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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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  • CON RELLENO

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  • SIN RELLENO

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  • ▪ Bungee Shade: H25-V56

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  • ▪ Moirai One: H34-V64

  • ▪ Rampart One: H31-V63

  • ▪ Rubik Burned: H29-V64

  • ▪ Rubik Doodle Shadow: H29-V65

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  • ▪ Ewert: H27-V62

  • ▪ Londrina Shadow: H41-V67

  • ▪ Londrina Sketch: H41-V67

  • ▪ Miltonian: H31-V67

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  • ▪ Rubik Vinyl: H29-V64

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    H
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
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  • Ancho igual a 1088
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  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

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    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


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    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


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    THROY (Jack Vance)

    Publicado en agosto 21, 2017

    La conclusión de un ciclo singular y apasionante.

    La Estación Araminta, el centro administrativo de la Reserva de Cadwal, se ha convertido en una sociedad cerrada en sí misma y regida por costumbres tan pragmáticas como peculiares. Cadwal, un mundo de extraordinaria belleza natural, fue descubierto por un miembro de la Sociedad Naturalista de la Tierra y, poco después, declarado reserva natural de acuerdo con su documento de constitución, la Carta.

    Glawen Clattuc, un joven esforzado que logró la ciudadanía de Cadwal por méritos propios, ha venido descubriendo diversos indicios de una conspiración que pretende acabar con la Reserva. Desde su ingreso en el Negociado B, la fuerza policial de la Estación Araminta, ha podido frustrar en varias ocasiones los planes de diversos personajes que actuaban desde dentro y fuera del planeta. Pero también ha encontrado un aliado valioso en la joven Wayness Tamm, a la que ha llegado a querer profundamente.

    Wayness viajó hasta la Vieja Tierra tras saber que la Carta había desaparecido, y después de una larga investigación que culminó felizmente con ayuda de Glawen, ambos jóvenes han logrado establecer un nuevo documento que protege definitivamente la integridad de Cadwal de cualquier maniobra política. Sin embargo, los personajes que ambicionan la apertura de Cadwal en provecho propio no están dispuestos a dejarse detener, y la violencia se desata finalmente en el apacible mundo de Cadwal.

    En Throy se cierran por fin todas las líneas argumentales abiertas en los dos volúmenes anteriores de la serie, Estación Araminta y Ecce y la Vieja Tierra. En contraste con ellos, el estilo característico de Jack Vance se encuentra en esta ocasión privado de buena parte de su ropaje descriptivo, concentrándose en relatar los acontecimientos de una forma eficaz y directa. Esta particularidad responde al hecho de que Vance, de edad avanzada, había perdido la vista poco antes de su escritura, y ésta se llevó a cabo dictándosela a un ordenador.

    Throy constituye, pues, el singular y brilante colofón de la obra única e irrepetible de un veterano de la ciencia ficción que ha sabido llegar hasta el final de su carrera con una dignidad ejemplar.


    La última gran novela de un maestro.

    Para Cornelis «Pam» Pameijer,

    genio de amplias perspectivas, visionario y percusionista.

    Saludo también a esa alegre pandilla

    de Águilas Negras

    con la que está tan felizmente asociado.


    Introducción
    1. El Sistema de la Rosa Púrpura

    (Extractos de Los planetas del hombre, 48.ª edición).

    A mitad del Brazo de Perseida, cerca del borde de la Extensión Gaénica, un caprichoso remolino de la gravitación galáctica ha atrapado diez mil estrellas, desviándolas en un torrente que forma ángulo, con una espiral ensortijada en el extremo: es el Manojo de Mircea.

    A un lado de la espiral, como a punto de caer en el vacío, se encuentra el Sistema de la Rosa Púrpura, que comprende tres estrellas: Lorca, Sing y Syrene. Lorca, una enana blanca, y Sing, una gigante roja, se mecen muy cercanas alrededor de su centro de gravedad mutuo, como un corpulento y anciano caballero de cara sonrosada que bailara un vals con una delicada y menuda doncella vestida de blanco. Syrene, una estrella blancoamarillenta de tamaño y luminosidad corrientes, gira en órbita alrededor de la pareja enamorada a prudente distancia.

    Syrene controla tres planetas, incluido Cadwal, un planeta similar a la Tierra de diez mil quinientos kilómetros de diámetro, con una gravedad cercana a la de la Tierra.

    (Se omite la lista y análisis de las características físicas).


    2. La Sociedad Naturalista

    El localizador R. J. Neirmann, miembro de la Sociedad Naturalista de la Tierra, fue la primera persona que exploró Cadwal. Su informe provocó el envío de una expedición, que corroboró las líricas descripciones de Neirmann. Cadwal era, en efecto, un planeta magnífico, de hermosos paisajes, clima benigno y, además, con una flora y fauna de fascinante diversidad. La Sociedad Naturalista registró Cadwal a su nombre, recibió la concesión a perpetuidad, y declaró de inmediato Reserva al maravilloso nuevo mundo, protegido para siempre de la rapiña, la vulgaridad y la explotación comercial.

    Una Carta Magna definía la administración de la nueva Reserva y especificaba los límites tolerables de introducción en la ecología.

    Los tres continentes, Ecce, Deucas y Throy, eran muy diferentes. La Estación Araminta, núcleo administrativo del planeta, ocupaba un área de ciento cincuenta kilómetros cuadrados en la costa este de Deucas, el más hospitalario de los continentes. La Carta autorizaba una cadena de albergues rurales, situados en lugares de especial belleza o interés, para el disfrute del personal administrativo, miembros de la Sociedad Naturalista, científicos y turistas.


    3. El planeta Cadwal

    Los tres continentes, Ecce, Deucas y Throy, estaban separados por grandes extensiones de océano desierto, carentes de islas o masas de tierra, salvo unas pocas excepciones: el atolón Lutwen, la isla Thurben y la isla del Océano, todas de origen volcánico y situadas a corta distancia de la costa este de Deucas.

    Ecce, largo y estrecho, se extendía a lo largo del ecuador, una lisa franja de selvas y pantanos, atravesada por multitud de ríos perezosos. Ecce bullía de calor, hedor, color y actividad famélica. Feroces animales se cazaban mutuamente por todos sus rincones, y ningún ser humano se ponía a su alcance.

    Tres volcanes se alzaban sobre el llano paisaje. Dos de ellos, Rikke e Imfer, eran activos; Shattorak estaba dormido.

    Los primeros exploradores prestaron poca atención a Ecce, al igual que los estudiosos posteriores, y Ecce, después de la primera avalancha de investigaciones biológicas y topográficas, continuó siendo un territorio abandonado y desconocido.

    Deucas, cinco veces más grande que Ecce, abarcaba casi toda la zona norte, de clima templado, en el extremo opuesto del planeta, con Cabo Journal como extremo sur del continente, situado al final de una larga península triangular, alejada mil quinientos kilómetros del ecuador.

    La fauna de Deucas, ni tan grotesca ni monstruosa como la de Ecce, era salvaje y formidable en muchos casos, e incluía varias especies semiinteligentes. La flora recordaba a la de la Vieja Tierra, hasta tal punto que los primeros agrónomos pudieron introducir especies terrestres en la Estación Araminta, como bambú, cocoteros, vides y árboles frutales, sin temor a causar un desastre ecológico[1]. Throy, al sur de Deucas y de igual superficie que Ecce, se extendía desde el casquete polar hasta la zona sur templada. La topografía de Throy era la más impresionante de Cadwal. Riscos escarpados se elevaban sobre abismos; bosques oscuros rugían, azotados por el viento. Cuando las tormentas se desataban sobre el gran océano, olas de treinta metros, y en ocasiones de sesenta, se estrellaban contra los acantilados del País de Peter Bullis, provocando ominosos sonidos y alterando el paisaje.


    4. La Estación Araminta

    En la Estación Araminta, un equipo permanente de, en teoría, doscientas cuarenta personas controlaba la Reserva y defendía los términos de la Carta. De puertas afuera, la estructura administrativa era sencilla. Un Conservador coordinaba el trabajo de los seis negociados[2].

    Los primeros seis superintendentes fueron Deamus Wook, Shirry Clattuc, Saul Diffin, Claude Offaw, Marvell Veder y Condit Laverty. A cada uno se le asignó un equipo de cuarenta personas. El nepotismo había sido la regla, más que la excepción. Cada superintendente de Negociado solía elegir a su personal entre sus parientes y miembros de las cofradías profesionales. La práctica, como mínimo, dotó a la primitiva administración de una cohesión que, en caso contrario, no habría existido.

    Al cabo de muchos siglos, habían cambiado bastantes cosas. El primitivo poblado se había transformado en un núcleo urbano dominado por seis edificios palaciegos, donde vivían los descendientes de los Wook, Offaw, Clattuc, Diffin, Veder y Laverty. Cada Casa había desarrollado su personalidad diferenciada, que sus residentes compartían, de modo que los discretos Wook se distinguían de los petulantes Diffin, como los prudentes Offaw de los temerarios Clattuc.

    La Estación pronto contó con un hotel para alojar a los visitantes, un aeropuerto, un hospital, escuelas y un teatro, el Orfeo.

    Cuando los subsidios procedentes de la sede central de la Sociedad, en la Vieja Tierra, menguaron, para desaparecer por completo al cabo de un tiempo, fue necesario conseguir divisas. Los viñedos plantados en el enclave empezaron a producir excelentes vinos, y se alentó a los turistas a visitar los albergues rurales.

    A lo largo de los siglos, algunos problemas se agudizaron. ¿Cómo podían funcionar tantos proyectos con una dotación de tan sólo doscientas cuarenta personas? Era precisa cierta flexibilidad. De entrada, se permitió a los colaterales[3] acceder a cargos medios de la Estación. Gracias a una lectura superficial de la Carta, hijos, jubilados, personal doméstico y «trabajadores temporales sin residencia permanente» fueron exentos del límite de cuarenta personas. La expresión «trabajador temporal» incluía a agricultores, empleados de hotel, mecánicos del aeropuerto y, en suma, trabajos muy dispares, y el Conservador hacía la vista gorda mientras a esta mano de obra no se le concediera la residencia permanente.

    En la Estación Araminta siempre se había necesitado mano de obra abundante, barata y dócil. ¿Cuál había más cercana, sino la población del atolón Lutwen, cuatrocientos cincuenta kilómetros al noreste de la Estación? Eran los yips, descendientes de siervos fugitivos, inmigrantes ilegales y otros, quienes de manera furtiva al principio, y después abiertamente, se habían instalado en el atolón Lutwen.

    Los yips satisfacían la necesidad de trabajo barato, y se les concedían permisos para trabajar en la Estación Araminta durante seis meses.

    Más tarde, esta permisividad terminó, pero los yips ya eran tan numerosos que superpoblaban el atolón Lutwen. Amenazaban con invadir Deucas en gran número y acabar con la Reserva.

    Pese a su origen vulgar, los yips no carecían de atractivos. Los hombres eran de buena estatura y cuerpo esbelto, luminosos ojos color avellana, facciones bien dibujadas, cabello y piel del mismo color dorado. Las muchachas yips no les iban a la zaga, y eran famosas a lo largo y ancho del Manojo de Mircea por su amabilidad, docilidad y dulzura, así como por su férrea castidad, a menos que recibieran unos honorarios adecuados.

    Los yips y los gaénicos normales era mutuamente infértiles. Tras años de especulaciones, el eminente biólogo Daniel Temianka, que estudiaba la dieta yip, localizó cierta molécula que vivía en el limo de Yipton, y que actuaba como agente anticonceptivo. Este descubrimiento también subrayó el hecho de que, cuando los yips iban a trabajar a otros planetas, no tardaban en recuperar la capacidad procreadora normal.

    Para los administradores de la Estación Araminta, la prioridad más urgente se había convertido en dispersar a la población yip por otros planetas.

    Hasta el momento, unos mil yips habían sido trasladados por Namour, un Clattuc colateral y, al mismo tiempo, coordinador laboral de la Estación Araminta. Su método era legal, y no demasiado perjudicial. Vendía aprendices a rancheros extraplanetarios necesitados de obreros. Los aprendices pagaban su transporte y la tarifa de Namour, lo cual le proporcionaba considerables beneficios. La justicia persiguió a Namour, quien ya no continuó sus negocios. Además, el mercado de mano de obra yip no había aumentado, puesto que los yips no parecían comprender la racionalidad del sistema de aprendizaje: ¿por qué tenían que pagar los gastos de transporte cuando ya habían llegado a su destino? Trabajar por nada se les antojaba un puro desatino.


    5. El Conservador y el Naturalista de Stroma

    Durante los primeros años de la Reserva, cuando los miembros de la Sociedad visitaban Cadwal, se presentaban como si tal cosa en la Casa del Río, con la esperanza de recibir alojamiento. A menudo, el Conservador se veía obligado a atender hasta dos docenas de invitados al mismo tiempo, ya fuera para proseguir sus investigaciones o para disfrutar del entorno de Cadwal.

    Al fin, uno de los Conservadores se rebeló e insistió en que los visitantes Naturalistas vivieran en tiendas plantadas en la playa y cocinaran en fuegos de campaña.

    Durante el cónclave anual de la Sociedad, se presentaron varios planes para solucionar el problema. La mayoría toparon con la oposición de los Conservacionistas estrictos, los cuales se quejaron de las sucesivas artimañas que iban despojando a la Carta de todo contenido. Otros dijeron: «Perfecto, pero cuando vayamos a Cadwal para llevar a cabo investigaciones, ¿tendremos que vivir en la miseria? Al fin y al cabo, somos miembros de la Sociedad».

    Al final, el cónclave adoptó un astuto plan, propuesto por uno de los Conservacionistas más radicales. El plan autorizaba un nuevo establecimiento en un lugar específico, que no pudiera perjudicar al entorno. Resultó ser un acantilado que dominaba el Fiordo de Stroma, en Throy, un lugar casi cómicamente inadecuado, con la intención de desalentar a quienes habían propuesto el plan.

    Sin embargo, el reto fue aceptado. Stroma se convirtió en una ciudad de casas altas y estrechas, intrincadas y pintorescas, pintadas en tonos oscuros, con las puertas y ventanas de color blanco, azul y rojo. Vistas desde el otro lado del fiordo, las casas de Stroma parecían aferrarse al acantilado como percebes.

    Muchos miembros de la Sociedad, tras una estancia temporal en Stroma, consideraron atractiva la calidad de vida, y con el pretexto de alargar las investigaciones se convirtieron en el núcleo de una población permanente, que en algunos momentos alcanzó la cifra de mil doscientas personas.

    Con el paso de los siglos, las condiciones especiales de Stroma (aislamiento, la tradición erudita, una etiqueta que definía la conveniencia de cada acto) dieron lugar a una sociedad en que el intelectualismo doctrinario coexistía con una pintoresca sencillez bastante pasada de moda, aliviada de vez en cuando por la excentricidad.

    La mayor parte de los ingresos de Stroma procedían de las inversiones extraplanetarias; la gente de Stroma viajaba a otros planetas siempre que podía y gustaba de considerarse «cosmopolita».

    En la Tierra, la Sociedad Naturalista cayó, víctima de un liderazgo débil, el desfalco de un secretario ladrón y la falta general de objetivos. El número de miembros disminuyó año tras año, en general debido a su fallecimiento.

    En la Casa del Río, un kilómetro y medio al sur de la agencia, vivía el Conservador, Superintendente Ejecutivo de la Estación Araminta. Según los términos de la Carta, era un miembro activo de la Sociedad Naturalista. Reducida la Sociedad a poco más que un recuerdo, la directiva se interpretaba a la ligera y, al menos a este respecto, los residentes de Stroma eran conocidos de manera oficial como «Naturalistas», y considerados equivalentes a miembros de la Sociedad, aunque no pagaran la cuota y no participaran en las actividades de la Sociedad. Una facción de Stroma, que se autodenominaba «Partido de la Vida, Paz y Libertad», empezó a defender la causa de los yips, cuya situación consideraban intolerable, una lacra en la conciencia colectiva. La única solución a tan lamentable estado de cosas consistía en permitir establecerse a los yips en Deucas. Otra facción, los «Cartistas», reconocía el problema, pero proponía una solución que no transgrediera la Carta, es decir, expulsar a los yips a otros planetas. ¡Poco realista!, exclamaban los VPL y criticaban la Carta con mayor énfasis todavía. Afirmaban que la Reserva era una idea arcaica, antihumanista y retrógrada. La Carta necesitaba desesperadamente una revisión, con el fin de aliviar la difícil situación de los yips, cuando menos.

    Los Cartistas, en respuesta, insistían en que tanto la Carta como la Reserva eran inmutables. Proclamaban su sardónica sospecha de que el fervor del VPL era hipócrita e interesado; que los VPL deseaban que los yips se establecieran en la playa de Marmion para sentar un precedente que permitiera a unos cuantos Naturalistas poco escrupulosos (los más fervientes y radicales activistas del VPL, por supuesto) establecer haciendas en los hermosos campos de Deucas, donde emplearían a los yips como criados y agricultores, y vivirían como señores. La acusación provocó airadas protestas de los VPL, que sólo sirvieron para reforzar las más feroces sospechas de los Cartistas. Éstos aseguraron que la vehemencia de sus protestas no hacía más que subrayar sus ocultas ambiciones.

    En la Estación Araminta no se tomaba en serio la ideología «progresista». Se reconocía que el problema de los yips era real y grave, pero se rechazaba la solución del VPL, puesto que cualquier concesión oficial formalizaría la presencia de los yips en Cadwal, y todos los esfuerzos debían ir en dirección contraria, por ejemplo, trasladar a toda la población yip a un planeta donde su presencia fuera útil y deseada.


    6. Spanchetta y Simonetta

    En la Casa Clattuc, las hermanas Spanchetta y Simonetta Clattuc eran más parecidas que lo contrario, aunque Spanchetta era más grosera, y Simonetta («Smonny», como la llamaban) la más imaginativa e inquieta. Las dos se convirtieron en jóvenes corpulentas, de grandes pechos, abundante masa de cabello rizado y pequeños ojos brillantes de espesas pestañas. Ambas era apasionadas, altivas, dominantes y presumidas; ambas carecían de inhibiciones y poseían una energía sin límites. Durante su juventud, tanto Spanny como Smonny desarrollaron una fijación obsesiva por la persona de Scharde Clattuc, y las dos, sin el menor pudor, trataron de seducirle, contraer matrimonio con él o poseerle como fuera. Scharde no sabía bien cuál de las dos le resultaba más repulsiva, y esquivaba sus avances con la mayor cortesía posible.

    Scharde fue enviado a un campo de entrenamiento de la CCPI[4] a Sarsenópolis (Alphecca Nueve), donde conoció a Marya Aténè, una joven morena, digna y encantadora, de la cual se enamoró, siendo correspondido. Se casaron en Sarsenópolis y, a su debido tiempo, regresaron a la Estación Araminta.

    Spanchetta y Smonny se mostraron ultrajadas. La conducta de Scharde representaba un rechazo personal, y también (a nivel más profundo) una falta de sumisión intolerable. Consiguieron racionalizar su furia cuando Smonny fue suspendida en el Liceo y, al convertirse en colateral, expulsada de la Casa Clattuc, al mismo tiempo que Marya llegaba, de modo que no les resultó difícil traspasar la culpa a Marya y Scharde.

    Smonny abandonó la Estación Araminta profundamente amargada. Durante un tiempo, vagó a lo largo y ancho de la Extensión Gaénica, ocupada en una serie de actividades diversas. Por fin, contrajo matrimonio con Titus Zigonie, propietario del rancho Valle de las Sombras, en el planeta Rosalia, con una superficie de treinta y tres mil kilómetros cuadrados, así como un yate espacial Clayhacker. Titus Zigonie, a instancias de su esposa, empezó a contratar brigadas de aprendices yips para trabajar en el rancho, enviados a Rosalia por el mismísimo Namour, asociado en el negocio con Calyactus, Umfau de Yipton.

    Instigado por Namour, Calyactus visitó el rancho Valle de las Sombras, donde fue asesinado por Smonny o Namour, acaso por los dos.

    Titus Zigonie, un hombrecillo inofensivo, se convirtió en «Titus Pompo, el Umfau», si bien era Smonny quien gobernaba en la sombra. Su odio hacia la Estación Araminta, en general, y Scharde Clattuc, en particular, jamás se apagó y su más anhelado deseo consistía en cometer alguna atrocidad destructiva contra ambos. En el ínterin, Namour, con absoluta sangre fría, reanudó sus amoríos con Spanchetta y Smonny.

    Entretanto, Marya había dado un hijo a Scharde, Glawen. Cuando Glawen tenía dos años, Marya se ahogó en un accidente marítimo, en circunstancias muy peculiares. Un par de yips, Selious y Catterline, fueron testigos de su muerte. Scharde interrogó en profundidad a ambos. Los dos declararon que no sabían nadar y, en consecuencia, no podían ayudar a una mujer que se estaba ahogando tan lejos de la orilla, a unos treinta metros, como mínimo. ¿Por qué no había aprendido a nadar la mujer, antes de aventurarse en aguas peligrosas? En cualquier caso, la conducta de la dama no era asunto suyo; estaban hablando y no prestaban atención a sus actividades. Scharde, poco convencido, insistió en sus preguntas hasta que los yips adoptaron una actitud hosca y silenciosa, y no tuvo otro remedio que desistir y enviarles de vuelta a Yipton.

    ¿Había sido la muerte de su mujer algo más que un accidente? Algún día, se dijo Scharde, averiguaría la verdad.



    Capítulo 1
    1


    La terraza del Hostal Utward de Stroma sobresalía nueve metros del acantilado y se internaba en una extensa región de aire soleado, mientras las frías aguas verdeazuladas del fiordo se agitaban doscientos cuarenta metros más abajo. Un grupo de cuatro hombres había tomado asiento a una mesa instalada junto a la barandilla exterior. Torq Tump y Farganger eran extraplanetarios; bebían cerveza en jarras de cerámica. Sir Denzel Attabus se había decantado por licor de hierbas, servido en un vasito de peltre, en tanto que Roby Mavil, el otro residente en Stroma, bebía vino verde de Araminta en una copa. Sir Denzel y Roby Mavil vestían a la usanza de Stroma: serias chaquetas de rica estameña negra, ceñidas a la cintura, y pantalones rojo oscuro estrechos. Roby Mavil, el más joven de los dos, era algo gordo, de cara redonda, ondulado cabello negro, ojos gris claro y bigote negro. Estaba desplomado en su silla y contemplaba la copa de vino; las noticias no iban a complacerle.

    Sir Denzel acababa de llegar a la mesa. Estaba sentado muy tieso. Era un caballero de edad avanzada, con una mata de cabello gris, nariz notable, estrechos ojos azules y cejas pobladas. Había apartado su vaso a un lado.

    Los extraplanetarios eran hombres de un estilo muy diferente. Llevaban las ropas habituales en la Extensión Gaénica: camisas y pantalones holgados de tela cruzada azul oscuro, botas altas hasta el tobillo con hebillas en el empeine. Torq Tump era bajo, de pecho voluminoso, casi calvo y de rasgos acusados. Farganger era enjuto, todo huesos y tendones, cabeza estrecha, una nariz rota de puente alto, boca gris, como una cuchillada entre las lisas mejillas. Ambos contemplaban impasibles, con ocasionales destellos de desdeñosa ironía, la discusión entre sir Denzel y Roby Mavil.

    Tras dirigir una única mirada a los extraplanetarios, sir Denzel se olvidó de ellos y se volvió hacia Roby Mavil.

    —No sólo estoy decepcionado, sino estupefacto y descorazonado.

    Roby Mavil ensayó una sonrisa esperanzada y alegre.

    —¡La perspectiva no es tan sombría, señor! De hecho, sólo puedo creer…

    El ademán de sir Denzel le interrumpió.

    —¿Es incapaz de comprender un principio elemental? Nuestro pacto fue solemne, y certificado por todo el directorio.
    —¡Exacto! Nada ha cambiado, excepto que ahora podremos defender nuestra causa con más empeño.
    —En ese caso, ¿por qué no fui consultado?

    Roby Mavil se encogió de hombros y miró hacia el golfo.

    —No sabría decírselo.
    —¡Pero yo sí! Esto es una desviación del Dogma Fundamental, que no es tan sólo una verbalización, sino la pauta de una conducta a seguir día a día, minuto a minuto.

    Roby Mavil dejó de contemplar el vacío.

    —¿Puedo preguntar quién le ha proporcionado esa información? ¿Rufo Kathcar, acaso?
    —Eso es irrelevante.
    —No tanto. Kathcar, por excelente sujeto que sea, es algo veleta, y sensible a las exageraciones maliciosas.
    —¿Cómo puede exagerar lo que he visto con mis propios ojos?
    —¡Eso no es todo!
    —¿Hay algo más?

    Roby Mavil habló, ruborizado.

    —Me refiero a que, cuando se reconoció la necesidad, el consejo ejecutivo actuó con la flexibilidad apropiada.
    —¡Ja! ¿Y se atreve a aplicar el calificativo de «veleta» a Kathcar, cuando fue él quien permaneció leal y sacó a la luz este sorprendente giro de la situación? —Sir Denzel se acordó de su bebida. Levantó el vaso de peltre y engulló su contenido de un trago—. La gente de su ralea desconoce las palabras «integridad» y «fe».

    Roby Mavil guardó un sombrío silencio durante unos momentos.

    —Es fundamental deshacer este malentendido —respondió, después de lanzar una cautelosa mirada de soslayo—. Convocaré una reunión y recibiremos una disculpa oficial, sin duda. Después, renovada la buena fe, nuestro equipo continuará su trabajo, cada miembro según su capacidad y posibilidades, como antes.

    Sir Denzel emitió una carcajada similar a un ladrido.

    —Permita que le cite un párrafo de los «Acontecimientos» de Navarth: «Una virgen es violada cuatro veces en un matorral. El culpable es juzgado e intenta enmendar su acción. Aporta un costoso ungüento para curar los arañazos infligidos a las nalgas de la joven, pero sus disculpas no logran devolverle la virginidad».

    Roby Mavil exhaló un profundo suspiro y habló en tono juicioso.

    —Quizá deberíamos recapacitar y emplear una perspectiva más amplia.
    —¡Cómo! —La voz de sir Denzel tembló—. He alcanzado el Noveno Signo del Noble Sendero, ¿y sugiere que amplíe mis perspectivas? ¡Increíble!

    Roby Mavil no se dio por vencido.

    —Tal como yo lo veo, estamos enzarzados en una lucha entre los Extremos: el Bien contra el Mal, un hecho que genera sus propios imperativos. Nuestros oponentes están desesperados; cuando golpean, hemos de parar sus embestidas. En suma, hemos de nadar en el río de la realidad, o hundirnos y ahogarnos, junto con todos nuestros sueños de gloria.
    —¡Basta ya! —exclamó sir Denzel—. Hace mucho tiempo que vivo en este mundo. Sé que la fe y la verdad son positivas; mejoran la vida. El engaño, la coerción, la sangre y el dolor son negativos, como también la traición de la confianza.
    —¡No es positivo permitir que un estallido de sentimientos heridos le aparte de nuestra gran empresa! —replicó con valentía Roby Mavil.

    Sir Denzel rió por lo bajo.

    —Sí, soy presumido y picajoso. Quiero que todo el mundo se acerque a mí con reverencia y bese mis pies. ¿Es eso lo que está pensando? Pues tiene razón. Sus objetivos son aún más demenciales. Quiere que pague otra enorme cantidad de dinero, cien mil soles.

    Roby Mavil esbozó una sonrisa dolorida.

    —Dama Clytie dijo que usted había acordado ciento cincuenta mil soles.
    —Se mencionó esa cifra —admitió sir Denzel—. Esa fase ya ha pasado. Ha llegado el momento de recobrar los fondos malgastados, hasta el último dinketo. Estoy decidido; no va a sacarme más dinero para gastarlo en espantosos artilugios.

    Roby Mavil parpadeó y desvió la vista. Tump y Farganger seguían mirando, imperturbables. Dio la impresión de que sir Denzel se fijaba en ellos por primera vez.

    —Creo que no he oído sus nombres.
    —Soy Torq Tump.
    —¿Y usted, señor?
    —Yo soy Farganger.
    —¿Farganger? ¿Eso es todo?
    —Es suficiente.

    Sir Denzel les inspeccionó con aire pensativo, y después habló a Tump.

    —Deseo hacerle algunas preguntas. Espero que no las tome a la ligera.
    —Pregunte lo que quiera —respondió Tump con indiferencia—. No obstante, supongo que Mavil preferirá responder en mi lugar.
    —Tal vez. Sea como sea, intento averiguar hechos.

    Roby Mavil se enderezó en su silla, y después frunció el ceño, irritado, cuando vio aproximarse a Rufo Kathcar, un hombre alto, enjuto y pálido, de mejillas cóncavas, ardientes ojos negros bajo cejas negras, rodeados de sombras violáceas. Mechones de cabello negro caían a un lado de su frente blanca. Una barba corta y descuidada orlaba su mandíbula huesuda. Tenía los brazos y piernas largos y delgados, con manos y pies tan grandes que le dotaban de un aspecto desgarbado. Kathcar saludó a Roby Mavil con un frío cabeceo, dirigió una mirada penetrante a Tump y Farganger, y luego habló a sir Denzel.

    —Parece algo desconsolado, señor.

    Acercó una silla y se sentó.

    —Desconsolado no es la palabra —replicó sir Denzel—. Ya conoce las circunstancias.

    Roby Mavil intentó hablar, pero sir Denzel les silenció con un gesto.

    —Es la misma vieja historia de siempre. ¡Río y lloro sólo de pensar en que esas cosas puedan ocurrirme a mí!

    Roby Mavil miró nerviosamente a izquierda y derecha.

    —Por favor, sir Denzel. ¡Sus expansiones dramáticas están llamando la atención de toda la terraza!
    —Pues que escuchen. Quizá extraerán algo de mis experiencias. Éstos son los hechos: fui abordado con exquisita cortesía. Todo el mundo estaba ansioso por oír mis opiniones, una novedad que no pudo por menos que asombrarme. De todos modos, me expresé con palabras claras y concisas. No dejé lugar a la malinterpretación.

    Sir Denzel imprimió a su cabeza una sacudida irónica.

    —La reacción me sorprendió. Fui interrogado respecto a la fuente de mi filosofía. Respondí que me había limitado a echar un vistazo al Noble Sendero, y todo el mundo quedó impresionado. Dijeron que, al fin, se había definido el dogma fundamental del partido VPL, y que todo el mundo estaba imbuido de un fervor fanático. Ya no podía retroceder. Se me encareció a llevar a la práctica mis puntos de vista con todos los medios a mi alcance, incluyendo apoyo económico. Al fin y al cabo, ¿qué mejor empleo para la riqueza pasiva amontonada? Accedí a aportar una cantidad relativamente grande, ingresada en el Banco de Soumjiana. A la cuenta sólo tendrían acceso tres miembros del Consejo Ejecutivo, que fueron nombrados en el acto: Roby Mavil, Julian Bohost y, ante mi insistencia, Rufo Kathcar. Estipulé que no podría gastarse dinero en proyectos que entraran en conflicto con los preceptos del Noble Sendero. ¿No quedó claro? ¡Por completo! El apoyo fue unánime, y la voz de Roby Mavil se elevó fuerte y valiente.

    »Quiero decir que el acuerdo se tomó en una atmósfera cálida y afable.
    »Esta mañana se produjo el desenlace. Averigüé que se había abusado de mi confianza, desechado el Dogma Fundamental como un pedazo de carne podrida, y mi dinero destinado a usos innobles. “Traición” es la palabra que define al caso, y me enfrento a una nueva realidad, la cual, de entrada, incluye la devolución de mi dinero.

    —¡Eso es imposible! —gritó Roby Mavil, en un arranque de apasionamiento—. ¡El dinero ha sido retirado de la cuenta y utilizado!
    —¿Cuál es la cantidad exacta? —preguntó con aspereza Kathcar.

    Roby Mavil le dedicó una mirada de absoluto odio.

    —He intentado observar los preceptos de una conversación educada, pero ahora debo aludir a una situación que mejor sería pasar por alto, al menos de momento. Los hechos son éstos: la relación de Rufo Kathcar con el Consejo Ejecutivo del VPL ha dejado de existir. Hablando en plata, ya no se considera un buen VPL.
    —Buen VPL, mal VPL, ¡basura! —exclamó sir Denzel—. Rufo Kathcar es mi primo segundo y un hombre muy bien relacionado. También es mi segundo de a bordo y confío en él.
    —Sin duda —dijo Mavil—. No obstante, los puntos de vista de Kathcar suelen ser poco prácticos, incluso sorprendentes. En interés de la armonía inherente al procedimiento, ha sido expulsado del directorio.

    Kathcar empujó su silla hacia atrás.

    —Mavil, tenga la bondad de morderse la lengua mientras expongo los hechos, al desnudo y sin ambages. El VPL está controlado por dos mujeres tercas, cada una más obstinada que la otra. No es necesario que mencione nombres. En el seno de una camarilla de badulaques y pisaverdes, entre los cuales destaca Roby Mavil, yo era el último baluarte del buen juicio, contra el cual se estrellaba en vano la locura de esas mujeres. Me han apartado, y ahora, el VPL es un motor sin volante. —Kathcar se puso en pie y volvió la cabeza hacia sir Denzel—. Su decisión es correcta. Debe negar a este cretino más dinero y recobrar los fondos que ya había adelantado.

    Kathcar salió de la terraza como una exhalación. Sir Denzel también hizo ademán de levantarse.

    —¡Espere! —gritó Roby Mavil—. ¡Ha de escucharme a mí! Primo segundo o no, Kathcar le ha causado una impresión falsa.
    —¿De veras? Sus comentarios me han parecido muy razonables.
    —¡Desconoce toda la verdad! Kathcar fue expulsado del directorio, pero estaban implicadas más personalidades destacadas. ¡Hubo una lucha despiadada por el poder! Kathcar se declaró más capacitado para dirigir la campaña que dama Clytie o Simonetta, y asignó papeles secundarios a ambas. Las dos se mostraron ofendidas, y creyeron que Kathcar había exhibido un intolerable exceso de vanidad masculina. Kathcar no sólo salió frustrado, sino que fue castigado y recibió un severo castigo, hasta tal extremo que ahora se siente espoleado por el odio y el despecho.
    —Bien, ¿y qué? —preguntó sir Denzel—. Me ha contado sus experiencias en Shattorak, y en su lugar yo también estaría perturbado.

    Roby Mavil exhaló un suspiro de resignación.

    —Sin embargo, Kathcar no ha aprendido nada. Es tan imprudente y arrogante como antes. Hace caso omiso de la auténtica doctrina del VPL, y puede que se enfrente a nuevos castigos. En el ínterin, sus consejos carecen de valor. De hecho, valen menos que nada, y cabe la posibilidad de que le relacionen con Kathcar cuando llegue la hora de tener en cuenta sus fechorías.

    Sir Denzel traspasó a Roby Mavil con su fría mirada azul.

    —¿Es posible que me esté amenazando con la violencia?

    Roby Mavil emitió una tosecita.

    —¡Por supuesto que no! De todos modos, no se puede cambiar la realidad, y no puede desdeñarse, aun siendo sir Denzel Attabus.
    —Habla de «realidad». No fue Kathcar quien me engañó y estafó. Llevaré este asunto hasta sus últimas consecuencias.

    Dedicó una breve reverencia a Tump y Farganger, y marchó de la terraza.

    Roby Mavil se hundió en su silla, agotado y apático. Tump le miró sin expresión. Farganger contemplaba las enormes distancias que se extendían al sur de la gran hendidura del Fiordo Stroma y las aguas verdeazuladas, trescientos metros más abajo.

    Por fin, Roby Mavil se reanimó.

    —Nada dura eternamente. Parece que, por fin, ha llegado la hora de los cambios.

    Tump meditó unos momentos.

    —Ningún hombre puede volar.

    Roby Mavil asintió con aire sombrío.

    —Muchos hombres han aprendido esa lección. No sé de ninguno que haya aprovechado la experiencia.

    Ni la expresión de Tump ni la de Farganger se alteraron, y nadie que les estuviera mirando hubiera adivinado la naturaleza de sus pensamientos.


    2


    Dos días antes de su visita a Stroma, Egon Tamm se puso en comunicación con el director Ballinder. Anunció sus planes y pidió que se habilitara para la ocasión la sala del consejo. El director Ballinder accedió.

    El día especificado, a media tarde, Egon Tamm llegó a la terminal aérea de Stroma. Era un hombre de cabello oscuro, corpulento, de facciones tan normales y modales tan comedidos que, a menudo, pasaba desapercibido. Vino acompañado de Bodwyn Wook, Scharde Clattuc, el hijo de Scharde, Glawen (todos ellos adscritos al negociado B), Hilva Offaw, Juez Supremo del Tribunal de Araminta, y su hija Wayness.

    Algunas personas de Stroma salieron a recibirles, incluyendo tres directores, varios notables, algunos estudiantes y otra gente sin nada mejor que hacer. Esperaban junto a la carretera que corría a lo largo del borde del acantilado. Sus capas negras con capucha aleteaban al viento. Cuando Egon Tamm se acercó, un joven de barba roja salió a su encuentro. Egon Tamm se detuvo cortésmente.

    —Egon Tamm —gritó el joven—, ¿para qué ha venido?
    —Para hablar con la gente de Stroma.
    —¡En ese caso, ha de decirnos la verdad!

    La verdad era una roca contra la cual un hombre podía apoyar la espalda, pero no había ninguna en Stroma, donde la vida había adquirido connotaciones siniestras. Si el Conservador había traído un mensaje de esperanza, ¿iba a revelar algo de lo que diría, siquiera una insinuación?

    Egon Tamm rió. En breve, su mensaje sería anunciado a todo el mundo. Entretanto, sólo podía recomendar paciencia.

    El joven alzó todavía más la voz para hacerse oír por encima del viento.

    —¿Las noticias son buenas o malas?
    —Ni una cosa ni otra —respondió Egon Tamm—. Sólo la realidad.
    —¡Ay! —Fue el grito desconsolado—. ¡Quizá sea lo peor de todo!

    El joven retrocedió. Egon Tamm y su séquito entraron en el ascensor y bajaron a Stroma.

    Como tenía media hora libre, el grupo se encaminó al Reposo del Cosmonauta, la segunda taberna de Stroma. Bodwyn Wook, Scharde y Glawen salieron a la terraza; Egon Tamm e Hilva Offaw se quedaron en la sala. Wayness encontró a unos conocidos y quedaron en verse todos en la vieja residencia familiar. Anunció sus planes a Egon Tamm, que opuso algunas trabas.

    —Voy a hablar dentro de unos veinte minutos —recordó a su hija.
    —¡Ningún problema! Te escucharemos en la pantalla.
    —Como quieras.

    Wayness salió de la sala, subió al segundo nivel y se dirigió a buen paso hacia el este. Al cabo de poco, vio enfrente la alta casa verde con fachada de serpentina donde había pasado los años de su infancia. Entonces, la había considerado única, la casa más bonita de todo Stroma, a causa de los detalles y el color, que en aquel tiempo se le habían antojado muy significativos. En realidad, las casas de Stroma eran muy parecidas, altas, estrechas, apelotonadas, con idénticas ventanas altas y estrechas, y techos picudos, que sólo se diferenciaban en sus colores apagados, azul oscuro, marrón, pardo oscuro, gris ceniza, negro, verde, con los detalles arquitectónicos en blanco, azul o rojo.

    La casa donde Wayness había vivido era verde oscuro, con rebordes blancos y azules, y estaba situada hacia el extremo este del segundo nivel, una zona que gozaba de gran prestigio en Stroma, muy pendiente de la posición social.

    Wayness había sido una niña menuda y delgada, introvertida y meditabunda. Había heredado los rizos oscuros y la piel olivácea de una bisabuela, una cántabra de la Vieja Tierra. Sus facciones eran tan regulares que parecían vulgares, hasta que uno se fijaba en el delicado modelado de la nariz, corta y recta, la mandíbula y la barbilla, y la boca generosa. Había sido una niña cariñosa y cordial, pero poco proclive al gregarismo y la agresividad. Era inteligente y curiosa. Con bastante frecuencia prefería estar sola a la compañía de sus iguales, y carecía de la popularidad de que gozaban sus conocidas más convencionales. En ocasiones se sentía algo sola y abandonada, anhelante de algo lejano e inalcanzable, algo que no podía definir, pero los chicos no tardaron en advertir que Wayness Tamm era muy hermosa, y sus tristezas desaparecieron.

    En aquellos días apenas habían existido disensiones o disputas partidistas en Stroma, confinadas siempre a las discusiones ligeras y los debates filosóficos que tenían lugar cuando los amigos se reunían en alguna casa. Casi todo el mundo consideraba la existencia inmutable, estática y, en su mayor parte, agradable. Sólo algunas personas parecían tomarse en serio las teorías sociales iconoclastas, y éstas formaron el núcleo del Partido de la Vida, Paz y Libertad, el VPL.

    De niña, Wayness se había mostrado indiferente a las disputas. Al fin y al cabo, la doctrina de la Reserva era un hecho básico de la vida. ¿Acaso no vivían en el planeta Cadwal, totalmente sujeto a las normas de la Carta Magna? Egon Tamm, su padre, era un conservacionista acérrimo, aunque moderado de puertas afuera. Detestaba las polémicas y se mantenía alejado de las disputas acaloradas que habían empezado a turbar la atmósfera de Stroma y enemistar a los amigos. Cuando llegó el momento de nombrar a un nuevo Conservador, Egon Tamm, que era modesto, razonable y no hacía gala de activismo, fue el compromiso elegido.

    Cuando Wayness tenía quince años, la familia se trasladó a la Casa del Río, cercana a la Estación Araminta, y la casa verde oscuro del segundo nivel de Stroma fue cedida a unos tíos ancianos.

    Ahora, la casa estaba vacía. Los tíos se encontraban de viaje fuera del planeta. Wayness subió los dos peldaños del porche y abrió la puerta. No estaba cerrada con llave, como casi todas las puertas de Stroma. Penetró en un recibidor octogonal, con paneles de madera flotante. Estanterías elevadas albergaban una colección de antiguas bandejas de peltre y un grupo de seis máscaras grotescas, si bien nadie sabía qué o a quién representaban.

    Nada había cambiado. A la izquierda, una arcada daba acceso al comedor; al fondo, una escalera de caracol y un ascensor conducían a los pisos superiores. A la derecha, otra arcada se abría al salón. Inspeccionó el comedor y vio la misma mesa redonda de madera pulida, alrededor de la cual se había sentado tantas veces con su familia. Y ahora, Milo había muerto. Sus ojos se nublaron. Parpadeó. Un exceso de sentimentalismo no era prudente.

    Dio media vuelta. Cruzó el vestíbulo y entró en el salón, de puntillas, como para no molestar a los fantasmas que encantaban todas las habitaciones de la casa, según creía todo el mundo. Los fantasmas de aquella casa siempre habían sido seres fríos e indiferentes, que no demostraban el menor interés por las vidas de los ocupantes. Wayness nunca les había tenido miedo.

    Nada había cambiado; todo estaba como lo recordaba, pero más pequeño, como si lo estuviera mirando por el otro extremo de un telescopio. En la parte delantera, tres ventanas saledizas daban al aire, el cielo y, tres kilómetros al sur, la pared del acantilado opuesto. Como estaba al lado de la ventana, cuando miró abajo vio las aguas del fiordo. El sol Syrene colgaba bajo sobre el acantilado y enviaba rayos amarillo oscuros que se filtraban por las ventanas. Sing, el segundo sol, rubicundo y corpulento, junto con su resplandeciente compañero blanco, Lorca, ya se había ocultado.

    Wayness se estremeció: hacía frío en la habitación. Hizo fuego en la chimenea con carbón de mar y madera flotante. Paseó la vista por la sala. Después de la amplitud de la Casa del Río, parecía estrecha, aunque el techo alto compensaba en parte sus restricciones. Qué raro, pensó Wayness. Nunca se había fijado en el efecto. Se preguntó si toda una vida pasada en aquellas condiciones afectaría la forma de pensar de una persona. Probablemente no, decidió; el cerebro se limitaría a hacer caso omiso de la situación y decantarse por lo más conveniente. Dio la espalda al fuego. A su derecha, un pedestal sostenía un globo terráqueo; a su izquierda, un globo de Cadwal reposaba sobre otro pedestal similar. Durante su infancia los había contemplado durante horas y horas. Cuando Glawen y ella se casaran, tendrían un par de globos iguales en su casa, quizá aquellos mismos. No deseaba ningún otro mueble, pues estaban tapizados de rojo oscuro y verde moteado, eran sólidos y convencionales, situado cada uno en su lugar preestablecido e inmutable, donde seguirían hasta el fin de los tiempos, puesto que en Stroma nada cambiaba.

    Wayness se corrigió. Ya se habían producido cambios en Stroma; otros, aún más decisivos, estaban en camino. Wayness suspiró, apenada por lo que iba a ocurrir.

    Miró por la ventana y vio que sus amigos se acercaban por el estrecho camino pegado al acantilado. Eran cuatro chicas y dos chicos, todos de la misma edad que Wayness. Abrió la puerta; entraron en tropel, riendo, charlando, lanzando al aire alegres saludos. Todos se maravillaron de los cambios operados en Wayness.

    —Siempre estabas tan seria y absorta en tus pensamientos —dijo Tradence—. En ocasiones me preguntaba qué pasaba por tu cabeza.
    —Mis ensoñaciones era muy inocentes —contestó Wayness.
    —Pensar demasiado es una mala costumbre —comentó Sunje Ballinder—. Alimenta la timidez.

    Todo el mundo miró a Wayness.

    —Una reflexión muy valiosa —dijo—. Tendré que hacérmelo mirar un día de éstos.

    Continuaron hablando. Chismes y recuerdos, pero en todo momento una cautelosa formalidad pareció distanciarles de Wayness como para subrayar que ya no era uno de ellos.

    Todo el grupo, pensó Wayness, daba la impresión de estar afectado por cierta impaciencia, lo cual provocaba que sus ojos se desviaran con frecuencia hacia el reloj de pared. La razón era sencilla: dentro de pocos minutos, el Conservador haría unas declaraciones que, según se había insinuado, influirían en las vidas de todos los habitantes de Stroma.

    Wayness sirvió un ponche de ron caliente a sus amigos y alimentó el fuego con nudos de carbón marino. Habló poco, y se contentó con escuchar las conversaciones, que giraban en torno al inminente anuncio. La orientación política de sus amigos era clara. Alyx-Marie y Tancred eran Cartistas; Tradence, Lanice e Ivar era aún más resueltamente VPL, y hablaban de su credo en términos de «Humanismo Dinámico». Sunje Ballinder, hija del terrible director Ballinder, alta, esbelta, de actitudes muy poco convencionales, demostraba nulo interés por la discusión. Daba la impresión de creer que el compromiso hacia cualquier bando indicaba inseguridad, y era demasiado ridículo para ser tomado en serio. Tradence no comprendía la indiferencia de Sunje.

    —¿Es que no tienes sentido de la responsabilidad?

    Sunje se encogió de hombros con languidez.

    —Un embrollo es más o menos equivalente a otro embrollo. Hace falta una mente más aguda que la mía para señalar las diferencias.
    —Pero si la sociedad se organiza en grupos como el VPL —repuso con gazmoñería Tradence—, y todo el mundo soluciona una parte del embrollo, cuando el conjunto se ha clarificado termina la confusión, y la civilización logra otra victoria.
    —¡Encantador! —exclamó Tancred—. Sólo que el VPL se ha dedicado al embrollo equivocado, y cuando las piezas fueron distribuidas, la persona al mando olvidó numerarlas, y cuando llegó el momento de encajarlas, hubo más confusión que nunca, y algunas piezas sobraron.
    —Paparruchas —resopló Tradence—, que no tienen nada que ver con la falta de dedicación de Sunje.
    —Sospecho que su principio rector es la simple modestia —dijo Tancred—. No proclamará sus puntos de vista, sabiendo que en cualquier momento una repentina iluminación puede obligarla a cambiar toda su filosofía. ¿Estoy en lo cierto, Sunje?
    —Por completo. Soy modesta, pero no de una forma dogmática.
    —¡Bravo, Sunje!
    —El poeta loco Navarth —dijo Ivar—, como Sunje, fue famoso por su humanidad. Se creía integrado en la Naturaleza, y concebía su poesía como una fuerza natural.
    —Yo siento algo similar —afirmó Sunje.
    —Navarth era muy vehemente y apasionado, y, en algunos aspectos, curiosamente inocente. Cuando deseaba componer una gran obra maestra, solía subir a una montaña y concentraba su genio en el cielo. Utilizaba las nubes como caligrafía. Cuando las nubes se alejaban, Navarth decía que la gloria de su arte residía en su creación, no en su perdurabilidad.
    —No entiendo nada —dijo Tradence, algo encrespado—. ¿Cómo podía controlar ese viejo chiflado las nubes?
    —Nadie lo sabe —reconoció Tancred, que admiraba al poeta loco, en todas sus épocas y aspectos—. Algunas de sus mejores obras datan de ese período, de manera que sus métodos son irrelevantes, ¿no crees?
    —Creo que estás tan loco como Navarth.
    —Según recuerdo —dijo Wayness—, cayó de un peñasco cuando perseguía a una cabra y sobrevivió por los pelos.
    —Viejo chiflado —masculló Alyx-Marie—. ¿Qué querría hacer con la cabra?
    —¿Quién sabe? —dijo Tancred, indiferente—. Es otro de los muchos misterios de Navarth.

    Ivar consultó el reloj.

    —Aún quedan diez minutos. Wayness sabe lo que va a pasar, pero no quiere decirlo.
    —¿No añoras Stroma? —preguntó Alyx-Marie a Wayness.
    —La verdad es que no. Me he sumergido en el trabajo de la Reserva y casi no he tenido tiempo para otras cosas.

    Ivar emitió una risita condescendiente.

    —Te aferras a la Reserva como si fuera una religión.
    —No. Religión, no. Lo que siento es amor. Cadwal es salvaje, libre y bello, y no podría soportar que lo desfiguraran.
    —Existen más cosas en la vida que la Reserva —sentenció Lanice.
    —Nunca me he molestado en conservar nada —dijo Sunje, con su tono más indolente—. Cuando se estropeó, nunca lo eché de menos.
    —Voy a deciros lo siguiente —anunció Ivar con grandilocuencia—. No hay nada en Cadwal que un poco de civilización no pudiera arreglar. Dos o tres ciudades grandes con algunos restaurantes decentes, uno o dos casinos y, para mi gusto, una mansión de veinte habitaciones a orillas del lago Eljian, con doncellas frías o ardientes corriendo de un lado a otro, rodeada por mil hectáreas de jardines, huertos y verjas que mantuvieran alejadas a toda clase de demonios, por no mencionar a los turistas.
    —¡Ivar! —exclamó Alyx-Marie—. ¡Tus comentarios son de lo más repugnante!
    —No veo por qué. Son sinceros, cuando menos.
    —Si tú lo dices. La verdad es que soy una ferviente Conservacionista, en tanto la palabra sea aplicada a otras personas y mantenga alejada a la chusma de mi propiedad.
    —¿Es la nueva política oficial del VPL? —preguntó con inocencia Wayness.
    —Por supuesto que no —replicó airado Tradence—. Ivar sólo quiere ser desagradable.
    —¡Ja ja! —rió Tancred—. Si los VPL perdieran su hermoso plumaje, quedarían reducidos a una bandada de búhos desplumados, temblando al viento.
    —Eres muy grosero —dijo Ivar. Se volvió hacia Wayness—. Tancred es un temible cínico. ¡Duda de la existencia de la Verdad! A propósito, ¿qué va a decirnos tu padre? ¿O insistes en prolongar la intriga?
    —Insisto. Dentro de pocos minutos, lo oirás.
    —¿Lo sabes?
    —¡Pues claro que lo sé!
    —Será un fracaso —afirmó Ivar—. Somos rápidos, inteligentes y decididos. Argumentará en vano.
    —No escucharás argumentaciones —dijo Wayness—. Ninguna en absoluto.

    Ivar no hizo caso.

    —¡Izquierda o derecha, este u oeste, arriba o abajo, da igual! No puede hacer frente al «Humanismo Dinámico».
    —Ni lo intentará, hasta que averigüe qué es.
    —¡El humanismo dinámico es el motor que impulsa la filosofía VPL! ¡Es mucho más democrático que el Conservacionismo cartista, y nadie puede negarlo!
    —¡Bravo, Ivar! —gritó Tancred—. Sería un excelente discurso, de no ser porque es una chorrada. Debo anunciarte algo, de una vez por todas. Por más que los VPL ansíen mansiones a orillas del lago Eljian o el lago Amanthe, plagadas de hermosas doncellas yips yendo de un lado a otro, algunas completamente vestidas, otras sirviendo ponches de ron, esos maravillosos sueños nunca se convertirán en realidad, ¿y sabes por qué? Porque Cadwal es una reserva. ¿Tan desconcertante es la idea?
    —¡Bah! —murmuró Ivar—. Ése no es el punto de vista humanista, ni el mío. Hay que hacer algo.
    —Y algo se hará…, aunque creo que no os va a gustar —dijo Wayness.

    Tocó los controles de la pantalla mural. Se encendió y mostró con todo lujo de detalles y colorido la Sala del Consejo.


    3


    En el Reposo del Cosmonauta, después de que Wayness se fuera, Egon Tamm intentó reunirse con sus acompañantes en la terraza, pero fue asaltado por un grupo ansioso de jóvenes intelectuales que le acosaron a preguntas. El Conservador se limitó a repetir la explicación de que no tardaría en quedar todo claro, y que consideraba absurdo abundar en el tema.

    Su inquisidor jefe era un joven corpulento de faz rubicunda, portador de una medalla con el lema «¡EL PODER PARA LOS YIPS!».

    —Díganos esto, al menos —preguntó—. ¿Piensa acceder o no a un arreglo razonable?
    —En cuanto a esto, pronto estará en condiciones de juzgarlo por sí mismo.
    —Y entretanto, tendremos que roernos las uñas —gruñó el joven VPL.
    —¿Por qué no suelta prenda? —preguntó una joven descarada. Llevaba una falda con la imagen de un gato de expresión triste, que decía: «El abuelo era un VPL, hasta que dejó de comer hierba para gatos».
    —Ha de comprender, señor, que Cadwal no puede continuar indefinidamente en la Edad de Piedra —dijo el joven fornido a Egon Tamm.

    El director Ballinder, un hombre gigantesco de cabello negro y barba negra que rodeaba un rostro feroz, respondió con acentuada jocosidad.

    —Si el Conservador no le deporta por sedición y estupidez criminal, considérelo una buena noticia. —Miró a un lado—. Aquí viene otro al que me gustaría ver remando en un barco negrero.
    —¡Bah! —exclamó dama Clytie Vergence, quien, al acercarse a ellos, había oído el comentario—. ¡Qué tontería más espantosa! De todo modos, no esperaba menos del notorio director. Sólo cabe esperar que dirija los asuntos de su competencia con más decoro.
    —Hago lo que puedo —contestó el director.

    Dama Clytie se volvió hacia Egon Tamm. Era casi tan alta como el director Ballinder, de grandes huesos, hombros carnosos, piernas y caderas fuertes. Llevaba su áspero cabello castaño corto, caído de cualquier manera alrededor de su cara cuadrada. Dama Clytie era, sin duda, una persona enérgica, aunque algo deficiente en frivolidad.

    —Yo también confieso mi curiosidad. ¿Qué emergencia le trae con tanto dramatismo a Stroma?

    Egon Tamm respondió que todo se aclararía muy pronto. Además, confiaba en que consideraría interesantes sus declaraciones.

    Dama Clytie lanzó un bufido despectivo, hizo ademán de alejarse, se paró en seco y señaló el reloj.

    —¿No le esperan en la Sala del Consejo? No parece que la emergencia sea muy urgente, si puede demorarse tanto rato en el Reposo del Cosmonauta para empinar el codo con sus compinches.

    Egon Tamm miró el reloj.

    —¡Tiene toda la razón! Le agradezco su aviso.

    Egon Tamm, acompañado del director Ballinder, Bodwyn Wook, Glawen y los demás, se encaminó a la Sala del Consejo, situada en el extremo este del tercer nivel. Se detuvo en una antecámara y echó un vistazo a la sala, donde los notables de Stroma estaban congregados en pequeños grupos, trabados en conversación. Todos iban vestidos con las prendas oficiales: largas chaquetas negras, pantalones negros estrechos, zapatos negros largos y puntiagudos. Se volvió hacia el director Ballinder.

    —No veo por ninguna parte a Julian Bohost.
    —Julian está de viaje. Nadie le echa mucho de menos, salvo dama Clytie.

    Los dos hombres entraron en la sala. Egon Tamm esbozó una sonrisa pálida.

    —Mi hija Wayness vio a Julian en la Tierra. Su conducta no fue la mejor, y nada bueno dice sobre él.
    —No me sorprende, y espero que se quede en la Tierra, pues prefiero su ausencia a su compañía.

    Dama Clytie, que acababa de entrar en la sala, buscó a Egon Tamm, atravesó la estancia y se plantó ante los dos hombres.

    —Si están intercambiando gracias, aportaré mi grano de arena y expresaré mi placer al ver al Conservador con tan buena salud, aunque ausente sin excusa de su puesto. No obstante, si están intercambiando información sobre asuntos de interés público, deseo participar en la conversación.
    —De momento, nuestra charla se ha limitado a fruslerías. De hecho, acababa de preguntar sobre su sobrino Julian.
    —Julian no es una fruslería. En cualquier caso, lo más correcto sería formularme la pregunta a mí.

    Egon Tamm lanzó una carcajada.

    —Supongo que puedo hablar con el director Ballinder sin pedirle permiso a usted.
    —Dejémonos de monsergas, se lo ruego. ¿Para qué ha venido?
    —Para efectuar un anuncio.
    —En tal caso, sugiero que discuta este anuncio conmigo y los demás directores, para que pueda ser modificado, si es necesario, por nuestro prudente consejo.
    —Ya hemos discutido de esto otras veces. Ni es directora ni ostenta cargo oficial alguno.
    —¡Mentira! —tronó dama Clytie—. Fui elegida con un número de votos significativo, y represento a una circunscripción electoral muy concreta.
    —Fue elegida por gente sin derecho a voto. Lo máximo que puede decir es que fue votada como dirigente del club social del VPL. Si piensa lo contrario, se está aferrando a una ilusión.

    Dama Clytie exhibió una leve sonrisa.

    —El VPL no carece de dientes.
    —No pienso discutir —dijo Egon Tamm—, porque su suerte está echada.
    —¡Tonterías! —rugió dama Clytie—. Sé de buena tinta que tanto la Concesión como la Carta originales se han perdido, y como resultado usted carece de legitimidad.
    —La han informado mal.
    —¿De veras? —rió dama Clytie—. Infórmeme usted, pues.
    —Con mucho gusto. Mi hija Wayness acaba de regresar de la Tierra. Me ha comunicado que Julian ha entrado en posesión de la concesión y la Carta originales.

    Dama Clytie le miró con incredulidad.

    —¿Es eso cierto?
    —Ya lo creo.
    —¡Es una noticia excelente!
    —Pensaba que diría eso —respondió Egon Tamm— pero la historia no termina aquí. Le fueron entregadas sólo después de haber sido sustituidas por una nueva concesión y una nueva Carta, que ya han entrado en vigor. Los documentos de Julian están sellados con la palabra NULO en grandes letras púrpura, y sólo poseen valor como objeto curioso. —Consultó el reloj—. Perdone. Ahora, debo explicar estos hechos a la gente de Stroma.

    Egon Tamm se alejó de dama Clytie, que se había quedado sin habla, cruzó la sala y subió al estrado. Se hizo el silencio en la sala.

    —Seré lo más breve posible —empezó—, aunque tal vez sea la noticia más importante que hayan oído en su vida. Lo esencial es esto: una nueva Carta gobierna la Reserva de Cadwal. Se basa en la antigua Carta, pero es mucho menos ambigua y más específica que la original. Copias del nuevo documento se hallan a su disposición en la mesa de la antesala.

    »¿Cómo y por qué se ha llegado a este desenlace? La historia es complicada, y ahora no voy a contarla.
    »La nueva Carta especifica cierto número de cambios. La extensión de la Estación Araminta aumenta hasta setecientos cincuenta kilómetros cuadrados, aproximadamente. La población permanente también crecerá un poco, pero seguirá limitada a los miembros de la Nueva Reserva, que viene a sustituir a la antigua Sociedad Naturalista. El aparato administrativo será ampliado y reorganizado, pero los seis negociados seguirán ejerciendo sus antiguas funciones.
    »Los actuales habitantes de Stroma y la Estación Araminta pueden unirse a la Nueva Reserva, siempre que asuman ciertas obligaciones. Primero, han de atenerse a lo estipulado en la nueva Carta. Segundo, tendrán que trasladarse a la Estación Araminta. Al principio, se producirá cierta confusión, pero al final cada familia dispondrá de su vivienda propia en una parcela de terreno. La Carta estipula que no habrá más lugar de residencia permanente humano en Cadwal que la Estación Araminta. Pese a los problemas iniciales, Stroma será abandonado.

