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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
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  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
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  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


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    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



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    LA INVASIÓN (Katherine A. Applegate)

    Publicado en diciembre 14, 2016

    Capítulo 1


    Me llamo Jake. Es mi nombre de pila, naturalmente. No puedo deciros mi apellido. Sería demasiado arriesgado. Los controladores están por todas partes. Por todas partes. Y, si supieran mi nombre completo, podrían encontrarnos a mí y a mis amigos, y entonces… bueno, digamos simplemente que no quiero que me encuentren. Lo que hacen con la gente que se opone a ellos es demasiado horrible para pararse a pensarlo.

    Ni siquiera os voy a decir dónde vivo. Tenéis que confiar en mi palabra cuando os aseguro que se trata de un lugar real, de una ciudad real que incluso podría ser la vuestra.

    Si escribo todo esto es para que otras personas conozcan la verdad. Quizás así, la raza humana logre encontrar un modo de sobrevivir hasta que los andalitas vuelvan para rescatarnos, tal como prometieron que harían.

    Quién sabe.

    Antes mi vida era de lo más normal. Al menos lo fue hasta aquel viernes por la noche en el centro comercial.

    Estaba allí con Marco, mi mejor amigo. Como de costumbre, habíamos ido a jugar con los videojuegos y a dar una vuelta por aquella tienda tan buena donde venden libros de cómics y cosas así. Lo de siempre.

    Marco y yo nos habíamos quedado sin monedas justo cuando él me sacaba un montón de puntos de ventaja. Podría decirse que los dos somos igual de hábiles jugando. Yo tengo una Sega en casa así que me paso horas practicando con ella. Pero Marco tiene una habilidad especial para analizar los juegos y descubrir hasta el más mínimo truco. Por eso me gana a veces.

    Aunque quizá la razón fuera que no conseguía concentrarme. En la escuela no había tenido lo que se dice un buen día. Me había presentado a una prueba para entrar en el equipo de baloncesto pero al final no había salido escogido.

    No es que fuera nada del otro mundo, sólo que Tom, mi hermano mayor, era una especie de leyenda cuando jugaba en la escuela. Ahora, sin ir más lejos, es el máximo encestador en el equipo del instituto. Por eso, todo el mundo daba por sentado que a mí también se me daría bien. Pero no era así.

    Nada especial, como ya os digo, pero, a pesar de todo, no podía quitármelo de la cabeza.

    En los últimos tiempos, Tom y yo ya no pasábamos tanto tiempo juntos como antes. Así que pensé, bueno, ya sabéis, pensé que si yo ocupaba su plaza en su antiguo equipo…

    Da igual, bueno, a lo que iba… Pues eso, que nos habíamos quedado sin dinero y ya estábamos a punto de marcharnos cuando nos topamos con Tobías. Siempre he creído que Tobías era… es decir, sigue siendo, un chico bastante raro. Era nuevo en el colegio, pero no destacaba precisamente por ser un tipo duro, de modo que los demás no paraban de meterse con él.

    De hecho, cuando conocí a Tobías, tenía la cabeza metida en un retrete. Dos individuos grandotes lo sujetaban riéndose a carcajadas mientras tiraban de la cadena para ver cómo su cabello rubio y desordenado hacía torbellinos dentro de la taza. Les dije a aquel par de gamberros que se largaran y, a partir de ese momento, Tobías me consideró amigo suyo.

    —¿Qué hay de nuevo? —preguntó Tobías.

    Yo me encogí de hombros.

    —No mucho. Nos íbamos ya para casa.
    —No nos queda ni un centavo —añadió Marco—. Hay gente que todavía no ha aprendido que el troll Malvado aparece justo después de cruzar el fiordo Nether, así que continúa perdiendo partidas y dinero.—. Marco me señaló varias veces con el pulgar, por si a Tobías le quedaba alguna duda sobre a quién se refería al decir «gente».
    —Quizá sea mejor que yo también me vaya con vosotros, chicos —dijo Tobías.

    Yo respondí que bueno, que por qué no.

    Nos dirigíamos ya hacia la salida cuando vi a Rachel y a Cassie. Rachel es bastante guapa, supongo. Bueno, vale, es muy guapa, aunque, como es mi prima, a mí no me lo parece tanto. Tiene el pelo rubio, los ojos azules y una mirada limpia y clara. Es una de esas personas que sabe qué ropa ponerse en todo momento. Siempre parece recién salida de una de esas revistas que tanto gustan a las chicas. Además es esbelta y elegante porque hace gimnasia, aunque ella se queja de que es demasiado alta para llegar a ser realmente buena.

    Cassie es todo lo contrario. Por ejemplo, siempre va vestida con tejanos y camisas de cuadros o alguna otra prenda informal. Es negra y casi siempre lleva el pelo muy corto. Hubo una época en la que se lo dejó largo, pero luego volvió a su estilo habitual, que es como a mí más me gusta. Cassie es más callada que Rachel, más tranquila, como si contemplara el mundo desde un punto de vista diferente, más místico.

    Podría decirse que me gusta Cassie. A veces nos sentamos juntos en el autobús, aunque nunca sé que decirle.

    —¿Vais para casa, chicas? —le pregunté a Rachel—. Sería mejor que no atravesarais solas el descampado. Dos chicas andando solas por ahí…

    Había cometido un terrible error. Jamás debí haberle insinuado a Rachel que la creía débil o indefensa. Quizá parezca un figurín de una agencia de modelos pero lo cierto es que ella se tiene por uno de los Másters del Universo.

    —¿Y qué piensas hacer, Superman? ¿Venir con nosotras para protegernos? —replicó—. Crees que corremos peligro sólo porque…
    —Yo preferiría que nos acompañaran —la interrumpió Cassie—. Ya sé que tú no le tienes miedo a nada, Rachel, pero yo sí.

    No había nada más que decir al respecto. Así es Cassie: siempre sabe encontrar las palabras adecuadas para rebatir cualquier argumento sin que nadie se sienta herido.

    De modo que allí estábamos el grupo al completo: Marco, Tobías, Rachel, Cassie y yo, cinco ratas de centro comercial que regresaban a casa.

    A veces todavía recuerdo aquel momento único, ese último instante en el que aún éramos chicos normales. Y tengo la sensación de que han transcurrido un montón de años, como si en realidad estuviera hablando de otra gente. ¿Queréis saber cuál era mi mayor preocupación? Tener que explicarle a Tom que no había conseguido entrar en el equipo. Ése era todo el miedo que me inspiraba la vida por aquel entonces.

    Cinco minutos después todo cambió y tuve motivos de sobra para preocuparme.

    Para llegar a casa, podíamos optar entre recorrer un camino largo y tortuoso, que era también el más seguro, o tomar un atajo a través de aquel descampado al que ya me he referido antes, con la esperanza de no tropezarnos con ningún asesino psicópata empuñando un hacha. Mamá y papá han jurado dejarme castigado hasta que cumpla los veinte si alguna vez se enteran de que paso por allí.

    Pues bien, cruzamos la carretera y entramos en el solar abandonado. Se trataba de una superficie bastante amplia, rodeada de árboles por dos de sus lados y separada del centro comercial por la autopista. Entre el solar y las casas más cercanas se extiende un gran descampado. Como ya podréis suponer se trata de un lugar muy solitario.

    Parece ser que, en un principio, iban a levantar allí el nuevo centro comercial. Pero luego todo quedó en un montón de edificios a medio construir que daban al lugar el aspecto de una ciudad fantasma.

    Había enormes pilas de vigas oxidadas: pirámides formadas por tubos gigantes de cemento; montículos de escombros; pozos profundos que se habían ido llenando de un agua cenagosa y oscura; y una grúa inestable a la que me subí una vez mientras Marco se quedaba abajo y se burlaba de mí.

    Era un lugar completamente desierto, repleto de sombras y sonidos que te ponían los pelos de punta. Cuando Marco y yo íbamos allí durante el día, siempre lo encontrábamos cubierto de latas de cerveza y botellas de licor. A veces, descubríamos restos de fogatas en las grietas y rincones ocultos de los edificios. Por eso sabíamos que había gente que iba allí a pasar la noche. Todos esos pensamientos acudían a mi mente a medida que nos adentrábamos en el solar con cautela.

    El primero en verlo fue Tobías. Mientras caminaba no había dejado de mirar al cielo. Supongo que se dedicaba a contemplar las estrellas o algo por el estilo. Ésa es una de las aficiones preferidas de Tobías: perderse en su propio mundo.

    De repente, se detuvo y señaló algo con el dedo, algo que debía encontrarse justo encima de nuestras cabezas.

    —¡Mira! —dijo.
    —¿Qué pasa? —No quería que nada me distrajera porque estaba casi seguro de haber oído a nuestras espaldas los pasos de un asesino empuñando una sierra mecánica.
    —Mira allí —repitió Tobías. Su voz sonaba extraña: sorprendida y al mismo tiempo solemne.

    Así que le obedecí y allí estaba: una luz azulada y brillante surcando el cielo, primero muy deprisa, demasiado para tratarse sólo de un avión, y luego cada vez más despacio.

    —¿Qué es eso?

    Tobías negó con la cabeza.

    —No lo sé.

    Miré a Tobías y él me miró a mí. Ambos pensábamos lo mismo, pero ninguno de los dos se atrevía a decirlo. Pensábamos que Marco y Rachel se reirían.

    Sin embargo, Cassie no dudó en expresarlo con toda claridad:

    —¡Es un platillo volante!


    Capítulo 2


    —¿Un platillo volante? —repitió Marco. Y, como suponíamos, se empezó a reír… hasta que miró hacia arriba.

    Notaba cómo el corazón me golpeaba dentro del pecho. Me sentía extraño, nervioso y asustado al mismo tiempo.

    —Viene hacia aquí —anunció Rachel.
    —Es difícil de saber —logré decir yo a duras penas. Tenía la boca seca.
    —No, sí que viene hacia aquí —sentenció Rachel. Siempre habla de un modo tajante, como si nadie pudiera rebatir lo que dice.

    Por desgracia, tenía razón. Sea lo que fuere aquella cosa, se acercaba cada vez más a nosotros y su velocidad iba disminuyendo, así que podía ver como era sin ningún problema.

    —No es exactamente un platillo volante —dije.

    En primer lugar, no era lo bastante grande. Tenía más o menos el tamaño de un autobús escolar. Por delante era como una vaina ahuevada. De la parte posterior de la vaina emergía una especie de mástil largo y estrecho. También tenía una especie de alas curvadas y planas y en el extremo de ambas sobresalía un tubo largo que desprendía una luz azul muy brillante.

    Lo cierto es que era incluso bonita, una nave espacial tan pequeña. Lo que quiero decir es que parecía inofensiva, vosotros ya me entendéis. Lo malo es que también tenía una especie de cola de aspecto amenazador, curvada hacia arriba y hacia delante, que iba estrechándose hasta acabar en una punta afilada y fina como la de una aguja.

    —Esa cosa con forma de aguijón —dije—, parece un arma.
    —Pues sí —asintió Marco.

    La nave espacial siguió acercándose cada vez más despacio.

    —Está frenando —explicó Rachel. En su voz percibí el mismo tono extraño e irreal que había notado antes en la mía, como si no pudiéramos creer lo que veían nuestros ojos. O no quisiéramos creerlo.
    —Me parece que nos ha visto —opinó Marco—. ¿No creéis que sería mejor empezar a correr cuanto antes? Así nos daría tiempo de ir corriendo a casa y regresar aquí con una cámara. ¿Sabéis cuánto dinero podríamos sacar por un vídeo de un ovni auténtico?
    —Si corremos, es posible que ellos… no sé, que decidan activar su fásers a la máxima potencia y eliminarnos —contesté yo. Sólo era una broma. O, por lo menos, ésa, era la intención.
    —Sólo hay fásers en Star Trek —rezongó Marco poniendo los ojos en blanco, como siempre hace cuando piensa que acabo de decir una tontería. Lo que faltaba. Como si él fuera todo un experto en naves espaciales alienígenas.

    La nave se detuvo y permaneció suspendida justo encima de nuestras cabezas, a unos trescientos metros. Sentí cómo se me erizaba el cabello. Cuando miré a Rachel casi me pareció divertido ver su pelo largo y rubio apuntando en todas direcciones. La única que permanecía inmutable era Cassie.

    —¿Qué crees que puede ser? —preguntó Marco. Una vez que aquella máquina se había acercado, la voz le temblaba un poco. Ya no estaba tan tranquilo como antes. A decir verdad, yo también estaba algo asustado. Para ser exactos, el miedo me paralizaba. Pero, al mismo tiempo, pensaba que era lo más emocionante que me había sucedido nunca. Imaginaos, ¡una nave espacial! Y estaba allí parada justo encima de nosotros.

    Tobías, por su parte, no dejaba de sonreír. Así es él: no es el misterio lo que le da miedo, sino las cosas normales.

    —Me parece que va a aterrizar. —comentó con una sonrisa de oreja a oreja. Los ojos le brillaban de la emoción y sus mechones rubios se habían puesto de punta.

    La nave comenzó a descender.

    —¡Se nos echa encima! —exclamé.

    Tuve que luchar contra el impulso de ponerme a gritar y cruzar el descampado a toda marcha hasta llegar a casa, donde podría acurrucarme en la cama y taparme la cabeza con las mantas. Pero a la vez era consciente de que lo que estaba ocurriendo era algo insólito e importante y que debía quedarme para verlo hasta el final.

    Creo que los demás sentían lo mismo, porque nadie se movió de su sitio mientras la nave emitía extraños zumbidos envuelta en un halo de luz resplandeciente, y se disponía a tomar tierra entre montones de basura y las paredes derruidas. Me di cuenta de que a lo largo de la franja superior de la vaina destacaban una serie de marcas de color oscuro que parecían huellas de quemaduras. Parte de la capa que la recubría se había fundido. Al entrar en contacto con el suelo, las luces de color azul se apagaron de inmediato y el cabello de Rachel volvió a caer sobre sus hombros.

    —Es muy grande, ¿verdad? —susurró Rachel.
    —Debe ser… —dije intentando pensar en algo— como tres o cuatro veces nuestra camioneta.
    —Tendríamos que contárselo a alguien —sugirió Marco.—. Esto es demasiado importante, ¿no os parece? No todos los días aterriza una nave espacial en un solar abandonado. Deberíamos llamar a la poli, al ejército, al presidente o a todo el mundo. Nos haríamos famosos. Seguro que saldríamos hasta en la tele.
    —Sí, tienes razón —contesté—. Habría que llamar a alguien.

    Sin embargo, nadie hizo el menor movimiento, ninguno de nosotros tenía intención de alejarse de la nave.

    —Estoy pensando que tal vez podríamos hablar con ellos —propuso Rachel. Tenía los brazos en jarras y estudiaba la nave como si se tratase de un rompecabezas que tuviera que resolver—. Deberíamos intentar comunicarnos con ellos de algún modo.

    Tobías asintió, dio un paso adelante y tendió las manos. Imagino que con ese gesto pretendía demostrar a quienquiera que hubiera dentro de la nave que no llevábamos ningún tipo de arma ni nada parecido.

    —No temáis —dijo en voz alta y clara—. No os vamos a hacer ningún daño.
    —¿Crees que hablan nuestro idioma? —inquirí yo.
    —Bueno, en Star Trek lo habla todo el mundo —respondió Cassie con una risita nerviosa.

    Tobías volvió a intentarlo.

    —Por favor, salid. No os haremos daño.

    —Ya lo sabemos

    Me quedé helado. Sí, había oído que alguien decía «ya lo sabemos», pero lo cierto es que… que no se había producido el menor sonido. Es decir, que lo había oído pero sin llegar a oírlo en realidad.

    A lo mejor todo aquello no era más que un sueño. Miré a Cassie de reojo y ella me miró a mí. Nuestras miradas se encontraron. Ella también lo había oído. Luego miré a Rachel, que no cesaba de mover la cabeza de un lado a otro, intentando descubrir de dónde procedía aquel sonido, que en el fondo no era tal. Sentía el estómago revuelto, como si estuviera mareado.

    —¿Todos lo habéis oído? —susurró Tobías.

    Todos asentimos a un tiempo, muy lentamente.

    —¿Podéis salir? —preguntó Tobías en aquel tono que, por lo que yo sabía, sólo utilizaba para hablar con los extraterrestres.

    —Sí, no tengáis miedo.

    —No tenemos miedo. —respondió Tobías.
    —Habla por ti —murmuré. Los demás sólo emitieron pequeñas risas nerviosas.

    Apareció una estrecha franja luminosa y, al mismo tiempo una puerta en el lado más liso de la vaina. Yo estaba completamente hipnotizado y me limité a contemplarla, a la espera de los acontecimientos.

    El proceso de apertura siguió y la franja luminosa evolucionó desde la fase de luna creciente hasta convertirse en un disco redondo y brillante.

    Y entonces apareció él.

    Mi primera impresión fue que alguien había agarrado a una persona y a un ciervo y los había fusionado. La cabeza, los hombros y los brazos de aquella criatura eran más o menos como cabía esperar, aunque su piel tenía un tono más bien azulado. Pero la parte inferior de su cuerpo estaba cubierta de un pelaje entre azul y canela que se extendía también a las cuatro patas, lo que le daba un aspecto de ciervo, o más exactamente, de caballo pequeño.

    Agachó la cabeza al pasar por la puerta y pude comprobar que incluso la parte de su cuerpo que parecía más normal en realidad no lo era tanto. Para empezar, en lugar de boca tenía sólo tres ranuras verticales. Y luego los ojos: dos ocupaban el lugar que les correspondía, aunque el resplandor verdoso que despedían resultaba más bien desagradable. Pero eso no era nada comparado con el susto que uno se llevaba en reparar en los otros ojos: uno en cada extremo de aquellos dos cuernos que se movían adelante y atrás, arriba y abajo, escudriñándolo todo.

    Creí advertir algo maligno en aquellos ojos, y eso que aún no había visto la cola, gruesa y amenazante, como la de un escorpión. Al final de la misma, y curvado de un modo perverso, se veía un cuerno o aguijón muy puntiagudo que me recordó al de la nave, que también nos había parecido bonita e inofensiva hasta que descubrimos la cola. A primera vista, el extraterrestre tenía ese mismo aspecto pacífico. Entonces uno se fijaba en aquella cola y pensaba: «Vaya, este tipo podría hacer daño de verdad si se lo propusiera.»

    —Hola —saludó Tobías. Había dulzura en su voz, como si se dirigiera a un niño pequeño, y su sonrisa no había desaparecido.

    Me di cuenta de que yo también sonreía y de que mis ojos estaban llenos de lágrimas.

    La verdad es que no puedo explicaros cómo me sentía, pero sí os diré que tuve la impresión de conocer al alienígena de toda la vida, como si se tratara de un viejo amigo al que no veía desde hacía mucho tiempo.

    —Hola— respondió el extraterrestre de aquel modo silencioso que sólo podía escucharse dentro de la mente.

    —Hola —fue nuestra respuesta a nuestro saludo.

    Para mi sorpresa, el alienígena se tambaleó y cayó al suelo desde la nave. Tobías intentó levantarlo y ponerlo de pie pero se le escurrió y volvió a desplomarse en medio de toda aquella basura.

    —¡Mirad! —gritó Cassie y señaló una quemadura que cubría la mitad del costado derecho del extraterrestre.—. Está herido.

    —Sí. Me muero—, dijo él.

    —¿Hay algo que podamos hacer por ti, llamar a una ambulancia, o a quien sea? —preguntó Marco.
    —Podríamos vendarle la herida —le propuso Cassie.—. Jake, dame tu camisa. La rasgaremos en pedazos y fabricaremos las vendas.

    Los padres de Cassie son veterinarios y por eso sabe perfectamente cómo tratar a los animales. Bueno, no es que aquella criatura fuera un animal. Al menos, no del todo.

    —No. Voy a morir. La herida es mortal.

    —¡No! —grité—. No puedes morirte. Eres el primer extraterrestre que viene a la Tierra. No te puedes morir.

    No sé por qué estaba tan alterado. Sólo sé que en lo más profundo de mí sentía un gran dolor al pensar que se moría.

    —No soy el primero. Hay otros, muchos otros.

    —¿Otros extraterrestres? ¿Cómo tú? —preguntó Tobías.

    El alienígena movió la cabeza de un lado a otro muy despacio.

    —No son como yo.

    Entonces profirió un quejido de dolor, un sonido silencioso cuyo eco se repitió de una forma espantosa dentro de mi cabeza. Por un momento, pude sentir como la vida estaba huyendo de él.

    —No son como yo— repitió —. Son distintos.

    —¿Distintos? ¿Cómo de distintos? —le pregunté a mi vez.

    Siempre recordaré su respuesta. Dijo:

    —Han venido a destruiros.


    Capítulo 3



    Por extraño que parezca, ninguno dudó de sus palabras, estábamos convencidos de que decía la verdad, así de simple. A nadie se le ocurrió contestar: «¡y qué más!» o «¡te lo acabas de inventar!». Lo sabíamos, eso es todo.

    Se estaba muriendo e intentaba avisarnos de que algo terrible estaba a punto de suceder.

    —Se llaman yeerks. Son distintos a nosotros. Y también a vosotros.

    —¿Quieres decir que ya han llegado a la Tierra?

    —Muchos ya están aquí. Cientos de ellos, incluso más.— contestó.

    —¿Cómo es que nadie ha notado su presencia? —preguntó Marco, echando mano de la lógica—. Alguien lo habría mencionado en la escuela.

    —No lo entendéis. Los yeerks son diferentes. No tienen cuerpo, como vosotros o como yo. Viven en los cuerpos de otras especies. Son…

    Hacía un esfuerzo por encontrar la palabra adecuada para definir lo que eran los yeerks, así que cerró los ojos y pareció concentrarse. De repente, una imagen brillante invadió mi mente, una cosa resbaladiza de un color verde grisáceo y más o menos del tamaño de una rata. Era una visión desagradable.

    —Supongo que eso era un yeerk —resolvió Marco—. Eso o un chicle viscoso de tamaño gigante.

    —Son casi inofensivos si no consiguen un huésped. Son…

    De pronto sentimos una oleada de dolor proveniente del extraterrestre, acompañado de una enorme tristeza. Era consciente de que su tiempo se estaba agotando.

    —Los yeerks son parásitos. Tienen que hallar un huésped en el que habitar. Bajo esa forma se los conoce como «controladores». Penetran en el cerebro y son absorbidos por él. De esa manera, se hacen con el control de los pensamientos y sentimientos del individuo. Procuran que éste los acepte por propia voluntad, porque eso les facilita el trabajo. Si no lo consiguen, es posible que el huésped oponga resistencia, al menos durante un tiempo.

    —¿Estás diciendo que se introducen en los seres humanos? —inquirió Rachel—. ¿Qué poseen a la gente?, ¿qué controlan sus cuerpos?
    —Mira, esto es muy serio —añadí—. No deberías decírnoslo a nosotros. Sólo somos unos chicos, ¿sabes? De este tipo de cosas hay que informar al gobierno.

    —Teníamos la esperanza de poder detenerlos —continuó el alienígena—. Un enjambre de cazas-insecto esperaban a nuestra nave nodriza a la salida del hiperespacio. Sabíamos que su nave base estaba cerca y estábamos preparados. Sin embargo, los yeerks nos atacaron por sorpresa; tenían oculta una potente nave-espada en uno de los cráteres de la vuestra luna. Luchamos… pero nos derrotaron. Me han seguido hasta aquí. No tardaran en llegar para eliminar todo rastro de mí de mi nave.

    —¿Cómo pueden hacer eso? —quiso saber Cassie.

    Los ojos del extraterrestre parecieron sonreír.

    —Los cañones de rayos dragón de sus cazas no dejarán tras de sí más que una pocas moléculas de la nave y de mí —respondió—. He enviado un mensaje a mi planeta. Nosotros, los andalitas, combatimos a los yeerks allá donde se encuentren. Mi gente enviará ayuda, pero hasta entonces puede transcurrir un año, tal vez más, y para entonces los yeerks podrían haberse apoderado ya de vuestro planeta. Si lo logran, nada les detendrá. Debéis contárselo a vuestro pueblo. Debéis advertirles del peligro.

    Un nuevo espasmo de dolor recorrió su cuerpo y todos supimos que su fin se hallaba próximo.

    —Nadie nos creerá —declaró Marco en tono desesperanzado. Me miró e hizo un gesto negativo con la cabeza—. No tenemos nada que hacer.

