KUWAIT, INSÓLITA FABRICA DE PETRODÓLARES
Publicado en
abril 12, 2017
Es un país del tamaño de un sello de correos, torturado por sofocantes tormentas de arena y altas temperaturas. Sin embargo, gracias al oro negro del subsuelo, una máquina de miles de millones de dólares proporciona ahí fortuna y seguridad.
Por Christopher Lucas.
ES VIERNES, día de descanso de los musulmanes. Tres millonarios árabes vestidos con túnicas reposan con las piernas cruzadas sobre una estera de plástico en el desierto kuwaití; beben refrescos enlatados y comen bocados de caviar con hojas de lechuga. Atrincherados como los colonos del Oeste norteamericano, se rodean de dos Cadillacs, un Rolls-Royce, un Mercedes y un Porsche de cuyos aparatos estereofónicos sale el estruendo de melodías "disco" y música árabe.
Aun con tales paradojas, Kuwait es la quinta esencia de los estados petroleros árabes. Es diminuto, muy rico y muy próspero; además, la mayor parte de sus 1,3 millones de habitantes parece feliz.
Confinado en las más septentrionales e inhóspitas regiones del golfo Pérsico, torturado por sofocantes tormentas de arena y altas temperaturas, Kuwait tiene 17.819 kilómetros cuadrados de mísero desierto apretujado entre Irak y Arabia Saudita; es un país tan pequeño que se ocupan apenas dos horas para atravesarlo en coche; sin embargo, este mini estado tiene rentas de 21.000 millones de dólares anuales. Su ingreso per cápita es formidable: 16.600 dólares.
Beneficiarios de uno de los más espectaculares golpes de suerte de la historia, los kuwaitíes (humildes descendientes de andariegos beduinos, comerciantes, navegantes y buscadores de perlas) se encontraron con que vivían sobre el depósito de petróleo más rico de la Tierra. Por ser de los mayores exportadores mundiales de petróleo, Kuwait representa una de las fuerzas decisivas dentro de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), y es una temible potencia financiera mundial; sus 45.000 millones de dólares invertidos en otros países pueden provocar turbulencias en los mercados de valores; del mismo modo, pocas operaciones internacionales crediticias se inician de modo satisfactorio sin el respaldo kuwaití.
Pese a mantener su austeridad musulmana, un firme conservadurismo y un inequívoco rumbo capitalista, los enormes beneficios petroleros de Kuwait alcanzan hasta al más humilde ex pastor de camellos. Sin duda, la dinastía gobernante al-Sabah, imaginativa y de amplias miras, sustenta el régimen de asistencia y seguridad social más completo de nuestro planeta.
La instrucción escolar y los servicios médicos son gratuitos. La alimentación y la vivienda están subvencionadas. Todos los kuwaitíes tienen garantizado un empleo con buen salario y jubilación justa. El galón de gasolina (3,78 litros) sólo cuesta 27 centavos de dólar. Las llamadas telefónicas son gratuitas. Y lo mejor de todo: los ciudadanos no pagan impuestos.
Sitiada por un mar de arena, la ciudad de Kuwait es una bulliciosa metrópoli formada por 80 kilómetros cuadrados de extensos bulevares con palmeras, prados con buena irrigación, modernos rascacielos y puntiagudos minaretes de medio millar de mezquitas. En una visita reciente, vi que algunas mujeres se quitaban con naturalidad sus negras túnicas abaya, y mostraban los vestidos de Lanvin o de Kenzo que traían debajo; después, se disponían a regatear con gran vigor los precios de la mercancía de algún joyero italiano o de un vendedor de relojes suizos. Con una inflación interna menor del 10 por ciento, los negocios marchan bien.
UN REGALO DE JEQUE
Los kuwaitíes, verdaderos hijos del desierto, altos y de nariz aguileña, son duros, pragmáticos, hospitalarios en grado máximo y herederos en mucho de un soberbio pasado. Su nación data de principios del siglo XVIII, cuando una tribu beduina —la sabah— escapó de una terrible sequía en el Nejd interior de la península arábiga, emigrando a un promontorio del Golfo, donde construyó una fortaleza o pequeño kut (Kuwait es un diminutivo de esta palabra). Para 1756, el clan sabah eligió a su primer emir, jeque Sabah bin Jaber, cuyos descendientes gobiernan hasta la fecha.