    Egon Tamm respondió a preguntas durante un rato. El joven de cara sonrosada que le había abordado antes lanzó un grito.

    —¿Qué será de los yips? Supongo que les empujarán hacia el mar, para acabar con sus miserables vidas.
    —La vida de los yips es miserable, en efecto —admitió Egon Tamm—. Les ayudaremos, pero no sacrificaremos la Reserva en el proceso.
    —¿Les sacarán de sus casas como si fueran ganado?
    —Les trasladaremos a sus nuevos hogares, con la mayor dignidad posible.
    —Otra pregunta. Suponiendo que algunos quisiéramos quedarnos en Stroma, ¿nos desalojarían por la fuerza?
    —Probablemente no —contestó Egon Tamm—. Es una cuestión que todavía no nos hemos planteado. Sería mejor que Stroma fuera evacuada antes de un año, pero sospecho que puede morir por agotamiento, a lo largo de una serie de fases aún más espantosas.


    4


    En el salón de su antigua casa, Wayness y sus amigos escucharon los comentarios de Egon Tamm. Cuando terminó, la pantalla se apagó y un pesado silencio cayó sobre la estancia.

    —Estoy confuso y no sé qué pensar —dijo por fin Ivar. Se puso en pie—. Será mejor que me vaya.

    Ivar se marchó. Los demás le siguieron. Wayness se quedó sola. Dedicó unos momentos a contemplar el fuego, después salió de la casa y corrió a la Sala del Consejo. Encontró a Glawen escuchando las protestas de la anciana dama Cabb, que no deseaba abandonar la vieja casa familiar, con su fachada azul oscuro, donde había vivido todos los años de su vida. En sus respuestas, Glawen intentaba combinar comprensión y palabras tranquilizadoras, junto con una explicación de por qué decisiones tan tajantes eran necesarias. Estaba claro, sin embargo, que a dama Cabb le importaba bien poco la dinámica de la historia y sólo deseaba terminar sus días en paz y tranquilidad.

    —Pero ahora parece que, me guste o no, seré arrojada a la calle como un saco de trapos viejos, y mis mejores cosas terminarán en el fondo del fiordo.
    —¡No será así! —protestó Glawen—. Seguro que preferirá su nueva casa a la antigua.

    Dama Cabb suspiró.

    —Tal vez. De hecho, Stroma se estaba poniendo muy mal últimamente, y da la impresión de que soplan vientos muy fríos.

    La mujer se alejó para ir a reunirse con un grupo de amigas.

    —Pues claro que se resiste al cambio. ¿Por qué iba a creerme?
    —Yo te creo —dijo Wayness—. Si otras mujeres se muestran escépticas, me da igual. ¿Piensas quedarte aquí? Si no, te serviré jerez y pastelitos de nuez, y te enseñaré dónde pasé mi niñez.
    —Pensaba que te habías ido con tus amigos.
    —Desertaron y me dejaron con el fuego como única compañía. Creo que las noticias les disgustaron.

    Glawen sólo vaciló un momento.

    —Dama Clytie está sosteniendo una discusión con Bodwyn Wook, que parece interesante, pero casi me la sé de memoria. Diré a mi padre dónde puede encontrarme.

    Glawen y Wayness salieron de la Sala del Consejo. Syrene se había ocultado detrás del acantilado sur; el crepúsculo suavizaba las textura de los espacios abiertos. El espectáculo, pensó Glawen, era de una belleza hechizante.

    Subieron un corto tramo de escaleras hasta el siguiente nivel.

    —He subido y bajado esta escalera miles de veces, o más —dijo Wayness—. Allí está nuestra antigua casa, la de la fachada verde oscuro con las ventanas ribeteadas de blanco. Ésta es la zona más selecta de Stroma. Nuestra familia, como ya sabrás, era de clase alta.
    —¡Asombroso! —exclamó Glawen.
    —¿Por qué?
    —En la Estación Araminta, estas cuestiones se toman muy en serio, y los Clattuc hemos de refrenar constantemente las pretensiones de los Offaw y los Wook, pero pensaba que en Stroma todo el mundo tenía demasiado frío y hambre para preocuparse por la posición social.
    —¡Ja, ja! ¿No recuerdas los comentarios del barón Bodissey? «Para crear una sociedad basada en las diferencias de casta, es suficiente y necesario un mínimo de dos personas».

    Los dos caminaron por la precaria senda.

    —Quizá debería haberlo mencionado antes —dijo a continuación Glawen—, pero creo que alguien nos sigue. La oscuridad me impide ver quién es.

    Wayness se acercó a la barandilla y fingió extasiarse con la amplia panorámica. Escudriñó el camino con el rabillo del ojo.

    —No veo a nadie.
    —Se ha refugiado entre las sombras de la casa marrón oscuro.
    —¿Es un hombre?
    —Sí. Parece alto y muy delgado. Lleva una capa negra y es raudo como un insecto.
    —No conozco a nadie así.

    Los dos llegaron a la residencia familiar de los Tamm. Glawen examinó la fachada verde oscuro, sembrada de adornos blancos y ventanas. La arquitectura, si bien algo recargada y pedante, parecía tan sólo exótica y pintoresca, después de tantos siglos de seriedad.

    Wayness abrió la puerta principal. Los dos entraron y pasaron del vestíbulo al salón, donde les recibió el agradable calor del fuego.

    —Imagino que encontrarás el salón un poco estrecho —dijo Wayness—. Ahora, yo también, pero cuando era pequeña me parecía de lo más normal y muy acogedor, sobre todo cuando las tormentas se desataban en el fiordo. —Se volvió hacia la cocina—. ¿Preparo té, o prefieres jerez?
    —El té ya me va bien.

    Wayness entró en la cocina y volvió con una tetera negra de hierro fundido, que colocó sobre la repisa interior de la chimenea.

    —Nosotros hacemos el té así.

    Agitó el fuego, añadió nuevos pedazos de madera flotante y carbón marino, y llamas verdes, azules y lavanda se elevaron hasta la olla.

    —Ésta es la manera conveniente de hervir agua —explicó Wayness—. Si lo haces de otra forma, la estropeas.
    —Una información muy valiosa —dijo Glawen.

    Wayness removió el fuego con un atizador.

    —Me prometí que no caería en el sentimentalismo si entraba aquí, pero no hago más que recordar cosas. Hay una playa ahí abajo que queda sembrada de pedazos de carbón marino y madera flotante después de una tormenta. El carbón marino es las raíces de una planta acuática, que forma nudos. En cuanto la tormenta despeja, bajamos a la playa para pasar un día en familia, cargar una gabarra y transportarla bajo la ciudad hasta un ascensor.

    En la puerta sonaron los golpes de una aldaba de bronce. Wayness, sobresaltada, miró a Glawen.

    —¿Quién puede ser?

    Se acercaron a la ventana y vieron a un hombre alto y delgado, cuyo rostro ocultaba la capucha de su capa.

    —Le conozco —dijo Glawen—. Es Rufo Kathcar. Le rescaté de Shattorak, junto con mi padre y Chilke. ¿Le abro?
    —No veo por qué no.

    Glawen abrió la puerta. Kathcar, tras echar una furtiva mirada hacia atrás, entró.

    —Tal vez considere teatral mi conducta —dijo, con voz aterrada—, pero me costaría la vida si me vieran con usted.
    —Ummm —dijo Wayness—. Las cosas han cambiado desde que era pequeña. El asesinato estaba estrictamente prohibido. De hecho, recibías una regañina si tan sólo olfateabas a alguien.

    Kathcar esbozó una sonrisa lobuna.

    —Stroma ya no es lo que era. Ahora se toman atajos. Algunas personas muy apasionadas caminan por estos senderos azotados por el viento. Hay una gran distancia hasta el agua, de modo que si un hombre es empujado por encima de la barandilla, tiene tiempo de pensar algunas cosas antes de tocar la superficie.
    —¿Podría considerarse una equivocación su visita? —preguntó Glawen.
    —No le quepa la menor duda, pero como ya sabe, soy un hombre de ideas fijas. Cuando tengo una historia que contar y decido presentar una denuncia, no vacilo ni un instante hasta que todo está consumado.
    —¿Y bien?
    —Hemos de llegar a un acuerdo. Le contaré lo que sé; a cambio, usted me proporcionará un salvoconducto para un lugar que yo elegiré y me pagará veinte mil soles.

    Glawen rió.

    —Está hablando con la persona equivocada. Iré a buscar a Bodwyn Wook.

    Kathcar alzó los brazos en un gesto de desagrado.

    —¿Bodwyn Wook? ¡Jamás! Muerde con los dos lados de su boca a la vez, como una comadreja.
    —Puede contarme todo cuanto guste, pero no me comprometeré a nada.
    —Mientras discutís, prepararé el té. ¿Nos acompaña, Rufo?
    —Con sumo placer.

    Hubo una pausa mientras Wayness servía el té en tazas altas de cristal ambarino.

    —No rompa la copa —indicó Wayness a Kathcar—. De lo contrario, contará su historia a mi abuela, gratis.

    Kathcar gruñó.

    —No puedo evitar una sensación de profunda desilusión. Ahora comprendo que el VPL nunca tuvo nada que ofrecerme, de naturaleza filosófica o de la que sea. ¡Han traicionado mis ideales con el mayor cinismo! ¿Adónde voy a ir? Tengo dos opciones: huir al extremo más apartado de la Extensión Gaénica, o pasarme al bando de los Cartistas, que al menos son moderados y congruentes en sus teorías.
    —¿Ha decidido vender su información y desaparecer? —preguntó con inocencia Wayness.
    —¿Por qué no? ¡Mi información sería barata aun pagando el doble!
    —Debería explicar todo esto a mis superiores —dijo Glawen—. De todos modos, si lo desea, le escucharemos y actuaremos como intermediarios.
    —Y también le informaremos de si la información vale veinte mil soles o nada —añadió Wayness.


    5


    La información de Kathcar se derivaba en parte de conocimiento directo, en parte de sospechas, en parte de deducciones, y en parte de una mezcla de malevolencia y amor propio ofendido. No todo era nuevo o sorprendente, pero el efecto global era de lo más inquietante, en especial la sensación de que los acontecimientos se habían precipitado, hasta adquirir una dimensión más ominosa de lo que sospechaban.

    Kathcar habló en primer lugar de la complicidad de dama Clytie con Smonny, quien era, en efecto, Titus Pompo, Umfau de los yips.

    —Ya he mencionado antes la relación existente entre dama Clytie y Simonetta —dijo Kathcar—. Dama Clytie y el VPL están avergonzados de esta relación y tratan de ocultarla a los habitantes de Stroma, donde sería considerada un descrédito. Smonny es Simonetta Clattuc, por supuesto. Se casó con Titus Zigonie, quien se convirtió en Titus Pompo, Umfau de los yips, aunque Smonny gobierna en la sombra. A Smonny se le da una higa la Reserva. Dama Clytie todavía apoya de palabra la idea, siempre que los seres desagradables hayan sido encerrados en reservas valladas o sujetos con correas, y la peor especie, la que salta sobre uno en la oscuridad, haya sido eliminada.

    »Al principio, tanto los VPL como Smonny se mostraron de acuerdo en su deseo de trasladar a los yips desde el atolón Lutwen a la playa de Marmion, en Deucas, pero sus motivos era diferentes. Smonny quería vengarse de la Estación Araminta, que la había tratado con tanta injusticia y herido en sus sentimientos. Los VPL imaginaban una sociedad idílica de alegres labriegos, entregados por las noches a danzas populares en los ejidos, gobernados por un comité de ancianos bajo la bondadosa tutela del VPL.
    »Ahora, el VPL ha cambiado de postura. Desea dividir las tierras de Deucas en un gran número de condados, cada uno centrado alrededor de una estupenda mansión, con un número limitado de yips como criados. Una tercera parte de los yips sería absorbida por este proyecto. Los restantes serían enviados como aprendices a terratenientes extraplanetarios. Las ganancias se dedicarían a financiar el nuevo sistema. Smonny pasaría a ser uno de los nobles del nuevo territorio. Para el puesto de administradora suprema, dama Clytie ofreció de manera voluntaria su talento, pero Smonny demostró escaso interés por la propuesta, y se puso un poco altiva. Su propia fórmula, según declaró, era la más racional, puesto que era más flexible y cabía esperar que lograría una configuración organizativa óptima al poco tiempo. Era en este campo, sugirió Smonny, donde debían llevarse a cabo los experimentos sociales. En cualquier caso, el proceso evolutivo constituiría un ejercicio absorbente e instructivo.
    »Según me han contado, dama Clytie reaccionó muy mal. Declaró que no deseaba servir de conejillo de Indias en un experimento social cósmico, que sería sin duda tempestuoso y no conduciría al cultivo de las Artes, tales como recitales de poesía, danza expresionista y música por asociación libre, algunos de los géneros en que ella estaba interesada. Smonny se limitó a encogerse de hombros y dijo que esas cosas cuidan de sí mismas.
    »Ahora, han de hacer frente a la nueva Carta, pero sospecho que la considerarán una abstracción absurda e indefendible, y procederán como antes. En el ínterin, las condiciones básicas no han cambiado. Ningún bando posee suficiente capacidad de transporte aéreo para enviar a los yips a tierra firme, con bastante rapidez y en número suficiente para impedir que las patrullas de la Estación Araminta aborten la operación.
    »Lo mismo puede aplicarse a la Estación Araminta. No hay transportes para enviar a los yips fuera del planeta, aunque hubiera un lugar donde les aceptaran y proporcionaran condiciones de vida tolerables.
    »Por lo tanto, los tres bandos enfrentados se encuentran en tablas temporales.

    Kathcar hizo una pausa y paseó la vista entre Glawen y Wayness.

    —Las intrigas no se detienen en este punto, por supuesto.
    —Hasta el momento, su información es interesante, pero no sorprendente —dijo Glawen.

    Kathcar se ofendió.

    —Le estoy dando cuenta de disquisiciones psicológicas complicadas que tal vez no sirven de ayuda, pero son importantes.
    —Es posible, pero Bodwyn Wook me consideraría impertinente si estableciera algún compromiso con usted.
    —Muy bien —gruñó Kathcar—, llame a esos peces gordos, si es necesario, pero adviértales que exijo cortesía y no toleraré la menor muestra de desdén.
    —Haré lo que pueda —contestó Glawen.
    —De todos modos —dijo Wayness con aire pensativo—, piense que las reacciones de Bodwyn Wook son exageradas en ocasiones, y no las controla con facilidad.


    6


    Glawen se topó con Scharde, Egon Tamm y Bodwyn Wook cuando abandonaban la Sala del Consejo. Tras unas pequeñas dificultades les arrancó del Reposo del Cosmonauta y les condujo a la antigua residencia de los Tamm. Explicó que había descubierto una fuente de información acaso importante. Se abstuvo de mencionar el apellido «Kathcar», puesto que Bodwyn Wook había contraído una fuerte aversión hacia el VPL.

    Glawen se detuvo ante la puerta principal y deslizó una cautelosa advertencia.

    —Tal vez nos encontremos al borde de una situación delicada. Todo el mundo ha de utilizar el tacto, sin la menor insinuación de duda o sospecha. —Al observar que Bodwyn Wook arrugaba el entrecejo, se apresuró a continuar—: Estos consejos son sin duda innecesarios, puesto que todos ustedes gozan de un notable autocontrol, sobre todo Bodwyn Wook, cuyo aplomo es famoso.
    —¿Qué demonios intentas decirnos? —preguntó Bodwyn Wook—. ¿Tienes ahí dentro a Julian Bohost, con los pies metidos en el fuego?
    —No caerá esa breva. —Glawen entró con el grupo en el vestíbulo octogonal—. Por aquí, y recuerden: la palabra clave es «aplomo».

    El grupo entró en el salón. Wayness estaba sentada en una de las enormes butacas marrones. Kathcar se encontraba de pie, de espaldas al fuego. Bodwyn Wook paró en seco.

    —¿Para qué desafortunado asunto…? —gritó a pleno pulmón.
    —Creo que todos conocen a este caballero —dijo en voz alta Glawen—, Rufo Kathcar. Ha accedido amablemente a proporcionarnos cierta información, y he prometido que le escucharían con cortesía y atención.
    —La última vez que escuchamos a ese mentiroso… —estalló Bodwyn Wook.

    Glawen habló en voz aún más alta.

    —Kathcar confía en que consideraremos muy valiosa su información. Le dije que las autoridades de la Estación Araminta, y en particular Bodwyn Wook, se distinguían por su generosidad…
    —¡Ja! —gritó Bodwyn Wook—. ¡Eso es una falacia!
    —… y le pagarían un precio adecuado por su información.
    —Si Kathcar nos proporciona una información útil —dijo Egon Tamm—, no sufrirá por ello.

    Al final, convencieron a Kathcar de que repitiera sus comentarios en relación a dama Clytie. Bodwyn Wook escuchó en un hosco silencio.

    Por fin, Kathcar agitó con elegancia su gran manto blanco.

    —Hasta el momento, han escuchado lo que yo llamo «antecedentes». Reflejan mi íntimo conocimiento de lo que ha pasado, y de lo que me he visto obligado a padecer. Confieso mi gran amargura. Mis ideales han sido traicionados, y mi liderazgo ignorado.
    —¡Trágico! Desolador —exclamó Bodwyn Wook.
    —Ahora soy un huérfano filosófico —siguió Kathcar— o, mejor dicho, un mercenario intelectual. Me he quedado sin raíces. No tengo hogar. No…

    Egon Tamm levantó la mano.

    —Necesitamos hechos. Por ejemplo, cuando dama Clytie estuvo por última vez en la Casa del Río, vino acompañada de un tal Lewyn Barduys y su amigo, que se hacía llamar «Flitz». ¿Sabe algo de esa gente?
    —Sí y no —respondió Kathcar.
    —¿Y qué quiere decir eso? —rugió Bodwyn Wook.

    Kathcar examinó a Bodwyn Wook con austera dignidad.

    —Conozco un interesante número de detalles, que ocultan tanto como revelan. Por ejemplo, Lewyn Barduys es un importante magnate del transporte y la construcción. Esta información, por sí misma, carece de significación, hasta que se ensambla con otros hechos, y de ahí surge una pauta. Por ello puedo justificar el pago que me veo obligado a exigir.

    Bodwyn Book dirigió una mirada impaciente de soslayo a Scharde.

    —Parece que se está divirtiendo. No entiendo por qué.
    —Kathcar es como un pescador que hunde un cebo en el agua —dijo Scharde.

    Kathcar asintió con elegancia.

    —Una analogía muy sabia.
    —Sí, sí —gruñó Bodwyn Wook—. Nosotros somos el pobre pez crédulo.
    —Oigamos alguno de estos detalles —se apresuró a continuar Egon Tamm—, con el fin de tasar su valor antes de comprometernos a una cantidad concreta.

    Kathcar sacudió la cabeza, sonriente.

    —Ese acercamiento carece de espontaneidad. El valor de mi información es elevado, y excede en mucho la cifra que tengo en mente.

    Bodwyn Wook lanzó una carcajada estruendosa.

    —No podemos contraer un compromiso tan imprudente —dijo Egon Tamm—. Es capaz de pedir diez mil soles, o más.

    Kathcar enarcó sus cejas negras en señal de reproche.

    —¡Hablo con absoluta sinceridad! Mi esperanza es establecer confianza entre nosotros, así como una auténtica camaradería, en que todo el mundo dé lo máximo y reciba en función de sus necesidades. En estas circunstancias, unos pocos miles de soles son triviales, o incluso desdeñables.

    Se hizo el silencio.

    —Quizá será tan amable de revelar otros datos, mientras sopesamos su propuesta —dijo Egon Tamm al cabo de un momento.
    —Encantado —afirmó Kathcar—. Aunque sólo sea para dejar clara mi buena fe. Considero que Barduys y Flitz forman una pareja interesante. Su relación es curiosamente formal, pese a que viajan juntos. ¿La verdadera naturaleza de su relación? Quién sabe. Flitz hace gala de una fachada inhabitual; es taciturna, fría, escasamente educada, y no cae bien al instante, pese a sus soberbios atractivos físicos. En una cena ofrecida por dama Clytie, Julian desvió la conversación hacia las bellas artes, e insistió en que, a excepción de Stroma, Cadwal era un desierto cultural.

    »Barduys preguntó: “¿Y la Estación Araminta?”.
    »“Un curioso superviviente de las eras arcaicas”, contestó Julian. “¿Arte? Es una palabra desconocida”.
    »Julian se alejó para contestar a otra pregunta. Cuando regresó, Flitz se había dirigido al lado opuesto de la sala, donde se había sentado para contemplar el fuego.
    »Julian se quedó perplejo. Preguntó a Barduys si había dicho algo que hubiera podido ofender a Flitz. Barduys respondió: “Es que Flitz no puede tolerar el aburrimiento”.
    »Dama Clytie demostró estupefacción. “Estábamos hablando de arte. ¿Acaso no le interesa ese tema?”.
    »Barduys replicó que las ideas de Flitz eran poco ortodoxas. Por ejemplo, admiraba los albergues rurales de Deucas, que habían sido creados por los habitantes de la Estación Araminta. “Estos albergues aislados son auténticas formas de arte”, dijo Barduys, y a continuación explicó que el visitante experimentaba la sensación de que eran lugares únicos en su género.
    »Julian se quedó boquiabierto. Sólo fue capaz de emplear la burla. “¿Albergues rurales? Estamos hablando de arte”.
    »“Nosotros también”, replicó Barduys, y cambió de tema. —Kathcar paseó la vista por el salón—. Fue un incidente de lo más extraordinario. Les revelo esta información gratis, en pro de la cooperación y la confianza mutuas.

    Bodwyn Wook se limitó a gruñir.

    —¿Qué más puede decirnos sobre ese par?
    —Muy poco. Barduys es un hombre práctico, tan impenetrable como el acero. Flitz es propensa a sumirse en la introspección, y adopta una actitud distante, incluso hosca. Un día, dediqué una hora a obsequiarla con mis más exquisitas galanterías, pero no me hizo el menor caso, y al final me sentí desairado.
    —Un episodio lamentable —dijo Egon Tamm—. ¿Averiguó qué estaba haciendo en Stroma?

    Kathcar meditó su respuesta.

    —Esa pregunta es bastante cara, y me reservaré la contestación. —Contempló el fuego—. Recuerdo que Julian sugirió en broma que Barduys contratara a yips para su empresa de construcción. Barduys replicó que ya había probado el experimento, y su tono dio a entender que los resultados no habían sido satisfactorios. Julian preguntó si había tratado con Namour, y Barduys respondió: «Sólo una vez…, y nunca más».
    —¿Dónde está Namour ahora? —preguntó Scharde.
    —No lo sé. No disfruto de la confianza de Namour. —El tono de voz de Kathcar adquirió un timbre cortante, mientras se removía inquieto—. Sugiero que ustedes…
    —¿Eso es todo cuanto puede decirnos? —le interrumpió Bodwyn Wook.
    —¡Por supuesto que no! ¿Me toma por idiota?
    —Ésa es otra cuestión. Le ruego que continúe.

    Kathcar meneó la cabeza.

    —Hemos llegado al punto crucial. Lo que queda debe ser considerado mercancía valiosa. Ya he expuesto mis condiciones; han de asegurarme que las aceptan.
    —No recuerdo haber oído sus exigencias exactas —rezongó Bodwyn Wook—, ni que usted haya insinuado la información que aún calla.
    —En cuanto a mis honorarios, quiero veinte mil soles, pasaje para un planeta de mi elección y protección hasta que despegue. En cuanto a la información, el precio es equivalente a su valor.

    Bodwyn Wook carraspeó.

    —Vamos a estipular que los honorarios de Kathcar serán exactamente calculados según el valor de su información, que será tasado por un comité imparcial cuando se conozcan todos los datos. Bien, Kathcar, hable con toda libertad. Ya tiene su garantía.
    —¡Esto es absurdo! —clamó Kathcar—. ¡Es ahora cuando necesito fondos y seguridad!
    —Es posible, pero sus exigencias son desmedidas.
    —¿Es que le importa un bledo su reputación? —estalló Kathcar—. ¡Su nombre ya es sinónimo de tacañería! ¡Ahora tiene la posibilidad de redimirse! Le animo a que aproveche la oportunidad, por mi bien y el de usted.
    —Ah, pero la cifra es demasiado elevada.
    —Veinte mil soles es una fruslería por lo que puedo decirle.
    —Veinte mil soles es una cantidad impensable.
    —¡Para mí, no! ¡No me cuesta nada imaginarla!
    —Lo mejor es designar a un arbitro.
    —¿Y quién será el arbitro?
    —Ha de ser una persona de altísima moralidad y penetrante inteligencia —respondió en tono mesurado Bodwyn Wook.
    —¡Estoy de acuerdo! —exclamó Kathcar con fervor inesperado—. ¡Nombró a Wayness Tamm!
    —Ummm —gruñó Bodwyn Wook—. Yo pensaba en mí.
    —Deliberaremos al respecto —dijo con cautela Egon Tamm—, y le daremos nuestra respuesta a última hora de la noche.
    —Como deseen —respondió Kathcar—. Tal vez quieran reflexionar también sobre otros asuntos, como Smonny y sus correrías. A veces, se la encuentra en Yipton; en otras, se ocupa de sus negocios en lugares insólitos, como Soum, Rosalia, Traven, o incluso la Vieja Tierra. ¿Cómo va y viene sin que nadie se entere?
    —No lo sé —reconoció Egon Tamm—. ¿Lo sabe usted, Scharde?
    —No.
    —Ni yo —añadió Bodwyn Wook—. Supongo que el yate espacial Clayhacker de Titus Pompo baja, la recoge y desaparece.
    —En ese caso, ¿por qué nunca lo detectan sus vigías?
    —No lo sé.

    Kathcar rió.

    —Es un verdadero misterio.
    —¿Que usted puede aclarar? —insinuó Bodwyn Wook.

    Kathcar se humedeció los labios.

    —No he afirmado tal cosa. Quizá debería consultar con su amigo Lewyn Barduys, quien también podría dedicarse a especular. Ya he dicho bastante. Su autodenominada agencia de investigación, el Negociado B, parece extrañamente inepta; no pretenderá que cargue sobre mis espaldas todo el peso de sus deficiencias.
    —En cualquier caso —repuso con frialdad Bodwyn Wook—, está usted sujeto a la ley gaénica y debe informar de toda actividad ilegal, so pena de enfrentarse a una acusación por conspiración criminal.
    —¡Ja, ja! —se burló Kathcar—. Primero, tendrá que demostrar que conozco las respuestas a las preguntas que usted no sabe contestar.
    —Si tiene prisa por abandonar Stroma —dijo Egon Tamm—, acuda mañana a despedirnos y podrá acompañarnos.
    —Entonces, ¿no me garantizan el pago?
    —Hablaremos del asunto esta noche —replicó Egon Tamm.

    Kathcar reflexionó un momento.

    —No es suficiente. Quiero la respuesta, sea cual sea, dentro de una hora. —Kathcar se encaminó a la puerta, donde se detuvo y miró atrás—. ¿Van a volver al hostal?
    —Exacto —dijo Bodwyn Wook—. Pese a todo, me muero de hambre, y tengo la intención de cenar como un caballero.

    Kathcar le dedicó una sonrisa lobuna.

    —Recomiendo el costillar de cordero al horno y el pescado verde, aunque la sopa siempre vale la pena. Nos encontraremos en el hostal dentro de una hora.

    Kathcar abrió la puerta, miró a derecha e izquierda, pese a que la luz de las estrellas apenas iluminaba el camino. Tranquilizado, se fundió con la oscuridad y desapareció.

    Bodwyn Wook se puso en pie.

    —El cerebro trabaja mejor cuando el hambre no lo distrae. Volvamos al hostal. Allí, con las narices sobre la sopa, decidiremos sobre este asunto.


    7


    El grupo se sentó a una mesa del comedor del hostal. Pocos momentos después, la enorme forma del director Ballinder apareció en la puerta. Su imponente cara redonda, nunca risueña, por culpa del áspero cabello negro, la barba negra y las indisciplinadas cejas negras, parecía más hosca que nunca. Cruzó la sala, tomó asiento y habló a Egon Tamm.

    —Si su anuncio pretendía despejar todas las dudas, ha fracasado. Las preocupaciones son más perentorias que antes. Todo el mundo quiere saber cuándo ha de abandonar Stroma, y si le espera una espléndida mansión o una tienda de campaña entre animales salvajes. Todo el mundo se pregunta cómo van a ser transportados ellos y sus pertenencias, dónde y cuándo.
    —Nuestros planes todavía no están perfilados por completo —contestó Egon Tamm—. Todos los cabezas de familia se apuntarán en una lista. Serán trasladados por orden a alojamientos temporales, y después a los definitivos, que podrán escoger. Será un cambio sencillo y exento de complicaciones, a menos que los VPL les calienten los cascos, lo cual provocará más problemas de traslado.

    El director Ballinder frunció el ceño, con aire dubitativo.

    —Podría ir rápido, o lento. Calculo entre cien y ciento cincuenta familias, quinientas o seiscientas personas en la primera lista. Esta cifra representa a los Cartistas. Existe un número similar de devotos VPL y otro número equivalente de elementos neutrales, que esperarán hasta que no les quede otra alternativa, y tendremos que lidiar con ellos por separado.

    Kathcar entró en la sala. Se encaminó a grandes zancadas hacia una mesa situada junto a la pared, sin mirar a ningún lado. Se sentó, llamó a un camarero y pidió sopa de pescado. Cuando le sirvieron, cogió la cuchara, se inclinó sobre el cuenco y comió con avidez.

    —Kathcar ya ha llegado —anunció Scharde—. Será mejor que empecemos nuestras deliberaciones.
    —Bah —murmuró Bodwyn Wook—. ¿Tanta falta hace dorar la píldora?
    —Si la pregunta se reduce a su esencia, se convierte en: ¿podemos permitirnos correr un riesgo tan extremado? El dinero parece una cuestión secundaria.
    —¿Puedo saber lo que está pasando, o no? —preguntó el director Ballinder.
    —Ha de mantener esto en secreto —dijo Egon Tamm—. Kathcar quiere vender información importante por veinte mil soles. Está muy asustado.
    —Ummm. —El director Ballinder reflexionó—. Cabe recordar que Kathcar es ayudante, o secretario, de sir Denzel Attabus, de quien los VPL han extraído grandes sumas de dinero, si mi información es fidedigna.
    —La idea de que Kathcar sabe algo que nosotros no —dijo poco a poco Scharde— empieza a ser ominosa, sobre todo cuando valora la información en veinte mil soles.

    Bodwyn Wook frunció el ceño, pero no dijo nada.

    Al otro lado de la sala, un joven robusto y obeso, casi cuadrado, de cara redonda y mofletuda, espeso cabello negro, fiero bigote negro y ojos gris claro se había acercado a la mesa de Kathcar. Éste levantó la vista de su sopa, muy irritado por la intrusión. No obstante, el joven habló con gran énfasis, y Kathcar enarcó las cejas al cabo de un momento. Bajó la cuchara, se reclinó en el asiento, y sus ojos negros centellearon.

    Scharde preguntó al director Ballinder la identidad del acompañante de Kathcar.

    —Es Roby Mavil, un VPL acérrimo —contestó el director—. Es un dirigente y ocupa un puesto en lo que ellos llaman el directorio. Julian Bohost le supera en rango, pero por muy poco.
    —No parece un fanático.

    Ballinder gruñó.

    —Mavil es un conspirador nato. Le gusta intrigar por puro placer. No se puede confiar en él. Dentro de un momento se acercará a nuestra mesa, para congraciarse con nosotros.

    Pero el director Ballinder se equivocó, porque Roby Mavil se alejó de la mesa de Kathcar y salió de la sala.

    —¿Qué dice de Kathcar? —preguntó Glawen a Bodwyn Wook—. ¿Piensa aceptar sus condiciones?

    Los epítetos de Kathcar y la sensación incordiante de que se le estaban escapando irremediablemente las oportunidades habían puesto fuera de sí a Bodwyn Wook.

    —Si Kathcar me hablara de la Tercera Venida de San Jasmial, gratis y sin el menor cargo, aún consideraría la noticia demasiado cara, aunque fuera cierta.

    Glawen calló. Bodwyn Wook estudió su expresión unos instantes.

    —¿Tú pagarías el dinero?
    —Kathcar no es estúpido. Sabe el valor de lo que puede decirnos.
    —¿Le dejarías ser el único juez de su valor?
    —No hay otra alternativa. Aceptaría sus condiciones, le escucharía y le pagaría el dinero. Después, si el material fuera trivial o me sintiera estafado, encontraría alguna forma de recuperar el dinero.
    —Ummm. —Bodwyn Wook asintió—. Es una idea digna de mí, del Negociado B y del Superintendente del Negociado B. Egon Tamm, ¿cuál es su opinión?
    —Yo voto que sí.
    —¿Scharde?
    —Sí.

    Bodwyn Wook se volvió hacia Glawen.

    —Puedes comunicarle nuestra decisión.

    Glawen se puso en pie, y luego paró en seco.

    —¡Se ha ido!
    —¡Su conducta es inaceptable! —estalló Bodwyn Wook—. ¡Nos hace una propuesta, y después nos viene con jugarretas insolentes! ¡Le considero un hombre sin honor! —Hizo un gesto airado—. ¡Encuentra a ese hombre! Explícale que no vamos a permitir que rescinda el contrato. ¡Deprisa, cógele! ¡No habrá ido muy lejos!

    Glawen salió a la carretera y miró a derecha e izquierda. El acantilado se alzaba a un lado; el espacio oscuro se extendía hacia el otro, surcado por susurrantes corrientes de aire.

    Glawen avanzó cien metros cuesta arriba, pero no vio a nadie. Arriba y abajo, tenues luces amarillas salpicaban los lados del acantilado.

    Estaba claro que la búsqueda de Kathcar no daría ningún resultado. Glawen volvió al hostal. Vio en el bar al director Ballinder, que hablaba animadamente con un joven de barba roja, el mismo que le había abordado antes al borde del acantilado. El joven hablaba con vehemencia apasionada; el director Ballinder se erguía con la cabeza inclinada hacia adelante.

    Glawen dio media vuelta, entró en el comedor y ocupó su silla anterior.

    —¿Y Kathcar? —preguntó con brusquedad Bodwyn Wook.
    —Ni rastro de él, ni de nadie.

    Bodwyn Wook gruñó.

    —Volverá dentro de unos momentos, sonriente y cínico, y ofrecerá un precio muchísimo más bajo. ¡Ya verás como tengo razón! ¡Jamás me someto a la extorsión!

    Glawen no dijo nada. Wayness se puso en pie de un salto.

    —Telefonearé a su casa.

    Volvió al cabo de pocos segundos.

    —Nadie contesta. He dejado un mensaje urgente.

    El director Ballinder regresó del bar, acompañado por el joven de la barba roja.

    —Les presento a Yigal Fitch —dijo el director Ballinder—. Es abogado. Hace una hora, sir Denzel le llamó, al parecer para redactar algún tipo de documento legal. Fitch llegó a casa de sir Denzel, justo a tiempo de ver que el hombre caía desde lo alto y se precipitaba al espacio. Fitch se quedó horrorizado. Miró hacia arriba, para ver quién había empujado a sir Denzel. No vio a nadie, pero tuvo miedo de investigar y vino corriendo hacia aquí. He telefoneado a casa de sir Denzel. La doncella no sabía nada, salvo que sir Denzel ya no estaba en la mansión. A menos que sir Denzel «haya aprendido a volar», como dice la frase popular, ha muerto.



    Capítulo 2
    1


    Por la mañana, poco antes de regresar a la Estación Araminta, Egon Tamm habló por segunda vez a la gente de Stroma. Los comentarios de su hija Wayness habían influido en su decisión.

    —Tus declaraciones fueron claras y concisas, pero estuviste demasiado estirado, y en absoluto cordial —le había dicho.
    —¿Cómo? —Egon Tamm se quedó sorprendido y algo picado—. Hablé como Conservador, de quien se espera un mínimo de dignidad. ¿Tenía que haber contado chistes y bailado una jiga?
    —Por supuesto que no, pero no hacía falta que te pusieras tan amenazador. Algunas ancianas piensan que planeas encerrarlas en un campamento penal.
    —¡Eso es absurdo! Estaba hablando de un tema muy serio; intenté abordarlo con la seriedad apropiada.

    Wayness se encogió de hombros.

    —Estoy segura de que tú sabes más de esto que yo, pero estaría muy bien que volvieras a hablar para explicar a todo el mundo que la Estación Araminta es un lugar mucho más confortable y agradable que Stroma.

    Egon Tamm reflexionó.

    —No es una mala idea, sobre todo porque hay uno o dos puntos que me gustaría sacar a colación de nuevo.

    Para su segunda comparecencia ante los habitantes de Stroma, Egon Tamm intentó dar la impresión de que su temperamento era amable y tolerante, como sucedía en realidad. Vistió prendas de calle y habló desde la desordenada oficina del director Ballinder, medio inclinado sobre la mesa, en una postura que juzgó informal, incluso desenvuelta. Sus facciones, regulares, austeras y algo melancólicas, representaban un problema, pero se esforzó por componer una expresión cordial y amable. Empezó su discurso.

    —Anoche me dirigí a ustedes sin indicación previa de lo que iba a decir. Quizá fui demasiado tajante y mi mensaje les sobresaltó un poco. Por lo tanto, creo que deben tener a su disposición los hechos al desnudo. Ahora, todo el mundo entiende la fuerza de la Carta y la continuidad de la Reserva. No deben existir equivocaciones, malentendidos o engaños.

    »No vamos a minimizar los inconvenientes que padecerán, pero las compensaciones son importantes. Cada familia recibirá una vivienda situada en una de cuatro comunidades, o una parcela de tierra cultivable en el campo. La primera comunidad correrá a lo largo de la playa sur de la Casa del Río. La segunda estará situada en las colinas al oeste de la estación. La tercera rodeará una cadena de cuatro lagos circulares al oeste y norte de la Casa del Río. La cuarta estará contigua a la propia Estación Araminta, al sur de Wansey Way, al otro lado del río Wann. Cada casa se ubicará en un terreno de, como mínimo, una hectárea. Las familias podrán adecuar el diseño de su casa a sus necesidades, dentro de unos límites razonables. Estamos ansiosos por evitar la uniformidad. Si alguien quiere una vivienda más exquisita, deberá pagarse la construcción, con nuestra bendición. No abrigamos la ambición de estratificar nuestra sociedad según niveles de prestigio, riqueza o altura intelectual, pero no impondremos el igualitarismo a personas cuyos instintos les impulsen en otra dirección.
    »Apúntense en la lista lo antes posible, aunque sólo sea porque la información Araminta no funcionará como una comunidad de retiro interplanetaria. Todo el mundo capacitado trabaja para la reserva, de una forma u otra.
    »En general, esto es lo que pueden esperar. El primero que se apunte en la lista será el primero en elegir sitio, aunque creo que todo el mundo, del primero al último, quedará complacido de sus nuevas circunstancias.

    Egon Tamm se alejó del escritorio, miró a la cámara y sonrió.

    —Confío en haber aliviado en parte la angustia que pudieron sentir al oírme anoche. Recuerden que deben obedecer la ley, o sea, la Carta. De lo contrario, incurrirán en las penas habituales por comportamiento ilegal, medida que no ha de sorprender a nadie.

    Egon Tamm y su grupo ascendieron desde el despacho a la terminal aérea, acompañados por diversos habitantes de la ciudad. Rufo Kathcar no estaba presente, ni apareció antes de que el grupo partiera hacia la Estación Araminta.


    2


    Tres días después, Glawen fue convocado al cuartel general del Negociado B, situado en la segunda planta de la Nueva Agencia, al final de Wansey Way. Se presentó ante Hilda, el indomable virago que durante incontables años había protegido a Bodwyn Wook de visitantes y demás intrusos. Advirtió a regañadientes la presencia de Glawen e indicó el banco donde esperaría los cuarenta minutos acostumbrados, más o menos, «para deshinchar un poco su ego Clattuc».

    —Creo que el Supervisor desea verme cuanto antes —dijo Glawen con educación—. Al menos, ésa es mi impresión.

    Hilda imprimió a su cabeza una terca sacudida.

    —Tu nombre no está en la lista y él se encuentra muy ocupado en este momento. Tal vez pueda dedicarte unos minutos más tarde. Mientras esperas, prepara tu exposición para que sea coherente y sucinta. Bodwyn Wook echa a cajas destempladas a los niñatos que tartamudean, farfullan y le hacen perder el tiempo.
    —Dejando esto de lado, será mejor que le informe de mi presencia, de lo contrario…
    —¡Lo que sea, lo que sea! ¡«Paciencia» no ha existido jamás en el vocabulario Clattuc! —Hilda tocó un botón—. Glawen Clattuc está aquí, loco de ira. ¿Quiere recibirle, pese a su vil comportamiento?

    Los contundentes comentarios de Bodwyn Wook martillearon en el altavoz.

    Hilda escuchó un momento, enarcó las cejas y se volvió hacia Glawen.

    —Entra ahora mismo. Está irritado por tu letárgica manera de reaccionar a sus llamadas.

    El encontronazo se había resuelto con bastante facilidad. Glawen entró en el despacho interior.

    Bodwyn Wook giró en su butaca de respaldo alto, la cual subrayaba su corta estatura[5]. Saludó a Glawen con un brusco ademán e indicó una silla.

    —Siéntate.

    Glawen obedeció en silencio.

    Bodwyn Wook se reclinó en la butaca y enlazó los dedos sobre su estómago pequeño y redondo. Hasta el momento, no había dado señales de guardar resentimiento en relación con el comportamiento recalcitrante de Glawen en el hostal de Stroma. De todos modos, Bodwyn Wook era retorcido, y tenía una memoria prodigiosa. Inspeccionó a Glawen unos momentos con sus ojos amarillos de espesas pestañas. Glawen esperó con pasividad. Sabía que Bodwyn Wook gustaba de sorprender a sus subordinados, basándose en la teoría de que unos pequeños sobresaltos ayudaban a mantenerlos alertas. Pese a todo, el comentario inicial de Bodwyn Wook pilló desprevenido a Glawen.

    —Tengo entendido que piensas casarte.
    —Ése es el plan.

    Bodwyn Wook asintió.

    —No dudo de que habrás tenido en cuenta todos los consejos pertinentes al respecto.

    Glawen contempló con suspicacia el rostro bondadoso.

    —Todo lo necesario, que no era mucho.
    —Muy bien. —Bodwyn Wook se reclinó en la butaca y clavó la vista en el techo. Su voz adoptó un tono pedante—. El tema del matrimonio ha dado pie a miles de mitos. No es un tema trivial. Como institución, debe de ser anterior a la historia de la raza gaénica. Mucho tiempo y esfuerzos se han dedicado al tema, tanto en estudios teóricos como en la investigación práctica de varios cuatrillones de seres humanos. La conclusión parece apuntar a que la institución carece de una lógica inherente y que muchos de sus aspectos son arbitrarios sin necesidad. En cualquier caso, el sistema persiste. Unspiek, barón Bodissey, ha señalado que, de no ser por la institución del matrimonio, la evolución no habría diferenciado los sexos con tanto esmero amoroso.

    Glawen se preguntó hacia dónde se dirigiría la conversación. En el Negociado B, cuando un agente era llamado al despacho interior, el nivel discursivo de Bodwyn Wook se consideraba una medida de la dificultad de la tarea que iba a asignar. Glawen sintió una punzada de inquietud. Jamás había asistido a una exhibición verbal tan caprichosa de su superior.

    Que aún no había terminado.

    —Según recuerdo, Wayness nació en Stroma —musitó Bodwyn Wook, sin desviar la vista del techo.
    —Exacto.
    —Nuestros problemas en Stroma, junto con los del atolón Lutwen, son muy graves. Wayness se sentirá implicada personalmente.
    —Sobre todo, desea que el asunto se resuelva con rapidez y sin causar aflicciones, de acuerdo con la Carta.
    —Como todo el mundo —afirmó Bodwyn Wook—. No podemos permitir más escaqueos; todos hemos de arrimar el hombro.

    «Ajá —pensó Glawen—. Ya nos acercamos al punto».

    —¿Ya ha decidido dónde debo arrimarlo yo?
    —En cierta manera, sí. —Reordenó los papeles que cubrían su escritorio—. Nuestro coloquio con Rufo Kathcar fue un fracaso. Nadie fue comprensivo. Tú estuviste tan horrible como un pez muerto, Scharde se mostró cáustico, Egon Tamm no ocultó sus dudas y yo exageré mi distanciamiento. En conjunto, no estuvimos a la altura de las circunstancias, y la oportunidad se esfumó.

    Glawen miró por la ventana hacia el río Wann. Bodwyn Wook le observó con atención, pero Glawen no permitió que ni un solo tic alterara la serenidad de su expresión.

    Bodwyn Wook, satisfecho en apariencia, se relajó en su butaca. Había recompuesto los acontecimientos en lo que sería, a partir de aquel momento, la versión oficial.

    —Esta mañana decidí reanudar los contactos con Kathcar. A este fin llamé al director Ballinder, quien me informó de que nadie había visto a Kathcar desde hacía varios días. Por lo visto, se ha recluido.
    —Puede que haya otra explicación.

    Bodwyn Wook asintió con brusquedad.

    —El director Ballinder está investigando el asunto.

    Glawen no tenía el menor deseo de volver a Stroma, para encontrar a Kathcar o por el motivo que fuera. Wayness y él estaban muy ocupados con los planos de la casa que construirían después de casarse, una actividad de lo más interesante.

    Bodwyn Wook prosiguió.

    —Ahora, debemos aprovechar todas las migajas que hemos ido recogiendo. Kathcar insinuó mucho, pero dijo poco. Mencionó los nombres «Lewyn Barduys» y «Flitz». Parece que Barduys se dedica a la industria del transporte. Smonny y el VPL desean transportes para trasladar a tierra a los yips. Barduys puede proporcionar dicho transporte; por tanto, es un hombre popular, tanto como difícil de encontrar, lo cual, evidentemente, prefiere.
    —¿Posee la CCPI alguna información?
    —Carece de antecedentes criminales. El actual Directorio Industrial Gaénico le cita como principal accionista de varias empresas. Construcciones L-B, Span Transit, Transportes de Carga Rhombus, y tal vez otras. Es un hombre muy rico, pero no se deja ver.
    —No es invisible. Alguien ha de saber algo sobre él.

    Bodwyn Wook asintió.

    —Eso nos conduce al tema de Namour, que proporcionó a Barduys una brigada de obreros yips.
    —Parece un negocio complicado —dijo Glawen, con voz apagada. Quien se ocupara del caso tendría poco tiempo para actividades particulares, como descubrir el emplazamiento ideal para una casa nueva, y tomar toda clase de decisiones interesantes.
    —En efecto. Namour llevó a la mayoría de sus aprendices yips a Rosalia. Barduys no está incluido en la lista de rancheros de Rosalia, lo cual puede significar mucho o nada.
    —Debería preguntar a Chilke. Pasó cierto tiempo en Rosalia.
    —Buena idea. Bien, al grano. Tú pareces especialmente apto para estos casos extraplanetarios…
    —¡De ninguna manera! ¡Sólo lo parece! He escapado por un pelo a la muerte una docena de veces. Es un milagro…

    Bodwyn Wook alzó una mano.

    —La modestia es rara en los Clattuc, y tú la personificas. Sin embargo, casi me inclino a buscar un motivo ulterior.

    Glawen no encontró nada que decir. Bodwyn Wook prosiguió.

    —El potencial humano del Negociado B está aprovechado hasta el límite, a causa de las continuas patrullas e inspecciones, de modo que son los agentes de menor rango como tú quienes han de ocuparse de los casos importantes.

    Glawen meditó un momento.

    —Si me ascendiera, habría solucionado la mitad de su problema.
    —Todo a su tiempo. Ascensos rápidos crean malos oficiales; una doctrina probada y verdadera, válida a lo largo de los siglos. Una maduración apropiada, de unos ocho años, o mejor, diez, repercutirá en tu beneficio.

    Glawen se abstuvo de hacer comentarios. Bodwyn Wook continuó.

    —Pese a todo, te confiaré esta investigación. Tendrás que viajar fuera del planeta, por supuesto. Dónde, no puedo predecirlo. No olvides que has de buscar a Barduys y Namour, aunque Barduys es tu principal objetivo. Será fácil localizarle mediante sus relaciones comerciales. Menciono a Namour porque Barduys y las cuadrillas de obreros yips pueden proporcionar una pista sobre el paradero de Namour. Es natural pensar en el planeta Rosalia y el rancho Valle de las Sombras a este respecto. Has de ser cauteloso con Namour; es un asesino despiadado y pleno de recursos. En la Estación tiene muchas cuentas pendientes, y no se someterá con docilidad. De hecho, según los rumores, viaja con una banda de asesinos sanguinarios. En cualquier caso, serás inexorable con él y le detendrás conforme a lo establecido por el Negociado B.
    —¿Solo?
    —¡Desde luego! No olvides nunca que en tu persona reside toda la fuerza y virtudes del Negociado B.
    —Muy bien, señor. Recordaré ese punto. De todos modos, mi muerte no solucionará sus problemas personales.

    Bodwyn Wook se retrepó en la silla y contempló a Glawen con frialdad.

    —Posees algunas cualidades valiosas, paciencia y perseverancia entre ellas, que te convierten en un agente competente, pero sospecho que tu atributo más valioso es la suerte. Por este motivo, dudo que te maten o dejen lisiado. Tu matrimonio aún será viable cuando regreses…, siempre que no te ausentes demasiado tiempo.
    —Casi siento pena por Namour, cuando le ponga las manos encima —murmuró Glawen.

    Bodwyn Wook hizo caso omiso del comentario.

    —Preséntate aquí mañana a las nueve para recibir las instrucciones finales. Por la tarde, abordarás el Vagabundo de Mircea, que te conducirá al empalme de Soumjiana.


    3


    Al día siguiente, cinco minutos antes de mediodía, Glawen llegó a las oficinas del Negociado B. Se presentó ante Hilda, que echó un vistazo lánguido a la lista. Meneó la cabeza.

    —En este momento está reunido; tendrás que esperar a que acabe.
    —Haga el favor de decirle que le espero —contestó Glawen—. Ordenó que me presentara a mediodía en punto.

    Hilda habló a regañadientes por el interfono, y emitió un bufido de desaprobación cuando oyó la enfática respuesta de Bodwyn Wook. Agitó la cabeza en dirección a la puerta.

    —Dice que puedes entrar.

    Glawen entró en el despacho. Bodwyn Wook no estaba solo. A un lado estaba sentado Eustace Chilke. Glawen paró en seco, desconcertado. Chilke le saludó con la mano y sonrió con timidez, como si reconociera la incongruencia de su presencia en el despacho de Bodwyn Wook.

    Chilke había nacido en Idola, en la Gran Pradera de la Vieja Tierra. A una edad muy temprana, la atracción por lugares lejanos se le había antojado irresistible, y había partido a explorar los planetas de la Extensión Gaénica. Los años pasaron, y Chilke vagó de un lado a otro. Visitó extraños paisajes y ciudades exóticas, donde comió guisos peculiares y durmió en camas fuera de lo común, a veces en compañía de misteriosas desconocidas. Trabajó en muchos empleos y adquirió una inusual variedad de habilidades. Al llegar a la Estación Araminta, descubrió un entorno amable y descansó. Ahora, trabajaba en la terminal aérea, donde el importante título «Director de Operaciones Aéreas» aumentaba su estipendio, relativamente modesto.

    Chilke, rebasada ya su primera juventud, era de mediana estatura y constitución robusta, inocentes ojos azules y cabello rubio corto y rizado. Sus facciones eran contundentes y algo oblicuas, que le daban un aire de graciosa perplejidad, mezclado con un mudo reproche a las tribulaciones que tanto habían abundado en su vida. Sentado ahora en el despacho de Bodwyn Wook, parecía muy tranquilo y en su ambiente.

    Glawen se sentó y trató de adivinar el estado de ánimo de Bodwyn Wook. Las señales no eran tranquilizadoras. Estaba sentado muy tieso en el borde de la butaca, y bizqueaba mientras ordenaba los papeles diseminados sobre su escritorio. Dirigió una penetrante mirada a Glawen y habló por fin.

    —He hablado largo y tendido con el comandante Chilke. Ha sido un útil ejercicio.

    Glawen recibió el comentario con un asentimiento. Podría haber señalado que el título correcto de Chilke era «director», pero Bodwyn Wook no le habría agradecido la corrección.

    —He comprobado que Eustace Chilke es un hombre muy competente, con una amplia experiencia. Tengo entendido que compartes dicha opinión.
    —Sí, señor.
    —Ayer te expresaste con timidez sobre la perspectiva de llevar a cabo una misión extraplanetaria solo.
    —¡Cómo! —exclamó Glawen, perdiendo su pasividad—. ¡De ninguna manera!

    Bodwyn Wook le estudió con los ojos entornados.

    —¿No expresaste esa falta de confianza?
    —¡Dije que dudaba de poder capturar solo a Namour y su banda de criminales!
    —Es lo mismo. Me has convencido de que, para esta misión específica, se necesitan dos agentes. —Se reclinó en la silla y juntó las yemas de los dedos—. Eustace Chilke, además de sus otras cualificaciones, conoce bien el planeta Rosalia, que quizá figure en la investigación. Por lo tanto, me complace anunciar que ha accedido a participar en la misión. No irás solo, como temías.
    —Me encantará trabajar con Chilke —dijo Glawen.

    Bodwyn Wook continuó.

    —Es importante que los dos estéis investidos de autoridad oficial. Por tanto, he concedido a Chilke pleno estatus de agente del Negociado B, y la consiguiente acreditación ante la CCPI.

    Glawen empezó a sentirse perplejo.

    —¿No cree que Chilke es demasiado viejo para iniciar la rutina de la agencia? ¿Le ha hablado de los cuatro años de entrenamiento básico y de todos los programas de especialización?
    —Las capacidades únicas de Chilke nos permiten saltarnos el reglamento. No debe sufrir una merma en su salario, así que ha sido ascendido a un rango de nivel salarial adecuado. El rango que Chilke se ha ganado es el de subcomandante, un grado intermedio entre capitán y comandante.

    Glawen se quedó boquiabierto. Se volvió y miro a Chilke, que se encogió de hombros y sonrió. Glawen se volvió hacia Bodwyn Wook.

    —Si Chilke es nombrado subcomandante, mandará sobre un capitán, como yo, por ejemplo.
    —Es cierto, desde luego.
    —Y si vamos juntos en una misión, el subcomandante Chilke será el oficial al mando.
    —Eso es inherente al concepto de rango.
    —¿Recuerda que ayer sugerí un ascenso, y me dijo que necesitaba otros diez años de maduración?
    —¡Por supuesto que me acuerdo! —replicó Bodwyn Wook—. ¿Me consideras senil?
    —¿Y hoy, en lugar de diez años, bastan diez minutos de maduración para Eustace Chilke?
    —Son las exigencias del momento.
    —Aquí tiene otra exigencia. —Glawen se levantó, sacó su tarjeta de identificación y la tiró sobre el escritorio de Bodwyn Wook—. Mi dimisión. Ya no pertenezco al Negociado B.

    Hizo ademán de marcharse.

    —¡Un momento! —gritó Bodwyn Wook—. ¡Esto es un acto irresponsable, si tenemos en cuenta nuestros problemas personales!
    —¡En absoluto! He comprendido el mensaje. Las últimas dos veces que me envió a una misión de esta manera, salvé la vida por los pelos.
    —Bah —masculló Bodwyn Wook—. Fue tu demencial temeridad Clattuc la que te impulsó a interpretar el papel de héroe, costara lo que costara. El único culpable es tu defectuosa personalidad.

    Glawen, a medio camino de la puerta, se paró en seco.

    —Explíqueme una cosa: ¿cómo puedo ser al mismo tiempo tímido y apocado, cagado de miedo, y lanzarme a estas escapadas que está describiendo?
    —Todos los Clattuc están locos —sentenció Bodwyn Wook—. Es cosa sabida. La enfermedad ya te ha afectado, y es una pena que descargues las culpas sobre mí, un hombre viejo y cansado.
    —Permítame hacer una sugerencia —habló Chilke con voz conciliadora—. Si asciende a Glawen a comandante, todo el mundo quedará contento.

    Bodwyn Wook se hundió en la butaca.

    —¡Sería el comandante más joven de la historia! ¡Es impensable!
    —Yo lo he pensado —dijo con modestia Chilke—. ¿Qué opinas, Glawen? ¿Lo habías pensado?
    —Apenas, después de las penurias que he sufrido, pero lo he pensado.
    —Muy bien —dijo Bodwyn Wook con voz hueca—. ¡Así sea! —Se inclinó hacia adelante y habló por el interfono—. ¡Hilda! ¡Traiga una botella del mejor Averly Sergence, y tres copas! El comandante Clattuc, el subcomandante Chilke y yo queremos celebrar algo.
    —¿Señor? —preguntó Hilda—. ¿He oído bien?
    —¡Ya lo creo! Compruebe la cosecha. ¡Hoy no vamos a beber cualquier cosa!

    Hilda entró con el vino y las copas. Escuchó impertérrita anuncio de Bodwyn Wook en relación al ascenso. Sirvió vino en las copas sin decir palabra. Después, dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta. Cuando pasó junto a Glawen, masculló una sola palabra:

    —¡Chiflado!

    Hilda salió del despacho y cerró la puerta. Bodwyn Wook imprimió a su cabeza una sacudida irónica.

    —Sospecho que la noticia la ha pillado por sorpresa, pero en cuanto descanse unos minutos, también se alegrará, a su manera discreta.


    4


    Las copas se vaciaron, no una, sino varias veces, y se intercambiaron numerosas felicitaciones. Un brindis de Glawen satisfizo en especial a Bodwyn Wook.

    —… por Bodwyn Wook, sin duda el más inteligente y competente supervisor que ocupará este despacho en muchísimos años.
    —¡Gracias, Glawen! —dijo Bodwyn Wook—. Me alegro de oírlo, aunque han pasado muchísimos años desde que otra persona se sentó en este despacho.
    —Pensaba en un período de tiempo mucho más dilatado.
    —Así sea. —Bodwyn Wook se inclinó hacia adelante, apartó la botella y las copas y cogió una hoja de papel amarillo—. Bien, vamos al grano. Antes de dar órdenes específicas, explicaré la estrategia general en relación con el VPL y el atolón Lutwen. Incluye una «Fase Norte» y una «Fase Sur». Como no es posible abarcar ambas fases a la vez, nuestro propósito es mantener controlados a los yips en el norte, mientras nos ocupamos de los VPL en el sur. El programa ya se ha puesto en práctica. De hecho, empezó hace tres días, cuando el Conservador lanzó su ultimátum: obedezcan la ley, o abandonen el planeta. En estos momentos, los VPL estarán tomando medidas, confabulando, conspirando y preguntándose qué hacer a continuación. —Bodwyn Wook se inclinó hacia adelante—. Su única esperanza consiste en reunir una fuerza de aviones armados capaz de rechazar a nuestra fuerza disuasoria, así como suficientes medios de transporte para trasladar a los yips. Hasta el momento, parece que no han progresado mucho. Sin embargo, no hemos de descartar los rumores, por más dudosas que sean sus fuentes. Me refiero, por supuesto, a los recientes comentarios de Rufo Kathcar.

    Glawen se mordió la lengua. Bodwyn Wook prosiguió.

    —Se ha mencionado el nombre de Lewyn Barduys, y llama nuestra atención, porque es un magnate dedicado a la construcción y el transporte. Visitó Cadwal hace unos meses, con el propósito manifiesto de estudiar los albergues rurales. Quizá sea cierto. Él y su compañera, una tal Flitz, visitaron algunos de estos albergues. También fueron huéspedes de dama Clytie, en Stroma. Ignoramos qué acuerdos, si los hubo, se tomaron, pero la prudencia nos impulsa a sospechar lo peor. Este concepto dicta la amplia perspectiva de su misión, beben localizar a Lewyn Barduys e investigar sus actividades. En concreto, queremos saber a qué acuerdos, en su caso, ha llegado con el VPL. En lo sucesivo, su actuación estará mediatizada por las circunstancias. «Antes, después y durante, flexibilidad» será su lema. Por ejemplo, si se han alcanzado compromisos con el VPL, deben evitarlos a toda costa. ¿Me he expresado con claridad?

    Chilke y Glawen se mostraron de acuerdo en que Bodwyn Wook se había expresado con absoluta claridad. Glawen quiso hacer un comentario, recordó su reciente ascenso y guardó silencio.