    Tenía toda la razón. Si aquellos yeerks iban a borrar todo rastro de la nave del andalita ¿cómo demonios íbamos a convencer a la gente? Nos tomarían por drogadictos o por chiflados.

    —Me da igual que él piense que va a morir, tenemos que hacer todo lo posible por ayudarle —resolvió Rachel—. Podríamos llevarlo a un hospital. O quizás que lo vean los padres de Cassie…

    —No hay tiempo. No hay tiempo— la interrumpió el andalita. Entonces sus ojos se iluminaron —. Tal vez si...

    —¿Qué?

    —Id a la nave. Allí veréis una caja lisa de color azul. Traédmela, ¡rápido! Me queda poco tiempo y los yeerks no tardarán en encontrarme.

    Nos miramos unos a otros. ¿ Quién iba a ser el guapo que entrara en la nave? No sé por qué pero, al parecer, todos habían decidido que yo sería el afortunado. Lo cierto es que no lo tenía demasiado claro, pero los demás sí.

    —Adelante —me animó Tobías—. Yo me quedaré con él.

    Se arrodilló junto al andalita y, en un gesto de consuelo, puso una de sus manos sobre el frágil hombro del extraterrestre.

    Dirigí la vista hacia la puerta de acceso a la nave y luego miré a Cassie.

    —Ve —me ordenó con una sonrisa—. Sé que no tienes miedo.

    Se equivocaba. Estaba bastante asustado, pero su sonrisa me desarmó; no podía decepcionarla.

    Recorrí la distancia que me separaba de la puerta de la nave y eché un vistazo a su interior. Era de una simplicidad sorprendente y ofrecía un aspecto casi acogedor. Todo lo que allí había era de color crema con bordes redondeados y de forma más bien ovalada. Ésa fue una de las razones que me permitió descubrir la caja con tanta rapidez.

    Se trataba de un objeto cuadrado de color azul y unos diez centímetros de base. Para ser tan pequeño, parecía bastante pesado.

    Me introduje en la nave. No había una sola silla dentro, sólo un pequeño espacio abierto donde supuse que el andalita permanecería erguido sobre sus cuatro patas mientras manejaba los mandos. Aunque lo cierto es que no había demasiados botones ni nada por el estilo, por lo que me pregunté si el extraterrestre no dirigiría la nave con el pensamiento.

    Agarré la caja a toda prisa y estaba a punto de salir cuando algo me llamó la atención. Era una pequeña fotografía tridimensional de cuatro andalitas, lo que la hacía parecer más bien una instantánea tomada en una extraña reunión de ciervos con rostro solemne. Por su corta estatura, deduje que dos de ellos debían de ser niños. Comprendí que se trataba de un retrato de la familia del andalita.

    Me embargó una profunda tristeza al pensar que allí estaba él, muriéndose, a un millón de kilómetros de su familia. Muriendo en su intento por proteger a los habitantes de la Tierra. Sentí una punzada de cólera contra los yeerks, o controladores, o lo que fuesen, por ser los responsables de todo aquello.

    Regresé a donde estaban mis amigos.

    —Aquí tienes la caja —le dije al andalita.

    —Gracias.

    —Yo, er… ¿es ésa tu familia? ¿La de la foto?

    —Sí.

    —Lo siento de veras. —añadí. ¿Qué otra cosa podía decir?

    —Hay algo que sí puedo hacer para ayudaros a combatir a los yeerks.

    Nos miramos entre nosotros.

    Todos excepto Tobías, que en ningún momento apartó la vista del extraterrestre.

    —Si lo deseáis, puedo dotaros de unos poderes que ningún ser humano ha poseído jamás.

    ¿Poderes? ¿Qué había querido decir con aquello?

    —Se trata de un avance de la tecnología andalita que los yeerks todavía no poseen— explicó el alienígena —. Una tecnología que nos da la facultad de pasar inadvertidos en muchos lugares del universo: el poder de mutación. Jamás lo hemos compartido con nadie, pero a vosotros os va a hacer mucha falta.

    —¿Mutarnos? ¿Mutar el qué? —inquirió Rachel empequeñeciendo los ojos.

    —Mutar vuestros cuerpos— contestó el andalita —. Transformaros en un ser de otra especie, en cualquier otro animal.

    A Marco se le escapó una risa burlona.

    —¿Convertirnos en animales?

    Marco no es precisamente la persona más crédula del mundo.

    —Sólo tenéis que tocar a la criatura en cuestión para adquirir el patrón de su ADN, y seréis capaces de transformaros en ella. Requiere concentración y decisión pero, si sois fuertes, podéis hacerlo. Es verdad que esa facultad conlleva ciertas limitaciones: problemas, incluso peligros. Pero ahora no hay tiempo para más explicaciones… Deberéis aprenderlo por vuestra cuenta. ¿Deseáis recibir el problema del que os hablo?

    —Está de broma ¿verdad? —se mofó Marco.
    —No —respondió Tobías en voz baja—. Habla muy en serio.
    —¿Os habéis vuelto todos locos? —protestó Marco—. Todo este asunto es una locura. ¿Yeerks y naves espaciales y babosas que se apoderan del cerebro de la gente y andalitas y el poder de convertirse en animales? ¡Venga ya!
    —Sí, la verdad es que cuesta de creer —reconocí.
    —Yo creo que ya hemos superado con creces los límites de la realidad —afirmó Rachel—. Así que, a menos que todos estemos soñando, sería mejor decidir lo que vamos a hacer al respecto.
    —Se está muriendo —nos recordó Tobías.
    —Yo voy a hacerlo —manifestó Cassie, para sorpresa mía. Por lo general, no es tan rápida tomando decisiones. Supongo que, como Tobías, confiaba en el andalita.
    —Hay que tomar una decisión de manera conjunta —sugerí yo—. Y respetarla, sea cual sea.
    —¿Qué es eso? —preguntó Rachel mirando hacia las estrellas. Allá en lo alto, muy por encima de nuestras cabezas, dos minúsculos puntos de luz roja brillante atravesaban raudos el firmamento.

    —Yeerks.

    El andalita pronunció con odio aquella palabra en nuestras mentes.


    Capítulo 4



    Los dos puntos de luz redujeron la velocidad, describieron un círculo y se dirigieron hacia el lugar donde nos encontrábamos.

    —Ya no queda más tiempo. Debéis tomar una decisión.

    —Es lo único que podemos hacer —les insistió Tobías—. ¿Cómo si no vamos a detener a esos controladores?
    —¡No sabes lo que dices! —exclamó Marco—. Es una locura.
    —Necesitaría más tiempo para tomar una decisión, pero no es posible —declaró Rachel—. Yo digo que lo hagamos.
    —¿Y tú, Jake? —me preguntó Cassie. De pronto, me sentí muy solo. ¿Es que pretendían que decidiera yo por todos?

    Miré hacia arriba, en dirección a las naves de los yeerks. ¿Cómo los había llamado el andalita? ¿Cazas-insecto? Se aproximaban cada vez más a nosotros, como perros que olfatean un rastro. Mis ojos se posaron en el andalita y volví a recordar la foto de su familia. ¿Se enterarían alguna vez de lo que le había sucedido?

    Luego miré una por una a la gente que me rodeaba: Marco, mi mejor amigo, siempre tan divertido aunque a veces algo pesado; Rachel, mi inteligente y guapa prima, tan segura de sí misma; y Cassie, a quien, como era bien sabido, le gustaban más los animales que la mayoría de las personas.

    Por último, miré a Tobías. Fue extraña la sensación que me recorrió en aquel momento mientras lo contemplaba: algo parecido a un escalofrío.

    —Tenemos que hacerlo —dijo.

    Asentí lentamente.

    —Sí. No hay más remedio.

    —Entonces, que cada uno de vosotros presione con la mano uno de los lados de la caja.

    Así lo hicimos: cada mano apretó una cara diferente de la caja y, luego, la mano número seis, una mano muy diferente a las nuestras, con más dedos de los necesarios, hizo lo mismo.

    —No tengáis miedo—, nos tranquilizó el andalita.

    Algo similar a una descarga eléctrica, sólo que mucho más agradable, atravesó todo mi cuerpo. Fue como un hormigueo que casi me hizo reír.

    —Ahora iros— ordenó el andalita —. Pero hay algo que debéis recordar: nunca permanezcáis en forma de animal durante más de dos horas terrestres. ¡Nunca! ¡Correríais un gran peligro! Si lo hacéis, quedaréis atrapados y jamás podréis recuperar vuestra apariencia humana.

    —Dos horas —repetí yo.

    Un gran temor asaltó de pronto la conciencia del andalita. Unido como estaba a él, percibí aquel terror que ascendía muy despacio por mi espina dorsal. El extraterrestre miraba fijamente el cielo con sus ojos centrales. Allí arriba había algo más aparte de cazas-insecto.

    —Es Visser Tres y viene hacia aquí.

    —¿Qué? —Aquel miedo desconocido me hacía temblar—. ¿Qué es un Visser? ¿Quiénes son?

    —Ahora marchaos. ¡Corred! Visser Tres ha llegado. Será vuestro enemigo mortal. De entre todos lo yeerks, él es el único que tiene el poder de transformarse. El mismo poder que poseéis vosotros ahora. Corred.

    —No, no te dejaremos solo —replicó Rachel con firmeza.—. Quizá todavía podamos detenerle.

    El alienígena volvió a sonreírnos con los ojos.

    —No. Debéis poneros a salvo. ¡Salvaos y salvad también vuestro planeta! Los yeerks ya han llegado.

    Elevamos la vista al cielo, estirando el cuello. No cabía ninguna duda: los dos puntos de luz roja descendían a toda velocidad y se les había unido una tercera nave que las superaba en tamaño y era negra como una sombra en la noche oscura.

    —Pero ¿cómo vamos a luchar contra… contra esos controladores? —insistió Rachel.

    —Tendréis que hallar el modo. ¡Ahora corred!

    La fuerza con que había dado la orden me hizo dar un brinco.

    —Tiene razón. ¡Corramos! —grité.

    Echamos a correr. Todos excepto Tobías, que seguía arrodillado junto al andalita y lo agarraba de la mano. El extraterrestre le puso la que quedaba libre sobre la cabeza y Tobías se inclinó hacia atrás, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Luego él también se levantó y echó a correr, tropezando con los agujeros y la basura que sembraban todo el solar. Un rayo de luz roja cayó sobre el lugar. Se trataba del reflector de uno de los cazas. La luz iluminó por completo al andalita caído y su nave. Un nuevo foco fue activado desde el segundo caza y el andalita brilló con la intensidad de una estrella.

    Sin perder tiempo me tiré al suelo y caí con un golpe seco entre la basura. Me di cuenta de que una de mis piernas quedaba dentro del círculo de luz procedente del reflector. La aparté enseguida y me arrastré a toda prisa sobre las piedras, notando cómo los cantos afilados me arañaban las rodillas y los codos.

    Los cinco nos agazapamos detrás de una pared baja y semiderruida, no nos atrevíamos a movernos o a mirar, ni tampoco a perderla de vista.

    Los cazas-insecto descendieron lentamente. Eran fáciles deducir el porqué de aquel nombre: eran algo más grandes que la nave del andalita y recordaban a una cucaracha sin patas. Había unas pequeñas ventanas en el morro inclinado de la nave y a ambos lados de la cabeza se veían dos arpones dentados muy largos y puntiagudos.

    Los cazas yeerks aterrizaron, uno a cada lado de la nave andalita.

    —No quiero seguir con esta pesadilla —susurró Marco con voz temblorosa—. Ya he tenido bastante.

    La nave de mayor tamaño inició el descenso. No sabía por qué pero, a medida que se acercaba, empecé a notar que me faltaba la respiración. Intenté inspirar profundamente pero me fue imposible. Intenté tragar, sin conseguirlo. Sentía deseos de echar a correr, pero mis piernas parecían gelatina. Nunca antes había tenido tanto miedo y temblaba de forma incontrolada. Era el mismo terror que había experimentado el andalita cuando captó la presencia de Visser Tres.

    La nave se dispuso a tomar tierra. Daba la impresión de querer hacerlo justo encima de una vieja excavadora oxidada que había aparcada allí. Sin embargo, al tiempo que se aproximaba al suelo, la excavadora comenzó a desintegrarse en medio de un chisporroteo hasta que por fin desapareció.

    La nave de Visser Tres recordaba a un arma antigua, una de aquellas hachas dobles, que los caballeros medievales usaban en las batallas para cortar de un tajo las cabezas de sus enemigos. Estaba compuesta por una zona principal semejante el mango de un hacha y en cuya parte delantera destacaba una punta triangular de gran tamaño, debía de tratarse del puente de mando. En la parte de atrás se divisaban dos enormes alas en forma de cimitarra. Era ocho o diez veces mayor que los cazas— insecto.

    La nave— espada aterrizó y se abrió una puerta.

    Cassie comenzó a gritar y tuve que taparle la boca con la mano. Saltaron a tierra, y el aire se agitó a su alrededor como si al traspasarlo lo cortaran en dos. Aquellas criaturas parecían armas dotadas de vida. Se sostenían sobre un par de piernas dobladas hacia atrás y tenían dos brazos muy largos. En cada brazo llevaban incorporadas una serie de cuchillas en forma de hoz que surgían de sus muñecas y codos. Esas mismas hojas afiladas también aparecían en las rodillas y en la punta de la cola. Sus pies eran similares a los de un Tyrannosaurus Rex.

    Sin embargo, lo que más llamaba la atención era su cabeza: el cuello tenía forma de serpiente, la boca era casi idéntica al pico de un halcón y de la frente le brotaban tres cuernos semejantes a dagas.

    —Controladores hork-bajir.

    Di un salto al oír de nuevo las palabras del andalita en mi cabeza. Sonaron más débiles que antes, en ellas se traslucía el cansancio, como alguien que gritara para hacerse oír desde un lugar muy lejano.

    —¿Chicos, habéis…? —pregunté.
    —Sí —asintió Rachel.

    —Los hork-bajir son buena gente, a pesar de su temible aspecto —explicó el andalita.—. Pero los yeerks los han convertido en sus esclavos. Ahora mismo cada uno de ellos lleva un yeerk en la cabeza. En realidad son dignos de compasión.

    —Compasión. ¡Lo que faltaba! —protestó Rachel inflexible.—. Son máquinas de matar ambulantes. ¡No hay más que verlos!

    Sin embargo, nuestra atención se desvió hacia una nueva forma de vida que surgió de la nave arrastrándose con movimientos vibratorios y oscilantes.

    —Controladores taxxonitas—, observó el andalita.

    Comprendí que intentaba darnos toda la información de la que disponía, hasta que llegara su final. Intentaba prepararnos para lo que nos aguardaba.

    —Los taxxonitas son malos.

    —No hace falta que lo jures —murmuró Marco—. Creo que yo solito ya me habría dado cuenta.

    Recordaban a unos ciempiés gigantes. De largo medían más de tres metros y eran tan anchos que si alguien quisiera abrazarlos, no lograría abarcar ni la mitad de su cuerpo. Aunque dudo mucho que nadie sienta deseos de hacer algo por el estilo.

    Tenían decenas de patas que sostenían dos terceras partes de su cuerpo. El tercio restante permanecía erguido y, a lo largo del mismo, las hileras de patas disminuían de tamaño y acababan en una especie de manos que más parecían pinzas de langostas.

    Rodeando la parte superior de aquellos repugnantes cuerpos tubulares había cuatro glóbulos de gelatina roja y bamboleante, los ojos. En el extremo más superior estaba la boca, redonda y plagada de cientos de dientes minúsculos.

    Una multitud de hork-bajir y taxxonitas salieron de la nave-espada y se desplegaron por toda la zona como marines bien entrenados. Empuñaban unos pequeños objetos, del tamaño de una pistola que, sin duda alguna, constituían sus armas. Formaron un círculo alrededor del andalita y su nave.

    De repente, uno de los hork-bajir vino directamente hacia nosotros. Dio un salto y, prácticamente se nos echó encima. Yo me abracé a los cascotes como si me fuera la vida en ello. Hubiese dado cualquier cosa por poder esconderme bajo tierra. Por un instante, conseguí ver la cara de Marco: tenía los ojos muy abiertos, y sus labios se ensanchaban en lo que, a primera vista, hubiera podido tomarse por una sonrisa, pero que en realidad era una expresión de profundo terror.


    Capítulo 5


    El hork-bajir apuntó a la oscuridad con su arma, o lo que fuera aquello. Su cabeza de serpiente oscilaba con brusquedad de un lado a otro, en un esfuerzo por penetrar en las sombras.

    —¡Silencio! —nos advirtió el andalita—. Los hork-bajir no ven bien en la oscuridad, sin embargo tienen un oído muy fino.

    El hork-bajir se aproximó más. Se encontraba ya a tan solo dos metros de distancia. Aquella pared baja era lo único que se interponía entre él y nosotros. Tuvo que oír los latidos de mi corazón. Quizá no reconoció el sonido que hacían cinco chicos aterrorizados de rodillas temblorosas y cuyos dientes no paraban de castañear. Unos chicos de respiración entrecortada y jadeante.

    En aquel momento estaba seguro de que iba a morir. Imaginaba el instante en que aquellas cuchillas despiadadas que surgían de sus muñecas y los codos me separarían la cabeza del tronco.

    Si sois de los que nunca han pasado miedo de verdad, debéis saber que a veces lo que ocurre escapa a todo control: se apodera por completo de vuestra mente y vuestro cuerpo. Sientes deseos de gritar, de salir corriendo, de orinarte en los pantalones y echarte al suelo llorando y suplicando: «por favor, te lo ruego, por favor no me mates».

    Si os consideráis valientes, bueno, esperad a ser presas del terror, a sólo unos metros de distancia de un monstruo que puede convertiros en picadillo en menos que canta un gallo.

    Entonces, las palabras del andalita volvieron a sonar en mi mente.

    —Valor, amigos míos.

    Y en esa ocasión su voz provocó en mí… no encuentro palabras para explicarlo. Su calidez me llenó por dentro, como cuando eres pequeño y tienes una pesadilla horrible y te despiertas gritando y tu padre o tu madre encienden la luz y se sientan a tu lado en la cama.

    Así me sentí yo entonces.

    El miedo no había desaparecido. El hork-bajir continuaba allí, tan real y mortífero como antes. Le oía respirar y hasta podía olerle. Pero, al mismo tiempo, notaba como el pánico iba disminuyendo hasta quedar bajo control. Sentía que la fuerza fluía hasta mí desde el desafortunado andalita, que nos cedía parte de su valor a pesar de que él también estaba asustado.

    El hork-bajir se alejó. Algo más estaba a punto de salir de la nave-espada. Tembloroso y haciendo un esfuerzo por contener el castañeo de mis dientes, me incorporé lo suficiente para mirar por encima del muro.

    Todos los hork-bajir y los taxxonitas se habían girado de cara a la nave.

    —Están todos en posición de firmes —murmuré yo.
    —¿ Y tú cómo lo sabes? —susurró a su vez Marco—. ¿Cómo vas a saber si un ciempiés de ojos gelatinosos o una maldita picadora de carne ambulante están en posición de firmes?

    Entonces apareció él. ¡Él!

    —Visser Tres—, anunció el andalita.

    Visser Tres era un andalita.

    O, al menos, era el controlador de un andalita.

    —¿Qué diablos…? —exclamó Rachel—. ¿No es eso un andalita?

    —Sólo en una ocasión ha conseguido un yeerk introducirse en un cuerpo andalita —explicó el extraterrestre—. Únicamente existe un controlador andalita y ese es Visser Tres.

    Visser Tres se dirigió con paso seguro hacia el lugar en que se hallaba el andalita herido. Eran tan parecidos que al principio costaba distinguirlos. Tenía la misma cara sin boca; los mismos ojos acechantes adicionales que se movían de un lado a otro, escudriñando en todas direcciones; el mismo cuerpo poderoso cubierto de piel brillante que se sostenía sobre cuatro patas; y el mismo aguijón amenazador.

    Pero si Visser Tres tenía el aspecto de un andalita normal, la sensación que producía era diferente. Daba la impresión de llevar puesta una máscara, era fácil adivinar que debajo de aquella falsa amabilidad se escondía un ser perverso y vil.

    —Vaya, vaya—, dijo Visser Tres.

    Casi me da un ataque al percatarme de que estaba oyendo sus pensamientos.

    —¿Puede oír nuestros pensamientos? —susurró Cassie.
    —Si puede hacerlo, estamos perdidos —le contestó Rachel.

    —No puede oírlos —respondió el andalita—. Al menos mientras no vayan dirigidos a él. Vosotros escucháis los suyos porque él los emite para que los demás los oigan. Ésta es una gran victoria para él y por eso desea que todos se enteren.
    —¿Qué tenemos aquí? ¿A un andalita entrometido? —Visser Tres observó más de cerca la nave del andalita—. Ah, pero no a un guerrero andalita común y corriente, sino al príncipe Elfalngor—. Sirinial—. Shamtul, si no me equivoco. Es un honor conocerte. Eres toda una leyenda. ¿Cuántos de nuestros cazas has reducido a polvo? ¿Siete? ¿O eran ya ocho al finalizar la batalla?

    El andalita no contestó, no obstante, hubiera jurado que habían sido más de ocho.

    —El último andalita que queda en este sector del espacio. Me temo que vuestra nave nodriza ha sido completamente destruida. Sí, sí, completamente. Yo mismo vi cómo se incendiaba al entrar en contacto con la atmósfera de este pequeño planeta.
    —Vendrán otros—, respondió el príncipe andalita.

    Visser Tres dio otro paso hacia el andalita.

    —Sí, pero cuando lo hagan ya será demasiado tarde. Este mundo será mío. Será mi contribución al Imperio Yeerk. Entonces me convertiré en Visser Uno.
    —¿Qué queréis de los humanos? —preguntó el andalita—. Los taxxonitas son vuestros aliados, y ya tenéis a los hork-bajir como esclavos, aparte de otros muchos habitantes de distintos planetas. ¿Por qué esta gente?
    —Porque son muchos y débiles —respondió Visser Tres con desprecio—. ¡Millones de cuerpos! Y no tienen ni la más remota idea de lo que está pasando. Con tantos huéspedes, podremos propagarnos por todo el universo. ¡Nadie logrará detenernos! Seremos miles de millones. Será necesario construir nuevos estanques si queremos que haya yeerks suficientes para ocupar sólo la mitad de esos cuerpos. Admítelo, andalita, has luchado mucho y con coraje, pero has perdido.

    Visser Tres llegó a la altura del andalita. Yo percibía el miedo del príncipe quien, en lugar de rendirse al miedo, luchó contra el dolor que le causaba la herida y consiguió incorporarse. Sabía que iba a morir y quería hacerlo de pie, mirando a su enemigo cara a cara.

    Pero Visser Tres aún no había acabado.

    —Hay algo que si puedo prometerte, príncipe Elfangor: cuando hayamos conquistado este planeta, con su espléndida cosecha de cuerpos, pondremos rumbo al mundo andalita.

    »Yo mismo me encargaré de buscar a tu familia hasta darles caza y me ocuparé personalmente de que mis lugartenientes más fieles sean introducidos en sus cabezas. Espero que opongan resistencia para poder disfrutar oyendo cómo gritan sus mentes.

    ¡Entonces el andalita atacó!

    Movió su cola hacia delante con tal rapidez que en realidad nadie pudo verla. Visser echó la cabeza hacia un lado y el aguijón del andalita falló su objetivo por escasos milímetros. Sin embargo, sí consiguió incrustarse en su hombro y de la herida comenzó a brotar algo parecido a la sangre.

    —¡Bien! —le animé yo con un siseo.

    —¡Aaaaaarrrrrg!—, bramó de dolor Visser Tres en mi cabeza.

    Al mismo tiempo, la cola de la nave andalita disparó un rayo de luz cegadora de color azul que hizo blanco en el caza-insecto más cercano. Los hork-bajir y los taxxonitas se dispersaron.

    Incluso agachado detrás de la pared, me llegó una onda de calor abrasador. El caza chisporroteó y desapareció.

    —¡Fuego! ¡Fuego! —bramó Visser Tres—. ¡Destruid esta nave!

    Una luz cegadora iluminó la noche. La nave-espada y el caza que quedaba lanzaron rayos de color rojo, y la nave andalita comenzó a resplandecer hasta que, con una lentitud inusual, se desintegró.

    Entonces, entre el brillo y los destellos de las lanzaderas-dragón, vi… o creí ver… a algunos seres humanos. Un pequeño grupo formado por tres o cuatro personas permanecía en la sombra, detrás de Visser.

