las elimine la lluvia", observa Larry Stowe, investigador de la ANOA. Podría parecer muy pequeño un descenso de medio grado, pero basta para afectar en todo el orbe los vientos y las corrientes marinas.
No sería la primera vez que sucedieran cosas así. En 1815 la erupción del monte Tambora, cerca de Java, produjo algunos efectos sorprendentes en el clima. En Francia se malograron las cosechas veraniegas y hubo escasez de alimentos; en el sur de Estados Unidos, en pleno verano, la escarcha cubrió la campiña. Así, la helada mano de un candente volcán convirtió a 1816 en "el año que no tuvo verano".
Los volcanes pueden producir otras anomalías climatológicas. En 1982 hicieron erupción El Chichón, en México, y el Nyamlagira, en África. Debido a ello, poco después perdieron fuerza los vientos alisios en zonas próximas al ecuador, con lo cual las aguas tibias provenientes del océano Pacífico Occidental se desplazaron hacia el este, fenómeno conocido con el nombre de Oscilación Meridional El Niño. A continuación sobrevinieron sequías devastadoras en Sudáfrica, la India, Indonesia, las Filipinas y Australia. Se desataron furiosos ciclones por todo el Pacífico, y lluvias torrenciales inundaron el Perú, Ecuador y la costa occidental de Estados Unidos.
El físico Paul Handler opina que las erupciones volcánicas provocan la aparición de El Niño al amortiguar la intensidad de los rayos solares en las zonas tropicales del Pacífico. Esto hace disminuir la fuerza de los vientos alisios y rompe un equilibrio delicado. Añade Handler que, desde 1877, las 11 ocasiones en que El Niño ha hecho sentir fuertemente su presencia han coincidido con una erupción volcánica.
Como el Pinatubo arrojó más del doble de gas que El Chichón, Handler predijo que la erupción traería consigo una oscilación meridional que pondría fin a la prolongada sequía que azotó a California y al Oeste Medio de Estados Unidos, y que, a la vez, aumentaría las probabilidades de una sequía en el Sahel (África occidental), la India y Australia.
Estas imágenes, tomadas por satélite, muestran hasta dónde llegaron las partículas de la erupción del Pinatubo. Fotos: NOAA.
LOS VOLCANES influyen en nuestra existencia en muchas formas sorprendentes. Más aún, los hombres de ciencia afirman que, sin volcanes, la vida, tal como la conocemos, desaparecería de la faz de la Tierra.
Para comprender esto, pensemos en cómo era nuestro planeta hace 200 millones de años. Entonces, dos protocontinentes, África y América del Norte, estaban unidos y no existía el océano Atlántico. La Casablanca de nuestros tiempos estaría a pocos kilómetros al oriente de la Ciudad de Nueva York. Más tarde se separaron esos continentes y surgieron volcanes entres ellos, los cuales produjeron una creciente cuña de lava. Se pueden observar algunos rastros de estos hechos en los acantilados del río Hudson, formados por lava que brotó del sitio donde se separaron los continentes. La separación aumenta varios centímetros cada año, a medida que la lava proveniente de las profundidades de la Tierra continúa brotando del fondo del océano por una grieta denominada la dorsal Centroatlántica.
Según la teoría más aceptada en la actualidad, el calor que surge de las entrañas de la Tierra genera estos movimientos geológicos de los continentes y activa los volcanes. Hace 4500 millones de años, cuando nuestro planeta se condensó a partir del polvo interestelar y los gases, los elementos más ligeros emergieron a la superficie, se endurecieron y formaron una corteza. Los continentes descansan sobre secciones de corteza denominadas placas tectónicas, las cuales continúan flotando sobre una capa de material semiderretido que se encuentra a unos 100 kilómetros de profundidad. Una de ellas, la Placa Norteamericana, principia a mitad del Atlántico y se extiende hasta la costa occidental de Estados Unidos.
Esta placa se desliza hacia el sudoeste y choca violentamente con la Placa del Pacífico, que se extiende debajo de gran parte del océano del mismo nombre. Debido a esta y otras colisiones de placas tectónicas, la mayoría de las tierras que bordean el Pacífico —lo que los vulcanólogos llaman el Anillo de Fuego— son zonas de sismos frecuentes, en las que pueden surgir montañas y volcanes.