    —Bien. También hay consideraciones secundarias. Tendrán presente en todo momento nuestra necesidad de transportes, para cuando llegue el momento de trasladar a los yips a otros planetas. Durante sus conversaciones con Barduys, deberán sonsacarle a ese respecto, si bien las condiciones económicas habrán de ser aprobadas en la Estación Araminta. —Bodwyn Wook paseó la vista entre sus dos comandantes—. ¿Alguna pregunta?
    —Ninguna —contestó Chilke—. Nuestra misión es sencilla. Localizamos a Barduys, investigamos sus negocios, frustramos todos sus acuerdos con dama Clytie. Después, si continúa de buen humor, le arrancamos dos o más transportes para nuestros fines. Hasta el momento, todo se reduce a un apretón de manos. Las condiciones definitivas serán acordadas la próxima vez que visite la Estación Araminta. También se ha hablado de Namour, creo que dijo algo acerca de que deberíamos capturarle y traerle de vuelta a Cadwal. Eso es todo, a grandes rasgos, según creo.

    Bodwyn Wook hinchó sus mejillas.

    —¡Ejem! Su resumen ha sido correcto, hasta el último detalle. Es un placer trabajar con usted, comandante Chilke.
    —Me apena decir que debo hacer un par de preguntas —anunció Glawen con voz afligida.
    —Da igual —contestó Bodwyn Wook en tono cordial—. Oigamos tus preguntas.
    —¿Qué se sabe oficialmente de Lewyn Barduys?
    —Casi nada. La CCPI carece de antecedentes sobre él. Es discreto y modesto, viaja sin grandes alharacas, aunque algo en él siempre llama la atención. Me refiero a su compañera y socia de negocios Flitz. Es increíblemente atractiva, si bien muy poco efusiva. Tanto Egon Tamm como el director Ballinder me lo han confirmado. —Bodwyn Wook cogió el papel amarillo y lo estudió un momento—. Por lo visto, Barduys carece de dirección permanente, aunque se le suele encontrar en los lugares donde construye.

    »Ahora bien, se impone una pregunta: ¿cómo se enteró Barduys de que existía la mano de obra yip? ¿Le abordó Namour en una obra, o descubrió Barduys a los yips en Rosalia, aunque no conste en el Directorio de Rosalia como ranchero? Nuestro primer encuentro con Barduys y Flitz fue en la casa del Río, donde estaban en compañía de dama Clytie y Julian.
    »En cuanto a la secuencia de los acontecimientos en Rosalia, carecemos de pistas. Tengo la teoría de que Namour se presentó a Barduys y le proporcionó mano de obra yip, y después le presentó a Smonny, quizá a instancias de la propia Smonny, cuando descubrió que Barduys controlaba empresas de transporte. Smonny, a su vez, le presentó a dama Clytie. Es una cadena de acontecimientos razonable. En suma, Rosalia se convierte en zona de investigación primordial. Chilke, ¿ha dicho algo?

    —No, sólo he suspirado.

    Bodwyn Wook se reclinó en la silla.

    —¿El recuerdo de su trabajo en Rosalia le perturba?
    —Sí y no —respondió con franqueza Chilke—. De día nunca estoy preocupado. Sólo de noche me despierto con sudores fríos. No puedo negar que los acontecimientos me impresionaron. ¿Quiere escuchar los detalles?
    —Sí, dentro de los límites impuestos por la brevedad y la pertinencia.

    Chilke asintió.

    —No profundizaré en análisis filosóficos, excepto para decir que nunca estuve muy seguro de qué estaba pasando. Era como si lo real y lo irreal se hubieran mezclado, y siempre me encontraba confuso.
    —Ah, ya —dijo Bodwyn Wook—. Bien, su estado mental estaba confuso; aceptamos esto. Prosiga, por favor.
    —Cuando madame Zigonie me contrató como capataz del rancho Valle de las Sombras, pensé que me había asegurado un puesto importante, aunque me importaba muy poco madame Zigonie. Sólo deseaba un buen sueldo, prestigio, una bonita casa llena de doncellas yips. Confiaba en pasar mucho tiempo en el porche delantero, bebiendo ponche de ron y dando órdenes a los criados sobre la cena o cómo quería que me hicieran la cama. La desilusión fue veloz. Me asignaron una vieja choza sin agua caliente ni yips. El paisaje era extraño y agreste, pero no tuve tiempo de fijarme, pues los nervios se apoderaron de mí casi al instante. Sólo tenía dos preocupaciones: cómo conseguir que me pagaran el sueldo y cómo evitar casarme con madame Zigonie. Se trataba de auténticos desafíos y me quedó muy poco tiempo para lo demás. En cuanto al ponche de ron, madame Zigonie me prohibió la ginebra y el ron por temor a que los utilizara como cebo para las criadas.
    —¿Su trabajo era supervisar a los aprendices yips?
    —Exacto. Todo fue muy bien, pese a que tardamos una semana en fijar nuestras prioridades. Después, ya no hubo quejas. Yo les comprendía, ellos me comprendían. Mientras yo vigilaba, fingían trabajar. En cuanto me iba a echar una siesta, ellos hacían lo mismo. De vez en cuando, Namour aparecía con nuevas brigadas de Yipton. En general, a los yips parecía agradarles el cambio. Se llevaban bien entre ellos, pues no había nada que robar y eran demasiado perezosos para pelear. El gran problema eran los fugitivos. Una vez, pregunté a Namour por qué toleraba tantas deserciones, y se limitó a reír. Después de recibir su comisión, lo que les pasara a los yips no era asunto suyo.

    Bodwyn Wook volvió a referirse al papel amarillo.

    —Como ya he dicho, Barduys no está registrado como terrateniente, pero tal vez esté a punto de comprar una parcela.
    —¿Una parcela conocida como rancho Valle de las Sombras? —sugirió Glawen.

    Bodwyn Wook parpadeó.

    —No hay pruebas que apunten en esa dirección. El comandante Chilke es nuestro experto en Rosalia; quizá posea mejor información sobre el tema.

    Chilke meneó la cabeza.

    —Creo que ni Zigonie ni Smonny querían vender. El rancho certificaba su pertenencia a la aristocracia, pese a que era relativamente pequeño, unos cien mil kilómetros cuadrados, si no recuerdo mal, que incluían montañas, lagos y bosques. Los árboles son muy grandes en Rosalia; llega a medir ciento ochenta o doscientos metros de altura. Medí un árbol pluma en Valle de las Sombras que superaba los doscientos cuarenta metros, con niños arbóreos que vivían en tres niveles diferentes. Los árboles pluma son grises, de follaje transparente blanco y negro. Los rosadus son negros y amarillos, con cintas rosa que cuelgan de las ramas. Los niños arbóreos utilizan estas cintas para fabricar cuerda. El caobo azul es azul; el chulka negro es negro. Los árboles linterna son delgados y amarillos, y brillan de noche. Por algún motivo, los niños arbóreos no se acercan a ellos, lo cual es una buena noticia si anda paseando por el bosque, puesto que está fuera del alcance de las bolas apestosas.

    Bodwyn Wook enarcó sus finas cejas.

    —¿Qué son bolas apestosas?
    —No tengo ni idea. Algunos viejos amigos extraplanetarios de Titus vinieron de visita. Una de las damas, que pertenecía a la Sociedad Botánica, salió a buscar flores silvestres. Volvió hecha un desastre, y Smonny no la dejó entrar en casa. Fue una situación lamentable; la dama partió al instante. Dijo que jamás volvería, si iban a tratarla de aquella manera.
    —Supongo que esos «niños arbóreos» —gruñó Bodwyn Wook— son una especie de animales que moran en los árboles, como los silvestres o los mataviuh, ¿no?
    —No sé gran cosa sobre esos seres —contestó Chilke—. Yo vivía en el suelo; ellos vivían en los árboles, que estaban muy cerca. En ocasiones, se les oía cantar, pero cuando salías a mirar, desaparecían al instante. Si eras rápido, distinguías fugazmente seres grotescos de largos brazos y piernas negras. Jamás logré adivinar qué parte era la cabeza, si tenían, aunque eran muy feos. Si atisbabas entre las hojas, dejaban caer una bola apestosa sobre tu cabeza.

    Bodwyn Wook frunció el ceño y se acarició la calva.

    —Estas costumbres sugieren cierto grado de inteligencia maligna.
    —Es posible. Recuerdo una historia bastante extraña sobre unos biólogos que volaron en un módulo de campo sobre el bosque y lo posaron sobre la copa de un gran árbol yonupa. Desde el interior del módulo observaron a los niños arbóreos y los detalles íntimos de la vida en las copas de los árboles. Durante un mes y medio informaron cada día a la base mediante un comunicador. De repente, los informes cesaron. El tercer día enviaron un avión a investigar. Encontraron el módulo en buen estado y a todos los miembros del equipo muertos, pero llevaban muertos tres semanas.
    —¿Cuál fue el resultado? —preguntó Bodwyn Wook.
    —Se llevaron el módulo y nunca volvieron. Así terminó todo.
    —¡Bah! —gruñó Bodwyn Wook—. Esos cuentos se oyen en todos los tugurios de la Extensión Gaénica. Bien, vamos al grano: Hilda les proporcionará fondos y los documentos necesarios. Irán a Soumjiana a bordo del Vagabundo de Mircea. Las oficinas sectoriales de L-B se encuentran en Hralfus Place. Vayan a investigar allí.

    Glawen y Chilke se levantaron, dispuestos a marcharse.

    —Una última cosa —dijo Bodwyn Wook—. Su estatus de Negociado B les equipara al mismo rango de la CCPI. No obstante, en el presente caso, como se trata de un asunto de la Reserva, actuarán como oficiales de la policía de Cadwal y sólo utilizarán la autoridad de la CCPI si es absolutamente necesario. Es el protocolo correcto. ¿Me he expresado con claridad?
    —Mucho, señor.
    —Hasta el último detalle.
    —Bien. Pueden irse.


    5


    Glawen y Wayness se despidieron con tristeza. Glawen volvió a la Casa Clattuc para hacer los preparativos del viaje.

    Scharde le observó mientras preparaba la maleta. Varias veces estuvo a punto de hablar, pero se contuvo.

    Glawen observó por fin el comportamiento extraño de su padre.

    —¿Te preocupa algo?

    Scharde sonrió.

    —¿Tan transparente soy?
    —Está claro que algo te preocupa.
    —Tienes razón, por supuesto. Quiero que hagas algo por mí. Mi preocupación es que me consideres débil mental, loco u obsesivo.

    Glawen pasó el brazo sobre la espalda de Scharde y le apretó.

    —Haré lo que quieras, débil mental o no.
    —Es algo con lo que he vivido mucho tiempo. No puedo sacármelo de la cabeza.
    —Cuéntame.
    —Como sabes, tu madre se ahogó en el lago. Dos yips afirmaron haber presenciado el accidente desde la orilla. Como no sabían nadar, no hicieron nada por ayudarla, según explicaron después, y además, no era su problema.
    —Todos los yips saben nadar.

    Scharde asintió.

    —Creo que volcaron la barca y la retuvieron bajo el agua. Las barcas no vuelcan solas. Por otra parte, los yips no habrían hecho nada por iniciativa propia. Alguien les dio la orden. Antes de que yo pudiera investigar, Namour les había enviado de vuelta a Yipton. Se llamaban Catterline y Selious. Cada vez que hablo con yips pregunto por ellos, pero no he averiguado nada, y es posible que Namour les haya enviado a otro planeta. Por consiguiente, si te topas con algún yip, me gustaría que preguntaras por Catterline y Selious.
    —Namour debió dar la orden. Un motivo más para localizarle. Haré lo que pueda.

    Glawen se reunió con Chilke en la terminal espacial. Les habían reservado pasaje a bordo del Vagabundo de Mircea. Mientras esperaban en la taquilla, Glawen reparó por casualidad en una mujer muy alta y delgada, acurrucada en el rincón más alejado de la sala. Llevaba un voluminoso traje negro y el peculiar gorro negro de los evangelistas mascarene. Una cinta de gasa negra colocada sobre su nariz y boca filtraba los microorganismos del aire que respiraba, impidiendo la destrucción de incontables vidas ínfimas.

    Muchas personas extrañas de indumentaria extraordinaria pasaban por los espaciopuertos de la Extensión Gaénica, pero aquí había una de lo más grotesco. La mujer era de edad indefinida, nariz aguileña, enjutas mejillas coloradas y cejas pintadas sobre la parte central de la frente, como para juntarse sobre el nacimiento de la nariz.

    Chilke dio un codazo a Glawen.

    —¿Ves aquella mujer de negro? ¡Es una mascarene! Hace mucho tiempo, una de ellas intentó convertirme. En parte por curiosidad, y en parte porque, a juzgar por lo poco que se veía de ella, intuí juventud, un exterior atractivo y una personalidad fuerte, pregunté qué implicaba, y ella contestó que era muy sencillo: primero, debía sufrir las Siete Degradaciones, después las Siete Humillaciones, luego las Siete Mortificaciones, y unas cuantas actividades más que he olvidado. En ese momento, era de suponer que el acólito ya había alcanzado el estado de ánimo adecuado para convertirse en un buen mascarene, y salir a convertir a otras almas gemelas y sacarles dinero. Pregunté si ella y yo sufriríamos aquellos ritos en estrecha asociación, consultándonos durante cada degradación, pero ella contestó que no, que su abuela se encargaría del sacrificio. Le dije que meditaría el asunto, y ahí acabó todo.

    El sistema de megafonía anunció que los pasajeros a Soumjiana debían embarcar. La evangelista mascarene se levantó. Cojeó hacia la salida, encorvada hacia adelante. Glawen y Chilke la siguieron por la pista hasta la espacionave, por la rampa de subida hasta un saloncito, donde el sobrecargo les condujo a sus compartimentos. Cuando la evangelista salió del salón, sus negros ojos relucientes se posaron sobre Glawen y Chilke, quienes en aquel momento la estaban observando con aire sombrío. Dio la impresión de que la mujer se agitaba y parpadeaba, para luego bajar la cabeza e inclinarse hacia adelante, y salir a buen paso del salón.

    —Muy peculiar —dijo Glawen.

    Chilke se mostró de acuerdo.

    —Jamás había pensado que Kathcar tuviera tantas aptitudes.
    —Es realmente impresionante —admitió Glawen.



    Capítulo 3
    1


    Glawen se detuvo en el pasillo frente al compartimento 3-22. Llamó con suavidad.

    Transcurrió un minuto sin respuesta. Glawen volvió a llamar y esperó, con la cabeza ladeada y el oído aplicado a la puerta. Sintió, más que oyó, un cauteloso movimiento. La puerta se abrió unos centímetros y habló una voz apagada.

    —¿Qué pasa?
    —Abra. Quiero hablar con usted.
    —Éste es el camarote de madame Furman. Se ha equivocado. Váyase.
    —Soy Glawen Clattuc. Pregunte a Kathcar si puedo hablar con el.

    Siguió otra pausa.

    —¿Está solo? —preguntó la voz.
    —Por completo.

    La puerta se abrió unos centímetros más. Un brillante ojo negro inspeccionó a Glawen de pies a cabeza. La puerta se abrió lo suficiente para que Glawen entrara. Kathcar, los labios fruncidos en una sonrisa carente de humor, cerró la puerta. Iba vestido con ropas normales: camisa negra holgada, pantalones grises, sandalias abiertas que magnificaban las dimensiones de sus pies largos y blancos. A un lado, el disfraz colgaba de un perchero: el traje, el gorro y unas botas altas y estrechas de tacón alto, que debían de haberle causado considerables molestias.

    —¿Por qué me sigue? —preguntó con brusquedad Kathcar—. ¿Qué quiere? ¿Lo hace por el puro placer de perseguirme?
    —Nosotros subimos primero a la nave. ¿Quién está siguiendo a quién?

    Kathcar gruñó.

    —No sigo ni precedo a nadie. Viajo solo y sólo le ruego que haga caso omiso de mi existencia.
    —Eso es más fácil decirlo que hacerlo.
    —¡Chorradas! —replicó Kathcar. Traspasó a Glawen con su brillante mirada negra—. ¡Mis compromisos son absolutos! He renunciado al pasado, y ha de aceptar mi palabra. A partir de este momento, no nos conocemos, y puede borrar todo recuerdo de Rufo Kathcar de su memoria. Márchese ahora mismo.
    —No es tan sencillo. Hemos de hablar de muchas cosas.
    —¡Falso! —exclamó Kathcar—. La hora de las conversaciones ha pasado. Y ahora…
    —Más despacio. ¿Recuerda su última noche en Stroma? Estaba sentado a una mesa con su amigo Roby Mavil. ¿Por qué se marchó tan de repente?

    Los ojos de Kathcar centellearon.

    —Roby Mavil no es amigo mío. Es un escarabajo pelotero en forma humana. ¿Pregunta por qué me fui? Porque me dijo que sir Denzel quería verme al instante. Sabía que estaba mintiendo, porque acababa de separarme de sir Denzel, después de recibir sus últimas instrucciones. Cuando miré la cara de Roby Mavil y escuché su voz suave, supe que algo malo me aguardaba. Un hombre inferior habría sido presa del pánico, pero yo me limité a salir del hostal a toda velocidad y volar a la Estación Araminta en el aeroplano de sir Denzel. No hay nada más que decir, ni nada más que saber. Ya puede marcharse.

    Glawen hizo caso omiso de la sugerencia.

    —¿Sabe que sir Denzel ha muerto?
    —Me enteré en el hotel. Es una gran pérdida para Cadwal. Era un patricio de enormes cualidades, noble en todos los aspectos. Compartíamos muchas cosas, y lamento su fallecimiento. —Kathcar hizo un gesto brusco—. Ya he dicho bastante. Las palabras son insípidas; el sentimiento agota sus fuerzas en vano. La verdad es simple, aunque terrible y dulce. Usted nunca podrá conocerla, porque nunca ha estudiado sabiduría.

    Glawen meditó sobre el comentario, pero no logró descifrar su significado.

    —En cualquier caso, ¿por qué el disfraz?

    Kathcar frunció los labios.

    —La lógica ha motivado mi conducta, un proceso humano desconocido en la Estación Araminta. En suma, deseo prolongar mi vida, por más miserable, depravada y frustrada que a usted le parezca. En cualquier caso, es mi única posibilidad entre las infinitas posibilidades de los planetas gaénicos, y estimo mi pequeña chispa de conciencia, porque cuando haya desaparecido, ignoro qué me ocurrirá.
    —Lo que sucede a todo el mundo, probablemente.
    —¡Ajá! ¡Pero yo no soy como los demás! ¡Rompí el molde! Piense en los Titanes de la antigüedad, que desafiaron a las Normas y sus despiadados edictos. ¡Eran indomables! Siempre tengo presente en mi mente a esos héroes.
    —¿Y de ahí el disfraz?
    —El disfraz me ha sido de utilidad. Me ha llevado a bordo de la nave sano y salvo, y no puedo despreciarlo, pese a las botas de cazador de ratas. —Dirigió a Glawen una rápida mirada—. ¿Y usted? ¿Qué hace aquí? ¿Es otro de los planes caprichosos de Bodwyn Wook?
    —En absoluto. Usted mismo nos habló de Lewyn Barduys y sus manejos con dama Clytie.

    Kathcar asintió con sarcasmo.

    —En efecto.
    —Por eso estamos aquí. No podemos permitir apoyo extraplanetario al VPL o los yips.
    —¿Confía en evitar dicho apoyo?
    —Personas razonables colaborarán con nosotros.
    —Encontrará muchas otras irrazonables y malvadas.
    —¿Conocía sir Denzel a Barduys?
    —Los dos se conocieron en casa de dama Clytie. No se cayeron bien. Antes de que terminara la velada, sir Denzel había llamado a Barduys «caníbal psíquico» y «comealmas». Barduys llamó a sir Denzel «viejo carcamal». Ninguno se tomó en serio el intercambio y se despidieron en relativos buenos términos. Bien, no tengo más que decirle. Puede irse.
    —Como no soy bienvenido, me marcharé. Tendría que habérmelo dicho antes.

    Glawen volvió al salón de popa. Chilke, sentado junto a una ventana, contemplaba las estrellas. A su lado había una bandeja de pescado salado y una jarra de cerámica globular de Ruina Azul.

    —¿Cómo está tu amigo Rufo? —preguntó Chilke.

    Glawen se sentó al lado de Chilke.

    —Lleva una vida muy intensa, en la cual tú y yo jugamos el papel de molestias menores. —Cogió la jarra y sirvió un líquido azul claro en un vaso cuadrado—. Kathcar no estaba comunicativo. Habló mucho, pero no dijo nada que yo quisiera oír. Explicó que tanto sir Denzel como él eran aristócratas de rancio abolengo. Dijo que lamentaba la muerte de sir Denzel, pero no veía motivos para expresarlo así, puesto que yo no podía comprender sentimientos tan refinados. Explicó que prefería la vida a la muerte, y por eso había volado a Stroma y abordado el Vagabundo disfrazado.
    —Me parece muy coherente —dijo Chilke—, pero sigue existiendo un misterio. Pudo tomar pasaje a bordo del Leucania en dirección al Empalme de Diógenes, en Pegaso, y perderse de vista, pero prefirió esperar un día más al Vagabundo y viajar a Soum.
    —¡Una observación interesante! Me pregunto qué significará.
    —Significa que algún negocio le lleva a Soum, pese al miedo. Negocios significa dinero. ¿De quién? ¿Del VPL? ¿De sir Denzel?

    Glawen miró hacia el espacio.

    —Nuestras órdenes no hacen referencia a Kathcar —dijo con aire pensativo—. Por otra parte, nos han dicho que la flexibilidad es una virtud importante.
    —Es más que una virtud. Es la diferencia entre arriba y abajo.
    —Hay que pensar en otro punto: Kathcar retiene información que puede ser importante. Valora esta información en veinte mil soles. Si no por otro motivo, creo que deberíamos interesarnos en sus negocios. ¿Qué opinas?
    —Estoy de acuerdo. Bodwyn Wook estaría de acuerdo. Kathcar, puede que no, pero seguro que sospechará nuestro interés.
    —Para el pobre Kathcar hemos representado una mala noticia. Además de sus demás preocupaciones, tiene que lidiar con esos panolis del negociado B, cuando lo único que deseaba era un viaje tranquilo. Kathcar estará paseando de un lado a otro de su camarote, maldiciendo a todas las religiones a la vez, y meditando sus opciones.

    Chilke bebió de su vaso y contempló las estrellas del Manojo de Mircea.

    —Kathcar ha de morder el cebo —dijo—. No tiene otra alternativa. Dentro de unos momentos, saldrá y tratará de congraciarse, con una exhibición de sinceridad y camaradería, mientras nos tima a troche y moche.
    —Me parece un programa muy razonable. De todos modos, la mente de Kathcar es muy tortuosa. Por ejemplo, entre un millar de disfraces, escogió enfrentarse al mundo como una evangelista mascarene.
    —Será curioso observar su estrategia.
    —Ya viene —anunció Glawen—. Ni siquiera se ha puesto el disfraz.

    Kathcar se acercó y, después de que Glawen le invitara, se sentó. Chilke sirvió Ruina Azul en un vaso y lo empujó hacia el otro lado de la mesa.

    —Esto devolverá las rosas a sus mejillas.
    —Gracias —contestó Kathcar—. Tomo licores o bálsamos muy pocas veces. Me resisto a creer que contribuyan a la higiene interna. Aun así —levantó el vaso y saboreó el líquido efervescente—, éste no es ofensivo.
    —Dos o tres jarras al día abreviarán el viaje. El tiempo transcurrirá como un rayo.

    Kathcar dedicó a Chilke una mirada de austera desaprobación.

    —Es un experimento para el que no estoy preparado.
    —¿Adonde se dirige, por curiosidad?
    —Creo que Soum es la primera escala. Puede que me quede una temporada y visite las zonas rurales. De hecho, me gustaría llevar a cabo un breve estudio de la «Gnosis»[6], que se basa en un sistema gradual de «Mejoras». Sir Denzel conocía muy bien el sistema.
    —Parece interesante —dijo Chilke—. ¿Adonde irá, después de Soum?
    —No tengo planes concretos. —Kathcar exhibió su sonrisa lobuna—. Por lo tanto, mis enemigos estarán igualmente despistados, lo cual me complace.
    —Su vida es muy interesante —observó Chilke—. ¿Qué ha hecho para merecer tal venganza?
    —No es lo que he hecho, sino lo que voy a hacer.
    —¿Qué es?

    Kathcar frunció el ceño. En un alarde de bravuconería, había hablado demasiado. Bebió un poco de Ruina Azul y dejó el vaso sobre la mesa.

    —Un brebaje muy agradable. Estimula la cavidad oral y limpia los senos con su fortalecedora actividad. El sabor es suave pero potente, y no quema la garganta ni deja un poso amargo. Tomaré un poco más, con su permiso.

    Chilke volvió a llenar los vasos y llamó al camarero.

    —¿Sí, señor?
    —Otra jarra de Ruina Azul. Vamos a ponernos serios, de modo que tire el corcho. —Chilke se reclinó en su silla—. ¿De qué estábamos hablando?
    —Kathcar nos estaba contando que desea visitar la campiña de Soum.
    —¿Disfrazado? —preguntó Chilke.

    Kathcar frunció el ceño.

    —Creo que no. Seré precavido, por supuesto.
    —¿Y cumplirá las instrucciones finales de sir Denzel?

    Kathcar adoptó cierta cautela.

    —Ése es un tema confidencial del que no puedo hablar.
    —¿Hasta en Soum tendrá miedo de sus enemigos?
    —¡Desde luego! Han pasado tres días, durante los cuales han podido alquilar un yate espacial y llegar antes que yo a Soumjiana.
    —¿Sospecha que haya podido suceder?
    —No sospecho nada. Tomaré precauciones contra todo.
    —El momento más delicado será cuando vaya al banco.

    Kathcar enarcó sus cejas negras.

    —¡No he dicho nada de un banco! ¿Cómo lo ha sabido?
    —Da igual, pero puede quedarse tranquilo, porque le acompañaremos y protegeremos.
    —Olvídense del plan —repuso Kathcar con frialdad—. No necesito ni su ayuda ni su intromisión.
    —Considérelo una investigación oficial —dijo Glawen.
    —Me la suda. Si me molestan, les denunciaré a las autoridades. ¡Estoy protegido por la Ley Gaénica Básica, que invalida las triquiñuelas del Negociado B!
    —Nada nos cuesta construir un caso según la ley Gaénica, la Carta y los estatutos de la Estación. Sólo necesitamos demostrar que está complicado en acciones ilegales.
    —Les costará demostrarlo, pues no he hecho nada por el estilo.
    —Si sir Denzel financió o instigó las fechorías del VPL, es culpable de sedición, conspiración criminal y quién sabe qué más, por idealistas que fueran sus motivos. Como cómplice suyo, usted se encuentra en una posición muy precaria, y tal vez se enfrente a graves acusaciones, sobre todo porque ocultó información importante a Bodwyn Wook, que es vengativo hasta la exageración en esas cuestiones. ¿Me cree?
    —Creo lo que ha dicho acerca de Bodwyn Wook. Es un redomado pendenciero.
    —Cuando lleguemos a Soumjiana, si aún duda de mis afirmaciones, iremos a la oficina de la CCPI donde le aconsejarán y, tal vez, interrogarán de motu propio. Le recuerdo que la justicia de la CCPI, aunque justa, es enérgica e impersonal.
    —No será necesario —contestó Kathcar con voz apagada—. Sir Denzel y yo tal vez nos hemos dejado influir en exceso por argumentos altruistas. Ahora, comprendo que se abusó de nuestra confianza.
    —¿Qué información intentó vendernos en Stroma?

    Kathcar hizo un ademán indicador de que el asunto carecía de importancia.

    —El momento ha pasado; las circunstancias han cambiado.
    —¿Por qué no nos lo explica todo, y deja que nosotros juzguemos la situación?

    Kathcar sacudió la cabeza.

    —Dejemos las cosas como están, mientras reconsidero mi postura.
    —Como quiera.


    2


    En mitad del Manojo de Mircea, la estrella amarilla Mazda atendía a una familia de cuatro planetas: tres pedazos de hielo y roca que giraban en órbitas exteriores y un solo planeta interior, Soum, el centro económico y comercial del Manojo de Mircea.

    Como el sol madre Mazda, Soum había entrado en la fase de senectud de su existencia. La fisiografía de Soum carecía de dramatismo. La actividad tectónica ni tan sólo era ya un recuerdo: el clima era plácido y predecible. Un océano planetario rodeaba cuatro continentes casi idénticos, penillanuras suavemente onduladas sembradas de innumerables lagos y estanques, junto a los cuales alzaban sus chalets de vacaciones rústicos los soumi. La campiña, cuidada con esmero por los caballeros granjeros soumi, producía enormes cantidades de productos deliciosos, que eran consumidos con gusto reverente por toda la población soumi.

    A lo largo de los años, se habían empleado muchos adjetivos para describir a los soumi: insulsos, industriosos, aburridos, engreídos, astutos, generosos, frugales, pedantes, paternalistas, maternales, infantiles, cada término una noción vaga o un cuarto de la verdad, a menudo contradecido por el siguiente. No obstante, existía un absoluto consenso en declarar a los soumi la quintaesencia de la clase media: decentes, proclives a las pequeñas vanidades y sumisos a las convenciones de la sociedad. Todo el mundo respetaba las «Mejoras», tal como se especificaba en la «Gnosis».

    El Vagabundo de Mircea se acercó a Soum desde el espacio y aterrizó en el espaciopuerto de Soumjiana. Glawen y Chilke, que se encontraban en la cubierta de observación inferior, disfrutaron de una excelente panorámica. La ciudad se extendía hacia el noroeste en suaves texturas cromáticas: amarillo tostado, ocre mostaza o ámbar, a la luz color miel de Mazda. Cada segmento albergaba una densa sombra negra en su espinazo.

    La nave aterrizó. Los pasajeros desembarcaron en la terminal de tránsito. Glawen y Chilke buscaron por todas partes a Kathcar, y por fin repararon en una evangelista mascarene inusitadamente alta, encorvada en una postura torturada, casi deforme, que bajaba cojeando de la nave. Un gorro negro y el lacio cabello negro ocultaban su rostro, a excepción de las mejillas coloradas y una nariz rapaz, flanqueada por brillantes ojos negros. Ropas negras voluminosas envolvían el cuerpo de la fanática, y sólo dejaban al descubierto dos grandes manos blancas y un par de botas altas y estrechas.

    Glawen y Chilke siguieron a la silueta negra a través de la terminal y hasta la avenida. Kathcar se alejó renqueante, no sin lanzar una mirada ceñuda hacia atrás. Glawen y Chilke le pisaron los talones, indiferentes a la irritación de Kathcar.

    Después de recorrer cien metros, Kathcar hizo un ademán de furia y cojeó hasta un banco situado a la sombra de un quiosco de periódicos. Paró y se dejó caer en el banco, como si quisiera descansar. Glawen, sin hacer caso de su mirada de reojo, se acercó, en tanto Chilke caminaba hacia una fila de taxis.

    —¿Es que no tiene sentido de la discreción? —siseó Kathcar—. ¡Está saboteando mis planes! ¡Lárguese ahora mismo!
    —¿Cuáles son esos planes?
    —Me dirijo al banco, y el tiempo es fundamental. Además, deseo evitar la muerte.

    Glawen miró a un lado y otro de la avenida, pero sólo vio algunos caballeros soumi que se dirigían a sus quehaceres con aquel paso sereno que los extraplanetarios consideraban enloquecedor.

    —¿No es posible que exagere el peligro?
    —Es posible —siseó Kathcar—, pero ¿por qué no se lo pregunta a sir Denzel?

    Glawen torció los labios y escudriñó la calle por segunda vez, con más atención que antes. Se volvió hacia Kathcar.

    —Chilke ha ido a buscar un taxi para ir al banco. Tomaremos toda clase de precauciones. En cuanto entremos en el banco, estará a salvo.

    Kathcar emitió un sonido despectivo.

    —¿Por qué está tan seguro?
    —Cuando lleguemos al banco, el juego habrá terminado, y ya no existirán motivos para asesinarle.
    —¡Bah! —resopló Kathcar—. ¿Qué significa eso para Torq Tump o Farganger? Son unos demonios, y me matarán aunque sólo sea para cumplir su palabra, pero estoy preparado. Llevo una pistola en el bolso y dispararé en cuanto les vea.

    Glawen lanzó una carcajada nerviosa.

    —¡Fíjese bien antes de apretar el gatillo, no sea que mate a un inocente! Si comete un error, nadie escuchará sus disculpas.

    Kathcar bufó, pero adoptó un aire menos truculento.

    —No soy tan imbécil como para disparar al azar.
    —Ahí viene el taxi. Una vez en camino, ya puede quitarse el disfraz, de lo contrario los empleados del banco le considerarán un excéntrico.

    Kathcar emitió una risita burlona.

    —En cuanto huelan el dinero, me recibirán con reverencias. Sin embargo, dejando otras consideraciones aparte, estas botas sacerdotales torturan mis pies. El disfraz ya ha cumplido su cometido.
    —Yo también opino lo mismo. Aquí está el taxi. El plan es el siguiente: al llegar al banco, pararemos en la entrada lateral. Chilke y yo le acompañaremos al interior. Después, cuando haya terminado su negocio, hablaremos de nuestro objetivo principal, es decir, localizar a Barduys.

    Kathcar frunció el ceño.

    —Todo eso está muy bien, pero hay que modificar el plan. Trataré con los dirigentes del banco en privado; es la manera más rápida de manejar este asunto.
    —No lo crea —sonrió Glawen—. Se quedará asombrado de lo bien que trabajamos juntos.

    El taxi llegó. Kathcar se resistió un momento, pero luego maldijo por lo bajo y entró en el compartimento de pasajeros. El taxi se internó por las pulcras avenidas de Soumjiana, atravesó el barrio semiindustrial de Urcedes, dejó atrás el Instituto Gastronómico y el lago adyacente y recorrió el amplio Bulevar de los Aclamadores, con sus filas de estatuas monumentales de hierro negro a cada lado, cada una de las cuales representaba a un noble de elevada reputación. Pasaron ante la Universidad de Tydor Baunt y su complejo de edificios anexos, todos construidos de espuma de roca color melcocha, en un estilo recargado, casi hasta la exageración, derivado de la antigua secuencia «Spano-Barsile». Estudiantes llegados de todo Soum y del Manojo paseaban por las alamedas o se sentaban en los bancos.

    El coche entró en la plaza de Pars Pancrator y se detuvo ante el Banco de Soumjiana. Kathcar se había quitado el disfraz y ahora llevaba pantalones negros estrechos, sandalias, una chaqueta blanca y un sombrero blanco flexible del tipo utilizado por deportistas, inclinado sobre su frente.

    Glawen y Chilke descendieron. Miraron a ambos lados de la calle y no descubrieron nada que despertara su aprensión. Kathcar saltó del vehículo y alcanzó la relativa seguridad del banco en tres zancadas. Glawen y Chilke le siguieron con menos prisa. Kathcar repitió que debía hablar en privado con los directivos del banco, puesto que los asuntos de sir Denzel eran muy confidenciales. Glawen se negó a escucharle.

    —Es lógico que desee beneficiarse, pero como se trata de un caso de la Reserva, no puedo permitir que se haga cargo de las cuentas de sir Denzel.
    —¡Esa afirmación es tendenciosa! —estalló Kathcar—. ¡Pone en duda mi integridad!
    —Chilke y yo somos agentes del Negociado B, y escépticos a causa de la profesión.
    —Aun así, debo proteger mis intereses, que son legítimos.
    —Ya lo veremos. ¿Quién es el directivo con mayor autoridad del banco?
    —Por lo que yo sé, aún debe de ser Lomar Vambold.

    Glawen llamó a un conserje.

    —Debemos ver cuanto antes al señor Lothar Vambold. El asunto es urgente y no podemos esperar.

    El conserje miró a Glawen, enarcó las cejas y dio un paso atrás. Después, respondió a Glawen con un tieso asentimiento.

    —Señor, nuestra política consiste en considerar urgentes los asuntos de todo el mundo. Por lo tanto…
    —El nuestro, sin embargo, no puede esperar. Llévenos a presencia del señor Vambold.

    El conserje retrocedió otro paso. Habló con un tono pronunciado y deliberado.

    —El directivo al que alude es un administrador de cuentas. Nunca concede entrevistas sin referencias y una entrevista previa con los directivos de menor grado, que suelen satisfacer las necesidades de los clientes. Sugiero que se acerque a aquella ventanilla, y a su debido tiempo alguien hablará con usted.
    —El señor Vambold hablará conmigo. Anuncie al comandante Glawen Clattuc y al comandante Eustace Chilke, de la policía de Cadwal. Dese prisa, o le detendré por obstaculizar la justicia.
    —Esto no es Cadwal, sino Soum —repuso el conserje con altivez—, esté donde esté. ¿No han traspasado los límites de su jurisdicción?
    —Poseemos un rango equivalente en la CCPI.

    El conserje hizo una rígida reverencia.

    —Un momento, señor. Transmitiré su mensaje, y quizá el señor Vambold acceda a concederle una cita.
    —Una cita para ahora mismo. Nuestro asunto es muy urgente.

    El conserje ejecutó la reverencia más breve permitida por el protocolo del banco y se fue. Kathcar se volvió de inmediato y miró a Glawen con el ceño fruncido.

    —Debo manifestar que sus modales son incorrectos, muy próximos a la arrogancia. Los soumi aprecian en gran manera la amabilidad, que consideran una de las más altas virtudes.
    —¿Cómo? —gritó Chilke—. No hace ni veinte minutos usted quería irrumpir aquí con prendas negras y un gorro con orejeras. Dijo que daba igual lo que pensaran los demás.
    —En efecto, pero soy un hombre de clase alta, que el subalterno habría reconocido al instante.
    —Apenas pareció reparar en usted.
    —Las circunstancias era diferentes.
    —Pensaremos en sus intereses cuando hablemos con el señor Vambold.
    —Siempre pasa lo mismo —se quejó Kathcar—. Nunca he recibido la sinceridad y confianza que merezco.
    —Es una pena —dijo Glawen.

    Kathcar exhaló un profundo suspiro y cuadró los hombros.

    —No soy propenso a las quejas. Siempre miro hacia adelante. Cuando nos entrevistemos con el señor Vambold, yo dirigiré la conversación, puesto que estoy familiarizado con las cortesías de rigor.
    —Como guste, pero le sugiero que no mencione la muerte de sir Denzel. La noticia podría limitar nuestra libertad de acción.
    —Yo opino lo mismo —replicó con frialdad Kathcar—. Es mejor dejar todas las opciones abiertas.
    —Una cosa más: recuerde que no está hablando en su nombre, sino en el de la Reserva.
    —Esas distinciones son artificiales —gruñó Kathcar.

    El conserje regresó.

    —El señor Vambold puede concederles unos momentos. Acompáñenme, por favor.

    Los tres visitantes fueron conducidos por un largo pasillo hasta una puerta tallada de un solo bloque de palisandro, que se abrió al tocarla el conserje.

    —Caballeros, el señor Vambold les espera.

    Glawen, Chilke y Kathcar entraron en una cámara de techo alto y notable opulencia. Una mullida alfombra negra cubría el suelo. Al fondo de la estancia, las ventanas daban a la plaza de Pars Pancrator. A la izquierda, columnatas de mármol estriado flanqueaban entrepaños incrustados de malaquita decorada. A la derecha, los entrepaños estaban revestidos de mármol blanco; frente a cada uno, un pedestal de mármol sostenía un busto de hierro negro, dedicado a un notable que había contribuido al éxito del banco.

    Una estancia peculiar y extraña, pensó Glawen. No había escritorio, zona de trabajo, sillas de ningún tipo, sofá, otomana o diván. El único mueble era una mesilla en forma de riñón, de patas delgadas y superficie incrustada de nefrita blanca encerada. Junto a la mesa se erguía un hombre de mediana edad y mediana estatura, de estructura ósea delicada, pero algo entrado en carnes, fríos ojos color ámbar, nariz larga y severa, y piel tan pálida y suave como la nefrita de la mesa. Una mata de prietos rizos castaños brotaba de su cabeza con un estilo preciso y artificial. Daba la impresión de que los rizos brillaban, como si estuvieran sujetos con barniz, y sugerían la decadencia de una era olvidada en el tiempo.

    El señor Vambold habló en tono neutro.

    —Caballeros, me han comunicado que su asunto es urgente y exige mi atención inmediata.
    —Totalmente cierto —afirmó Kathcar. Avanzó un paso—. Veo que no me recuerda. Soy Rufo Kathcar, ayudante de sir Denzel de Stroma. Tiene una cuenta en este banco.

    El director Vambold examinó a Kathcar con la indiferencia de un científico que estudiara un insecto desconocido. Después, sin que un solo músculo de su rostro se alterara, su actitud experimentó un cambio sustancial.

    —¡Ah, sí! Ahora recuerdo nuestra entrevista. Sir Denzel es un caballero distinguido. Confío en que su salud sea excelente.
    —Tanto como cabe esperar, teniendo en cuenta las circunstancias.
    —Me alegro. ¿Y estos caballeros?
    —Son mis acompañantes, el comandante Clattuc y el comandante Chilke, de la policía de Cadwal. Con todos los respetos, debo reiterar que nuestro asunto exige una acción inmediata, antes de que se produzcan daños irreparables.
    —Muy bien. ¿En qué dirección hemos de proceder?
    —Esta relacionada con la cuenta de sir Denzel.
    —Ah ya. Me avisaron de su inminente llegada.

    Kathcar controló su sorpresa con un esfuerzo.

    —¿Quién le proporcionó la información?

    El director Vambold evitó una respuesta directa.

    —Vamos a un sitio donde podamos hablar con más comodidad. —Se acercó a la pared y dio un golpecito sobre un escudo de armas. El panel de malaquita se deslizó a un lado—. Síganme, por favor.

    El grupo pasó por la abertura a un despacho convencional, amueblado con la mesa, butacas y complementos habituales. Glawen comprendió entonces la utilidad de la cámara que acababan de abandonar: era una estación de paso donde las personas importunas recibían unos momentos de atención, para luego ser derivadas a un subdirectivo y devueltas al pasillo. En ausencia de muebles adecuados, los entrometidos no eran invitados a sentarse, táctica que aceleraba su marcha.

    El director Vambold indicó las butacas y se sentó ante su escritorio. Cuando habló, escogió sus palabras con precisión.

    —¿Estoy en lo cierto al suponer que están aquí para realizar un ingreso en la cuenta de sir Denzel?
    —¡Caramba! —exclamó Kathcar estupefacto—. ¿Dónde ha oído esa noticia?

    El director Vambold sonrió cortésmente.

    —Nos llegan muchos rumores. Éste no es irracional, a la vista de cierta actividad frenética reciente.

    Las aprensiones de Kathcar aumentaron.

    —¿Qué ha ocurrido exactamente? —gritó—. ¡Infórmeme de inmediato!
    —Sí, por supuesto, pero antes dígame esto: ¿es verdad que ha traído nuevos fondos para la cuenta de sir Denzel?
    —¡En absoluto! ¡Todo lo contrario!
    —Una noticia interesante —comentó el director Vambold. Parecía aliviado, más que lo contrario, por las vehementes negativas.

    Kathcar, por el contrario, estaba exasperado por las evasivas del director Vambold.

    —Haga el favor de explicarme lo que ha sucedido, y con claridad. Sus divagaciones empiezan a aburrirme.

    El director Vambold contestó con impecable cortesía.

    —Las circunstancias en sí no son muy claras, y ahí reside la dificultad, pero haré lo que pueda.
    —¡Olvídese de las dificultades y aténgase a los hechos!
    —La cuenta se halla en una situación curiosa. Existen activos materiales, pero el balance en efectivo se ha reducido, en cierto sentido, a veintinueve mil soles.

    Kathcar lanzó un gemido de consternación.

    —¿Qué quiere decir «en cierto sentido»? ¡Sus ambigüedades me dejan en la inopia!
    —Ocúpese de las preocupaciones urgentes —intervino Glawen—, y olvídese de las frivolidades.

    Kathcar emitió un gruñido de disgusto.

    —Sí, sí, claro. —Habló al director Vambold—. Sir Denzel ha encontrado motivos para desconfiar del buen juicio e incluso la lealtad de sus socios. En este momento, desea someter su cuenta a un severo control… Bien, lo que quede de ella. —Kathcar extrajo un documento y lo dejó sobre el escritorio con un ademán elegante—. Esto puede considerarse la notificación oficial.

    El director Vambold levantó el documento con delicadeza y lo examinó cuidadosamente.

    —Ah, umm. Sí. Interensantísimo. —Permaneció un momento inmóvil, absorto en sus pensamientos, que parecían divertirle—. Me complace recibir las instrucciones definitivas de sir Denzel. Han llegado en el momento preciso. Estaba a punto de transferir sesenta y cinco mil soles a un fondo especial.

    Glawen se quedó atónito.

    —¿Sacar sesenta y cinco mil soles de una cuenta de veintinueve mil? ¡Esto es un milagro económico!

    Chilke, impertérrito, explico el misterio.

    —Es una manera especial de mover puntos decimales. Algunos banqueros de casa lo intentaron, pero como no entendían bien el sistema, acabaron en la cárcel.
    —Nosotros no hacemos milagros —dijo con aire remilgado el director Vambold—, y nuestros puntos decimales son inmutables. En algunas ocasiones, sin embargo, como la presente, un hábil cálculo de tiempo nos permite producir algunos efectos verdaderamente notables.
    —Explíquese, por favor —dijo Glawen.
    —Primero —gritó Kathcar—, asegúrese de que la cuenta está segura, y de que sus empleados no están dilapidando a manos llenas los últimos soles de sir Denzel.
    —Muy sencillo. —El director Vambold se volvió hacia su zona de trabajo y tocó unos botones.
    —Cuenta de sir Denzel —habló una voz—, inmovilizada.
    —Ya está —anunció Vambold—. La cuenta está segura.
    —Bien —dijo Kathcar—. Háblenos de ese talón por valor de sesenta y cinco mil soles. ¿Quién lo extendió, en razón de qué y a quién?

    El director Vambold vaciló.

    —Estas transacciones son confidenciales. No puedo hablar del tema en el curso de una conversación informal.
    —Esta conversación no tiene nada de informal —rugió Rufo Kathcar—. Como agente de sir Denzel, tengo derecho a saber todo cuanto esté relacionado con sus intereses. Si calla información en detrimento de sir Denzel, usted, como persona, y el banco, como institución, serán objeto de acciones legales. Hago esta declaración ante testigos de buena reputación.

    Vambold sonrió con frialdad.

    —Sus observaciones son persuasivas, cuanto más porque son certeras. Como representante legal de sir Denzel, tiene derecho a formular esas preguntas. ¿Garantiza la absoluta discreción de esos dos caballeros?
    —¡En todos los aspectos! Ostentan cargos en la CCPI, lo cual habla acerca de su carácter. Trabajan en un caso de ámbito local, y por eso llevan los sombreros de la policía de Cadwal.

    Vambold asintió, muy poco interesado.

    —A lo largo de los años he llegado a conocer los principios morales de sir Denzel, que no son superados por los de Roby Mavil o Julian Bohost. Usted exige información, y hace muy bien, a la vista de las manipulaciones tan poco convencionales que Julian Bohost ha intentado.
    —¿Cuáles son los hechos?

    Vambold se reclinó en su butaca, y dio la impresión de que examinaba los estantes situados al fondo de su despacho. Cuando habló, lo hizo con voz relajada y modales menos bruscos.

    —Es una historia complicada y, en cierto sentido, divertida, como comprobarán. —Sacó una hoja de papel amarillo de una ranura que había a un lado del escritorio, y durante un momento examinó el material impreso en su superficie—. Hace dos meses, la cuenta de sir Denzel se elevaba a ciento treinta mil soles. Entonces, los Astilleros Espaciales T. J. Weidler presentaron un talón por ciento un mil soles, como pago por dos cañoneras Straidor-Ferox. El talón había sido extendido por Roby Mavil y parecía un asunto de rutina. Sin embargo, conociendo las opiniones de sir Denzel sobre la violencia y las matanzas, me quedé no poco asombrado por la compra. Al final aprobé el desembolso, pues Roby Mavil era una de las tres personas autorizadas para operar con la cuenta; las otras dos eran Julian Bohost y Rufo Kathcar. El saldo quedó en veintinueve mil soles.

    Glawen se inclinó hacia adelante.

    —¡Un momento! ¿Nos está diciendo que Roby Mavil utilizó el dinero de sir Denzel para comprar dos cañoneras?
    —Exacto.

    Glawen se volvió hacia Kathcar.

    —¿Usted lo sabía?

    Los hombros de Kathcar se hundieron.

    —Las circunstancias era difíciles. Descubrí las cañoneras en un hangar secreto y notifiqué de inmediato a sir Denzel, que se enfureció.
    —Pero no avisó al Negociado B.
    —La situación era complicada. Me debía al Negociado B, a sir Denzel y a mí mismo. Por tanto, decidí denunciar las cañoneras al Negociado B en cuanto terminara mi trabajo en el banco, cumpliendo los tres deberes de la manera más rápida posible.

    Glawen no dijo nada. Kathcar consideró el silencio inquietante y se volvió hacia Vambold.

    —Continúe, por favor.

    El director Vambold, que había estado escuchando con fría ironía, siguió.

    —Hace dos semanas recibí otro talón, esta vez por la cantidad de diez mil soles, pagadores a los Astilleros Espaciales T. J. Weidler y autorizado por Julian Bohost. La cantidad representaba un pago parcial por un transporte de pasajeros Fratzengale reacondicionado, y quedaba un resto de sesenta y cinco mil soles pagaderos a los treinta días. El talón estaba en orden, pero no le di mi aprobación, sino que telefoneé a Dorcas Fallinch, el responsable de ventas de T. J. Weidler, con quien mantengo buenas relaciones. De hecho, somos Síndicos en el Instituto Murmeliano. Dijo lo que casi me suponía ya: el Fratzengale era un montón de chatarra anticuado, que ni siquiera valía la pena reparar. Llevaba dos años a la venta, pero Julian había sido la primera persona en demostrar interés. El límite de treinta días era absurdo, porque nadie iba a arrebatar el Fratzengale a Julian.

    »Comenté que setenta y cinco mil soles parecía un precio exagerado por aquella nave. Fallinch estuvo de acuerdo. Habría aceptado casi cualquier oferta, con tal de sacarse de encima el mamotreto. El precio era irracional. Hablaría del asunto con Hippolyte Bruny, el vendedor del astillero, y me llamaría. Ahí quedó la cosa. Ni que decir tiene que no desembolsé los diez mil soles para el Fratzengale.
    »Dos días después, Dorcas Fallinch me llamó. El precio del Fratzengale había sido fijado al alimón por Julian e Hippolyte Bruny. Julian compraría dos naves: el Fratzengale por un precio ínfimo y un yate espacial Fortunatus que estaba de oferta. De esta manera, Julian cargaba los dos vehículos en la cuenta y se reservaba el Fortunatus para su uso personal, mientras Bruny se llevaba una buena comisión. Lo mejor del plan era que todo el mundo salía beneficiado y nadie se enteraba.
    »Consideré todo esto muy interesante, y también inquietante, pues el banco, dentro de ciertos límites, intenta proteger a sus clientes de las malversaciones de fondos. Dorcas Fallinch quiso despedir a Hipolyte Bruny, pero le disuadí, porque quería ver cómo se desarrollaba el asunto.
    »Dos días después, Julian vino a verme. Era la primera vez que le conocía en persona. Descubrí a un joven alto y elegante, rubio, muy atractivo, si bien algo frívolo en sus modales, como si deseara que le consideraran encantador y de clase alta al mismo tiempo. Quería saber por qué no había entregado ya los diez mil soles por el depósito del Fratzengale. Respondí que no había tenido tiempo de estudiar la transacción. El comentario molestó a Julian. Dijo que él se había encargado de todos los estudios necesarios. No era un precio exagerado por una nave de tanta capacidad y alcance. Admitió con franqueza que la nave carecía de refinamientos estéticos, pero afirmó que era sólido y fuerte, en suma, una nave antigua pero de confianza, no de lujo, pero adecuada a sus necesidades.
    »Respondí que me parecía muy bien, pero ¿cómo se proponía pagarla? Su respuesta me pilló por sorpresa. Aquel problema era la menor de sus preocupaciones, dijo Julian, pues sir Denzel se disponía a ingresar de un momento a otro cien o incluso ciento cincuenta mil soles.

    Kathcar lanzó una ronca carcajada.

    —Recuerdo muy bien la situación. Dama Clytie se había llevado aparte a sir Denzel, apalizándole sin piedad, e insistió en la necesidad de fondos. Sir Denzel sólo pensaba en escapar y accedió a todo. Esto fue antes de que le llevara a ver las cañoneras, por supuesto. A continuación, dama Clytie comunicó a Julian la buena nueva. Julian estaba convencido de que la transferencia de fondos ya estaba en camino.
    —Eso explica su creencia en la ampliación de fondos —dijo Vambold—. Entretanto, T. J. Weidler no había recibido los diez mil soles y el plazo iba a expirar, según me informó Julian. De hecho, sólo había conseguido obtener una opción de treinta días sobre el Fratzengale. Confesó que también estaba metido en otra transacción de casi la misma importancia.

    »Pregunté de qué clase de transacción se trataba. Contestó que aún no era firme, pero que parecía muy atractiva. Quise saber cómo pensaba financiar aquella transacción, si en la cuenta de sir Denzel no quedaba suficiente dinero. Julian dijo que la solución más práctica sería un préstamo a corto plazo del banco.
    »¿Qué garantía ofrecía por un préstamo tan sustancioso?
    »Julian adoptó una actitud algo altiva y declaró que tenía acceso a otras fuentes, en caso necesario. Le pedí que nombrara aquellas fuentes, pero contestó que la información no era oportuna en aquel momento y se marchó hecho una furia.
    »Pensé sobre lo que me había dicho y realicé ciertas investigaciones en los registros bancarios, hasta averiguar muchas cosas que sí eran oportunas. Descubrí una cuenta del VPL que databa de casi veinte años antes, que gracias a pequeños ingresos había acumulado ya noventa y seis mil soles, que dama Clytie Vergence tenía una cuenta personal de treinta y un mil soles, y otra cuenta a nombre de Julian totalizaba once mil soles. Julian estaba autorizado a utilizar cualquiera de las cuentas. Empecé a acariciar una idea que me vi obligado a descartar, por poco ética.
    »Julian volvió hace tres días. Se mostró confiado y afable. Habló del VPL unos momentos, el movimiento del que sir Denzel y él era militantes, y de las dificultades que tenía su tía Clytie Vergence con los Conservacionistas de Stroma, pero yo estaba seguro de que aquél no era el motivo de su visita. De hecho, eran otras sus intenciones. Además del transporte Fratzengale, dijo, el VPL necesitaba con toda urgencia una nave correo. Había descubierto en los astilleros Weidler una nave que se adecuaba a sus exigencias, a muy buen precio. Era un excelente yate espacial Fortunatus Nueve que valía cuarenta y tres mil soles, de manera que el Fratzengale y el Fortunatus podían conseguirse por sólo ciento dieciocho mil soles, una ganga fenomenal, y no podía permitir dejar escapar aquella ocasión.
    »Julian estaba muy entusiasmado. ¡El Fortunatus era un encanto! ¡Una joya! ¡Cómo nuevo, a un precio único!
    »Muy bien, le dije, pero ¿cómo se proponía pagar los vehículos? En la cuenta de sir Denzel sólo quedaban diecinueve mil soles, después del primer pago por el Fratzengale. Insistió en que la transferencia de fondos de sir Denzel era inminente; la propia dama Clytie Vergence se lo había notificado.
    »De todos modos, si el dinero no se materializaba, los diez mil soles se perderían.
    »Julian desechó la idea como absurda. Quería un préstamo a corto plazo del banco para poder comprar las dos naves.
    »Le dije que sí, que el banco podía acceder a aquel préstamo, siempre que tanto el título como la posesión física permanecieran en poder del banco hasta que el préstamo se amortizara, y también, para proteger al banco, le exigiría una garantía sustancial.
    »Julian consideró fastidiosas estas formalidades y trató de burlarlas. Indicó que las dos naves serían suficiente garantía. Señalé que la extensión Gaénica era amplia, larga y profunda. Por esta razón, las naves espaciales se consideraban garantías arriesgadas a cambio de préstamos bancarios.

    Vambold exhibió de nuevo su fría sonrisa, y siguió hablando.

    —Julian se levantó con semblante severo. Preguntó si yo le consideraba el tipo de persona capaz de dejar sin pagar una deuda. Sí, respondí. Era un directivo bancario y me habían enseñado a desconfiar de todo el mundo.

    »Julian se marchó, pero volvió al día siguiente, muy angustiado. Dorcas Fallinch, a sugerencia mía, le había advertido que otras personas iban a presentar una oferta por el Fortunatus. Julian dijo que debíamos actuar con rapidez, y que no sería prudente esperar al dinero de sir Denzel.
    »Era él quien debía tomar la decisión, dije, pero ¿había pensado en una garantía adecuada?
    »Julian contestó, bastante malhumorado, que en caso necesario podía utilizar como garantía los fondos ingresados en las demás cuentas.
    »En ese caso, dije, quizá debería pensar en utilizar aquellos fondos para comprar las naves. La idea no carecía de mérito, repuso Julian, pero prefería canalizar los fondos a través de la cuenta de sir Denzel, por diversas razones. Yo sabía que la razón más importante consistía en que aquélla era la única forma de utilizar el dinero de sir Denzel para comprar su precioso Fortunatus. Dije que las demás cuentas podían servir de garantía, pero que los trámites significaban en ocasiones semanas de esperar la aprobación de una junta supervisora. Se trataba de un sistema complicado a propósito para desalentar a especuladores, equilibristas de las finanzas y aquellos que tramaban planes piramidales invertidos. Al fin y al cabo, podía transferir el dinero de aquellas cuentas a la de sir Denzel en cuestión de minutos. Dije que debía ser él quien tomara la decisión; bastaba con que diera las instrucciones. Quizá preferiría meditarlo unos días o una semana. No, dijo Julian. El tiempo era esencial y debía actuar de inmediato. Transferiría dinero de las otras cuentas a la de sir Denzel, y lo devolvería a su lugar de procedencia en cuanto llegaran nuevos fondos. Como quiera, le dije. Voy a preparar los documentos ahora mismo para que pueda transferir todas las cuentas, si así lo desea.
    »Julian vaciló. Preguntó cuánto dinero sería preciso.
    »Contesté que el dinero de la cuenta de sir Denzel se usaría como reserva por si llegaban otros talones. Por tanto, a los setenta y cinco mil soles del Fratzengale debían añadirse los cuarenta y tres mil del Fortunatus, cantidad que se elevaba a ciento dieciocho mil soles. Las tasas bancarias aumentarían la cifra, pero bastaría con unos ciento veinte mil soles.
    »JuIian puso cara de pocos amigos, pero no hizo comentarios. Transfirió noventa mil soles de la cuenta del VPL, veinte mil de dama Clytie Vergence y diez mil de su propia cuenta.
    »Muy bien, dije. Efectuaría la transacción con T. J. Weidler al instante. Julian podía volver al cabo de uno o dos días, para ultimar los detalles.
    »En cuanto Julian salió, telefoneé a Dorcas Fallinch. Me dijo que sesenta y cinco mil soles bastarían. ¿Y el Fratzengale? Vendería ambos por setenta mil soles. Acepté la oferta en nombre de sir Denzel Attabus; la transacción se hizo firme al instante.
    »Media hora después llegó un mensajero con documentos, llaves y cajas codificadas. Esta mañana me han interrumpido cuando me disponía a transferir setenta mil soles a la cuenta de T. J. Weidler, y concluir así la transacción, que temo no va a verse afectada por las últimas instrucciones de sir Denzel. En suma, la cuenta corriente de sir Denzel incluye dos naves espaciales, los veintinueve mil soles anteriores y otros cincuenta mil soles derivados de los fondos suministrados por Julian Bohost.

    —¿Esos fondos están inmovilizados en la cuenta de sir Denzel? —preguntó Glawen.

    Vambold asintió, sonriente.

    —Debo mencionar, a título personal, que, como Síndico del Instituto Murmeliano, comparto los puntos de vista de sir Denzel, que es un Avatar de Novena Fase del Noble Sendero. Este episodio ha redimido mi imprudente participación en la venta de las cañoneras Straidor-Ferox a Roby Mavil, cuando debería haber pedido confirmación a sir Denzel. El error ha recaído pesadamente sobre mis hombros. Me alegro de haberío neutralizado, hasta cierto punto.
    —En alguna parte he oído que, de entre todas las variedades humanas, los más despiadados son los pacifistas —comentó con aire pensativo Chilke.
    —¿Kathcar controla ahora la cuenta de sir Denzel? —preguntó Glawen.

    Vambold señaló el documento que Kathcar le había entregado.

    —El lenguaje de sir Denzel es explícito. En relación a la cuenta, Rufo Kathcar goza de plena libertad de acción.
    —Y esa cuenta contiene casi todos los fondos del VPL.
    —Así es.
    —¡Ajá! —exclamó exultante Chilke—. ¿Es posible tanta felicidad? Tal parece que el dinero de Julian ha desaparecido en las grietas de una distorsión temporal.