    —Hay gente allí —le dije a Marco.
    —¿Qué? ¿Son prisioneros?

    —Agarrad al andalita —ordenó Visser Tres a los soldados—. Sujetadlo bien.

    Tres enormes hork-bajir cayeron sobre el andalita y lo inmovilizaron poniéndole las cuchillas de las muñecas contra la garganta. Sin embargo, no tenían intención de matarlo: aquel era un privilegio reservado a Visser Tres.

    Entonces comprendimos por qué un yeerk tan poderoso como él había escogido habitar el único cuerpo capturado de un andalita. Ante nuestros ojos, Visser Tres empezó su mutación.

    Su cabeza andalita se hizo más y más grande. Las cuatro patas de caballo se convirtieron en dos y crecieron hasta alcanzar el tamaño de una secuoya. Los delicados brazos del andalita aumentaron de volumen y se transformaron en tentáculos.

    —Esto no puede estar sucediendo de verdad —murmuró Cassie—. No es real.

    En aquella cabeza horriblemente hinchada apareció una boca llena de dientes más largos que vuestro brazo. La boca fue aumentando hasta componer una espantosa mueca, una mueca como para paralizar de terror.

    Ya no quedaba el menor rastro del cuerpo del andalita. Un monstruo había ocupado su lugar.

    —¡ Grrraaaaaggggg!

    El rugido de la bestia en que se había trasformado Visser Tres hizo que el suelo vibrara.

    Me cubrí las orejas con las manos.

    Aquel sonido hacía que me castañetearan los dientes. Oí gemir a alguien. Era yo.

    Al lado de aquel monstruo, los hork-bajir y los taxxonitas parecían juguetes inofensivos.

    Extendió uno de los tentáculos y agarró al andalita por el cuello.

    —No, no, no —oí cómo Cassie susurraba una y otra vez—. No, no, no.
    —No mires —le advirtió Rachel. Le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia sí. Luego agarró a Tobías de la mano.

    Creo que nunca llegas a conocer de verdad a alguien hasta que lo ves asustado. Incluso muerta de miedo, mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas, Rachel tenía fortaleza suficiente para compartirla con los demás.

    Visser Tres agarró al andalita de las garras de los hork-bajir y lo levantó en el aire. El príncipe no cesaba de asestarle golpes con la cola pero en una criatura como aquélla tenían el mismo efecto que un alfiler.

    Visser Tres lo alzó por encima de s u cabeza y abrió la boca.


    Capítulo 6


    No sé lo que me sucedió en aquel preciso momento. Había pasado mucho miedo, estaba aterrorizado. Pero fue como si algo estallara dentro de mi cabeza. No podía permanecer allí escondido, mirando. No pude contenerme.

    —Tú, asqueroso…

    Me puse en pie. Recogí un pedazo de tubería oxidada del suelo y comencé a trepar por la pared.

    Supongo que me volví loco. No existe otra explicación, porque no había ni la más remota posibilidad de que yo solo, armado con un trozo de tubería, lograra algún resultado positivo.

    —¡No!

    El grito silencioso del andalita me hizo dudar. Noté las manos de Marco estirando de mi camisa. Tobías y Marco me sujetaron mientras Rachel me tapaba la boca. Yo quería gritar, maldecir, lo que fuera.

    —¡Cállate, idiota! —susurró Marco—. Vas a conseguir que nos maten a todos.
    —Jake, no lo hagas. —Cassie me puso una mano sobre la mejilla.—. Él no desea que mueras por su causa. ¿No te das cuenta? Es él quien va a morir por nosotros.

    Enfadado, aparté a Marco y a Tobías de un empujón, aunque ya había recuperado el control de mí mismo otra vez.

    Volví a mirar por encima de la pared. El príncipe andalita se encontraba indefenso entre las garras de Visser Tres. Vi cómo lo levantaba en el aire y abría sus monstruosas fauces, negras como un pozo.

    El andalita cayó dentro de aquella boca, que de inmediato se cerró sobre él. Luego, los dientes lo trituraron. Así murió el príncipe Elfangor-Sirinial-Shamtul.

    En el último momento, dio un grito: un grito desesperado que resonó en nuestras cabezas y cuyo eco no se apagará jamás.

    Los controladores hork-bajir empezaron a hacer un ruido similar a un jadeo. Quizás estaban riendo o aplaudiendo. Los controladores taxxonitas salieron en estampida y se apiñaron en torno a Visser Tres. Parecía como si estuviesen estirándose para alcanzar algo y entonces descubrí la razón: un trozo del cuerpo del andalita cayó de las fauces del monstruo y el taxxonita más próximo lo engulló con glotonería.

    Tobías apartó la vista y se tapó la cara con las manos. Cassie tenía el rostro cubierto de lágrimas, al igual que yo.

    Escuché un sonido que, de tan familiar, resultaba extraño. Era risa, risa humana. Los humanos… los controladores humanos —porque eso es lo que eran— se estaban riendo, como si asistiesen a un espectáculo. Durante unos instantes, creí reconocer una de aquellas voces, como si la hubiera oído antes. Pero el sonido quedó amortiguado por los resoplidos de los hork-bajir.

    Visser Tres abandonó aquel aspecto monstruoso y recuperó poco a poco su forma andalita.

    —Ah —le oí decir— no hay nada como transformarse en bogg de Antarea para… tomar un piscolabis con los enemigos.

    De nuevo, los controladores humanos se echaron a reír y los hork-bajir comenzaron a jadear; y yo volví a oír aquella risa que no lograba identificar.

    Marco se puso a devolver, algo del todo comprensible. Pero, por lo que fuera, aquel ruido llamó la atención del hork-bajir que teníamos más cerca.

    La cabeza de serpiente se giró y quedó totalmente inmóvil.

    Nosotros también.

    El hork-bajir se volvió hacia nosotros. Aquellos ojos miopes enfocaban directamente a nuestro pequeño escondrijo.

    No sé a quién le entró antes el pánico. Quizá ya habíamos llegado al límite de nuestra resistencia. Fue como si una descarga eléctrica nos atravesara a todos por dentro. Echamos a correr sin saber siquiera lo que estábamos haciendo.

    Yo también corría, pero me costaba respirar.

    El hork-bajir dio un grito.

    —Dividíos —chillé yo—. No pueden seguirnos a todos.

    Marco, Tobías y Cassie salieron en tres direcciones diferentes. Rachel no se había movido de mi lado. Al girarme, vi que el hork-bajir dudaba, no sabía a quién perseguir.

    Rachel y yo somos los que corremos más. Tobías está en baja forma y Marco y Cassie no son lo bastante altos para ser rápidos. Así que decidí que si los alienígenas iban a seguir a alguien, mejor que fuera a nosotros.

    Creo que Rachel tuvo el mismo pensamiento. Aminoró la marcha y comenzó a gritar y a gesticular con los brazos.

    —¡Eh! ¡Eh, vosotros…!

    Y entonces añadió una serie de palabras que no sabía que conociera.

    Los dos hork-bajir que estaban más próximos a nosotros reaccionaron y empezaron a perseguirnos.

    —¡Ghafrash! ¡Aquí! ¡Ghafrash fit! ¡Enemigos! ¡Atrapar!

    A pesar de estar muerto de miedo, no pude evitar sorprenderme. Hablaban un idioma a medio camino entre su jerga de extraterrestre y el lenguaje humano.

    —¡Ghafrash fit nahar! ¡Yo atrapar! ¡Yo matar!

    Corrí. De pronto, tropecé con algo y, al caer al suelo, me di un golpe que me cortó la respiración momentáneamente. Traté de llenar los pulmones de aire otra vez. Rachel continuó adelante. No había reparado en mi caída.

    Un rayo de luz rojiza fue a dar en un tubo de cemento que había junto a mí. El cemento se desintegró. Los dos hork-bajir venían siguiéndonos los pasos, saltando como canguros diabólicos. Me levanté y eché a correr.

    Rachel debió de darse cuenta de que algo ocurría porque se detuvo y empezó a retroceder hacia donde yo me encontraba.

    —¿Qué haces? —grité—. ¡Corre!

    Ella vaciló durante un segundo, pero era consciente de que no podía hacer nada por mí, así que reanudó la marcha.

    Delante de mí vi un agujero y me dirigí hacia él a toda prisa.

    Era una entrada. Dentro estaba oscuro como la boca de lobo, se trataba de uno de los edificios que habían quedado a medio construir: solamente paredes de cemento desnudo y basura por todas partes. Sin embargo, recordaba haber estado allí antes. Marco y yo habíamos explorado aquel lugar de arriba abajo: estaba lleno de pasillos y pequeñas habitaciones adyacentes que lo convertían casi en un laberinto.

    ¡Marco! ¡Rachel! ¿Habrían conseguido escapar? ¿Y qué habría sido de Cassie y Tobías?

    Mientras atravesaba aquella enorme habitación a la carrera, intenté con todas mis fuerzas concentrarme. Había un pasillo… en alguna parte. Avancé a tientas en la oscuridad y encontré una pared.

    Oí el sonido de unas garras al rozar el cemento desnudo; unas garras gigantescas destinadas a romper y desgarrar. Una botella rodó por el suelo.

    ¡El hork-bajir estaba cerca! Y en medio de aquella oscuridad absoluta, mi vista, en principio superior, no me servía de gran ayuda. Aunque sabía cómo moverme por el edificio desierto.

    O habría sabido si el cerebro me hubiera respondido.

    Sentí que mi mano se movía en el vacío. ¡Al fin una entrada! Conducía a un pasillo. La traspasé en el mismo momento en que la luz apareció a mi espalda. Alguien había traído una linterna.

    —¿Efnud decir fallay nyor fit? Cualquier orden.
    —No. No tenéis que capturarlos. Si encontráis a alguno, matadlo.

    La primera voz pertenecía a un hork-bajir. La segunda era humana. Y lo más extraño era que me resultaba conocida.

    Intenté pensar. Había oído aquella voz antes, pero ¿dónde? ¿Dónde?

    —Sólo debéis guardar la cabeza —ordenó el humano al hork-bajir—. Luego me la traéis para que podamos identificarla.

    Me deslicé por la pared.

    La luz me seguía a escasos metros de distancia.

    Me devané los sesos tratando de recordar si cerca de donde me hallaba había un pasadizo. Sí, allí estaba. Haciendo el menor ruido posible, me interné en él. La luz de la linterna brilló a escasos centímetros de mí.

    Entonces tropecé con algo blando.

    —¡Eh!

    ¡Era un hombre! Estaba tumbado en el suelo, envuelto en una manta.

    —¡Eh! ¡Largo de aquí! Este sitio es mío. ¡Aquí no hay nada que puedas afanar!

    ¡Empecé a advertirle del peligro, pero uno de los hork-bajir ya estaba allí!

    La linterna enfocó la cara del vagabundo, que parpadeó como una lechuza.

    Vi que había un hueco justo a mi espalda y me metí en él. El vagabundo empezó a gritar y luego oí el ruido de un forcejeo.

    Puede que el hombre lograra escapar. Al menos, así lo espero.

    Sin embargo, nunca llegué a saberlo, ya que aproveché ese momento de distracción del hork-bajir para escapar.

    Y corrí y corrí y corrí.

    Y mientras lo hacía rogaba por que todo aquello no fuera más que un sueño.


    Capítulo 7


    De alguna manera conseguí llegar a casa. No sé cómo. No recuerdo nada de lo que pasó después de ver al hork-bajir por última vez.

    Ojalá tampoco recordara nada de lo ocurrido aquella noche. Si pudiera olvidarlo todo…

    Fui a ver a los otros. Aún temblaban de miedo, pero estaban bien. Rachel continuaba disculpándose por haberme dejado allí y Marco se obstinaba en preguntarme si estaba completamente seguro de que aquello no era un sueño.

    Supuse que aquella noche tendría las peores pesadillas de toda mi vida, pero no fue así. Cualquier pesadilla, por terrible que fuera, era un cuento de niños comparada con mi nueva realidad.

    Sin embargo, al día siguiente, un sábado, casi había llegado a convencerme de que lo sucedido no había sido más que un mal sueño. Lo único que parecía real, real de verdad, era la forma en que el andalita nos había sonreído con los ojos.

    —Jake, ¿estás despierto?

    Que remedio.

    —Hum, sí —gruñí yo—. Ahora me levanto.
    —Tu amigo Tobías está aquí.
    —¿Tobías? —¿Qué hacía Tobías allí?
    —Soy yo —respondió la voz de Tobías.—. ¿Puedo entrar?
    —Hum, claro. —Me senté en la cama y parpadeé varias veces, intentando despegar los ojos. La puerta se abrió y oí como Tobías le daba las gracias a mamá.

    Estaba resplandeciente. Os juro que lo estaba. No es que emitiera radiaciones, qué va, nada de eso, no. Sino que le brillaban los ojos y la energía que despedía su cuerpo le hacía estremecerse y dar saltos sin cesar.

    —Lo he hecho —anunció Tobías.

    Intenté echarme el cabello hacia un lado peinándomelo con los dedos.

    —¿De qué estás hablando?

    Su respuesta me pilló en medio de un bostezo.

    —Me convertí en Dude.

    El bostezo no llegó a su fin. La boca se me cerró de golpe. Dude es el gato de Tobías.

    —¿Qué?

    Tobías volvió la cabeza en todas direcciones como si temiera que pudiera haber espías en la habitación.

    —Me convertí en Dude, tal como dijo el andalita que pasaría.

    Me limité a mirarlo fijamente.

    —Fue asombroso. No duele ni nada. Verás, estaba acariciándolo mientras pensaba en todo lo que había pasado anoche, y me dije: «¿por qué no intentarlo?»

    No paraba de moverse por la habitación chasqueando los dedos, desbordante de entusiasmo. Era un comportamiento muy poco propio de Tobías.

    —Ni siquiera sabía cómo empezar, así que me aseguré de que la puerta del dormitorio estuviera bien cerrada. Por suerte mi tío seguía durmiendo.

    Tobías tiene una familia de lo más conflictiva. Nunca llegó a saber quién era su padre y su madre decidió abandonarlo hace unos cuantos años. Desde entonces, su tío, que vive aquí, y su tía, la que reside en la otra costa, lo han hecho ir de un lado a otro. Su tío y su tía no se soportan y sospecho que Tobías es algo así como una carga que ambos quieren dejar caer sobre el otro. Me da la impresión de que a ninguno de ellos le importa gran cosa lo que pasé con él.

    —Así que allí estaba, sentado en la cama, pensando en ello, concentrándome con la idea de transformarme en Dude. Entonces me miré la mano. —Me sonrió—. ¿Y qué crees que vi?

    Moví la cabeza lentamente en sentido negativo.

    —No lo sé.
    —Tenía pelo, Jake. Y se estaban convirtiendo en zarpas. Tendrías que haber visto a Dude. Se volvió loco. Tuve que echarlo fuera antes de completar la metamorfosis. Me arañó de lo lindo. —Tobías se metió uno de los dedos heridos en la boca.

    Tragué saliva repetidas veces. Aquello empezaba a complicarse.

    —Hum, Tobías, ¿no podría ser que sólo lo hubieras soñado?
    —No fue un sueño —contestó él. En aquel momento volvió a ser el Tobías de siempre. La sonrisa había desaparecido de su cara y su expresión era seria.—. Es cierto, Jake. Todo es cierto.

    Nuestros ojos se encontraron. Sabía lo que trataba de decirme con aquella mirada: él también había intentado convencerse de que lo sucedido no había sido más que una pesadilla. Pero no era así. Aparté la vista. Me resistía a creer que todo aquello había ocurrido de verdad. Deseaba archivarlo en un rincón de mi memoria, otro mal sueño, nada más. Ahí es donde todas las pesadillas deben quedarse, dentro de la mente, y no plantarse de un salto en la vida real.

    —Continué concentrándome en el cambio —prosiguió Tobías— y, después de unos minutos, había dejado de ser… yo.

    Clavó sus ojos en mí.

    —No te imaginas lo que se siente, Jake. Ser un gato es tan… tan… no tengo palabras para describirlo. En primer lugar, eres tan fuerte… tienes tanta energía dentro… ¡y cómo te mueves! ¿Sabes lo que hice? Me subí a la cómoda de un salto. Está casi a un metro del suelo, y aterricé sobre ella tan ligero como una pluma. ¡Un metro! ¿Sabes lo que es eso para un gato? Es lo mismo que si una persona saltara diez metros hacia arriba.

    Se detuvo de pronto y me miró.

    —No me crees, ¿verdad? —preguntó.
    —Escucha, Tobías, lo que pasa es que a veces no es fácil distinguir entre la realidad y la imaginación.
    —Crees que me he vuelto loco.

    Reflexioné durante unos instantes.

    —No lo sé, Tobías, repasemos lo hechos. Dices que te convertiste en tu mascota. Que te transformaste en tu mascota. Que te transformaste en un gato de verdad. Pues sí, la verdad es que me parece un disparate.

    Tobías asintió con gesto pensativo y luego sonrió.

    —Te comprendo, Jake. No quieres que sea verdad.
    —¿Qué? ¿Insinúas que me niego a creer que puedes convertirte en un gato? ¿Qué me niego a creer que un montón de gusanos babosos están invadiendo la Tierra y que esos gusanos vivan en la cabeza de la gente y la esclavicen? ¿Qué no quiero creer que… que…? ¡Bah! ¡Pues no! No me lo creo.
    —¿Y qué me dices del andalita? —musitó.

    Titubeé. No sé bien por qué, pero no deseaba que el andalita fuera únicamente producto de mi imaginación.

    Tobías me puso una mano sobre el brazo.

    —No te muevas de aquí.
    —¿Qué? ¿Qué vas a hacer?
    —Voy a ayudarte a decidir si es real o no.
    —Tobías…
    —Tú sólo espera. Y no grites ni hagas nada.

    Así que esperé.

    Durante unos segundos no pasó nada. Tobías se limitó a quedarse donde estaba. Miré su cara y vi que sus ojos… que sus ojos eran distintos. Ya no tenía las pupilas completamente redondas. Os juro que dentro de ellas se reflejaba una luz verdosa. Y parecía como si la boca se le hubiera hinchado y le sobresaliera un poco de la cara.

    Se estaba encogiendo. Se estaba haciendo cada vez más pequeño ante mis propios ojos.

    El cuello de la camisa le quedaba flojo y se le formaban arrugas en los pantalones a la altura de los tobillos. Estaba disminuyendo. Y, al mismo tiempo, las manos, el cuello y la cara se le habían empezado a llenar de pelo. ¡Sí, de pelo! Era gris con rayas negras, igual que el de Dude.

    Me entraron unas ganas locas de echarme a reír.

    ¡Tobías se estaba convirtiendo en un gato atigrado! Pero sabía que si comenzaba a reír, tendría que seguir y seguir y ya no podría parar.

    Tobías tenía ya más de gato que de ser humano. Por encima de la cabeza le asomaban unas orejas puntiagudas. Debajo de su delicada nariz rosada le habían crecido unos largos bigotes. Se había puesto a cuatro patas y la ropa le colgaba del cuerpo como harapos. No paraba de mover la cola. Sí, la cola, tal como lo oís.

    Por un momento temí caerme muerto allí mismo a causa del nudo que se me había formado en la garganta y por cómo el corazón me martilleaba el pecho. Me pregunté entonces si era posible que aún estuviera dormido.

    Pero para ser sólo un sueño resultaba demasiado convincente.

    Estaba de pie en medio de la habitación, contemplando a un gato negro y gris que menos de dos minutos antes había sido mi amigo Tobías.


    Capítulo 8


    —Espero seguir dormido-murmuré entre dientes. —De veras que sí.

    —No estás dormido…

    —Eres tú? —le pregunte al gato.

    —¿Puedes oírme?— La vos de Tobías sonaba sorprendida. Aunque decir «sonaba» no sea quizá lo más adecuado.

    —Sí —respondí con cautela.

    —No sabía que pudiera enviar mensajes de esta manera —comentó Tobías—, como lo hacía el andalita.

    —Creo que sólo funciona una vez que te has… transformado.

    Me di cuenta de que estaba hablando con un gato. ¿Y yo era el que decía que Tobías estaba loco?

    Me preguntaba si Tobías habría oído mis pensamientos. Me concentré: —Tobías, ¿puedes oírme?—

    —Sí —contestó él—, te oigo.

    —Antes, ¿has oído lo que pensaba? —inquirí.

    —No. Creo que no es así como funciona. Tienes que dirigir tus pensamientos hacia mí para que pueda oírlos. Eh, mira esto.

    De repente, Tobías dio un salto en el aire y se abalanzó sobre una pelota de baloncesto con autógrafo que había en un rincón. Creo que salto más de un metro.

    —¡Esto es genial! Eh, tira de una cuerda para que pueda perseguirla.

    —Que tire de una cuerda dices? ¿Por qué?

    —¡Es tan divertido!

    Busqué en el cajón de mi escritorio y encontré un trozo de cinta que había servido para atar un regalo de cumpleaños. No soy muy ordenado que digamos. La cinta pertenecía a un regalo de hace dos años.

    —Te parece bien ésta?

    Arrastré la cinta por el suelo hasta dejarla a unos treinta centímetros de la nariz de Tobías, que se agazapó y empezó a mover los cuatro traseros. ¡Entonces saltó! Cayó sobre la cinta, la atrapó con sus dientes afilados, dio unas cuantas vueltas de campana y empezó a rasgarla como si fuera la única cosa del mundo que le importaba.

    Intenté arrancarle la cinta, pero se abalanzó sobre ella de nuevo.

    —¡Sí! ¡La tengo!

    —Tobías, ¿qué estás haciendo?

    —¡Muévela más deprisa! ¡Ya está! ¡Ya la tengo!

    —Tobías, ¿qué haces? —le grité—. ¡Estás jugando con un trozo de cinta!

    Se paró en seco, moviendo la cola de un lado a otro. Clavó en mí sus fríos ojos de gato, sin embargo percibí en ellos cierta confusión.

    —Yo… no sé —admitió—. Es como… es como si fuera yo mismo y, a la vez, fuera también Dude. Me vuelvo loco cuando veo una cuerda y,¡ojalá hubiera un ratón vivo cerca! Me encantaría perseguirlo, seguirle la pista sin hacer ruido, escuchar el latido de su corazón y oír el ruido de sus piececillos al rozar el suelo. Esperaría el momento oportuno y luego, con un salto perfecto y las zarpas extendidas…—, e hizo el gesto de enseñar las uñas para mostrarme lo que quería decir.

    —Tobías, creo que podemos sacar algo claro de todo esto —le dije. Era increíble lo rápido que me iba acostumbrando a la idea de hablar con un gato.

    —¿Qué?

    —Yo diría que tu ya no eres sólo Tobías en este momento. Es verdad que eres un gato. Quiero decir que tienes todos sus instintos y te gusta hacer las cosas que le gusta hacer a un gato.

    —Sí, ya te entiendo. Es como si hubiera dos animales fundidos en uno. Puedo pensar como persona y como gato al mismo tiempo.

    —Será mejor que recobres tu aspecto de siempre —le recomendé.

    La cabeza de gato hizo un gesto de asentimiento. Les aseguro que resulta muy raro ver cómo un gato te dice que sí de un modo normal, como si meditara.

    —Tienes razón.

    El regreso a la forma humana fue como mínimo tan insólito como la transformación en gato. El pelo desapareció y dejó tras de sí una serie de claros de piel rosada. En aquella cara plana comenzó a brotar una nariz. La cola fu succionada como una serpiente atrapada en el tubo de una aspiradora.

    Tobías se quedó allí plantado, parecía sentirse violento. Se apresuró a ponerse la ropa de nuevo.

    —Son un poco más de práctica aprenderemos cómo volver ya vestidos.
    —Aprenderemos, dices?

    Él esbozó una vez más aquella dulce sonrisa suya tan característica.

    —Aún no te has dado cuenta, Jake?

    Dije que no con la cabeza.

    —Creo que no, Tobías.

    De repente se puso furioso. Me agarró por los hombros y me sacudió.

    —Es que no lo entiendes, Jake? Todo es verdad. Todo.

    Lo aparté de un empujón. No quería seguir oyendo todo aquello.

    No obstante él no se dio por vencido.

    —Jake, es verdad. Si el andalita nos concedió estos poderes fue por una razón.
    —Muy bien —le repliqué con brusquedad— pues úsalos.
    —Lo haré —respondió él—. Pero te necesitamos Jake. A ti más que a nadie.
    —Por qué a mí?

    Él vaciló.