Dotado de un puerto bien resguardado y de agua potable, Kuwait prosperó. Antes de un siglo, sus naturales estaban fletando los veleros de madera de teca más rápidos del mundo árabe; una flota de 700 barcos perleros rastrillaba los remotos confines del Golfo, mientras un centenar de veleros comerciaba por toda la zona. Kuwait, por hallarse estratégicamente situado en las encrucijadas de Oriente Medio, se convirtió en el intermediario comercial entre Africa Oriental, Asia y Europa.
Luego, en 1938, la Kuwait Oil Company, consorcio formado por la Anglo-Iranian Oil (ahora British Petroleum) y la Gulf Oil, de propiedad estadounidense, descubrió el prodigioso campo de petróleo de Burgan, de 966 kilómetros cuadrados, uno de los más productivos de la Tierra. Poco después de que el petróleo empezara a fluir, el difunto jeque Abdullah al-Salem al-Sabah hizo un discreto anuncio: "Queremos y podemos lograr que nuestro pueblo sea feliz". Su frase, concisa y digna, se convirtió en la piedra angular de la política nacional.
Mientras otras naciones productoras de petróleo dormitaban, los Sabah de Kuwait invertían miles de millones en carreteras, escuelas, viviendas y hospitales, así como en enormes plantas para generar electricidad y desalar el agua del Golfo. Protectorado británico desde 1899, Kuwait proclamó su soberanía en 1961 y, 14 años después, tomó el control de su industria petrolera. Hoy, Kuwait tiene reservas comprobadas de 72.000 millones de barriles: el 10 por ciento del petróleo que queda en la Tierra.
Una escena cotidiana de la riqueza de Kuwait: estacionamientos con autos de 100.000 dólares.
FONDOS PARA EL FUTURO
¿Cuáles son los beneficios del kuwaití medio? Un fin de semana visité a Abdul Aziz Husseirt, a su mujer y sus dos hijas. Hussein, ingeniero de Petróleos del Gobierno, gana 3.000 dólares libres de impuestos al mes, tiene 30 años, y podrá jubilarse a los 45 con el salario completo. Su casa, de tres dormitorios y aire acondicionado, es atendida por una criada de tiempo completo de Sri Lanka. Hussein abona al Gobierno 240 dólares mensuales por la hipoteca (sin intereses) de 110.000 dólares. Posee dos coches, dos televisores de color, dos equipos de alta fidelidad, un refrigerador, un lavaplatos y una lavadora. La casa tiene teléfonos por todas partes, pisos cubiertos de alfombras indias y persas, y modernos muebles italianos.
Como muchos kuwaitíes, Hussein y su familia viajan una o dos veces por año al extranjero, casi siempre a Europa, donde proyectan construir una casa. El éxodo masivo se ha convertido, de hecho, en una costumbre: durante junio y julio, los meses más calurosos, gran parte de la población está fuera.
—¿Qué hace aquí la gente durante la temporada de calor? —pregunté una vez a un taxista.
—En realidad no lo sé —replicó, encogiéndose de hombros—. Por lo general yo me voy a París.
Sí, es la buena vida. Porque el emir, jeque Jaber al-Ahmad al-Sabah, se ha hecho cargo en persona del bienestar futuro de todos los kuwaitíes. De poco más de 50 años, el brillante y barbado jerarca es un ex ministro de finanzas, primer ministro y fuerza conductora del Gobierno de Kuwait. Ali al-Mousa, subsecretario del Ministerio de Planificación, comenta: "Nos damos cuenta de que nuestro petróleo es limitado y de que debemos actuar ahora para asegurar una continua y segura fuente de ingresos a nuestros descendientes".
Uno de los instrumentos clave es el Fondo para las Generaciones Futuras, que recauda cada año el 10 por ciento de todos los ingresos del Gobierno, y tiene ahora unos 23.000 millones de dólares cuando menos. Como además las inversiones kuwaitíes de excedentes de capital tienen un valor de 22.000 millones de dólares, el dinero del Fondo se invierte en el exterior en bienes inmuebles, acciones seguras, y otras materias que son igual de redituables.
