EL LIBRO DE LOS SUPERLATIVOS
Publicado en
noviembre 29, 2018
¿Quién dice que es el más grande, el más largo, el más alto, el más viejo?
Lo dice Guinness, y sanseacabó.
Por Emmanuelle Ferrieux
DURANTE AÑOS la estuvo mimando, abonando, alentando. ¡Y por fin le llegó la recompensa! Gracias a su dalia —la más frondosa y la más alta (5.1 metros) del mundo— André Guéry, empleado del departamento de parques de Nantes, Francia, figura en la edición de 1991 del Libro Guinness de marcas mundiales. En este arsenal de "excesos medidos" el señor Guéry tiene ya un sitio junto a Neil Armstrong, el primer hombre que caminó en la Luna; a Camarero, un caballo puertorriqueño que llegó en primer lugar en 56 carreras consecutivas, y que de 77 que corrió en su vida, ganó 73; y al emperador inca Atahualpa, la persona por quien se ha pagado el mayor rescate por un secuestro (170 millones de dólares en oro y plata).
Nada se le escapa al Guinness. No hay una sola marca mundial que no esté registrada en sus páginas; el lanzamiento más largo (de huesos de frutas, de corchos o de huevos), la catarata más alta (Salto del Ángel, en Venezuela), o el polizonte más aguantador (Armando Socarrás Ramírez, que escapó de Cuba a España en el tren de aterrizaje de un avión, y sobrevivió a una altitud de 9000 metros y a temperaturas de hasta 22.2 ° C. bajo cero). Todo esto se hace con el humorismo británico, que toma terriblemente en serio lo trivial y cuantifica lo inmensurable. Por ejemplo, en el capítulo sobre belleza femenina leemos que, como el rostro de Helena de Troya era tan hermoso que por su causa mil naves se hicieron a la mar, la unidad de belleza capaz de merecer la botadura de un solo barco debería denominarse "milihelena".
Bromas aparte, el Libro Guinness de marcas mundiales es cosa seria. Se le ha traducido a 35 lenguas, y en la introducción se informa al lector que, desde 1974, el libro mismo figura en la lista como poseedor de la marca mundial en materia de derechos de autor, con más de 65 millones de ejemplares vendidos desde su fundación. Esta fuente de inspiración para el espíritu de competencia es tan conocida internacionalmente, que el nombre de Guinness es conocido ya en infinidad de lenguas. "Las marcas", declara nuestro cultivador de dalias, "se establecen para que alguien las supere. El año próximo figuraré con una nueva marca: 8.23 metros".
Es una señal de los tiempos que a la casa editorial, situada en Londres, lleguen cartas procedentes de Europa Oriental y de Corea del Sur, donde los Juegos Olímpicos de 1988 estimularon el espíritu competitivo. Y en 1990 se publicó por primera vez en la Unión Soviética una versión íntegra del libro. Con las marcas que ya tiene en su haber (la mayor extensión territorial, la campana más grande del mundo, la bacteria más vieja, el McDonald's más espacioso) y las que están por venir, la Unión Soviética podría destronar a Estados Unidos, que hasta la fecha ha acaparado la mayor parte de los superlativos.
México cuenta con no pocas marcas mundiales: el adulto humano de menor peso (Lucía Zárate, que pesaba 2.13 kilos a los 17 años); la frontera más frecuentemente cruzada (la de México con Estados Unidos, que es traspuesta en ambos sentidos por más de 120 millones de personas al año); el compromiso matrimonial de mayor duración (el que tuvieron por espacio de 67 años Octavio Guillén y Adriana Martínez); los clavados de mayor altura ejecutados en forma regular (en La Quebrada, en Acapulco) y el estadio cubierto más grande (el Estadio Azteca, de la Ciudad de México, que da cabida a 107,000 personas).