    Vambold sonrió con ironía.

    —Tendré que ser diplomático cuando explique los acontecimientos a Julian.
    —La escueta descripción del hecho será suficiente —dijo Kathcar—. Julian ha de aceptar las vicisitudes de la vida con filosofía.
    —Es un buen consejo, y se lo transmitiré a Julian.

    Kathcar asintió, pensativo.

    —Yo también he de cargar con pesadas responsabilidades. De todos modos, haré lo que pueda, sin la menor queja.

    Glawen lanzó una carcajada.

    —Admiramos su fortaleza de ánimo, pero antes son los intereses de la Reserva.
    —Efectuaré un completo análisis —replicó con frialdad Kathcar—, y a su debido tiempo…

    Glawen no le prestó atención.

    —La cuenta de sir Denzel contiene ahora setenta y nueve mil soles, un yate espacial Fortunatus y el Fratzengale. ¿Estoy en lo cierto?
    —Exacto —dijo Vambold.

    Glawen se volvió hacia Kathcar.

    —Primero, el Fortunatus. Transfiera la propiedad de sir Denzel al negociado B de la Estación Araminta, o a mí personalmente. Si prefiere entregar la nave al Negociado B, le aseguro que Bodwyn Wook quedará muy satisfecho y lo utilizará tan a menudo como considere conveniente.
    —¡Eso no puede ser!
    —Entonces, póngalo a mi nombre.
    —¿Cómo? —gritó Kathcar—. ¡Jamás! ¡Está diciendo disparates! Comparto el credo de sir Denzel, aunque no he avanzado tanto en el Sendero. Ahora, buscaré un retiro tranquilo y continuaré mis estudios, y tal vez me dedique a la cría de aves. Mi intención es invertir los fondos de sir Denzel en nobles propósitos, y en la mejora del Hombre.

    Glawen habló con frialdad.

    —No se resista, proteste o discuta. Perderá el tiempo. Puede que sir Denzel sea un idealista; también ha financiado una sedición criminal y sus propiedades serán confiscadas, sin la menor duda. La posición de usted es ambigua, como mínimo. Si Bodwyn Wook le relaciona con las cañoneras, llevará el caso hasta las últimas consecuencias.
    —¡Estaba sometido a siniestras presiones, como sabe! —gritó Kathcar—. ¡Toda mi vida he luchado contra el Destino! ¡Mis buenas intenciones siempre se han torcido y vuelto contra mí!
    —¡Ahora no! Sus buenas intenciones son libres como pájaros. Deje de lado sus doradas fantasías y empiece a firmar papeles.
    —Cuando les vi por primera vez en el Vagabundo, me dije, mal presagio —contestó con voz hueca Kathcar.
    —Acabemos de una vez —dijo Glawen—. Primero, el Fortunatus, que nos será útil en nuestro trabajo.

    Kathcar alzó los brazos con violencia y se volvió hacia Vambold.

    —Transfiera el Fortunatus y el Fratzengale a Glawen Clattuc, Estación Araminta, Cadwal. Debo someterme a este martirio despiadado.

    Vambold se encogió de hombros.

    —Como desee.
    —Después —dijo Glawen—, pague a Kathcar veinte mil soles, que probablemente no se merece.

    Kathcar lanzó un grito de aflicción.

    —¿Veinte mil? ¡Esperaba mucho más!
    —Veinte mil fue la cantidad que mencionó a Bodwyn Wook.
    —¡Eso fue antes de arriesgar mi vida!
    —Muy bien. Que sean veinticinco mil soles.

    Vambold tomó nota.

    —¿Y el resto?
    —Ingrese lo que queda en la cuenta Floreste-Clattuc del Banco de Soumjiana.

    Vambold miró a Kathcar.

    —¿Son ésas sus instrucciones?
    —Sí —gruñó Kathcar—. Como siempre, mis planes y esperanzas han fracasado.
    —Muy bien. —El director Vambold se levantó—. Si vuelven dentro de, digamos, tres días…

    Glawen le miró escandalizado.

    —¡Tres días! Hay que terminar el asunto ahora mismo.

    Vambold imprimió a su cabeza una breve sacudida.

    —En el Banco de Soumjiana trabajamos con prudencia. No podemos arriesgarnos a cometer errores, puesto que nuestras disculpas nunca son escuchadas. Sus propuestas han volado por la habitación como pajarillos asustados, lo cual me parece muy bien, puesto que no carga con la menor responsabilidad. Yo, sin embargo, he de proceder con cautela. Me veo obligado a realizar una evaluación ordenada e investigar su reputación.
    —¿Mis peticiones son legales?
    —Por supuesto. No las he considerado de otra manera.
    —Eso en cuanto a la evaluación. En cuanto a mi reputación, diríjase a Alvary Irling, del Banco de Mircea, aquí en Soumjiana.
    —Si me disculpa un momento, le llamaré en privado desde mi antecámara.

    Vambold salió del despacho. Glawen se volvió hacia Kathcar y Chilke.

    —Es muy importante que liquidemos la cuenta antes de que llegue la noticia de la muerte de sir Denzel. De lo contrario, Julian podrían recuperar la cuenta del VPL. De ahí las prisas.

    Vambold volvió al escritorio, con aire pensativo.

    —Alvary Irling ha confirmado su buena reputación y sugerido que colabore con usted al máximo. Por lo tanto, es lo que voy a hacer. Veinticinco mil soles para Rufo Kathcar; el Fortunatus y el Fratzengale para usted, y el resto, unos cincuenta y cuatro mil soles, a la cuenta Floreste-Clattuc.
    —Exacto.
    —Ordenaré que traigan los fondos y los documentos de transferencia. Sólo tardarán un momento.

    Sonó el teléfono de Vambold. Glawen vio el rostro de Julian Bohost en la pantalla.

    —Estoy en el banco —se oyó la voz de Julian—. ¿Voy a su despacho? Supongo que todo está en orden.

    Glawen atrajo la atención de Vambold.

    —Dígale que vuelva dentro de dos horas, después de comer.

    Vambold asintió.

    —¿Está todo preparado? —preguntó Julian.

    Vambold empleó su tono de voz más indiferente.

    —Lo siento, señor Bohost. He estado muy ocupado, y aún no he tenido tiempo de tramitar los papeles.
    —¡Cómo! ¡El tiempo es esencial y estoy sobre ascuas!
    —Se ha producido un problema en el trámite que aún no he podido solucionar. El funcionario que se ocupa de ello ha salido a comer.
    —¡Esto es indignante! —vociferó Julian—. ¡Qué falta de eficiencia!
    —Señor Bohost, si vuelve dentro de dos horas tendré noticias definitivas para usted, sean cuales sean.
    —¿Qué quiere decir? —gritó Julian—. ¡Esto es intolerable!
    —Dentro de dos horas, pues —dijo Vambold. La pantalla se oscureció.

    Vambold meneó la cabeza, disgustado.

    —No me gusta que me pillen en falso.
    —No dilapide compasión por Julian, que hizo lo posible por estafar a sir Denzel, que violó las leyes de la Reserva, y que alentó actos que sólo podían conducir a un baño de sangre. Su conducta no ha sido nada inocente, Fase Novena o no.
    —Es posible.

    Vambold se desinteresó de la discusión.

    Tres paquetes cayeron en una cesta. Vambold entregó uno a Kathcar.

    —Veinticinco mil soles. —Otro fue a parar a Glawen—. Documentos, llaves y cajas codificadas del Fortunatus y el Fratzengale. —Extrajo un papel del tercer sobre—. Firme aquí —indicó a Glawen—. Es el recibo por la transferencia de dinero a su cuenta.
    —Confidencial, supongo.
    —Por completo. Nuestro negocio ha concluido, puesto que la cuenta de sir Denzel está vacía.
    —Una cosa más —dijo Glawen—. ¿Le suena el nombre Lewyn Barduys?

    Vambold frunció el ceño.

    —Creo que es un magnate. De la construcción, tal vez.
    —¿Tiene oficinas en Soumjiana?

    Vambold habló por teléfono.

    —Construcciones Kantolith representa en Soumjiana a Construcciones L-B —informó una voz.
    —Llame a Kantolith, por favor, y pregunte por el paradero actual de Lewyn Barduys.

    Vambold hizo la llamada y recibió la respuesta de que nadie sabía su paradero.

    —La oficina sectorial está en Zaster, Yaphet, junto a la Estrella Verde de Gilbert. Allí le informarán de su paradero actual.

    Los tres salieron del despacho. Vambold les despidió con una breve reverencia.

    Salieron del banco por la entrada principal y desembocaron en la plaza, abarrotada de soumi que se dirigían a sus ocupaciones con aquel paso decidido, casi contoneándose, la cabeza erguida, los hombros echados hacia atrás, que tanto llamaba la atención de los visitantes.

    Kathcar, frenético por las oportunidades perdidas, había olvidado el miedo que le oprimía antes. Acompañó a Glawen y Chilke, sin objeciones ni reproches, hasta un café al aire libre, donde se sentaron a una mesa. Una rolliza camarera trajo una bandeja con salchichas asadas, pan y cerveza.

    —Ha llegado el momento de separarnos —dijo Glawen a Kathcar—. Supongo que ya habrá hecho planes definitivos.

    Kathcar se encogió de hombros.

    —Finalizado el episodio, se me echa a un lado.

    Chilke sonrió.

    —Ya tiene su dinero. Le ha dado una buena lección a Julian. ¿Qué más quiere?
    —No estoy satisfecho del todo. Pensaba ir a ver a mis conocidos de Foucher, en Canopus IX, y dedicarme a la cría de aves, pero la perspectiva ya no me atrae.
    —Considérese afortunado —replicó con sequedad Glawen—. Bodwyn Wook quería meterle a picar piedra en Cabo Journal.
    —Bodwyn Wook es un chancro en las partes sensibles del Progreso —murmuró Kathcar—. De todos modos, preferiría vivir en Cadwal, donde ayudaría a dirigir el nuevo orden, pero sospecho que nunca me sentiría seguro.

    De pronto, Kathcar recordó sus temores a ser asesinado. Levantó la cabeza y escudriñó la plaza, iluminada por la pálida luz amarilla de Mazda. Los ciudadanos de Soumjiana iban de un lado a otro, los hombres vestidos con pantalones holgados sujetos bajo la rodilla, chaquetas y camisas blancas de cuello amplio. Las mujeres llevaban blusas de manga larga y faldas. Al igual que los hombres, se conducían con orgullosa rectitud.

    —¡Miren! —gritó Kathcar.

    Señaló una estatua de hierro negro situada en el centro de la plaza, erigida en honor de Cornelis Pameijer, uno de los primeros exploradores. A un lado del pedestal, un vendedor de salchichas lemuriano había dispuesto su parrilla. Muy cerca, se encontraba Julian Bohost, que comía con aire sombrío salchichas y pan.


    3


    Glawen, Chilke y Kathcar abandonaron la plaza y caminaron por el Paseo de las Mujeres Enérgicas hasta una fila de taxis.

    —Aquí, nos despediremos —dijo Glawen a Kathcar.

    Kathcar echó la cabeza hacia atrás, sorprendido.

    —¿Cómo? ¿Tan pronto? ¡Todavía no hemos hecho planes para el futuro!
    —Es verdad. ¿Qué clase de planes tenía en mente?

    Kathcar hizo un ademán indicador de que el abanico de posibilidades era casi infinita.

    —No hay nada decidido. Hasta el momento, he esquivado a mis enemigos, pero usted me ha obligado a salir a terreno despejado, donde soy vulnerable.

    Glawen sonrió.

    —¡Sea valiente, Kathcar! Ya no corre peligro.
    —¿De veras? —dijo con voz rasposa Kathcar—. ¿Cómo lo sabe?
    —Hemos dejado a Julian comiendo una salchicha. Daba la impresión de estar malhumorado, pero no había nadie con él, ni conspiraba para asesinarle, como sucedería si supiera que anda por aquí.
    —Podría averiguarlo en un abrir y cerrar de ojos.
    —En ese caso, cuanto antes se marche mejor, y lejos es mejor que cerca.
    —Vaya en taxi al espaciopuerto ahora mismo —dijo Chilke—, suba a bordo del primer paquebote para el Empalme de Diógenes, en Clarence Attic, en la base del Manojo. En cuanto atraviese la terminal y se mezcle con la multitud, se perderá para siempre.

    Kathcar frunció el ceño.

    —Una perspectiva muy poco agradable.
    —No podemos darle mejor consejo —dijo Glawen—. Ha sido un placer trabajar con usted. Todos hemos salido beneficiados, y hasta el director Vambold parecía satisfecho.

    Kathcar gruñó.

    —No se gana nada citando agravios o protestando contra la injusticia, ¿verdad?
    —Tiene toda la razón, sobre todo porque ha salido mucho mejor librado de lo que merecía.
    —¡Esa interpretación de los acontecimientos es una tergiversación! —exclamó Kathcar.
    —En cualquier caso, nos despedimos aquí.

    Kathcar siguió vacilante.

    —Con toda sinceridad, se me han ocurrido nuevas ideas acerca del futuro. Tal vez redundaría en nuestro mutuo beneficio que me uniera a su expedición. Como sabe, soy capaz y astuto al mismo tiempo.

    Glawen desvió la vista y observó la expresión indiferente de Chilke.

    —Temo que es imposible —contestó—. No estamos autorizados a alistar agentes civiles, por más hábiles que sean. Necesitaría el permiso habitual del Negociado B.

    El rostro de Kathcar se inundó de pesadumbre.

    —Si regresara a la Estación Araminta y ofreciera mis servicios, ¿cómo cree que me recibirían?

    Chilke sacudió la cabeza, con expresión dubitativa.

    —Si usted muriera, quizá podría persuadir a Bodwyn Wook de que bailara sobre su tumba.
    —Si informa de lo que sabe acerca de las cañoneras —dijo Glawen—, imagino que será tratado con educación, e incluso recompensado.

    El escepticismo no abandonó a Kathcar.

    —No me complazco en fantasías románticas, ni tampoco espero la menor recompensa de ese demonio avariento.
    —En los tratos con Bodwyn Wook, el tacto es muy importante —recordó Chilke—. Es un truco que debería aprender.
    —Le trato como si fuera un hombre razonable. Espero de él que reaccione con lógica.
    —Muy bien —dijo Glawen—. Escribiré una carta que entregará a Egon Tamm.
    —Me será muy útil —contestó Kathcar de mala gana—. Le ruego que no mencione los veinticinco mil soles. Nunca es de buen gusto alardear de la situación financiera.



    Capítulo 4
    1


    El Fortunatus medía veinte metros de proa a popa. Un amplio salón, la cocina, tres camarotes dobles, la despensa y la trascocina ocupaban la cubierta principal, y una escalera de tres peldaños descendía a la cúpula de control. Debajo estaban la sala de máquinas, los aposentos de la tripulación y más despensas y trascocinas. El revestimiento había sido esmaltado de blanco, con diseños negros y franjas rojo oscuro alrededor de las enormes y rechonchas cámaras estabilizadoras, que en la parte superior de la línea del Fortunatus se integraban con el casco.

    El yate espacial superaba las previsiones más optimistas de Glawen y Chilke.

    —No encuentro el menor defecto en el gusto de Julian —dijo Glawen—. Temo que este episodio le dolerá en lo más hondo.
    —Sobre todo porque sir Denzel pagará todos los gastos. A mí también me gusta la sensación.
    —En justicia, el título de propiedad también debería estar a tu nombre.
    —Da igual —contestó Chilke—. Nos lo quitarán en cuanto volvamos a la Estación.

    Glawen exhaló un suspiro de tristeza.

    —Supongo que tienes razón.

    Los dos estaban sentados en el salón y bebían té. A popa, el sol amarillo Mazda brillaba como una moneda de oro, si bien con menos intensidad a causa de la hora. Delante, aún invisible en la resplandeciente senda del Manojo, se hallaba la Estrella Verde de Gilbert.

    Kathcar se había quedado en el espaciopuerto de Soumjiana, aunque había insistido una vez más en sumarse a la misión. Glawen declinó la oferta de nuevo.

    —Las oficinas de Zaster tendrán toda la información que necesitamos.

    Kathcar se acarició su larga barbilla blanca.

    —¿Les proporcionarán dicha información?
    —¿Por qué no? Llevamos credenciales oficiales.
    —Las credenciales no servirán de nada si se entabla una negociación.

    Glawen se encogió de hombros. Ni se me había pasado por la cabeza.

    —El momento de empezar a pensar es hoy —dijo Kathcar—. Mañana, puede que se encuentre hundido hasta la rodilla en complicaciones.

    Glawen se quedó perplejo.

    —¿Qué tipo de complicaciones?
    —¿No está claro? Barduys, aunque duro y rígido, es racional. Sin embargo, puede que deba tratar con la inexcrutable Flitz. Las discusiones serán delicadas, y ahí es donde entro yo: una sola mirada vale más que una docena de compromisos.
    —Haremos lo que podamos —repuso Glawen.

    Sacó una hoja de papel de su maleta y redactó una breve carta a Egon Tamm, en la cual describía a Kathcar como «… una persona inteligente y llena de recursos, dotada para las ideas creativas». Continuaba: «Kathcar afirma haber roto todos los lazos con el VPL. Le explicará la confiscación de fondos del VPL que llevamos a cabo con éxito. Nos ha sido de gran ayuda en esta operación. Afirma que sus recientes discursos, así como el aumento de la venalidad entre los VPL, le convenció de apartarse de la organización. Tanto el comandante Chilke como yo pensamos que Rufo Kathcar podría ser útil para la estación Araminta, en un trabajo adecuado a sus capacidades».

    Kathcar leyó la carta con las cejas enarcadas.

    —No es precisamente exagerada, pero sí mejor que nada, o al menos eso me parece.

    Después, Glawen dirigió cartas a Bodwyn Wook y a su padre, en las que describía los acontecimientos de Soumjiana y llamaba la atención sobre la presencia de las cañoneras Straidor-Ferox en algún lugar de Throy. También escribió a Wayness, y prometió otra desde Zaste (Yaphet).

    Kathcar compró un pasaje de vuelta a Cadwal en la Tristram Tantalux, que partía por la mañana. En el ínterin, permanecería en su habitación del hotel de la terminal.

    Glawen y Chilke volvieron a bordo del Fortunatus, alimentaron el piloto automático con las coordenadas de la Estrella Verde de Gilbert y partieron de Soum.


    2


    Cuando hablaron de la Estrella Verde de Gilbert, muchos cosmólogos adujeron que el extraño tono verde era una mera ilusión, y afirmaron que la estrella era de un blanco iridiscente, o tal vez azul hielo. Sólo cambiaron de opinión cuando vieron la Estrella de Gilbert con sus propios ojos. Atribuyeron el color a iones metálicos en la atmósfera estelar, una opinión que el espectroscopio apoyó.

    Once planetas pertenecían a la Estrella Verde de Gilbert, de los cuales, sólo el octavo, estaba habitado, Yaphet.

    Pocos turistas visitaban Yaphet, por buenos motivos: no había la menor diversión, salvo el espectáculo de un pueblo dedicado a vivir hasta el límite de sus capacidades.

    Los paisajes de Yaphet carecían de interés. La flora nativa se reducía a cardúmenes de pantano, algas y un arbusto similar al bambú llamado «pescuezo». La fauna había sido descrita como «sin gracia y furtiva, insufriblemente sosa» por el gran botánico Considerio, quien hizo una virtud de la objetividad desapasionada y había encontrado cosas de interés hasta en los lagartos de cola corta del Planeta de Tex Wyndham.

    El clima de Yaphet era templado, la topografía carecía de rasgos destacables, y la población era limpia, cuidadosa y moral. Los viajantes de comercio y ocasionales turistas se alojaban en pulcros hostales, decorados con colores psicológicamente correctos.

    Comían alimentos uniformemente nutritivos y exactamente calculados para satisfacer las necesidades de cada comensal. Siempre se podía escoger entre un amplio abanico de bebidas: agua de cebada, tanto fría como caliente, suero helado y zumos de fruta filtrados.

    A lo largo de los años, la ciudad de Zaster se había convertido en un importante núcleo industrial y financiero, donde se encontraban representadas todas las grandes empresas.

    Glawen y Chilke averiguaron en una guía que las oficinas de L-B estaban en la Torre Excelsis. Salieron a la calle y un conserje les dio más instrucciones.

    —¡Sigan recto, señores! Unos tres kilómetros por el bulevar Nueve, y verán un hermoso edificio rosa y negro; rosa y negro significan celo y honor, por supuesto, pero como son extraplanetarios, pensé que no lo sabrían.
    —¿Hay transportes públicos, o hemos de tomar un taxi?

    El conserje rió.

    —¡Señores! ¿Un taxi para tres kilómetros? ¡Es un paseíto de diez o quince minutos!
    —Por supuesto, pero ocurre que a mi compañero le duele la pierna, así que debemos ir en coche.
    —¿El caballero está herido? Qué pena. ¡Todos nos sentimos apesadumbrados! ¡Un transporte de inválidos llegará enseguida!

    Al cabo de un momento, apareció un vehículo blanco. El conserje y el chófer ayudaron a Chilke a sentarse, muy solícitos.

    —Cuidado con esa rodilla, señor —regañó el conserje a Chilke—. Es difícil correr con una sola pierna.
    —Muy cierto —admitió Chilke—. Era un gran acróbata, pero mi carrera ha llegado a su fin. En cualquier caso, descansaré la pierna, ambas piernas, de hecho, lo máximo posible.
    —¡Así se habla! Que se recupere.

    El transporte de inválidos condujo a Glawen y Chilke por el bulevar Nueve, entre torrentes de hombres y mujeres que corrían a comer.

    El vehículo se detuvo ante la Torre Excelsis, negra y rosada. Ayudaron a Chilke a bajar.

    —Las oficinas estarán cerradas —dijo el chófer—, pero allí hay un estupendo restaurante donde pueden comer.

    Glawen y Chilke se acercaron al Viejo Rey Tut, donde un cartel les aseguró que sólo se servían alimentos ultranutritivos, en condiciones de higiene absoluta. Al entrar les ofrecieron toallas humedecidas con líquidos antisépticos, y siguiendo el ejemplo de los demás, se secaron la cara y las manos, para luego entrar en el restaurante propiamente dicho. Les sirvieron una comida compuesta por sustancias desconocidas, de texturas y sabores extraños. Un cartel en la pared rezaba: «Rogamos que llamen nuestra atención ante la menor insatisfacción, en cuyo caso el Dietista Jefe aparecerá y les explicará en términos inolvidables los conceptos sinergéticos en que se basan sus preparados, y aclarará por qué hay que masticar e ingerir con el mayor cuidado cada pedazo».

    Glawen y Chilke engulleron la mayor cantidad posible, y luego se fueron a toda prisa del restaurante, por si alguien les llamaba para obligarles a comer la cuajada enriquecida y las algas con jengibre.

    La Compañía de Construcciones L-B ocupaba la décima planta de la Torre Excelsis. El ascensor depositó a Glawen y Chilke en una zona de recepción, decorada y amueblada con un estilo espartano. Un mostrador corría a lo largo de la pared del fondo. Las demás paredes exhibían grandes fotografías de obras y proyectos en diversas fases de terminación. Detrás del mostrador se erguía un joven dinámico vestido con una blusa blanca inmaculada, con rayas azules en la mangas y pantalones a franjas blancas y azules. Una placa en el mostrador indicaba:

    TÉCNICO DE TURNO
    T. JORNE


    —¿En qué puedo servirles, señores? —preguntó Jorne.
    —Acabamos de llegar al planeta. Mantenemos relaciones comerciales con Lewyn Barduys y nos han dicho que le encontraríamos aquí.
    —Han llegado con una semana de retraso. El señor Barduys no está en las oficinas.
    —Qué pena. Nos ha traído un asunto urgente. ¿Dónde podemos encontrarle?

    Jorne meneó la cabeza.

    —Nadie se ha molestado en informarme.

    Una joven alta entró en la habitación a grandes zancadas.

    Tenía los hombros cuadrados y los lomos cubiertos de poderosos músculos. Al igual que Jorne, demostraba una salud exuberante.

    —¡Ah, Obadah! —exclamó Jorne—. ¡Por fin has llegado! ¿Dónde has comido?
    —He probado el Antiguo Ejido, que se encuentra a unos seis kilómetros por la Vía del Sotobosque.
    —Un poco lejos para ir a comer, tal vez, aunque he oído hablar muy bien de sus glútenes. No obstante, vamos al trabajo. Estos caballeros desean hablar con el señor Barduys, pero no puedo ayudarles. ¿Sabes dónde se encuentra actualmente?
    —No, pero voy a preguntar a Signatus. Suele saberse al dedillo estos detalles.

    Obadah salió corriendo de la sala.

    —Les ruego que tengan paciencia —dijo Jorne a Glawen—. Sólo tardará unos momentos, aunque Signatus nunca está donde debe.

    Glawen se reunió con Chilke, que estaba estudiando las fotografías de las paredes: presas, puentes, edificios de diversos tipos. Chilke se había parado como hipnotizado ante la fotografía de una enorme grúa que colgaba sobre un abismo, agigantada por las seis figuras humanas que se veían al fondo.

    —¿Qué te parece tan fascinante? —preguntó Glawen.

    Chilke indicó la foto.

    —Da la impresión de que el abismo es muy profundo.
    —Pues sí.

    De las personas plasmadas, la más cercana era un hombre de edad madura, corpulento, cabello castaño corto, estrechos ojos grises, y nariz corta y recta. La cara no expresaba nada en particular, salvo una pizca de obstinación, o mejor, una rotunda convicción.

    —Ese hombre es Lewyn Barduys —dijo Glawen—. Le conocí en la Casa del Río hace un año. Según recuerdo, no dijo gran cosa.

    La foto, además de Barduys, incluía un par de dignatarios locales, dos ingenieros y Flitz, que estaba algo apartada. Llevaba pantalones color tostado, un jersey azul oscuro y un sombrero flexible de tela blanca. Al igual que Barduys, su expresión era neutra, pero si la mirada de Barduys trasmitía una sensación de alerta, incluso de vigilancia, Flitz parecía indiferente.

    —¿Debo suponer que ahí, ante mis propios ojos, se yergue la legendaria Flitz? —preguntó Chilke.
    —¿Cuál?
    —La mujer.
    —Sí, es Flitz.

    Obadah regresó.

    —He encontrado a Signatus. ¡Nunca adivinarás dónde estaba metido!
    —¿En Investigación de Herramientas?
    —En Inventario de Materiales, y adivina por qué.
    —Desde luego, pero ¿qué te dijo?
    —¡Signatus lo sabe todo! Me ha informado de que el señor Barduys ha ido al planeta Rhea, cerca de Tyr Gog, en Pegaso. Acabamos de terminar una gran obra…
    —¡Por supuesto! ¡El puente de Scaime!
    —… y el señor Barduys quería asistir a la inauguración.
    —¿Flitz también ha ido? —preguntó Chilke.
    —Desde luego. ¿Por qué no? En teoría, es su secretaria, pero ¿quién sabe lo que es y lo que no es?
    —¡Ajá! —exclamó Chilke—. Luego, ¿los rumores no mienten?

    Jorne sonrió.

    —Yo no daría crédito a meras murmuraciones, pero cuando hecho tras hecho apunta hacia el norte, y se oye un gran estrépito en esa dirección, sólo un bobo corre a la carretera y mira hacia el sur. ¿Estoy en lo cierto?
    —Por completo.
    —Yo mismo he observado su influencia —dijo Jorne—. En ocasiones, da la impresión de que es ella quien dirige la empresa, en tanto el señor Barduys medita a su lado. Es inteligente, desde luego, y resuelve los problemas en un periquete.
    —Ummm —dijo Chilke—. No tiene aspecto de matemático o ingeniero.
    —No se llame a engaño. No es ni lunático ni frágil, pese a su estructura esquelética. Está claro, no obstante, que carece de nervio, y yo, al menos, no la elegiría como compañera para la Carrera de los Ciento Cincuenta Kilómetros. Comprueben por sí mismos que las caderas son enclenques. Obadah, acércate un momento.
    —No pienso enseñar a esos caballeros mis caderas.
    —Como quieras. —Jorne dedicó de nuevo su atención a la fotografía—. Pese a las deficiencias físicas, parece que sir Barduys y ella sostienen una buena y profunda relación. Al fin y al cabo, trabajan juntos durante largas horas. Seamos tolerantes: ¡una buena caja torácica y pectorales dinámicos no son lo único en la vida!
    —Pobre Barduys —suspiró Chilke—. Su vida es dura, con tantos proyectos, y sólo cuenta con la ayuda de la infortunada Flitz.

    Jorne frunció el ceño.

    —¡Nunca lo había pensado de esa forma!
    —Gracias por su colaboración —dijo Glawen—. Una última pregunta; ¿recuerdan si Barduys utilizó obreros yips de Cadwal?
    —Recuerdo algo por el estilo. Fue hace varios años.
    —¿No conservarán en sus archivos, por casualidad, el nombre de esos obreros?
    —Es posible. Lo descubriré en un instante. —Jorne manipuló los controles del sistema informático—. ¡Sí! La información está aquí.
    —Tenga la amabilidad de buscar los nombres Catterline y Selious.

    Jorne entró los nombres.

    —Lo siento, señor. Esas personas no constan en la lista.


    3


    El Fortunatus se alejó del sector de Perseo y atravesó el Golfo de Shimwald. La Estrella Verde de Gilbert se fundió con el Manojo, que a su vez desapareció engullido por el fondo luminoso del Brazo Inferior de Perseida, hasta desvanecerse.

    Enfrente, aparecieron las estrellas de Pegaso y Casiopeia, y entre ellas la estrella blanca Pegaso KE58, más conocida como Tyr Gog, que a su debido tiempo dominó el cielo.

    Seis de los nueve planetas de Tyr Gog eran pequeños y de escasa importancia. De los tres restantes, uno era un gigante gaseoso, y otro una bola de hielo amoniacal. El último, Rhea, exhibía una docena de anomalías, desde una órbita inclinada hasta una rotación en sentido contrario a las agujas del reloj y la forma asimétrica. Los materiales constituyentes eran todavía más extraordinarios. Al final, Rhea no se juzgó como el resultado habitual de la condensación planetaria, sino como la fusión de varios fragmentos grandes, que incluían asteroides y pedazos de una estrella muerta que había estallado.

    El primer localizador, David Evans, reconoció la extraña y maravillosa cualidad de los minerales de Rhea, como jamás había visto antes. Algunas de las sustancias se habían creado en el interior estelar, en procesos que transmutaban las partículas subatómicas normales y reordenaban sus constituyentes en nuevas pautas, que creaban conjuntos imposibles en teoría, de modo que la posterior explotación de las minas rheanas dio paso a un campo de la química completamente inédito.

    David Evans vendió licencias y arriendos a un consorcio de empresas mineras, las «Doce Familias», en tales condiciones que le convirtieron en uno de los hombres más ricos de la galaxia.

    Rhea, pequeña y densa, contenía una topografía diversa y paisajes de impresionantes contrastes. Los dos principales continentes eran Wreke y Myrdal, uno a cada lado del ecuador, separados por el estrecho de Scaime. Los minerales únicos de Rhea se encontraban más accesibles en Wreke, que se convirtió en la base del complejo industrial, en tanto la zona residencial de la población trabajadora se centraba en la ciudad de Tenwy. El paisaje más suave de Myrdal, al sur, estaba reservado a las propiedades de las Doce Familias, una casta que almacenaba riquezas capaces de superar los sueños del avaro más recalcitrante.

    Los continentes Wreke y Myrdal estaban muy próximos. Durante ciento cincuenta kilómetros, el Scaime sólo alcanzaba sesenta kilómetros de anchura. Las mareas y corrientes que comunicaban los dos grandes océanos corrían en ocasiones por el canal a veinte o treinta nudos.

    Cinco años antes, la nobleza había decidido tender un puente sobre el Scaime, con el fin de facilitar el tránsito entre Tenwy y Myrdal. El contrato fue adjudicado a Construcciones L-B. Se pusieron a flote pontones de hormigón, se remolcaron y anclaron a intervalos de medio kilómetro. De pontón a pontón, largos arcos lisos sustentaban la carretera que cruzaba el Scaime, a una altura de sesenta metros sobre las veloces corrientes. El puente era una obra de ingeniería espléndida, y la nobleza ya podía trasladarse entre Wreke y Myrdal a bordo de raudos trenes magnéticos con toda comodidad.

    En el extremo norte del puente se encontraban la ciudad de Tenwy y el principal espaciopuerto del planeta. El Fortunatus descendió y aterrizó. Glawen y Chilke se sometieron a las típicas formalidades de llegada, y pasaron al principal vestíbulo de la terminal. El letrero «SERVICIO DE INFORMACIÓN PARA VISITANTES» colgaba sobre un mostrador. Una mujer menuda y regordeta, de pelo castaño rizado, mejillas hundidas y pequeña boca roja, estaba encaramada a lo alto de un taburete acolchado. Observó el acercamiento de Glawen y Chilke por debajo de sus lánguidos párpados.

    —¿Sí, caballeros?
    —Acabamos de llegar —dijo Glawen—. Necesitamos cierta información, y por eso estamos aquí.
    —Ni que decir tiene —respondió la mujer con un bufido—. Les advierto que no estoy autorizada a proporcionarles datos econométricos ni información genealógica relativa a las Doce Familias, y les informaré antes de que lo pregunten de que no existen visitas guiadas a Myrdal o a las Grandes Residencias.
    —No lo olvidaremos —prometió Glawen—. ¿Puedo preguntar por el puente?

    La mujer señaló un quiosco de periódicos.

    —Allí encontrarán una docena de publicaciones sobre dicha información, que pueden estudiar a su antojo.
    —¿Usted no tiene esa información?
    —Sólo si salto del taburete, voy de aquí para allá, y pierdo el tiempo. Todo el mundo sale ganando si utiliza su iniciativa, y madame Kay, la del quiosco, también merece ganarse la vida.
    —Restringiremos nuestras preguntas. Con un poco de suerte, no tendrá que saltar del taburete.

    La mujer resopló.

    —¿Qué quiere saber?
    —Primero, en lo tocante a las ceremonias de inauguración, ¿han empezado ya? Si no, ¿cuándo?
    —Ya han terminado. El puente se ha inaugurado oficialmente.
    —Lástima. Tendremos que sobrellevar la decepción. ¿Dónde están las oficinas de la Compañía de Construcción L-B?
    —Encontrará las oficinas en el número 3 de la plaza Silurian.
    —¿Cuál es la mejor forma de llegar?
    —Caminando o en taxi. Yo, personalmente, iría en el tranvía A, que es gratis, pero claro, yo sé adonde voy.

    Glawen y Chilke salieron de la terminal y subieron a un taxi. Atravesaron un barrio de fundiciones, talleres de máquinas y casas de suministros, para adentrarse más tarde en una zona de edificios de oficinas, bloques uniformes de vidrio y hormigón, con la fachada barnizada de ópalo negro, que centelleaban con un centenar de colores. Las colinas de detrás estaban atravesadas por filas ordenadas de residencias grises con tejado rojo. Algunas eran pequeñas, otras grandes, pero todas obedecían a un estilo arquitectónico uniforme, ordenadas por alguien con predilección por lo rococó y caprichoso, de modo que por todas partes se veían arcadas, columnatas y cúpulas bulbosas. Cada casa estaba rodeada por altos cipreses delgados, dos como mínimo y seis como máximo.

    El taxi se desvió hacia el Scaime, y ante su vista apareció el maravilloso puente nuevo. El vehículo entró en una plaza circular y se detuvo ante el número 3. Glawen y Chilke descendieron y pagaron la tarifa con una simple protesta pro forma, pues el precio no les pareció excesivo. Entraron en el vestíbulo y se acercaron a la recepción. Tras el mostrador se sentaba una mujer delgada y rubia, de aire decidido, nariz larga y delgada, ojos negros, movedizos y avispados. Su expresión era severa, como dando a entender que quien la abordara debía conducirse con propiedad, porque no estaba de humor para tonterías.

    Glawen habló con humildad.

    —Perdone, señorita, me pregunto si podría ayudarnos.

    La respuesta fue contundente.

    —Eso depende de lo que desee.
    —Acabamos de llegar a Rhea…
    —Ya no contratamos a nadie. De hecho, estamos despidiendo o trasladando a las cuadrillas. Si desea más información, diríjase a la Oficina de Empleo, en el patio de la empresa.
    —¿Ahí es donde encontraremos a Lewyn Barduys?

    La recepcionista le miró impertérrita.

    —¿De dónde ha sacado esa estúpida idea?

    Glawen sonrió.

    —Supongo que sabe a quién me estoy refiriendo.
    —Por supuesto. Al señor Lewyn Barduys.
    —Queremos hablar con él. ¿Dónde podemos encontrarle?
    —A ese respecto, al menos, no puedo serles útil.
    —¿Sigue en Rhea?
    —Carezco de información precisa. Estuvo aquí durante las ceremonias de inauguración. Es lo único que puedo decirles.
    —Pues haga el favor de dirigirnos a alguien que lo sepa.

    La recepcionista meditó unos momentos, y después habló por el interfono.

    —Señor, hay dos caballeros que desean hablar con el señor Barduys. No sé muy bien qué decirles. —Escuchó por su auricular—. ¡Pero no se han convencido! Insisten en obtener información concreta. —Volvió a escuchar—. Muy bien, señor. —Se volvió hacia Glawen y Chilke e indicó una puerta—. Si entran en la sala de conferencias, el señor Yoder les recibirá. Es el director administrativo —añadió, como si se le hubiera ocurrido de repente—, categoría 3b. Sin duda serán conscientes de esta circunstancia y se conducirán con decoro.

    Glawen y Chilke obedecieron las instrucciones y entraron en una sala grande, revestida de yeso, con el techo negro y el suelo de baldosas amarillas y marrones. Los muebles, una mesa y una docena de sillas, eran sencillos pero elegantes, de madera ensamblada a mano. En una pared colgaba una enorme fotografía del puente, con un grupo de hombres y mujeres, altos dignatarios sin duda, de pie al fondo.

    Un hombre alto y enjuto de edad madura entró en la sala. Sus facciones afiladas y mejillas enjutas contrastaban con su elegante traje blanco y corbata azul pálido. Habló con voz plana y metálica.

    —Soy Oshman Yoder. ¿Puedo saber su identidad y el asunto que les trae?
    —Soy el comandante Glawen Clattuc y mi acompañante el comandante Eustace Chilke, de la policía de Cadwal. Nuestro rango, no hace falta decirlo, es alto.

    La declaración no pareció impresionar al hombre.

    —¿Cadwal? Jamás había oído hablar de ese lugar.
    —Es bien conocido por las personas cultas, incluyendo a Lewyn Barduys. Deseamos formularle algunas preguntas. Usted ha indicado que sigue en Rhea.

    Yoder les examinó con frialdad.

    —No recuerdo haber dicho nada al respecto.
    —Cierto, pero si se hubiera ido, nos lo habría comunicado al instante.

    Yoder asintió y tuvo la cortesía de sonreír.

    —Siéntense, por favor. —Se sentó en una silla junto a la mesa—. Lewyn Barduys es un hombre discreto. No le gusta tratar con el público y contrata a personas como yo para encargarse de asuntos como éste en su nombre. ¿Me he expresado con claridad?
    —Desde luego —contestó Glawen—. Sin embargo, nosotros no somos el público, sino instrumentos de la ley. Venimos por un asunto oficial.
    —Me gustaría ver sus credenciales.

    Glawen y Chilke exhibieron sus documentos, que Yoder estudió, para devolvérselos a continuación.

    —El problema no es tan sencillo.
    —¿Por qué?

    Yoder se reclinó en su silla.

    —No sé adonde ha ido el señor Barduys.

    Glawen controló su ira.

    —Entonces, ¿por qué…?

    Yoder no le hizo caso.

    —Consultaremos con el señor Nominy. Ejerce las funciones de coordinador entre L-B y las Doce Familias. Si hay algo que es preciso saber, él lo sabe, y también, gran parte de lo que no debería saberse. —Volvió la cabeza—. ¡Didas Nominy!

    Una sección de la pared se deslizó a un lado y dejó al descubierto una gran pantalla, en la que aparecieron la cabeza y hombros de un hombre de cara redonda, con aspecto de querubín. Rizos castaños colgaban sobre su frente, y por debajo de sus orejas se convertían en una especie de patillas. Tenía una nariz diminuta, entre redondas mejillas sonrosadas; sus ojos azul pálido eran pequeños y estrechos, y atenuaban hasta cierto punto su expresión de jovialidad rubicunda.

    —¡A su servicio! —exclamó Nominy—. ¿Quién es? ¿Yoder? ¿Qué noticias hay?

    Yoder presentó a Glawen y Chilke y explicó el motivo de su presencia.

    —Bien, ¿dónde está Lewyn Barduys?
    —No lo sé con precisión. Iba a inspeccionar tres lugares, en vistas a futuras construcciones, pero pretendía hacerlo ayer desde el aire. Para hoy, tenía una idea peregrina: visitar un pueblo de la costa, situado a unos ciento cincuenta kilómetros.
    —Qué raro —dijo Yoder—. ¿Qué pueblo es?
    —Es muy primitivo; dudo que tenga nombre.

    Se oyó la voz de una persona detrás de él, fuera de pantalla.

    —Se llama Yipton.

    Glawen y Chilke reaccionaron con sorpresa.

    —¿Yipton?

    Nominy siguió hablando, con voz culta y meliflua.

    —Desde el primer momento, hemos utilizado cuadrillas de trabajadores con diferentes habilidades, y algunos sin la menor habilidad, de todos los rincones de la Extensión. Durante un tiempo, el señor Barduys experimentó con unas gentes conocidas como «yips». Eran fuertes, de disposición dócil, y muy cooperativos, a menos que se les exigiera trabajar, una ocupación que consideraban antipática. De un total de trescientos, padecimos una proporción de bajas del treinta por ciento al mes, hasta que todos los yips se fueron y el experimento se consideró un fracaso.
    —¿Qué fue de esos bribones perezosos? —preguntó Chilke.
    —Se perdieron en el interior del continente y nunca más volvimos a saber de ellos, hasta hace unos meses. Descubrimos que se habían desplazado a ciento cincuenta kilómetros más abajo de la costa, aparejado con mujeres del campo y fundado una especie de pueblo. Cuando el señor Barduys se enteró de la existencia de ese pueblo, aplazó su partida un día. Dijo que el pueblo le interesaba más que el puente. —Yoder paseó la mirada de Glawen a Chilke—. Extraño, ¿no creen?
    —Muy extraño, desde luego —contestó Glawen—. ¿Dónde está Barduys ahora?
    —Es mediodía. O en esa miserable aldea, o en el espacio.
    —¿Cuál es su próximo destino?

    Nominy se encogió de hombros.

    —No se ha producido el menor aviso, y tampoco espero ninguno.
    —¿Qué clase de nave utiliza Barduys?
    —Un Flecanpraun Punto Seis, llamado Elissoi. Es una nave formidable, y sea cual sea su destino, se desplaza con rapidez, pero es posible que aún puedan encontrarle en la aldea yip. Pueden alquilar un ultrarrápido, o si lo desean, yo mismo les conduciré.
    —Es usted muy amable. ¿Podríamos salir ahora mismo?
    —Buena idea. El tiempo apremia.


    4


    Volaron en el ultrarrápido hacia el este, siguiendo el curso del Scaime. A la izquierda, un tortuoso amasijo de riscos vítreos y edificios poliédricos se alzaba hacia el cielo: un depósito de minerales exóticos que proporcionaban a las Doce Familias más riquezas de las que podían gastar.

    A medida que el ultrarrápido avanzaba hacia el este, el Scaime se ensanchó y el continente Myrdal se desvaneció en el horizonte. Bajo el vehículo apareció un prado. En una multitud de pequeños jardines, mujeres ataviadas con monos grises y turbantes azul pálido trabajaban. Desde un peñasco situado al norte del prado, una cascada caía desde trescientos metros de altura y se convertía en un río que serpenteaba por en medio del prado, entre una agrupación de toscas cabañas.

    Nominy posó el ultrarrápido al lado de la aldea. Los tres hombres saltaron a tierra y miraron a su alrededor.

    Las cabañas mostraban una sorprendente variedad de calidad. Algunas eran poco más que montones de cañas y palos; otras, estaban hechas de tablas cortadas de madera inferior, con tejados pergeñados a base de hojas de palmera. Alrededor de un tercio habían sido construidas con esmero, incluso con habilidad, sobre cimientos de piedra con pilares y vigas de madera, recubiertos de tablas de madera inferior y coronados por tejas de biotita metamorfoseada.

    El silencio reinaba en la aldea, salvo por los golpes sordos y chirridos que surgían de lo que parecía ser un taller comunal. Los niños que jugaban en la tierra se detuvieron unos momentos para inspeccionar a los extraños, y luego prosiguieron sus juegos. Algunos hombres y mujeres se asomaron a los portales, pero al no descubrir nada interesante, desaparecieron en los oscuros interiores. Las mujeres, corpulentas, casi rechonchas, de áspero cabello negro, facciones pronunciadas y ojos enormes, carecían de la elasticidad y belleza de las típicas hembras yips, pero compensaban aquellas deficiencias con el vigor y eficacia de su trabajo. Las mujeres cultivaban los campos y jardines, aunque algunas, por el medio que fuera, habían recabado la ayuda poco entusiasta de un hombre, presumiblemente su marido.

    —Si no me equivoco, dijo que todas las mujeres eran del planeta —comentó Chilke a Nominy.
    —No hay ni una yip, se lo aseguro. Puede que algunas sean extraplanetarias, traídas por los obreros del puente. ¿Por qué lo pregunta?
    —Por los niños.

    Nominy los examinó.

    —Parecen muy normales, salvo por la suciedad.
    —En Cadwal, la unión de los yips y los no yips es estéril[7].
    —Aquí no sucede.
    —Una cosa está clara —dijo Glawen—. No hay ni rastro de Barduys.
    —Tampoco lo esperaba —contestó Nominy con desenvoltura—, pero tal vez averigüemos el porqué de su interés. Tales datos suelen ser interesantes. —Se encasquetó el sombrero y agitó sus mechones lanudos—. Permítame que dirija la entrevista. Tengo cierta experiencia con esta gente y sé cómo manejarla.
    —Chilke y yo también conocemos bien a los yips —objetó Glawen—. Son más sensibles de lo que usted supone. Será mejor que permanezca al margen.
    —Como deseen —replicó con tirantez Nominy—, pero no me echen la culpa de sus errores.

    Los tres se acercaron a una de las cabañas más grandiosas, un edificio de dos plantas, con paredes de piedra y un tejado compuesto por placas irregulares de esquisto gris claro. Las sombras del interior se agitaron: un hombre salió a la luz pálida de Tyr Gog. Era alto y fornido, de cabello dorado, piel bronceada y facciones bien dibujadas.

    Glawen habló.

    —Estamos buscando la nave que aterrizó aquí esta mañana.
    —Llegan demasiado tarde. Se ha marchado.
    —¿Estaba usted aquí cuando la nave aterrizó?
    —Sí.
    —¿Era educada la gente que iba a bordo de la nave?
    —Sí, bastante.
    —Me alegra saberlo, porque son amigos nuestros e intentamos encontrarles. ¿Dijeron adonde iban?
    —No explicaron sus planes.
    —Sin embargo, como hombre observador, se habrá fijado en muchas cosas.
    —Es verdad. Siempre me sorprende la cantidad de detalles que se hacen evidentes, para ser observados o ignorados, cuando uno quiere.
    —¿Puede decimos qué observó, en relación con la gente de la nave?
    —Desde luego, si tiene la bondad de recompensarme por mis molestias.
    —Una petición muy razonable. Comandante Chilke, entregue a este caballero cinco soles.
    —Será un placer, siempre que los recupere.
    —Los cargaremos en la cuenta de dietas.

    Chilke pagó, y el yip aceptó el dinero con sombría dignidad.

    —Bien —dijo Glawen—, ¿qué ha ocurrido esta mañana?
    —La nave aterrizó. Varias personas salieron. Una era el capitán; otra, una mujer de modales altivos, o así lo interpreté yo, al menos. En cualquier caso, me dio igual. Los dos, el capitán y la mujer, se acercaron a hablar conmigo. Admiraron mi casa y dijeron que el techo era especialmente hermoso. Contesté que a mi mujer no le hacía ninguna gracia dormir bajo la lluvia, y había insistido en una protección adecuada. Dijo que la piedra era un material excelente, y hasta me ahorraría herramientas, y creo que tenía razón, porque algunas cabañas ya han volado varias veces a causa de las tormentas, y todo el mundo se ha dado cuenta ya de que es más conveniente construir con piedra. Un miembro de la tripulación comentó algo acerca de la «evolución social», pero ignoro a qué se refería.
    —A los cambios en su estilo de vida, probablemente —dijo Chilke.
    —¿Es acaso sorprendente? ¿Podría ser de otra manera? En Cadwal vivíamos como pez en el agua. Namour nos arrastró lejos de allí, pero es un gran mentiroso, y las cosas nunca volvieron a ser como antes. ¿Pueden creerlo? Después de sacarnos de casa, y pese a que nos sentíamos tristes y solitarios, quería que trabajáramos.
    —Si hubieran trabajado como es debido en Tenwy —dijo Nominy, algo malhumorado—, habrían pagado su deuda, y ahora vivirían en una de las mejores casas de la comunidad.

    El yip desvió la vista hacia el prado.

    —Cuando el yip trabaja, el capataz se ríe de él. Al cabo de un tiempo, el yip se lo piensa mejor y deja de trabajar, y el capataz deja de reír. Aquí, trabajo para mí. Bajo piedras de la colina, pero sé que son mías.
    —Eso es evolución social, definitivamente —dijo Glawen—. Cuando habló con Lewyn Barduys, el capitán, ¿dijo adonde iba?
    —Barduys no dijo nada.

    Chilke creyó percibir cierto matiz en la respuesta del yip.

    —¿Y la mujer? —preguntó.
    —Barduys preguntó si habíamos visto a Namour hacía poco —respondió el yip en tono neutro—. Respondí que no. La mujer dijo a Barduys: «Estará en Rosalia, y allí le encontraremos».

    No había nada más que averiguar. Cuando los tres se disponían a marcharse, Glawen preguntó al yip:

    —¿Conoció a Catterline o Selious?
    —Había un ump llamado Catterline. No conocí a Selious, aunque he oído el nombre. También era un ump[8].
    —¿Sabe dónde están ahora?
    —No.



    Capítulo 5
    1


    Una edición actualizada de la Guía de los planetas informó a Glawen de las características físicas de Rosalia, su geografía complicada y muchas otras cosas. Ocho grandes continentes, junto con una miríada de islas, estaban atrapados en una red de mares, bahías, canales y estrechos, si bien en algún punto se abría una zona de agua lo bastante grande para merecer el calificativo de «océano». Rosalia, de hecho, con un diámetro de ciento catorce mil kilómetros, ocupaba una extensión de tierra que doblaba a la de la Tierra.

    La flora y la fauna eran diversas, aunque en general no eran hostiles a la presencia gaénica. Existían notables excepciones, como los niños arbóreos que vivían en el follaje elevado; los niños acuáticos, que residían en ríos, pantanos y terrenos húmedos del norte; y los niños eólicos de los desiertos. Todos eran famosos por sus costumbres misteriosas. Sus actividades parecían motivadas por una mezcla de capricho y lógica siniestra, de tal forma que sus travesuras suponían un motivo constante de fascinación horrorizada.

    Rosalia estaba escasamente habitado. La población de Puerto Mona, la ciudad más grande, oscilaba entre veinte y cuarenta mil personas, en función del número de obreros que iban y venían. Puerto Mona contaba con la terminal espacial, cierto número de hoteles más o menos elegantes, agencias, tiendas y las oficinas administrativas de un curioso gobierno doble[9].

    El primer localizador había sido el legendario William Whipsnade, más conocido como «Salvaje Willie». Había dividido la superficie sólida de Rosalia en parcelas de ciento cincuenta kilómetros cuadrados, que a continuación había vendido en una gran subasta. Cincuenta años después, cuando las aguas se amansaron, fue fundada la Asociación para la Administración de la Tierra, Los miembros se limitaron a ciento sesenta rancheros. Según los términos del Primer Congreso de la Asociación, los rancheros se comprometían a no subdividir jamás sus tierras, si bien podían vender parcelas a rancheros cuyas tierras fueran adyacentes, de manera que algunos ranchos se extendieron y otros disminuyeron. El rancho Valle de los Sauces de Boggins abarcaba casi un millón y medio de kilómetros cuadrados. El Aigle-Mort y el Stronsi no le iban a la zaga. Otros, como el Lirio Negro y el Triángulo de Hierro medían tan sólo ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados, y Flalique apenas rozaba los noventa mil.

    Los ranchos, al no existir el cultivo intensivo, producían pocas riquezas, y en cualquier caso no se consideraba ése su papel. Para aumentar los ingresos, algunos rancheros decidieron recibir turistas en sus ranchos, a los que alojaban en barracones, daban de comer en cobertizos y cobraban grandes cantidades por el privilegio. Los turistas, a cambio, disfrutaban del paisaje, que incluía las Salvajes Llanuras de Miel, con su profusión de pequeñas plantas floridas y mariposas camufladas como flores; el bosque de Dinton, donde crecían árboles pluma, árboles tubo y brouhas, hasta alcanzar doscientos metros de altura, y los niños arbóreos se mostraban de lo más desagradables, sobre todo cuando un turista se aventuraba solo en el bosque; también las Islas Místicas de la Bahía de Muran y el desierto multicoloreado conocido como Tif, donde los niños eólicos creaban espejismos y formaban imágenes espantosas en el humo, con el fin de aterrorizar a los turistas y robar sus ropas.

    El rancho Valle de las Sombras, con un área de novecientos mil kilómetros cuadrados, albergaba dentro de sus fronteras los montes Morczy, el lago Pavan y una docena de estanques subsidiarios, varios bosques espléndidos y una sabana, donde pastaban manadas de bongs, amarillos y de patas largas. El propietario del rancho Valle de las Sombras era Titus Zigonie, un hombrecillo rechoncho con una mata de cabello blanco y tez rosada. Un día, en Lipwillow, una ciudad del gran Río Turbio, conoció por casualidad a un extraplanetario llamado Namour. El hecho cambió la vida de Titus Zigonie. Namour le presentó a una dinámica dama llamada Simonetta Clattuc, que parecía amable, serena y muy competente, en suma, alguien de confianza para que se ocupara de los detalles fastidiosos de la vida. Antes de comprender lo que estaba pasando, Titus Zigonie se casó con aquella estupenda mujer que siempre tenía razón.

    Namour también importó un grupo de aprendices yips, apuestos jóvenes y adorables doncellas que trabajarían en el lejano rancho. El experimento se saldó con el fracaso. Los yips nunca acabaron de comprender el proceso que les había trasladado desde Yipton a los extraños paisajes de Rosalia. Encima, descubrieron que se les exigía trabajar durante horas asombrosamente largas, no sólo un día, sino día tras día, sin cesar, por ningún motivo sensato. Las circunstancias eran confusas, y la perspectiva de pagar la tarifa del transporte, más una comisión para Namour, carecía de todo atractivo.

    Un día, Namour vino acompañado de un anciano del planeta Cadwal, a quien presentó como «Calyactus, Umfau de los yips». Madame Zigonie reparó al instante en el parecido entre su marido y Calyactus, detalle que tampoco había pasado inadvertido a Namour. Durante una visita extenuante al jardín de Dido, Calyactus, que no había querido ir, sufrió un trágico accidente, y pareció muy sensato que Titus Zigonie se convirtiera en el nuevo Umfau. ¿Quién iba a saberlo? ¿A quién le iba a importar? ¿Quién protestaría? Nadie.

    Así se lo explicaron a Titus Zigonie. Éste protestó y adujo que carecía de experiencia en aquella ocupación, pero Smonny dijo que no era demasiado complicado, que debía limitarse a aparecer en público con aire severo y digno, mientras en privado sólo debería supervisar a una comitiva de doncellas yips. Titus dijo que lo intentaría.

    Titus Pompo, el nuevo Umfau, viajó a Yipton acompañado de Namour y Smonny, y desde entonces se le vio raras veces en el rancho Valle de las Sombras.


    2


    William (Salvaje Willie) Whipsnade, el localizador que había reclamado Rosalia, había sido muy susceptible a los encantos de las mujeres hermosas que había conocido a lo largo y ancho de la Extensión Gaénica. Para inmortalizar algunos de aquellos agradables episodios había bautizado «Rosalia» al planeta, «Puerto Mona» a su primera ciudad, y a los ocho continentes Ottilie, Eclin, Koukou, Nelly la Amarilla, La Mar, Trinky, Hortense y Almyra.

    El Fortunatus se acercó a Rosalia y aterrizó en la terminal de Puerto Mona. Glawen y Chilke pasaron los trámites oficiales y salieron al vestíbulo, una cámara octogonal de techo alto, con cada pared revestida de una madera local diferente: árbol pluma, coluca, amaceno, broucha, sporade, carpe nativo, palosangre y splendida. En lo alto, paneles de cristal triangulares, de colores naranja oscuro y azul ceniza que se alternaban, se unían en un punto central, como la corona de un cristal de ocho lados. El efecto habría sido impresionante, de no ser por la omnipresente suciedad.

    El vestíbulo estaba desierto. Glawen y Chilke se acercaron al registro donde se anunciaban las llegadas y partidas de naves de los seis meses anteriores, y un teórico horario de los seis siguientes. No descubrieron la menor mención del Elyssoi.

    —Se me ocurren tres posibilidades —dijo Chilke—. Todas plantean dificultades. En primer lugar, Barduys aún no ha llegado. En segundo, ha llegado, pero no ha aterrizado en Puerto Mona; tal vez en algún rancho. En tercero, ha cambiado de idea y no piensa venir.
    —Si no ha llegado, será difícil encontrarle —admitió Glawen.

    Ambos salieron de la terminal y se pararon un momento bajo la luz tostada del sol amarillo oscuro. La carretera estaba desierta. Junto a un árbol ojo de dragón cercano, un yip cogía y comía frutas sin mucho entusiasmo. No se veía ningún taxi. A un kilómetro y medio en dirección este se distinguían los edificios exteriores de Puerto Mona.

    Chilke llamó al yip.

    —¿Dónde están los taxis?
    —No hay naves que entren o salgan. ¿Para qué va a haber taxis?
    —Comprendo. ¿Quiere transportar nuestro equipaje hasta la ciudad?
    —Por supuesto que no. ¿Me toma por idiota?
    —Le pagaremos, desde luego.

    El yip contempló las dos maletas, que no eran muy grandes.

    —¿Cuánto?
    —Medio sol sería lo apropiado.

    El yip se volvió hacia el árbol.

    —Un sol —dijo, sin mirarles.
    —Un sol por las dos maletas, de aquí al hotel, ahora y en nuestra compañía, sin rezagarse o sentarse a descansar durante el trayecto.
    —Debería cobrarles un extra por su insolencia —contestó el yip. Reflexionó un momento, pero no encontró nada irrazonable en la propuesta de Chilke—. Antes, deme el dinero.
    —¡Ja ja! Ahora es usted quien me toma por idiota. Le pagaremos en el hotel.
    —Parece que debo confiar en su buena fe —gruñó el yip—. Siempre pasa lo mismo, y quizá por eso seamos una raza decadente.
    —Son una raza decadente por culpa de su pereza —replicó Chilke.
    —Si yo soy perezoso y usted no, ¿por qué debo cargar con su equipaje, mientras ustedes andan como si tal cosa?

    Durante unos instantes, Chilke no encontró explicación a la aparente paradoja.

    —Si supiera algo sobre las leyes de la economía —respondió a continuación—, no haría preguntas tan banales.
    —Tal vez.

    Los tres se encaminaron hacia Puerto Mona, a través de un paisaje grandioso en su desolación, aunque melancólico, a causa del alto cielo, los lejanos horizontes y la luz color cerveza del sol. Un kilómetro y medio al norte, se alzaba una hilera de doce gigantescos árboles rasgueantes, solitarios y aislados. El yermo intermedio estaba erizado de manojos de juncos y una planta diminuta de hojas en forma de corazón, rosadas y pulposas, que proyectaban un olor agrio y seco. Hacia el sur, tres picos cónicos se alzaban al cielo.

    —¿Dónde vive? —preguntó Glawen al yip.
    —Nuestro campamento está hacia atrás.
    —¿Desde cuándo vive aquí?
    —No lo sé, exactamente. Años, quizá.
    —¿Han construido buenas casas?
    —Bastante buenas. Si el viento se lleva los tejados, siempre se puede coger más hierba.