Entre tanto, el jeque Ali Khalifah, ministro de Petróleos, ha reducido en un 25 por ciento la producción del mismo para preservar el recurso natural de la nación. Asimismo, multiplica los beneficios del petróleo extraído. Kuwait construyó hace poco una inmensa planta licuante de gas que costó 1.200 millones de dólares, sigue aumentando su impresionante flota de 66 barcos y buques cisterna, y dentro de tres años tendrá capacidad para refinar 750.000 barriles diarios, es decir la mitad de cuanto extraiga. Conciente de sus limitaciones industriales, puesto que no tiene materias primas —fuera del petróleo y el gas— ni suficiente mano de obra nativa, Kuwait construye en contrapeso una avanzada economía de servicios de alta tecnología. Para mantener en movimiento los miles de millones capitalizados, planea desarrollar el comercio tradicional mediante la expansión de sus nueve prósperos bancos, sus casas financieras y de seguros, y sus empresas de equipos, comunicaciones y asesoramiento comercial.
DOBLE PRIMACÍA
Pero, ¿quién llevará a cabo todas estas ideas ambiciosas? Una de las más importantes paradojas de Kuwait en este momento, es que los kuwaitíes se ven superados en número, en una relación aproximada de seis a uno, por los trabajadores extranjeros (que en su mayoría son palestinos, luego egipcios, sirios, iraquíes, iraníes, hindúes y otros): una masa desarraigada que incluye desde barrenderos hasta investigadores científicos. El resultado de la inmigración ha sido el establecimiento de una sociedad arremolinada y cosmopolita de 117 nacionalidades, en la cual los forasteros constituyen un 74 por ciento de la fuerza laboral, mientras los nativos ocupan el 54 por ciento de los empleos gubernamentales existentes.
La flor y nata nacional guarda con celo sus privilegios, y según el doble criterio del país, un ordenanza kuwaití del Gobierno ganará unos 740 dólares al mes, mientras que un extranjero recibirá sólo 370. Aunque ganan mucho más en Kuwait que en su propia tierra, los de fuera tienden a considerarse ciudadanos de segunda clase, lo cual puede estar incubando posibles resentimientos.
Una paradoja más inquietante es que los opulentos kuwaitíes (muchos llevan apenas una generación fuera del desierto) tienen una tasa de analfabetismo extremadamente alta: 44,6 por ciento. En cambio entre los expatriados sólo el 28,9 por ciento es analfabeto.
Por esta razón Kuwait, con enorme empeño, está invirtiendo el 16,5 por ciento del presupuesto nacional en dos terrenos privilegiados: instrucción escolar y sanidad. En los dos últimos decenios, el número de aulas escolares se ha multiplicado por nueve. Mientras tanto, la Universidad de Kuwait, fundada hace sólo 15 años, ha visto crecer su presupuesto de 5 millones de dólares al año en 1966, a 144 millones tiempo después; los mejores estudiantes kuwaitíes obtienen becas para la universidad extranjera que elijan, de preferencia estadounidense, británica o de algún país árabe (hay en el presente unos 3.000 de estos educandos fuera de su país, con becas de 2.000 dólares mensuales). Al mismo tiempo, el Gobierno mantiene 125 centros educativos para adultos, en donde cerca de 30.000 personas mayores igualan su nivel educacional al de sus hijos. Bajo semejante ataque frontal, el analfabetismo se está reduciendo en casi un siete por ciento cada año.
La campaña de sanidad pública de Kuwait ha sido similar en intensidad. El programa, de 360 millones de dólares al año, suministra asistencia médica y mantiene a más de 1.600 médicos, ocho hospitales con 3.850 camas y toda una colección de clínicas menores. El gran Hospital Al-Sabah, con 1.400 camas, puede afrontar desde un trasplante de riñón a una cirugía del cerebro o de corazón. Si Al-Sabah o cualquiera de los excelentes hospitales de Kuwait no se da abasto, el enfermo viaja en avión (en forma gratuita, claro) a Londres, para ser atendido por los mejores especialistas de Gran Bretaña, en la clínica de la calle Harley, con 55 camas, que pertenece por entero a la pequeña nación petrolera.
Además, como la desnutrición, la poliomielitis, la tuberculosis, el cólera y la lepra han sido erradicados recientemente, y ya no representan un riesgo para la salud pública, la población crece en un 6,1 por ciento cada año.