No obstante sus efectos violentos, el calor que sale de las entrañas de nuestro planeta es lo que lo conserva vivo. En primer lugar, sin las fuerzas volcánicas y de otro tipo que sirven para crear montañas, los fenómenos meteorológicos erosionarían a tal grado la corteza terrestre que todo el planeta quedaría abajo del nivel del mar. En segundo lugar, las lluvias constantemente arrojan al mar elementos indispensables para la vida, tales como el carbono y el azufre. Por su parte, el plancton oceánico absorbe carbono del agua y lo convierte en carbonato de calcio antes de que se deposite en el fondo del mar para transformarse en creta. Sin nada que invirtiera estos procesos, el carbono del planeta quedaría encerrado en el fondo de los mares, y todas las formas de vida que dependen de este elemento —lo mismo flores que peces o seres humanos—, desaparecerían. Sin el bióxido de carbono, producto del efecto de invernadero, la Tierra podría enfriarse a tal grado, que lo que no estuviese cubierto por las aguas quedaría congelado en una especie de Período Glaciar permanente.
Los volcanes liberan enormes cantidades de bióxido de carbono, bióxido de azufre y sulfuro de hidrógeno a la atmósfera, a veces en forma explosiva y a veces sin provocar trastornos. Unos científicos franceses informaron en 1991 que el Etna, en el noreste de Sicilia, es como un géiser que emite gases constantemente. Aun cuando no está en erupción, el Etna envía cada año a la atmósfera unos 25 millones de toneladas de bióxido de carbono, cantidad equivalente a 1/900 de la que emiten todos los vehículos, fábricas y otras instalaciones donde se emplean combustibles fósiles.
Los gases que arrojan los volcanes pueden matar. Cuando el Vesubio, cerca de la ciudad romana de Pompeya, hizo erupción en el año 79 de la era cristiana, muchas de las miles de víctimas perdieron la vida asfixiadas por el bióxido de carbono y otros gases que bajaron en oleadas desde el cráter.
Los 15 millones de toneladas, aproximadamente, de bióxido de car-bono que el Pinatubo lanzó a la estratósfera se convirtieron en gotas minúsculas de ácido sulfúrico. Algunas de ellas permanecerán suspendidas en el aire durante tres años, dando vueltas a la Tierra impulsadas por los vientos, y alterarán los procesos químicos en las capas superiores de la atmósfera. Veintitantos kilómetros por encima de la superficie de nuestro planeta, la capa de ozono ayuda a protegernos de los rayos ultravioleta, una causa importante del cáncer de la piel. Así, los baños de sol en el jardín de nuestra casa pueden encerrar algún riesgo adicional este año, gracias a un volcán filipino.
Las erupciones volcánicas producen otras sorprendentes consecuencías. No obstante el riesgo latente de futuras erupciones, las regiones volcánicas atraen a muchos agricultores porque en esos suelos, enriquecidos con minerales, se logran cosechas estupendas. Los prospectores de oro, plata y cobre no imaginaron que esos metales fuesen producto de fuerzas volcánicas. Cuando hace erupción el Érebo, volcán de la Antártida, espolvorea el continente blanco con partículas microscópicas de oro puro. Y las antiguas chimeneas volcánicas de Siberia y Sudáfrica (denominadas tubos de kimberlita), se convirtieron en depósitos de diamantes provenientes de las raíces ígneas de los volcanes. Así, un anillo de compromiso de oro y diamantes contiene los frutos más selectos de los volcanes.
Algunos científicos están buscando un nuevo tipo de oro en terrenos volcánicos. En países donde abundan los volcanes, desde México hasta Nueva Zelanda, se está aprovechando ya la energía geotérmica. El 85 por ciento de los hogares de Islandia se calientan por medio de esta fuente de calor natural y abundante. En Long Valley, California, la Comisión de Energía de aquel estado norte-americano y el Departamento de Energía del gobierno estadunidense están financiando un pozo de investigación que para 1995 quizá logre aprovechar fuentes geotérmicas a 6000 metros de profundidad. "El potencial energético aquí es enorme", afirma John Rundle, jefe del personal científico del proyecto. "Las plantas geotérmicas instaladas en este lugar podrían aprovechar una fuente de energía natural, renovable y no contaminante, cuyo rendimiento equivaldría al de 60 grandes plantas nucleares".
Entretanto, el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en el estado norteamericano de Nuevo México, está desarrollando y probando una tecnología denominada de Roca Seca Candente (RSC). Consiste en lo siguiente: se perforan dos pozos a 100 metros el uno del otro, y a miles de metros de profundidad; luego, se bombea agua a presión por uno de ellos. El agua se calienta al pasar entre las rocas candentes subterráneas, y vuelve a la superficie impelida a través del segundo pozo. "Con esta tecnología se podría suministrar energía limpia, segura y barata a miles de millones de seres humanos en todo el mundo", declara David Duchane, director del programa RSC de Los Álamos.
El hombre prehistórico temía a los volcanes, pero aprendió a usar el fuego. Hoy, estamos aprendiendo cómo puede enriquecer nuestra vida el fuego geotérmico que activa a los volcanes.