    —Vamos, Jake, ¿es que no lo comprendes? Yo sé lo que puedo y lo que no puedo hacer. Y lo que no puedo hacer es hacer planes y decirle a la gente cómo actuar. No soy el líder. Tú sí.

    Me eché a reír de un modo bastante grosero.

    Él se limitó a mirarme con aquellos ojos suyos, tan profundos e inquietos; unos ojos que ahora sólo puedo ver en mi memoria.

    —Sí Jake, tú eres el líder. Tú eres el único capaz de lograr que sigamos unidos y derrotemos a los controladores. Ahora tenemos la posibilidad de ser mucho más de lo que éramos antes: de poseer la astucia de un gato y… los ojos de un águila, el olfato de un perro y… la velocidad de un caballo o de un guepardo. Vamos a necesitar todo eso y más si pretendemos enfrentarnos a los controladores y salir victoriosos.

    Lo único que deseaba era que nada de aquello me estuviese pasando a mí. Que nada de aquello fuera verdad. Asentí lentamente. Era como si me resignara a cometer algún acto horrible. Como si me estuviese ofreciendo como voluntario para ir al dentista o algo aún peor. Tuve la sensación de que mis hombros se doblaban bajo el peso de una tonelada.

    Sabía cual era el siguiente paso.

    —Bueno —dije en tono grave—. Supongo que será mejor buscar a Homer.

    Homer es mi perro.


    Capítulo 9


    No es doloroso. Me refiero al hecho de transformarse.

    Me puse a acariciar a Homer durante unos instantes, sintiéndome como un perfecto estúpido.

    —Esto es lo más tonto que he hecho en mi vida —le confesé a Tobías.
    —Mira, tienes que concentrarte. Al menos, eso fue lo que hice yo. Verás, primero me formé una imagen de Dude, ¿entiendes? Pensé en convertirme en él.
    —Ea. Así que lo que tengo que hacer es considerar la idea de convertirme en un perro, ¿no es eso?
    —Exacto. Debes pensar en ello y debes desearlo.

    En cualquier otro momento hubiera llegado a la conclusión de que estaba chiflado. Pero lo había visto transformarse en un gato. Así que si él estaba mal de la azotea, yo también.

    Me concentré en la idea de convertirme en Homer. Mientras lo acariciaba, en mi mente fue cobrando forma la imagen de la transformación. Al hacerlo, Homer se quedó sorprendentemente quieto. Parecía dormido, sólo que tenía los ojos abiertos.

    —Lo mismo que Dude —comentó Tobías—. Yo diría que el proceso hace que el animal entre en una especie de trance.
    —Lo que pasa es que tiene miedo porque ve que su amo está completamente loco. —Continué acariciando a Homer y concentrándome y Homer permaneció echado, muy quieto—. Bueno, ¿y ahora qué? —le pregunté a Tobías.
    —Ahora será mejor que saquemos a Homer. A lo mejor se asusta si ve cómo te conviertes en él.

    Homer tardó diez segundos en salir del trance. Luego se levantó de un salto para volver a ser el hiperactivo perro de siempre. Entonces lo llevé al jardín.

    Cuando regresé, Tobías me esperaba sentado pacientemente.

    —Prueba hacerlo. —Me apremió—. Concéntrate en hacerlo. Deséalo.

    Respiré hondo y cerré los ojos. Recuperé la imagen de Homer que se había formado en mi mente. Entonces empecé a concentrarme en convertirme en él.

    Abrí los ojos.

    —Guau, guau —dije riendo—. Creo que esto no funciona conmigo, Tobías.

    Me picaba el dorso de mi mano y comencé a rascarme con fuerza.

    —Jake! —exclamó Tobías.
    —Qué?
    —Mírate la mano.

    Así lo hice y vi que estaba cubierta de pelaje de color canela.

    Pegué un salto.

    —Ohh! ¡ohh! —No podía apartar mi vista de mi mano. El pelo había dejado de crecer.
    —No te asustes —me aconsejó Tobías—. Sigue adelante. Ahora has detenido la metamorfosis. Vuelve a concentrarte.
    —Mi mano! —exclamé—. ¡Tengo pelo!
    —Sí, y tus orejas…

    Corrí al espejo que había sobre mi cómoda. Mis orejas tampoco eran las mismas de antes: ahora me caían a ambos lados de la cabeza y, desde luego, eran mucho más grandes de lo que deberían.

    —Sigue! ¡Es fantástico! —exclamó Tobías.
    —Fantástico? Es… es… espantoso. Esto es un asco. Es… ¡Mira qué manos! ¡Están cubiertas de pelo!
    —Tienes que hacerlo —me animó Tobías.
    —No tengo que hacer nada —respondí, malhumorado.

    Tobías asintió.

    —De acuerdo, tienes razón. No tienes por qué hacerlo, olvídate de lo que vimos anoche y de todo lo que sabemos. Total porque unos yeerks vayan apoderándose cada vez de más gente tampoco hay para tanto. Todos seguiremos con nuestras vidas de antes y nos haremos mayores en un mundo donde los seres humanos no serán más que simples cuerpos al servicio de un montón de extraterrestres asesinos.

    Hombre, visto así, no es que pareciera la mejor solución.

    —Vamos —me apremió Tobías.

    Tragué saliva varias veces y cerré los ojos. Pensé en Homer, en ser Homer.

    Volví a sentir picazón y, al abrir los ojos, vi que el pelo me iba cubriendo poco a poco los brazos y la cara y sobresalía por encima del cuello de la camisa. Las piernas me picaban y descubrí que estaban llenas de pelo.

    En cuanto a los huesos… bueno, no es que me dolieran, pero notaba una sensación muy rara. Es como cuando vas al dentista y te pone una anestesia para que no sientas dolor donde tú sabes que deberías sentirlo. Pues supongo que es algo así.

    Mis huesos disminuyeron de tamaño. Noté como se me alargaba la espina dorsal al salirme la cola. Oí una especie de chasquido cuando las rodillas se me doblaron hacia dentro, y entonces caí hacia delante, incapaz de mantener el equilibrio.

    En el momento de tocar el suelo, mis manos habían dejado de ser lo que eran: los dedos se habían esfumado y todo lo que quedaba de ellos eran dos uñas pequeñas y gruesas.

    Me había crecido un morro y tenía los ojos más juntos que de costumbre.

    Tobías se levantó y descolgó el espejo para que pudiera verme.

    Asistí a la etapa final de la transformación en la que las últimas manchas de carne rosada desaparecían y la cola alcanzaba su longitud definitiva.

    Era un perro. Sería una locura pero había duda, era un perro.

    Sabía que todo aquello tendría que darme miedo. Pero no estaba asustado, sino excitado. Una mezcla entre aturdido y emocionado. Rebosaba felicidad por los cuatro costados.

    Inspiré a través de aquella nariz tan ridículamente larga y ¡guau! ¡Qué olores! ¡No se lo pueden imaginar! Volví a tomar aire y de inmediato supe que mamá estaba haciendo panqueques en la cocina. Y también que Tobías había atravesado el territorio de un perro macho de gran tamaño. Descubrí cosas que no podían expresarse con palabras. Era como haber estado ciego toda la vida y recuperar la vista.

    Fui corriendo hasta donde estaba Tobías y le olisqueé el zapato. Quería conocer más detalles sobre la identidad de aquel perro macho. Por el olor de la orina que había quedado en el zapato de Tobías, me hice una idea aproximada de cómo decía ser. Bueno lo cierto es que Homer lo conocía. Sus amos lo llamaban Streak.

    Estaba castrado, como yo. Se pasaba la mayor parte del tiempo en el jardín, aunque a veces hacía un agujero debajo de la cerca y se escapaba. Su dieta consistía básicamente en una mezcla de comida de lata y pienso seco. Purina, para ser más exactos. Al contrario de mí, nunca le daban las sobras de la mesa.

    Haber procesado toda aquella información me puso otra vez de buen humor y me obligó a mover la cola. Levante la vista y me fijé en Tobías. Me pareció alto, extraño y algo descolorido. Mirar las cosas no resultaba demasiado interesante. Era mucho mejor olerlas.

    ¡UN INTRUSO!

    Se oía un ruido en el jardín. ¡Un perro! Había un perro desconocido en mi jardín. ¡Un INTRUSO!

    Corrí hasta la ventana, apoyé las patas y me dejé llevar por mi instinto.

    Empecé a ladrar todo lo fuerte que pude. No iba a permitir de ninguna manera que otro perro cruzara mi jardín.

    —Contrólate —me aconsejó Tobías—. Es lo mismo que me sucedió a mí cuando me convertí en gato. Ahora,, el cerebro del perro es parte del tuyo. Tienes que hacerte a la idea.

    —Pero… es que hay un perro en mi jardín.

    —Es Homer, Jake. Tú eres Jake. Tu cuerpo es solo una replica creada a partir del ADN de Homer. El verdadero Homer está ahí afuera. Tú lo sacaste. Concéntrate. Tú eres Jake, Jake.

    Respiré hondo varias veces. ¡Qué olores! Y luego llegó aquel otro que no acababa de…

    «¡Concéntrate, Jake —me ordené a mí mismo—. ¡Concéntrate!

    Poco a poco logré someter la parte canina de mi cerebro.

    Había que olvidarse de los olores y del ruido que hacía el perro que estaba en el jardín.

    La primera vez no resultó nada fácil. Ser un perro es realmente asombroso. Para empezar, no existen las medias tintas. Nunca estás más o menos contento, sino feliz del toso. Y jamás tienes un mal día, sino que estás hecho polvo, hundido en la miseria. Y cuando te entra hambre siendo un perro, conseguir comida se convierte en lo único importante.

    Alguien llamó a la puerta de mi habitación. Sí, de mi habitación. Volvía a saber quien era: era Jake. Un Jake de cuatro patas, con rabo y hocico, pero Jake al y al cabo.

    En mis orejas de perro, aquel sonido sonó increíblemente fuerte.

    —Jake, ¿está Homer con tigo? —Era la voz de mi hermano Tom—. Mamá está hablando por teléfono. Hazlo callar.

    Abrió la puerta y entró. Miró a su alrededor confundido.

    —Quién eres tú? —le preguntó a Tobías.
    —Soy Tobías, un amigo de Jake.
    —Bueno, ¿Y dónde está él?
    —Pues… está por ahí —respondió Tobías.

    Tom me miró. Olía de una forma muy rara, pero mi cerebro de perro no consiguió identificar de qué se trataba. Era un olor inquietante y peligroso. Y, por algún motivo, en mi mente resonó el eco de una risa. La risa humana que había oído la noche anterior en el mismo momento en que Visser Tres se tragaba entero al andalita.

    —Perro malo —me riñó Tom—. Calla. Perro malo. —y luego se marchó.

    Me hundí. No era un perro malo, de verdad que no. Había ladrado porque había otro perro en mi jardín. ¿Y sólo por eso era un perro malo? No, yo quería ser bueno. Me fui hacia un rincón y me eché allí. Me sentía profundamente desgraciado.

    Tobías se arrodilló a mi lado y me dio unas palmaditas en la cabeza.

    Cuando me rascó detrás de las orejas, me sentí mucho mejor.


    Capítulo 10


    Después de haber vuelto a mi estado normal, llamé a los demás por teléfono. Tobías se marchó y dijo que reuniría a todos más tarde en la granja de Cassie.

    Con ella estaba hablando por el teléfono de la cocina, cuando entró Tom.

    —Ah, estás ahí —comentó.

    Tapé el auricular con la mano.

    —Sí. Tobías dijo que me estabas buscando.
    —Sólo quería que tu perro se callara —respondió. Luego le dio la vuelta a una silla y se sentó en ella a horcadas.

    Dudé. Por algún motivo, prefería no hablar con Cassie estando Tom adelante.

    —Escucha, te veré allí dentro de un par de horas, ¿de acuerdo? —le expliqué a Cassie. Luego colgué.

    Miré con detenimiento a Tom. Es más corpulento que yo, aunque yo tampoco soy lo que se dice pequeño; tiene el pelo más oscuro, casi negro, mientras que el mío es castaño.

    Siempre he confiado en él. Nunca ha sido uno de esos tipos que le pegan a su hermano menor. Siempre habíamos estado bastante unidos. Al menos hasta el año pasado, aproximadamente. No sé por qué, pero ya no pasábamos tanto tiempo juntos. En parte se debía a que él se había hecho miembro de un club llamado La Alianza, en el que participaba con más gente en una serie de actividades que lo mantenían ocupado la mayor parte del tiempo.

    A lo que iba: Tom tendría que haber sido la primera persona a quién le contase todo aquel lío, sin embargo, mientras estaba allí sentado, mirando cómo mordisqueaba una tostada, tuve un presentimiento y me dije: «No, esto debe seguir siendo un secreto, incluso para Tom.»

    En vez de eso, le expliqué algo que tampoco me atrevía a decirle.

    —Yo, ejem… No conseguí entrar al equipo, Tom —anuncié.
    —Qué equipo? —preguntó. Parecía desconcertado.
    —Que qué equipo? Pues el equipo de baloncesto. Tu antiguo equipo.
    —Ah, bueno, es una lástima —comentó.
    —Una lástima? —repetí. No podía creer que le diese tan poca importancia.
    —Bueno, sólo es un deporte —me contestó. Y le dio otro bocado a la tostada.
    —Qué sólo es un deporte? —No dejaba de repetirme lo que acababa de decir. ¿Tom restando importancia a los deportes? Imposible. Pero si eran toda su vida—. Verás, no creo que sea tan bueno como tú en baloncesto.

    Se encogió de hombros.

    —Bueno, de todos modos dejé en equipo hace un par de días.

    Estuve a punto de caerme de la silla.

    —Que lo has dejado? —dije—. ¿Que has abandonado el equipo? ¿Y ni siquiera me lo habías dicho? ¿Qué te ocurre, Tom?
    —No les dije nada porque supe que papá y tú iban a hacer toda una historia. Mira, hay cosas más importantes que meter pelotas a través de un aro —se defendió y volví a ver aquella mirada misteriosa en sus ojos. Supuse que, al hablar de cosas más importantes se refería a las chicas—. Además, en el club hacemos cosas geniales. Quizá deberías unirte a nosotros.

    Me quedé pasmado. Sin duda, la distancia existente entre Tom y yo era mayor de lo que me había imaginado.

    Cuando terminamos de hablar, salí al jardín a cortar el césped. Lo hago cada sábado porque es la tarea principal que tengo asignado. Eso y sacar la basura, algo que odio, porque tienes que estar pendiente del reciclado y todo eso.

    Cuando acabé de cortar el césped, podar y rastrillar, me subí a la bici y me fui.

    Había quedado con encontrarme con lo demás en la granja de Cassie. No es lo que normalmente se entiende por una granja, aunque si lo fue en otros tiempos, y aún tienen una vaca y unos cuantos caballos. Pero ahora, el granero principal, que es de color rojo, se ha convertido en una Clínica de Rehabilitación de la Fauna Salvaje, cuyo director es el padre de Cassie. Recogen todo tipo de animales, excepto mascotas. Allí dentro siempre hay un montón de pájaros, además de ardillas, ciervos, mofetas, etc. Y a veces han llegado a tener alguno que otro lince, un zorro e incluso un lobo.

    La mamá de Cassie también es veterinaria, pero trabaja en Los Jardines, un enorme parque de atracciones en el que también hay un zoológico o pequeña reserva de animales, que es como creo que la llaman. Por suerte, a Cassie le encantan los animales. De lo contrario, habría sido muy duro para ella, teniendo en cuenta la profesión de sus padres.

    Ustedes ya saben que yo tengo un perro y Tobías tiene un gato. Pero Cassie tiene de todo: desde puercoespines hasta osos polares.

    Cuando llegué, Marco, Tobías y Rachel ya me estaban esperando delante del granero. Rachel tenía la cara vuelta hacia el sol, para que los rayos le dieran de lleno y pudiera ponerse morena. Cassie no había llegado todavía. Supuse que estaría acabando una tarea doméstica, porque allí siempre hay un montón de cosas que hacer.

    —Eh, chicos —los saludé.

    Rachel abrió los ojos y luego me lanzó un periódico.

    —Mira —dijo, señalando un artículo.

    Comencé a leerlo. No era demasiado largo. La policía afirmaba que la noche anterior se había producido una alteración del orden en un terreno abandonado. Añadía que se había recibido llamadas de ciudadanos que decían haber visto aterrizar allí un número indeterminado de platos voladores, seguidos por una serie de luces brillantes.

    —Fantástico —comenté, al tiempo que alzaba la vista—. Entonces la poli lo sabe. Menos mal.
    —Continúa leyendo —me pidió Rachel.

    El artículo explicaba a continuación que, al llegar al escenario de los hechos, la policía había encontrado a un grupo de adolescentes jugando con petardos. Los jóvenes se habían dado a la fuga y los agentes habían incautado el material. El jefe de policía se había reído de las informaciones que hacían referencia a la aparición de los platos voladores.

    —Sólo se trataba de una pandilla de chicos que jugaban donde no debían —declaraba—. Por supuesto, no había ningún plato volador. La gente no debería estar predispuesta a creer en esas tonterías.
    —Pero todo esto no es más que una sarta de mentiras —dije yo.
    —Ding, dong…, ding, dong! Respuesta correcta. Johnny, muéstrale a nuestro concursante lo que acaba de ganar —bromeó Marco.
    —¿Has visto lo que dice al final? —insistió Rachel.

    Leí la última frase. Me quedé helado, de verdad se los digo. La policía ofrecía una recompensa a quien le proporcionase cualquier información acerca de aquellos jóvenes.

    —Nos están buscando —sentenció Marco.
    —Por qué iba la policía a…? Quiero decir, ¿Por qué iban a mentir? —reflexioné en voz alta, aunque la respuesta era bastante obvia.

    Marco dejó escapar su risa sardónica.

    —Vamos a ver, sabelotodo… ¿No se te ha ocurrido que los polis podrían ser en realidad controladores?
    —Aunque quizá no todos —puntualizó Tobías.
    —Si los controladores se han infiltrado en la policía quien sabe en dónde más lo habrán hecho —se lamentó Rachel—. ¿En las escuelas? ¿Dentro del gobierno? Puede que incluso hayan llegado hasta los periódicos y la televisión.
    —Entre los profesores de matemáticas seguro que hay alguno —bromeó Marco.

    Todos miramos a nuestro alrededor con gran nerviosismo, como si temiéramos que los controladores fueran a aparecer de un momento a otro.

    —Intente convencerme de que todo no había sido más que un sueño —reconoció Rachel.
    —Eso me suena —respondí yo.

    Durante unos instantes nadie habló. Teníamos la horrible impresión de estar totalmente aislados. De repente tomamos conciencia de estar enfrentándonos a algo muy, muy, muy superior a nosotros.

    Marco fue el primero en romper el silencio.

    —Escuchen, ¿Por qué tenemos que hacernos cargo de todo esto nosotros? Yo voto porque nos olvidemos de lo sucedido y no volvamos a hablar de este asunto ni tampoco a transformarnos. Lo mejor será que nos preocupemos por vivir nuestra propia vida.

    Tanto Tobías como Rachel me miraron con la esperanza de que hiciera cambiar de opinión a Marco.

    —Estoy de acuerdo contigo sólo medias —empecé.

    De pronto Marco se puso como una fiera.

    —Nos pueden matar! —gritó—. ¿Es que no se dan cuenta? Ya vieron lo que le ocurrió al andalita. Esto va en serio, Jake. ¡Muy en serio! ¡Podrían matarnos a todos!

    Tobías miraba a Marco de reojo, como era característico de él. Tal vez pensaba que Marco era un cobarde. Pero yo sabía que Marco tenía sus razones.

    Él movió la cabeza en sentido negativo. En voz baja dijo:

    —Miren, creo que los controladores son unos idiotas. Pero si algo me sucediera, mi padre no podía sobreponerse jamás.

    La madre de Marco murió hace dos años. Se ahogó y nunca encontraron su cuerpo. Y ahí se acabó el mundo para el padre de Marco. Se vino abajo: dejó su empleo de ingeniero industrial porque no podía soportar estar rodeado de gente. En aquel momento trabajaba de noche como portero y su sueldo apenas alcanzaba para mantener a Marco. Se pasaba el día durmiendo o viendo imágenes de la tele sin sonido.

    —Pueden pensar que soy un gallina, si quieren —continuó—. No me importa. Pero si me matan o me pasa algo, mi padre se morirá, no lo resistirá. Si todavía sigue en este mundo es por mí.

    Por un momento sentí la tentación de darle unos golpes afectuosos en la espalda o algo parecido. Pero conociendo a Marco, lo único que habría recibido sería una respuesta sarcástica por su parte.

    —Ahí está Cassie —anunció Rachel. Y utilizando la mano como visera para protegerse del sol, su mirada se posó en algún punto al otro lado del descampado.

    Un caballo venía galopando a través del terreno abandonado. La suave brisa acariciaba sus crines, sin embargo, no conseguí divisar al jinete.

    El caballo aminoró la marcha y se nos acercó al trote. Entonces me asaltó un extraño presentimiento.

    —Cassie y yo ya llevamos un rato aquí —dijo Rachel a modo de explicación—. Lo hace de maravilla fíjense lo rápido que es.

    El caballo relinchó con suavidad y luego empezó a disolverse. Los ojos castaños se redujeron un poco de tamaño y lo que había sido una larga quijada se transformó en una boca humana.

    Un ser a medio camino entre caballo y Cassie nos sonrió con sus largos dientes equinos y dijo:

    —Eh, chicos

    Marco cayó hacia atrás. Se dio un golpe bastante fuerte, pero es que nunca había presenciado una metamorfosis.

    —No tengas miedo! —comenté yo, intentando mantener un tono tranquilo—. Tan sólo se trata de Cassie.

    Decidí que lo mejor era comportarse como un caballero y mirar para otro lado. Después de todo, cuando Tobías y yo habíamos regresado, no lo habíamos hecho con la ropa puesta. Pero me di cuenta de que Cassie emergía de su forma equina enfundada en una prenda azul muy ajustada, una de esas que se ponen las chicas para hacer ejercicios.

    Mientras contemplaba la transformación, fui testigo de algo muy hermoso. Durante unos segundos en los que Cassie continuó siendo mitad caballo y mitad persona me recordó al andalita. Entonces me di cuenta de que lo había hecho deliberadamente y de que controlaba el modo en el que se producía la metamorfosis.

    —Diablos, Rachel! —dije—. ¡Tenías razón! Cassie lo hace de maravilla.

    De repente, oímos el ruido de unos neumáticos que se deslizaban sobre la graba que cubría el suelo.

    Todos nos dimos la vuelta a tiempo. Un coche blanco y negro avanzaba por la carretera sin asfaltar.

    —La policía! —grito Tobías.


    Capítulo 11


    —Cassie, transfórmate. ¡Rápido! —le ordené con brusquedad. El coche de policía se acercaba rápidamente—. Sólo nos faltaba tener que dar explicaciones sobre alguien que es medio caballo y medio persona.

    —¿Y en qué me convierto? —gimió ella irguiéndose un poco sobre sus patas traseras—. ¿En caballo o en persona?

    Comprendí lo que pasaba. Estaba intentando dominar el pánico que sentía el caballo.

    —En persona! ¡En persona! —la apremié—. ¡Pónganse todos delante de ella!

    El coche hizo un ruido chirriante al detenerse y la gravilla salió disparada en todas direcciones. Del vehículo sólo descendió un policía.

    Lo saludé con la mano.

    —Buenos días —dijo—. Eh, chicos, ¿Están escondiendo algo?

    Me hubiera gustado mirar por encima del hombro y ver qué aspecto tenía Cassie. Pero habría sido un gran error de mi parte.

    —Escondiendo algo? —repetí.
    —Quítense de en medio —nos ordenó.

    Nos apartamos y Cassie quedo al descubierto. Había recobrado totalmente su forma humana.

    El policía pareció algo desconcertado, pero luego se encogió de hombros.

    Di un suspiro de alivio.

    —En que puedo ayudarle, agente? —preguntó Rachel en un tono que pretendía sonar lo más responsable posible.
    —Estamos haciendo algunas averiguaciones. —Respondió el policía sin apartar aún la vista de Cassie, como si notara algo extraño en ella—. Vamos en busca de unos chicos que se dedicaron a buscar de unos chicos que se dedicaron a lanzar petardos anoche en el terreno abandonado que hay al otro lado del centro comercial.

    De pronto Marco empezó a toser.