En realidad, el libro fue idea de tres escoceses. En 1951, el gerente de la firma cervecera Guinness Breweries, sir Hugh Beaver, se preguntó durante una expedición de cacería si los chorlitos que había visto volar serían las aves más veloces de Europa. De ahí le vino la idea de publicar un libro que diera respuesta a infinidad de preguntas de este tipo, y así sirviera de apoyo a las conversaciones en los aproximadamente 80,000 bares de Inglaterra y Escocia. En 1954, a través de la sociedad de ex alumnos de Oxford, se puso en contacto con los gemelos McWhirter, Norris y Ross, comentaristas de deportes de la BBC, cuya pasión por los datos y las cifras los llevó a establecer una agencia dedicada a investigarlos. Así nació el Guinness en 1955, y al cabo de tres meses ya era un éxito de librería. "A la gente le interesa más lo mejor, lo más grande y lo más pequeño que lo común y corriente", observa Norris McWhirter, quien se jubiló y ahora funge como asesor.
A pesar de que las ventas anuales de la empresa ascienden a 14 millones de dólares, la casa matriz ocupa un modesto edificio de dos plantas y fachada de ladrillo rojo que ni siquiera tiene letrero, en Enfield, suburbio de clase media al norte de Londres. De las 40 personas que ahí trabajan, sólo cuatro se encargan de recibir solicitudes de inclusión en el libro. No es una labor fácil, pues entre las 15,000 marcas que registra el Guinness, cada año se superan unas 3000. Con excepción de unos cuantos que han podido dormirse en sus laureles —como Jane Wyman, ex esposa de Ronald Reagan, que aún conserva la marca del beso de mayor duración en la historia del cine— resulta casi tan difícil permanecer en el libro como entrar en él. El personal de Enfield da respuesta a todas las aproximadamente 200 cartas que se reciben diariamente, una cuarta parte de las cuales las envían niños de diez años que proponen a sus perros para el título de la mayor carnada canina, o postulan a sus abuelas para la marca de longevidad, o afirman que no hay en el mundo otra planta con mayor número de ramas que el geranio de su casa.
Los editores del Guinness se niegan a avalar el peligro físico y el patetismo y tienen la firme decisión de manifestar su ética editorial. Unos cuantos casos siguen provocando controversia, como el de Ben Johnson, cuya marca de 9.79 segundos en la carrera de 100 metros al fin se consignó, pero con una nota que aclaraba que el campeón había sido descalificado por haber ingerido esteroides. Después de algunos titubeos por lo patético del caso, los editores decidieron incluir en la edición de 1991 el logro de Craig Shergold, de diez años y víctima de un tumor cerebral canceroso, quien comunicó a la prensa en el invierno de 1989 que su último deseo consistía en recibir un número tal de tarjetas postales que pudiera ver su nombre impreso en el Guinness. Las últimas noticias indican que el niño ha recibido más de 16 millones de tarjetas, y que se ha sentido mejor.
Por lo regular, el director general del libro, Donald McFarlan, de 39 años de edad, se reserva el derecho. de decidir "según su criterio personal" qué marcas van a publicarse. Las numerosas solicitudes que llegan en relación con marcas de velocidad en la vía pública se rechazan tajantemente porque entrañan un peligro excesivo, y otro tanto sucede con los saltos con paracaídas cada vez más pequeños y las caminatas en cuerdas flojas más y más delgadas.
En 1989, en la edición número 35 del Libro de marcas, se publicaron por última vez las hazañas de glotonería. Ya han quedado fuera los engullidores de salchichas, espagueti, carne de vaca o de cerdo, y otros comestibles sólidos. "Estas marcas desentonan con la época actual, en que preocupa la salud pública", comenta McFarlark.
