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octubre 22, 2018
Lionel Aldridge había triunfado sobre la adversidad para hacerse famoso como jugador de futbol americano y comentarista deportivo. Sin embargo, cuando las voces comenzaron a acosarlo, tuvo que emprender la batalla más difícil.
Por Jo Coudert. Ilustración: Linda Thomas.
LIONEL ALDRIDGE, alias "El Tren", de 1.93 metros de estatura y 111 kilos de peso, ala defensivo de los Empacadores de Green Bay, se colocó en posición para acometer contra el mariscal de campo contrario en la siguiente jugada. Aunque sólo se trataba de un partido de exhibición contra los Osos de Chicago, los Empacadores estaban muy motivados y ansiaban repetir el triunfo del Supertazón de 1967.
Cuando Lionel intentaba taclear al mariscal de campo, un bloqueador de los Osos se abalanzó contra sus piernas. Lionel oyó un ruido como de espaguetis secos que se parten, y sintió un lacerante dolor. Se le había fracturado la pierna derecha.
Los médicos lo enyesaron y le aconsejaron tener inmovilizada la pierna durante seis semanas. Pero El Tren recordó las palabras que el entrenador Vince Lombardi había expresado una vez en los vestidores: "El mayor triunfo no consiste en no caer jamás, sino en levantarse cada vez que uno cae". Antes de tres semanas, Lionel se quitó el yeso y empezó a correr,
En el tercer partido de la temporada ya estaba de nuevo en acción, contra los Halcones de Atlanta. Enterados de que Lionel sufría de una lesión, los Halcones intentaron una corrida por el extremo que él defendía, pero Lionel atravesó el muro de bloqueadores, tacleó al corredor y lo hizo perder cinco yardas. "¡Abran paso!", gritaron sus compañeros de equipo. "¡El Tren ha regresado!"
Los Empacadores siguieron su trayectoria triunfal hasta ganar nuevamente el Supertazón. Cuando les entregaron los anillos de 1968, Lionel se puso el suyo con mucho orgullo. Sabía que cada vez que mirara esa esmeralda en forma de balón, recordaría que había salido airoso de un momento de adversidad. A decir verdad, desde sus días de infancia, en Evergreen, Louisiana, este hombre de fuertes músculos y amable sonrisa había dado siempre todo de sí.
DÍA DE LUCHA
Cuando Lionel tenía tres años, su madre se vio obligada a marcharse al norte a buscar trabajo, y él se quedó a vivir con su abuelo en una cabaña de aparcero. Le encantaba ir a pescar y a cazar con el anciano; en especial, le gustaba observar cómo horneaba el pan, calculando con todo cuidado los ingredientes y amasando la pasta hasta que se inflaba a su punto exacto. "Hagas lo que hagas, da siempre lo mejor de ti", le recomendaba su abuelo. "No hagas las cosas a medias".
Lionel tomó en serio aquel consejo. Se aplicó para obtener buenas calificaciones en la escuela, y rara vez faltaba.
Cuando Lionel tenía 15 años, su abuelo murió de leucemia, y el muchacho quedó a cargo de su tío Benjamin, que vivía en Pittsburg, California. Al iniciarse las clases, se presentó a la prueba de futbol americano. Nunca había jugado, pero su tío le enseñó a taclear y a lanzar el balón. Aldridge no tardó en convertirse en el mejor jugador del equipo. Poco después, el entrenador del Pittsburg le puso el apodo con que se le conoce, no sólo porque "Lionel" era la marca de unos famosos trenes eléctricos de juguete, sino también porque el joven arremetía como locomotora contra los jugadores contrarios.
ACOSO SINIESTRO
Después de graduarse, Lionel aceptó una beca que le otorgó la Universidad Estatal de Utah por su habilidad deportiva. Allí jugó al futbol en grande, pero se sentía solo y fuera de lugar porque únicamente había unos cuantos estudiantes negros en la universidad. Sin embargo, encontró una luz brillante en una joven condiscípula llamada Vicky Wankier, de quien se enamoró y con quien se casó después.
Los Empacadores lo seleccionaron en 1963. Aunque Aldridge, que era un tipo callado y modesto, se sentía incómodo en ese equipo de rudos veteranos, recordó el consejo de su abuelo: Da siempre lo mejor de ti. Por tanto, en el campo de juego se afanó más que cualquiera de sus compañeros. "Nadie antes había llegado a conquistar un lugar en el equipo como tú", lo elogió el entrenador Lombardi.
En realidad, Lionel llegó más alto de lo que jamás habría creído posible. Como jugador profesional, participó en diez temporadas: nueve en Green Bay y una con los Cargadores de San Diego. Después, un canal de televisión de Milwaukee le ofreció trabajo como comentarista deportivo. Para entonces, él y Vicky ya tenían dos preciosas hijas.
