LE MANS, UNA CARRERA PARA RECORDAR
Publicado en
marzo 31, 2017
Cuando Jean Rondeau pensó por primera vez en inscribir su coche en la ruda prueba de Le Mans de 1980, todos lo consideraban soñador y tonto... pero cambiaron de opinión después de aquel circuito.
Por Catherine Galitzine.
CON UN atronador rugido de motores, 55 autos-prototipo cruzan la línea de partida en la pista de Le Mans. Son las 4 de la tarde del 7 de junio de 1980. La cuadragésima octava versión de Las 24 Horas de Le Mans, la más dura prueba automovilística mundial de resistencia, da principio. Bajo amenazantes nubes negras, una multitud de 70.000 personas bordea los ocho kilómetros del circuito. Hay una atmósfera de ansiedad, aun cuando todo el mundo supone que la carrera será un festival para los Porsche. No menos de 23 prototipos llevan los colores de esa gigantesca empresa alemana. Así el legendario Jacky Ickx, conductor del Porsche número 9, ya cuenta con obtener su quinta victoria en Le Mans.
Por su parte Jean Rondeau, quien tiene 34 años y es un aficionado constructor de autos de carrera de Le Mans, está decidido a derrotar a los Porsche conduciendo uno de sus propios coches; el Rondeau número 16. Pero son pocos los que toman en serio el reto de este desconocido artesano que, con la ayuda de algunos amigos, ha fabricado tres autos en un modesto taller.
Sin causar sorpresa a nadie, Ickx toma la delantera con su Porsche. A menos de dos minutos de comenzada la competencia, Rondeau ya está tratando de prevenir un desastre. El vapor, generado por los neumáticos calientes sobre la pista empapada de lluvia, le impide ver más allá de la nariz de su coche. De pronto, dos automóviles se estrellan delante de él. Yendo a 300 k.p.h., Rondeau golpea un pedazo de escombro; se produce un horrible ruido; el vehículo pierde velocidad y termina cruzado en la pista. ¿Acabará aquí el sueño de toda una vida?
Jean Rondeau tenía tres años de edad cuando su padre, un tenedor de libros de Le Mans, comenzó a llevarlo a ver Las 24 Horas. Transcurría el tiempo; Rondeau pasaba la mayor parte de sus horas libres dibujando autos de carrera y leyendo todos los libros y revistas sobre automovilismo deportivo que podía encontrar. A los 12 años condujo por primera vez un coche. Luego de aprobar su bachillerato técnico a los 18, Rondeau, un muchacho alto y de cabello oscuro, encontró un trabajo como viajante vendedor de ropa.
En 1966, a los 20 años, adquirió su primer carro, un Renault Gordini. En este comenzó a adiestrarse por su cuenta para conducir en competencias. Para sus viajes, elegía los tramos de algún circuito de carreras; dejaba las ropas en algún escondite, recorría el camino diez veces a 180 k.p.h. y regresaba a recoger su mercancía.
Para 1970 habría de participar en un concurso patrocinado por la escuela de conductores de carrera, Western Automobile Club. Ante el asombro general, llegó a las finales, adjudicándose el derecho de intervenir en las grandes pruebas, Las 24 Horas de Le Mans inclusive. En 1974, conduciendo el Porsche del propietario del garaje, terminó por primera vez la competición de Le Mans en el decimoctavo lugar. Sin embargo, una serie de accidentes, algunos casi fatales, le enseñaron pronto que nadie cede un coche en óptimo estado a un novato como para que este pueda destacar en una carrera. Debido a eso resolvió fabricar en 1975 un coche capaz de competir en Las 24 Horas.
Varios mecánicos y aficionados al automovilismo deportivo, miembros todos ellos de una asociación promotora de carreras de autos, denominada ATAC (por sus siglas en francés), aceptaron ayudarlo en la empresa. Lo que necesitaba ahora era dinero: por lo menos un millón de francos.
Rondeau visitó casi 1.000 empresas en el lapso de un año buscando patrocinador. La mayor parte de la gente con la que se entrevistó lo consideraba un tonto o un soñador. Al fin halló un ejecutivo lo suficientemente perspicaz como para tomarlo en serio. El hombre era Charles James, presidente de Inaltera, la tercera compañía francesa de papel tapiz para paredes. Con un presupuesto para publicidad de 2,5 millones de francos, James contrató un equipo de la ATAC con Rondeau como director técnico para que fabricara dos autos. Su objetivo: entrar en la prueba de Las 24 Horas.
Aun cuando esta aspiración parecía modesta, el jefe de la firma de automóviles Matra, Jean-Luc Lagardere, contratado como asesor, la calificó de inmediato como "imposible". Dos millones y medio de francos es una cantidad ridícula en el automovilismo deportivo, advirtió. Entre los miembros de la ATAC, sólo uno tenía experiencia en la carrera. Y comenzar a construir dos autos apenas 200 días antes de la competencia, parecía tontera. Además, ningún fabricante de automóviles había logrado terminar la carrera de Le Mans en su primer intento.
En dos semanas, Rondeau terminó los diseños del coche. Trabajando 18 horas al día durante siete días a la semana en los seis meses siguientes, Rondeau y sus amigos completaron apenas a tiempo dos prototipos para participar en la prueba de Le Mans de 1976.
Fue una actuacién sin precedentes en dicho circuito: uno de los coches Inaltera de Rondeau terminó en el vigesimoprimer lugar; el otro ¡en el octavo! Y lo más increíble: al año siguiente fueron inscritos tres Inalteras en Las 24 Horas y todos terminaron la prueba.