También reconoce que está harto de ver que algunas personas llevan mucho tiempo reteniendo muchas marcas de gula. Peter Dowdeswell, por ejemplo, el inefable y barrigudo camionero de Northamptonshire, Inglaterra, aún es poseedor de unas 25 marcas mundiales por su consumo de helados, jaleas, pasteles, papas, cerveza, etcétera. Tan sólo una marca de glotonería seguirá en las páginas del Guinness debido a su valor histórico: la del "mayor omnívoro" del mundo, Michel Lotito, alias Señor Comelotodo, un francés nacido en Grenoble en 1950, quien desde los nueve años de edad prefiere el vidrio y el acero a los bombones. A partir de 1966, ha incluido en su dieta diez bicicletas, un carrito de supermercado, siete televisores, seis candiles, un ataúd con todo y asas y una avioneta Cessna-150, la cual era baja en calorías porque, naturalmente, no se comió al piloto.
Ávido de ideas nuevas, el Guinness está haciendo ahora hincapié en la ecología. En la edición de 1991 se ampliaron las secciones de "Animales" y "Naturaleza". El libro dice qué especies se hallan en mayor peligro de extinción, qué taller de automóviles ha modificado el mayor número de motores para que funcionen con gasolina sin plomo, y quién posee la mayor colección de tapas de botella.
Cada director tiene su propio estilo. McFarlan compensa con conocimientos enciclopédicos las carencias del libro en materia de rarezas, sobre todo porque en los deportes y en las pruebas de resistencia física es cada vez más difícil romper una marca. "Hoy en día, las marcas de atletismo siguen una línea asintótica que se acerca al límite de la capacidad humana", comenta Norris McWhirter. "Implica más tiempo superarlas, y van disminuyendo los márgenes".
McWhirter es un entusiasta defensor del espíritu competitivo. Le complace haber incluido en el Guinness a Margaret Thatcher por ser la persona que más tiempo ha ocupado el cargo de primer ministro en el siglo XX, y por ser la primera madre de mellizos que preside un gobierno.
Los editores del libro trabajan de acuerdo con el principio de que no se logra necesariamente una marca por el solo hecho de ser lo primero en su género, lo único, o porque sea inusitado, y dedican mucho tiempo a verificar y a analizar los datos. Es un trabajo arduo, aun cuando los solicitantes deben demostrar la veracidad de lo que afirman. Por ello se les piden fotografías en color, recortes de prensa, declaraciones juradas o actas notariales firmadas por dos testigos independientes.
Ahora está de moda el título de la persona que habla más rápido, pero, comenta McFarlan, "es difícil adjudicarlo, pues, ¿cómo podría medirse la inteligibilidad de lo que dicen los aspirantes?" El director del Guinness añade que cada día son más las familias que escriben para asegurar que algún pariente suyo ha establecido una nueva marca de longevidad. "Como ha aumentado la expectativa de vida", agrega, "mucha gente vive más de 110 años, pero resulta difícil confirmar su edad. Aunque los interesados presenten un acta de bautismo o una partida de nacimiento, no hay modo de probar que realmente le pertenece".
McFarlan es meticuloso cuando se trata de incluir a alguien en el libro, pues aunque ello no redunde en fama mundial, a menudo trae consigo ascensos en los terrenos social y profesional. Joe Girard, el más hábil vendedor de automóviles del mundo (174 vehículos al mes ), renunció a su actividad de concesionario y publicó tres libros sobre el arte de vender. Dos se convirtieron al instante en éxitos de librería. Incluso las marcas más extrañas pueden generar recompensas laborales. Después de aparecer en el Guinness, Michel Lotito contrató a un apoderado, y ahora se dedica a viajar desde Japón hasta el continente americano dando exhibiciones en las cuales come objetos metálicos.
Las marcas también interesan a las empresas publicitarias, las cuales a menudo utilizan a los campeones —por ejemplo, unos magos de la agricultura o unas tejedoras superveloces— para anunciar sus productos: fertilizantes o agujas para tejer. Por lo tanto, si el señor Guéry no ceja en su empeño, su dalia podría llevarlo a la televisión.
CONDENSADO DE "LE POINT" (13-VIII-1990), © 1990 POR LE POINT, DE PARÍS, FRANCIA.