Así y todo, algo siniestro empezó a acosarlo. Fuera de las temporadas de juego, lo acometían unas depresiones anímicas cada vez más profundas. En 1974, año en que se retiró del futbol, Lionel aceptó el empleo de comentarista deportivo de la televisión. Le encantaba esa actividad, pero para ese entonces sus estados depresivos le duraban meses.
Una mañana, mientras se afeitaba, oyó una voz que le decía: No cuidas bien de tu familia. Convencido de que había alguien más en la casa, salió corriendo del baño. "¿Oíste esa voz?", le preguntó a Vicky.
Revisaron juntos la casa, pero la voz se había desvanecido. A las pocas semanas volvió a oírla, y otra vez buscaron en vano su origen.
MOMENTOS DE TERROR
Al principio, la voz intrusa insinuaba acusaciones únicamente cuando Lionel estaba solo. Todo el mundo sabe que a Lionel Aldridge no le importa su trabajo, le decía, por ejemplo, la voz. Luego empezó a atosigarlo en todos lados. Si un colega del canal no le daba los buenos días, la voz murmuraba: ¿Ves? Él sabe que no mereces el empleo.
Empezó a correr el rumor de que Lionel se drogaba. Ya no sabía qué hacer para sobreponerse. Intentó la meditación. Escuchaba música. Corría. Pero nada acallaba las misteriosas voces. A todas horas se sentía paranoico. A duras penas guardaba la compostura mientras anunciaba los resultados diarios de deportes. Estaba convencido de que quienes lo observaban desde sus hogares descubrían sus secretos más íntimos. El intruso se volvió tan tenaz y molesto, que muchas veces Lionel se negó a salir al aire.
Más adelante dio en discutir en voz alta con ese demonio, con la esperanza de echarlo de su cabeza. Una noche vio a sus hijas arrugarse como ancianas. En otra ocasión, a la hora de la cena, los espaguetis que había preparado Vicky se transformaron en unos gusanos que se retorcían, y Lionel echó a correr descalzo por la nieve y pasó toda la noche en su automóvil. Al día siguiente, Vicky lo llevó a un hospital psiquiátrico.
Allí, las voces comenzaron a ceder. Diez semanas después, seguro de que había sufrido un colapso nervioso y de que ya se había recuperado, Lionel salió del hospital. Soy fuerte, se dijo. Puedo controlar esto yo solo.
Pero las voces regresaron, y su conducta, cada vez más extraña e incluso violenta, hizo que Vicky temiera por sus hijas. Tras seis difíciles años, se separaron.
Lionel perdió luego su empleo y se quedó sin amigos. Su única compañía era el intruso que lo acosaba de día y de noche.
Ingresó por segunda vez en el hospital. En esta ocasión, los médicos le administraron litio, fármaco que se utiliza para tratar la esquizofrenia. Ya no oía las voces, ciertamente, pero se sentía totalmente atolondrado. Ni siquiera podía conversar con la gente. Esta no es vida, pensó. Y, en cuanto lo dieron de alta en el hospital, dejó de ingerir la medicina.
Inquieto e incapaz de acallar las voces, anduvo vagando por todo Estados Unidos los cuatro años siguientes. Dormía lo mismo en un motel que en un albergue para indigentes o en su coche. Y se le acabó el dinero. En Florida malbarató su coche en 100 dólares y comenzó a vivir en las calles, con tan sólo una maltratada bolsa de lona en la que guardaba sus efectos personales.
Un día, cerca de Salt Lake City, notó que su anillo de esmeralda del Supertazón, lo único que lo vinculaba ya con sus días de gloria, le quedaba muy holgado en el dedo. Se lo sacó y lo contempló. En un instante de lucidez, vio al entrenador Lombardi palmeándolo en la mejilla. Guardó el anillo en su bolsillo para que no se le perdiera. Pero cuando despertó, a la mañana siguiente, había desaparecido. Sintió que todo su mundo se derrumbaba, y lloró.
LA VOZ DE UN TRIUNFADOR
En una ocasión, mientras estaba sentado en el borde de la acera en un pueblecito, vio a un escarabajo que pataleaba boca arriba en medio de un charco; cogió al animalito y lo puso en pie. Lionel nunca había solicitado ayuda de nadie. Pero en ese momento miró al cielo y preguntó: "¿No hay nadie que ponga a Lionel en pie otra vez?"
Entonces sucedió algo inusitado. En los instantes en que el intruso le concedía una tregua, Lionel se sorprendía a sí mismo recordando las palabras de su entrenador: El mayor triunfo no consiste en no caer jamás, sino en levantarse cada vez que uno cae. Lionel Aldridge, el otrora atleta fornido y seguro de sí mismo, advirtió por fin que tendría que recurrir al exterior: sus amigos, su familia y su fe.