Pocas semanas después de la carrera de 1977, sin embargo, ocurrió algo terrible: James se retiró de Inaltera y su sucesor abandonó las competencias automovilísticas. Rondeau se vio privado súbitamente de sus tres prototipos y de todas las herramientas y repuestos.
Sin equipos ni taller, estaba en la ruina. Amargado y sin dinero, Jean sufrió una profunda depresión durante varias semanas. Más tarde, con la ayuda de sus amigos, se recuperó.
Muy pronto estuvo diseñando un nuevo coche, el Rondeau 378. En enero de 1978 consiguió un préstamo por 300.000 francos de la fábrica de rodamientos SKF. La ciudad de Le Mans le prestó un taller. Todos sus antiguos abastecedores convinieron en proveerlo de repuestos y herramientas. A su vez, cinco ex miembros de la ATAC se presentaron como voluntarios para trabajar con él sin paga. Resultado: de los cuatro Rondeaus que participaron en Las 24 Horas de 1978 y 1979, tres llegaron a la meta.
En 1980, un empréstito de tres importantes empresas por 1,8 millones de francos permitió que Rondeau construyera el modelo de 1980. Perfeccionado en sumo grado, tenía 30 h.p. adicionales que le daban una velocidad máxima de 340 k.p.h. Además, sólo consumía 38 litros por cada 100 kilómetros; casi 20 menos que el Porsche, lo que ahorraba al Rondeau de tres a cuatro paradas de dos minutos y medio cada una para reabastecerse de combustible.
DESPUÉS que Jean superó la peligrosa situación registrada en los primeros dos minutos de la carrera de 1980, pudo mantener su Rondeau número 16 a sólo dos vueltas del cuatro veces campeón Jacky Ickx, quien conducía el Porsche 9. A las 9 de la mañana, el segundo de los tres Rondeaus, el 15, había avanzado al segundo lugar.
Arriesgando por un minuto, estos conductores realizan una peligrosa carrera. Pero a la medianoche, habiendo transcurrido 8 de las 24 horas de la carrera, Rondeau se percata de que el coche de sus colegas, el número 15, pierde velocidad y esparce una columna de humo azul. A la 1:05 de la madrugada el anunciador informa que el 15 abandona la prueba. Rondeau y su copiloto, Jean Pierre Jaussaud, sienten entonces que pueden derrotar al Porsche de Ickx.
A lo largo de esa exhaustiva noche, los pilotos del Rondeau 16 ponen todo lo que está a su alcance en la carrera. A pesar de su talento y la potencia de su coche, Ickx no puede quitárselos de encima.
A primera hora de la mañana del domingo, los boletines de las radioemisoras dan la increíble noticia: un constructor desconocido de Le Mans está amenazando al invencible Ickx. Pronto los periodistas no hablan más que del duelo entre "David" Rondeau y "Goliat" Porsche.
Poco antes de las 10 de la mañana, el Porsche 9 queda inmovilizado al romperse un mecanismo de los engranajes. Durante la reparación, que tarda 27 minutos, el dúo Jaussaud-Rondeau acumula una ventaja decisiva: cinco vueltas. A medida que transcurre la mañana, una apretada multitud ansiosa colma las tribunas.
A la una de la tarde ocurre la tragedia. En medio de una lluvia torrencial, el auto de Rondeau salta el muro de contención. Da varios giros y luego se queda inmóvil, atravesando la pista. El motor está ahogado. Mientras los otros coches lo eluden a 150 k.p.h., Rondeau acciona nervioso el arranque. De pronto, el motor revive llenando con sus rugidos la cabina. Aún continúa en la lucha.
Durante las horas finales de la carrera, tanto el Rondeau como el Porsche de Ickx se detienen varias veces para cambiar neumáticos a fin de enfrentar en buenas condiciones las cambiantes condiciones de la pista. Asumiendo un gran riesgo, el Rondeau 16 hace menos paradas. A las 3:56, cuando sólo quedan cuatro minutos, el Rondeau, con Jaussaud al volante, lleva una ventaja de siete minutos. En la plataforma, algunos miembros de su equipo lloran de alegría.
Cuando el Rondeau dobla la última curva, ocurre algo sin precedentes en la historia de Le Mans. Una enorme multitud que grita y saluda, se avalanza sobre el coche impidiendo el paso en la pista.
Pálido, con el corazón latiéndole alocado, Rondeau y su copiloto tratan de que la muchedumbre se aleje. Envuelto por una marea humana, Jaussaud —con Rondeau caminando junto al auto— cubre los últimos agonizantes 50 metros a paso de tortuga.
Por fin, el hombre de la bandera a cuadros la baja ante el auto número 16, proclamando así su victoria. Sólo entonces, el aficionado constructor de autos de carrera de Le Mans admite en su interior: Soy el hombre más feliz del mundo. Y en efecto, tiene toda la razón para serlo. Jean Rondeau es el único conductor que ha ganado en Le Mans con un coche construido por sí mismo.
Ante miles de exaltados concurrentes, los dos ganadores reciben sus trofeos de victoria y un cheque por 160.000 francos. No obstante, el verdadero premio para el público es el mensaje de esperanza que lleva implícito el triunfo. Consagra el valor y la determinación de un hombre que ha obtenido la victoria en un escenario despiadado que siempre había sido considerado dominio exclusivo de las grandes empresas automovilísticas. Como tal, Jean Rondeau se convirtió en uno de los grandes campeones, tanto en el automovilismo deportivo como en la vida.