    —Le pasa algo? —preguntó el policía.
    —No —respondí—. Nada.
    —Tenemos que encontrar a esos chicos —explicó el policía—. Es muy interesante. Lo que hicieron fue muy peligroso. Alguien podría haber resultado herido. Por eso queremos dar con ellos.

    Entonces lo supe. Supe que era uno de ellos: ¡aquel policía era un controlador! Estudié su cara y no descubría en ella nada anormal. Pero dentro de su cabeza había una criatura de otro planeta: un parásito viscoso y cruel. Detrás de aquellos ojos de apariencia humana acechaba algo perverso.

    —No sé nada de ese asunto —mentí.

    Él me miró más de cerca y comencé a sudar.

    —Ah, ¿sabes una cosa? —dijo—. Tu cara me resulta familiar. Te pareces mucho a un muchacho que conozco llamado Tom.
    —Es mi hermano —contesté.

    Intentaba que mi voz no me delatara, pero me resultaba imposible olvidar que o estaba hablando con un policía humano normal. Se trataba de un yeerk. Había dejado de ser una persona. En realidad, ya no volvería a serlo nunca más. Se había convertido en un controlador humano. Su cerebro estaba totalmente dominado.

    —Así que Tom es tu hermano, ¿eh? Bueno, es un buen chico. Lo conozco de la Alianza. Soy uno de los adultos encargados de supervisarlo todo. Es un grupo estupendo; tendrías que venir a alguna reunión.
    —Si, Tom me ha invitado ya —respondí.
    —Lo pasamos realmente bien.
    —Sí —repetí yo.
    —Bueno, pues llámame si oyes algo sobre esos chicos. Te advierto que a lo mejor te salen con una historia absurda para justificarse. Pero tú eres demasiado inteligente para dejarte engañar, ¿verdad?
    —Es un verdadero genio —se burló Marco.

    El policía se fue por fin.

    —Bien, regla número uno —recitó Rachel con firmeza—. No haremos nada que llame la atención. Tenemos que mantener todo esto en secreto, sobre todo lo que se refiere al tema de transformaciones.

    Cassie parecía avergonzada.

    —Sí fue una estupidez de mi parte. Pero es que… ¡Es tan increíble poder correr así! Galopar a campo abierto, correr y correr.
    —Cómo conseguiste regresar con la ropa puesta? —pregunté—. Cuando Tobías y yo lo hicimos… bueno, menos mal que no estaban presentes.
    —Se necesita un poco de práctica —respondió Cassie—. Y sólo se puede hacer con ropa ceñida. Intente hacerlo con un abrigo y lo rompí. No sé que vamos a hacer cuando llegue el invierno.
    —Eso no será ningún problema —la interrumpió Marco inflexible—. Porque a partir de ahora mismo ya no habrá más metamorfosis.
    —Quizás Marco tenga razón —reflexionó Rachel—. Esto es demasiado para nosotros. No somos más que unos niños. Tenemos que encontrar a alguien importante para decírselo. Alguien en quien podamos confiar.
    —No podemos confiar en nadie —replicó Tobías con voz cansada—. Cualquiera podría ser un controlador. Si le contamos algo a la persona equivocada, estamos acabados. Y el mundo entero correrá la misma suerte.
    —No quiero seguir transformándome —protestó Cassie—. ¿Se dan cuenta de todo lo que seríamos capaces de hacer con este poder? Tal vez podamos comunicarnos con los animales, ayudar a salvar especies en peligro de extinción.
    —Es posible que la humanidad sea la próxima especie en peligro extinción, Cassie —le recordó Tobías con suavidad.
    —Y tú que opinas, Jake? —me preguntó Cassie.
    —Yo? —Me encogí de hombros—. No sé. Como dice Marco podrían matarnos a todos. Rachel está en lo cierto esto nos queda demasiado grande. —Vacilé. No me gustaba lo que estaba a punto de decir—. Pero Tobías también tiene razón. La humanidad se encuentra en peligro y no podemos confiar en nadie.
    —Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Rachel.
    —Ah, un momento, no me toca a mí decidirlo —repliqué enojado.
    —Vamos a votar —propuso Rachel.
    —Yo voto por vivir lo suficiente para sacarnos el permiso para conducir —dijo Marco.
    —Yo voto por hacer lo que nos pidió el andalita: luchar —fue la respuesta de Tobías.
    —Y lo dices tú, que jamás has participado en una pelea —comentó Marco con sorna—. Tú que ni siquiera sabes quitarte de encima a los matones de la escuela. Y ahora, de pronto, resulta que quieres pelear con ese monstruo de feria, ese Visser Tres.

    Tobías no contestó, pero el cuello se le puso rojo como un tomate.

    —Yo estoy con Tobías —afirmo Rachel mientras le dirigía una mirada asesina a Marco—. Ojalá pudiéramos desentendernos de esto, pero no podemos.
    —Vamos a meditarlo bien —sugirió Cassie—. Se trata de una decisión muy importante. No es como tener que elegir entre un pantalón o una falda a la hora de vestirse.

    Me sentí aliviado. Gracias a dios Cassie estaba allí.

    —Si, dejemos pasar un tiempo —convine—. Mientras tanto, ninguno de nosotros dirá nada a nadie y volveremos a nuestra vida de siempre.

    En el rostro de Marco apareció una sonrisa de suficiencia. Pensaba que había ganado, pero yo no estaba tan seguro. Tobías aún estaba colorado. Le dirigió a Rachel una sonrisa furtiva de agradecimiento.

    Marco y yo regresamos a casa, intentando actuar de modo normal. Hablamos de la liga de béisbol y de quién le iba a dar una paliza a quién en Zona letal 5, un juego en CD-ROM que pensábamos poner en mi computadora.

    Cuando llegamos a mi casa ya habíamos agotado todos los temas de conversación.

    Jugamos a Zona letal durante un rato, pero ninguno de los dos lo hizo muy bien. Para ser sinceros, los juego ya no resultaba tan emocionantes como antes. Y además una parte de mí estaba ausente.

    Poco después entro Tom.

    —Ah, hola, chicos —saludó—. ¿Me dejan que lo intente yo?

    Habían transcurrido varios meses desde la vez en que Tom y yo habíamos hecho algo tan simple como jugar a la computadora.

    —Claro. —Marco le cedió el sitio a Tom y le pasó el mando.

    Jugamos durante unos minutos y Tom lo hizo bastante bien. Sin embargo, luego pareció aburrirse y le devolvió el mando a Marco, se recostó en la silla y se dedicó a mirar.

    —Chicos, ¿han oído lo que pasó anoche en el terreno abandonado?

    Marco se sobresaltó.

    —A que te refieres? —pregunté.
    —Salió en el diario —continuó Tom restándole importancia—. Se ve que unos chicos estuvieron allí lanzando cohetes y petardos. A los imbéciles que viven por allí cerca no se les ocurrió otra cosa que confundirlos con platos voladores. —Se echó a reír—. ¡Platos voladores! ¡Como lo oyen!

    Marco y yo también nos reímos.

    —Sí. Y sólo se trataba de unos chicos que jugaban con petardos —comentó Tom.
    —Mmm —murmuré yo mientras intentaba concentrarme en el juego con todas mis fuerzas.
    —Ustedes fueron al centro comercial anoche, ¿verdad? —me preguntó Tom.
    —Ajá.
    —Y volvieron a casa atravesando el terreno abandonado?

    Yo hice un gesto negativo con la cabeza.

    —Ni hablar.
    —Y no vieron por casualidad a unos chicos merodeando por los alrededores?
    —No.
    —No es que quiera buscarles problemas —se excusó Tom—. Después de todo, tiene su gracia. Se ponen a lanzar petardos y consiguen que la gente se muera de miedo confundiéndolos con platos voladores.
    —Ajá.
    —Platos voladores! —repitió. Y se echo a reír de nuevo—. Sólo los tontos creen en esas tonterías.—. Se inclinó hacia nosotros—. Ustedes no creen en esas bobadas, ¿verdad? En todo ese cuento de los extraterrestres, naves espaciales y hombrecillos verdes procedentes de Marte.

    Sentí deseos de responder que no, que ninguno de ellos era pequeño ni verde, pero me limité a decir:

    —Por supuesto que no!

    Tom asintió y se levantó.

    —Estupendo. Sabes, Jake, últimamente ya no salimos mucho juntos.
    —Pues no —respondí.
    —Es una lástima —comentó él. Chasqueó los dedos como si acabase de ocurrírsele una idea—. Sabes, deberías hacerte miembro de la Alianza. Y tú también, Marco.
    —Y eso porque?

    Tom esbozó una sonrisa por toda respuesta.

    —Tengo que irme —dijo—. Nos vemos luego. Y no lo olviden: si se enteran de algo, avísenme.

    Se fue.

    Marco me miró.

    —Jake! ¡Es uno de ellos!
    —Qué?
    —Tom. ¡Tom es uno de ellos! ¡Tu hermano es un controlador!


    Capítulo 12


    Cerré el puño y golpeé a Marco en un lado de la cabeza.

    Él saltó hacia atrás y yo traté de darle otro puñetazo, pero Marco era rápido y esquivó aquel segundo golpe. Resbalé y caí.

    Marco agarró la colcha que cubría la cama y me la echó encima para inmovilizarme los brazos. Luego se sentó arriba de mí.

    —Jake, deja de comportarte como un idiota —rezongó.

    Yo intentaba liberarme para poder atraparlo, pero me tenía bajo control.

    —Retira lo que dijiste! —chillé.
    —Ni pensarlo —contestó él—. Vamos a ver, ¿crees que es una simple coincidencia que de buenas a primeras muestre tanto interés por lo que pasó en el descampado?

    La verdad es que resultaba sospechoso y yo lo sabía. Incluso mientras intentaba soltarme para propinarle a Marco una buena patada en el trasero. De pronto recordé el olor que había notado en Tom al transformarme en perro. Y también estaba aquella risa que había oído en el terreno baldío.

    Pero no. ¡No! Estábamos hablando de Tom, mi hermano mayor. Tom nunca permitiría que se le metiera en la cabeza uno de aquellos gusanos resbaladizos. Jamás en la vida.

    —Ni te calmas, te dejaré levantarte —dijo Marco—. Está bien, a lo mejor me equivoco, ¿De acuerdo?

    Dejé de luchar y Marco se apartó para que me pusiera de pie.

    —Tienes que admitir que la cosa no tiene muy buena pinta, que digamos.
    —Tom no es uno de ellos, ¿ya? Y no hay más que hablar —repliqué.
    —No que tú digas —respondió él—. Pero no me des más puñetazos porque me obligarás a devolvértelos.

    En aquel preciso momento, oí un ruido parecido a un aleteo en la ventana. Como si alguien estuviera golpeando el cristal con suavidad. Fui hacia allí y Marco me siguió.

    Vimos un ave, un ave de gran tamaño, un águila, o tal vez un halcón, que batía las alas contra la ventana.

    —Vamos, déjenme entrar. ¡No puedo quedarme suspendido en el aire toda la vida!

    A Marco se le salían los ojos de sus órbitas. Él también lo había oído.

    Abrí la ventana. El ave entró como una flecha y fue a posarse sobre la cómoda. Era de color castaño, y por la forma parecía una mezcla de águila y halcón: más de medio metro de largo, unas garras nudosas y un pico ganchudo y afilado.

    —Debe ser un águila o algo así —comentó Marco.

    —Un ratonero de cola rojo, para ser más exactos—, puntualizó Tobías.

    —Eres tú, Tobías? —le preguntó Marco—. Creí que habíamos decidido no volver a experimentar la metamorfosis.

    —Yo nunca dije que estuviera de acuerdo.

    —Vamos, Tobías recupera tu aspecto normal —le pedí—. Ya sabes lo que dijo el andalita: nunca adopten una forma durante más de dos horas.

    Tobías estaba indeciso. Ladeó la cabeza y me escudriñó con aquellos ojos extraordinariamente penetrantes. Al final, voló hasta la cama.

    Les diré algo: ver cómo las plumas se convierten en piel humana es una experiencia que va más allá de todo lo imaginable. Las plumas de color marrón se juntaron, comenzaron a fundirse y se volvieron color rosa. Parecían derretirse como si estuvieran hechas de cera y alguien las hubiera puesto al fuego.

    El pico no tardó en desaparecer y en su lugar crecieron unos labios. Las garras se dividieron en cinco partes y se transformaron en dedos.

    Cuando el proceso de cambio ya había llegado a su mitad, Tobías esa una masa color entre marrón y rosado, y en su cuello y espalda aún se podían ver dibujados los contornos de las plumas. La cara era pequeña y casi todos sus rasgos habían recuperado su apariencia humana, a excepción de aquellos ojos como de halcón, despiertos y de mirada intensa. Del pecho le brotaron dos brazos minúsculos y arrugados en cuyo extremo había una serie de dedos parecidos a los de un niño pequeño.

    En conjunto era una imagen más bien repulsiva.

    Sin embargo, el ADN humano logró imponerse sobre el del ratonero y Tobías adquirió un aspecto normal. Transcurridos unos tres minutos desde el inicio de a metamorfosis, el Tobías de siempre apareció desnudo y sentado en el borde de la cama.

    —Todavía no he aprendido a transformarme con la ropa puesta, como Cassie —se excusó, avergonzado—. ¿Me prestas algo?

    Le pasé unos pantalones y una camisa, pero ninguno de mis zapatos le iba bien.

    —Esto es lo más maravilloso que me a pasado en la vida —exclamó Tobías. Toda su cara resplandecía—. Me he dejado arrastrar por las corrientes térmicas.
    —Qué es una corriente térmica? —pregunté.
    —Es cuando el aire caliente sube desde el suelo y forma un colchón invisible bajo las alas. Entonces puedes dejarte ir y flotar allá arriba, a más de un kilómetro del suelo, y hacer surf en el aire. ¡Tienen que probarlo! No hay nada igual.
    —Tobías, ¿Cómo diablos lograste convertirte en ratonero? —pregunté.
    —En el granero de Cassie hay un ratonero herido —explicó—. También tienen un águila pescadora fantástica, pero al final me decidí por el ratonero.
    —Cómo conseguiste volar si aquel ratonero estaba herido? —reflexioné.

    Marco movió la cabeza con gesto compasivo.

    —Jake, ¿Es que nunca prestas atención en la clase de biología? El ADN no tiene nada que ver con las heridas. No era el ADN del halcón lo que estaba roto, sino el ala.

    Hice caso omiso de las palabras de Marco.

    —Tuviste suerte de que el padre de Cassie no te encontrara —le dije a Tobías.
    —Está ten deprimido… —comentó Tobías.
    —Quién está deprimido?¿El padre de Cassie?
    —No, el ratonero. Creo que sabe que no quieren hacerle daño, pero no puede soportar estar encerrado hasta que se le cure el ala. —Los ojos se le ensombrecieron—. Es terrible que los pájaros estén encerrados en jaulas. Deberían ser libres.
    —Sí, liberemos a los pájaros —dijo Marco con sarcasmo—. Voy a hacer que impriman los panfletos.
    —No hablarías así si hubieras estado ahí arriba conmigo —replicó Tobías—. Ser gato estuvo bien, ¡pero un ratonero! Tienes una sensación de libertad total y absoluta.

    Nunca había visto a Tobías tan contento.

    La verdad es que su familia no le ha dado demasiados motivo para estarlo. Ésa es la conclusión a la que siempre llego…

    Repetí la advertencia.

    —Nada de estar dentro de un cuerpo por más de dos horas, ¿de acuerdo? Ten cuidado de que no se te pase la hora.

    Tobías sonrió.

    —Sí. No llevo reloj. Cuando tienes ojos de ratonero, puedes ver incluso las manecillas del reloj de alguien que esté a medio kilómetro de distancia. Es como ser Superman: no sólo puedes volar, sino que además tienes una super visión.
    —Ahora resulta que eres Superman —masculló Marco.
    —Estaba investigando un poco. Pensé que podría ver algo desde el aire —explicó Tobías—. Buscaba un sitio que se pareciera a un estanque yeerk.

    La frase me resultaba un tanto familiar. Recordaba que Visser Tres había dicho algo referente a «estanques yeerk».

    —Qué es un estanque yeerk? —le pregunté a Tobías.
    —Es un lugar donde los yeerk viven en su estado natural. Cada tres días los yeerk tienen que abandonar el cuerpo de su huésped y sumergirse en algo parecido a una piscina para absorber una serie de nutrientes, especialmente rayos kandrona.

    Marco y yo intercambiamos una mirada de recelo porque ninguno de los dos sabíamos nada de aquello.

    —Al final —añadió Tobías—, cuando el andalita nos dijo que huyéramos, me quedé atrás durante unos segundos. Creo que estaba demasiado asustado para correr.

    Yo hice un gesto negativo con la cabeza. Sabía cuál era la verdadera razón: lo que Tobías no quería era dejar solo al andalita. Puede que para él significara incluso más que para el resto de nosotros.

    —Sea como sea, me transmitió una especie de… unas… visiones; creo que podrían llamarse así. Imágenes. Datos. Un montón de cosas a la vez, todas revueltas. Ni siquiera he empezado a ponerlas en orden, pero si sé todo lo necesario acerca de los estanques yeerk y los rayos kandrona.

    Marco levantó la mano para indicarle a Tobías que guardase silencio.

    —Deja que compruebe antes si hay alguien detrás de la puerta —dijo. Se dirigió a la puerta, la abrió y echó un vistazo al vestíbulo—. No hay moros en la costa —anunció.

    Tobías miró a Marco de manera inquisitiva.

    —Se trata de Tom —le explicó Marco—. Es uno de ello…
    —No me obligues a pegarte otra vez —le advertí enfadado—. ¡Tom no es un controlador!
    —De todos modos, tenemos que ir con cuidado —advirtió Tobías—. La kandrona es un dispositivo que produce las partículas que llevan su nombre. Es como una versión portátil de su propio Sol. Los yeerks necesitan esas partículas para vivir, al igual que nosotros necesitamos vitaminas y cosas así. Los yeerks las envían en forma de rayos que proyectan desde dondequiera que se encuentre la kandrona para luego concentrarlos en estanques. Una vez cada tres días, todos los yeerks tienen que abandonar a su huésped e introducirse en ese estanque. Absorben las partículas y después regresan al cuerpo en el que estaban.
    —Qué tiene que ver todo eso con ir dando vueltas por ahí jugando a ser Superman? —pregunté.
    —Bueno, a lo mejor ahora suena tonto, pero esperaba localizar uno de esos estanques. —Tobías esbozó una sonrisa en la que reflejaba el arrepentimiento—. Vi un montón de piscinas y algunos estanques, lagos y riachuelos por todas partes. Pero no vi nada especial.
    —Y si hubieras encontrado un estanque yeerk? ¿Qué hubieras hecho entonces? —preguntó Marco.
    —En ese caso, lo haríamos saltar por los aires —contestó Tobías.
    —Te equivocas —replicó Marco—. Decidimos no mezclarnos con esto.
    —No, decidimos no tomar ninguna decisión por el momento —le corregí.
    —Ahora resulta que este gallina en un héroe —se burló Marco.

    Esta vez Tobías no se ruborizó.

    —Tal vez sea que por fin he encontrado algo por lo que vale la pena luchar, Marco.
    —Tú no sabes ni cómo luchar por ti mismo —respondió Marco.
    —Eso era antes —objetó Tobías con suavidad—. Antes de conocer al andalita. Antes de que sacrificara su vida al tratar de salvarnos. No puedo seguir comportándome como si diera lo mismo. No voy a permitir que su muerte haya sido en vano. Así que, decidan lo que decidan, yo voy a luchar.


    Capítulo 13


    —Intentemos encontrar el estanque yeerk —propuso Tobías—, y, cuando demos con él, lo hacemos explotar y acabamos con todos esos malditos gusanos.

    Esperaba que Marco se pusiera a dar gritos, pero no era tonto. Se daba perfecta cuenta de que Tobías había conseguido conmoverme con sus comentarios acerca del andalita, así que se limitó a sonreír con disimulo.

    —Se acuerdan del policía de hoy, al que le interesaba tanto encontrar a los que habían estado en el terreno baldío? ¿Ese que probablemente es un controlador?
    —Qué le pasa? —quise saber.
    —Bueno, veamos. Primero te invita a convertirte en un miembro de la Alianza y a continuación llega Tom y resulta que, de pronto, él también muestra un gran interés por lo que sucedió en el terreno baldío. ¿Y qué hace entonces? Invitarte también a unirte a ellos.

    Tobías mostró su acuerdo haciendo un gesto de asentimiento.

    —Puede que ese club sea una organización de controladores.

    Marco sonrió.

    —Es mi mejor amigo, pero a veces me saca de quicio.
    —Estamos casi seguros de que el policía es un controlador. Y no me importa lo que digas, Jake, pero creo que tu hermano también lo es. Así que la cuestión es la siguiente: ¿Quieres participar en la lucha contra los yeerks? —me preguntó Marco—. Muy bien, pues ya veremos cuando sea a tu propio hermano al que tengas que destruir.

    No supe que responder.

    —Esto no es un videojuego —prosiguió Marco—. Esto es la vida real. Y tú no sabes nada de la vida, Jake. Nunca te ha ocurrido nada malo. Tienes una familia perfecta, como la que yo tenía antes.

    Al llegar a aquel punto, su voz se quebró un poco. Jamás hablaba de la muerte de su madre.

    Comprendí que tenía razón, que la realidad era algo todavía desconocido para mí o que, en todo caso, mi realidad era muy diferente a la de Marco o Tobías.

    —Por lo tanto, tal vez sea mejor mantenerse alejado de todo este asunto —opinó Marco—, y que sean otros los que se encarguen de luchar en esta guerra. Lo siento por el andalita, pero en mi familia ya ha habido bastantes muertes.
    —No —respondí yo, para mi sorpresa—. El andalita tenía buen motivo para concedernos el poder de transformarnos, y no para que nos divirtiéramos jugando a ser un perro, un caballo, o un pájaro.
    —Quizás un día sea Tom el enemigo que haya que vencer —me advirtió Marco—. Tal vez tengas que acabar destruyendo a tu propio hermano.
    —Sí —contesté. Tenía la garganta seca—. Tal vez sea eso lo que suceda. O tal vez no, pero el primer paso es buscar más información. Y creo que la mejor forma de hacerlo es ir esta noche a la reunión de La Alianza y echar un vistazo. Llamaré a los demás. Si alguien quiere venir, pues estupendo. Y si tú prefieres quedarte al margen de todo, Marco, también lo entenderé.

    Marco titubeó. Le dirigió a Tobías una mirada cargada de ira pero dijo:

    —De acuerdo, de todas formas no es más que una reunión. Iremos a ver qué pasa. Para eso sí pueden contar conmigo.

    Telefoneé a los demás. Rachel estuvo de acuerdo enseguida y Cassie se tomó unos instantes para pensarlo, aunque al final también accedió.

    Le dije a Tom que a mí y a mis amigos Marco, Rachel y Cassie nos interesaba asistir a la reunión. Previamente ya habíamos acordado que Tobías también estaría presente, sólo que de una manera distinta.

    —La reunión de esta noche es la mejor de todas —nos explicó Tom entusiasmado—. Haremos una hoguera en la playa. Daremos una vuelta por allí, habrá juegos y más cosas; ya saben como son las reuniones. Lo mejor son los partidos de voleibol porque la mitad de las veces los chicos ni siquiera ven la pelota. Es fantástico. Y la organización es de primera. Les encantará.

    Al oírle hablar no daba la sensación de que el club tuviera nada que ver con los yeerks. Uno no lograba imaginarse a Visser Tres ni a un grupo de taxxonitas jugando al voleibol.

    Comencé a pensar que quizá estábamos todos chiflados y que La Alianza no era más que una especie de scouts.

    La playa no quedaba lejos, así que decidimos ir por nuestra cuenta y no con Tom en el coche. Preferimos caminar. Tobías nos acompañó durante un trecho pero, cuando ya no faltaba mucho para llegar a la orilla, se detuvo detrás de una duna y unos minutos después vimos algo así como un halcón que alzaba el vuelo desde allí. Puesto que por la noche no hay demasiadas corrientes de aire caliente le costó lo suyo ganar altura. Pero supuse que habría encontrado alguna porque comenzó a planear hasta perderse en la lejanía.

    —Tengo que probar eso —comentó Cassie—. Parece maravilloso.
    —Sí —asentí.

    Delante de nosotros ardía una hoguera y su brillo iluminaba la oscuridad de la playa. A su alrededor había gente jugando, comiendo y conversando: chicos de la escuela y adultos. Algunos los conocía, otros no.