    Los tres llegaron a Puerto Mona. Primero, atravesaron un barrio de casas de clase alta, construidas de madera local en un estilo arquitectónico peculiar y anguloso. Después, dejaron atrás diversos tipos de edificios: casas ruinosas, almacenes y talleres, todos bastante mugrientos y carentes de atractivos. La carretera se curvó hacia el sur, cruzó un cauce seco y, al cabo de unos cincuenta metros, desembocó en la plaza central.

    La ciudad estaba tan silenciosa que parecía aletargada. Ningún vehículo se movía por las calles. La escasa gente visible caminaba con aire abúlico, como absorta en sus pensamientos.

    Al norte de la plaza, los dos hoteles turísticos, el Multiflor y el Darsovie Inn, creaban un enclave elegante que contrastaba con los discretos alrededores de Puerto Mona. Los dos tenían cinco pisos y estaban coronados por cúpulas de malla de latón y cristal: los dos estaban rodeados por exuberantes jardines de árboles ylang-ylang, cipreses oscuros, jazmines, almirantes y flameantes estelares. Los jardines estaban iluminados por suaves luces verdes, azules y blancas, y emitían penetrantes aromas florales.

    En el resto de la plaza había tiendas, agencias, mercados y el edificio de hormigón que albergaba la Asociación de Propietarios. En el lado sur de la plaza se alzaba el tercer hotel, Casa Whipsnade, un edificio irregular y extravagante de madera oscura, con una galería desvencijada de dos plantas que recorría la fachada. Glawen también observó un edificio discreto de piedra fundida y cristal que exhibía el símbolo azul y blanco de la CCPI. Tenía el deber de visitar la delegación local lo antes posible; así lo imponía el protocolo de la CCPI, que Glawen habría considerado impecable en circunstancias normales. Sin embargo, la presencia de Chilke y él despertaría curiosidad, lo cual podría constituir un inconveniente. Por otra parte, si se saltaba la norma, no podría esperar colaboración instantánea si surgía una emergencia. Decidió llamar a las oficinas de la CCPI a la mañana siguiente.

    El sol se había ocultado detrás de una capa de nubes altas. El cielo exhibía el color lavanda puro y transparente que había dado fama a Rosalia. Chilke indicó los dos hoteles situados al norte de la plaza.

    —Son muy agradables, según me han dicho, pero los precios son prohibitivos. En Casa Whipsnade, los suelos crujen y está prohibido roncar en la cama. Pero es el lugar donde se hospedan los rancheros cuando vienen a la ciudad.

    Glawen y Chilke tomaron habitaciones en Casa Whipsnade y después salieron a la galería a beber una cerveza.

    El crepúsculo descendió sobre Puerto Mona. La plaza estaba tranquila, atravesada tan sólo por algunos comerciantes que volvían a casa. Glawen paseó la vista por la plaza.

    —No veo cafés, bares, restaurantes ni teatros de variedades.
    —Es la política de la élite. Consideran Puerto Mona un centro comercial, un puerto de entrada para turistas. Todo lo demás es accesorio.
    —Un lugar aburrido.
    —La gente joven se larga en cuanto puede. Siempre escasea la mano de obra.
    —Namour tuvo una buena idea. La aversión de los yips al trabajo le costó mucho dinero.
    —Si Namour cobró por adelantado, fueron los rancheros quienes perdieron el dinero, no él…, y así fue, por supuesto.

    Glawen meditó sobre las circunstancias.

    —Si Barduys aún se siente estafado, y si es de carácter duro y vengativo, se explica muy bien su interés por Namour y los yips. Quiere vengarse y recuperar su dinero.
    —Por otra parte, si es de naturaleza filosófica, habrá olvidado ya todo aquel estúpido asunto —dijo Chilke—. Ahora, está absorto en un nuevo proyecto. En Tyr Gog, observa cambios en la mentalidad yip, y se dice que si puede ocurrir en Tyr Gog, ¿por qué no en otros lugares? Viene a Rosalia para investigar otras colonias yips, lo cual explica sus acciones.
    —Rosalia está muy lejos para venir a echar un vistazo a unos pocos yips.
    —Entonces, ¿por qué se molestó en visitar la aldea de Rhea?
    —Quería averiguar algo. Cinco minutos fue suficiente. Lo comprendió cuando los yips se aparejaron con mujeres decididas del campo, empezaron a trabajar y construyeron buenas casas. Barduys vio todo cuanto necesitaba y se dirigió a Rosalia. Es probable que ya esté aquí.
    —Se me ocurren dos maneras de encontrarle —dijo Chilke—. Podemos buscarle al azar, o solucionar el problema aplicando la lógica.
    —Preferiría el segundo método, si supiera por dónde empezar.
    —Volvamos a la aldea de Rhea. Flitz dijo a Barduys que no se preocupara por Namour, pues le encontrarían en Rosalia. Esto me lleva a pensar que ya habían partido hacia Rosalia, pero por motivos que no estaban relacionados con Namour. Me cuesta creer que vinieran hasta aquí sólo para echar un vistazo a unos cuantos yips más. Por lo tanto, ¿qué más hay en Rosalia? La respuesta es rancho Valle de las Sombras, también Smonny y Titus Zigonie, y puede que también Namour. La lógica nos ha proporcionado la pista.
    —Casi me parece demasiado fácil. ¿Qué le puede interesar a Barduys del rancho Valle de las Sombras?
    —Por eso estamos aquí: para hacer preguntas.
    —Ummm. Formular preguntas a Barduys es fácil. Encontrarle lo es menos. Obligarle a contestarlas quizá sea muy difícil.
    —Mientras tú te ocupas de Barduys —dijo Chilke con aire pensativo—, yo interrogaré a Flitz. Es una tarea muy difícil, pero creo que estoy capacitado para ella.
    —¿Conoces el dicho aquel de «No vendas la piel del oso antes de haberlo matado»? —preguntó Glawen.

    Chilke asintió.

    —Mi madre era muy aficionada a los dichos. ¿Por qué lo preguntas?
    —Si alguien quiere interrogar a Flitz, primero ha de procurar que no le deje plantado.

    Por la mañana, Glawen y Chilke visitaron la delegación de la CCPI. El oficial al mando, Adam Wincutz, les recibió con tibia cortesía, cuidadosamente desprovista de curiosidad. Wincutz era delgado y nervudo, de larga cabeza huesuda, cabello rubio claro y ojos azules opacos.

    Glawen explicó el motivo de su presencia al referirse a Namour. La policía de Cadwal, manifestó, estaba disgustada con ciertos aspectos de la conducta de Namour. Se consideraba probable que hubiera buscado refugio en Rosalia. Glawen preguntó si Wincutz sabía algo sobre Namour o sus actividades.

    Dio la impresión de que Wincutz sólo sentía un interés educado por el caso.

    —He oído el nombre de Namour en alguna ocasión. Trajo varios contingentes de obreros de un lugar atrasado en el culo del universo.
    —Ese lugar es la Reserva de Cadwal —respondió con tirantez Glawen.
    —Ah, ¿sí? En cualquier caso, sus planes fracasaron. Los yips desertaron de los ranchos donde habían sido asignados.
    —¿Recuerda qué ranchos recibieron contingentes?
    —Sólo fueron tres o cuatro. Flor de Miel recibió una cuadrilla; Stronsi, un par. Baramond recibió uno, y Valle de las Sombras puede que tres. De hecho, aún quedan algunos yips en Valle de las Sombras, pero, en general, los yips se desvanecieron como fantasmas y los rancheros se quedaron sin personal.
    —¿Se quejaron a la CCPI?
    —No tenían nada de qué quejarse. Namour no garantizó nada. Entregó la mercancía. Después, se suponía que los yips debían trabajar.
    —¿Dónde están los yips ahora?
    —Los yips de Flor de Miel tienen un poblado cerca de Tooneytown, en Ottilie. Los yips de Stronsi se trasladaron a las Islas Místicas. Los yips de Valle de las Sombras instalaron un campamento cerca de Lipwillow, a orillas del Gran Río Turbio, en La Mar. Los yips de Baramond viven en cabañas de hierba justo pasado el espaciopuerto, cerca del Marjal de Faney.
    —Una cosa más —dijo Glawen—. Al parecer. Namour trasladó más de mil yips a Rosalia. ¿Existe algún registro de sus identidades? Una lista de cada cuadrilla, por ejemplo.
    —No tenemos listas de ninguna clase, pero no me cabe duda de que Namour entregó esa lista a la Asociación de Propietarios. ¿Qué nombres le interesan?
    —Catterline y Selious.
    —Un momento. —Wincutz se volvió hacia el comunicador y el rostro de una mujer apareció en la pantalla—. Al habla Wincutz, de la CCPI. Haga el favor de buscar en las listas de entrada dos nombres, ambos yips: Catterline y Selious.
    —Aguarde un instante. —La mujer se alejó, y reapareció al cabo de pocos instantes—. No tenemos esos nombres.
    —Entonces, ¿quiere decir que no están en Rosalia?
    —A menos que hayan entrado ilegalmente, cosa improbable.
    —Gracias.
    —Es la única información que puedo darle.
    —Le estoy muy agradecido —contestó Glawen.


    3


    Glawen y Chilke alquilaron un ultrarrápido en el espaciopuerto, creyendo que sería más discreto que proseguir sus investigaciones en el Fortunatus. Tras dejar Puerto Mona, volaron hacia el oeste sobre pantanos erizados de cañas rojas y negras, pequeños estanques y vegas, sobre una cordillera de colmas ondulantes y un largo lago centelleante a la luz ámbar del sol. Empezaron a verse árboles. Fustetes de sorprendente altura, que se erguían solos o en grupos disciplinados: densos bosques de árboles pluma, bilbobs, chulásticos y rasgueantes, que cubrían el paisaje con una barroca alfombra de follaje negro, pardo y tostado.

    Chilke llamó la atención hacia un árbol altísimo, con masas de pequeñas hojas rectangulares que destellaban en oleadas rojo oscuro, rojo pálido y bermejo.

    —Es una pilkardia, más conocida como «árbol oh-dios-mío».
    —Qué nombre más raro.

    Chilke asintió.

    —Desde aquí no se ve, pero el árbol está plagado de niños arbóreos. Mezclan fibra, goma y otros ingredientes para confeccionar sus famosas bolas apestosas. En ocasiones, los huéspedes de los ranchos vagan por los bosques para admirar la increíble belleza de los árboles. Se les advierte que no se aventuren bajo las pilkardias.

    El ultrarrápido dejó atrás Eclin y sobrevoló el Océano Corybántico, mientras el sol se elevaba sobre ellos lentamente. A mediodía, la costa de La Mar apareció en el horizonte. Pocos momentos después, el aparato cruzó una larga línea blanca oscilante, donde las olas descargaban espuma sobre un arrecife. Un lago azul cerceta pasó por debajo, después una playa blanca, y luego una extensión selvática, que al cabo de ciento cincuenta kilómetros rompía contra una falla tectónica que se elevaba hacia una meseta árida.

    El aparato voló sobre barrancos rojizos y hondonadas amarillentas, peñascos a franjas color canela, amarillo y rojo, planicies de piedra desnuda y amontonamientos de arena ocre mostaza. Glawen encontró el paisaje inhospitalario, pero inquietantemente hermoso.

    —¿Pertenece todo esto a un solo rancho? —preguntó.
    —Creo que no —contestó Chilke—. Aún hay a la venta parcelas yermas, si los Propietarios te consideran fiable y sensible a las distinciones de casta. Tú, como buen Clattuc, no tendrías problemas en ese sentido. Por diez mil soles podrías comprar toda esta meseta.
    —Ya. ¿Y qué haría con ella?
    —Disfrutar de la soledad, por ejemplo, o estudiar los niños arbóreos.

    Glawen contempló la árida extensión.

    —No veo ningún niño arbóreo en este momento.
    —Si estuvieras allí, bajo la oscuridad, sentado ante un fuego de campamento, vendrían a tirarte piedras y emitir extraños sonidos. Si un turista se pierde, le gastan toda clase de jugarretas. He oído miles de historias.
    —¿Qué aspecto tienen?
    —Nadie se pone de acuerdo al respecto, y las cámaras no captan su imagen.
    —Qué raro.

    La meseta se terminó bruscamente al borde de una gran escarpa de un kilómetro de altura. Al otro lado, empezaban llanuras ondulantes. Chilke indicó un río que serpenteaba con pereza hacia el oeste.

    —El Gran Turbio. Casi es como volver a casa.

    El ultrarrápido surcó el cielo. Pasó una hora y la ciudad de Lipwillow apareció ante su vista, una confusión de edificios destartalados a lo largo de la orilla, construidos con madera de árboles pluma, que habían adoptado un agradable tono canela grisáceo. El edificio más alto era un extenso hotel, con una galería en la parte frontal, como en la Casa Whipsnade en Puerto Mona. Había también tiendas, agencias, una oficina de correos y cierto número de viviendas modestas. Un largo malecón, sostenido por cien postes delgados, se adentraba en el río, con un muelle y una choza en el extremo. Chilke identificó la choza como el Sitio de Poolie, un bar. Otras cabañas se habían construido un kilómetro río abajo, utilizando madera flotante, tablas de corcho y fragmentos de material diverso saqueados del vertedero de Lipwillow.

    Cuando el aparato descendió sobre Lipwillow, Chilke no pudo reprimir sus recuerdos del Sitio de Poolie. Allí había conocido a Namour tras despedirse del rancho Valle de las Sombras. Madame Zigonie no había pagado su sueldo a Chilke, que había llegado a Lipwillow con el dinero justo para una pinta de cerveza. Namour había simpatizado con él, hasta el punto de ofrecerle un empleo en la Estación Araminta. Chilke había considerado a Namour un príncipe entre los hombres. Ahora, ya no estaba tan seguro.

    —En cualquier caso —dijo—, si encontramos a Namour en la taberna, le invitaré a una cerveza, por los viejos tiempos.
    —¡Vuelves como un triunfador! Debe de ser excitante.

    Chilke asintió.

    —Aun así, no puedo sacudirme la espantosa sensación de que madame Zigonie me estará esperando para que vuelva a mi antiguo empleo. Eso sí que sería excitante.
    —Ya veremos. —Glawen indicó el grupo de cabañas situadas junto al bosquecillo de alisos que había río abajo—. Eso debe de ser el poblado yip.
    —No ha cambiado mucho —contestó Chilke—, por lo que veo. Si Barduys viene a Lipwillow con la esperanza de encontrar una floreciente civilización yip, se llevará un chasco.

    El aparato aterrizó en un descampado contiguo a la oficina de correos. Glawen y Chilke bajaron y se aproximaron al hotel bajo el sol de mediodía. Tres yips estaban bebiendo cerveza en el porche de madera. Después de unas rápidas miradas, los yips olvidaron a los recién llegados, una costumbre yip que las personas sensibles consideraban a veces una forma sutil de insolencia[10].

    Otros atribuían el comportamiento a simple timidez. Hacía mucho tiempo que Chilke había perdido la paciencia con los yips y sus fobias. Les examinó con desaprobación.

    —¡Fíjate en esos bribones, bebiendo cerveza como señores!
    —Parecen muy relajados, como si estuvieran cansados —comentó Glawen.
    —¿Hablas en serio? Para estar cansado, primero hay que trabajar. En Valle de las Sombras les imploré que asumieran sus responsabilidades, pagaran sus aprendizajes e hicieran algo de provecho. Se limitaron a mirarme como estupefactos, preguntándose qué quería decir.
    —Muy triste.

    Cuando los dos pisaron el porche, uno de los yips se levantó.

    —Caballeros, ¿desean comprar un hermoso recuerdo de Rosalia, absolutamente auténtico?
    —¿Qué clase de recuerdo, y cuánto vale? —preguntó Chilke.

    El yip exhibió una botella de cristal que contenía tres bolas de fibra enmarañada que flotaban en un líquido aceitoso amarillo oscuro.

    —Bolas apestosas, tres por cinco soles —anunció el yip—. Muy barato y muy bonito.
    —Ahora no me hacen falta —dijo Chilke.
    —Su precio es insultante —observó Glawen—. Namour dijo que me harían una rebaja si mencionaba su nombre.

    El yip sonrió apesadumbrado.

    —No sé nada de ese acuerdo.
    —Qué raro. Namour dijo que le había visto hacía poco.
    —No tan poco. No hablamos de bolas apestosas.
    —¿No? ¿De qué hablaron? ¿Del nuevo proyecto de Namour?
    —No. ¿Me comprara las bolas apestosas?
    —Sin consultar con Namour, no. ¿Está aquí, en Lipwillow, o en Valle de las Sombras?
    —Le vendo seis bolas apestosas por nueve soles.
    —Debo pedir consejo a Namour. ¿Sabe dónde puedo encontrarle?

    Los yips intercambiaron miradas de perplejidad, y después el vendedor volvió a sentarse.

    —Da igual. Negociaremos más tarde. Nadie le ofrecerá mejor precio que yo por una mercancía de tanta calidad.

    Glawen y Chilke entraron en el hotel y pidieron alojamiento en habitaciones limpias, amuebladas con sencillez, que olían a madera de árbol pluma seca.

    Ya era demasiado tarde para ir al rancho Valle de las Sombras. A sugerencia de Chilke, salieron del hotel y se encaminaron al Sitio de Poolie, al final del malecón, donde se sentaron a una mesa contigua a una ventana abierta, que daba al río. Las paredes estaban decoradas con algunos carteles antiguos, baratijas y objetos curiosos. Tres clientes de la localidad compartían una mesa en la esquina; había otro inclinado sobre la barra, y contemplaba su jarra de cerveza como hipnotizado. Un muchacho pálido de grandes ojos llevó a Glawen y a Chilke una bandeja con sardinas de río fritas. Le pidieron cerveza. Chilke inspeccionó la sala con atención.

    —Jamás creí que volvería a pisar el Sitio de Poolie. Un filósofo, de cuyo nombre no puedo acordarme, afirmó una vez: «La vida es increíble, a menos que estés vivo». Creo que le he citado correctamente. En cualquier caso, considero la idea tranquilizadora.
    —Puede que aún lo sea más antes de que terminemos nuestro trabajo —dijo Glawen—. No preguntes qué quiero decir, porque ni siquiera yo lo sé.

    Chilke miró hacia las cabañas yips, esparcidas entre el bosquecillo de alisos.

    —La evolución social no ha llegado todavía a los yips de Lipwillow, pero éstos no están casados con aquellas enérgicas campesinas de Rhea, a quienes no gusta dormir bajo la lluvia.


    4


    Por la mañana, Glawen y Chilke volaron hacia el norte sobre un paisaje con mil contrastes: colinas y valles, bosques y estanques, campos floridos de muchos colores, peñascos aislados que se alzaban como colmillos negros.

    A trescientos kilómetros de Lipwillow se aproximaron a los salientes exteriores de la gran cordillera de Kali-kalu, que se elevaba en bruscas hileras y bloques hasta una cumbre de seis mil metros de altitud. Al norte, aparecía un bosque de enormes palosangres y caobos azules; al sur, crecían fustetes y plumosos solitarios. El rancho en sí, una mansión irregular de piedra y madera, no obedecía a consignas arquitectónicas. Había sido reconstruido una docena de veces a lo largo de los años, para adaptarse a los gustos del actual propietario. Cien metros más al norte, ocultos tras el follaje de los viñedos, se hallaban los edificios auxiliares: un barracón, un cobertizo para cocinar, un taller, un garaje y varios almacenes. Chilke indicó una casita de dos plantas pintada de blanco, algo apartada.

    —Viví ahí mientras duró mi trabajo, por el cual, ¿hace falta que lo repita?, no me pagaron ni un chavo.
    —¡Inadmisible! —exclamó Glawen.
    —Exacto. Sabrás que el verdadero apellido de madame Zigonie es Clattuc, supongo.

    Glawen asintió.

    —Ha deshonrado nuestra casa, pero no lo bastante para que me sienta impulsado a saldar cuentas.

    No vieron por parte alguna señales de que hubiera visitantes en el rancho Valle de las Sombras, en especial, ni del Flecanpraun de Lewyn Barduys, ni del grandioso yate espacial Clayhacker perteneciente a Titus Zigonie.

    —Vaya con la lógica —comentó Chilke.

    El aparato descendió sobre el complejo del rancho. Cerca del barracón, un grupo de yips estaban sentados en el suelo. Jugaban y bebían cerveza de carricera en jarras de hojalata. Una docena de niños desnudos jugaban en la tierra.

    —Es como en los viejos tiempos —dijo Chilke—. Tengo esa escena grabada en mi memoria.

    El aparato aterrizó y los dos hombres saltaron al suelo.

    —Yo me acercaré a la casa —indicó Glawen—. Tú sígueme con la pistola preparada. Si Namour está aquí, puede que esté dormido o de buen humor. Vigila que no se deslice por detrás y se marche con nuestro aparato.

    Glawen caminó hacia la puerta principal del rancho, seguido de Chilke. La puerta se abrió antes de que llegaran. Un hombre corpulento de edad madura, con una mata de cabello blanco y expresión malhumorada en su rostro sonrosado, esperó a que se acercaran.

    —¡Señores! —gritó—. ¿Qué desean? No les conozco.
    —Somos oficiales de policía —contestó Glawen—. ¿Es usted el capataz?
    —Soy Festus Dibbins, y soy el capataz, en efecto.
    —¿Han recibido visitas? ¿Amigos, invitados, extraplanetarios?

    Dibbins se irguió en toda su estatura.

    —¡Una pregunta extraordinaria!
    —Tengo buenos motivos para formularla.
    —La respuesta es no. Ninguno. ¿Por qué le interesa?
    —¿Podemos entrar? Le explicaremos el asunto.
    —Déjenme ver su identificación.

    Glawen y Chilke extrajeron sus tarjetas, que Dibbins examinó, para luego devolverlas.

    —Acompáñenme, por favor.

    Dibbins condujo a los dos a un amplio salón, con ventanas encaradas hacia el este.

    —Supongo que madame Zigonie está ausente de la propiedad —dijo Chilke.
    —Exacto.
    —¿No tienen invitados o visitantes?
    —Ya he dicho que no; ninguno. —Señaló las sillas—. Siéntense, por favor. ¿Les apetece un refresco?
    —Agradeceríamos una taza de té —contestó Glawen.

    Dibbins dio instrucciones a su mujer, que había estado observando por la puerta que daba al comedor. Los tres hombres se sentaron. Glawen y Chilke en un gigantesco sofá forrado de piel, y Dibbins en una silla.

    —Bien —dijo Dibbins—, quizá serán tan amables de explicarme el motivo de su presencia.
    —Ya lo creo. Antes que nada, permítame preguntarle lo siguiente: ¿conoce a Namour?

    Dibbins se puso en guardia al instante.

    —Conozco a Namour.
    —Nos ha dicho que no se encuentra en la propiedad. ¿Estoy en lo cierto?
    —Está en lo cierto. No está aquí. ¿Le anda buscando?
    —Nos gustaría formular algunas preguntas a Namour.

    Dibbins lanzó una carcajada desprovista de humor.

    —Sospecho que si algo misterioso está ocurriendo, es preciso preguntar a Namour.
    —¿Le conoce bien?
    —No. Es amigo de madame Zigonie. Ella le deja quedarse aquí a temporadas, y yo no tengo nada que decir al respecto.
    —Deduzco que su opinión sobre Namour no es favorable, ¿verdad?
    —Trabajo para madame Zigonie. No tengo derecho a emitir opiniones. De todos modos, debo tratar con los yips de Namour, y no puedo evitar que me desagraden.
    —¿Han estado en el rancho recientemente Titus Zigonie y madame?

    Dibbins meneó la cabeza.

    —Ha pasado casi un año, y su visita fue fugaz, pero les diré algo cuando vuelvan la próxima vez.
    —¿Cómo qué?

    Dibbins agitó la mano en dirección al patio.

    —Me refiero a los yips. No trabajan a menos que les traigas cerveza; después de una o dos horas, se ponen contentos y empiezan con la juerga, el trabajo continúa sin hacerse, pero la celebración se prolonga hasta que termina la cerveza. Entonces, se acuestan y duermen, y nada les puede obligar a reemprender su labor.
    —Debería devolvérselos a Namour.
    —No los aceptaría. Además, en Rosalia ya no puede vender ni uno más. Ahora, todo el mundo conoce sus costumbres.
    —¿Conoce a Lewyn Barduys?

    Dibbins miró hacia el techo con el ceño fruncido.

    —Me suena ese nombre.
    —Es un importante magnate de la construcción. Viaja con una joven a la que describe como su socia en los negocios. Es una criatura hermosa, muy inteligente, de cabello brillante y figura magnética. Se llama Flitz.

    El rostro de Dibbins se iluminó.

    —¡Ah, sí! ¡Ya les recuerdo!
    —¿Cuándo les conoció?
    —Fue hace varios años, poco después de mi llegada. Madame Zigonie les alojó en el rancho. Me llamaron para escuchar mi opinión sobre los yips. Sospecho que fue una sugerencia de Barduys. Por lo visto, Namour quería proporcionar a Barduys dos o tres brigadas de yips. Barduys dijo que ya había probado a yips en alguna ocasión anterior, sin éxito, pero Namour le aseguro que aquellos problemas eran cosa del pasado, que ahora se procedía a una selección más cuidadosa del material disponible, o algo por el estilo. Sólo recuerdo que Namour intentó por todos los medios tranquilizar a Barduys y que yo debía corroborar sus afirmaciones. Como debía pensar en mi trabajo, le seguí la corriente, pero no creo que engañáramos a Barduys. Después, indicaron que ya podía marcharme, y eso es todo lo que sé.
    —¿Cuándo vio por última vez a Namour? —preguntó Chilke.

    Dibbins vaciló por primera vez.

    —Ha pasado bastante tiempo.
    —Sea más preciso, por favor.

    Dibbins se irritó.

    —No me gusta hablar de los asuntos de los demás. Además, madame Zigonie preferirá que me muerda la lengua. Tal vez no debería decirlo, pero ha convertido a Namour en su favorito, si entienden a qué me refiero.
    —Nuestra autoridad supera a la de madame Zigonie —dijo Glawen con firmeza—. Deseamos interrogar a Namour en relación con varios crímenes. Si alguien obstruye la acción de la justicia, será considerado cómplice de dichos crímenes.
    —Si he de decirlo, lo haré —gruñó Dibbins—. Namour llegó hace un mes. Tuve la impresión de que estaba esperando algo, porque cada día, a la misma hora, hacía una llamada telefónica, creo que a Puerto Mona. Hace tres o cuatro días, recibió una llamada con la información que esperaba, y se fue una hora después.
    —¿De dónde procedía la llamada?
    —La persona preguntó por Namour Clattuc. Eso es todo cuanto sé.
    —Después de la llamada, ¿le vio contento, disgustado, irritado?
    —En cualquier caso, parecía nervioso, como sometido a cierta tensión.
    —¿Se le ocurre alguna cosa más que contarnos?
    —No, porque no sé nada.

    Glawen y Chilke se levantaron.

    —¿Puedo utilizar su teléfono?

    Dubbins indicó el aparato, sobre una mesa apartada a un lado de la sala. Glawen llamó a la oficina de la CCPI en Puerto Mona. Ordenó que Namour fuera detenido y encarcelado si aparecía. Wincutz le aseguró que se tomarían las medidas apropiadas cuanto antes.

    Glawen cortó la comunicación y se volvió hacia Dibbins.

    —Nos ha sido de gran ayuda. Se lo agradecemos.

    Dibbins se limitó a gruñir y guió a sus visitantes hacia la puerta, donde Glawen le dio las últimas instrucciones.

    —No diga a nadie que hemos estado aquí. ¿Me he expresado con claridad?
    —A la perfección —rezongó Dibbins.


    5


    Glawen y Chilke regresaron a Lipwillow. Desde el Sitio de Poolie contemplaron el sol hundirse en el agua, bebieron cerveza y hablaron de lo que habían averiguado, que no era poco. Barduys no se había presentado en el rancho Valle de las Sombras. Este hecho podía indicar mucho o nada. Tal vez se había retrasado. Tal vez había aterrizado en algún otro rancho. Tal vez estaba de veras interesado en la «evolución social» de los yips. ¿Por qué? Hasta formular la pregunta era un ejercicio estéril. Ya habían visto bastantes yips: los del campamento cercano a Puerto Mona, los de Lipwillow y los que residían en el rancho Valle de las Sombras. Había dos campamentos similares más, como mínimo: el de los yips de Flor de Miel que se habían desplazado hacia el sur, hasta Tooneytown, y el de los yips de Stronsi, que ahora residían en las islas Místicas de la Bahía de Muran.

    Por la mañana, Glawen llamó a la oficina de la CCPI de Puerto Mona, donde le informaron que no habían encontrado a Namour, quien no había hecho acto de aparición en las cercanías, pero que la vigilancia continuaba.


    6


    El ultrarrápido abandonó Lipwillow y adoptó rumbo al este, de vuelta a través de La Mar, sobre el Océano Corybántico hasta el continente de Ottilie. La aurora sorprendió al aparato sobrevolando una inmensa extensión de flores. A mediodía, una hilera de siete conos volcánicos cubiertos de nieve se alzó sobre el horizonte en dirección norte, lo cual indicó a Glawen y Chilke que habían entrado en el territorio del rancho Flor de Miel. Media hora después, aterrizaron cerca del edificio. La casa ocupaba la cumbre de una colina baja que dominaba un prado. Dos kilómetros al norte se cernía un típico bosque de Rosalia: oscuro, siniestro, ominoso.

    El propietario era Alix Eth, un hombre de cara rubicunda, enérgico y decidido. Contestó a sus preguntas sin la menor vacilación. Su opinión sobre Namour era desfavorable. Eth le consideraba un bribón inteligente que siempre iba a la suya. Las experiencias de Eth con los yips eran las normales. Cuando descubrió su inutilidad, intentó encontrar a Namour, para llegar a algún tipo de acuerdo, pero Namour había «desaparecido como un niño eólico», en palabras de Eth.

    Como último recurso, Eth intentó enseñar a los yips las rutinas básicas de la interacción civilizada. Reunió a toda la cuadrilla y explicó un sistema nuevo que solucionaría todos sus problemas. Nunca más volvería a darles órdenes relacionadas con el trabajo; tampoco les maldeciría ni amenazaría cuando les encontrara tirados a la bartola. Podían hacer lo que les diera la gana. Eth vio, por el brillo de sus ojos y las sonrisas de felicidad, que, hasta el momento, la perspectiva les ilusionaba.

    —Bien —siguió—, ¿cómo vamos a regular el sistema, de forma que obtengan más beneficios quienes más trabajen? El sistema es la sencillez personificada. El trabajo será medido en términos de cupones. Cuando el trabajador termine una unidad de trabajo, recibirá un cupón. Estos cupones serán fichas con valor propio. Podrán ser cambiadas en el barracón por alojamiento y en la cocina por comida. Trabajo igual a cupones; cupones igual a sustento. Así de simple. ¿Está claro?

    A los yips les interesó el sistema, pero se quedaron perplejos. Examinaron los cupones de muestra.

    —¿Recibiremos estos cupones cada día, y luego los entregaremos en el recinto por la noche? —Preguntaron.
    —Exacto.
    —Muy bien. Parece innecesariamente complicado, pero probaremos. Denos los cupones.
    —¡Ahora no! Recibiréis los cupones después de haber realizado lo que llamaremos una «unidad productiva». Ésa es la novedad del sistema.

    Al cabo de uno o dos días, los yips dijeron a Eth que el sistema no les satisfacía, que las diferentes unidades y su equivalencia en cupones era una fuente de confusión. Preferían el antiguo método de hacer cosas, que creían menos técnico y más sencillo para todos los implicados.

    El viejo método ya no existía, contestó Eth, y se irían acostumbrando poco a poco al nuevo. Los yips sólo necesitaban recordar cuatro palabras: trabajo igual a cupones.

    Los yips arguyeron que no querían trabajar todo el día por unos pedazos de papel sin ningún valor, excepto en la cocina. Eth dijo que si pensaban encontrar algo mejor en otro sitio, podían ir a probar, y los yips se quedaron algo estupefactos. A lo largo de las siguientes semanas, fueron abandonando el rancho en pequeños grupos. Se dirigieron hacia Tooneytown, donde se establecieron en una zona salvaje de pantanos y bosques cercana al río Toon.

    —Parecen muy felices —admitió Eth—. Viven de la tierra y los cupones sólo son un recuerdo.
    —¿Y los yips de Stronsi? —preguntó Chilke.
    —Viven en condiciones similares, según me han dicho. Se trasladaron a unas islas semitropicales de la Bahía de Muran, y viven en un estado de felicidad primordial.
    —En otras palabras, ¿para qué trabajar?
    —Yo también empecé a preguntármelo —confesó Eth—. Les contaré cómo cambié de opinión. En Tooneytown, los yips habitan en el corazón de un bosque de espinos, junto a un pantano, donde la fetcha crece en montecillos y produce grandes vainas llenas de semillas. Los yips hierven estas semillas para hacer gachas, que saben a barro agrio. Meten las gachas en una olla, con agua de pantano, algunos tamarindos y raíces amargas, y pronto obtienen una espantosa cerveza, que beben a litros. Trajeron algunas mujeres de clase baja a Tooneytown para que les calentaran por las noches. Probé las gachas, bebí un poco de cerveza, eché un vistazo a sus mujeres y decidí que prefería trabajar.

    Glawen y Chilke volaron a Tooneytown. Llegaron a mitad de la tarde y se alojaron en el hotel Diván Antiguo, un edificio alto de tablas de ciruelo, postes y columnas, que el tiempo había teñido de un pardo bermejo oscuro, y construido según los principios de una insólita arquitectura rococó, el orgullo de la señora Hortense Tooney.

    Glawen y Chilke cenaron en el jardín a la luz de farolillos de colores. Tomaron asiento a una mesa larga, bebieron vino y evaluaron los progresos de su investigación. Decidieron que la «evolución social» brillaba por su ausencia en Tooneytown, y sin duda debía ocurrir lo mismo entre los yips de Stronsi.

    —Sospecho que Barduys no estaba buscando precisamente en Rhea «evolución social» —dijo Chilke.
    —Puede que algún día averigüemos la verdad —contestó Glawen.

    Por la mañana, se marcharon de Tooneytown. Volaron hacia el sudoeste y a última hora de la tarde arribaron a Puerto Mona. Por la mañana, tras una breve llamada a Wincutz, cruzaron la plaza en dirección al centro de Comunicaciones de la comunidad, la oficina de correos contigua y los servicios de omnígrafo y teléfono que abastecían a todo Rosalia.

    Un empleado de edad avanzada, frágil, cetrino, de lacio cabello gris y larga nariz abultada, les recibió y condujo a la oficina del Superintendente General, Theo Callou, un hombre obeso, cuadrado y ancho de pecho, con ojos negros saltones y una mata de áspero cabello negro situada muy atrás de la frente, pálida y despejada. La nariz de Callou era un botón, pero tenía la mandíbula y el mentón grandes, como duros bloques de piedra.

    —¿Sí? —preguntó—. ¿Deseaban verme?

    Glawen se encargó de las presentaciones.

    —Creo que el superintendente Wincutz le habló de nuestro asunto.

    Callou se reclinó en su silla.

    —¡Así que son ustedes!

    Lo dijo como dando a entender que esperaba a personas de una clase muy diferente.

    —Éste es el comandante Chilke —replicó Glawen con aspereza—. Yo soy el comandante Clattuc. ¿Desea examinar nuestras credenciales?

    Callou agitó un brazo.

    —No, en absoluto. Es del todo innecesario. Se han producido llamadas telefónicas que les interesan. ¿Estoy en lo cierto?

    Glawen asintió.

    —Durante el mes pasado, un tal Namour Clattuc llamó desde el rancho Valle de las Sombras a un lugar desconocido. Hace unos días, recibió una llamada desde Puerto Mona. Queremos toda la información disponible sobre esas llamadas.
    —¡Mi querido amigo! ¡Para las personas perspicaces todo es posible! Vamos a ver qué averiguamos. —Callou movió el brazo y oprimió botones. La información apareció en una pantalla—. ¡Ajá! ¡Vean! Llamadas desde el rancho Valle de las Sombras a…, ¿dónde? A Puerto Mona. ¡Ahora, prosigamos! ¿Adónde de Puerto Mona? ¡Ajá! A la oficina de correos, delante de nuestras propias narices. ¡Muy bien! ¡Aprietas unos cuantos botones, y miren lo que sale!
    —Sorprendente —dijo Chilke.
    —¡Eso no es todo! —exclamó Callou. Volvió la cabeza y gritó—: ¡Trokke! ¿Dónde estás?

    El empleado apareció en la puerta.

    —¿Señor?
    —¡Trokke, explíquenos estas llamadas desde el rancho Valle de las Sombras, si puede!
    —Oh, sí, desde luego. Las hizo un caballero de nobles cualidades, un tal Namour Clattuc.
    —¿Su contenido?
    —¡Siempre lo mismo, señor! En cada ocasión, preguntó si había llegado un mensaje para él.
    —¡Bien! ¿Y esta llamada desde Puerto Mona?

    Trokke parpadeó, vacilante.

    —Fui yo, señor, para avisarle de que el mensaje ya había llegado.

    Callou estudió al empleado con intensa concentración, los ojos saltones y los carrillos hinchados.

    —¿Lo hizo impulsado por su altruismo nativo?
    —Había de por medio una pequeña recompensa. Nada irregular.
    —¡Por supuesto que no! Describa el mensaje.
    —Llegó por omnígrafo, y era muy críptico, pero lo leí y el señor Clattuc pareció satisfecho.
    —¿Dónde está el mensaje?
    —Archivado en la C de la poste restante. El señor Clattuc no vino a buscarlo.
    —¡Vaya a por él! —rugió Callou—. ¡Tráigalo ahora mismo!
    —Sí, señor. —Trokke desapareció y volvió al cabo de pocos segundos con una hoja de papel—. Es un documento curioso, señor, como verá. Ni saludo, ni firma, nada de sustancia.
    —Da igual. Realizaremos nuestro propio análisis. ¡Démelo! —Callou cogió la hoja, escudriñó los caracteres y leyó—: Luz verde N. —Levantó la vista—. ¿Nada más?
    —Nada más, señor —graznó Trokke.
    —¡Qué extraño!

    Glawen cogió la hoja.

    —«Luz verde N» —leyó—. ¿Desde dónde fue enviado?

    Callou señaló un código al pie de la hoja.

    —Ésta es la fecha, la hora y el código de la oficina emisora, 97. Trokke, ¿cuál es la 97?
    —El rancho Stronsi, señor.
    —¿Quién habita en el rancho Stronsi?
    —Es difícil de decir. Yo diría que el propietario era extraplanetario. El señor Alhaurin es el actual gerente.

    En las oficinas de la Asociación, la secretaria confirmó las suposiciones de Trokke.

    —Es muy extraña la historia de Stronsi. Después del gran desastre, los administradores se hicieron cargo de la propiedad durante diez años, mientras seleccionaban las cosas, supongo. Por fin, entregaron el rancho al nuevo propietario, pero nadie fue a instalarse. Hace poco nos han llegado rumores de actividad y nuevos proyectos, pero hasta el momento no ha pasado nada. En el ínterin, el señor Alhaurin se ha quedado como gerente del rancho.
    —¿A qué gran desastre se refiere? —preguntó Chilke.

    La empleada, una mujer menuda y rechoncha, de cara sonrosada y rizos rubios, sacudió la cabeza, como si reviviera el acontecimiento.

    —¡Fue horrible! Sucedió en el castillo de Bainsey. Estuve una vez de pequeña y me pareció absolutamente inexpugnable.
    —¿Dónde está el castillo de Bainsey?
    —Muy al norte, en el límite de los alúes. La familia solía ir allí en vacaciones y otras épocas especiales. —La empleada rebuscó en un archivador y extrajo una fotografía grande, que dejó sobre el mostrador—. Éstos son los Stronsi. ¡Veintisiete, y todos destruidos!

    Glawen y Chilke examinaron la fotografía, detrás se erguían los mayores, y unos pasos más adelante las generaciones más jóvenes. La edad oscilaba desde un patriarca muy anciano a cuatro niños en el peldaño inferior: un solemne niño de nueve, una niña igualmente solemne de siete y dos chicos más, de cuatro y cinco años.

    —El viejo es Myrdal Stronsi —explicó la empleada—. Esta dama es Adelie; era una virtuosa de la música, y también el joven Jeremy. Los niños se llamaban Glent, Felitzia, Donner y Milfred. ¡Eran excelentes personas todos! —La empleada sorbió por la nariz—. Fui al colegio con algunos de ellos, y todos murieron por culpa de los malditos alúes.
    —¿Qué son los alúes?

    La empleada bajó la voz, como si fuera a tocar un tema prohibido.

    —Son desechos lisos de piedra negra, que el agua arrastra desde el mar. Cuando hay marea baja, se forman charcos y lagunas, y los niños acuáticos patinan como demonios negros enloquecidos. Cuando la marea cambia, aparecen capas de agua que remolinean y lanzan espuma, hasta perderse de vista. Cuando estalla una tormenta en el océano, las olas avanzan sobre los alúes, se rompen, rehacen y vuelven a romperse. Los Stronsi pensaban hallarse a salvo en el castillo de Bainsey, pero era viejo y las tormentas habían debilitado los muros. Pese a ello, el clan Stronsi fue al castillo de Bainsey para su celebración, y todo debió de empezar como manda la tradición, con alegres fuegos, cantidad de comida y bebida, y una buena vista de los alúes, siempre cambiantes; a veces, encalmados y húmedos, en otras, salvajes y terribles. En ocasiones, durante una tranquila mañana soleada, hasta hermosos, de una manera siniestra. Pero era la época de las tormentas y el espectáculo les recordó lo seguros y cómodos que estaban, y a veces podían ver a los niños acuáticos sobre los alúes, que bailaban y patinaban como enloquecidos. Mientras los Stronsi estaban en plena celebración, una tormenta se desató y envió olas verdinegras sobre el castillo, que se desplazaban sobre los alúes. Los muros crujieron, gimieron y se derrumbaron. Las olas dispersaron las piedras y el clan Stronsi quedó destruido.
    —¿Y después?
    —Nada. Los administradores tardaron diez años en localizar al heredero. Entretanto, contrataron a Petar Alhaurin como gerente del rancho, y el nuevo propietario le ha conservado. Hasta el momento, no les hemos visto en Puerto Mona. Claro que están al otro lado del planeta, en la costa este de Almyra.


    7


    Glawen y Chilke ya estaban hartos de la estrecha cabina del aparato. La necesidad de moverse e investigar con discreción todavía subsistía. Sin embargo, devolvieron el ultrarrápido a la terminal y despegaron en el Fortunatus. Se alejaron de Puerto Mona en dirección noroeste. Sobrevolaron el continente Eclin, el estrecho de Saraband, y siguieron adelante. El sol rodó hacia el oeste y se puso. El Fortunatus surcó la noche. Cruzó los continentes Koukou y Almyra, y amaneció en la orilla del Océano Maenádico, cerca de Puerto Twang. Cuarenta y cinco kilómetros al norte, el edificio del rancho Stronsi ocupaba la cumbre de una colina, junto al río Fresque, una construcción larga y baja, de paredes recias y tejado irregular, que apenas se distinguía del saliente rocoso sobre el que estaba aposentada. A los lados y alrededor de la parte posterior crecían una docena de tejos negros; no había otro jardín. Glawen y Chilke, que se acercaban a baja altura, no vieron señales de sus ocupantes; ni avionetas, ni vehículos espaciales, ni coches de superficie.

    El Fortunatus aterrizó en una zona plana cercana a la casa. Glawen y Chilke descendieron y permanecieron inmóviles unos momentos, mientras examinaban los alrededores. Era media mañana. Una flota de cirros altos atravesaba con lentitud el cielo y oscurecía de vez en cuando el sol. A su espalda, la tierra descendía hacia el río. Sólo se oía el susurro del viento.

    —Si Namour nos está espiando —dijo Glawen—, puede que se sienta tentado a disparar primero y preguntar después.
    —Eso pensaba yo —admitió Chilke.

    Se abrió la puerta principal y una menuda criada les miró.

    —No lleva pistola, y parece bastante frágil —observó Chilke—. Creo que no hay peligro.

    Los dos se acercaron a la casa por una terraza de losas.

    —Buenos días —saludó Glawen—. Queremos hablar con el señor Alhaurin.
    —El señor Alhaurin no está. Ha ido a Puerto Twang.
    —Nos conformaremos con quien se haya quedado en su lugar.
    —En este momento, debe de ser la señora.

    La criada les condujo a la sala de estar.

    —¿A quién anuncio?
    —Al comandante Chilke y al comandante Clattuc de la policía de Cadwal.

    La criada se fue. Una joven apareció en el umbral. Glawen se quedó boquiabierto. Era Flitz. Les miró de uno en uno, sin reconocerles. Glawen se había encontrado con ella en la Casa del Río uno o dos años antes. ¿Tan poca impresión le había causado? Controló su irritación. Flitz era Flitz, todo el mundo lo sabía. Llevaba pantalones color canela y una camisa azul oscuro. Era de mediana estatura, delgada y adoptaba una postura muy tiesa. Una cinta negra apartaba el cabello lustroso de su cara.

    Glawen concluyó que no estaba tan sorprendido como debería.

    —Soy el comandante Glawen Clattuc —dijo—, y éste es el comandante Eustace Chilke. ¿Podemos hablar con Lewyn Barduys?

    Flitz meneó la cabeza.

    —Se ha ido a inspeccionar el emplazamiento de una obra.

    El tono de la mujer era frío, pero educado.

    —¿Cuándo volverá?
    —A última hora de hoy. El desplazamiento no estaba previsto, de modo que no estoy segura.
    —¿Qué quiere decir?

    Flitz hizo un leve ademán, que bien podía ser interpretado como un principio de impaciencia, aunque su rostro y voz continuaron fríos.

    —Fue a reunirse con nuestro ingeniero de cimientos. Parece que ha surgido algún problema en el emplazamiento.
    —¿De qué clase de construcción se trata? —preguntó Chilke.

    Flitz le inspeccionó con indiferencia.

    —No se está llevando a cabo ninguna construcción en este momento. Hay algunos proyectos en estudio. —Se volvió hacia Glawen—. Si tiene la bondad de explicarme el asunto que les ha traído aquí, quizá pueda ayudarles.
    —Quizá. ¿Tiene omnígrafo en la casa?
    —Sí, en el despacho del gerente.
    —¿Podemos verlo?

    Flitz les condujo sin decir palabra por un largo pasillo apenas iluminado hasta una habitación del ala norte, equipada con muebles de oficina. Señaló un escritorio.

    —Aquí tienen el omnígrafo.
    —¿Lo ha utilizado recientemente?
    —En absoluto.
    —¿Y el señor Barduys?
    —Creo que no. Éste es el despacho del señor Alhaurin.

    Glawen se acercó al aparato. Comprobó que el número de identificación de la estación era el 97. Activó el mando de grabación automática. Indicaba que el último mensaje había sido enviado cuatro días antes, a la oficina de correos de Puerto Mona. Glawen leyó la grabación: «Luz verde N».

    —Un mensaje extraño —comentó Flitz.
    —Ya lo creo —dijo Glawen—. ¿Dónde está Alhaurin?

    Flitz demostró escaso interés por el tema.

    —Creo que ha ido a Puerto Twang.
    —¿Sabe dónde podemos encontrarle?

    Flitz se encogió de hombros y miró al otro lado de la habitación.

    —¿Conoce a Namour Clattuc?
    —Sí, sé quién es.
    —El gerente Alhaurin envió este mensaje a Namour. ¿Puede ponerse en contacto con el señor Barduys?
    —Puedo llamar a su ultrarrápido, pero si el señor Bagnoli y él están en el emplazamiento, no contestará.
    —Valdría la pena probar.

    Flitz se acercó al teléfono, marcó un código y esperó. No hubo respuesta.

    —Está en el emplazamiento —dijo Flitz—. Tendrán que esperar a que vuelva. —Les guió de nuevo a la sala de estar—. Tardará una o dos horas, como mínimo. Nesta les traerá un refrigerio.

    Se volvió para marcharse.

    —Un momento. Quisiera hacerle unas preguntas.

    Flitz empleó su tono más frío e indiferente.

    —Tal vez más tarde. Ahora no.

    Se encaminó a la puerta, miró hacia atrás, como para asegurarse de que los visitantes no habían cometido ninguna tropelía, y salió.

    Glawen emitió un gruñido de disgusto y se acercó a la ventana. Chilke caminó hasta un lado de la sala, donde unas estanterías exhibían objetos de artesanía muy bien trabajados. Glawen se apartó de la ventana y fue a sentarse en el sofá.

    —Pese a todo, no nos ha ido tan mal. Al menos, hemos localizado a Barduys y sabemos por qué vino a Rosalia.

    Chilke se sentó al lado de Glawen.

    —¿Te refieres a los proyectos de construcción?
    —Exacto. Namour está implicado, de alguna manera. Flitz podría aclararlo todo, si estuviera de humor, pero prefiere tratarnos con desdén, para ver si nos acobarda.
    —Es muy raro que no haya demostrado más curiosidad hacia nosotros —musitó Chilke—. Supongo que forma parte de su personalidad inexcrutable.
    —Lo más probable es que sea lo que parece ser: indiferencia u hostilidad hacia la raza humana.
    —Parece que sus hormonas funcionan bastante bien. Sólo puedo basar esta afirmación en una mirada casual.

    Glawen se reclinó en el sofá.

    —Me resulta demasiado complicado. Por lo que a mí concierne, el misterio de Flitz puede seguir así.

    Chilke meneó la cabeza, sonriente.

    —No hay ningún misterio.

    Glawen suspiró.

    —Cuéntame.
    —Míralo así —dijo Chilke, tras un momento de reflexión—. Si te pidieran que describieras el tejo de ahí fuera, tu primera frase sería: «Es un árbol». Del mismo modo, si te piden que describas a Flitz, lo primero que dirás será: «Ese ser es una mujer».
    —¿Hay algo más?
    —Sólo es el punto de partida. No llegaré hasta el extremo de afirmar que todas las mujeres son iguales; es un error muy popular. De todos modos, los principios básicos nunca cambian.
    —Me he perdido. ¿Cómo se aplica eso a Flitz?
    —A primera vista parece misteriosa e inexcrutable. ¿Por qué? ¿Tal vez porque es tímida y recatada, incluso emocionalmente inmadura?
    —¡Maravilloso! —exclamó Glawen—. ¿Cómo lo has adivinado, y con tanta rapidez?
    —Tengo experiencia con estos tipos arrogantes —dijo con modestia Chilke—. Existe un truco para tratar con ellos.
    —Ummm. ¿Puede divulgar algunos detalles?
    —Por supuesto, pero ten en cuenta que se precisa paciencia. Te sientes solo, fingiendo desinterés, y observas el cielo o un pájaro, como si tu mente estuviera concentrada en algo espiritual, y no pueden soportarlo. No tardan en acercarse, algo nerviosos, y te piden al fin consejo sobre algo, o preguntan si pueden invitarte a una copa. Después, es sólo cuestión de estrechar lazos.

    La criada Nesta apareció con una bandeja de emparedados, una tetera y tazas, que depositó sobre una mesa, y luego se marchó. Flitz entró en la sala. Echó un vistazo a la bandeja mientras se acercaba a la ventana y oteaba el cielo. Luego, se volvió y examinó a sus visitantes. Cabeceó en dirección a la bandeja.

    —Sírvanse.
    —Estábamos esperando a que usted nos sirviera el té, puesto que es la anfitriona —contestó Chilke—. En nuestro trabajo, intentarnos ser lo más educados posible.
    —Pueden proceder —dijo Flitz—. No es de mala educación servirse el té.

    Chilke sirvió tres tazas de té, una de las cuales ofreció a Flitz, que negó con la cabeza.

    —¿Para qué han venido?

    Glawen vacilo.

    —Es un asunto complicado.
    —Dígamelo, de todos modos.
    —¿Sabe algo sobre la situación de Cadwal?
    —Hasta cierto punto.
    —Cadwal está gobernado ahora por una Carta nueva, muy similar a la antigua, pero más fuerte y definida. En Stroma, los VPL desafían a la ley, porque Simonetta Zigonie controla a los yips. Smonny y Titus Zigonie también son los propietarios del rancho Valle de las Sombras, como ya sabrá.
    —Sí, lo sé.
    —Tenemos problemas en la Estación Araminta. Tanto el VPL como Smonny intentan trasladar a los yips al continente Deucas, para así destruir la Reserva. Esta gente nos supera en número, y tienen todas las de ganar. Luchamos tanto por la Reserva como por nuestras vidas. Hasta el momento, les hemos contenido gracias a tres factores: primero, nuestras patrullas aéreas todavía poseen mayor potencia de fuego. Segundo, necesitan transportes para trasladar a los yips. Confían en que Lewyn Barduys les proporcionará dicho transporte. Y tercero, el VPL y Smonny no se ponen de acuerdo respecto a las prioridades, ni mucho menos en las contingencias. No me sorprendería que se hubiera quedado confusa.
    —Lo único que me deja confusa son los motivos que les han impulsado a venir.
    —Esperarnos convencer al señor Barduys de que no ayude a Smonny ni al VPL.
    —No es necesario que se preocupen. Tanto dama Clytie como Smonny han apelado al señor Barduys, pero no tiene la menor intención de ayudarles.
    —Buena noticia.
    —También querernos localizar a Namour —intervino Chilke—. Por lo visto, ustedes han venido a Rosalia con el mismo propósito.

    Flitz le miró, sin delatar la menor emoción.

    —¿Por qué lo dice?
    —Oímos algo al respecto en Rhea.

    De nuevo, Flitz se acercó a la ventana y oteó el cielo.

    —Van despistados… hasta cierto punto, al menos —dijo sin énfasis.
    —¿Le importaría explicarse? —preguntó Glawen.
    —Teníamos otros motivos para venir a Rosalia. El señor Barduys esperaba, de paso, encontrar a Namour.
    —Namour les estaba esperando —dijo Glawen—. En cuanto llegaron, Alhaurin le llamó el rancho Valle de las Sombras.
    —Eso parece. El señor Barduys descubrirá lo ocurrido y ajustará cuentas con Alhaurin.
    —Es evidente que no mantienen buenas relaciones con Namour.
    —Creo que el asunto trasciende los límites de su autoridad —replicó Flitz con altivez.
    —En absoluto. Cualquier cosa relativa a Namour me interesa.

    Flitz se encogió de hombros.

    —El asunto es muy sencillo. El señor Barduys proporcionó a Namour un aparato muy caro. Namour quiso modificar las condiciones de pago.
    —¿Quiere decir que no han venido por Namour, sino por asuntos de Construcciones L-B? —preguntó Chilke.
    —Más o menos.
    —¿Puede decirnos qué se está construyendo?
    —No es ningún secreto. La última vez que estuvimos en Cadwal, visitamos los albergues rurales. Tanto el señor Barduys como yo quedamos favorablemente impresionados. Está interesado desde hace mucho tiempo en los hostales y los albergues rurales, desde un punto de vista filosófico. Después de visitar los albergues de Cadwal, decidió que quería construir algo del mismo estilo.
    —¿Y usted?
    —Es agradable visitar los albergues. No abrigo ningún otro interés.
    —¿Por qué el señor Barduys eligió Rosalia para erigirlos? —preguntó Chilke.

    Flitz se encogió de hombros.

    —El clima de Rosalia es muy bueno. El paisaje es impresionante. Los turistas se quedan fascinados por los «niños» y los árboles enormes. Está familiarizado con el rancho Stronsi y tiene varios lugares en mente que considera adecuados. Por eso, reunió a un grupo encargado del proyecto y lo puso a trabajar.
    —¿Aprueba el plan su propietario?

    Flitz esbozó una sonrisa sombría.

    —El propietario no puso trabas.

    Sonó un timbre. Flitz se acercó al teléfono. Habló y recibió como respuesta una serie de rápidas frases, como si alguien diera rienda suelta a su irritación.

    Flitz formuló una pregunta y obtuvo la respuesta. Habló de nuevo, dio instrucciones y cortó la comunicación. Volvió con paso lento hacia Glawen y Chilke.

    —Era Bagnoli —dijo con voz inexpresiva.
    —¿El ingeniero?

    Flitz asintió.

    —Sigue en Puerto Twang. Un mensaje le condujo a encontrarse con Lewyn en el Almacén de Abel, al sur de la ciudad. Acudió al local y esperó mucho rato. Después, volvió al punto donde se habían citado. Lewyn ya se había marchado. Bagnoli piensa que Alhaurin es el responsable del falso mensaje.
    —Alhaurin o Namour.
    —Lewyn se ha ido solo al emplazamiento de la obra y tengo miedo.
    —Díganos dónde está.
    —Yo misma les acompañaré.



    Capítulo 6
    1


    El Fortunatus voló hacia el norte sobre un paisaje que cada vez se iba haciendo más desolado. Bajo ellos desfiló una hilera de picos rocosos, desnudos como dientes, un bosque de retorcidos arbrujo, una llanura donde sólo crecían juncos de un gris amarillento. Poco a poco, la tierra se hundió y formó un cenagal dividido por un río de oscuras aguas estancadas.

    —El río lleva poca agua —dijo Flitz—. La estación de las tormentas va a empezar de un momento a otro. —Indicó las gruesas nubes negras y púrpura que se acumulaban hacia el este—. El mal tiempo ya está en camino.

    Glawen examinó el paisaje hasta una cadena de montañas lejanas.

    —¿Estamos muy lejos?
    —No. Los alúes están detrás de las montañas, y también las ruinas del castillo de Bainsey. Es un lugar terrible, pero ahí es donde Lewyn Barduys quiere construir su primer albergue.

    El Fortunatus continuó su vuelo sobre un yermo desolado sembrado de líquenes negros y pardos. Hacia el este apareció el brillo plomizo del agua: el Océano Maenádico. Se elevaron colinas, y después montañas. Al otro lado del risco, la tierra descendía bruscamente, y al norte, aparecían los alúes hasta perderse de vista, una penillanura de roca negra, desnuda, escueta, lisa como una tabla, a excepción de cuencas poco profundas donde el cielo se reflejaba en el agua. Al borde de los alúes, cerca de un peñasco bajo, se alzaban las ruinas del castillo de Bainsey. La zona parecía desierta. No se veía ni rastro de Barduys ni del vehículo en que podía haber llegado.

    El Fortunatus aterrizó junto al peñasco, a unos cien metros de las ruinas. Los tres saltaron a tierra y notaron de inmediato la fuerza del viento frío. El paisaje, pensó Glawen, era al mismo tiempo aterrador y de una belleza siniestra, y no se parecía a nada que hubiera visto o imaginado. Nubes negras, heraldos de una tormenta, surcaban el cielo. El viento empujó olas del mar por encima de los alúes; el agua se alzó y siseó en capas sobre la lisa piedra negra. Los niños acuáticos bailaban y cabrioleaban como enloquecidos encima de los desechos. Era un lugar ideal para fundar un albergue, un nuevo castillo de Bainsey tan fuerte y macizo que resistiera indiferente el impacto de las olas verduzcas, donde los visitantes podrían contemplar el panorama irreal con seguridad y comodidad.

    Glawen se volvió hacia Flitz.

    —No está aquí.
    —¡Tiene que estar aquí! Dijo que iba a venir.

    Glawen paseó la vista alrededor de la lisa extensión rocosa.

    —No veo su ultrarrápido.
    —Vino en el Fiecanpraun.

    Glawen no hizo comentarios. Flitz descendió por la pendiente hacia las ruinas. Glawen y Chilke la siguieron, con las armas preparadas.

    Flitz paró en seco y señaló. Glawen y Chilke miraron hacia un túmulo de peñascos y vieron un ultrarrápido posado sobre una estrecha franja lisa, muy cerca de un saliente rocoso, como para ocultarlo. Flitz alzó la voz para hacerse oír por encima del viento.

    —¡Es el ultrarrápido del rancho!

    Chilke bajó hacia el aparato. Casi al instante, gritó. El viento empujó sus palabras hacia Glawen y Flitz.

    —¡Aquí hay un cadáver! ¡No es Barduys!

    Flitz se reunió con él.

    —Es Alhaurin.

    Registró la zona y, al no descubrir nada, avanzó sobre las rocas hasta un punto que dominaba las ruinas del castillo de Bainsey.

    —¡Lewyn! —llamó—. ¡Lewyn! ¿Estás ahí?

    El viento se llevó su voz. Los tres prestaron atención, pero sólo oyeron el siseo del agua y el gemido del viento.

    Los niños acuáticos habían reparado en la presencia de los intrusos. Se acercaron danzando y brincando, negras siluetas del tamaño de un hombre, todo brazos y piernas, tan ágiles y veloces en sus movimientos que los ojos no podían seguirlas y determinar con exactitud qué eran. Flitz no les hizo caso. Saltó a las ruinas, sin dejar de gritar y mirar en todas las grietas y huecos. De pronto, lanzó un grito de sorpresa y saltó hacia atrás, con tanta brusquedad que estuvo a punto de caer. De las sombras surgieron cuatro niños acuáticos armados con estacas puntiagudas. Huyeron sobre los alúes como en un estallido histérico de terror o júbilo. A unos cincuenta metros de distancia, se detuvieron, dieron la vuelta, pegaron botes y agitaron las estacas.