NI CORREDORES DE APUESTAS NI BARES
Los admirables kuwaitíes también han invertido miles de millones en el desierto que los rodea. A menos de media hora en coche desde la ciudad de Kuwait, hay 16 granjas comerciales con 12.000 vacas frisias blancas y negras, unas 350.000 ovejas y cabras nómadas, y bandadas de aves de corral lo bastante numerosas para producir 67 millones de huevos y 5.300 toneladas de carne de pollo cada año. Las vacas producen cerca de 30.300 litros de leche al día, o sea el 20 por ciento del consumo.
Treinta kilómetros dentro del desierto, en Sulaibiya, regadas con aguas de albañal recirculadas, unas 930 hectáreas de alfalfa crecen con tal rapidez que deben segarlas 10 veces al año. Sulaibiya también produce cebada, repollos, tomates, espinacas y sandías. Dentro de 10 años, Kuwait estará cultivando sus propias verduras.
Sin embargo, ahí no sólo se trabaja y reza. Con tanto dinero en torno, hay alguna oportunidad de entretenerse. La televisión, por ejemplo, transmite los programas de Starsky y Hutch, Columbo, y, claro, Dallas. Kuwait difunde por dos canales, sólo en color, 80 horas a la semana, con dos interrupciones al día para el Corán. Todos los programas son censurados, lo mismo que las películas de los 10 cines de Kuwait. Están prohibidos los besos y los bikinis (ambos ofenden al Islam), también las malas palabras.
Para los jóvenes modernos esto sería un mal negocio. Los hipódromos del desierto no tienen corredores de apuestas. No hay bares, y se desaprueban las citas públicas. Persisten, no obstante, tres centros nocturnos; cada uno con una orquesta. Pero como el Islam se opone al baile occidental (evitar el contacto público entre los sexos), y la bebida se restringe a sidras sin alcohol, estos sitios nunca llegan a ser antros de depravación.
En el fin de semana musulmán, la vida se reanima. En las tardes de los jueves, una multitud rugiente conduce autos, toca las bocinas, deslumbra con los faros, baja por la Carretera del Golfo paralela al mar, y se interna en el desierto. El viernes, con más serenidad, estaciona los autos en la playa: uno al lado del otro, kilómetro tras kilómetro, de cara al Golfo. Con los aparatos estereofónicos de sus coches a todo volumen, estos descendientes de intrépidos buscadores de perlas se despojan de la ropa, y fuego se dan un pequeño chapuzón de tanteo en las fangosas aguas de color marrón, mientras sus mujeres reposan, envueltas en sus abayas, en butacas plegables. Si hay una tormenta de arena, pueden cerrar las ventanas y quedarse en casa, tener una tradicional reunión dewania (té, charla, sólo para hombres), llamar por teléfono a sus amigos, o sentarse y contar su dinero.
LA FRÁGIL CUERDA FLOJA
Todo lo cual no quiere decir que los kuwaitíes no tengan preocupaciones. Las tienen: de perder su riqueza, de la seguridad interna, de ser una minoría en su propio país. También les preocupan los vecinos belicosos e inestables como Irán e Irak, y las superpotencias que podrían aplastar a Kuwait en un instante con su gigantesco cascanueces. Por tanto, ¿cómo puede el pequeño y vulnerable Kuwait sobrevivir, situado en el mismo centro del barril de pólvora de Oriente Medio? ¿Cómo puede proteger sus miles de millones? No, por cierto, mediante su potencia militar... raquítica fuerza de 14.000 hombres.
"Nuestra mejor defensa nacional es el Ministerio de Relaciones Exteriores", dice Ra'ouf Sh'houri, director administrativo del periódico Al Qabas. "Es cometido de Kuwait contener y contribuir al relajamiento de las muchas amenazas y los extremismos presentes en el área, propiciar un clima de libertad y mantener el equilibrio que nos permite prosperar en paz".
Kuwait, en marcha sobre una frágil cuerda floja, permanece escrupulosamente no alineado, con el programa de ayuda exterior más generoso del mundo. Kuwait regala o presta entre el 5,3 y el 7,5 por ciento anual de su producto nacional bruto.
Además, el pueblo kuwaití aún no se aleja demasiado de sus temibles orígenes beduinos. Y quien ha sobrevivido en el desierto casi desde el principio de los tiempos, podrá también conservar el control de una multimillonaria máquina productora de petrodólares.