    Me pregunté si todos ellos serían controladores. ¿Cómo podría llegar a saberlo? Y mi hermano, ¿Era también uno de ellos?

    Después de deambular por la playa cerca de una hora, llegué a la conclusión de que nuestras sospechas no tenían ningún fundamento. Las personas que había allí no eran extraterrestres. Luego jugamos un rato al voleibol. Tom y yo estábamos en el mismo equipo. También participamos en la parrillada y comimos costillas asadas. Les aseguro que parecía una fiesta normal y corriente.

    La arena aún conservaba el calor del sol. La brisa nocturna era fresca, pero cerca del fuego se estaba bien.

    —Entiendes ahora por qué me gusta tanto esto? —me preguntó Tom.
    —Es genial —le respondí. Recorrí con la mirada toda aquella gente y vi lo bien que lo estaban pasando—. No creí que fuese tan divertido.
    —Bueno, esto no es todo —repuso Tom—. Hay más cosas aparte de la diversión. El club puede hacer mucho por ti una vez que pasas a ser miembro de pleno derecho.
    —Cómo se convierte uno en miembro de pleno derecho?

    Él sonrió de un modo misterioso.

    —Ah, eso viene después. Primero eres miembro asociado y luego los líderes deciden si te van a pedir o no que te conviertas en miembro de pleno derecho. Cuando lo logras… tu vida cambia por completo.

    En aquel preciso momento ocurrió algo muy extraño. Estaba mirando a Tom y él me sonreía, cuando de pronto, su cara se contrajo en una mueca. Su cabeza intentó girar hacia un lado, como si quisiera decir que no y algo se lo impidiese. Durante una décima de segundo, apareció aquella mirada en sus ojos: una mirada de pánico… no sabría como describirlo. Allí estaba, frente a mí, y de repente era como si otra persona, una persona aterrorizada, me mirara a través de sus ojos.

    Luego todo volvió a la normalidad, o a o que se suponía que lo era.

    —Ahora tengo que ausentarme durante un rato —anunció—. Los miembros de pleno derecho celebramos una reunión aparte. Ustedes quédense aquí y diviértanse. Sírvanse un poco más de parrillada. Está estupenda, ¿verdad?

    Y con esa última frase, desapareció en la noche.

    Me sentía como si acabara de tragarme un trozo de alambre de púas.

    Marco y Casi se me acercaron. Habían estado a la orilla de la playa con otros chicos jugando a lanzarse un frisbee. Marco venía riéndose.

    —De acuerdo —afirmó—, lo admito. Estaba equivocado. Y Tom no es ningún controlador.

    Yo no sabía si reír o llorar. Ahora sí que Marco estaba equivocado.

    Comprendí qué era lo que había visto en los ojos de Tom: había tratado de prevenirme. De algún modo, había conseguido controlar sus gestos faciales durante un segundo hasta que el yeerk que llevaba dentro recuperó el dominio.

    Tom, el Tom de verdad y no la babosa que dominaba su cerebro, había intentado avisarme.


    Capítulo 14


    —Se han ido a una reunión privada —les informé—. Sólo para miembros de pleno derecho. La verdad es que me encantaría saber lo que pasa en esa reunión. —Intentaba que mi voz sonara normal pero tenía un nudo en el estómago.

    —He visto que alguna gente marchaba en esa dirección —indicó Rachel con el dedo.
    —A ver si podemos acercarnos un poco.
    —Qué es lo que pasa? —preguntó Marco—. Creí que estábamos de acuerdo en que aquí todo es normal.

    Cassie se encargó de contestarle.

    —Esto no tiene nada normal —lo contradijo—. ¿Es que no te das cuenta? —Se estremeció—. Todos esos presuntos miembros de pleno derecho… son tan amables, tan atentos… son tan normales que resulta anormal. Y no nos quitan los ojos de encima ni un segundo. Durante todo el tiempo han estado mirándonos como… como un perro hambriento mira un hueso.
    —A mí me pone la piel de gallina —confesó Rachel—. Es como si hubiéramos juntado a un grupo de animadoras y a unos cuantos profesores de gimnasia y les hubiéramos hecho tomar diez tazas de café.
    —La verdad es que están demasiado contentos, ¿verdad? —admitió Marco—. La gente no hace más que decirme lo rápido que desaparecieron sus problemas cuando se convirtieron en miembros oficiales de La Alianza. Debe ser una secta o algo por el estilo.
    —Voy a ir a esa reunión secreta —resolví. Tenía que saberlo. Tenía que estar seguro—. Será mejor que nos apartemos del fuego y vayamos al otro lado del puesto de vigilancia de los socorristas.
    —Cómo vas a introducirte en la reunión? —preguntó Marco.
    —No se fijarán en un perro callejero que se pasea por la playa —respondí.
    —En perro callejero… ¡oh! —dijo Marco.
    —Buena idea —le comentó Cassie—. Me gustaría acompañarte pero, de momento, el caballo es el único animal en el que puedo transformarme y entonces sí que sospecharían.

    Me aseguré de que nadie pudiera vernos e hice una señal con la mano por encima de la cabeza. Pasados unos segundos, Tobías bajó en picado del cielo tachonado de estrellas y se posó sobre el puesto de los socorristas.

    —¿Qué sucede?

    —Los miembros del club han ido a celebrar una especie de reunión privada —le expliqué—. ¿Sabes dónde están?

    —Claro que sí. Con estos ojos puedo ver hasta cómo corretean los ratones entre la hierba que crece en las dunas. Esos cuerpecillos deliciosos, gordezuelos y apetitosos.

    —Tobías! Contrólate. Ahora no empieces a comer ratones sólo porque tengas el cuerpo de un ratonero, ¿Qué será después? ¿Animales muertos en las autopistas?

    No contestó. Quizá lo había ofendido que alguien insinuara que podía llegar a comer carroña. O peor aún: tal vez ni siquiera lo considerara una ofensa.

    —Dónde están los miembros del club?
    —A unos cien metros, bajando por la orilla de la playa. Las dunas han formado allí una pequeña hondonada en forma de taza. Pero, tienen gente apostada por toda la zona, como si hiciesen guardia.


    Asentí.

    —Buen trabajo. Tobías, ya llevas más de una hora con ese cuerpo. Tienes que volver a transformarte.

    —No, continuaré vigilando desde allá arriba un poco más—, contestó él.

    —No, Tobías —repliqué enérgico—. Debes volver a tu forma humana. Ya has hecho lo que tenías que hacer.

    —Hay un pequeño problema… No llevo demasiada ropa encima.

    —Tu ropa está en la bolsa de Marco. Rachel y Cassie se darán la vuelta mientras te transformas.

    En el rostro de Cassie apareció una sonrisa burlona.

    —Chicos, ya veo que voy a tener que enseñarles cómo conseguir una metamorfosis con ropa incluida.

    Tobías se resistía a la idea.

    —Odio regresar a mi antiguo cuerpo. Es como volver a la cárcel. Prefiero tener alas.

    —Tobías, dentro de un momento podrás convertirte otra vez en ratonero —le aseguró Rachel para tranquilizarlo—. Y ahora, vamos, mejor será que los dos se pongan en marcha. Yo miraré hacia otro lado para no ofender su delicado pudor masculino.

    Respiré hondo. Sólo era la segunda metamorfosis que llevaba a cabo, y el simple hecho de pensar en convertirme en un perro ya me parecía bastante ridículo de por sí. Sin embargo, a medida que me concentraba y el ADN de Homer se combinaba con la tecnología andalita para provocar la metamorfosis, comencé a notar el mismo picor de antes y una especie de hormigueo en el interior.

    Mientras esto ocurría, vi que a Tobías le iban saliendo dedos en la punta de las alas.

    —Procura que sea tu parte humana la que controle —me advirtió Cassie—. No vaya a ser que te eches a correr como un loco detrás de algún gato y te perdamos de vista. Debes esforzarte en mantenerlo todo bajo control.

    Quise decir: «Sí, losé«, pero todo lo que pude responder fue: »¡Grrou, grooourrr, brf, brf!». La metamorfosis estaba demasiado avanzada para poder articular un mensaje humano.

    Así que opté por transmitir la respuesta mediante el pensamiento:

    SÍ, Cassie, ya lo sé. No te preocupes.

    —Claro que me preocupo —contestó ella con dulzura.

    Le acaricié la mano con el hocico húmedo y ella me dio unos golpecitos afectuosos en la cabeza. Luego eché a andar por la arena.

    Cassie hacía bien en ponerme sobre aviso. Las dunas, la espuma de las olas, el piar de las aves marinas en sus nidos secretos eran motivos más que suficientes para que mi mente canina se distrajera.

    Oí que algo respiraba entre la vegetación para luego abandonar su escondite y echar a correr. Salí en persecución de aquello, antes siquiera de pararme a pensarlo. Creo que se trataba de una ardilla o algún otro animal parecido. Nunca llegué a averiguarlo porque, antes de poder hacerlo, encontró un agujero y se metió en él a toda velocidad.

    Estuve un rato escarbando en el suelo frenéticamente, hasta que la parte humana de mi cerebro se percató de lo que pasaba y dijo: «Alto, Jake, no es a esto a lo que has venido. ¡Para ahora mismo!»

    Hice un esfuerzo para dirigirme hacia el lugar en el que se celebraba la reunión. Oí entonces un murmullo de voces y avancé arrastrándome para intentar acercarme lo más posible. Entonces me di cuenta de que aquello era una estupidez, los perros no se arrastran nunca: sólo caminan o corren. Si iba por ahí comportándome como un perro espía, lo único que conseguiría sería llamar la atención.

    Así que empecé a vagar por allí, como cualquier perro que hubiera salido a dar un paseo nocturno por la playa. Llevaba la lengua colgando fuera de la boca y meneaba la cola de vez en cuando. Lo único que debía evitar era que Tom me viese con demasiada claridad. Después de todo, era la copia exacta de Homer.

    De hecho, en última instancia podía decirse que yo era Homer.

    Me aproximé al borde del círculo rodeado de dunas. Un grupo de unas veinte o treinta personas permanecían de pie, muy juntas. Por desgracia, mis débiles ojos de perro no me permitieron distinguirlas claramente en la oscuridad.

    Sin embargo, podía oírlas y las oía con una nitidez asombrosa. Sonidos que mi oído humano apenas habría logrado captar en aquel momento llegaban hasta mí altos y fuertes, como si provinieran de un radiocasete a todo volumen.

    Y también podía oler. Es una cosa rara esto del olfato. Como ser humano uno no le da la menor importancia. Pero cuando me senté y dejé que mis aptitudes caninas salieran a la superficie, el sentido del olfato resultó ser tan eficaz como el de la vista. Diferente, eso sí, pero para algunas cosas, igual de bueno.

    Oí la voz de Tom y olisqueé una sutil combinación de elementos que me hizo sospechar que no andaba muy lejos de allí.

    Había un hombre de guardia, pero se limitó a mirarme un segundo y luego desvió la mirada. Nadie se preocupa por un perro callejero.

    Empezaba a comprender por qué el andalita nos había concedido ese poder. Hay cosas que sólo pueden realizarse bajo la forma de un animal, nunca como ser humano.

    Los miembros del club parecían estar esperando la llegada de alguien. Oí que Tom decía: «Debe estar a punto de llegar. Esperen un momento, ahí viene.»

    Se sucedieron una serie de murmullos, el grupo se agitó.

    Oí unos pasos que se acercaban. Yo también me aproximé, aunque permanecí lejos de la zona iluminada.

    —Que nadie se mueva. Tenemos problemas —dijo la voz.

    ¡Aquella voz! Yo la conocía. Era la misma que había oído en el terreno abandonado. Era la que había dicho: «Guarden la cabeza y tráiganla para que pueda identificarla.»

    Me arrastré y logré avanzar un poco más. Tenía que forzar la vista para verlo bien. Sin embargo, en aquel preciso momento, se volvió en la dirección adecuada y entonces ya no tuve ninguna duda. Lo reconocí en el acto: esta alguien que me resultaba muy familiar; alguien a quien veía cada día en la escuela.

    No era otro que el señor Chapman, el subdirector.

    El subdirector de la escuela era un controlador.

    —Punto uno. Aún no hemos dado con los mocosos del terreno en construcción —explicó Chapman. Su voz era dura—. Quiero que los encuentren. Visser Tres quiere que los encuentren, ¿Alguien tiene alguna pista?

    Durante unos instantes nadie habló. Entonces oí otra voz que también reconocí de inmediato.

    —Podría haber sido cualquiera —respondió Tom—. Pero es posible que haya sido Jake, ese chico que es mi hermano, Sé que a veces toma un atajo a través de ese terreno baldío. Por eso lo he traído aquí esta noche. Podíamos intentar convertirlo en uno de los nuestros… o matarlo.


    Capítulo 15


    Convertirlo en uno de los nuestro… o matarlo.

    Me sentía como si alguien me hubiera dado un mazazo en la cabeza.

    Me dije a mí mismo que Tom era un controlador con forma humana. Que un repugnante gusano baboso procedente de otro planeta se había introducido en su cerebro y controlaba sus actos. Cuando hablaba conmigo, en realidad no era él quien lo hacía, sino un yeerk. Mi hermano… uno de ellos. Chapman… otro de ellos.

    Estaban por todas partes. ¡Por todas partes! ¿Cómo íbamos a detenerlos? ¿Cómo íbamos a intentarlo siquiera? Si habían sido capaces de arrebatarme a mi propio hermano, si habían logrado llevarse a Tom ¿Cómo iba yo a impedir su avance?

    Marco tenía razón: era una locura.

    Si en aquel momento hubiera sido totalmente humano, me habría dejado llevar por la desesperación. Fue la mente sencilla, feliz y optimista de Homer lo que me salvó. Supongo que durante un instante me dejé llevar por mi parte de conciencia canina. No quería pensar. No quería ser persona. En aquel corto espacio de tiempo, me limité a vagar entre las dunas y a olfatear las cosas.

    No obstante, había una misión que cumplir. Al cabo de unos minutos, abandoné aquella felicidad y me impuse la obligación de regresar a la dolorosa realidad.

    Durante un rato más esperé y permanecí atento a la reunión. Pero estaba tan afectado que se me escapó buena parte de lo que allí se dijo. Las palabras de Tom martilleaban una y otra vez en mi cerebro: «Convertirlo en uno de los nuestros… o matarlo.»

    Una de las cosas que sí me quedaron grabadas fue la conversación que Tom mantuvo con individuo, otro controlador, acerca del calendario que debían seguir para ir al estanque yeerk. Él acababa de regresar y se encontraba de primera dijo. Había vuelto el lunes por la noche.

    Quien hablaba así era el gusano que aquel tipo llevaba en la cabeza. El yeerk que se había adueñado de Tom necesitaba volver al estanque en poco tiempo.

    Entonces oí otra voz. ¡Cassie!

    Con gran sigilo, rodeé la duna para intentar acercarme. Oía con total claridad la voz de Cassie y otra voz que tardé un poco en reconocer.

    Se trataba del policía; del mismo de antes.

    —Eh, ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
    —Sólo estaba buscando conchas —contestó Cassie.
    —Este lugar está reservado a los miembros de pleno derecho —replicó el policía con brusquedad—. Aquí sólo se tratan asuntos privados. ¿Entendido?
    —Sí, señor —respondió Cassie en el tono más humilde que fue capaz de adoptar.

    Llegué a un lugar desde donde los divisaba a ambos, aunque he de reconocer que la vista de un perro no es una maravilla que digamos. Se ve todo borroso y los colores no tienen ningún contraste, como en un televisor viejo.

    El policía no apartaba la vista de Cassie y, aunque ella intentaba disimular, el olfato me decía que estaba asustada.

    —De acuerdo, lárgate —le ordenó el policía finalmente—. Pero no voy a perderte de vista ni un segundo. Ahora regresa con los demás.

    Cassie dio media vuelta y echó a andar tan deprisa como le fue posible. No tardé en alcanzarla. Supongo que ver a un perro que surgía de improviso de la nada debió sobresaltarla, porque dio un respingo.

    —Ah, eres tú —dijo.

    —Sí, te has arriesgado demasiado. ¿Qué estabas haciendo allí?

    —Sólo quería comprobar que estabas bien.

    —Corro menos peligro que tú—, observé.

    Regresamos a donde Rachel, Marco y Tobías nos estaban esperando. No tenía ganas de recuperar mi aspecto humano. Sabía que, si me dejaba llevar, en unos cuantos minutos la parte de canina de mi cerebro habría olvidado la razón de que la parte humana estuviese tan triste. Bastaría con que alguien me lanzase un palo al agua para que echase a correr tras él. Las olas y la carrera borrarían mi pena.

    En aquel momento comprendí por qué Tobías se mostraba tan reacio a abandonar la forma de ratonero. Habitar el cuerpo de un animal es una buena manera de escapar de los problemas.

    Empecé a recuperar de nuevo mi aspecto humano. Cassie y Rachel giraron de cara al mar.

    Cuando volví a ser yo mismo otra vez, anuncié:

    —Marco, tenías razón: Tom es un controlador. Les conté que Tom le había confiado a Chapman que me había traído a la reunión para usarme o destruirme.
    —Espera un momento, Jake. ¿Estás diciendo que Chapman también es uno de ellos? —preguntó Rachel—. ¿Nuestro Chapman? ¿El señor Chapman, el subdirector?
    —Es más que eso, es una especie de líder —puntualicé—. El de la otra noche en el terreno abandonado era él. El que le dijo al hork-bajir que guardara la cabeza.
    —Es muy propio de Chapman —comentó Marco.
    —Sugiero que nos vayamos con la música a otra parte —propuso Tobías.
    —No, tranquilos, de momento todo va bien —respondí yo—. Chapman le dijo a Tom que durante la reunión del club no debía producirse ninguna muerte. No quieren que sus actividades levanten sospechas. También les recordó que no podían ir matando cualquier chico que pudiera haber estado la otra noche en el terreno abandonado. Antes tendrían que asegurarse bien.
    —Muy considerado de su parte —repuso Rachel con sequedad.
    —No te creas, porque Chapman añadió que durante un tiempo tendrían que intentar no atraer mucho la atención, porque si un grupo de chicos comenzaban a aparecer muertos uno tras otro, la gente acabaría por darse cuenta de que algo raro estaba pasando. También dijo que lo único que había que hacer era esperar, que ningún chico puede aguantar mucho rato sin contarle a todo el mundo que ha visto unos extraterrestres. Y que, cuando lo hicieran los encontrarían y se desharían de ellos.
    —Sólo que nosotros no vamos a habar de lo que vimos —sentenció Rachel.
    —No has entendido a la primera —asintió Marco—. No vamos a decir nada. Vamos a olvidar lo que vivimos y a retomar el curso normal de nuestras vidas.
    —Y abandonar a Tom a su suerte? —inquirí yo—. De ninguna manera. Jamás. Es mi hermano y voy a salvarlo.
    —Y cómo se supone que vas a hacerlo? —preguntó Marco con sarcasmo—. Veamos, eres tú contra Chapman, la policía, un ejército de taxxonitas y hork-bajir y, lo peor de todo, contra ese asqueroso de Visser Tres. Y todo lo que puedes hacer contra ellos es convertirte en perro y morderles los tobillos. Sería como quedarse atrapado en el videojuego más difícil que se haya inventado jamás.

    Yo sonreí o, al menos, mostré los dientes.

    —Sí, así es. Pero soy bastante bueno con los videojuegos.
    —Y no estará sólo —replicó Rachel—. Yo estoy con él.
    —Y yo —dijo Tobías.
    —Yo también —asintió Cassie.
    —Magnífico —comentó Marco—. Ahora resulta que de pronto se han convertido en unos superhéroes. Esto no es un libro de historietas, a ver si se dan cuenta. Está pasando de verdad.

    Oímos a un grupo de gente que avanzaba entre las dunas. La reunión de los miembros del club se había disuelto.

    —Silencio todos —ordené—. Dejaremos que las cosas sigan su curso… por ahora.

    Dije aquello para tranquilizar a Marco, aunque no tenía la menor intención de cumplirlo.

    Me llevé a Cassie a un lado.

    —Escucha, Cassie, necesito transformarme en un animal para poder ver a Chapman sin que él me vea a mí. ¿Qué tienen en la granja ahora mismo?

    Cassie se quedó pensativa durante un momento.

    —Espera, déjame pensar. Hay muchos pájaros heridos, como siempre. También está el lobo de la pata rota y el lince tuerto.

    Esperé mientras pasaba lista a todos los animales que había en la Clínica de Rehabilitación de Fauna Salvaje.

    De repente, Cassie chasqueó los dedos.

    —Se me está ocurriendo… ¿cuál sería el animal más pequeño en el que podrías convertirte?

    Me encogí de hombros. No tenía ni idea.

    —Quizás haya encontrado la solución —me explicó—. En realidad no se trata de un paciente de la clínica, aunque puede decirse que vive allí. Es pequeño y puede trepar por las paredes. Si lo que necesitas es escapar, es rápido. Y creo que ve y oye bastante bien.

    Así es como acabé aquella noche en el granero de Cassie: arrastrándome debajo de cajas llenas de ratoneros enfermos y gateando entre las patas de una pareja de ciervos nerviosos en busca de lagartos.


    Capítulo 16


    Sucedió el lunes por la mañana, en los armarios de la escuela. Me transformé en un lagarto.

    En un anolis verde, para ser más exactos. Es un miembro de la familia de los iguánidos. Como sieso importara muchos.

    Esperé hasta que sonara la campana de la primera clase, que era la de inglés. Cuando ya no quedaba nadie en el vestíbulo, me metí en mi armario. Intente actuar con toda naturalidad, por si alguien me veía.

    El armario tiene cinco centímetros de altura menos que yo, lo que me obligó a permanecer agachado. Y era tan estrecho que no podía ni moverme. La única luz que llegaba al interior era la que se filtraba a través de tres pequeñas ranuras de ventilación. Oía el latir con fuerza de mi corazón en aquel espacio tan reducido y oscuro. Estaba asustado.

    Una cosa era transformarme en un perro. Porque aunque es algo extraño e increíble, también es estupendo. Los perros son geniales, pero, ¿en lagarto?

    —Tendría que haber practicado antes —susurré—. Tendría que haberlo hecho, como me dijo Cassie.

    Comencé a concentrarme en el proceso de metamorfosis. Recordaba como habíamos capturado al lagarto hacía dos noches. Lo habíamos encontrado con una linterna y Cassie le había puesto una lata encima para que no pudiera escaparse.

    Era un ejemplar pequeño. Aún así, tener que ponerle la mano encima para adquirir su ADN me producía escalofríos. Y ahora estaba a punto de convertirme en él.

    Lo primero que me sorprendió fue que, de pronto, había más espacio dentro del armario y que ya no necesitaba encoger los hombros ni permanecer agachado.

    Me pasé la mano por la cara y noté que tenía la piel más floja que antes, y granulosa al tacto.

    Me toqué la cabeza con la mano. La mayor parte del cabello había desaparecido.

    Todo ocurrió muy deprisa. El armario creció y creció a mi alrededor. Primero tenía el tamaño de un granero, después, ¡era tan enorme como un estadio!

    Tuve la sensación de caer de un edificio muy alto y tardar una eternidad en tocar el suelo.

    Todo ocurrió muy deprisa. El armario creció y creció a mi alrededor. Primero tenía el tamaño de un granero, después, ¡era tan enorme como un estadio!

    Tuve la sensación de caer de un edificio muy alto y tardar una eternidad en tocar el suelo.

    Estaba encima de algo pegajoso y grande, parecido a una piedra. ¿Cómo había ido a parar a mi armario aquel pedrusco? Entonces me di cuenta de que se trataba de un pedazo de chicle. Un trozo de chicle masticado que alguien había pegado en el suelo.

    Unas cortinas gigantes del tamaño de las velas de un barco colgaban a mi alrededor. Era mi ropa. En la penumbra distinguí a los lados unos objetos monstruosos y deformes. Sólo conseguí reconocer el nombre de la marca, Nike, y comprendí que se trataba de mis zapatos de deporte. Eran grandes como casas.

    Entonces el cerebro del lagarto se puso en funcionamiento.

    «¡Miedo! ¡Atrapado! ¡Correr! ¡Correr! ¡Correeeer!»

    Salí disparado hacia la izquierda. ¡Una pared! Trepé por ella, notando cómo los pies se adherían a la superficie. «¡Atrapado!» Me eché atrás de un salto. Caí en otra superficie dura. «¡Atrapado! ¡Correeeer!»