    Flitz escudriñó el declive del que habían salido. Glawen y Chilke se reunieron con ella. Casi en el fondo, mecido por el agua de los alúes, yacía Barduys, medio sumergido en un charco.

    Flitz empezó a bajar por la pendiente. Glawen la detuvo.

    —Ahí abajo no podrá hacer nada. Quédese aquí. Cúbranos con su pistola. Mantenga alejadas a esas cosas negras.

    Glawen saltó al declive, seguido por Chilke. Los niños acuáticos desaprobaron su acción y se acercaron sobre las rocas.

    —Cúbreme —dijo Glawen a Chilke.

    Descendió los últimos dos metros y se inclinó sobre Barduys. No estaba muerto. Cuando Glawen le tocó, sus ojos se movieron.

    —Tengo las piernas rotas —susurró.

    Glawen le cogió por las axilas y lo sacó del charco. Barduys siseó entre dientes, pero no dijo nada. Glawen hizo acopio de fuerzas e izó a Barduys hasta lo alto de la pendiente. Oyó el chillido de furia de Chilke cuando los niños acuáticos se zambulleron en el pozo. Glawen jamás olvidaría mientras viviera el tacto de aquel cuerpo mojado y nervudo, los miembros prensiles. Pataleó y se revolvió; algo desgarró su muslo; otra cosa arañó su cara; le acuchillaron en el hombro, el pecho y la pierna. La pistola de Chilke lanzó balas explosivas hacia los cuerpos negros. Glawen se liberó del ser que pugnaba por aterrarle y tocarle el cuello con uno de sus órganos. Lo apartó a un lado y Chilke lo derribó.

    Más niños acuáticos llegaron patinando sobre los alúes y se lanzaron hacia adelante. Flitz, sin dejar de vigilarlos, descendió hacia el pozo unos metros, ajustó la potencia de su arma y disparó un rayo de energía contra el enjambre. Algunos se convirtieron en grumos de fibra: los otros se retorcieron de terror y huyeron.

    Glawen y Chilke subieron a Barduys del declive. Parecía más muerto que vivo, y las piernas le colgaban como si fueran trapos. Glawen empezó a sentirse mareado. ¿Qué le estaba pasando? Parpadeó y volvió a ver a los niños acuáticos, que saltaban desde las murallas derruidas. Chilke fue empujado al pozo; los niños cayeron sobre él. Agarró a uno y lo aplastó contra la roca. Glawen disparó su arma y destruyó a los demás. Chilke trepó por la pendiente. Los niños acuáticos empujaron grandes rocas que alcanzaron a Chilke. Volvió a caer en el charco. De nuevo, se puso a escalar la pendiente, dolorido. Otra piedra le alcanzó, pero se aplastó contra el suelo y evitó caer otra vez. Un rayo disparado por la pistola de Glawen destrozó al niño que arrojaba piedras. Chilke continuó trepando, consciente de que tenía algunos huesos rotos. Por fin, logró reunirse con Glawen y Flitz.

    Después de penosísimos esfuerzos, el grupo llegó al Fortunatus. Chilke, que apenas se tenía en pie, introdujo a Barduys en el Fortunatus con la ayuda de Flitz. Glawen descubrió que ya no podía controlar sus músculos y cayó al suelo. Flitz y Chilke, cuyos huesos rotos protestaron, le subieron a bordo.

    Chilke se tambaleó hacia los controles. El Fortunatus se elevó y voló hacia el sur.

    Una primera inspección reveló que Barduys había recibido un golpe en la cabeza, una herida de bala en el pecho, tenía varios huesos rotos y una serie de heridas incisas, ya rodeadas de un círculo amarillento. Glawen había sido arañado, golpeado y acuchillado, y tenía el brazo izquierdo roto. Alrededor de las heridas incisas habían aparecido círculos de pus. Chilke había escapado con algunas costillas rotas, una clavícula rota, una fractura de fémur y una sola herida venenosa. No obstante, se sentía débil y mareado.

    Flitz llamó al hospital de Puerto Mona y solicitó que un equipo médico de urgencias fuera enviado al rancho Stronsi. Hizo hincapié en los miembros de su grupo que habían sido atacados por niños acuáticos y parecían envenenados. El médico del hospital prescribió una combinación de antídotos de uso general que contendría el botiquín de la nave.

    —Con suerte, les mantendrán vivos hasta que lleguemos. También enviaremos un equipo del dispensario de Puerto Twang.

    Flitz siguió las instrucciones. Barduys y Glawen dejaron de temblar y se hundieron en un sueño aturdido.

    De momento, no había nada más que hacer. Chilke intentó sentarse, pero sus costillas protestaron. Cojeó hasta la portilla de observación y se agarró a la barandilla para no caer. Sus procesos mentales no funcionaban correctamente, como si un medio viscoso lo impidiera. Tal vez el tiempo se había decelerado. La circunstancia aumentaba la precisión de sus percepciones. Oía sonidos con fidelidad exacta, y cuando miraba a su alrededor, veía todos los colores y texturas con asombrosa precisión. ¡Lástima que su mente estuviera confusa!

    «Así ven los insectos el mundo», se dijo.

    En circunstancias normales, habría recibido con placer aquellas nuevas sensaciones.

    Poco a poco, el orden regresó a su mente y la conciencia irreal empezó a desvanecerse. Sus pensamientos se reordenaron lentamente. Meditó sobre los espantosos acontecimientos del castillo de Bainsey. Se habían desarrollado a la velocidad del rayo. Habían estado cerca de la muerte, tal vez demasiado cerca. Barduys y Glawen yacían pálidos, en un ominoso silencio, Flitz se había aflojado las ropas y acomodado lo mejor posible. Chilke se sentía apesadumbrado. Se volvió hacia la portilla de observación. Sus imágenes mentales eran vividas. Observó la emboscada en el castillo de Bainsey como si hubiera estado presente, Namour se había deslizado detrás del confiado Barduys, que no oía nada a causa del viento. Había disparado sobre Barduys, para luego empujarle al pozo. Por algún motivo, también había disparado sobre Alhaurin, o quizá Alhaurin ya estaba muerto. Por un momento, Namour se detuvo a examinar su obra, sin la menor expresión en su hermoso rostro. Después, había partido en el Flecanpraun, convencido de que Barduys había muerto.

    Si Barduys sobrevivía, una macabra sorpresa aguardaba a Namour.

    Chilke paso revista a su estado. No era bueno. Le dolía todo el cuerpo; notaba que se le iba la cabeza. Respiró hondo. ¿Los efectos del veneno? ¿Vértigo? ¿Algo peor? Se inclinó hacia adelante y contempló la tierra que sobrevolaban. Parpadeó, forzó la vista, movió la cabeza de un lado a otro, como para mejorar la agudeza visual.

    Flitz observó su comportamiento.

    —¿Se encuentra bien, señor Chilke? —preguntó.
    —No estoy seguro. —Chilke extendió un dedo—. Mire abajo, por favor.

    Flitz examinó el paisaje.

    —¿Y bien?
    —Si ha visto un montón de colores extraños, lavanda, rosa, naranja, verde, quiere decir que estoy sano. Si no ha visto esos colores, estoy muy enfermo.

    Flitz miró por segunda vez.

    —Estamos pasando sobre un pantano. Está viendo una enorme maraña de algas, todas de colores diferentes.

    Chilke exhaló un suspiro.

    —Una buena noticia…, tal vez.
    —¿Algo va mal?
    —Me siento irreal, como si flotara. —Extendió un brazo hacia Flitz para no perder el equilibrio, y consiguió cogerse con su brazo sano—. Así está mejor. —Contempló su rostro—. ¡Es usted una mujer estupenda, Flitz! ¡Me siento orgulloso de usted!

    Flitz se soltó.

    —Siéntese. Creo que el veneno le ha afectado.

    Chilke cojeó hasta el sofá y se sentó con una mueca.

    —Le traeré un medicamento. Es un tranquilizante y no se sentirá tan agitado.
    —Ya estoy mejor. No necesitaré la medicina.
    —Entonces, relájese y descanse. No tardaremos en llegar al rancho.


    2


    El médico de Puerto Twang, que recibía instrucciones por comunicador del personal médico más veterano que llegaba de Puerto Mona, practicó un tratamiento de urgencia a Glawen y Barduys.

    Durante tres días, Glawen y Barduys permanecieron inmóviles, apenas conscientes, y pareció que Barduys oscilaba entre la vida y la muerte. El equipo médico, que utilizaba aparatos terapéuticos autorregulados, permanecía en constante vigilancia, controlando y observando los procesos vitales. Entretanto, Chilke había sido entablillado, vendado, tratado con técnicas de consolidación ósea y confinado en la cama.

    Pasó el tiempo. Glawen recobró la conciencia, pero siguió tendido sin fuerzas, recuperando la energía y la conciencia muy lentamente. Barduys despertó un día después. Abrió los ojos, miró a derecha e izquierda, murmuró algo incomprensible, cerró los ojos y dio la impresión de dormitar. Los enfermeros se tranquilizaron; habían superado lo peor.

    Dos días después, Barduys pudo hablar. Poco a poco al principio, y con frecuentes pausas para investigar en sus recuerdos, describió lo ocurrido. En Puerto Twang había recibido un mensaje de Bagnoli, en el cual anunciaba que había cambiado de idea y se encontrarían en el castillo de Bainsey. Barduys, perplejo pero tranquilo, había volado hacia los alúes. No vio ni rastro de Bagnoli, pero posó el Flecanpraun, saltó a tierra y caminó hacia el emplazamiento propuesto de la obra. Pasó cerca de un saliente rocoso. En ese momento, el mundo se derrumbó sobre él y su memoria se convirtió en un conjunto de impresiones borrosas. Se produjo un torrente de golpes despiadados, mientras el cielo daba vueltas, y luego fue arrojado al pozo. Rodó sobre las piedras y aterrizó sobre un montón de nerviosos niños acuáticos. Amortiguaron el impacto final, y tal vez salvaron su vida. Barduys creyó oír a lo lejos un disparo ahogado y notó un fuerte golpe en el pecho. Los niños acuáticos salieron huyendo del pozo. Siguió un período de pesado silencio. Después, los niños acuáticos volvieron, locos de furia. Barduys encontró su pistola y disparó contra los seres hasta que retrocedieron. En cuanto empezó a amodorrarse, regresaron con sigilo y le aguijonearon con palos afilados. Su pistola les mantuvo a distancia, y al final le dejaron solo para que muriera.

    Flitz le contó el rescate. Les miró de uno en uno, con un gran esfuerzo.

    —Ahora no les daré las gracias.
    —No es necesario —dijo Glawen—. Cumplimos con nuestro deber.
    —Tal vez —dijo Barduys con voz desprovista de expresión—. Deber o no, les estoy agradecido. En cuanto a mi enemigo, conozco su identidad y sé por qué ha intentado destruirme. —Barduys calló unos momentos—. Creo que va a lamentar su fracaso.
    —¿Está hablando de Namour?
    —Sí, Namour.
    —¿Por qué le hizo algo semejante?
    —Es una larga historia.
    —No debes cansarte —dijo Flitz.
    —Hablaré hasta que me canse, y entonces pararé.

    Flitz dirigió una mirada de desaprobación a Glawen y Chilke, y salió de la habitación.

    Barduys empezó a hablar.

    —Debo volver al principio, hará unos quince años. Construcciones L-B había realizado unos trabajos para los Stronsi y querían hablar sobre una nueva obra. Llegué y descubrí que todos habían ido al norte, para pasar uno o dos días en el castillo de Bainsey. No me supuso un gran inconveniente, y me dispuse a esperar.

    »Todo el clan había ido al norte: veintisiete, muchos extraplanetarios. El patriarca era Myrdal Stronsi; su esposa Glaida y él vivían en Stronsi, junto con sus hijos César y Camus, sus hijos y una tía anciana.
    »Tenía que ser una dichosa celebración. Los Stronsi eran gente alegre, que celebraba las festividades al viejo estilo, y habían ido muchas veces al castillo de Bainsey a ese propósito, pero en esta ocasión se desató una terrible tormenta y olas verdes se precipitaron contra el castillo. No tenía otro lugar a donde ir, y vieron horrorizados cómo los muros de piedra se derrumbaban y el agua verde penetraba por el boquete. Entonces, todo terminó.
    »En el rancho Stronsi, al ver que no respondía el comunicador de Bainsey, todos nos preocupamos y volamos al norte para investigar. Encontramos las ruinas y los cadáveres dispersos, algunos de los cuales habían sido arrastrados sobre los alúes por los niños acuáticos. No había supervivientes, y después de llamar a las ambulancias, todo el mundo se fue. En cuanto estuve en el aire, algo empezó a atosigarme. Me sentí inquieto. Intenté razonar conmigo mismo, pero al final regresé solo. Era a última hora de la tarde, y todo estaba muy silencioso. Recuerdo bien la escena. —Barduys hizo una pausa, y luego continuó—. Hacia el oeste, el sol había encontrado un hueco entre las nubes e iluminaba los alúes con esa luz del atardecer que parece de color jeres. Un millón de charcos reflejaban un millón de chispas luminosas, y el destello impedía ver bien a los niños acuáticos. Me acerqué a las ruinas y examiné los alrededores. Creí oír un grito, muy débil y leve. Si el viento hubiera soplado, no lo habría oído. Al principio, pensé que era un niño acuático, pero busqué y, al final, bajó un montón de piedras, distinguí un trozo de tela. Era una niña pequeña, que había quedado atrapada bajo las piedras. Había permanecido allí dos noches, mientras los niños acuáticos pululaban a su alrededor, introduciendo palos en los resquicios.
    »Para abreviar la historia, conseguí por fin sacarla, más muerta que viva. Era una niña de unos siete años. Recordaba haberla visto en el retrato de familia. Era Felixia Stronsi, la única superviviente de todo el clan.
    »No quedaba nadie que pudiera cuidarla. Los administradores estaban demasiado lejos, en otro planeta, y muy desorganizados. No confié en la Asociación de Propietarios, que era, y aún sigue siendo, hostil a los Stronsi. Al final, la tomé a mi cargo, con la intención de encontrarle un hogar apropiado, pero pasó el tiempo y nadie se interesó por ella. No tardé en darme cuenta de que me gustaba su compañía.
    »Era una criatura extraña. Al principio, no podía hablar, y se limitaba a mirarme con sus grandes ojos en su carita aplastada. Por fin, la impresión se borró, pero había perdido casi toda su memoria y sólo sabía que su nombre era Flitz.

    Barduys hizo una pausa y llamó a la criada Nesta, quien le trajo el retrato de familia de los Stronsi, que Glawen y Chilke ya habían visto. La vivaracha rubita sentada en el suelo con las piernas cruzadas estaba identificada como Felitzia Stronsi.

    Barduys prosiguió su relato. Se acostumbró a la presencia de la niña y, al final, los administradores de las propiedades Stronsi le nombraron tutor. La educó como si fuera su hija, en los temas de construcción, técnicas y matemáticas, música y percepción estética, y las artes de la civilización.

    Flitz pasó por las fases habituales de la vida de una manera más o menos normal. Cuando cumplió catorce años. Barduys la internó en un colegio privado de la Vieja Tierra, donde estuvo dos trimestres. Todavía era pálida y delgada, pero ya se hacía notar en razón de sus ojos azul mar, cabello brillante y facciones delicadas. Los docentes la consideraban cooperativa, aunque enigmática.

    Al final del segundo trimestre, Flitz anunció que no regresaría en otoño. ¡Vaya!, exclamó la directora, ¿por qué no? Muy sencillo, contestó Flitz: quería reanudar su antigua vida, viajar a lo largo y ancho de la Extensión Gaénica con Lewyn Barduys y Construcciones L-B. Las argumentaciones fueron inútiles; las palabras «decoro» y «decencia» carecían de sentido. Flitz fue enviada de vuelta a Barduys, que la recibió sin comentarios.

    Flitz superó la adolescencia sin traumas. De vez en cuando, se interesaba en algún robusto joven, por lo general miembro del personal de L-B. Barduys nunca se entrometía. Flitz podía hacer lo que le diera la gana.

    Flitz no tenía ganas de hacer gran cosa. Para desgracia de sus pretendientes, Flitz no podía evitar compararlos con Barduys. Cabían pocas dudas sobre quién sería el mejor. Los extraños solían deducir que Flitz era la amante de Barduys. Flitz conocía dichas especulaciones, pero se le daban una higa. Hasta donde alcanzaba su memoria, Barduys siempre había sido cariñoso y paciente con ella; en su compañía se sentía segura.

    Los acontecimientos del castillo de Bainsey habían borrado muchos recuerdos de su primera infancia. Recordaba al patriarca Myrdal Stronsi y a sus hermanos, pero sus padres se habían desvanecido en la oscuridad. Un día, Barduys dijo que, como Felitzia Stronsi, era la propietaria del rancho Stronsi, y quizá había llegado el momento de ver qué se podía hacer.

    La idea no entusiasmó a Flitz, consciente de los recelos que atribuía a sus primeras experiencias. El gerente Alhaurin se había instalado en el rancho Stronsi, y no se alegró de verles; como mínimo, iban a trastornar su rutina.

    Flitz encontró el rancho Stronsi menos amenazador de lo que había temido, e incluso insinuó algunos planes para alegrar un poco más el inmenso edificio. Descubrió el dormitorio perteneciente en otro tiempo a la Felitzia de siete años, donde nada había cambiado desde el día de la tragedia, y se sintió deprimida. Flitz no tuvo moral para examinar las cosas personales de la infortunada niña, y cerró la puerta del dormitorio. Un día, llamaría a una brigada de limpieza y daría vuelta a la casa como un calcetín, pero todavía no. Había demasiadas cosas en qué pensar, demasiados planes que hacer.

    Barduys examinó las cuentas de Alhaurin y lo que encontró no le complació. Alhaurin había extendido facturas por materiales ahora invisibles. Había efectuado pagos por obras jamás iniciadas, ni mucho menos terminadas.

    Alhaurin había preparado una docena de explicaciones fáciles, pero Barduys le cortó en seco.

    —No es preciso que diga nada más. Está claro que ha dilapidado los fondos de mantenimiento a manos llenas. La única respuesta que le exijo es cómo piensa devolverlos.
    —¡Imposible! —gritó Alhaurin, y se lanzó a una confusa explicación.

    Barduys se negó a escuchar y se encargó de manera juiciosa de los delitos y su autor. Desde aquel momento. Alhaurin viviría en la casita del gerente, como en los viejos tiempos. Además, debía hacer lo imposible para que los suministros que, en teoría, había ordenado y pagado fueran entregados, y para que las obras contratadas fueran iniciadas y terminadas. Cómo iba a pagar Alhaurin era problema exclusivo de Alhaurin. El dinero existía; estaba anotado en los libros.

    Alhaurin gruñó y se quejó, pero Barduys le dio a elegir entre devolver el dinero o recibir un castigo, legal o no, que en cualquier caso lamentaría.

    Alhaurin lanzó las manos al cielo y aceptó su destino. Puso en marcha la restitución.

    En esa época, Namour llevó el primer contingente de yips al rancho Valle de las Sombras.

    Barduys había conocido a Namour, y tomado la decisión de probar el uso de mano de obra yip. Acordó con Namour el envío de dos cuadrillas de trescientos yips cada una: la primera para el rancho Stronsi y la segunda para sus obras de construcción.

    Como todos los demás, Barduys descubrió enseguida que los yips eran inútiles y que había tirado su dinero. No se sorprendió ni irritó. Los yips eran psicológicamente incapaces de funcionar como trabajadores asalariados. Olvidó el tema y partió de Rosalia con Flitz para encargarse de otras preocupaciones más apremiantes. Cuando regresaron, descubrieron que Alhaurin había reparado lo peor de sus fechorías, y que ahora parecía trabajar con eficacia. Informó que todos los yips habían emigrado a las Islas Místicas de la Bahía de Muran, donde vivían en un ambiente tan idílico que Alhaurin ardía en deseos de unirse a ellos.

    Barduys y Flitz comprobaron que no había exagerado. Había doscientas islas en la Bahía de Muran. La mayoría poseían una vegetación de lo más pintoresca, y como no estaba infestada de niños arbóreos, era posible explorar las islas sin temor a espantosas aventuras. Playas blancas bordeaban los lagos encalmados, donde el peligro acechaba, y el nadador imprudente podía ser arrastrado hacia el fondo y exterminado por los niños acuáticos.

    Los yips del rancho Stronsi se habían desplazado a varias islas cercanas. Construyeron cabañas con techo de paja y vivían en la indolencia más absoluta, alimentados por frutos silvestres, legumbres, tubérculos, moluscos, esfidos y cocos de las omnipresentes palmeras. Cantaban y bailaban junto al fuego, al son de laúdes fabricados de madera de naroko rojo.

    Barduys y Flitz abandonaron de nuevo Rosalia, y durante un tiempo fueron de lugar en lugar y de planeta en planeta, dedicados a los asuntos de Construcciones L-B y otras empresas que controlaba Barduys.

    Durante sus andanzas regresaron a Cadwal. Una visita previa les había familiarizado con la belleza natural de sus paisajes, las notables flora y fauna y la calidad de vida única en la Estación Araminta. En esta ocasión, visitaron los albergues rurales. Eran hostales relativamente modestos que se fundían con discreción en los más impresionantes escenarios de Cadwal, donde el visitante podía experimentar las vistas, los sonidos y los olores de lugares apartados y sus asombrosos habitantes sin el peligro de morir ni, sobre todo, perturbar los procesos naturales.

    Los albergues impresionaron a Barduys. Los principios que guiaban su construcción coincidían con sus ideas. Durante su vida se había alojado en cientos de hoteles y hostales, de todo tipo y calidad. De paso, había observado la apasionada dedicación de hoteleros enamorados de su propiedad; esfuerzos sin relación con los beneficios. Barduys comprendió que, en tales casos, los hostales era considerados entes hermosos por derecho propio; «objetos artísticos», por así decirlo. Tras visitar los albergues rurales, empezó a codificar los preceptos de aquella particular doctrina estética.

    Primero, había que descartar la timidez. El tono del albergue debía derivarse de la sencillez y la unidad con el paisaje. El albergue excelente era un combinado de muchos factores excelentes, todos importantes, tales como el emplazamiento, el aspecto externo y su efecto sinergético sobre la arquitectura; el interior, que debía ser sencillo, despojado de adornos y lujos exagerados; la cocina, ni austera ni recargada, nunca elegante; los empleados, educados pero impersonales; los propios huéspedes. Además, existían elementos indefinidos e intangibles, que no podían preverse ni, a menudo, controlar.

    Cuando Barduys se acordó del castillo de Bainsey, decidió que en aquel lugar emplazaría su primer hotel. A continuación, construiría varios albergues rústicos en las playas de las Islas Místicas, con personal elegido entre los apuestos yips y las encantadoras yips. Habría que aumentar la seguridad de los lagos para nadar. Además, los niños acuáticos añadían una nota excitante de peligro a la, por otra parte, paz idílica de las islas. Los huéspedes podrían recorrer en pequeños submarinos los canales que comunicaban las islas, explorar las cuevas de coral y las selvas de plantas marinas multicoloreadas.

    Aquéllos eran los proyectos de Barduys. Flitz no los compartía. Sólo se interesaba de manera superficial en el proyecto, y se negaba a colaborar con Barduys.

    En el vestíbulo del hotel de la Estación Araminta, Namour abordó a Barduys. Durante un rato habló de trivialidades, mientras Barduys le escuchaba con sombría ironía. Namour habló de Construcciones L-B y sus grandes logros. Expresó admiración por la hazaña del gran puente de Rhea.

    —¡Instalar cimientos para los malecones en aquellas corrientes veloces habrá sido una gesta magistral! —exclamó.
    —Cuento con ingenieros competentes —respondió Barduys—. Pueden construir cualquier cosa.
    —Tengo entendido que utilizó un submarino durante la operación.
    —En efecto.
    —Por curiosidad, ¿para qué utiliza el submarino ahora?
    —Para nada. Sigue en Rhea, por lo que yo sé. Tarde o temprano, nos desharemos de él.
    —Interesante. ¿Está en buen estado?
    —Supongo que sí.
    —¿Cuál cree que es su autonomía submarina?

    Barduys se encogió de hombros.

    —No me acuerdo con exactitud. Lleva dos tripulantes y media docena de pasajeros. Puede moverse a cincuenta nudos y debe de tener una autonomía de varios miles de kilómetros.

    Namour asintió.

    —Tal vez podría negociarle la venta, si el precio fuera justo.
    —Vaya. ¿Cuál es su oferta?

    Namour rió y movió la mano en un ademán desdeñoso.

    —Conocí hace poco a un caballero excéntrico, quien estaba convencido de que las ruinas de una civilización alienígena se hallaban hundidas bajo las aguas del Mar de Mocar, en el planeta Tyrhoon. ¿Lo conoce?
    —No.

    Namour prosiguió.

    —Dijo que necesitaba un submarino pequeño y de confianza, con bastante autonomía. Se me ocurre que yo podría hacer de intermediario en la transacción.
    —Escucharé su propuesta, por supuesto.

    Namour asintió con aire pensativo.

    —En términos comerciales, ¿tiene alguna necesidad en particular que pudiera servir como base de discusión? Podría poner en marcha un complicado trato a tres bandas.

    Barduys sonrió con amargura.

    —Me vendió la fuerza de trabajo de seiscientos yips, carente del menor valor, como bien sabe, y ahora quiere hacer negocios conmigo otra vez.

    Namour lanzó una risita, sin demostrar turbación alguna.

    —Señor, usted me interpretó mal. En ningún momento le di la menor garantía, y por un buen motivo: yo no controlaba el ambiente de trabajo. Los yips trabajarán si las condiciones son buenas. Han trabajado en la Estación Araminta durante siglos.
    —¿Cuál es el truco?
    —No hay truco. El yip es incapaz de comprender la compulsión de trabajar por algo intangible, como la necesidad de pagar una deuda. Funcionará en un sistema basado en la realidad tangible. Una cantidad de trabajo ha de equivaler a una cantidad de pago, ambas perfectamente definidas. Mientras el yip reciba el pago, hará el trabajo. Nunca se le ha de conceder un aumento, ni tampoco hay que pagarle por adelantado.
    —No me explicó todo esto cuando entregó a los yips.
    —En ese caso, podría haber tomado mis advertencias como una garantía, responsabilidad que yo no podía asumir.
    —Namour, le concedo el beneficio de la duda, pero en cualquier futura transacción insistiré en que las condiciones estén muy bien definidas, para que a usted le resulte imposible dejar de ceñirse a ellas.
    —Señor Barduys, es injusto conmigo —dijo Namour, en una especie de protesta pro forma que no engañó a Barduys.
    —Creo que me interesa otro contingente de yips. Al menos, eso pienso ahora.
    —No veo ningún problema.
    —Como ya he dicho, el contrato será definido con toda precisión y sus condiciones se cumplirán al pie de la letra, hasta la última coma.

    Namour se acarició el mentón y miró al otro lado del vestíbulo.

    —En teoría, es lo más deseable. Por desgracia, si bien yo puedo prometer la luna, mis superiores han de dar su aprobación. De todos modos, creo que hay buenas perspectivas. ¿Cuáles serán las condiciones?
    —En primer lugar, no pienso pagar tarifas de ningún tipo. En segundo, transportará a los yips en naves de pasajeros hasta un lugar de mi elección.
    —¿Naves de pasajeros? —preguntó Namour, vacilante—. Estamos hablando de yips, no de viajeros aristócratas.
    —Aun así, no me gusta que les traten como si fueran ganado. Les alquilaré naves de mi propia flota.
    —Imagino que es posible, en función del alquiler.
    —Los gastos, más un diez por ciento. No podrá quejarse.

    Namour se relajó.

    —Parece negociable, como mínimo. ¿Cuánto personal necesita? ¿Otros seis mil?
    —Necesitaré veinte mil individuos, con igual proporción de sexos. Deben de estar sanos de cuerpo y mente, y no haber cumplido los treinta; en otras palabras, gente joven en perfecto estado de salud. Éstas son mis condiciones. Debe cumplirlas al pie de la letra.

    Namour se quedó boquiabierto.

    —Es un envío muy grande.
    —Se equivoca —afirmó Barduys—. No es lo bastante grande para solucionar su problema básico, la evacuación total del atolón Lutwen a un ambiente extraplanetario acogedor.
    —Aun así —contestó Namour en voz baja—, no puedo responsabilizarme de un envío tan grande sin consultar.

    Barduys dio media vuelta con indiferencia.

    —Como quiera.
    —Un momento —dijo Namour—. Regresemos al submarino. ¿Cómo se realizaría la entrega?
    —No supondría ningún problema. Poseo un transporte muy grande que podría cargar el submarino. Se lo alquilaría en las mismas condiciones que he citado antes.

    Namour asintió.

    —Todo el trámite debería ser confidencial.
    —No quiero saber nada —dijo Barduys—. Coja el submarino, lléveselo, a Tyrhoon, a Canopus, al Planeta de McDoodle, donde le dé la gana. No revelaré ninguna información relativa a la transacción. Si la CCPI me interroga, diré lo que sé: que le vendí a usted un submarino.

    Namour hizo una mueca.

    —Le daré la respuesta pronto.
    —Tendrá que ser muy pronto, porque me voy de Cadwal ahora mismo.

    Namour regresó de mal humor. Las noticias eran malas. El Umfau Titus Pompo (o sea, Smonny) no daba permiso para un contingente tan grande. Si Barduys quería veinte mil yips, debía aceptar personas de todas las edades, jóvenes y viejas. Barduys contestó que aceptaría algunos yips, tal vez hasta dos mil, de edades comprendidas entre los treinta y los cincuenta años, siempre que fueran sanos e inteligentes. No cedería más; lo superiores de Namour debían aceptar el trato u olvidarlo.

    Namour accedió de mala gana a las condiciones, y Barduys cumplió su parte del trato. Un enorme transporte de carga llegó a Rhea, engulló al submarino y partió con rumbo desconocido.

    Pasó un mes y Barduys empezó a impacientarse, pero por fin llegó al planeta Merakin, antes de continuar hacia Rosalia, el primer contingente de yips, en número de mil. Un equipo de médicos examinó al grupo, y observaron al instante que no cumplían las condiciones impuestas por Barduys. La mitad de los mil tenía edades comprendidas entre los treinta y cinco y los setenta y cinco años. De éstos, algunos eran raquíticos, en tanto otros estaban seniles o hablaban en idiomas desconocidos. Del grupo más joven, la mitad eran deformes, enfermos o psicóticos. Los demás eran de inteligencia subnormal o desorientados sexualmente. El grupo no habría podido contribuir de ninguna manera al ambiente melancólico y lánguido que Barduys esperaba crear en sus islas idílicas.

    Barduys rechazó el contingente al instante. Fue en busca de Namour, quien adoptó un aire de perplejidad divertida, como si no supiera explicar las extravagancias de Titus Pompo (o sea, Smonny). Barduys fue al grano. Exigió que el contrato se cumpliera. Namour admitió que se habían producido graves malentendidos, y afirmó que haría lo posible por arreglarlo todo, si bien, por supuesto, no podía garantizar nada.

    Transcurrió el tiempo. Un día, Namour llegó al rancho Stronsi con noticias desalentadoras, en el sentido de que Titus Pompo se mostraba obstinado. Ahora, se negaba a entregar una cantidad tan elevada de sus súbditos, a menos que Barduys mejorara el acuerdo con algunas pequeñas concesiones, como una escuadrilla de cuatro cañoneras Straidor-Ferox.

    Barduys concedió escasa atención a la contrapropuesta. Insistió en que se cumpliera el contrato original, o se tomarían medidas coactivas, que también incluirían a Namour.

    Namour respondió con una triste carcajada. La solución no estaba en sus manos, afirmó. Barduys se encogió de hombros y mencionó, como de pasada, que podía hundir el submarino cuando le viniera en gana. Si en aquel momento se estaba utilizando…, mala suerte.

    Namour se quedó estupefacto.

    —¿Cómo lo hará?
    —Eso da igual. Lo importante es lo que ocurrirá después.

    Namour, algo más humilde, no sugirió más compromisos. Dijo que explicaría la postura de Barduys a las demás partes interesadas y se marchó.

    —Eso es todo —dijo Barduys a Glawen y Chilke—. Al final, Namour decidió que la mejor forma de solucionar el problema era eliminar su origen. Reclutó a Alhaurin y los dos eligieron el castillo de Bainsey como lugar de la emboscada.
    —¿Qué ocurrirá ahora? —preguntó Glawen.

    Barduys respondió con voz serena.

    —Soy un hombre práctico y carezco de vanidad, al menos eso me digo. De todos modos… —Su voz enmudeció. Cuando volvió a hablar, la relación entre las ideas no quedó clara de inmediato—. La CCPI de Puerto Mona no ha encontrado ni rastro de Namour o el Flecanpraun. Será porque ambos han salido de Rosalia.
    —Si Namour cree que usted ha muerto, yo apostaría por Cadwal.

    Barduys clavó la vista en el techo y habló con voz metálica.

    —En ese caso, volveremos a encontrarnos muy pronto.

    Glawen se puso alerta.

    —¿Piensa ir a Cadwal?
    —En cuanto pueda salir de esta cama y caminar sin caer al suelo.

    Glawen reflexionó unos momentos. Barduys no viajaría hasta tan lejos, animado por la remota posibilidad de encontrar a Namour, pese a lo gratificante que fuera la circunstancia. Debía tener otros proyectos en mente, casi con absoluta certeza. Glawen formuló la pregunta, pese a sus vacilaciones.

    —¿Para qué va a ir a Cadwal?

    Barduys habló en tono indiferente.

    —Quedan algunos asuntos pendientes por solucionar. Tanto dama Clytie como Smonny han solicitado en privado mi colaboración. De momento, son estrechas aliadas. Las dos quieren que transporte una horda de yips a Deucas, para acabar con la Estación Araminta. Después, cada una piensa liquidar a la otra.
    —Espero que no acepte su propuesta.

    Barduys lanzó una risita.

    —Ni soñarlo.
    —¿Qué piensa hacer?
    —Nada.

    Siguió un momento de silencio.

    —Quiero decir —murmuró Barduys, como si lo hubiera pensado mejor—, casi nada.
    —¿Qué es «casi nada»?

    La cara demacrada mostró síntomas de animación.

    —Es muy sencillo. Quiero hablar con dama Clytie, para aplacar sus dudas y tranquilizar su mente. Pienso hacer lo mismo con Smonny. Es lo menos que se merece. —Barduys hizo una pausa. Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz baja—. Quizá nos reuniremos para hablar, y después… ¿Quién sabe los maravillosos efectos que se obtendrán?
    —Espero que Chilke y yo estemos presentes, siquiera como observadores.
    —Una buena idea. —Barduys miró atemorizado al médico que había entrado a inspeccionar los aparatos terapéuticos—. ¿Cuándo me veré libre de esos malditos instrumentos?
    —Tenga paciencia. Estaba un noventa por ciento muerto cuando llegó. Estará de baja otras dos semanas, como mínimo, y después, considere un milagro cada vez que respire.

    Barduys se relajó.

    —No hay forma de discutir con esos sujetos —gruñó a Glawen—. Siempre tienen las cartas más altas. ¿Cómo se encuentra?
    —En relativa buena forma, puesto que lo mío no ha sido nada comparado con lo de usted.
    —¿Y Eustace Chilke? Parece muy animado.
    —Sólo recibió algunos golpes. Le tiraron piedras y trataron de echarle a arponazos de los alúes, pero el veneno apenas le afectó.
    —Ummm —masculló Barduys—. Chilke nació con una estrella en el culo. Eso explica su buen humor.
    —Chilke es un hombre práctico. Evita los temores, el dolor y los pensamientos deprimentes porque le afligen.

    Barduys reflexionó un momento.

    —La idea es sensata —dijo a continuación—, pero sorprende a causa de su simplicidad.
    —Chilke suele ser sorprendente. De momento, abriga una gran admiración por Flitz. Sospecha que ella le corresponde.

    Barduys lanzó una risita.

    —Es un gran optimista. He sido testigo de campañas similares, con osados avances y vergonzosas retiradas. No es seguro que Flitz tenga alma.
    —¿No lo desaprueba?
    —¡Por supuesto que no! ¿Por qué? Me salvó la vida, con la colaboración de usted. En cualquier caso, Flitz siempre hace lo que le apetece.


    3


    Glawen, en una silla de ruedas, y Chilke, cojeando, salieron a la terraza. El aire de la mañana era frío; el viento se había reducido a un suspiro. La balaustrada y un par de postes de tamarindo enmarcaban la vista hacia el sur, de manera que semejaba un paisaje obra de un artesano genial, ejecutado a base de garabatos de tinta negra y trazos sepia.

    Glawen y Chilke se sentaron al sol y parpadearon. Glawen refirió su conversación con Barduys.

    —Significa que, como mínimo, podemos regresar a la Estación Araminta y afirmar que nuestra misión ha sido un éxito.

    Chilke se mostró de acuerdo, con una sola reserva.

    —Un purista, como Bodwyn Wook, por ejemplo, mencionaría el nombre de Namour. No le hemos capturado.
    —Da igual. El caso nos ha sido arrebatado de las manos y transferido a una nueva jurisdicción.
    —¿Por orden de Barduys?

    Glawen asintió.

    —Barduys lamenta la pérdida de su Flecanpraun, por no mencionar el atentado contra su vida. Es suficiente para contestar a las posibles críticas de Bodwyn Wook.
    —Sobre todo cuando entreguemos el Fortunatus al Negociado B, a fin de que sea utilizado en los viajes oficiales de Bodwyn Wook.

    Glawen se encogió.

    —Habrá alguna forma de evitar ese sacrificio. De momento, no se me ha ocurrido ninguna legal.
    —Ni a mí.
    —Barduys no se tendrá en pie hasta dentro de dos semanas. En teoría, yo andaré antes de una.
    —No te esfuerces por mi causa —dijo Chilke—. Yo también estoy convaleciente. Flitz se ha tomado un interés personal en mi caso. A los dos nos intriga que el dolor de mi pierna sólo ceda gracias a sus masajes.
    —Algunas personas poseen el don de curar.
    —Es el caso de Flitz. Tiene muchas cualidades notables, y un vínculo de afecto ha empezado a desarrollarse poco a poco entre nosotros.
    —¡Qué interesante! ¿Has dicho «poco a poco»?
    —Pues sí. Muy poco a poco. No hay que precipitarse en esos asuntos. De hecho, se muestra un poco escurridiza.
    —Creo que Flitz intuye tus pensamientos. Se asoma a las esquinas antes de entrar en una habitación.
    —¡Tonterías! —exclamó Chilke—. La emoción del peligro fascina a las mujeres, incluso cuando es imaginario. Les proporciona una sensación de poder y utilidad; se sienten atraídas como los ratones al Gorgonzola.
    —¿Qué es el «Gorgonzola»?
    —Un queso que se encuentra en la Vieja Tierra. Un ratón es un ratón.
    —¡Ah! Me lo has aclarado muy bien. ¿Piensas que Flitz va a morder el cebo?

    Chilke asintió con aire confidencial.

    —Dentro de unos tres días, más menos cuatro horas, comerá de mi mano.

    Glawen sacudió la cabeza, con expresión escéptica.

    —Me pregunto si Flitz intuye el peligro que corre.
    —Espero que no —dijo Chilke—. Ya es demasiado escurridiza.

    Unas horas más tarde, Chilke encontró la oportunidad de poner a prueba los reflejos de Flitz. La llamó cuando pasó por el vestíbulo principal.

    —¡Ven, Flitz! ¡Llegas a tiempo para el recital de poesía!

    Flitz se detuvo. Vestía camisa blanca y pantalones azul claro; llevaba el cabello sujeto con una cinta negra. Chilke no descubrió el menor defecto en su apariencia.

    —¿Quién va a recitar poesía a quién? —preguntó la joven.

    Chilke exhibió un volumen encuadernado en piel.

    —Son las Pululaciones de Navarth. Puedes recitarme una de tus favoritas, y luego yo declamaré una de las mías. De paso, trae una jarra de Sidewinder y dos copas.

    Flitz le dedicó una sonrisa fría.

    —No estoy de humor para poesía, señor Chilke, pero nada le impide leer en voz alta para usted, con toda la elocuencia que guste. Cerraré la puerta y nadie protestará.

    Chilke dejó el libro.

    —Ese tipo de poesía carece de encanto. En cualquier caso, es la hora de la excursión.

    A pesar suyo, Flitz paró en seco.

    —¿A qué excursión se refiere?
    —He pensado que sería estupendo irnos los dos a correr por el campo.

    Flitz exhibió la más leve de las sonrisas.

    —¿Con su pierna en tan lamentable estado? No sería prudente.

    Chilke hizo un ademán galante.

    —No hay nada que temer. La primera punzada será la señal de que debes aplicar tu toque mágico; el dolor desaparecerá y podremos proseguir nuestra conversación, o lo que estemos haciendo.
    —Señor Chilke, se está engañando.
    —De ninguna manera, y llámame Eustace.
    —Como quieras, pero de momento…
    —Ahora que lo pienso, siento un feroz dolor en este preciso momento.
    —Qué pena.
    —¿Te importaría practicar tus artes milagrosas?
    —Ahora no.

    Flitz se alejó, no sin lanzar una última mirada inexpresiva hacia Chilke.

    A media mañana del día siguiente, Chilke entró en silencio en el vestíbulo. Se acomodó en un sofá, contempló el paisaje y se abismó en sus pensamientos.

    Flitz no tardó en pasar por el fondo del vestíbulo. Reparó en la presencia de Chilke, aminoró el paso y salió del vestíbulo.

    Una hora después, Flitz volvió a cruzar la estancia. Chilke, fascinado por el vuelo de un ave lejana, no pareció verla. Flitz se detuvo, miró con curiosidad por la ventana, inspeccionó a Chilke un momento y prosiguió su camino.

    Flitz regresó pocos minutos después. Como antes, Chilke tenía la mirada perdida en la lejanía. Flitz se acercó lentamente al sofá. Chilke levantó la vista y descubrió que ella le estaba examinando con curiosidad científica.

    —¿Se encuentra bien? —preguntó la joven—. Lleva sentado aquí toda la mañana, como en estado de trance.

    Chilke emitió una carcajada hueca.

    —¿En estado de trance? ¡Ni hablar! Estaba fantaseando, absorto en hermosos pensamientos. Al menos, algunos eran hermosos. Otros eran desconcertantes.

    Flitz dio media vuelta.

    —Siga soñando, señor Chilke. Lamento haber perturbado su éxtasis.
    —¡No tan deprisa! —gritó Chilke, como si hubiera recobrado las energías de repente—. Siéntate un momento. Quiero decirte algo.

    Flitz vaciló, y después se sentó con cautela en el extremo del sofá.

    —¿Cuál es el problema?
    —No existe ningún problema. Se trata más de un comentario, o de un análisis.
    —¿Sobre qué?
    —Yo, principalmente.

    Flitz no pudo reprimir una carcajada.

    —Un tema demasiado extenso, señor Chilke. Hoy no tenemos tiempo para abordarlo.

    Chilke hizo caso omiso.

    —Cuando era pequeño vivía en Idola, en la Vieja Tierra. Mis tres hermanas eran muy populares y traían a casa a sus amigas, de modo que tuve la desgracia de crecer entre un ramillete de hermosas muchachas. Eran de todos los tamaños y medidas, unas altas, otras bajas, algunas hechas para correr. Era una jungla de belleza.

    Flitz se sintió interesada, bien a su pesar.

    —¿Por qué fue una desgracia?
    —Para un joven idealista como yo, era más de lo que podía asimilar; un caso clásico de precocidad.
    —¿De qué?

    Chilke hizo un ademán vago.

    —¿Desilusión? ¿Pérdida de la capacidad de asombro? A los dieciséis años, yo era un epicuro consumado. Donde un joven normal veía a una criatura adorable y dulce, yo sólo veía mocosas impertinentes.

    Chilke se enderezó e imprimió a su voz un tono severo.

    —Lamento decir que cuando te vi por primera vez, pensé: «¡Ajá! Otra cara bonita, que oculta una personalidad tan insípida como las demás». Supongo que te habrá intrigado mi comportamiento reservado, por el cual me disculpo. ¿Qué me dices?

    Flitz meneó la cabeza, perpleja.

    —No sé si darle las gracias, o dejarle para que siga observando aves.
    —Da igual —respondió con generosidad Chilke—. He recobrado el buen sentido. Pese a tu soberbia belleza, me agrada mucho tu compañía, y creo que me gustaría besarte.
    —¿Aquí? ¿Ahora?
    —Donde y cuando gustes, por supuesto —dijo con galantería Chilke.

    Flitz le miró de reojo. ¿Qué tenía en mente aquella persona extravagante? No era mal parecido, pensó; de hecho, sus facciones rudas, irónicas y torcidas, eran bastante interesantes. Había algo en Eustace Chilke que la divertía y la hacía sentirse viva.

    —Bien, después de esta cita, ¿qué sigue?
    —Me gustaría que reflexionaras acerca de una proposición.
    —¿Qué clase de proposición? —le urgió Flitz.
    —Preferiría esperar hasta después de la cita, antes de entrar en detalles.
    —Ha de decírmelo ahora. En primer lugar, soy curiosa, y en segundo, puede que nuestros respectivos compromisos nos impidan concertar una cita.

    Chilke eligió sus palabras con gran cuidado.

    —Tengo un proyecto en mente, y pienso que estás cualificada, muy cualificada, de hecho, para asociarte conmigo.
    —Su elevada opinión sobre mí no deja de sorprenderme.
    —Es muy sencillo. Te he visto en acción. Si nos metiéramos en algún lío, por ejemplo, en una taberna situada al otro lado de los confines del Más Allá, sé que me apoyarías, patearías, maldecirías, chillarías, abrirías cabezas, armarías un gran alboroto, y yo me sentiría orgulloso de ti.
    —No se precipite. Puede que, en ese momento, me encontrara en otro sitio. Procuro evitar las tabernas de mala nota.

    Chilke se encogió de hombros.

    —Si sólo hay una taberna en la ciudad, no hay otra alternativa.
    —Es verdad, pero ¿por qué estoy en ese lugar, para empezar? ¿Con quién peleo, y por qué?
    —En cuanto a la pelea, los motivos son impredecibles. Yo podría estar sentado tranquilamente, pensado en algo, cuando una dama se acerca para hablar. Tú intuyes la actitud cordial de la dama y le tiras del pelo, y ahí empieza la juerga.
    —Muy bien. Ya sé por qué me necesita como socia. Podría explicarme el resto.

    Chilke frunció el ceño y miró hacia el río.

    —Como quieras. Debo retroceder unos años, cuando era una especie de vagabundo, iba de un lado a otro y me procuraba, como puedes comprobar, una educación. Escuché a docenas de antiguos localizadores, exploradores, fugitivos de fechorías que nadie recordaba, ni siquiera ellos mismos. Eran hombres solitarios y habladores, por lo general, sobre todo con una jarra delante, y escuché muchas historias extrañas. Al cabo de un tiempo empecé a tomar notas. Al final, había atesorado una docena de narraciones sobre lugares y cosas maravillosos. ¿Son descripciones auténticas, leyendas, fantasías de borracho? Yo diría que un poco de todo. Los casos auténticos están ahí fuera, a la espera de que alguien vaya a buscarlos.
    —¿A quién sugiere para dicha investigación?
    —Pensaba que tú y yo podríamos echar un vistazo a la lista y elegir unos cuantos. Creo que Glawen me prestaría el Fortunatus; de lo contrario, no va a servirnos de nada.

    Flitz no alteró su tono de voz.

    —Propones, pues, que tú y yo nos lancemos a las regiones más remotas del espacio para seguir la pista de las historias de borrachos que escuchaste cierta vez en una taberna, cuando tu también debías estar medio ebrio y, en general, llevabas una vida irresponsable y casquivana.
    —Bueno, sí. Ése es el proyecto, a grandes trazos.

    Flitz exhaló un suspiro.

    —Eustace, ¿no crees que ya tengo bastantes dolores de cabeza para ponerme a pensar ahora si estás loco o no?
    —Tranquilízate, ¡no estoy loco!
    —¡Ésa es la peor preocupación de todas!
    —Touché —murmuró Chilke.

    Flitz se levantó del sofá. Guiada por un impulso, se inclinó y besó a Chilke en la mejilla.

    —Por tus valientes esfuerzos, Eustace, eso era lo mínimo que merecías.
    —Un momento —grito Chilke, mientras se levantaba como podría—. ¿Y la cita?
    —Ahora no, Eustace.

    Flitz salió de la estancia. Chilke la siguió con la mirada, sonriente.


    4


    Pasaron tres días. Chilke vio muy poco a Flitz, excepto en compañía de los demás. No hizo el menor esfuerzo por ir en su busca, para que no le considerara un pesado, pero al cabo de un tiempo, las dudas empezaron a infiltrarse en sus pensamientos: ¿cabía la posibilidad de que su comedimiento se confundiera con complacencia?

    Chilke empezó a impacientarse, con él y con el dilema, ¡basta de indecisiones! ¡Que las fichas caigan donde quieran!

    La llegada de Bagnoli, el arquitecto, y tres ingenieros de Construcciones L-B retardó la decisión. Se iban a alojar en la Casa Stronsi mientras se erigía un complejo residencial en el castillo de Bainsey para las brigadas de construcción. Flitz trajo personal doméstico de Puerto Twang, pero tenía más responsabilidades que nunca, en opinión de Chilke.

    Los recién llegados conferenciaban cada día con Barduys y realizaban frecuentes expediciones al campo. Glawen, que había estado presente en algunas conversaciones, mantenía informado a Chilke.

    —Esos hombres son los mejores ingenieros de L-B. Barduys está poniendo en marcha el proyecto de Bainsey; no pierde el tiempo. He visto los bocetos. Muestran un edificio bajo e irregular al lado del risco. Es macizo pero impresionante, y parece integrado en el paisaje. Por más que el agua verdosa empujada por las tormentas lo azoten, no se moverá ni un milímetro. Por la noche, los huéspedes tendrán una buena perspectiva sobre los alúes y verán a los niños acuáticos deslizarse sobre los charcos. Cuando llegue la tormenta, las olas rujan y la espuma cubra los alúes, los huéspedes tal vez se estremecerán un poco antes de ir a cenar junto a la gran chimenea.
    —La lista de reservas será muy larga —comentó Chilke.
    —Sin duda alguna. No obstante, he observado algo extraño. Flitz no está interesada en el proyecto. Cuando Bagnoli o los ingenieros entran en la habitación, se marcha.
    —Tal vez sea debido en parte a mí.

    Glawen enarcó las cejas.

    —¿Por qué?
    —Decidí que estaba demasiado pensativa, y le conté algunas historias de localizadores. Hablé del emperador Schulz, dueño de la Gran Nébula de Andrómeda, de Pittacong Pete, que hablaba un idioma alienígena; mencioné a Farlock, a quien conocí en el borde de la Extensión, en un lugar llamado Orvil. Farlock contaba muchas historias alucinantes, pero siempre era capaz de documentarlas y proporcionar las coordenadas, al contrario que la mayoría. Referí algunas de estas historias a Flitz y dije que sería bonito hacernos vagabundos e ir a comprobarlas.
    —¿Qué pasó luego?
    —Respondió que le parecía excitante, pero debía pensarlo un poco más.
    —¡Extraordinario! —musitó Glawen—. Actúa como si tú y ella apenas os conocierais.
    —También es por mi culpa —dijo Chilke con modestia—. Me he retirado a un discreto segundo plano, para darle tiempo a pensar.
    —Todo está explicado.

    Al día siguiente, Bagnoli y los ingenieros se trasladaron al complejo residencial erigido en Bainsey por Construcciones L-B.

    Dos días después, Flitz se acercó a Chilke, quien estaba sentado en la terraza, leyendo un libro.

    —¿Qué estás escribiendo? —preguntó Flitz.
    —Oh, sólo notas y recuerdos.
    —¿Puedes hacerme un favor?

    Chilke cerró el cuaderno y se puso en pie.

    —Estoy a tu servicio. ¿Qué necesitas?
    —Lewin quiere que traiga algunas muestras de Bainsey. Le gustaría que me acompañaras.
    —Buena idea. ¿Cuándo nos vamos?
    —Ahora.
    —Dame cinco minutos.

    Los dos volaron al norte en el ultrarrápido del rancho. Flitz vestía pantalones canela, botas altas y una túnica azul oscuro. Parecía algo demacrada, como si estuviera cansada, y no dijo gran cosa. Chilke procuró no perturbar sus pensamientos. Al cabo de un rato, ella se volvió para examinarle.

    —¿Por qué eres tan taciturno? ¿Siempre te comportas así?

    Sus palabras pillaron desprevenido a Chilke.

    —Pensaba que preferías el silencio.
    —Pero no absoluto.
    —De hecho, me gustaría hablar de una cosa.
    —Ah ¿sí? ¿De qué?
    —De ti.

    Flitz sonrió.

    —No me interesa en absoluto.

    Chilke movió las manos sobre el paisaje.

    —Mira eso. Kilómetros y kilómetros; ríos, praderas y montañas. Y todo pertenece a Felitzia Stronsi. ¿No te sientes interesante, e importante?
    —Pues sí. Nunca lo había pensado, pero es verdad. —Flitz señaló—. ¿Ves aquel arbusto de mástico amarillo de allí? Si quiero, puedo bajar en el aeroplano, destruir el arbusto, y nadie osaría preguntar mis motivos.
    —Ese poder es embriagador, pero antes de que Felitzia destruya su arbusto de mástico, debería hacer algo con sus niños acuáticos. Molieron al pobre Eustace Chilke y se lo pasaron en grande.
    —Por lo visto, querían dar una buena lección a Chilke.
    —Tal vez, pero no siempre les será tan fácil. Cuando tu nuevo hotel funcione y algunas dulces ancianitas vayan a los alúes para disfrutar de la vista, también recibirán lo suyo.
    —En primer lugar, no es Felitzia, sino Lewyn Barduys, quien construye el hotel. Puede construir sus hoteles donde le dé la gana, mientras Felitzia se mantenga al margen.
    —No hay nada más que decir. Cuando las ancianitas vayan a enseñarte sus morados, envíalas a Lewyn Barduys.

    El aparato voló hacia el norte. Flitz indicó unas nubes que habían aparecido al este.

    —Se prepara otra tormenta. El equipo de construcción aprenderá algo nuevo sobre el lugar.

    Al este, el océano verdegrisáceo convergía en la trayectoria de vuelo, y más adelante, se veía la negra extensión de los alúes.

    El aparato aterrizó cerca de una docena de edificios improvisados en los que se habían construido dormitorios, un comedor, un almacén y diversos cobertizos. Chilke y Flitz descendieron, Chilke sacó dos cajas que debían entregar a Bagnoli. Chilke se llevó los dedos a la boca y silbó. Alertado, un obrero salió con un carrito y se llevó las cajas. Bagnoli apareció en la puerta del comedor, agitó la mano en señal de agradecimiento y la misión concluyó.

    Chilke volvió al ultrarrápido. Flitz se había alejado unos metros y contemplaba el emplazamiento del antiguo castillo, donde las excavadoras trabajaban. Estaba pálida, y el viento frío desordenaba su pelo. Las nubes corrían sobre sus cabezas y empezaron a caer gotas. Flitz habló, con una voz que parecía venir de muy lejos.

    —Tengo la impresión de que aquella niña sucia todavía sigue aquí. La oigo llorar, o quizá sea su fantasma.

    Flitz dio media vuelta. Chilke se encontró de repente abrazándola, mientras pronunciaba palabras de consuelo y acariciaba su cabello.

    —¡Pobre Flitz! Ahora es diferente. Yo te cuido. El agujero es un simple agujero, y un fantasma es irracional. ¿Por qué? Sencillo. Si no hay cadáver, no hay fantasma. Felitzia se salvó. Ahora, es la maravillosa e inteligente Flitz, decididamente viva, me alegra decirlo. De hecho, parece muy cálida y acogedora.

    Flitz rió, sin soltarse.

    —Eustace, creas hábito. No preguntes qué quiero decir, porque estoy tan perpleja como tú.

    Chilke inclinó la cabeza y la besó; algo sorprendido, comprobó que ella reaccionaba sin remilgos. Repitió el gratificante proceso.

    —Al menos, calma los nervios —dijo.

    La lluvia caía en ángulo oblicuo. Chilke y Flitz enderezaron el aparato y volaron hacia el sur.


    5


    Siguiendo las instrucciones de Flitz, Chilke posó el ultrarrápido sobre la cumbre de una colina pelada, con un bosque alto que se extendía hacia el sur.

    —Quiero hablar contigo —dijo Flitz—. Es un momento tan bueno como cualquier otro. No, Eustace, no me distraigas, por favor.
    —Sigue hablando.
    —Lewyn Barduys ha sido muy bueno conmigo, de formas que ni siquiera puedes imaginar. Me ha dado todo, incluyendo un silencioso afecto que no ha exigido nada a cambio. Pensaba que siempre sería igual, y no deseaba otra cosa.

    »Después, algo cambió. No se cómo o por qué, pero empecé a sentirme inquieta. Descubrí que la construcción me aburría. En cuanto a los albergues rurales, que fascinaban a Lewyn Barduys, me eran indiferentes. Si Lewyn notó los cambios, no hizo nada por entrometerse.
    »Luego, apareció Eustace Chilke, con su amigo Glawen Clattuc. Al principio, apenas me fijé en ellos. Un día, Eustace hizo una atrevida propuesta. Sugirió que él y yo nos convirtiéramos en vagabundos y saliéramos a explorar lugares románticos, donde nadie se había aventurado antes. Fue una propuesta sorprendente, que al principio fui incapaz de relacionar con la realidad.
    »Por supuesto, no le tomé en serio, al igual que él. Eustace era como un pájaro cantor en una jaula, que gorjeaba las dulces canciones del País de Nunca Jamás para no perder la práctica. Si hubiera accedido a sus insensateces, le habría dado un ataque al corazón.
    »El tiempo pasó, pero la idea no. Empecé a preguntarme, si quisiera convertirme en vagabunda, ¿por qué no hacerlo? Podría ser divertido, sobre todo si viajara con toda comodidad, quizá con un compañero de vagabundeos. Era justo avisar a Eustace Chilke de que había una plaza libre de compañero de vagabundeos.

    —Y ahora…, ¿estoy avisado?
    —Estás avisado y puedes solicitarla en cualquier momento.
    —En ese caso, solicito la plaza.
    —Muy bien, Eustace. Te apuntaré en la lista.


    6


    Glawen y Chilke estaban apoyados sobre la balaustrada que rodeaba la terraza y contemplaban la caída de la noche sobre el paisaje. Hacía media hora que un banco de nubes había ocultado el sol. Los colores del crepúsculo se estaban desvaneciendo con celeridad, en una melancólica paleta que abarcaba todos los pardos, desde el ámbar a diversos tonos ocres y algunas tristes pinceladas de rosa desteñido, pasando por el caoba.

    Glawen y Chilke comentaron los acontecimientos del día.

    —Barduys ya ha pasado a la silla de ruedas —dijo Glawen—. Rebosa de energía. Mañana, caminará, y antes de que la semana haya terminado, querrá marcharse a Cadwal, para ocuparse de lo que llama «negocios inconclusos».
    —¿No ha definido sus «negocios»?
    —Con escasas palabras. Ha mencionado a dama Clytie y a Smonny, y puede que tenga también en mente a Namour y el Flecanpraun.
    —Estos «negocios» parecen interesantes.
    —Más que interesantes. Cuando preguntó si le acompañaríamos, disfrazados y de incógnito, acepté con placer. Espero que te haya representado a la perfección.
    —Desde luego. ¿Cuál es el programa?
    —Barduys quiere viajar a bordo del Fortunatus desde aquí a Pasch, en Kars, donde posee una terminal que alberga a sus diversos transportes espaciales. Dejaremos el Fortunatus, cambiaremos a una nave más larga y continuaremos hasta Cadwal. Primero, colaboraremos con Barduys en sus «negocios». Después, nos presentaremos ante Bodwyn Wook y aceptaremos sus felicitaciones, si está de buen humor.

    Chilke dejó de contemplar el lento discurrir del río, donde las ascuas del crepúsculo se reflejaban.

    —Supongo que Kathcar habrá descrito el Fortunatus a Bodwyn Wook con todo lujo de detalles —dijo después, como si murmurara en voz alta.

    Glawen asintió, sombrío.

    —Tarde o temprano, tendremos que entregarlo.
    —Tarde o temprano —admitió Chilke.

    Cierto matiz en el tono de Chilke llamó la atención de Glawen.

    —¿Qué quieres decir?
    —Nada importante.
    —¿Y lo no importante?
    —Las ideas son casi igual de volátiles. —Chilke se removió y estiró, con las manos sobre la balaustrada—. Una o dos posibilidades han cruzado por mi mente.
    —¿Cómo cuáles?