En 1984 regresó a Milwaukee, aunque seguía vagando por las calles. Cuando una noche entró al comedor de los Empacadores, el entrenador principal Forrest Gregg — que había sido su compañero de equipo— se levantó y lo abrazó. "¡Qué gusto me da volver a verte, Tren!", le dijo cariñosamente. Hacía años que nadie lo llamaba por su apodo.
Gregg y otro amigo de Lionel, Jim Van Lanen, lograron que se le admitiera en una clínica psiquiátrica. Tras diagnosticarle esquizofrenia paranoide, su médico le administró esta vez haloperidol, un fuerte tranquilizante, y fue reduciéndole poco a poco la dosis, de 35 miligramos por día a cinco. Así, Lionel se liberó al mismo tiempo de las voces y de los efectos secundarios del fármaco.
A pesar de su mejoría, nadie le decía si alguna vez se iba a recuperar del todo. Necesitaba saber, más que nada, que volvería a la normalidad.
Un día le rogó a su médico que le permitiera hablar con una persona que se hubiera recuperado de la esquizofrenia paranoide.
—Las enfermedades mentales crean un estigma, Lionel —le contestó el psiquiatra—. Cuando un paciente sana, por lo general desea conservar en secreto su pasado.
De pronto, un irrefrenable impulso surgió dentro de Lionel.
—Yo me voy a poner bien, doctor —declaró—, y luego voy a contarle a todo el mundo mi experiencia.
Aldridge reflexionó sobre las maneras en que Lombardi ayudaba a los Empacadores a tomar actitudes positivas. Haré de cuenta que me estoy preparando para un juego importante, se dijo. Cuando se cepillaba los dientes, se miraba al espejo y se ordenaba: "¡Cúrate!" Siempre que lo asaltaban pensamientos indeseables, se preguntaba: "¿Necesito pensar en esto?"
En ocasiones la batalla parecía no tener fin. Una noche, al entrar en un restaurante, la voz regresó,y le susurró que todos los parroquianos estaban diciendo cosas horribles de él. Se detuvo en la puerta, sintiendo que el corazón se le salía del pecho. Pero ahora había otra voz en su cabeza: la de Lionel Aldridge, el triunfador, la cual le ordenó tajantemente: Tienes que entrar y enfrentarte a esas personas.
Lionel se obligó a imaginar que estaban diciendo algo así como: "¿No es ese Lionel Aldridge, el que jugaba con los Empacadores? ¿Verdad que tiene muy buen aspecto?" Una vez que se sentó y comprobó que todos estaban charlando, lentamente fue comprendiendo que estas personas no hablaban de él. Ni siquiera habían advertido su presencia.
DIFUSIÓN DEL MENSAJE
Lionel reanudó su vida normal. Consiguió empleo en el Servicio Postal como asesor de las compañías en la agilización de la correspondencia. Alquiló un apartamento y empezó a visitar a sus hijas y a sus viejos amigos. Sus ex compañeros de equipo incluso mandaron hacer una reproducción del anillo que había perdido.
Con todo, aún había algo que Aldridge necesitaba hacer. Debía comunicarle al mundo que las enfermedades mentales pueden superarse. Por ello, cuando en 1987 le pidieron que hablara ante la Alianza de Wisconsin en Pro de los Enfermos Mentales, aceptó sin vacilar.
Aquella noche subió con paso incierto al estrado. "Soy un esquizofrénico paranoide; un loco", empezó a decir. Y durante 45 minutos cautivó a los 400 psicoterapeutas, políticos, pacientes y familiares que se encontraban en el lugar. "Hasta que me enfermé, viví en un mundo físico donde yo podía dominar todo cuanto viera. Pero la esquizofrenia lo trastorna todo. Uno no se recupera solamente con medicamentos, ni solamente con la voluntad. Ahora bien, si uno combina ambas cosas y obtiene la ayuda de Dios, entonces sí es posible recuperarse."
Terminada su alocución, el público se puso de pie y lo ovacionó con más efusividad de la que había conocido en la época en que jugaba con los Empacadores. Para Lionel Aldridge, este momento marcó el inicio de la oportunidad de cumplir su palabra.
Actualmente sigue difundiendo su mensaje. Pronuncia unos 25 discursos por año ante grupos de salud mental de todo Estados Unidos. "Me consta que es posible recuperarse de una enfermedad mental", proclama ante su público al mismo tiempo que muestra el anillo de esmeralda. "Este anillo no me lo dieron por el Super-tazón; me lo dieron por el mayor triunfo de mi vida: haber recuperado la salud mental".