    Intenté controlarme, pero la mente del lagarto era presa del pánico. No sabía dónde estaba y quería salir. ¡SALIR!

    ¡Dirígete hacia la luz!, le ordené a mi nuevo cuerpo. Hacia la rejilla de ventilación. Ése era el camino de salida.

    Por desgracia, aquel cuerpo le tenía miedo a la luz. Estaba aterrorizado.

    Todavía seguía rebotando contra las paredes. No podía vencer el miedo instintivo del lagarto.

    «¡Ve hacia la luz!», grité en el interior de mi mente. Y, de pronto, allí estaba. Asomé la cabeza y el cuerpo se deslizó tras ella. Saqué la lengua y aquel movimiento me proporcionó una información muy extraña. Era parecido al sentido del olfato, pero no exactamente igual. Continué sacando y metiendo la lengua. La vi surgir de la boca a toda velocidad y luego lamer el aire, rodeado por aquella luz tan brillante, me di cuenta de lo mal que funcionaban los ojos del lagarto. No conseguía entender nada de lo que veía. Las imágenes me llegaban distorsionadas y fragmentadas. Lo de abajo estaba arriba y lo de arriba, abajo. Incluso los colores eran distintos.

    Intenté pensar: «Vamos, Jake. Ahora tienes un ojo a cada lado de la cabeza. No enfocan los objetos a la vez, sino que ven cosas diferentes. Es cuestión de acostumbrarse.»

    Una vez hube llegado a esa conclusión, hice un esfuerzo por entender las imágenes, pero se guían siendo un rompecabezas. Me daba la impresión de que tardaría toda la vida en distinguir qué era cada cosa. Mientras uno de los ojos enfocaba el lado izquierdo del pasillo, el otro observaba lo que ocurría en la zona derecha del mismo. Yo estaba cabeza abajo, adherido a uno de los lados del armario, que era como un extenso territorio de color gris sin límite visible.

    Y durante todo aquel tiempo, el cerebro del anolis verde luchaba contra mí. Cuando ya había logrado salir de la oscuridad, me moría de ganas por volver a ella.

    Me recordé a mí mismo que debía buscar la oficina de Chapman. Pero ¿dónde estaba?

    A la izquierda. Por allí.

    De pronto eché a correr pared abajo como una bala. ¡Zum! Ya estaba en el suelo. ¡Zum! Ya le había dado la vuelta a un trozo de papel dos veces más grande que yo. El suelo pasó de largo, Era como ir atado a un misil fuera de control.

    Fue entonces cuando la parte de mi cerebro controlada por el lagarto detectó la presencia de la araña. Era una sensación rara, no estaba seguro de haberla visto, oído, olido o probado con aquella lengua móvil o, si, simplemente, sabía que estaba allí, antes de que mi cerebro humano pudiese siquiera reaccionar, ya había salido tras ella a una velocidad de un millón de kilómetros por hora.

    Casi no se me veían las patas de lo rápido que iba.

    Probablemente no se trataba de una araña demasiado grande. Al menos, desde el punto de vista de una persona alta, pero para mis ojos de lagarto, era del tamaño de un niño pequeño. Era enorme. Observé sus ojos compuestos y cada una de las articulaciones de sus ocho patas. También pude ver aquellas horribles mandíbulas que encajaban entre sí como una trampa mortal.

    La araña se largó a toda prisa y yo la seguí. Yo era más veloz.

    «¡Nooooooooooo!», grité mentalmente, pero ya era demasiado tarde. Con un movimiento brusco, parecido al ataque de una serpiente, eché la cabeza hacia delante, abrí las fauces y, antes de que me diera cuenta, ya la tenía en la boca.

    Noté cómo luchaba y cómo se retorcían sus patas intentando salir de mi boca.

    Intenté escupirla, pero no pude. El lagarto tenía demasiadas ganas de comérsela.

    Me la tragué. Fue como tragarse una lata entera de jamón de york. Sólo que el jamón de york no se revolvía a medida que descendía.

    «¡No, no, no!», gritó mi cerebro, lleno de horror y de asco. Pero, al mismo tiempo, el lagarto estaba satisfecho y tuve la impresión de que se tranquilizaba un poco.

    «¡Ésta es la gota que colma el vaso! —me dije a mí mismo—. ¡Tengo que abandonar inmediatamente este cuerpo!»

    Quería salir de aquel ser espantoso. Me tenía sin cuidado que alguien me viera. Iba a recobrar mi aspecto humano. Marco tenía razón. Mezclarse en aquel asunto era una locura. ¡Una autentica locura!

    Oí cómo temblaba el suelo. Era un estruendo parecido al que haría un gigante que atravesaba la tierra a grandes zancadas.

    Y, en efecto, se trataba de un gigante.

    Una gran sombra oscureció el cielo. Tuve la impresión de que iba a morir aplastado por un edificio entero.

    ¡Entonces el zapato se precipitó sobre mí!

    Salí disparado hacia la izquierda.

    Apareció el otro zapato.

    ¡Mi cola! ¡El zapato me había pisado la cola! ¡Estaba atrapado!


    Capítulo 17


    Presa del pánico, intenté huir, pero tenía la cola inmovilizada.

    ¡De repente, estaba libre! ¿Cómo era posible que…?

    Entonces comprendí lo que había pasado. Se me había partido la cola. Al mirar hacia atrás la vi allí. Aún continuaba atrapada bajo el zapato del gigante. Se agitaba, todavía con vida, y no dejaba de retorcerse como un gusano clavado en un anzuelo.

    El zapato se levantó y volvió a alzar el vuelo.

    Yo trepé por la pared a toda prisa y me quedé allí, paralizado.

    El gigante no me había visto. Su intención no era aplastarme. Había sido un accidente. Y ahora mi cola… no, la cola del lagarto…

    El gigante siguió su camino, haciendo temblar el suelo a su paso.

    Enfoqué la figura con uno de mis ojos de lagarto. Era como ver algo reflejado en un espejo de parque de diversiones, Pero, a pesar de todo, estaba bastante seguro de que se trataba de Chapman.

    Lo vi alejarse por el pasillo. Y, con todo el poder del que mi mente era capaz, le ordené al cuerpo de lagarto que lo siguiera.

    Procuré no pensar en la araña que llevaba en el estómago, y menos todavía en el hecho de que no estuviera completamente muerta. Intenté olvidar la parte de mi cuerpo que había dejado retorciéndose a mis espaldas. Eché a correr detrás de Chapman.

    Porque era posible que Chapman revelara algún secreto que nos sirviera para ayudar a Tom.

    Mi plan consistía en entrar en la oficina de Chapman, esconderme bajo la mesa y escuchar sus conversaciones telefónicas. Supuse que tarde o temprano soltaría algo acerca del emplazamiento del estanque yeerk.

    Ya lo habíamos discutido con Cassie. Ella pensaba que sería necesario hacer guardia varios días en la oficina de Chapman para poder enterarnos de algo. Además, no podíamos adoptar una determinada forma durante más de dos horas. Y, por si fuera poco, me estaba saltando una serie de clases, lo cual no tardaría en causar más problemas.

    Y lo más gracioso era que, si te pescaban faltando a clases, te enviaban a ver al subdirector.

    El señor Chapman.

    Me imaginaba la escena… Perdone que me haya escapado de la clase, señor Chapman, pero es que estaba metido dentro de este cuerpo de lagarto para poder observarlo bien porque sé que es usted un controlador y que forma parte de una conspiración extraterrestre a gran escala cuyo objetivo es apoderarse de la Tierra.

    Sentí deseos de reír. Lo malo es que los lagartos no pueden reír, así que me limité a seguir a Chapman por el pasillo.

    De pronto se detuvo, ¿Ya habíamos llegado a su oficina?

    Miré a mi alrededor lo mejor que pude. Aquello no se parecía a una oficina. La araña, mientras tanto, continuaba dándome patadas en el estómago.

    Chapman abrió la puerta. Me aplasté contra el suelo y la puerta me pasó por encima con una fuerte ráfaga de aire. Me concentré en descifrar lo que veía. ¡Un momento! Aquél era el gabinete del conserje: un revoltijo de fregonas, cubos y productos de limpieza. ¿Qué era lo que estaba haciendo Chapman…?

    Se metió adentro y fui detrás de él, procurando mantenerme alejado de aquellas altas paredes de cuero que eran sus zapatos.

    Oí un fuerte clic y comprendí que acababa de cerrar la puerta tras de sí.

    A pesar de que el fregadero quedaba bastante lejos del suelo, conseguí ver cómo manipulaba el grifo. Me pareció que agarraba uno de los ganchos que se usan para colgar las toallas sucias. Por el sonido chirriante que hizo, supuse que lo estaba haciendo girar.

    Y ante mi total y absoluta sorpresa, la pared se abrió.

    En su lugar apareció una puerta. Olores y sonidos extraños llegaron hasta mí a través de ella.

    Chapman cruzó al otro lado. Un tramo de escaleras conducía a un foso del que brotaba una luz púrpura, allá a lo lejos, como procedente de un lugar situado a un centenar de kilómetros bajo tierra, se oyó un ruido apenas perceptible.

    Era un grito. Un alarido de miedo y desesperación. Una voz humana gritaba en la oscuridad de aquel horrible lugar.

    —Nooooo! —gritó la voz—. ¡ Nooooo! Yo sabía lo que aquel grito significaba. Sabía lo que estaba ocurriendo. En algún lugar, allí abajo, un ser humano notaba cómo un gusano se introducía en su cerebro. En algún lugar, un ser humano se estaba transformando en un esclavo que obedecería ciegamente a los yeerks. Chapman bajó las escaleras. La puerta se cerró a sus espaldas. Había encontrado el estanque yeerk. ¡Estaba justo debajo de la escuela!


    Capítulo 18


    —Gritos —dije—. Gritos humanos. Venían de lejos, pero eso es lo que eran.

    Mis amigos me miraron. Todos menos Marco, que apartó la vista. Nos reunimos aquella misma tarde después de clase. Habíamos ido al centro comercial. Creímos que era la mejor manera de no levantar sospechas. A nadie le parecería extraño que unos chicos fueran a dar una vuelta a un centro comercial.

    Estábamos en un restaurante, sentados a una mesa compartiendo algunos nachos.

    Desde que me había comido la araña, tenía un deseo irrefrenable de engullir toneladas de comida basura para que me ayudase a olvidar.

    —En aquellos momentos eras un lagarto —señaló Marco—. Vaya a saber lo que oíste en realidad.
    —Lo sé perfectamente —respondí.
    —No soporto pensar en lo que le estarán haciendo a la gente ahí abajo —dijo Cassie con un estremecimiento—. Es horroroso.
    —Tenemos que hacer algo —afirmó Rachel.
    —Sí, vamos, lo mejor es bajar ahora mismo —replicó Marco—, Y los próximos en gritar seremos nosotros.

    De repente se me quitó el hambre.

    —Marco, no puedes ignorar lo que está ocurriendo —le reprochó Rachel.
    —Claro que puedo —contestó él—. Todo lo que tengo que hacer es recordar algo. ¿Saben qué? Pues que quiero seguir vivo.
    —Muy bien, ¿y con eso está todo dicho? —preguntó Rachel indignada.—¿El límite lo marca tu propia conveniencia?
    —No creo que Marco se esté comportando de un modo egoísta —lo defendió Cassie—. Todo lo contrario. Piensa en su padre, en lo que le sucedería si él…
    —Marco no es el único que tiene familia por la cual preocuparse —replicó Rachel—, Yo también tengo una familia. Todos la tenemos.
    —No no —la contradijo Tobías con dulzura. Sonrió como hacía siempre: de un modo triste y torciendo un poco la boca—. No le importo un comino a nadie.
    —A mí sí me importas —repuso RacheL Me sorprendió que ella dijera algo así. Rachel no es precisamente una persona sentimental.
    —Escuchen —intervine—. No les pido que vengan conmigo. Pero a mí no me queda otra opción. Hoy he oído ese grito y da la casualidad de que es hoy cuando Tom tiene que bajar allí. Se trata de mi hermano. Tengo que intentar salvarlo —extendí las manos en un gesto de impotencia—, Debo hacerlo. Por Tom.
    —Iré contigo —dijo Tobías—, por el andalita.
    —Nadie más puede hacer algo para detener a los yeerks —observó Rachel—. Si he de ser sincera, yo también tengo miedo de morir, pero estoy con ustedes.

    Marco tenía mala cara. Me dirigió una mirada asesina mientras movía la cabeza de un lado a otro.

    —Esto es serio —comentó—. Estoy es muy serio. Si no fuera por Tom, me largaría ahora mismo.
    —Mira, Marco, no estás obligado a… —empecé a decir.
    —Oh, cállate ya! —me interrumpió él con brusquedad—. Eres mi mejor amigo. ¿De verdad crees que voy a permitir que te enfrentes tú solo a todo? Yo también voy. Voy para salvar a Tom. Ya está. Y luego, se acabó.

    Cassie era la única que permanecía en silencio. Miraba abstraída hacia algún punto situado en la lejanía, por encima de las cabezas de la muchedumbre que abarrotaba el centro comercial.

    —Saben, en otros tiempos, quiero decir hace mucho, mucho tiempo, los africanos, los primeros europeos y los indios americanos… todos ellos creían que los animales tenían espíritu. Invocaban a esos espíritus para que los protegieran del mal. Invocaban al espíritu del zorro por su astucia, al del águila, por la agudeza de su vista, y al del león, por su fuerza. Supongo que lo que nosotros estamos haciendo ahora es algo propio de nuestra naturaleza, a pesar de que ha sido la tecnología andalita la que lo ha hecho posible. No somos más que unos pequeños seres humanos asustados que toman prestadas la mente del zorro, los ojos del águila… o del ratonero —añadió sonriéndole a Tobías—. Y la fuerza del león. Como ocurría hace miles de años: estamos invocando a los animales para que nos protejan del mal.
    —¿Será suficiente?
    —No lo sé —admitió Cassie solemnemente—. Es como si todas las fuerzas ancestrales del planeta Tierra hubieran sido convocadas a la batalla.

    Marco puso los ojos en blanco.

    —Muy conmovedor, Cassie. Pero la verdad es que no somos más que cinco chicos normales y corrientes. Nuestros enemigos son los yeerks. Si se tratara de un partido de fútbol, ¿por quién apostarías? Somos carne de cañón.
    —No estés tan seguro —respondió Cassie—. Estamos luchando por la Madre Tierra y ella tiene algunos ases guardados en la manga.
    —Dios del cielo! —exclamó Marco—. ¿Por qué no nos dejamos crecer el pelo y vamos a plantar tomates?

    Todos nos echamos a reír, incluida Cassie.

    —Cassie tiene razón en una cosa —dijo Rachel recuperando la seriedad—. Lo único que tenemos a nuestro favor es la capacidad de convertirnos en animales. Y, hasta ahora, las únicas metamorfosis que hemos conseguido son las de un gato, un ave, un perro, un caballo y un lagarto. Creo que necesitamos más armamento. Deberíamos ir al Parque para adquirir el ADN de ciertos animales que de otra manera no podríamos conseguir.

    Hice un gesto afirmativo con la cabeza.

    —No creo que el equipo formado por el ratonero, el caballo y el lagarto impresione demasiado a los yeerks. Rachel tiene razón. Vayamos al Parque. Necesitamos a los retoños más duros de Mamá Tierra. —Miré a Cassie—. ¿Puedes conseguir que entremos?
    —Yo entro gratis —contestó ella—. Ustedes tendrán que pagar, pero como mi madre trabaja allí, les pediré que les hagan un descuento. Por lo menos les saldrá más barato.
    —Eh, estoy seguro que podemos persuadirlos de que nos dejen entrar sin pagar —afirmó Marco—. Sólo tenemos que decirles que somos animorphs.
    —¿Que tenemos que decirles qué? —le preguntó Rachel.
    —Adolescentes suicidas —respondió Marco.
    —Animorphs —repetí en voz alta. Sonaba bien.


    Capítulo 19


    Salimos del centro comercial y subimos a un autobús que iba a Los jardines, justo al otro lado de la ciudad. Durante el trayecto me puse a hacer los deberes atrasados. Aquel día me había perdido un montón de clases y tuve que pedirles los apuntes a mis amigos. Los de Rachel eran perfectos. Tobías tomaba unos apuntes horribles, con los márgenes llenos de garabatos. Me costó un poco adivinar qué representaban: eran edificios, personas y coches vistos desde el aire.

    —Yo no necesito entrar —dijo Tobías, mientras hacíamos un fondo común para comprar las entradas con el escaso dinero de que disponíamos—. Ya tengo bastante con poder ser ratonero. No quiero ser nada más.
    —Te equivocas —objetó Rachel—. Nuestra única arma es el poder de transformarnos. Cuantas más metamorfosis seamos capaces de realizar, mejor.
    —¿Qué animales podrían hacer frente a Visser Tres cuando se convierta en aquel monstruo que devoró al andalita? —pregunté yo. No había nada ni en aquel zoo ni en ningún otro que pudiera darle una paliza a aquel monstruo gigantesco.

    Marco guiñó uno ojo.

    —¿Pulgas? Nadie puede matar a las pulgas. Nos lo cargaremos a picotazos.

    No me quedó más remedio que sonreír.

    —¿Te has convertido de pronto en Míster Esperanza? —dije.
    —No. Lo que pasa es que estoy tan asustado que no sé ni lo que me digo —se justificó—. Yo nunca me he transformado. Todavía no soy un animorph hecho y derecho. Sigo siendo normal.
    —Yo me veo normal —se defendió Cassie. Parecía preocupada.
    —Cassie, tú puedes transformarte en un caballo —replicó Marco—. Hay muy pocas chicas que hagan eso. Lo de Jake y el lagarto es diferente: él siempre ha sido un reptil.

    Le di a Marco un puñetazo de broma, pero él lo esquivó. Era estupendo tenerlo de nuestro lado, aunque no hiciera más que incordiar.

    Tardamos una media hora en llegar a la puerta principal de Los Jardines. Cuando bajé del autobús estaba nervioso. Era una sensación muy diferente a la que hasta entonces había experimentado al ir allí. Quiero decir que, en circunstancias normales, Los Jardines es mi lugar favorito. Pero, claro está, no suelo ir allí para intimar con animales peligrosos.

    Lo mejor de Los jardines son las atracciones. Tienen los aparatos más populares: montañas rusas, mis preferidas, norias, toboganes acuáticos…

    Aunque también hay una zona dedicada a los animales que es parecida a un zoo, sólo que mucho mejor. Hacen exhibiciones de delfines, luego hay una sección en la que puedes acercarte a algunos de los animales más inofensivos y está además, el área destinada a los monos, que es prácticamente una ciudad en miniatura. Si yo fuera animal y tuviera que estar en un zoo, me gustaría que me enviasen allí.

    Cassie nos condujo al edificio principal, donde se exhiben todo tipo de animales, excepto los de mayor tamaño, que son los que necesitan más espacio. La mayoría de ellos habitan lejos de allí, en extensiones de terreno cubiertas de hierba imitando a los parques, aunque con muros y fosos, y rodeados de vallas.

    Se supone que el edificio más importante recuerda a una selva tropical… eso dicen. Ahí tienen a los animales que necesitan siempre una temperatura ambiente elevada. Hay un sendero que serpentea entre árboles tropicales de gran altura y arbustos diseminados y que lleva a las diferentes secciones.

    Algunas de estas secciones son minúsculas, mientras que otra son realmente grandes, como la destinada a las nutrias, que incluso tiene una cascada y un tobogán acuático para que jueguen.

    Estábamos cerca del hábitat de las nutrias, cuando Cassie se detuvo.

    —Vale, ahora permaneced todos juntos y procurar no hacer nada que llame la atención —nos recomendó—. Voy a intentar que entréis.
    —¿Qué entremos dónde? —inquirió Marco.
    —Bueno, veréis, hay una especie de entradas por detrás de las secciones. Así alimentan a los animales y les dan medicinas o lo que haga falta. —Señaló una puerta apenas visible—. Bueno, el caso es que podemos intentar entrar por ahí.

    Fue un cambio brusco. Un minuto antes estábamos en aquella imitación de selva tropical y al minuto siguiente nos encontrábamos en un sitio que recordaba más a uno de los pasillos de la escuela, sólo que bastante más maloliente. Flotaba en él un tufo , mezcla de moho y humedad, no muy distinto al que se produce en un vestuario de chicos.

    —Bueno, escuchad: si alguno de los empleados os pregunta, le decís que hemos venido a ver a mamá —dijo Cassie—. Claro que es tan tarde que ya no estará. O, al menos, eso espero, porque si se entera de que he estado dando vueltas por aquí atrás con cuatro de mis amigos… Bueno, si me dejan castigada, ya no podré salvar al mundo de los invasores extraterrestres. Con un poco de suerte, casi todos lo empleados se habrán ido ya a casa.

    Echamos a andar muy despacio pasillo adelante, sintiéndonos como intrusos, que era justamente lo que éramos. A cada lado del pasillo principal se extendían unos senderos laterales que conducían a las distintas secciones. Por desgracia, sólo había números en las puertas de entrada a cada una de ellas. Dependíamos de la memoria de Cassie para orientarnos allí dentro. Detrás de algunas de aquellas puertas había animales con los que uno preferiría no toparse.

    —Bueno, muchachos, ¿qué me decís de unos cuantos gorilas? —propuso Cassie.—. Se había detenido ante una de las puertas numeradas—. Ésta es la jaula de Big Jim. Acaban de traerlo de otro zoo, así que, de momento, éste es su coto privado. Es muy manso.

    Poco a poco caí en la cuenta de lo que Cassie estaba diciendo.

    —Eh, ¿estás preguntando si alguno de nosotros quiere adquirir su ADN?
    —Para eso hemos venido, Jake —observó Rachel. Se volvió hacia Marco y parpadeó unas cuantas veces—. ¿Qué dices tú, Marco? ¿No has deseado ser siempre un tipo grandote y peludo?

    A marco no parecía hacerle demasiada gracia la idea. Pero yo sabía cómo manejarlo.

    —Es su primera metamorfosis, quizá sea mejor que empiece por algo más sencillo —comenté—. No sé, uno de esos koala tan mimosos o algo así.

    Fue suficiente.

    —¿Un koala? —exclamó Marco, dirigiéndome una mirada asesina—. Abre la puerta, Cassie. —Titubeó un momento—. Has dicho que era manso, ¿verdad?
    —Los gorilas son muy mansos —contestó Cassie. Luego, en voz algo más baja, añadió—. A menos que alguien los haga enfadar.

    Cassie abrió su mochila, sacó una manzana y se la dio a Marco.

    —Toma. Tú sólo abre la puerta. De la forma en que está diseñada la jaula, ningún visitante podrá verte, a no ser que entres en ella. Además, hay otra puerta de seguridad, de modo que ni el gorila puede saltar fuera ni tú puedes entrar del todo. Vamos a abrir la puerta y esperemos que Big Jim tenga hambre.

    Detrás de aquella primera puerta había otra con barrotes y una sección transversal a través de la cuál los cuidadores introducían la comida. Un grupo de rocas falsa ocultaba la entrada, que no resultaba visible para la gente que miraba hacia el interior de la jaula desde fuera. En cambio Big Jim nos descubrió de inmediato. Se tiró de la roca en la que estaba subido y cayó pesadamente sobre el suelo. Luego estuvo un buen rato observándonos desde el otro lado de los barrotes.

    Big jim era decididamente grande. Tenía unos dedos pulgares casi del tamaño de mi muñeca. A Jim no parecía molestarle nuestra presencia. Lo único que le llamó la atención fue la manzana de Marco. Recorrió a éste con la vista de arriba abajo, gruñó casi con desprecio y luego tendió la mano.

    —Dale la manzana —le ordenó Cassie—. Quiere la manzana.
    —Me encantó tu trabajo en Big Jim —le dijo Marco al simio. Metió la mano entre los barrotes y le alargó la manzana. Con una sorprendente delicadeza, el gorila tomó la manzana y empezó a examinarla con todo detenimiento.
    —Agárralo de la mano —sugerí yo.
    —Sí. Ahora mismo —rió Marco.
    —Mientras estás adquiriendo su ADN, el animal entra en una especie de trance —le expliqué—. Adelante. Sujétale la mano con fuerza y concéntrate.

    Marco le tocó la muñeca al gorila con mucho cuidado.

    —Mono bonito.

    El gorila no le hizo el menor caso. A Big Jim le interesaba mucho más la manzana que cualquiera de nosotros.

    —Concéntrate —le apremió Rachel.

    Marco cerró los ojos y el simio cerró los suyos.