    Chilke lanzó una carcajada y realizó un ademán entre tímido y desenvuelto.

    —Las ideas no son más que destellos. Como estamos en Rosalia, diré que son escurridizas como niños eólicos.
    —Ummm. ¿Cómo te apoderas de ellas? No contestes; empieza otra vez. ¿Cuáles son esas «remotas» posibilidades?
    —Hace algunos días hablé con Flitz. Comenté mi admiración por sus numerosas cualidades superlativas. ¿Recuerdas esta conversación?
    —Sí, hasta cierto punto.
    —Te hablé de un cambio en Flitz y en su actitud hacia mí.

    Glawen asintió.

    —Yo también me di cuenta. Creo que propende al ostracismo.

    La respuesta de Chilke fue una sonrisa indulgente.

    —Hemos decidido aparcar la situación hasta que Lewyn Barduys termine sus negocios en Cadwal, y después de que tú y yo nos hayamos presentado ante Bodwyn Wook.

    Glawen enarcó las cejas y escudriñó a Chilke.

    —Y después, ¿qué?
    —Después, tendremos que tomar una decisión. Flitz dice que nunca volverá a Rosalia, y que Barduys puede hacer lo que quiera con el rancho Stronsi. También está harta del negocio de la construcción. Dice que una presa es igual a otra, con agua a un lado y aire en la otra.
    —¿Qué va a hacer con su vida? —preguntó Glawen en voz baja.

    Chilke hizo otro gesto desenvuelto.

    —Supongo que he de asumir parte de la responsabilidad. Le hablé del localizador Farlock y se quedó fascinada, de modo que no nos queda otra alternativa que ir a explorar Más Allá. Quiere encontrar el lago Mar y grabar los cantos de sirena; quiere fotografiar el Bestiario sepultado bajo las ruinas de Agave. Dije que el Fortunatus sería muy útil para tales vagabundeos. Preguntó, ¿y Glawen? Contesté que estabas construyendo una casa nueva y no necesitarías el Fortunatus durante un tiempo. Dije que el principal problema era Bodwyn Wook. Ella respondió que no representaba un problema tan grande, y dejamos el tema.

    Glawen miró a Chilke en la penumbra del crepúsculo.

    —¿Cómo lo haces? —preguntó.

    Chilke lanzó una risita.

    —Es muy sencillo. A una mujer le gusta ser apreciada, a veces por lo que es, y a veces por lo que no es pero desea ser.
    —Ojalá escribieras un libro. No quiero olvidar ni un detalle de esta técnica.
    —Eso es ridículo. Wayness te aprecia, de manera que debes hacerlo todo bien.
    —Me haces sentir como si caminara en la cuerda floja. —Glawen estiró los brazos—. De repente, ardo en deseos de volver a casa. Ya falta poco. Barduys empieza a caminar. En cuanto los doctores le den permiso, dejará el proyecto Bainsey a sus ingenieros y nos marcharemos.



    Capítulo 7
    1


    La ciudad de Pasch, en Kars (Perseo TT-652-IV) era empalme y punto de transbordo para docenas de transportes transgalácticos. Pasch también era el centro de cien ramales tributarios que circulaban hasta los rincones más alejados del sector de Perseida. Dos compañías de transportes de Lewyn Barduys tenían su base en Pasch, y proporcionaban una conexión más o menos regular con planetas de Cassiopeia y Pegaso, incluso con Más Allá. Otra línea existía con el propósito principal de abastecer a los proyectos de L-B, pero en ocasiones aprovechaban para transportar cargas cuando había beneficios de por medio. Las tres línea operaban desde la terminal privada de Barduys en Ballyloo Township, al sur de Pasch. El Fortunatus aterrizó en esta terminal, con Barduys, Flitz, Glawen y Chilke a bordo.

    Hubo un retraso de cuatro días, mientras modificaban el Rondine, una nave de transporte de pasajeros, según las instrucciones de Barduys. En el ínterin, reunió una tripulación de catorce hombres fornidos, aunque lacónicos, con competencias especiales. Glawen consideró que formaban un grupo bastante rudo, aunque parecían maduros y sensatos. Observó que ninguno procuraba sobresaltar a los demás o acercarse con sigilo por detrás, y ninguno se entregaba a reminiscencias del pasado.

    El Rondine abandonó Pasch y atravesó el Gran Golfo Solitario, con el Manojo de Mircea a un lado y el Sistema de la Rosa Púrpura delante. El Fortunatus se quedó en el hangar de Ballyloo.

    Por fin, Barduys se mostró dispuesto a explicar su plan.

    —De hecho, no tengo nada concreto que decirles. Apunto a ciertos objetivos personales. Incluyen intenciones vengativas respecto a Namour, que me dejó tirado en los alúes y huyó en mi Flecanpraun. También estoy disgustado con Smonny. Me estafó con estilo arrogante y aplomo notable. Como ven, tengo cuentas que espero saldar, pero en esta ocasión sospecho que su importancia será secundaria.

    »Como saben, tanto el VPL como Smonny quieren que les proporcione transporte, para poder trasladar una horda de yips a tierra firme, pero cada uno desea actuar con independencia. Ése es el contexto de la actual coyuntura. He organizado una reunión con representantes de las dos facciones en territorio neutral. Se supone que estoy dispuesto a emprender negociaciones serias, pero exijo algo más concreto que palabras. Pediré que se llegue a un compromiso sobre las diferencias y se nombre a un moderador responsable. Sugeriré que se redacte un contrato y se pague cierta cantidad.
    »¿Qué ocurrirá después? Es incierto. En circunstancias ideales, todas las diferencias se reconciliarían; todos los sentimientos heridos se curarían en un estallido de alegre afabilidad, y se nombraría un director ejecutivo, tal vez Julian Bohost. Me entregaría al instante un contrato y cien mil soles.
    »Eso, en el mejor de los casos. La realidad puede ser muy diferente. El formato de la reunión será el mismo. Después de mi discurso inicial, tendré poco que decir. Los demás han de llegar a un acuerdo. ¿Qué pasará? ¿Quién sabe? Espero algunos comentarios educados, una o dos discrepancias, y por fin, alguien accederá de mala gana a asumir el ingrato trabajo de director ejecutivo. Surgirán contrasugerencias, algunas invitaciones educadas a que la otra parte entre en razón, en nombre de la solidaridad. Después: protestas, retórica grandilocuente y hasta un intercambio de comentarios inmoderados.
    »Hay que permitir vía libre a la discusión. Ha de airearse cada opinión, explicarse cada ambición acariciada, sean o no interesantes. Ambos bandos se irán cansando poco a poco. Por fin, volverán a sentarse, quizá no derrotados pero sí desilusionados, exhaustos, apáticos.
    »Entretanto, yo no me habré comprometido a nada y, en realidad, no habré pronunciado más de diez palabras. Hablaré por fin. Señalaré que las propuestas escuchadas entran en colisión con la ley establecida. No obstante, por puro altruismo, solucionaré el problema de la mejor manera posible y en corto plazo. En suma, trasladaré a los yips a las Islas Místicas de Rosalia, donde encontrarán un ambiente acogedor. También transportaré a los VPL, por tarifas tiradas, a los destinos que escojan, e incluso les ayudaré a adoptar sus vidas al trabajo productivo.
    »Es un enigma cómo será recibida esa propuesta.

    —¿Y si no se comprometen a nada?

    Barduys se encogió de hombros.

    —Los planes son útiles cuando giran alrededor de un problema conocido. Nos enfrentamos a cien variantes, y hacer planes es una pérdida de tiempo.


    2


    El Rondine pasó a un lado del gigante rojo Sing y su risueño acompañante, el blanco Lorca, y se acercó a Syrene. Cadwal apareció abajo como una esfera. El Rondine se aproximó por la cara opuesta a la Estación Araminta. El continente ecuatorial Ecce apareció debajo, un rectángulo largo repantigado sobre el ecuador. Aberturas entre las nubes revelaban una superficie verdenegruzca, atravesada por amplios ríos, un lugar en que latía una vida salvaje, casi palpable.

    El Rondine cruzó el océano en dirección oeste, casi rozando las olas, para no alertar a la estación de seguimiento situada sobre el atolón Lutwen.

    Una mancha oscura se vislumbró en el horizonte, y pronto se convirtió en la isla Thurben, con el atolón Lutwen todavía trescientos kilómetros al noroeste.

    El Rondine se acercó a la isla y describió un lento círculo. Descubrieron una extensión sin agua, de unos tres kilómetros de diámetro, con un risco bajo de roca roja desmenuzada en su centro. La vegetación se limitaba a maleza amarillo oscuro, zarzales y una serie de palmeras a lo largo de la playa. Una parte del lago estaba protegida por un arrecife, con dos canales abiertos al océano. Frente al canal norte, un muelle roto se internaba en la laguna. Detrás, se veían los restos de una cabaña construida con hojas, un lugar del que Glawen conservaba horrísonos recuerdos.

    El Rondine aterrizó en una zona lisa de arena apretada, a pocos metros de la playa, frente al canal sur.

    —Hemos llegado con un día de antelación —dijo Barduys—. Tendremos tiempo para hacer los preparativos.

    El lugar se había habilitado según las directrices de Barduys. Habían erigido y dispuesto tres pabellones de tela a franjas azules y verde. Uno daba la espalda a la nave; los otros dos estaban uno frente al otro, separados por unos cien metros de tierra. En el centro del espacio así enmarcado se había dispuesto una mesa cuadrada de dos metros de lado, con cuatro sillas, una a cada lado.

    Los preparativos habían terminado. Deberían esperar hasta mediodía del día siguiente. Barduys repasó las instrucciones que ya había dado a Glawen y Chilke.

    —Irán disfrazados, por supuesto. Nadie les reconocerá, pero aun así deben mantenerse apartados, sin moverse de las sombras. La tripulación llevará uniforme, y no debería tener problemas para mantener el orden.

    Pasó la tarde. Un melancólico ocaso se insinuó hacia el oeste y dio paso al crepúsculo. La noche transcurrió y llegó la mañana. La tripulación se puso los uniformes negro y ocre suministrados por Barduys, al igual que Glawen y Chilke, que se habían disfrazado con pigmentos dérmicos, pelucas, patillas, mejillas postizas y barbas. Después de inclinarse sobre la frente las gorras semimilitares no pudieron reconocerse en el espejo.

    Syrene alcanzó su cénit; se acercaba mediodía. Hacia el sur apareció un ultrarrápido que volaba bajo: la delegación de Stroma, sin duda. Llegaba con veinte minutos de adelanto, un detalle poco importante. El aparato voló en círculos sobre la zona y aterrizó en el punto indicado mediante señales por tripulantes del Rondine.

    Seis personas descendieron del aparato: dama Clytie, Julian Bohost, Roby Mavil, una mujer enjuta de mejillas huecas, un hombrecillo regordete de mejillas sonrosadas y Torq Tump. Cuatro tripulantes del Rondine salieron a su encuentro y, después de un furioso coloquio, permitieron que los miembros del grupo pasaran de uno en uno por un pasillo adyacente a su pabellón, donde fueron despojados de sus armas. La única que no llevaba era dama Clytie. El grupo entró en su pabellón, donde Barduys y Flitz les recibieron. Los camareros sirvieron refrescos y Barduys se disculpó por la necesidad de expropiar sus armas.

    —No puedo desarmar a la otra parte sin pedirles a ustedes que padezcan el mismo inconveniente —dijo—. Carece de importancia, a fin de cuentas, porque todos estamos implicados en la búsqueda de consenso.
    —En el que la justicia y la razón prevalecerán, espero —dijo dama Clytie.

    Llevaba para la ocasión una gruesa falda de tweed, una camisa color tostado ceñida al cuello con una pequeña corbata negra, una severa chaqueta de sarga negra y zapatos resistentes de punta cuadrada. No utilizaba sombrero; sus rizos cortos colgaban a ambos lados de su cara morena.

    —La justicia es nuestro objetivo —dijo Barduys—. Hoy, conviene explorar todos los caminos.
    —No hay muchos —resopló dama Clytie—. Hemos de optar por el mejor y más «democrático»; utilizo la palabra en su sentido nuevo y amplio.
    —Un concepto muy interesante —contestó Barduys—. Escucharé con atención mientras lo explican en la mesa de conferencias.

    Julian Bohost se volvió hacia Flitz. Vestía un traje blanco ostra, cinturón azul oscuro y sombrero de hacendado de ala ancha.

    —¡Vaya, Flitz! ¡Es un placer volver a verla!

    Flitz le miró sin expresión.

    —¿Volver a verme? ¿Nos conocíamos?

    La sonrisa de Julian se debilitó un poco.

    —¡Por supuesto! En la Casa del Río, hace un año.

    Flitz asintió.

    —Recuerdo la ocasión. Había varias personas de Stroma. Usted debía ser una de ellas.
    —En efecto, pero da igual. ¡Entonces era entonces y ahora es ahora! La rueda de la Fortuna ha descrito un giro completo, y nos encontramos de nuevo.
    —Una explicación tan buena como cualquier otra.

    Julian se había vuelto para inspeccionar los alrededores.

    —¡Qué lugar tan deprimente para reunirnos! De todos modos, es peculiarmente bello, a su manera melancólica. La laguna es de un azul admirable.
    —No intente nadar. Los espetones le atacarían desde todas direcciones. En cinco minutos, se habría convertido en un esqueleto con traje blanco y el sombrero todavía en su cabeza.

    Julian se encogió.

    —¡Qué idea tan macabra! Flitz, pese a su apariencia inocente, su naturaleza posee cierto toque oscuro.

    Flitz respondió con un encogimiento de hombros indiferente.

    —Tal vez.

    Julian continuó, inasequible al desaliento.

    —Me sorprende encontrarla aquí. Será sin duda un encuentro aburrido, todo peroratas y cláusulas, nada capaz de interesar a cabezas bonitas como la suya, pero supongo que va adonde el deber la llama. —Julian lanzó una mirada significativa en dirección a Barduys, cuya relación con Flitz nunca había conseguido desentrañar. ¿Socios comerciales? Bien, quizá. Se volvió hacia Flitz—. ¿Cuál es su opinión sobre esta conferencia?
    —Soy un simple objeto decorativo. Se supone que no debo pensar.
    —¡Por favor! —la reprochó Julian—. Debe de ser mucho más inteligente de lo que nadie sospecha. ¿Estoy en lo cierto?
    —Por supuesto.
    —¡Ya me lo imaginaba! Después de pronunciar mi discurso, miraré a ver si me aplaude.
    —Como quiera, pero en este momento será mejor que mire a dama Clytie. Parece que está haciendo señas en su dirección.

    Julian miró hacia el otro lado de la planicie.

    —Nada urgente. Sólo quiere hablar del tiempo, o quejarse de mi cinturón, que considera demasiado frívolo para la ocasión.
    —Es muy osado al hacerse de rogar.

    Julian suspiró.

    —Todo es de lo más aburrido e innecesario. Todo el mundo sabe lo que se debe hacer. Hemos elaborado nuestro proyecto hasta el mínimo detalle. De todos modos, si esto es preciso para que la bola empiece a rodar, no protestaré más.
    —Su tía sigue haciendo señas, señor Bohost.
    —Ya lo veo. Un ser extraordinario, ¿no cree?

    Flitz asintió.

    —Podría bañarse en la laguna sin temor a los espetones.
    —Aun así, pasaré la advertencia, aunque dudo que desee bañarse. —Julian se volvió para marchar—. ¿Nos veremos después de la conferencia?
    —Me parece harto improbable.

    Julian lanzó una carcajada pesarosa.

    —El tiempo no ha obrado cambios: sus modales son tan marmóreos como siempre.

    Se quitó el sombrero, hizo una reverencia y fue a reunirse con dama Clytie. La mujer estaba inspeccionando la mesa y las cuatro sillas, y señalaba de un lado a otro con aparente disgusto. Julian asintió y paseó la vista por los alrededores, pero Barduys se había retirado a su pabellón. Dio la impresión de que Julian iba a seguirle, pero se detuvo, cuando desde el mar abierto apareció por el canal un barco de pesca, algo más grande que los normales. Se detuvo a diez metros de la costa; un esquife cayó al agua. Una enorme mujer de busto y estómago considerables, inmensas caderas y muslos, con tobillos y pies desproporcionadamente pequeños, subió al esquife. Era Smonny, nacida Simonetta Clattuc, ahora madame Zigonie del rancho Valle de las Sombras. Llevaba un mono ceñido a la cintura, botas negras de elegantes puntas afiladas y tacones de plataforma. Su cabello color melcocha adoptaba la forma de una impresionante pirámide, controlada por una redecilla negra. Cuatro umps la siguieron al esquife. Eran hombres apuestos, de piel y cabello dorados, vestidos con pulcros uniformes de color blanco, amarillo y azul.

    El esquife varó en los bajíos a tres metros de tierra firme. Indiferentes a los espetones, dos umps saltaron al agua y remolcaron el esquife hasta la playa. Smonny bajó a tierra, seguida por el resto de su séquito. Se detuvo un momento a examinar la zona, y luego fue recibida por cuatro tripulantes de Barduys. La informaron de lo que iban a hacer y la mujer se irguió en toda su estatura, con aire ofendido. Por fin, Barduys se sumó al grupo.

    —¡Estas exigencias son humillantes! —gritó Smonny—. ¡No veo la necesidad de semejantes iniciativas!
    —Ha de hacerse —dijo Barduys—. Es una simple formalidad. El grupo de Stroma también ha protestado, pero ya les he explicado que todo el mundo ha de sentirse a gusto. La conferencia no se iniciará hasta que todos se hayan sometido a las normas.

    Smonny frunció el ceño y aceptó el cacheo, que dio como resultado una pistola oculta en su cinturón y un cuchillo alojado en la bota. A los umps se les incautaron sus armas portátiles y fueron conducidos a un pabellón designado para su uso.

    Entretanto, Smonny se había acercado a la mesa central, donde ya se encontraban dama Clytie y Julian. Las dos mujeres reconocieron su mutua presencia mediante breves cabeceos, pero continuaron en silencio mientras se adaptaban a la atmósfera de la isla. Sus diferencias era fundamentales. Smonny pretendía trasladar todos los yips del atolón Lutwen a la playa de Marmion, usando todos los transportes disponibles, preferiblemente los suministrados por Barduys. A continuación, los yips avanzarían por la costa e invadirían la Estación Araminta. Smonny tomaría el poder y aplicaría una espantosa justicia sobre la gente que había herido sus sentimientos con tanta crueldad. Después, los yips podrían hacer lo que les viniera en gana…, bajo su supervisión, por supuesto.

    En los orígenes, dama Clytie y otros VPL habían apoyado el principio básico, trasladar a los yips a Deucas, para establecer una verdadera democracia que igualaría el voto del pescador yip más humilde al del arrogante Bodwyn Wook. Aquélla había sido la tesis básica del partido VPL en sus primeros e inocentes tiempos, cuando intelectuales progresistas y estudiantes entusiasmados se encontraban para beber té y discutir de moralidad política en los salones de Stroma. El paso de los años había producido muchos cambios. La inocencia había desaparecido. El ideal de una democracia pura había sido sustituido por planes para un sistema paternalista, más útil y manejable, que sería administrado mediante una red de fincas campestres. Cuando se les preguntaba en qué se diferenciaba el sistema del feudalismo medieval, los VPL decían que la comparación era una sofistería de la peor especie. Los siervos eran los siervos, y los yips eran espíritus libres que serían adiestrados en las artes de los bailes populares y el canto coral, que amenizarían muchos festines alegres, mientras los demás aprenderían a tocar la guitarra.

    En cuanto al caótico y sangriento plan de Smonny, debía ser rechazado sin la menor vacilación, por diversos motivos. En primer lugar, el plan no ofrecía beneficios claros a los VPL, y los yips podían adquirir malos vicios. La rabia de Smonny debía ser suavizada y canalizada de una forma útil.

    Dama Clytie fue al grano. Con Julian Bohost al lado, que exhibía una sonrisa radiante, se volvió hacia Smonny.

    —Me alegro de volver a verla. Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad?
    —Sí. Me estoy impacientando. Esperar es muy pesado.
    —Es cierto, pero nuestra hora se acerca, y hay que trazar con sumo cuidado nuestros planes.

    Smonny dedicó a dama Clytie una mirada de indiferencia y apartó la vista.

    Dama Clytie experimentó una punzada de irritación. Siguió hablando, procuró imprimir a su voz un timbre íntimo y tranquilizador, y hasta dio una pista a Smonny de por dónde iban los tiros y quién mandaba.

    —He trabajado con ahínco, y he preparado un calendario que guiará nuestras operaciones. Sólo el primer paso es delicado. Cuando la nave de suministros ascienda hasta la estación de seguimiento situada sobre Lutwen, nuestros hombres irán a bordo y dominarán a la tripulación. A partir de ese momento, la operación proseguirá sin problemas.

    Smonny escuchaba en un silencio despreciativo. Hasta el momento, el plan era como ella lo había trazado. Cabeceó con brusquedad y apartó la vista. Dama Clytie la miró un momento, se encogió de hombros y calló.

    El grupo aguardó en silencio, roto sólo por los murmullos de los VPL.

    Barduys se adelantó y señaló a los ocupantes de los dos pabellones, que ocuparon la zona y formaron dos grupos silenciosos.

    —Ésta es una ocasión importante —dijo Barduys—. Ardía en deseos de que llegara el momento. Permítanme que aclare mi postura. No soy una de las partes implicadas en la discusión, sino un hombre de negocios. Mis opiniones, si las tuviera, serían irrelevantes. Pueden considerarme a mí y a mi personal como simples observadores. No obstante, mantendremos el orden. Los dos grupos se quedarán en sus pabellones respectivos y se abstendrán de reprimendas no solicitadas, consejos o cualquier entremetimiento. Todo el mundo comprenderá el motivo de esta prohibición.

    »De paso, me gustaría llamar su atención sobre mi tripulación. Puede que algunos de ustedes hayan reconocido sus uniformes. Son los Escudetes, el pelotón de héroes que sirvió a las órdenes del legendario rey Sha Kha Shan. Mis Escudetes no son propensos a dar tirones de barba u orejas como sus tocayos. Sin embargo, es mejor aceptar su guía.
    »Bien, si regresan a sus pabellones, iniciaremos las conversaciones.

    Julian, que había estado hablando con dama Clytie durante el discurso de Barduys, se volvió e inspeccionó la mesa. Se dirigió hacia una silla, pero Flitz salió del pabellón del Rondine y se sentó de espaldas al lago. Llevaba varios libros, carpetas y otras obras de referencia, que dejó sobre la mesa. Julian se detuvo, perplejo. Dama Clytie y Smonny se sentaron frente a frente; Barduys ocupó su lugar, a la cabecera de la mesa.

    —¿Dónde debo sentarme? —preguntó Julian con aire petulante—. Tiene que haber un error. No han puesto silla para mí.
    —Los asientos han sido limitados a propósito —contestó Barduys—. Deberá sentarse en el pabellón, con los demás de su grupo.

    Julian vaciló, y después dio media vuelta, mascullando por lo bajo. Cruzó la zona como una exhalación, entró y se dejó caer al lado de Roby Mavil, al que dirigió una serie de observaciones quejumbrosas.

    —Señoras —dijo Barduys—, fíjense en estos botones. Si quieren que su grupo oiga las conversaciones, aprieten el botón rojo. Para solicitar su consejo, aprieten el botón amarillo. —Miró a dama Clytie, que apretaba los labios con fuerza, y después a la irritada Smonny—. Las reuniones de este tipo suelen fracasar porque pierden su norte. Confío en que lograremos evitar esa circunstancia. Puede que ya exista un plan; sería absurdo venir sin ninguna preparación, aunque queden pequeñas diferencias por reconciliar. Como no soy uno de los protagonistas, no puedo hacer sugerencias, ni tampoco lo deseo.

    Los modales de Barduys estaban irritando cada vez más a dama Clytie, que le consideraba poco respetuoso, incluso autoritario.

    —Se esfuerza en vano —replicó—. Nadie le va a pedir consejo o intercesión. Lo que necesitamos son transportes, ni más ni menos.
    —En ese caso, opinamos lo mismo. —Barduys se sentó—. Vamos al asunto. —Miró a Smonny, y después a dama Clytie—. ¿Cuál de ustedes es la portavoz?

    Dama Clytie carraspeó.

    —Creo que estoy en condiciones de explicar nuestro proyecto. La operación ha de llevarse a cabo con lo que yo llamo «precisión absoluta». Nuestros objetivos son altruistas y filosóficamente correctos. Deseamos traer la democracia a Cadwal, y utilizo la palabra «democracia» en su nuevo y amplio sentido.

    »Como buenos VPL, no somos violentos y confiamos en evitar el derramamiento de sangre. La clase dirigente de la Estación Araminta quedará indefensa ante tanto poder y deberá aceptar los hechos, con la mayor elegancia posible, y no cabe duda de que habrá trabajo para todos en el nuevo orden.
    »Ahora, a lo práctico. Sólo transportaremos treinta mil yips a Deucas; es el número apropiado y deseable. En conjunto, el plan es complejo…

    Smonny la interrumpió con voz cortante.

    —No hay plan complejo ni necesidad de bailar en círculos, so pena de confundir las cosas. El único y básico plan es transportar a todos los yips a la playa de Marmion, en Deucas. Hay unas cien mil personas; todas han de ser desembarcadas a la mayor velocidad posible, con el fin de coger por sorpresa a las autoridades de la Estación. Con esta idea en mente, usted calculará cuántos transportes se necesitarán, y cuál será el coste.
    —Por supuesto —dijo Barduys—. Estoy en condiciones de proporcionar el material necesario en menos de media hora, pero hay que atenerse a ciertas condiciones. En primer lugar, necesito un compromiso firme. ¿Con quién estoy tratando?
    —Creo que puedo explicar esta pequeña confusión —contestó con frialdad dama Clytie—. Mi colega, como siempre, ha realizado un análisis preciso, excepto en uno o dos detalles. Aún se adhiere a los dogmas del idealismo juvenil, en los cuales la democracia se equipara al nihilismo. Todos nosotros, por supuesto, somos conscientes del atractivo de estos sueños románticos, pero cuando estallaron alrededor de nuestras cabezas, nos vimos obligados a medirnos con el mundo en sus propios términos. Ahora, procuramos ser prácticos.
    —Muy bien —dijo Barduys—, pero sólo puedo trabajar con una organización coherente que hable con una sola voz.
    —Es cierto —contestó dama Clytie—. Hemos de unirnos todos tras el sistema que reporte los máximos beneficios a la mayoría. El sistema existe. Es un programa que nosotros llamamos «democracia orgánica». Simonetta, desde luego, ha de jugar un papel importante, y su talento se aprovechará a fondo, quizá como…

    Smonny lanzó una áspera carcajada. Dama Clytie enarcó las cejas, irritada.

    —Si hace el favor…

    Smonny cortó en seco su verborrea.

    —¡Por favor, querida señora! ¡Malinterpreta todas las señales! Los acontecimientos no han superado a nadie. ¿Por qué? Porque nada ha cambiado. La Estación Araminta sigue siendo una ciudadela de avaricia y crueldad; todo el mundo trepa por la escalerilla dorada, y sólo se detiene para patear la cara de los que vienen detrás, mientras los buenos y valiosos son desechados. ¡Éstas son las realidades a que nos enfrentamos!

    Dama Clytie habló con mesura, como si hubiera decidido ser paciente, pese a las incitaciones a lo contrario.

    —Eso es un poco exagerado. Los Cartistas son obstinados y ampulosos, pero al final comprenderán que nuestro método es mejor. En cuanto a la Reserva, algo modificada…
    —¿La Reserva? ¡Menuda broma! ¡Es la reserva de los privilegios y el egoísmo más inenarrables! Si espera que esos nobles la reciban con los brazos abiertos, es que vive en una nube. Sólo encontrará su horrorizada resistencia. Son duros como estatuas de hierro, y deben ser humillados y castigados.

    Dama Clytie frunció el ceño y levantó la mano.

    —Exijo que dejemos de lado nuestros agravios personales en aspectos de política oficial.

    Los ojos pardos de Smonny centellearon.

    —Los agravios van mucho más allá de mis pequeñas tragedias personales. Los yips han sido explotados durante siglos; ahora, se vengarán de esa hedionda pandilla de privilegiados. Borrarán de la faz de la tierra a los viles Offaw y Wook, a los Laverty y Diffin, a los Veder y los Clattuc. Expulsarán a sus antiguos amos de Cabo Journal, más allá de las rocas, hasta enterrarlos en el mar. ¿Por qué hemos de impedirlo? Así ha de ser.

    Dama Clytie cerró los ojos y volvió a abrirlos.

    —Una vez más, solicito opiniones juiciosas. Un exceso de fervor no ayuda, y sólo consigue dificultar el plan oficial de «Democracia Orgánica». Hemos calculado que, para los nuevos condados, bastará con una población de treinta mil campesinos felices, puesto que deseamos mantener el encanto rústico de este maravilloso entorno. Los restantes yips serán trasladados a sus nuevos hogares extraplanetarios. Los treinta mil serán sometidos a una rigurosa disciplina y no se les permitirá saquear y robar, que sólo conduce a la destrucción de la propiedad.
    —El plan es erróneo, inútil e inaceptable, en todas sus formas y fases. Ya está muerto. No hace falta que volvamos a hablar de él.

    Dama Clytie forzó una sonrisa.

    —¡Mi querida señora! Se dedica a lanzar proclamas y manifiestos como si fuéramos sus subordinados.
    —Bien ¿y qué?
    —No es apropiado para la ocasión, pero dejémoslo correr. Hay circunstancias cruciales que nos impulsan a una política de moderación.
    —No sé nada de circunstancias cruciales. Dudo que existan.

    Dama Clytie hizo caso omiso del comentario y habló con mesura.

    —En fecha reciente, se ha producido una numerosa emigración de Naturalistas de la vieja guardia desde Stroma a la Estación Araminta. Esta gente son de nuestra propia familia. Mi hermana y sus dos hijos viven ahora cerca de la Casa del Río, Todos los VPL están en la misma tesitura. No podemos apoyar las acciones desenfrenadas que usted sugiere. Lindan con el salvajismo.

    Desde las sombras, Glawen y Chilke observaban la discusión y trataban de adivinar el desenlace.

    —Las dos son muy tercas —dijo Chilke—. Dama Clytie es la más versátil, probablemente. ¡Escúchala ahora! Está fustigando a Smonny por todos lados con la esencia de la razón pura. A Smonny le resbala como el agua al chocar contra las rocas.

    Los dos siguieron contemplando la escena: dama Clytie, con la cabeza gacha y la mandíbula tensa; Smonny, medio vuelta, la mirada con insultante desinterés.

    La situación se estaba alterando de una forma sutil. Los estrechos ojos grises de dama Clytie empezaron a abrirse y sobresalir; el robusto cuello de Smonny se tiñó de rosa. Las voces adquirieron un timbre estridente. Dama Clytie perdió el control. Se levantó de la silla y aferró la mesa con ambas manos.

    —¡Ya lo he explicado, y así será! —Se inclinó hacia adelante y golpeó la mesa—. ¡La «Democracia Orgánica» es la solución!
    —¡No me grite en la cara, vaca vieja! —rugió Smonny—. ¡No me fastidie más!

    Dama Clytie emitió un graznido.

    —¡Monstruo impresentable!

    Se precipitó hacia adelante y abofeteó a Smonny, que cayó de la silla.

    —Escúcheme, y escúcheme bien —chilló dama Clytie.

    Antes de que pudiera continuar, Smonny se puso en pie y atacó.

    Las dos iniciaron una terrible pelea sobre las arenas de la isla Thurben. Escupieron, bramaron, patearon, se tiraron del pelo, gimieron y gruñeron, henchidas de odio. Dama Clytie agarró la orgullosa masa de cabello de Smonny y tiró a su enemiga sobre la mesa, que se rompió bajo su peso. Dama Clytie resopló como un caballo enfurecido y cargó contra Smonny, pero ésta se escabulló. Arrancó una pata de la mesa rota, se levantó, asestó un golpe en la cara de dama Clytie, y otros más sobre su cabeza y hombros. Dama Clytie se tambaleó hacia atrás, hasta caer de espaldas. Smonny avanzó jadeante y se sentó sobre la cara de dama Clytie, sujetó los brazos de la mujer con sus piernas y empezó a golpearla en el abdomen con la pata de la mesa.

    Julian, pálido y estremecido, salió dando tumbos del pabellón.

    —¡Basta! ¡Detengan esa locura! Señor Barduys…

    Los escudetes le sujetaron y empujaron de vuelta al pabellón.

    —No está autorizado a intervenir en la discusión. ¡Ya oyó las órdenes!

    Dama Clytie, con el torso y los brazos aprisionados, agitaba las piernas en el aire. Consiguió soltarse de Smonny con un frenético empujón. Se puso en pie, congestionada y jadeante. Plantó cara a Smonny.

    —Antes, sólo estaba molesta. Ahora, estoy furiosa. Le advierto que tenga cuidado. —Saltó hacia adelante, se apoderó de la pata de la mesa y la tiró a un lado—. ¡Ser deleznable, foca repugnante! Ahora verá lo que es bueno.

    Dama Clytie no era tan alta y corpulenta como Smonny, pero sí musculosa, con piernas como puntales de hierro. La furia insensata de Smonny la impulsó a luchar hasta el límite de sus fuerzas, pero al fin se derrumbó sobre la arena. Dama Clytie maldijo y la pateó, hasta que fue vencida por la fatiga, retrocedió y se dejó caer en una silla. Smonny la miró con ojos vidriosos.

    —Bien —dijo Barduys—. Ahora que hemos aclarado algunos malentendidos, podemos centrarnos en el orden del día. ¿Continuamos la reunión?
    —¿Reunión? —gimió Julian—. ¿De qué reunión habla?
    —De… —empezó Barduys, pero nadie le escuchó.

    Julian y Roby Mavil acompañaron a dama Clytie hacia el aeroplano. Smonny se levantó a duras penas, cojeó por la playa hasta el esquife y fue conducida en silencio al barco.

    La tripulación del Rondine desmontó los pabellones, quemó los restos de la mesa y limpió el lugar de la reunión. Enterraron las cenizas en la arena húmeda y no quedó ni rastro de la gente que había pasado por allí.


    3


    El Rondine se elevó. Ante el asombro general, Barduys puso rumbo al norte, donde no había nada, salvo el océano desierto y el casquete polar.

    —¿Por qué vamos en esta dirección? —preguntó al fin Glawen.
    —¿Cómo? ¿No es evidente?
    —No para mí. Comandante Chilke, ¿es evidente?
    —Si el señor Barduys dice que es evidente, tendrá que serlo, pero no me pidas explicaciones. Flitz lo sabe, por supuesto.
    —No —dijo Flitz—. La isla Thurben me ha dejado atontada.
    —Un episodio lamentable —admitió Barduys—. Las emociones emergieron al desnudo. Si recuerdan, me negué a especular sobre lo que podía suceder, y con mucha razón. Un intento de predecir lo impredecible es un insulto epistemológico, aun en lo abstracto.
    —¿Por eso volamos al norte? —preguntó Glawen.

    Barduys asintió.

    —En un sentido general, sí. La isla Thurben cumplió su cometido, pero la reunión terminó antes de que pudiéramos pasar a mi propio orden del día. Smonny no habló del submarino ni de su deuda, y Namour no hizo acto de aparición. Por lo tanto, volamos hacia el norte.
    —Todo lo que ha dicho está claro en sí mismo —dijo Glawen—, pero falta un eslabón en la cadena lógica.

    Barduys lanzó una risita.

    —No hay ningún misterio. Smonny necesitaba un submarino. ¿Por qué? Para poder salir de Yipton y del planeta sin alertar a la estación de seguimiento. El submarino puede trasladarla a un punto en que transbordará al yate espacial Clayhacker sin que nadie la detecte. ¿Dónde está ese lugar? Sólo muy al norte existen la privacidad y aislamiento necesarios. El submarino necesita mar abierto; el Clayhacker ha de descansar sobre algo más sólido. Estas condiciones se dan en la zona donde el hielo se encuentra con el agua.

    La búsqueda empezó en un punto situado al norte del atolón Lutwen, al borde del casquete polar. A medianoche, un detector infrarrojo captó un destello de radiación. El Rondine se alejó, esperó hasta el amanecer y se aproximó a la zona desde el norte. Glawen y Chilke, con dos tripulantes, descendieron en un ultrarrápido y exploraron la zona. Descubrieron una caverna artificial bajo el hielo, que se comunicaba con el mar mediante una lengua de agua. El muelle estaba vacío; ni el submarino ni ninguna otra embarcación se veían amarradas. Al lado, sobre un par de pistas de aterrizaje, descansaban el Clayhacker de Titus Zigonie y el Flecanpraun de Lewyn Barduys.

    Otros diez hombres bajaron al hielo, y el grupo entró con sigilo en el depósito.

    Sorprendieron desayunando a los ocho yips que custodiaban el depósito. Se rindieron con pesarosa resignación. Ninguno consiguió llegar a la centralita de comunicaciones, de modo que ningún mensaje salió en dirección al mundo exterior.

    Las tres naves volaron hacia el sur, después de destruir el depósito. El sobrepeso de hielo y nieve había caído en la cavidad, y de la base sólo quedaba una grieta, en mitad del paisaje blanco.

    Barduys pilotó su Flecanpraun, acompañado por Flitz; Chilke y tres tripulantes se hicieron cargo del Clayhacker, mientras Glawen se quedaba a bordo del Rondine, con los yips y el resto de la tripulación.

    Glawen observó que todos los yips llevaban los galones de la casta ump. Habló al comandante.

    —¿Puedo preguntarle su nombre?
    —Por supuesto. Me llamo Falo Lamont Coudray.
    —¿Desde cuándo es ump?
    —Veinte años. Somos un cuerpo de élite, como ya sabe.
    —En ese caso, debe de estar limitado a pocas personas. ¿Cuántas? ¿Cien? ¿Doscientas?
    —Cien soldados, veinte capitanes y seis comandantes, como yo.
    —Hay un ump llamado Catterline. ¿Es comandante?
    —Sólo capitán. No ascenderá más, debido a su escasa aptitud.

    El yip utilizó un término imposible de traducir, que abarcaba valor, elegancia y muchas cosas más, y que se reflejaba en la máscara de sonriente tolerancia con que el yip disimulaba sus sentimientos.

    —¿Y Selious? —preguntó Glawen—. ¿También es capitán?
    —En efecto. ¿Por qué se interesa por ellos?
    —Cuando yo era pequeño, estaban destinados en la Estación Araminta.
    —Eso fue hace mucho tiempo.
    —Pues sí.

    El yip vaciló un momento.

    —¿Adónde nos conducen?
    —A la Estación Araminta.
    —¿Van a matarnos?

    Glawen lanzó una carcajada.

    —Sólo si podemos demostrar que han cometido un delito capital.

    El yip meditó.

    —Dudo que puedan demostrar algo semejante.
    —Entonces, dudo que les maten.


    4


    Después de abandonar la isla Thurben, el barco de Smonny se dirigió hacia el oeste a toda velocidad. Llegó a Yipton al anochecer.

    Smonny no esperó ni un momento. Conocía a su enemigo más inmediato; lo conocía desde hacía meses. Había contemporizado, con la esperanza de que el problema se resolviera por sí solo, pero no iba a ser el caso, y ya no podía esperar más. Se encaminó de inmediato a su escritorio y se sentó con un quejido. Cada punzada constituía casi un placer, puesto que presagiaba lo que iba a ocurrir.

    Smonny tocó un botón y habló con cautela por un micrófono. En respuesta a la solicitud de verificación, repitió sus órdenes.

    Era todo cuanto necesitaba hacerse. Smonny se quitó sus ropas con un gran esfuerzo, se bañó, calmó sus morados con analgésicos, y luego se sentó para cenar tarta de ostras y huevas de anguila al vapor con salsa dulce.

    Entretanto, un enorme barco de pesca había zarpado del puerto, nada que pudiera llamar la atención de los instrumentos o los tripulantes que se encontraban a bordo de la estación de seguimiento que flotaba en lo alto.

    El barco de pesca avanzó con lentitud hacia el sur hasta salir del radio de alcance de la estación de seguimiento. Entonces, la cubierta se abrió y un ultrarrápido se elevó. Voló hacia el sur, y la noche transcurrió. Cuando Lorca y Sing aparecieron en el cielo, y una falsa luz rosada alumbró como anuncio de la aurora, el aparato llegó a Cabo Faray, en el extremo norte del continente Throy.

    Bajo el ultrarrápido pasaban montañas y páramos, peñascos y grietas de glaciares del terreno situado más al sur, y después, el vehículo llegó a una gran hendedura en las montañas, con un canal de agua verdegrisácea en la parte inferior: el fiordo de Stroma.

    El aparato aterrizó cerca del borde del acantilado. Cinco yips descendieron, todos cargados con una mochila, que se colgaron a la espalda en cuanto bajaron del ultrarrápido. Encorvados bajo el peso de las mochilas, corrieron a las terminales elevadoras. Se quitaron las mochilas, dispusieron carretes sobre el suelo y bajaron las mochilas a los pozos. El cable de los carretes se devanó con suavidad.

    Las mochilas aterrizaron en el fondo de los pozos. A una señal, los yips enviaron impulsos por los cables. Después, se volvieron y corrieron hacia al aparato. Un hombre salió del almacén cercano. Gritó que se detuvieran, pero los yips no hicieron caso.

    Del fondo de los pozos se elevó el rugido de cinco explosiones que sonaron como una sola. La tierra tembló y se abrió. Una persona erguida al otro lado del fiordo habría visto una gran plaza de roca que se desgajaba poco a poco del acantilado y caía con fantasmal deliberación al fiordo, doscientos cincuenta metros más abajo. Donde había estado la ciudad de Stroma, fila tras fila de casas altas y estrechas, los primeros rayos de luz brillaron sobre una cicatriz recién aparecida en un lado del acantilado.

    Stroma había dejado de existir. La población que no se había trasladado a la Estación Araminta flotaba bajo las aguas del fiordo.

    En el borde, el encargado del almacén contempló con incredulidad el lugar donde había estado su casa, su esposa, sus tres hijos y los muebles de mil años de antigüedad. Habían desaparecido. ¿Con tanta rapidez? Sí, en el tiempo que tardó en volver la cabeza. Miró al norte, donde el ultrarrápido era un simple punto brillante. Corrió al almacén y habló por teléfono.

    Quince kilómetros al sur, un hangar camuflado ocupaba un claro del espeso bosque. Los negociadores, después de abandonar la isla Thurben, habían volado al hangar. Era tarde, dama Clytie se encontraba mal y el grupo había decidido retrasar la vuelta a la ciudad hasta la mañana.

    Julian Bohost contestó al teléfono. Escuchó la voz histérica, y después balbuceó las noticias a los demás.

    Al principio, rechazaron la información, afirmando que era una fantasía o una alucinación. Después, subieron al aeroplano, volaron hasta el emplazamiento de su antiguo hogar y se quedaron estupefactos, tanto por la pulcra sencillez del desastre como por su incomprensible magnitud.

    —Si no nos hubiéramos quedado en el hangar, estaríamos tan muertos como los demás —dijo Julian con voz hueca.
    —Ella lo planeó así —dijo Roby Mavil—. ¡Jamás se había llevado a cabo una fechoría tan atroz!

    Volvieron al hangar.

    —Hemos de deliberar y… —empezó dama Clytie con voz débil.
    —¡Basta de deliberaciones! —gritó Kervin Mostick, jefe de la Brigada de Acción—. ¡Mi hogar, mi familia, mis hijos, mis objetos más queridos, todo desaparecido, en un abrir y cerrar de ojos! ¡Cojamos las cañoneras, elevémonos en ellas y acabemos con esa mujer demoníaca!

    Nadie le llevó la contraria. Las dos cañoneras despegaron y volaron hacia el norte. Llegaron a media tarde al atolón Lutwen. El primer anuncio de su presencia fue el misil demoledor disparado contra el palacio de Titus Pompo, junto al hotel Arcady. Titus Pompo, nacido Titus Zigonie, murió al instante. Otro misil destruyó el hotel y envío una lengua de fuego hacia lo alto. Las cañoneras volaban de un lado a otro, sembrando la destrucción y dejaban en su estela gotas de llamas enfurecidas y nubes de humo negro maloliente, que ondulaban y se extendían como un líquido viscoso a favor del viento.

    Gritos de terror y desesperación surgieron de los edificios de bambú, cañas y hojas de palmera. Los canales quedaron abarrotados de barcazas y botes, que se dirigían hacia mar abierto. Algunos escaparon; otros fueron ametrallados, hasta que sus ocupantes saltaron por la borda y trataron de nadar. En los muelles, los barcos de pesca fueron invadidos por hombres y mujeres aterrorizados. Los umps se apoderaron del mejor, no sin antes desalojar a sus ocupantes. Las llamas se alzaban a varios metros de altura. El humo negro maloliente fue alejándose del atolón. Embarcaciones cargadas de supervivientes huyeron de la ciudad en llamas. Los que no encontraron sitio en las embarcaciones murieron abrasados, o se lanzaron al mar, con la esperanza de encontrar restos flotantes a los que poder aferrarse.

    Durante tres minutos dramáticos, Yipton ardió como una sola llama, mientras vientos huracanados convergían desde todos lados. Después, el combustible empezó a agotarse, el fuego menguó y se dividió en cientos de llamas diferentes. Al cabo de una hora, sólo quedaba limo negro humeante sembrado de cadáveres carbonizados. Las cañoneras, una vez concluida su misión, regresaron a toda velocidad a Throy y al hangar del bosque.

    La estación de seguimiento apostada sobre el atolón Lutwen había comunicado el desastre al Negociado B. Al instante, todas las naves de transporte disponibles fueron enviadas al norte, incluyendo el Rondine, el Clayhacker, el Flecanpraun y un par de paquebotes turísticos que se encontraban en la terminal.

    Las naves de rescate volaron de un lado a otro entre las aguas que rodeaban el atolón Lutwen y la playa de Marmion. Los esfuerzos prosiguieron tres días y tres noches, hasta que ya no descubrieron a más supervivientes flotando en las aguas que rodeaban la media luna carbonizada de barro apestoso. Los yips que habían sido rescatados y trasladados a la playa de Marmion se elevaban a veintisiete mil. Dos tercios de la población habían sido destruidos por obra del fuego o el agua.



    Capítulo 8
    1


    Los yips supervivientes fueron alojados en campamentos montados a lo largo de la costa de Marmion, junto al mar y en las orillas del río Mar. Habían visto a Titus Pompo en su palacio momentos antes del ataque; con toda seguridad, había muerto. Varios informes emplazaban a Smonny y Namour en el muelle submarino ubicado bajo el hotel Arcady, y existían bastantes probabilidades de que hubieran escapado en el submarino, si bien ahora, destruida la base glacial, no tenía adonde ir.

    En cuanto las circunstancias lo permitieron, Glawen y Chilke presentaron su informe a Bodwyn Wook. Les concedió una imponente, aunque cualificada, felicitación.

    —Su éxito ha sido bastante considerable; quizá todo cuanto cabía esperar, dadas las circunstancias.

    Glawen y Chilke agradecieron las alabanzas de Bodwyn Wook.

    —No le olvidamos en ningún momento, sabiendo que no debíamos darle el menor motivo de queja.
    —Ni del que fuera —añadió Chilke.

    Bodwyn Wook gruñó y les miró de uno en uno.

    —Parecen los dos muy contentos y bien alimentados, como si no se hubieran privado de nada. Espero que su lista de gastos no refleje dicha impresión.
    —Somos oficiales y caballeros de la policía de Cadwal —respondió Glawen—. Llevamos el estilo de vida apropiado.
    —Ummm. Pasen las cuentas a Hilda. Ella separará la cizaña del buen grano.
    —Muy bien, señor.

    Bodwyn Wook se reclinó en su silla y clavó la vista en el techo.

    —Es una pena que hayan fracasado en una parte importante de su misión, es decir, capturar a Namour. Deduzco que, mientras se estaban reponiendo en el rancho Stronsi, les dio el esquinazo y atacó a Lewyn Barduys. Después, con fanfarronería insultante, escapó en el Flecanpraun de Barduys.
    —Es cierto que hemos sufrido algunos reveses —admitió Glawen—, pero aun cuando yacíamos en coma, nuestro subconsciente sabía que nos debíamos a usted y el Negociado B. Esa urgencia apresuró nuestra recuperación y aún albergamos la esperanza de triunfar.
    —En el Negociado B, la palabra «esperanza» no es una de nuestras favoritas —sentenció Bodwyn Wook.
    —De hecho, tenemos el caso atado y bien atado —dijo Chilke—. Namour y Smonny están en el submarino, y no tienen adonde ir. Son como dos moscas en una botella.
    —No todo es tan bonito —replicó Bodwyn Wook—. Emergerán a la superficie durante la noche cerca de una playa, irán a tierra en un esquife y dejarán que el submarino se hunda. Después, robarán un yate espacial de la terminal y huirán en un abrir y cerrar de ojos. ¿Han apostado una guardia en el espaciopuerto?
    —Aún no, señor.

    Bodwyn Wook habló por un micrófono.

    —Ya está hecho, y justo a tiempo, o no conozco a Namour. Sería lamentable que les chuleara de nuevo.
    —Es verdad —confesó Glawen.

    Bodwyn Wook se inclinó hacia adelante y ordenó los papeles diseminados sobre su escritorio.

    —Volvamos, si me lo permiten, al Banco de Mircea. No tengo muy claro el orden de los acontecimientos, o los propios acontecimientos, por cierto.

    Hasta el momento, ninguno había mencionado a Kathcar, pero Glawen y Chilke estaban seguros de que, en sus intentos por congraciarse, todo lo que Kathcar sabía se había derramado como el contenido de un saco roto.

    Bodwyn Wook habló con voz extrañamente afable y serena.

    —Según el bribón de Rufo Kathcar, tuvieron la suerte de impedir que Julian Bohost se apoderara de los fondos de sir Denzel. La versión de Kathcar es confusa; no le encuentro ni pies ni cabeza a la transacción, salvo que algunos de esos fondos lograran ingresar en su cuenta personal.
    —Eso es correcto, en parte. Ingresé esos fondos en lo que yo llamo «la cuenta de Floreste». Ya sabe a qué me refiero.
    —Ummm. Parece que la cantidad era importante. ¿Me equivoco?
    —He olvidado la suma exacta. Alrededor de unos cincuenta mil soles.

    Bodwyn Wook emitió otro gruñido.

    —Sea como sea, asestó un duro golpe a Julian Bohost y el VPL. ¿Y luego?
    —Se sucedieron los incidentes habituales. En Zaster, el comandante Chilke y yo consumimos varias comidas muy sanas, pero partimos del planeta antes de saciarnos. Sin embargo, habíamos conseguido pistas que nos condujeron hasta Lewyn Barduys, en Rosalia. Namour atacó a Barduys y pudimos intervenir a tiempo. Como resultado, Barduys transportará a los yips a Rosalia y no nos costará nada. Eso es lo esencial.
    —Muy interesante. No obtuvieron ninguna recompensa más durante este tiempo, ¿verdad?
    —No exactamente. El comandante Chilke ha entablado una íntima amistad con Flitz. De hecho, se llama Felitzia Stronsi, y es la propietaria del rancho que lleva el mismo nombre. Esta relación puede ser considerada una «recompensa».

    Bodwyn Wook tabaleó con los dedos sobre los brazos de la butaca.

    —Interesante. —Miró a Chilke—. Supongo que limita esas actividades a sus horas libres de servicio.
    —¡Por supuesto!
    —Me alegra saberlo. —Bodwyn Wook volvió a ordenar los papeles del escritorio—. ¿Esta nueva y dichosa relación ha sido la única recompensa disfrutada en el curso de su misión?
    —Exacto, señor —contestó Chilke.
    —Exceptuando —añadió Glawen, como si lo hubiera pensado mejor— el detalle trivial del yate espacial, del que Kathcar ya le habrá informado.
    —Dijo algo por el estilo. ¿Dónde está ahora ese lujoso y caro yate espacial Fortunatus?
    —Aparcado en el hangar de la terminal de Ballyloo, cerca de Pasch, en el planeta Kars.
    —¿Por qué lo han guardado allí, si es propiedad de la Reserva?
    —Porque regresamos a Cadwal en compañía de Lewyn Barduys, con el fin de cumplir mejor nuestra misión.
    —Ummm. Me parece un poco tortuoso, pero da igual. Examinaremos el caso desde todos los ángulos. La propiedad de la reserva es sacrosanta. —Se reclinó en su butaca—. Eso es todo por ahora.


    2


    Seis días después de los dos desastres, el Tribunal Supremo se reunió en la sala de juntas de la Antigua Agencia, al final de Wansey Way.

    Los tres jueces, dama Melba Veder, Rowan Clattuc y el Juez Supremo Hilva Offaw, entraron en la cámara y ocuparon sus asientos en el estrado. Las tres filas semicirculares ya estaban abarrotadas de espectadores. El alguacil golpeó un gong para indicar el comienzo del juicio y los prisioneros fueron llevados a la sala y acompañados hasta sus asientos en el banquillo. Eran ocho: dama Clytie Vergence, Julian Bohost, Roby Mavil, Neuel Bett, Kervin Mostick, Tammas Stirch, Torq Tump y Farganger. Todos, excepto Tump y Farganger, eran Naturalistas nativos y miembros del VPL. Todos habían estado presentes en el hangar cuando las cañoneras fueron enviadas contra Yipton, y eran considerados cómplices de todos los crímenes indicados en el sumario. Torq Tump dio como lugar de origen Ciudad de los Contrabandistas, en el Planeta de Terence Dowling, al otro extremo de la Extensión. Habló con voz serena, sin acento, y no demostró la menor emoción; ni cólera, ni miedo, ni humildad. Sin embargo, Farganger se replegó en sí mismo y rehusó hablar. Ni tan sólo quiso decir su nombre. Al contrario que Tump, su cara era una máscara de desprecio hacia todos cuantos se encontraban en la sala.

    Torq Tump y Farganger fascinaron a los espectadores. En cuanto a los otros acusados, dama Clytie Vergence, pese a la expresión terca de su boca y su aspecto hosco, se comportó con dignidad. Julian estaba pálido, nervioso y desconsolado, y estaba claro que hubiera deseado estar a mil años luz de allí. Roby Mavil se había derrumbado en la silla, con la boca entreabierta, como si hubiera llorado de pesar y frustración. Bett parecía triste y miraba de un lado a otro con una sonrisa vacilante, como invitando a los espectadores a compartir con él la diversión sardónica que le causaba su propio aprieto. Stirch se mostraba apático, mientras que Kervin Mostick lanzaba miradas desafiantes a su alrededor.

    El alguacil anunció a los acusados que se dispusieran a escuchar y declarar en relación a los cargos presentados contra ellos, con asesoramiento legal.

    —La acusación tiene la palabra.

    Elwyn Laverty, un anciano alto y delgado de cejas pobladas, mejillas hundidas y larga nariz afilada, se levantó.

    —Honorables miembros del tribunal, pasaré por alto las formalidades. Hace seis días, estas personas actuaron o conspiraron para llevar a cabo una acción ilícita: a sabiendas, provocaron una conflagración en el atolón Lutwen que causó la muerte de miles de hombres, mujeres y niños. Los hechos sucedieron así: desafiando a la ley de la Carta, importaron dos cañoneras Straidor-Ferox y las ocultaron en un hangar cercano a Stroma, con la intención de utilizarlas contra la autoridad legítima de la Reserva, tal como está definida en la Carta. En caso necesario, puedo presentar testigos que confirmarán este complot, que en sí mismo es un delito capital. Estas cañoneras fueron utilizadas para perpretar el crimen de que se les acusa. Después del ataque al atolón Lutwen, las cañoneras regresaron a Throy. Fueron seguidas por un patrullero del Negociado B. Tras la llegada de refuerzos, el ataque al hangar dio como resultado la captura de los acusados. Fueron descubiertos en el acto de subir a una pequeña nave espacial, en otro tiempo propiedad de sir Denzel Attabus. Estas personas fueron detenidas y conducidas a la Estación Araminta y encarceladas.

    »He hecho un breve resumen del crimen. Cada fase del mismo puede ser demostrada mediante testigos o deducciones. Si el tribunal necesita pruebas de alguna de mis afirmaciones, se las proporcionaré. En caso contrario, no existen motivos para que prolongue mi declaración.

    El juez supremo Hilva Offaw habló.

    —Oigamos a los acusados. ¿Se declaran culpables o no culpables?

    El abogado se adelantó.

    —Honorables señorías, todos los acusados se declaran no culpables del crimen imputado.
    —¡Caramba! ¿Admiten que enviaron cañoneras al atolón Lutwen?
    —Confiesan que enviaron las cañoneras, pero afirman que el delito, fue, en el peor de los casos, vandalismo, que sólo intentaban eliminar algo antiestético, para mejorar así el encanto natural del entorno.
    —¿Y los numerosísimos habitantes quemados, ahogados o asfixiados?
    —No existen pruebas de que esos habitantes existieran.
    —¡Interesante! ¿Cómo han llegado a esta convicción?
    —Mediante la fuerza y solemnidad de nuestras leyes, su Dignidad.
    —¡Todavía más interesante! Le ruego que se explique y, a ser posible, cite la ley pertinente.
    —Es una cuestión de interpretación razonable. Durante siglos, una doctrina firme e inamovible ha moldeado tanto nuestras leyes como nuestras ideas. De hecho, se ha transformado en los auténticos cimientos de nuestra existencia como Reserva. De manera implícita y explícita ha prohibido que el atolón Lutwen fuera habitado. La majestad de nuestras instituciones y el respeto público por las leyes nos impulsa a asumir que estas leyes eran rigurosamente respetadas, puesto que la idea de vivir en una sociedad sin ley es repugnante para todos.

    »Repito, la fuerza decisiva de nuestras leyes niega la existencia de habitantes en el atolón Lutwen. En ausencia de dichos habitantes, no hubo delito del tipo mencionado en la acusación, que es falsa, lastrada por prejuicios y mal elaborada.
    »Afirmo que la máxima acusación de que se puede hacer objeto a mis clientes es la de haber encendido una hoguera sin permiso. Los acusados se declaran culpables de este delito. La pena estipulada para este delito es una multa de veinticinco soles, a lo sumo. Por lo tanto, pido al jurado que fije una multa razonable y permita a esta buena gente saldar su cuenta y dedicarse a sus quehaceres.

    —Señor —dijo el juez Hilva Offaw al fiscal—, ¿piensa contraargumentar la convincente declaración que acabamos de escuchar?
    —No, su Dignidad. Es patentemente absurda.
    —No lo creo, señor fiscal. La defensa es más acertada de lo que parece a simple vista. En cierto sentido, podría decirse que no sólo los culpables de la llamada hoguera, sino todos los ciudadanos de la Estación Araminta, vivos o muertos, deben compartir la culpabilidad.
    —¡Muy bien, su Dignidad! —exclamó Elwyn Laverty—. Reflexionemos un momento sobre la argumentación de la defensa, en el sentido de que como nadie está autorizado a residir en el atolón Lutwen, nadie lo ha hecho. En realidad, la defensa sugiere que, como las leyes de la gravedad prohíben a las rocas subir por la ladera de una montaña, no pueden encontrarse rocas en su cumbre. Da igual. Por el bien de la discusión, aceptemos de momento el punto y admitamos que los acusados tenían derecho a suponer que no existía población humana en el atolón Lutwen mientras llevaban a cabo su campaña de embellecimiento, y que sólo encendieron inocentes hogueras. No obstante, los hechos demuestran, en forma de cadáveres carbonizados, que había seres humanos presentes en el escenario del programa de recuperación del VPL. Su identidad es irrelevante. Quizá eran excursionistas procedentes de la Estación Araminta, que habían ido de vacaciones al atolón Lutwen. Bien, si el defensor repasa las leyes que controlan el encendido de hogueras, descubrirá que cualquier fuego intencionado sin permiso que cause una desgracia se considera un delito capital, según las circunstancias. Por lo tanto, aunque sólo se les acusara de haber encendido una hoguera sin permiso, el castigo no deja de ser severo.
    —Abundo en mi anterior declaración —replicó el defensor, algo encrespado—, que es sólida y debería bastar.

    El juez Offaw se inclinó hacia adelante.

    —¿Está diciendo que el deseo de limpiar el entorno fue lo que impulsó a los prisioneros a incendiar Yipton?
    —¡Nadie vivía allí, Señoría! Lo he demostrado. Por tanto, ¿qué otro motivo pudo influirles?
    —Abogado, ha hecho usted lo que ha podido y sus argumentos están bien razonados, si bien se refieren a situaciones imaginarias. Este tribunal, y creo que hablo en nombre de mis colegas —miró a derecha e izquierda—, rechaza la teoría de su caso. El hecho de que poseyeran en secreto las cañoneras y estuvieran planeando una rebelión armada sólo sirve para fortalecer la acusación.

    El defensor permaneció en silencio.

    —¿Qué prisioneros pilotaron las cañoneras? —preguntó la juez Veder.

    El defensor se volvió hacia los prisioneros.

    —¿Alguno de ustedes desea contestar? No puede alterar su caso, porque ya está perdido.
    —Yo piloté una y Farganger la otra —contestó Torq Tump—. Insistimos en que Julian Bohost viajara en una nave y Roby Mavil en otra, por si el resto del grupo nos dejaba tirados, solos ante el peligro. Con los dos panolis a bordo, sabían que esperarían a que regresáramos.

    Dama Clytie se puso en pie y habló en voz alta y clara.

    —¡Deseo hacer una declaración!
    —No permitiré discursos doctrinarios —replicó con brusquedad Hilva Offaw—. Este tribunal no es un estrado desde el cual proclamar sus opiniones particulares. A menos que desee debatir el problema de la culpabilidad o la inocencia, muérdase la lengua.

    Dama Clytie volvió a sentarse, con semblante hosco.

    —El veredicto del tribunal no es ningún misterio —prosiguió Hilva Offaw—. Los acusados son culpables de horrendos crímenes. Se les sentencia a muerte. La ejecución tendrá lugar de hoy en siete días.

    Se llevaron a los prisioneros. Dama Clytie caminó con la mandíbula tensa, irritada por no haber podido celebrar el acontecimiento con un estallido de oratoria. Julian andaba con la cabeza gacha, seguido por Roby Mavil, a quien le flaqueaban las piernas. Torq Tump y Farganger cerraban la comitiva, y murmuraban entre sí sin transparentar la menor emoción.

    La sala se vació. Glawen y Wayness fueron al Viejo Cenador y encontraron una mesa en la terraza. Les sirvieron zumo de granadas helado y permanecieron en silencio unos momentos.

    —Casi ha terminado —dijo Glawen—. No puedo soportar esos juicios. Me dejan débil y enfermo. Quizá no estoy capacitado para hacer carrera en el Negociado B.
    —Eso no es posible —contestó Wayness—. Eres el comandante más joven en toda la historia del Negociado B. Todo el mundo dice que, algún día serás superintendente.
    —No caerá esa breva —gruñó Glawen—. Bodwyn Wook nunca se jubilará. Bueno, da igual. Aún no puedo relajarme: Namour y Smonny siguen en libertad, y todo el mundo hace elucubraciones sobre su paradero. Quizá estén en mitad del océano.
    —No pueden aterrizar en Ecce. Podrían sobrevivir en Throy, en una cabaña de verano, pero sólo hasta que las provisiones se agotaran. Podrían aterrizar en Deucas, pero ¿adonde irían? Las bestias les destruirían antes de una semana.
    —Su única esperanza es el espaciopuerto de la Estación, que está custodiado día y noche.
    —No tardarán en capturarles. —Wayness le cogió las manos—. ¡Ánimo! Dentro de dos semanas nos habremos casado, de una vez por todas, y podrás vivir con tranquilidad.
    —Será estupendo. Disfrutaré de la tranquilidad.

    Wayness se humedeció los labios.

    —Por un tiempo. Después, te entrará la inquietud.
    —Quizá. ¿Y tú?

    Wayness pensó.

    —Hasta el momento, la vida no ha sido tranquila para ninguno de los dos.

    Siguieron sentados en silencio, meditando sobre los acontecimientos que hasta el momento habían modelado sus vidas, y también en los futuros.


    3


    Los refugiados de Yipton estaban alojados en catorce campamentos distribuidos por la playa de Marmion, pendientes de ser trasladados a otros destinos.

    Tiendas, hamacas, cabañas construidas de hojas y palos proporcionaban refugio del viento cálido y los chubascos ocasionales. Se alimentaban de pan y tabletas de proteínas sintetizadas, que salían de los almacenes saqueados por los propios yips. El río Mar abundaba en almejas, anguilas y diminutos anfibios; del campo llegaban semillas, nueces, verduras y legumbres. Mujeres y niños inspeccionaban los charcos de la marea en busca de caracoles de mar, pese a la presencia de venenosos sapos marinos amarillos, corales espinosos y algún enjambre ocasional de espetones, que eran pescados en redes y hervidos para hacer sopa. Equipos de la Estación Araminta velaban por el orden, proporcionaban atención médica y censaban a los ocupantes por nombre, edad, sexo y clase social.

    Scharde Clattuc voló desde la Estación Araminta hasta el cuartel general de las instalaciones, situado cerca de la boca del río Mar. Averiguó que los yips eran censados en los diferentes campamentos, pues no había razones para crear un solo archivo de toda la población.

    —¿Es que no hay organización en los campamentos? —preguntó Scharde—. ¿Están mezcladas las diversas castas y clases?
    —Supongo —dijo el funcionario—. En realidad, sé poco de esas cosas; para mí, un yip es un yip.
    —Es una buena definición. De todos modos, los umps forman la casta superior, y son muy puntillosos respecto a su condición.
    —Eso lo sé, al menos. Los umps insistieron en que se les destinara un alojamiento propio, y no vimos motivos para decepcionarlos. Están en el Campamento Tres, medio kilómetro río arriba.

    Scharde caminó por la orilla hasta el Campamento Tres y se acercó a la choza del supervisor, donde encontró a una mujer de edad madura, corpulenta y eficaz, una inmigrante de la antigua Stroma.

    —¿Sí, señor?
    —Soy el comandante Scharde Clattuc, del Negociado B. ¿Cómo van las cosas en el campamento?
    —No tengo quejas. Los yips son corteses y responden a la cortesía.
    —Ésa ha sido también mi experiencia, casi siempre. Tengo entendido que en el Campamento Tres sólo hay umps, ¿verdad?

    La funcionaria sonrió con aire sombrío.

    —En Yipton, había ciento ochenta y dos umps. En el campamento, hay ciento sesenta y uno. En suma, sólo veintiún umps murieron en el incendio.
    —A eso se le llama «técnica de supervivencia».
    —Eso o «codazo en el ojo».

    Scharde paseó la vista por el campamento.

    —¿Dónde están ahora?
    —Desperdigados. Algunos han ido a recoger ciruelas silvestres en aquel bosque. Tienen a su disposición todo Deucas si quisieran escapar, pero avistaron un par de onniclats de cuello largo en la ladera de aquella colina, y también un tigre de las praderas. Los yips no son cobardes, pero tampoco idiotas.

    Scharde rió.

    —Creo que lleva un registro de sus nombres.
    —En efecto.

    La funcionaria le entregó una fotocopia. Scharde la leyó, y luego levantó la vista, disgustado.

    —Aquí constan sus nombres oficiales[11]: Hyram Bardolc Fiveny, Gobinder Mosk Tuchinander…
    —Exacto, pero son los nombres que me dieron.
    —¿No tiene sus nombres familiares?
    —Temo que no. No vi motivos para pedírselos.
    —Da igual. Gracias por su ayuda.

    La funcionaria siguió con la mirada a Scharde cuando éste se acercó a un ump sentado en un tronco caído, que hacía juegos malabares con unos guijarros entre sus fuertes manos. Scharde formuló una pregunta; el ump reflexionó unos segundos; después, se encogió de hombros y señaló hacia el río.

    Scharde caminó unos cincuenta metros por el sendero que bordeaba la orilla y se topó con un yip que flotaba boca abajo en el agua. De vez en cuando. Levantaba la cabeza para respirar, para proseguir a continuación su inspección del fondo. De pronto, hundió el brazo derecho, dio la vuelta y sostuvo en alto una anguila de sesenta centímetros, que se retorcía en la horcajadura de un palo bifurcado. El ump nadó a la orilla y tiró su presa en una cesta.

    Scharde avanzó hacia el yip, que se había puesto de rodillas para desenganchar la anguila. Levantó la vista, sobresaltado. Ya no era joven; debía tener la edad de Scharde, aunque aparentaba menos, en virtud de su pecho ancho, estómago liso y fuertes brazos y piernas.

    —Es usted un avezado pescador —dijo Scharde.

    El yip se encogió de hombros.

    —Las anguilas son fáciles de coger. Son gordas y perezosas.
    —¿Pescaba en Yipton?
    —Anguilas, no. A veces, intentaba escunes y giradores, pero en el océano no es tan fácil.
    —Eso pensaba yo. Sólo un buen nadador se arriesgaría.
    —Pues sí.
    —Creo que le conozco. Se llama Selius. ¿Me conoce?
    —Creo que no.
    —Han pasado muchos años desde que nos vimos. ¿Cuántos diría usted? ¿Quince años? ¿Veinte?

    El yip bajó la vista hacia la cesta.

    —No estoy seguro.
    —¿Sabe cómo me llamo?

    El yip meneó la cabeza y se levantó.

    —Me voy a ir. Voy a despellejar las anguilas.
    —Hablemos un poco más. —Scharde retrocedió unos pasos y se sentó en un tronco caído—. Meta la cesta en el agua para conservar frescas las anguilas.

    Selious vaciló, pero siguió las indicaciones de Scharde.

    —Siéntese —dijo Scharde. Señaló un lugar en la arena—. Relájese.

    Selious adoptó una postura entre acuclillado y arrodillado, muy poco complacido.

    —¿Dónde está su amigo Catterline? —preguntó Scharde.

    Selious movió la cabeza hacia el campamento.

    —Allí. Tuvimos suerte de escapar al incendio.
    —Sí, muy buena suerte. —Scharde arrancó una brizna de hierba y la sacudió de un lado a otro. Selious le miró con expresión hosca—. ¿Sabe una cosa, Selious? —dijo Scharde con suavidad—. Creo que me mintió.
    —¿Qué dice? —gritó el yip, indignado—. ¡Nunca le he mentido!
    —¿No se acuerda? Me dijo que no sabía nadar, y Catterline también. Fue ese motivo, afirmaron, el que les impidió rescatar a lady Marya cuando se estaba ahogando en el lago Wansey.
    —Después de veinte años, no recuerdo ese suceso.
    —¡Claro que sí! —exclamó Scharde, y enseñó un momento los dientes.
    —¡No! —gritó Selious, con nuevas energías—. Sólo dije la verdad.
    —Me dijo que no sabía nadar, y por eso no pudo salvar a la dama que se estaba ahogando. Pero usted y yo sabemos la verdad. Nada muy bien. Al igual que Marya, mi mujer. Usted y Catterline la retuvieron bajo el agua hasta que murió.
    —¡No, no! ¡Es mentira!
    —¿Quién la tiró de la barca, usted o Catterline? Esta vez, averiguaré la verdad.

    Selious se rindió.

    —¡Fue Catterline! ¡Yo ignoraba sus intenciones!
    —Vaya. ¿Salió a nadar con Catterline sólo para hacerle compañía?
    —Así fue.
    —Bien, Selious, hemos llegado a la pregunta importante, y significará mucho para usted. Todos los demás miembros de este campamento partirán hacia nuevos y hermosos hogares, pero yo le apresaré y encerraré solo en una pequeña cabaña, donde nunca verá la luz ni escuchará voces…, a menos que me cuente la verdad. No se levante, o le dispararé en el estómago, y padecerá horribles dolores. Y después, le llevaré a la cabaña oscura, donde se quedará solo para siempre.
    —¿Y si le digo la verdad? —preguntó Selious con voz angustiada.
    —El castigo será menos terrible.

    Selious inclinó la cabeza.

    —Diré la verdad.
    —En primer lugar, ¿quién dio la orden de ahogar a Marya? ¡Deprisa, la verdad!

    Selious miró a derecha e izquierda.

    —Fue Namour —contestó. De pronto, Selious exhibió una sonrisa virtuosa, al típico estilo yip—. Le dije que no quería hacer daño a una mujer débil y desvalida. Desechó mis escrúpulos. La mujer, afirmó, era una persona extraplanetaria, peor que una sabandija. Era una entrometida, sin el menor derecho a respirar nuestro estupendo aire, consumir nuestra comida o desplazar a personas cualificadas de puestos de honor. Lo más adecuado era eliminar a personas como aquélla. Catterline consideró lógica la idea, y que, en cualquier caso, debíamos obedecer las órdenes de Namour. No tuve otra elección que acceder, y la orden se ejecutó.

    Scharde inspeccionó a Selious unos momentos. Selious se removió inquieto.

    —No me lo ha contado todo —dijo Scharde.

    Selious protestó con vigor.

    —¡Sí! ¿Qué más quiere que diga?
    —¿Por qué les ordenó Namour llevar a cabo un acto tan atroz?
    —¡Ya se lo he explicado! ¡Namour nos dijo los motivos!
    —Supongo que no consideró creíbles esas razones.

    Selious se encogió de hombros.

    —Yo no era quién para cuestionar a Namour.
    —¿De veras creyó que aquéllos eran los auténticos motivos de que Namour deseara asesinar a la dama?

    Selious volvió a encogerse de hombros.

    —Los motivos de Namour no significaban nada para mí. Yo era un yip de Yipton; la Estación era un mundo más allá de mi comprensión.
    —¿Alguien dio órdenes a Namour a ese respecto?

    Selious miró hacia el otro lado del río.

    —Sucedió hace mucho tiempo. No puedo decirle nada más.
    —¿Smonny dio la orden a Namour?
    —Smonny se había ido.
    —Entonces, ¿quién dio la orden?
    —Si alguna vez lo supe, ya no me acuerdo.

    Scharde se levantó.

    —Al parecer, me ha prestado la máxima ayuda que podía.
    —¡Sí, es verdad! Tenga por seguro que puede confiar en mi sinceridad. Ahora que todo está solucionado, volveré a mis anguilas.
    —Aún no. Arrebató la vida a Marya.
    —Bien, sí, hace veinte años. Piénselo bien: lleva muerta veinte años, y seguirá muerta eternamente. ¿Qué son estos veinte años comparados con la infinidad futura? Casi una trivialidad, después de cien mil años, digamos, estos veinte no serán más que un latido.

    Scharde exhaló un suspiro de tristeza.

    —Es usted un filósofo, Selious. Yo no estoy tan dotado, y ahora debo llevarle a usted y a Catterline a la Estación Araminta.
    —¿Por qué? ¡No puedo decirle nada más!
    —Ya lo veremos.


    4


    Scharde condujo a Selious y Catterline a la Estación Araminta. Les aislaron e interrogaron por separado. Los recuerdos de Catterline coincidían con los de Selious, en todos los detalles significativos, si bien era menos explícitos.

    Selious fue trasladado a la cámara de interrogatorios del antiguo Negociado B, que apenas se utilizaba en razón de su lobreguez y complementos arcaicos. Selious fue introducido en la cámara y sentado sobre los almohadones de una enorme butaca de cuero encarada al estrado y el atril de magistrado. Permaneció solo durante media hora, para que pudiera meditar sobre las sombrías circunstancias a que le había conducido su relación con Namour. La habitación, chapada en madera marrón oscuro, estaba iluminada por tres pequeños cristales situados en lo más alto de la pared del fondo, lo cual aumentaba la oscuridad, en lugar de mitigarla. Selious se mantuvo tranquilo al principio, después empezó a removerse y tamborileó con los dedos sobre los brazos de la butaca, al compás de un ritmo errático de música yip.

    Bodwyn Wook, cuyo atavío era muy poco habitual (pantalones negros abolsados, túnica rojo oscuro, botas negras, corbata blanca y birrete de terciopelo negro), entró en la cámara, subió al estrado y se sentó tras el atril. Sólo entonces examinó a Selious.

    —Es usted un asesino.

    Selious le contempló fascinado.

    —Lo que ocurrió fue hace mucho tiempo —logró pronunciar.
    —El tiempo no significa nada —replicó Bodwyn Wook—. ¡Mire sus manos! Empujaron a una mujer al fondo del lago, mientras luchaba por respirar hasta morir, para desgracia suya. ¿Tiene algo que decir?
    —¡No me lo explicaron así! —gritó Selious, con voz firme—. Me dijeron que iba a realizar una gran hazaña, y ¿quién puede decir lo contrario? Era un ser llegado de un mundo alienígena que disfrutaba de lo mejor, mientras en Yipton no se nos consideraba ni humanos.

    Bodwyn Wook alzó los ojos hacia el techo.

    —Ese tipo de argumentaciones no vienen al caso. Ha de ceñirse a los hechos.
    —¿Qué puedo decir? ¡Usted lo sabe todo!
    —¡Todo no! Está ocultando datos, aunque ni siquiera se da cuenta.

    Selious parpadeó.

    —Citaré esos datos si me dice cuáles son.
    —La cuestión es ésta, y su importancia es vital. Namour le ordenó ahogar a la mujer…, pero ¿quién dio la orden a Namour?
    —Lo ignoro, señor.
    —Quizá sí, quizá no. Le explicaré esta aparente paradoja. Su cerebro es como un gran almacén, que contiene un millón de paquetes de memoria, o más. Cada paquete está catalogado y ordenado según las normas establecidas por su sistema de recuperación individual. Llamaremos a este sistema su «empleado». Cuando necesita recordar un hecho, el empleado mira en un índice, descubre al instante dónde está archivado y va a buscarlo para usted. La eficacia del empleado es fabulosa, pero cada día entran nuevos paquetes en el almacén, que son introducidos en un índice y relacionados con otros. Inevitablemente, el cerebro se satura. A veces, el empleado desecha paquetes antiguos, o incluso arranca páginas enteras del índice. Lo más normal es que empuje los viejos paquetes hacia las telarañas. A medida que transcurre el tiempo, el empleado reorganiza el índice. En ocasiones, el empleado se siente perezoso o aburrido, finge que es mejor dejar en el olvido aquellos paquetes antiguos y pasa un informe falso. Al final, montones de basura se apilan en el fondo de su cerebro. ¿Está claro?
    —Habla con gran autoridad. Debo aceptar sus ideas.
    —Estupendo. Bien, vamos al grano. Le haré una pregunta. Debe enviar a su empleado a toda prisa en busca de la respuesta. ¿Preparado?
    —Sí, señor.
    —La pregunta es ésta: ¿quién le ordenó ahogar a lady Marya?
    —Namour.
    —¡Ja, ja! El empleado ha hecho su trabajo a la perfección. Bien, otra pregunta: ¿quién dio la orden a Namour?
    —¡No lo sé!

    Bodwyn Wook frunció el ceño.

    —El empleado ha fallado. Envíele otra vez con nuevas instrucciones. Dígale que examine su índice con especial cuidado.

    Selious dejó caer las manos a los costados.

    —No puedo decirle nada. Ahora, por favor, quiero marcharme.
    —Aún no. De hecho, acabamos de empezar.
    —¡Ay caray! ¿Qué más?
    —Poca cosa. Hemos descubierto una forma de ayudar al empleado. Primero, repasamos el índice de cabo a rabo. Hemos de buscar en todas partes, mirar en lugares raros, despertar toda clase de recuerdos dormidos. Su cerebro es como una yerma extensión de regiones perdidas y paisajes secretos, que hemos de explorar, para adentrarnos en las regiones más inaccesibles. Tarde o temprano, encontraremos el paquete que buscamos, pero es un trabajo laborioso. Averiguaremos más sobre usted de lo que deseamos saber.
    —Se me antoja una tarea inútil —dijo Selious con voz afligida—, sobre todo porque el paquete que busca puede haberse perdido irremediablemente.
    —Hemos de correr ese riesgo. Comenzaremos la búsqueda ahora mismo; no hay motivos para aplazarla.

    En el laboratorio del Negociado B, un par de especialistas anestesiaron a Selious, para después acoplar aparatos de exquisita delicadeza a su aparato neurológico. El proceso analítico se puso en marcha. Al final, el episodio que se investigaba fue sacado a la luz y explorado.

    Los hechos eran tal como Selious los había descrito, con detalles accesorios. Revelaron una escalofriante falta de emociones en relación al asesinato.

    Entre los detalles se encontraba una broma macabra de Namour, acompañada de un nombre y un vistazo hacia atrás.

    La alusión era clara, y el nombre definitivo.

    Como no había nada más que exigir a Selious, le devolvieron a la conciencia. Un par de agentes del Negociado B le condujeron a la vieja prisión situada al otro lado del río Wan, donde compartió una celda con Catterline, a la espera del veredicto final.

    Scharde y Bodwyn Wook conferenciaron en el despacho del superintendente. Hilda les sirvió té y pastas.

    —Por fin hemos llegado a la conclusión del caso —dijo Bodwyn Wook.
    —Ha pesado sobre mí durante veinte años.
    —¿Qué harás ahora? Tú has de tomar la decisión.
    —Resolveré el caso como es debido. No hay otro camino.

    Bodwyn Wook exhaló un profundo suspiro.

    —Ése es tu punto de vista. ¿Y Glawen?
    —Ha de saber que su madre fue asesinada. Llámele, y le explicaremos los hechos.
    —Como quieras.

    Bodwyn Wook habló por el interfono. Transcurrieron diez minutos, mientras el ocaso caía sobre la Estación Araminta. Glawen apareció en la puerta. Miró a los dos hombres de uno en uno, avanzó y se sentó, a una señal de Bodwyn Wook. Bodwyn Wook, con frases secas y concisas, le comunicó la información arrancada a Selious y Catterline.

    Bodwyn Wook terminó su discurso y se reclinó en la butaca. Glawen miró a su padre.

    —¿Qué vamos a hacer?
    —Continuaremos la investigación por la mañana.


    5


    Al amanecer, descargó un chubasco, que luego se alejó sobre las colinas hacia el oeste. Dos horas después, el sol se abrió paso entre las nubes y la Estación Araminta pareció relucir.

    Seis personas se acercaron a la Casa Clattuc. Entraron en el vestíbulo, y Scharde Clattuc habló con el portero, quien oyó lo que deseaba, y después los seis subieron al segundo piso: Scharde, Glawen, Bodwyn Wook, un par de subalternos del Negociado B y una matrona. Avanzaron por el pasillo y se detuvieron ante la puerta que daba acceso a los aposentos de Spanchetta. Scharde apretó el timbre. Siguió una larga pausa, durante la cual Spanchetta debió espiarles por la mirilla.

    La puerta continuó cerrada. Aquella mañana en concreto, Spanchetta había decidido no recibir a nadie. La costumbre exigía ahora que los visitantes rechazados se marcharan, interpretando como quisieran el desaire de Spanchetta. Sin embargo, Scharde pulsó el timbre una y otra vez.

    Por fin, la voz de Spanchetta se oyó por el contestador.

    —Esta mañana no recibo a nadie. Han de venir en otro momento, pero hoy no, ni mañana tampoco.

    Scharde habló por el micrófono.

    —Abre la puerta, Spanchetta. No es una visita de cortesía.
    —¿Qué quieres?
    —Hemos de consultarte sobre un asunto importante.
    —No estoy de humor para consultas: de hecho, estoy indispuesta. Volved en otro momento.
    —No puede ser. Queremos verte ahora. Abre la puerta, o enviaremos a buscar la llave maestra.

    Pasó otro minuto; la puerta se abrió por fin y apareció la figura impresionante de Spanchetta, ataviada con un amplio vestido de terciopelo color cereza, una chaquetilla negra bordada y zapatillas de bailarina, incongruentemente diminutas. Su lustroso cabello negro, como siempre, estaba arrollado en rizos y amontonado sobre su frente ancha y despejada, en forma de pirámide. Su busto era magnificente, sus caderas anchas y, también como siempre, parecía poseída de una vitalidad salvaje. Retrocedió encolerizada cuando Scharde empujó la puerta y entró en el suntuoso recibidor de mármol.

    —¡Qué comportamiento tan grosero! —gritó Spanchetta, con voz de contralto—. Aunque pensándolo bien, nunca has actuado de otra manera. ¡Eres la vergüenza de la Casa Clattuc!

    Los cinco miembros restantes del grupo entraron en el recibidor. Spanchetta les inspeccionó con expresión de asco.

    —¿Qué significa esto? Dímelo y márchate; me ocuparé de ello más tarde. De momento, carezco de paciencia para aguantarte.
    —Spanchetta, ya puedes dejar de farfullar —dijo Bodwyn Wook—. Vamos a proceder a la rutina habitual. —Se volvió hacia la matrona—. Regístrela bien a fondo; es muy astuta.
    —¡Un momento! —bramó Spanchetta—. ¿He oído bien? ¿Ha perdido el juicio? ¿Cuál es la acusación?
    —¿No lo sabes? —preguntó Scharde—. Se te acusa de asesinato.

    Spanchetta se puso muy rígida.

    —¿Asesinato? ¿De quién?
    —De Marya.

    Spanchetta echó hacia atrás la cabeza y lanzó una carcajada, ¿de alivio? La monumental columna de rizos oscuros osciló peligrosamente.

    —¿Bromeas? ¿En qué te basas? De hecho, ¿cómo van a existir pruebas de un crimen inexistente?
    —Lo sabrás a su debido tiempo. Matrona, registre a la prisionera. Estáte quieta, Spanchetta, si aprecias en algo tu dignidad.
    —¡Esta persecución es abominable! ¡Emprenderé acciones legales contra ti!
    —Como quieras.

    La matrona llevó a cabo un registro superficial, sin descubrir nada.

    —Muy bien —dijo Bodwyn Wook—. Te conduciremos a mi despacho, donde serás acusada de manera oficial. ¿Quieres cambiarte de ropa o ponerte una capa?
    —¡Tonterías demenciales! —estalló Spanchetta—. Creo que está loco, y no pienso ir con usted.
    —Puedes elegir entre ir por tu propio pie o atada de pies y manos en una carreta. Has de venir, quieras o no. La matrona te ayudará a ponerte ropa más cómoda.
    —¡Bah! Qué engorro —murmuró Spanchetta—. Me pondré la capa.

    Se dispuso a salir del recibidor. A una señal de Bodwyn Wook, la matrona y los dos sargentos la siguieron. Spanchetta se detuvo y efectuó un ademán de irritación.

    —¡Iré sola a buscar la capa! ¡Quedaos ahí!
    —Sería bastante irregular —explicó Bodwyn Wook—. No es el procedimiento adecuado. No puedes ir sola.
    —¡Haré lo que me dé la gana! —Spanchetta empujó a un lado a la matrona—. ¡Esperad ahí!

    Se volvió hacia el pasillo.

    —Debo obedecer las órdenes —dijo la matrona—. La acompañaré.
    —¡No puede hacerlo! ¡Es absurdo y no lo permitiré!

    Scharde y Bodwyn Wook intercambiaron una mirada, perplejos y cautelosos de repente. La conducta adoptada por Spanchetta era falsa y artificial.

    —Un momento —dijo Bodwyn Wook—. Estás alterada. Siéntate en esa silla y recobra la serenidad. Te traeremos la capa.

    Spanchetta no hizo caso e intentó huir de la estancia. Los sargentos la arrastraron hasta una silla y la obligaron a sentarse. La esposaron a la silla e indicaron a la matrona que la vigilara. Los demás exploraron con cautela los aposentos. Descubrieron a Smonny en el antiguo cuarto de Arles, dormida en la cama. Namour estaba en el estudio contiguo, leyendo un libro. Levantó la cabeza sin demostrar sorpresa.

    —¿Qué ocurre esta vez, caballeros?
    —El final de la historia.

    Namour asintió con aire pensativo y cerró el libro. Extendió la mano para dejar el libro sobre la mesa cercana. Glawen saltó, aferró su muñeca y la apartó de un arma pequeña que les habría deslumbrado con una explosión de luz, concediendo a Namour la oportunidad de matarles. Scharde sujetó y ató los brazos de Namour. Le registró y requisó una pistola, un cuchillo y un lanzadardos.

    —Namour es un arsenal andante —comentó Bodwyn Wook—. ¿Estás seguro de que no lleva nada más?
    —Espero —dijo Scharde—. Con Namour, todo es posible. Podría llevar un chorro venenoso debajo de la lengua, de manera que no se acerque demasiado.

    Namour lanzó una carcajada.

    —No soy el guerrero maníaco por quien me toma.

    Scharde exhibió una tenue sonrisa.

    —Sea como sea, los cadáveres se acumulan a sus espaldas.
    —¿Llevas la cuenta? —preguntó Bodwyn Wook a Namour con interés clínico.
    —No, señor. —La pregunta pareció aburrir a Namour—. Bien, ¿qué va a ser? —preguntó Scharde—. ¿El Negociado B o el Procedimiento D?
    —El Procedimiento D, por supuesto —contestó Scharde—. De lo contrario, deberíamos multiplicar nuestros esfuerzos y dilapidar nuestro tiempo en tres juicios diferentes. Lo más indicado es el Procedimiento D.


    6


    Los prisioneros fueron sacados con sigilo de la Casa Clattuc por una entrada posterior, y conducidos a donde Chilke esperaba en un ómnibus aéreo turístico. Los subieron a bordo y ataron a los asientos, pese a las enérgicas protestas de Smonny y Spanchetta. Namour no dijo nada.

    Chilke elevó el ómnibus y puso el piloto automático. El aparato voló hacia el oeste. Scharde, Bodwyn Wook y Glawen acompañaban a los tres prisioneros.

    —Pónganse cómodos —les dijo Bodwyn Wook—. Nos espera un largo viaje.
    —¿Adónde nos lleva? —preguntó Smonny.
    —Ya lo verá. Es un lugar que conoce bien.
    —¡Esto es un fastidio y un escándalo, absolutamente ilegal! —gritó Spanchetta.
    —Tal vez —respondió Bodwyn Wook con voz plácida—, si actuáramos en nombre del negociado B, pero no es el caso. Llevamos los sombreros de la CCPI, y las normas son diferentes.
    —¡Esto es una farsa! ¡Es usted una repugnante comadreja! No entiendo nada.

    Bodwyn Wook habló en un tono menos tolerante.

    —En esencia, la doctrina es sencilla. El Manual de Métodos de la CCPI describe cuatro niveles de conducta reactiva apropiada a cuatro niveles de venalidad. El Procedimiento D es el más drástico. Cuando un delito trasciende la normalidad, como la destrucción de Stroma, el Procedimiento D es la respuesta pertinente.
    —¡Yo no tuve nada que ver con Stroma! —gritó Spanchetta—. ¡Pese a ello, me han arrastrado a este sucio vehículo!
    —En el caso de Stroma, eres cómplice del hecho.
    —Además, eres una asesina desde hace veinte años —dijo en tono sombrío Scharde—. Induciste a Namour a ahogar a Marya, cosa que hizo, utilizando como instrumentos a Selious y Catterline. Han confesado; el crimen está probado, y ambos lo pagaréis.

    Spanchetta se volvió hacia Namour.

    —¡Dile que no es verdad, que yo nunca te di esa orden! Has de hacerlo; es absurdo que deba pagar por algo que no hice.
    —Spanchetta, estoy cansado —contestó Namour—. Una inexorable corriente nos arrastra a lugares remotos, y carezco de voluntad para oponer resistencia. La verdad es lo que hemos oído. No la negaré, y tú también debes abandonarte a la corriente.

    Spanchetta lanzó un grito inarticulado y se volvió a mirar los maravillosos paisajes que nunca más vería.

    El ómnibus voló en la noche, sobre el Gran Océano Occidental, y llegó de madrugada a Ecce, el continente ecuatorial. Sobrevoló extensiones de limo negro y alfombras de selva podrida. A media mañana, el cono gris del volcán muerto Shattorak se elevó sobre el horizonte, como una isla en mitad de un océano de pantanos. La cumbre de Shattorak estaba ahora desierta. En otro tiempo, Smonny la había utilizado como prisión para encerrar y atormentar a sus enemigos, incluidos Chilke y Scharde Clattuc.

    El ómnibus aterrizó. Los prisioneros descendieron de mala gana y pasearon la vista a su alrededor. Los viejos edificios se habían derrumbando, salvo un pequeño cuadrado de hormigón que había servido de cubículo de comunicaciones.

    —Aquí están, y aquí pasarán el resto de sus días —anunció Bodwyn Wook—. Descarten visitas, auxilio y vínculos de todo tipo. En una palabra, se las tendrán que arreglar solos.
    —No sé si están dispuestos a recibir consejos —dijo Glawen— pero de todas formas se lo daré. Observarán que una empalizada rodea la cumbre. Está rota en algunos puntos y su primera preocupación debería ser reparar los huecos, de lo contrario, serán atacados por visitantes de la selva. Dejaremos una docena de cajas de provisiones; puede que haya más en el antiguo cobertizo que hacía las veces de cocina.
    —¡Y cuando se hayan terminado, moriremos de hambre! —gritó Spanchetta, con voz afligida.
    —Si trabajáis, no —dijo Scharde—. Smonny conoce la rutina. En el exterior, los prisioneros cultivaban; no os costará nada imitarles, y también os dejamos útiles de jardinería y semillas. También hay nueces, legumbres, bayas y tubérculos en la selva, pero es un lugar peligroso. En cualquier caso, pronto aprenderéis los trucos de supervivencia. Los prisioneros de Smonny construyeron nidos en los árboles, con escalerillas que colocaban de noche. Puede que algunos todavía se encuentren en buen estado. En general, descubriréis que la vida en Shattorak comporta un desafío muy interesante.
    —¡La perspectiva es horrible! —gritó Spanchetta—. ¿Es justo que yo, Spanchetta Clattuc, deba trepar a los árboles para dormir segura?
    —Es una prisión única en su género —admitió Scharde—. Podéis escapar cuando os apetezca. Las puertas de la empalizada nunca están cerradas con llave, de manera que el sigilo es innecesario. Cuando queráis escapar, bastará con que crucéis la empalizada, bajéis por la pendiente y os dirijáis hacia la costa.
    —Un consejo muy inspirador —dijo Namour—. Comenzaremos a forjar planes enseguida.
    —Es una pena, madame Zigonie —dijo Chilke a Smonny—, que deba terminar así. Hemos pasado buenos y malos ratos juntos; en una ocasión, me invitó a una cena magnífica, pero luego me metió en esta ratonera. Podemos ir a echar un vistazo, si quiere. Todavía me despierto chillando por culpa de las pesadillas. Además, nunca me pagó mis seis meses de trabajo. Supongo que no está en condiciones de pagar sus deudas, ¿verdad?

    Smonny se limitó a traspasarle con la mirada.

    —Da igual —dijo Chilke—. No le guardo rencor, pese al tiempo que pasé en la ratonera.

    Chilke subió al ómnibus; los demás le siguieron. Los tres prisioneros, muy juntos, siguieron con la mirada al ómnibus hasta que se perdió en la lejanía.



    Capítulo 9
    1


    Los yips se habían marchado de la playa de Marmion, como si jamás hubieran existido los catorce campamentos. Hacia el este, el océano se veía azul y sereno, salvo por unas escasas olas. Las aguas lamían la playa y se retiraban con parsimonia. El viento soplaba entre las palmeras, aunque ya no había nadie que escuchara su susurro. Los yips habían llegado y marchado, sin dejar ni un rescoldo que atestiguara su presencia. Habían sido transportados, desde el primero al último, a las Islas Místicas de la Bahía de Muran, en el planeta Rosalia.


    2


    Glawen y Wayness contrajeron matrimonio en la Casa del Río. Cora Tamm había soñado con una ceremonia tradicional, aderezada con velas, música y el antiguo rito de las alianzas de oro, y sus deseos se habían cumplido. Ahora, en su cabaña provisional construida en su parcela de terreno, al pie de los montes Bolo, Glawen y Wayness planificaron su nuevo hogar. Lo erigirían sobre una suave pendiente junto a un río tranquilo, utilizando muros de tierra apisonada y vigas de madera. En la parte posterior del emplazamiento se alzaban dos retorcidos manzanos llameantes, flanqueados por un par de olmos silvánicos. Mientras esperaban al equipo que pondría los cimientos y levantaría las paredes, plantaron viñedos en la ladera de la colina y un huerto de árboles frutales en un prado próximo.


    3


    Lewyn Barduys visitó por segunda vez los albergues rurales administrados por la Reserva y experimentó un gran alivio al comprobar que su antiguo entusiasmo no era infundado. En esta ocasión, adoptó un punto de vista crítico y tomó minuciosas notas. Descubrió que el encanto de los hostales no se derivaba de misticismos o de las expectativas de los visitantes, sino de técnicas prácticas y consistentes.

    La principal tesis que gobernaba cada hostal era muy concreta: debía integrarse en el paisaje, evitando contrastes de colores, formas discordantes, música u otras diversiones. Comodidad, tranquilidad y buena comida eran esenciales, puesto que su ausencia confundiría a los visitantes. De igual manera, los empleados llevarían uniformes discretos y serían adiestrados para comportarse de una forma seria e impersonal, desprovista de familiaridades o excesos de afabilidad.

    Barduys visitó cada uno de los albergues, y pasó dos o tres días en todos ellos. Esta vez, viajaba solo. Los intereses de Flitz se habían desviado hacia otras cosas.

    A continuación, Barduys regresó de su inspección y dio por concluidos sus negocios en la Estación Araminta. Había asegurado para las Islas Místicas una población que se adaptaba completamente a sus propósitos. Los ex yips eran personas amables, flexibles, con gran encanto físico y aptitud para los ambientes amenizados con música, flores y fiestas que deseaba alentar. También se crearían escuelas y habría amplias oportunidades para la movilidad social, por si alguien quería marcharse de las Islas Místicas. Además, Namour y Smonny habían desaparecido de la faz de la tierra. Barduys, pese a sus antiguos sentimientos, no podía pensar en su hado compartido sin experimentar un escalofrío. Les apartó de su mente y resolvió no volver a pensar en ellos.

    Había llegado el momento de su partida. Mucho trabajo relacionado con Construcciones L-B le esperaba en Zaster, Yaphet, junto a la Estrella Verde de Gilbert. Debía proceder a un examen detenido de sus múltiples empresas. Habría consultas, estudios de posibilidades sobre nuevos proyectos y toda una serie de decisiones ejecutivas. Después, a menos que una emergencia le condujera a otra parte, continuaría hasta Rosalia y el trabajo que se había convertido en su mayor preocupación.

    Egon y Cora Tamm habían preparado una fiesta de despedida para Lewyn Barduys en la Casa del Río. Después de comer, los invitados fueron a sentarse en la terraza. El otoño había llegado a la Estación Araminta; el aire transportaba un leve aroma a humo de leña y hojas muertas. Rayos de sol se filtraban entre los árboles. El río fluía con placidez a un lado, casi debajo de la terraza. Un ambiente suavemente melancólico impregnaba el aire, el cielo y todo el paisaje.

    Las conversaciones se desarrollaban en voz baja, casi con languidez. Entre los invitados, se encontraban habitantes de Stroma: el ex director Algin Ballinder, su esposa Etrune y su hija Sunje; otro ex director, Wilder Fergus, y su mujer, dama Larica: varios amigos antiguos de Wayness, como Tancred Sahuz y Alyx-Marie Swarn. También estaban dama Lamy Offaw y su hijo Uther, el antiguo León Temerario, Scharde Clattuc, Claude Laverty y su esposa Walda. Bodwyn Wook se había sentado algo apartado, con una gorra negra inclinada sobre su frente. Glawen pensó que parecía incómodo, y no exhibía su carácter desenvuelto.

    Durante un rato, los congregados comentaron el aumento sin precedentes de construcciones de viviendas que tenían lugar en el enclave, el cual compensaba muchos retrasos. Dama Lamy afirmó que los errores de bulto, la ofuscación y la ineficacia del Negociado D eran los responsables de los inconvenientes. Sugirió que Lewyn Barduys llamara a Construcciones L-B y pusiera fin al engorro. Barduys aceptó su diagnóstico sobre el Negociado D, pero declinó cortésmente la propuesta. Ahora bien, si dama Lamy le pedía construir una docena más de albergues rurales, estaría encantado de complacerla. Había sitios en Throy que pedían a gritos hostales pequeños y tranquilos. Por ejemplo, en El Brezal de Throop, donde los andoriles jugaban a una extraña variante de los bolos, y también, entre las rocas colgadas sobre Cabo Wale, donde las grandes tempestades del sur arrojaban olas contra los acantilados.

    La propuesta era interesante, contestó dama Lamy con aspereza, pero si Lewyn Barduys se salía con la suya, habría hoteles a intervalos de tres kilómetros a lo largo y ancho de Deucas y Throy, y ¿por qué olvidar Ecce? ¿Los turistas no estaban interesados en monstruos horripilantes?

    Barduys admitió que, sin duda, dama Lamy sabía lo que era más conveniente, y que se dejaría guiar por sus puntos de vista.

    Durante un rato, el grupo siguió sentado en silencio, acunado por la tranquilidad de la tarde. Egon Tamm suspiró y se removió.

    —Los malos tiempos han pasado. No queda nada por castigar y destruir, salvo el Negociado D.
    —Bower Diffin no merece ser ejecutado —dijo Glawen, en referencia al supervisor del Negociado D—, aunque pasarán dos meses antes de que empiecen nuestras obras.
    —Es verdad —resopló Larica Fergus—, pero una buena azotaina le reanimará un poco.
    —¡El presente es ahora! —declamó Uther Offaw, que se estaba preparando como académico en el campo de la filosofía histórica—. ¡El pasado se ha desvanecido y ya parece irreal! Hemos entrado en una edad relajada. Es prudente ofenderse por pequeñas molestias.
    —Ya tengo bastante de emociones —replicó Larica Fergus—. La relajación me complace.

    Uther Offaw contempló el cielo con el ceño fruncido.

    —¿Y cuando la relajación dé paso a la letargía? ¿Cuándo la letargía desemboque en la pereza? ¿Qué será entonces de las más altas virtudes, del romance, del triunfo, de la aventura, de la gloria, del heroísmo?
    —Soy demasiado vieja para tales proezas —dijo dama Larica—. Ayer me caí y me hice daño en la pierna.
    —Despropósitos —interrumpió dama Lamy Offaw—. Hemos tenido un exceso de tragedia. Hasta la mención de su pierna herida es de mal gusto.

    El ex director Ballinder se acarició pensativo su barba negra de pirata.

    —Los recientes acontecimientos han sido espantosos, pero quizá sirvan de catarsis saludable, sobre todo si nuestros descendientes aprenden de nuestro trabajo.
    —Yo soy tu descendiente —dijo Sunje Ballinder a su padre—. ¿Qué es lo que debo aprender?
    —¡Ser siempre honrada, firme y sincera! No adoptar filosofías extravagantes. Evitar cultos exóticos y miasmas intelectuales.
    —Tendrías que habérmelo dicho antes. La suerte está echada.

    Algin Ballinder sacudió la cabeza con tristeza.

    —Me pregunto qué dirás a tus hijos.
    —Sunje es bastante reservada —dijo Alyx-Marie—. Es capaz de esconder sus zapatos para evitar que cometan algún estropicio.

    Sunje estiró sus largas piernas con languidez.

    —No soy nada reservada; más bien lo contrario. Nadie pide mi opinión a causa de mis revelaciones escandalosas. De momento, no puedo por menos que confesar que considero el mundo menos divertido desde que dama Clytie murió. Echo de menos a la vieja búfala.

    Dama Lamy Offaw exhibió una sonrisa remilgada.

    —Aún queda Bodwyn Wook, y sus bufonadas anticuadas. Disfrútalas mientras siga con nosotros; cuando se vaya, no quedará nadie como él.

    Bodwyn Wook se enderezó de un brinco y descargó su puño sobre la mesa.

    —¡Sus palabras han obrado el efecto de un catalizador! ¡En este mismo instante, dimito de mi cargo! ¡La decisión es irrevocable! ¡A partir de ahora, cuando me insulte, insultará a un hombre liberado, de manera que vaya con cuidado!

    El anuncio suscitó una serie de exclamaciones apasionadas.

    —¡Imposible! El Negociado B se convertirá en una cáscara vacía. ¿Quién increpará a los criminales? ¿Quién regañará a los agentes del Negociado B?
    —¡Necesitamos un nuevo superintendente! —gritó Wayness—. ¡Propongo a Rufo Kathcar!
    —Bodwyn Wook está bromeando —dijo con serenidad Cora Tamm—. Quiere acabar con nuestro aburrimiento.
    —Desconfío del viejo cascarrabias —gruñó dama Lamy Offaw, una vieja adversaria de Bodwyn Wook en las reuniones de la Sociedad Horticultura—. Es un maestro en alentar las esperanzas de todo el mundo.
    —Sólo intento una cosa —rugió Bodwyn Wook—. Sumirme en el olvido con discreción, y hasta eso provoca un escándalo.
    —A propósito, ¿dónde está Flitz? —preguntó Egon Tamm a Barduys—. La invitamos, y también a Eustace Chilke. Ninguno de los dos ha venido.

    Barduys sonrió.

    —Flitz y Chilke, al igual que Bodwyn Wook, han dimitido de sus cargos. Chilke es el actual propietario del yate espacial Fortunatus. Comunicó esta circunstancia a Flitz. Hablaron largo y tendido, y al final decidieron convertirse en vagabundos y errar de planeta en planeta.

    Sunje se quedó estupefacta.

    —¿Chilke? ¿Flitz?
    —Sí. Tienen más cosas en común de lo que parece. Espero que un día de éstos se dejen caer por la Estación Araminta y nos traigan noticias de lugares lejanos.

    Más tarde, cuando la mayoría de invitados se habían marchado, Barduys se reunió con Glawen y Wayness en la terraza.

    —Chilke posee el título de propiedad del Fortunatus que dejamos en Ballyloo. Ni Egon Tamm ni Bodwyn Wook protestarán, teniendo en cuenta ciertas concesiones a que he accedido, incluyendo el yate espacial Clayhacker. También les he aconsejado acerca de ciertas propiedades de Titus y Simonetta Zigonie. El Conservador tiene derecho a denunciarles por daños y perjuicios, los causados en Stroma y el acantilado circundante. Son propiedad de la Reserva. Después del juicio, el Conservador podrá vender el rancho Valle de las Sombras por una elevada cantidad, que podrá sumarse a la «fundación» Floreste. Comenté que Construcciones L-B erigirá el nuevo Orfeo en condiciones muy ventajosas. Por estos motivos, Bodwyn Wook ni siquiera se quejó cuando sugerí regalar el Fortunatus a Chilke y Flitz.
    —Ha sido muy generoso por su parte —dijo Wayness.

    Barduys se limitó a agitar la mano.

    —Vamos a hablar de otro detalle, mi regalo de bodas a ustedes dos. Es otro Fortunatus, idéntico al primero. Les está esperando en la terminal espacial de la estación. Deseo que lo disfruten durante los años que compartan. Las llaves y la caja negra están en el despacho del expedidor.
    —¡Es un regalo maravilloso! —tartamudeó Glawen—. No sé qué decir.

    Barduys, que no solía ser muy efusivo, apoyó la mano sobre el hombro de Glawen.

    —Tengo mucho dinero, pero pocos amigos. Entre ellos, se cuenta usted, y ahora Wayness. No necesito mencionar el frío agujero del castillo de Baunsey que compartimos. —Hizo una pausa—. Debo irme, antes de que me ponga sentimental. Por último, les ruego que vengan a verme a Rosalia con su Fortunatus y visiten el albergue del Castillo de Bainsey, cuando se inaugure. Flitz y Chilke han prometido acudir.
    —Nosotros también iremos.

    Pocos minutos después, Egon Tamm se reunió en privado con Bodwyn Wook.

    —No puedo creer que haya dimitido definitivamente de su cargo. ¿Qué va a hacer? Será como un pez fuera del agua.

    Bodwyn Wook hizo un ademán expresivo.

    —Estas conversaciones sobre vagabundos y correrías de un lado a otro me ponen nervioso. Nunca me he desplazado a ningún sitio, salvo unas vacaciones de una semana a Soum, que me condujeron a diez fábricas de cerveza y cuatro templos. Todo el mundo comenta algo sobre la Vieja Tierra. Algunos la ponen por las nubes; otros, me han contado que se quitaron los zapatos para que los limpiaran, y se los robaron al cabo de un instante. He de verlo con mis propios ojos. Cuando vuelva a casa, presidiré el proyecto del Nuevo Orfeo. A fin de cuentas, el gran sueño de Floreste se cumplirá.

    Cora Tamm sacó té recién hecho. El grupo se acomodó en la terraza y contempló la puesta de sol.


    Fin



    Glosario A

    La Gnosis es un sistema filosófico cuasirreligioso desprovisto de organización oficial y jerarquía sacerdotal. Los avaros soumi razonaron que un credo esclarecedor debía ser asequible a toda clase de mentalidades; si se necesitaban especialistas caros para la interpretación, la doctrina debía considerarse inapropiada y poco práctica. Uno de los ancianos designados para seleccionar una doctrina óptima se empeñó en afirmar que «sólo los idiotas accederían a cargar con una religión que les costara todo su dinero, ganado a base de grandes esfuerzos».

    La Gnosis, en sí, no carecía de interés, y comprendía una serie de ideas nuevas. El cosmos, o TODO, como se le conocía, incluía todos los datos y no necesitaba más ayuda en forma de deidad o «motor primario», y así evitaba la necesidad de una clase de intermediarios cara, sacerdotes u otros intérpretes de la voluntad divina.

    TODO existía en la forma de un toro cuatridimensional que giraba a una velocidad constante, de modo que los principios y finales se mezclaban mutuamente de forma constante, y cada ser humano vivía una y otra vez en el mismo cuerpo, perfeccionándose mediante una cuidadosa práctica de las Mejoras, hasta que al final ascendía o descendía, tras lo cual debía pasar por la misma vida de nuevo, una y otra vez, hasta conseguir las adaptaciones satisfactorias y entrar en un nuevo Xoma, que era preciso vivir otra vez en total concordancia con los cánones. En general, la Gnosis se consideraba una doxología alegre y optimista, puesto que la peor consecuencia para un transgresor consistía en repetir uno o dos Xomas.

    Los niños aprendían las Mejoras al mismo tiempo que otras materias, de manera que desde muy temprana edad aprendían a ser educados, pulcros, trabajadores, ahorradores y respetuosos para con sus mayores.

    De vez en cuando, un individuo mostraba rasgos de personalidad extraños o inhabituales, se le tildaba de «grajo silvestre», y sus familiares y amigos solían menear la cabeza con pesar. A menudo, aquellos «grajos silvestres» iban a vivir a un barrio especial de Soumjiana, conocido como Lemuria. En las calles y plazas de Soumjiana, cientos de vendedores asaban salchichas sobre braseros y las ofrecían a los transeúntes; la mayor parte de los salchicheros, músicos y artistas callejeros de la ciudad eran lemurianos.

    En la vida privada, los soumianos solían ser remilgados y melindrosos; su vicio más notable era la afición a la buena mesa. Sus costumbres sexuales eran algo misteriosas. No obstante, la inmoralidad pública incurría en la desaprobación y desencadenaba las habladurías. Los causantes no tardaban en hacerse famosos, y se dedicaban a sus quehaceres habituales fingiendo que nada había sucedido.

    Para un observador extraplanetario era difícil distinguir a las personas acaudaladas de las modestas, pues todo el mundo se esforzaba en adquirir sólo «lo mejor», lo cual significaba productos de larga duración, acabado excelente y prácticos. Sólo era posible discernir a los ricos mediante sutilísimos indicios, y se desplegaba una gran pericia para dar cuenta de la posición social, al tiempo que se evitaba la menor muestra de «pijería»[12]. Todos los soumi, fuera cual fuera su clase, se consideraban damas y caballeros. Una paradoja de la conducta soumi era su entrega exagerada al igualitarismo, combinada con un apoyo simultáneo a una sociedad rígidamente estratificada en veinte niveles diferentes. Estos niveles no están reconocidos de forma oficial, ni definidos por una nomenclatura. Sin embargo, su realidad influye en todos los habitantes, que no cesan de comparar su posición con la de todo quisque viviente. Los soumi insisten en afirmar su superioridad de clase sobre sus inferiores, y se muestran cáusticos y envidiosos hacia los que demuestran su superioridad sobre ellos. Estas tensiones crean una dinámica de competitividad y mantenimiento de comportamientos educados. Los escándalos siempre son bien recibidos, aunque sólo sea porque disminuyen la aceptación social de las personas implicadas, quienes, por una suerte de osmosis trascendental, aumentan la calidad de otra gente.

    El funcionamiento de este sistema misterioso es fascinante. Si se reúne en una habitación a una docena de desconocidos, al cabo de pocos minutos se habrá establecido la jerarquía de clase. ¿Cómo? Nadie lo sabe, excepto los propios soumi.

    Pese a la ausencia de títulos o nomenclatura precisa, el nivel de clase de una persona viene definido con exactitud por una sutil utilización de la tonalidad lingüística, la construcción de una frase o la elección de una terminología apropiada; matices que un oído soumi reconoce al instante. De todos modos, la base manifiesta de la sociedad soumi se expresa en una doctrina casi agresiva, cuyo lema se enseña en los colegios: «Toda persona es igual a otra. Toda persona propende a la Mejora. Toda persona es un modelo de decoro».


    Glosario B: Nomenclatura yip

    Cada yip adulto posee seis nombres, salvo circunstancias especiales. Cuando un yip ha de identificarse, responde con su nombre oficial, por ejemplo, Idris Nadelbac Myrvo. «Idris» es su nombre de nacimiento, elegido a partir de atributos simbólicos. «Nadelbac» es el nombre de linaje, que se deriva del padre. «Myrvo» indica el linaje de la madre. Además, existe el nombre familiar, que sólo utilizan los no yips o personas conocidas, pero no íntimas. Por ejemplo, Idris Nadelbac Myrvo podría utilizar el nombre común, o «público», de «Cario». Había dos nombres más, ambos secretos y de elección propia. El primero definía una cualidad a la que aspiraba la persona, como «el Afortunado» o «el Armónico». El segundo y más secreto de todos era el sexto nombre: el «Ruha». Era también el más importante y, de hecho, el propio portador.

    El «Ruha» destacaba en una costumbre yip muy peculiar. En el centro del antiguo Yipton había una sala cavernosa, el Caglioro.

    Las dimensiones del Caglioro asombraban a los turistas, cuando los guías les conducían por una precaria galería situada a doce metros del suelo; el techo se encontraba a otros doce metros por encima de sus cabezas. Desde aquel punto privilegiado, los turistas dominaban una zona de enorme amplitud, abarrotada de yips, acuclillados alrededor de diminutas lámparas parpadeantes. Los turistas siempre se quejaban del terrible hedor, y hablaban del «Gran Tufo». Sin embargo, siempre reparaban con estupor en la alfombra de carne humana tendida bajo sus pies, iluminada apenas por las lamparillas parpadeantes. Inevitablemente, preguntaban a su guía:

    —¿Para qué viene esa gente? ¿Por qué se acuclilla en la oscuridad?
    —No tienen nada mejor que hacer —solía ser la respuesta.
    —¡Pero están haciendo algo! Da la impresión de que se mueven o agitan; se ve gracias a la luz de esas lamparillas.
    —Vienen a encontrarse con sus amigos, comprar pescado y jugar. Es su obsesión.

    Si el guía estaba de buen humor, o si esperaba una generosa propina, describía el juego.

    —No siempre es un juego despreocupado. A menudo, adquiere cierta intensidad. Las apuestas se hacen con monedas, herramientas o peces, cualquier cosa de valor. Cuando un jugador inexperto o desafortunado lo pierde todo, ¿qué utiliza como recurso desesperado? Ofrece un fragmento de su Ruha, es decir, de sí mismo. Si gana, vuelve a estar completo. Si pierde, y cuando se es inexperto o desafortunado suele pasar, se va con sólo una cuadragésima parte de sí mismo, las fracciones admitidas en que se puede dividir una Ruha.

    »Esta deficiencia se expresa mediante un cordel blanco que se ata al pelo de la nuca. Cuanto más pierde, y más fragmentos de su ser se dispersan por todo Yipton, más cordeles blancos cuelgan sobre su espalda. Cuando pierde las cuarenta partes de su Ruha, pierde todo su ser y ya no se le permite jugar. Se le llama “Sinnombre” y se le arrincona en un lado del Caglioro, desde donde observa la escena. Su Ruha ha desaparecido; ya no es una persona. Sus cuatro primeros nombres carecen de sentido, al tiempo que su maravilloso quinto nombre se ha convertido en una broma espantosa.
    »En el suelo del Caglioro, se inicia otro proceso: las negociaciones entre los poseedores de las diferentes partes de la Ruha, para ver quién se adueña del conjunto. El regateo es difícil a veces, en otras fácil. En ocasiones, las partes se utilizan para apostar, pero al final, el Ruha acaba en posesión de un solo individuo, que a partir de ese momento mejora su posición social. El “Sinnombre” se convierte en un esclavo, aunque ningún compromiso le ata con su amo. Ni obedece órdenes ni hace recados. Es aún peor: ya no es un hombre completo. Su Ruha se ha integrado en el alma de su amo. No es nada: antes de morir, ya se ha convertido en un fantasma.
    »Sólo hay una vía de escape. Los padres o los abuelos del hombre pueden ceder sus Ruhas al acreedor, para que la primera Ruha sea devuelta a su propietario. Vuelve a ser un hombre completo, libre para jugar cuando quiera en el suelo del Caglioro.


    Notas

    [1] Hacía mucho tiempo que se habían perfeccionado las técnicas biológicas de introducir sin peligro nuevas especies en entornos alienígenas.

    [2] Negociado A: Documentación y estadísticas
    Negociado B: Vigilancias e inspecciones; servicios de policía y seguridad
    Negociado C: Taxonomía, cartografía, ciencias naturales
    Negociado D: Servicios internos
    Negociado E: Asuntos fiscales; exportaciones e importaciones
    Negociado F: Alojamiento de visitantes

    [3] Colaterales: sólo cuarenta Wook, Offaw, Clattuc, Diffin, Laverty y Veder podían ser nombrados «Agentes de Cadwal». Los excedentes se convertían en «colaterales» (co-Wook, co-Laverty, co-Clattuc, etc.), y al cumplir veintiún años se les expulsaba de su casa de nacimiento y buscaban fortuna en otra parte. Este desenlace siempre ocasionaba dolor, en ocasiones furia y, a menudo, desembocaba en el suicidio. La situación recibía los calificativos de «brutal» y «despiadada», sobre todo por parte de los VPL de Stroma, pero resultaba imposible encontrar otro remedio o método mejor dentro de los límites de la Carta, que definía a la Estación Araminta como agencia administrativa y núcleo comercial, pero no como enclave residencial.

    [4] CCPI: Compañía de Coordinación Policial Interplanetaria, a menudo descrita como la única institución importante de la Extensión Gaénica. El poder de la CCPI era inmenso, si bien cuidadosamente controlado y vigilado por la Rama Especial de la CCPI. En las escasas ocasiones en que un agente de la CCPI era declarado culpable de corrupción o abuso de poder, no era reprendido, degradado o expulsado, sino ejecutado. Como resultado, el prestigio de la CCPI era altísimo en todas partes.

    El negociado B de la Estación Araminta estaba afiliado a la CCPI, y los miembros cualificados del Negociado B se convertían, en la teoría y en la práctica, en agentes de la CCPI.

    [5] Un grosero detractor ha descrito a Bodwyn Wook sentado en su enorme butaca como «un viejo mono amarillo atisbando desde un barril». De todos modos, sus órdenes se desobedecían muy pocas veces, y nadie se jactaba de haberse burlado de Bodwyn Wook. Corría otro comentario en el sentido de que «cuando Bodwyn Wook te está tomando el pelo, sus párpados caen y una expresión soñadora se extiende sobre su rostro, como un niño mongólico chupando una teta de azúcar».

    [6] Gnosis: véase Glosario A, al final del libro.

    [7] Una circunstancia cuyo origen se ha descubierto en factores dietéticos, en concreto, la presencia de almejas aracnoides negras en la dieta yip.

    [8] Ump: guardia de élite al servicio de Umfau de Yipton.

    [9] El doble gobierno incluía, primero, la Asociación de Propietarios, que representaba a los rancheros y arbitraba sus diferencias, y segundo, la Junta de Normas Civiles, que gobernaba al resto de la población. Ninguna institución reconocía la jurisdicción de la otra, y cada una alardeaba de poseer la máxima autoridad. Personal de enlace no oficial conseguía que ambos sistemas trabajaran con aceptable eficacia, y de hecho, nadie deseaba asumir la responsabilidad total.

    [10] Si se pedía a un yip que desistiera de esa forma de conducta, su reacción consistía en una conformidad perpleja, al tiempo que sonreía con afabilidad. Si las recriminaciones persistían, el yip, sin dejar de sonreír, se alejaba furtivamente, con la esperanza de evitar más protestas incomprensibles.

    [11] Véase Glosario B.

    [12] «Pijería»: intraducible, aunque más o menos equivalente a «manifiesta vulgaridad», o «exhibición evidentemente absurda e inapropiada», como llevar una indumentaria cara cuando no se debe, o pasear adornos extravagantes.



    Crónicas de Cadwal - 4
    Título original: Throy
    Traducción: Eduardo G. Murillo
    © 1992 by Jack Vance
    © 1994 Ediciones Martínez Roca S.A.
    Enric Granados 84 - Barcelona
    ISBN: 84-270-1882-7

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    Sets predefinidos de Colores

    Set 1 - Tonos Grises, Oscuro
    Set 2 - Tonos Grises, Claro
    Set 3 - Colores Varios, Pasteles
    Set 4 - Colores Varios

    Sets personal de Colores

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