    —No es increíble? —comentó Tobías—. ¿Te das cuenta de que ese gorila podría hacer añicos a Marco si quisiera? ¡Fíjate en esos brazos!

    Marco abrió un ojo.

    —Tobías, el miedo entorpece el proceso de concentración. Así que, ¿por qué no cierras el pico y te olvidas de sus brazos?

    De repente, oí un zumbido. Miré a ambos lados del pasillo. Un carrito eléctrico, parecido a os que se utilizan en los campos de golf, venía hacia nosotros.

    —Comportaos con naturalidad —siseó Cassie. Marco sacó la mano de la jaula y ella cerró la puerta en las narices de Big Jim—. A no ser que sea uno de los guardas de seguridad, no creo que tengamos problemas.

    El carrito llegó a donde estábamos. Lo conducía un hombre vestido con una bata de color canela llena de manchas que le cubría los tejanos. En la parte trasera del carrito había dos cubos de plástico blanco llenos de una sustancia de color marrón que desprendía un olor nauseabundo.

    —Ah, tú eres Cassie, ¿verdad? ¿La hija de la doctora? ¿Cómo te va?
    —Bien —respondió Cassie. Levantó la mano y saludó al hombre sin inmutarse. Luego, él siguió su camino.
    —Esta vez ha sido fácil —dijo Cassie—. Ni siquiera le ha extrañado que estuviéramos aquí detrás.
    —Bueno, ¿adónde vamos ahora?

    Estábamos en una encrucijada de la que partían cuatro caminos. Todos ellos daban a otros tantos pasillos desiertos pintados de blanco. También había no de aquellos carritos de golf eléctricos aparcado allí cerca.

    —Qué es lo que nos queda más cerca? —pregunté.

    Cassie reflexionó durante unos momentos.

    —Bueno, ese sendero de ahí conduce a los hábitats exteriores. Aquél va a las oficinas y a las instalaciones destinadas al almacenaje. Y esos dos rodean el edificio principal, donde están la mayor parte de los ejemplares del zoo. Estamos cerca de déjame ver… los murciélagos y las serpientes están por allí. Y , si vamos por ahí, daremos a la jaula del jaguar y a la piscina de los delfines.

    Rachel echó a andar por el sendero de la derecha.

    —Delfines. Me encantan los delfines.
    —Espera, Rachel! —exclamó Cassie, trotando detrás de ella—. ¿Para qué vamos a convertirnos en delfines?
    —Opino que deberíamos ir a visitar las secciones exteriores —propuso Marco—. Esto es serio. Necesitamos ampliar el arsenal. Vamos.
    —Será mejor que no nos separemos —dije al ver que Marco echaba a andar pasillo abajo. Estiré el brazo lo suficiente para agarrarlo antes de que se alejara demasiado.

    Fue entonces cuando oímos gritar a alguien.

    —Eh! ¡Eh, vosotros! Sí, vosotros, ¿qué estáis haciendo aquí?

    Vi a un tipo con un uniforme marrón.

    —Es uno de los de seguridad! —chilló Cassie—. Lo que faltaba. Nos llevarán a la oficina. Llamarán a mamá. No me lo quiero ni imaginar.
    —Separaos —ordené, muy en mi papel de líder—. Como hicimos en el solar: ¡uno solo no puede atraparnos a todos!
    —Ese hombre se parece a mi abuelo —replicó Rachel—. No es como el hork-bajir que nos perseguía.
    —Chicos, quietos ahí!
    —Ay, Dios! —exclamó Cassie y, acto seguido, echó a correr por uno de los pasillos. Rachel y Tobías la siguieron.

    Marco ya llevaba recorridos unos veinte metros del pasillo que conducía a las secciones exteriores. Intenté alcanzarlo.

    El guardia llegó a la intersección. Lo vi mirar primero a Tobías y a las chicas y luego volverse hacia donde estábamos Marco y yo. Supongo que nuestro aspecto debió de parecerle más sospechoso, porque nos eligió a nosotros.

    —Deteneos! ¡Chicos, os lo advierto, deteneos!
    —Vamos a subirnos al carrito! —sugirió Marco.
    —Quieres que robemos el carrito?
    —Si no lo usamos nosotros, lo usará el guardia.
    —Bien pensado.

    Saltamos al carrito. Marco se deslizó detrás del volante. Giró la llave de contacto y me miró.

    —Esto es como conducir autos de choque, ¿eh?
    —Sí, pero en este caso haz todo lo posible por no chocar.

    Pisó el acelerador. El motor eléctrico emitió un zumbido y salimos disparados. Directamente hacia la pared.

    ¡Bam!

    —Eh, por qué no pruebas a conducirlo! —grité yo.

    Dimos marcha atrás y volvimos a ponernos en camino. Ganamos velocidad suficiente para distanciarnos del guardia pero, al girarme, comprobé que aún seguía intentando darnos alcance.

    —Me va a dar un infarto —comenté.
    —Y ahora hacia dónde?
    —Qué?
    —Que hacia dónde!

    Miré de nuevo hacia delante. Estábamos a punto de llegar a una bifurcación.

    —A la derecha! —chillé.

    Naturalmente, Marco giró a la izquierda y a punto estuve de caerme.

    Un segundo después, alcanzamos otra esquina. Esta vez, Marco prefirió girar a la derecha, y caí del carro.

    Me golpeé contra el suelo de linóleo y rodé por él. Luego me puse en pie de un salto y eché a correr para alcanzar el carrito.

    —Pero ¿qué haces? —preguntó Marco al verme—. Ya está bien de jugar, ¿no?

    Le dirigí una mirada asesina y subí otra vez al vehículo.

    —Parece que hemos despistado al guarda —dijo Marco.
    —Me encuentro bien, gracias por preguntar —repliqué yo—. Sólo unos cuantos moratones. Alguna que otra fractura de cráneo. Nada del otro mundo.
    —Y esto qué es?
    —Por lo pronto, el túnel más largo que he visto en mi vida —respondí. Y así era, porque cada vez se parecía más a un túnel. El suelo continuaba siendo de linóleo y las paredes estaban montadas con cal, pero la distancia entre los focos había ido aumentando progresivamente, lo cual ayudaba a crear la sensación de estar bajo tierra.
    —Me pregunto si los demás habrán escapado —dijo Marco—. ¿Entiendes ahora por qué es una locura pensar que estamos en condiciones de vencer a los yeerks? Venga ya. Si hemos sudado para quitarnos de encima a los tipos del zoológico.
    —Eso es lo que tú te crees —contesté con gravedad—. ¡Mira!

    Unos metros por delante de nosotros había dos individuos con uniformes marrones.

    —Quizá no sepan quiénes somos —aventuró Marco—. A lo mejor nos confunden con alguien de la plantilla.
    —No si tienen tiempo de mirarnos bien —señalé yo—. Allí hay un desvío. Tómalo.

    Dimos la vuelta y, al tiempo que lo hacíamos, los guardias empezaron a proferir gritos. El pasillo lateral fue estrechándose, hasta que llegó un momento en el que el carrito ya no pudo pasar.

    —Déjalo!

    Salté del vehículo seguido de Marco. Hasta nosotros llegaba el sonido de las pisadas de los guardas a medida que se acercaban a toda carrera por el túnel principal. Aquellos tipos estaban en mejor forma que el anciano de antes. Al menos corrían.

    El pasillo se cortó de forma repentina. Había dos puertas: uno quedaba arriba a la izquierda y la otra estaba situada un poco más lejos, en el lado derecho. Sobre ellas aparecían los rótulos P-201 y P-203 respectivamente. Ninguna otra indicación.

    —Elige una puerta —dijo Marco.

    Respiré profundamente.

    —Puerta número uno.

    Abrí la P-201.

    Una ráfaga de aire fresco me dio en la cara y la luz del sol me cegó. Parpadeé mientras los ojos se me iban acostumbrando a la claridad.

    El animal también parpadeó. ¡Era un rinoceronte!

    —Aaaaaaah! —grité.
    —Aaaaaaah! —gritó Marco.

    Dimos un salto hacia atrás y cerramos la puerta de golpe.

    —Puerta equivocada! —comenté yo.
    —Equivocada del todo! —asintió Marco.
    —Eh, muchachos! ¡No os mováis!

    Los guardas se encontraban al fondo del pasillo.

    —¡Voy a probar con la puerta número dos! —anuncié yo.
    —¡Venga!

    Abrimos la puerta y nos colamos por ella a toda prisa.

    Estábamos rodeados de árboles; de árboles y de hierba. Estábamos a la sombra. El sol se filtraba entre las hojas. Justo delante de nosotros, los arbustos daban paso a una pequeña pradera.

    —Dónde estamos? —preguntó Marco.
    —Y yo qué sé.

    Nos abrimos camino entre la vegetación, sin dejar de escudriñar a nuestro alrededor. No vimos a ningún animal, sólo algunos pájaros en las ramas de los árboles.

    —Mira, hay más gente! —exclamó Marco y, acto seguido, se dejó caer detrás de un árbol mientras señalaba con el dedo.

    Había un montón de gente alineada al otro lado de una verja. O ellos estaban muy arriba o nosotros estábamos muy abajo. Aparté los arbustos para divisar mejor. La gente se apoyaba contra una reja situada en lo alto de un muro de cemento. No podían vernos debido a los arbustos, pero no cabía duda de que estaban mirando algo.

    —Seguro que estamos en uno de los recintos exteriores —reflexioné—. Esa gente está mirando…algo que debe de estar aquí, con nosotros. Sólo espero que no se trate del rinoceronte de antes. Era un poco grande para mi gusto.
    —Cómo vamos a salir de aquí?
    —No lo sé. Lo mejor será que nos apartemos de la puerta. Los guardas pueden aparecer de un momento a otro. —Pero en el fondo pensaba: «¿Cómo es que los guardas todavía no han venido a por nosotros?»

    Marco y yo nos arrastramos entre los arbustos y rodeamos los árboles. Llegamos a un rincón que había más arriba, oculto a las miradas de la gente.

    —Este muro es altísimo —observó Marco—. Como mínimo tiene diez metros de alto o más. No me gusta. Tiene que haber una razón para que sea tan alto. Aquí dentro hay algo que no quieren que se escape.

    Examiné el muro con la vista. A unos cuarenta metros de allí, había una escalera de acero incrustada en el cemento.

    —Me temo que ésa es la única salida que hay.
    —Dime una cosa —me pidió Marco—. ¿Por qué no han venido a buscarnos los guardas? Si éste fuese el foso del ciervo y el antílope, no habrían dudado en entrar, ¿verdad?
    —Tenemos que concentrarnos, no dejarnos llevar por el pánico —respondí yo—. Intento no pensar en por qué los guardas no han entrado. —Regresé a la sombra de los arbustos—. Además, ¿quién sabe? A lo mejor ni siquiera hay nada aquí adentro.

    Me acuclillé.

    Rocé algo caliente con el trasero.

    Me recorrió un estremecimiento. Levanté la vista y vi a Marco. La tez de Marco es morena y bronceada pero en aquel momento estaba completamente pálido y tenía los ojos desencajados.

    —Marco —le llamé despacio y en voz muy baja—. ¿Hay algo detrás de mí?

    Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

    —Qué es, Marco?
    —Ejem…¿Jake? Es un tigre.


    Capítulo 20


    Un tigre siberiano macho, para ser más exactos: unos tres metros de largo y trescientos kilos de velocidad letal y potencia increíble.

    ¿No habéis visto nunca una de esas viejas películas de Trazan que a veces ponen en la tele en las que Trazan lucha con un tigre al que acaba venciendo? Dejad que os cuente algo: ¿sabéis qué posibilidades tenéis de luchar con un tigre y salir vivos? Pues más o menos las mismas que de sobrevivir a la caída después de haberos tirado del Empire State.

    —Tengo una idea —apuntó Marco temblando—. Larguémonos de aquí.
    —No corras —le recomendé—. Llamarías su atención.
    —Creo que ya nos ha visto —respondió Marco—. Sabe dónde estamos, Jake. ¡Está mirando directamente hacia aquí! ¡Fíjate en su dientes!
    —No te asustes! Tengo una idea. La metamorfosis: si consigo adquirir su ADN, entrará en trance.
    —Adquirir? ¿Adquirir qué? Tú no estás en condiciones de adquirir nada. El único que va a adquirir algo aquí es él. ¡Va a adquirir tu trasero para la cena! Y cuando haya acabado, escupirá tus huesos.

    Tragué saliva varias veces. Intenté tocar al tigre pero aún me temblaba la mano. Inspiré profundamente un par de veces. Había oído en algún sitio que, en teoría, aquello ayudaba a calmar los nervios. Supongo que funciona, excepto si uno está prácticamente sentado encima de un tigre. En ese caso no hay nada en el mundo que pueda tranquilizarte.

    —Tigre bonito —susurré.

    Él se limitó a mirarme. Tenía una de aquellas miradas distraídas que parecía decir: «¿De qué vas?». Una mirada de total y absoluta confianza, como si le hiciera gracia verme temblar y estremecerme.

    —Por favor, no me mates —le pedí.
    —Ni a mí tampoco —añadió Marco.

    Alargué la mano temblorosa hacia el tigre, que siguió el movimiento con los ojos. La puse encima de uno de sus costados, que subía y bajaba acompasadamente.

    —Concéntrate —murmuró Marco.

    Estaba haciendo todo lo posible por concentrarme en el tigre. Me concentraba en sus dientes, en sus músculos, tensados bajo la piel anaranjada y negra. Y , sobre todo, estaba muy concentrado en el hecho de que, si le daba la gana, aquella bestia podía arrancarme la cabeza de un zarpazo y hacerla rodar por la hierba como una pelota de fútbol.

    Entonces, la respiración del tigre se hizo más lenta. Luego parpadeó unas cuantas veces y sus ojos se cerraron poco a poco.

    —Cuánto dura el trance? —musitó Marco.
    —Unos diez segundos a partir del momento en que finaliza el contacto. Al menos, eso es lo que pasó con Homer.
    —Diez segundos? ¿Diez segundos?
    —Sí. Así que prepárate a correr.
    —Hace rato que estoy preparado.!

    Me dispuse a retirar la mano pero, entonces, vacilé. Fue muy extraño porque en aquel mismo instante me di cuenta de que lo estaba haciendo. Lo entendí todo de golpe. El tigre se estaba convirtiendo en parte de mí. Toda aquella fuerza y aquella confianza habían pasado a ser parte de mí.

    —Es un animal muy hermoso, ¿verdad? —comenté.

    Esperaba que Marco me respondiera de un modo sarcástico, sin embargo lo único que respondió fue:

    —Sí, es magnífico —para enseguida añadir—: pero vámonos de aquí antes de que nos demuestre por qué el rey de la selva.
    —Ese es el león —corregí—. Se supone que el rey de la selva es el león. Pero, por si acaso, no se lo digamos a él. ¿Estás listo?

    Marco asintió.

    —Ahora! —grité.

    Me puse en pie de un salto. Salimos a toda prisa en busca de la escalera. Comencé a contar mentalmente los segundos: uno, dos, tres…

    Algo se movió de súbito. ¡Era una mancha de color naranja y negro!

    Entonces comprendí lo que pasaba. ¡Había más de un tigre en el recinto!

    Oí cómo gritaban los visitantes del zoo en lo alto. Supongo que podían vernos, una vez habíamos dejado nuestro escondite.

    Marco dio un brinco y agarró los travesaños de la escalera. Empezó a gatear hacia arriba con mucha dificultad. Yo lo seguía a una décima de segundo. El tigre saltó u, con las zarpas, arañó la superficie de cemento que había a pocos centímetros de mí. Luego soltó un rugido que hizo vibrar los peldaños de la escalera.

    —Gggggggrrrrraaaaaaauuuuuuuuuuuuuurrrrrrr!

    ¡Qué ruido! Retumbó y reverberó, y su eco hizo que se me derritieran las entrañas.

    Podría decirse que Marco voló escaleras arriba, y yo tras él.

    Es asombroso lo deprisa que uno puede subir las escaleras cuando tienes un tigre detrás que ruge pidiendo tu sangre.

    —Ahí están! —gritó alguien—. Atrapadlos. ¡Alto! ¡Eran los guardas! Como mínimo había tres.
    —Nos convertimos? —chilló Marco.
    —No! ¡Vamos hacia donde está toda aquella gente! ¡Allí! Arriba del todo, junto a la piscina de los delfines.

    Fue una decisión apresurada, pero logramos colarnos entre la muchedumbre cuando sólo les sacábamos unos cuantos metros de ventaja a los guardas. A partir de ese momento, lo único que teníamos que hacer era agacharnos y deslizarnos entre el gentío a la espera de que los guardas nos perdieran de vista. Nos abrimos paso hasta la entrada principal, caminando siempre en cuclillas para que nuestras cabezas no asomaran por encima de la multitud.

    —Qué habéis hecho, transformaros en enanos? —era la voz de Rachel. Estaba delante de mí, con una expresión divertida. Tobías y Cassie también estaban allí.
    —Los guardas nos persiguieron —les expliqué. Los temblores que me había producido el encuentro con los grandes felinos habían cesado casi por completo. Casi.
    —Venga, Jake, deja ya de hacer el tonto —contestó Rachel—. Salgamos de aquí. Tengo que estar en casa para la cena.

    Al final, resultó que a los demás no los había perseguido nadie. Habían despistado a los guardas sin ningún problema y habían ido adquiriendo el ADN de animales diferentes, mientras Marco y yo arriesgábamos nuestras vidas en el foso de los tigres.

    Lo más irritante de todo era que ninguno de ellos creía nuestra historia. Marco y yo estábamos molestos.

    Subimos al autobús y prácticamente nos desplomamos sobre los asientos.

    —Nos podrían haber matado —se lamentó Marco, haciendo un mohín—. De verdad os lo digo. Nos vino de pelos.
    —Claro, claro. Lo que tú digas —replicó Rachel—. O les des demasiadas vueltas. Después de todo, lo peor aún no ha llegado. O más probable es que cualquier peligro al que te hayas enfrentado hoy, no será nada comparado con lo que sucederá esta noche.
    —Esta noche. —Cassie movió la cabeza en sentido negativo—. Y encima no me acordaba de que tenía que estudiar para el examen de mates de mañana.

    Rachel se echó a reír.

    —Puede que ya no tengamos que preocuparnos por lo que pase mañana.
    —Gracias, doña Alegrías —masculló Marco.


    Capítulo 21


    —Se puede saber dónde te has metido? —me preguntó mamá cuando nos sentamos a cenar. Mi familia es muy tradicional en lo que al tema de la cena se refiere: hay que sentarse a la mesa. Nada de televisión. Mi madre es escritora y odia la tele, a no ser, claro está, que pongan uno de sus programas favoritos.

    —Qué dónde he estado? —repetí la pregunta—. Hum… pues, por ahí. Lo de siempre. He ido a dar una vuelta con Marco.
    —No sé por qué te molestas en preguntar —comentó papá—. Siempre contesta lo mismo. He ido a dar una vuelta por ahí.
    —Y tú, papá, ¿qué has hecho hoy en la oficina? —le pregunté yo a mi vez.
    —Dar una vuelta —respondió él. Me guiñó el ojo y todos nos echamos a reír.

    Miré a Tom. Se reía mientras devoraba su ración de pollo a la cazadora igual que los demás. Parecía el mismo de siempre.

    —Vas a hacer algo esta noche, Tom? —inquirí.
    —Por qué?

    Intenté aparentar indiferencia.

    —Es que estaba pensando que podríamos ensayar unos cuantos lanzamientos a la canasta —contesté—. Que a lo mejor podrías enseñarme algunos pases nuevos para intentar entrar en el equipo.
    —Lo siento, chico —repuso él—. Esta noche tengo cosas que hacer.
    —Sí? ¿Qué cosas? —pregunté.
    —Dar vueltas por ahí, seguro —se burló mamá—. Cómete el brócoli, Jake. Es muy bueno para el cuerpo. Contiene un montón de minerales y vitaminas que no se encuentran en ningún otro alimento.
    —Vale —contesté yo—. Ya sabes que me encantan los minerales.

    Me metí en la boca el pedazo más pequeño de brócoli que logré encontrar e intenté tragármelo.

    Después de todo, no era peor que comerse una araña viva.

    —Esto… Tom, ¿qué has dicho que ibas a hacer? —insistí.

    Él me dirigió una mirada furiosa.

    —Es que ahora tengo que informarte de todos mis movimientos? Tengo cosas que hacer. ¿Te parece bien, enano?
    —Una chica —comentó papá—. Sé lo que es eso. Soy médico.

    Me hubiera gustado poder decirles: «no, papá, no se trata de ninguna chica, sino de un estanque yeerk. ¿Sabes lo que es un estanque yeerk, mamá? Es una larga historia.»

    Decidí intentarlo una vez más. Creo que una parte de mí aún se negaba a admitir lo que Tom era.

    —Lo que te pasa es que tienes miedo de competir conmigo porque podría darte una paliza.
    —Sí, señor. Has acertado. ¿Contento ahora?

    Nuestros ojos se encontraron. ¿Había alguna señal en su mirada que lo delatase? ¿Algún rastro de la criatura egoísta y cruel que lo dominaba? No. Ojalá lo hubiera habido.

    No existe forma alguna de saber quién es un controlador y quién no. No hay modo alguno. Por eso es tan difícil detenerles: porque cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, podría ser uno de ellos.

    No importa lo mucho que creáis conocer a alguien y lo mucho que lo admiréis. Puede ser alguien a quien desearíais pareceros. Alguien a quien amáis.

    Aparté la vista de Tom y me puse a observar la comida que había en el plato.

    Unos minutos más tarde, Tom se levantó con intención de marcharse. Yo sabía adónde se dirigía. Una vez se hubo marchado, subí al piso de arriba para llamar por teléfono. Desde allí, mis padres no podrían oír lo que decía. Telefoneé a Marco.

    —Va va de camino —le dije.

    Luego llamé a Tobías y a Rachel. También intenté ponerme en contacto con Cassie, pero sólo puede hablar con su madre.

    —No está —me explicó. Parecía preocupada—. No ha venido a cenar. Salió a dar de comer a algunos animales y no ha vuelto aún.

    Se me hizo un nudo en el estómago.

    —Seguro que está montando uno de los caballos —sugerí yo, en un intento por tranquilizarla a ella y tranquilizarme a mí mismo—. Ya sabe cómo es Cassie.
    —Todos los caballos están en los establos —me respondió.

    Respiré hondo un par de veces. Algo marchaba mal. ¿Qué le había ocurrido a Cassie?

    —Voy a salir a buscarla —dije—. No se preocupe. Apostaría lo que fuera a que ha visto un animal herido o algo así y ha ido a rescatarlo. Ya conoce a Cassie.
    —Sí. Seguro que no le pasa nada.

    Seguro. La verdad es que ella estaba tan segura como pudiera estarlo yo. Pero ¿qué podía hacer? El plan consistía en atacar el estanque yeerk y rescatar a Tom. Tal vez Cassie ya había llegado a la escuela y estaba allí, esperándonos.

    Tal vez.

    Mientras pedaleaba en dirección a la escuela, tuve un mal presentimiento. Como haríamos acordado, escondí la bicicleta al otro lado de la calle. Luego me reuní con Marco y Rachel.

    —Falta Cassie —les informé—. ¿Y dónde está Tobías?

    Rachel señaló el cielo.

    El sol se estaba ocultando con gran rapidez, pero aún podía ver a Tobías volando en círculos por encima de nuestras cabezas.

    —Qué es lo que le pasa? —exploté—. ¡El tiempo límite son dos horas y no sabemos cuánto nos va a llevar esto!
    —Quizá deberíamos aplazarlo hasta descubrir lo que le ha sucedido a Cassie —propuso Rachel.
    —A lo mejor sólo está asustada —aventuró Marco—. Yo también lo estoy.
    —Puede —asentí, aunque tenía mis dudas. Pero dicen que, antes de una batalla, nunca se puede saber de antemano quién de los participantes va a comportarse como un valiente y quién como un cobarde.

    Yo sólo esperaba no estar entre los segundos. La verdad es que tenía la boca seca y que el corazón me iba a cien por hora. Y todavía no habíamos empezado.

    Tobías bajó en picado y se posó sobre el hombro de Rachel. Aquello me sorprendió. ¿Por qué lo habría hecho? Aunque a Rachel no parecía molestarle en absoluto, más bien al contrario porque luego ella restregó la cabeza contra el cuerpo del ave durante unos instantes.

    —¿Vamos a hacerlo o no?—, preguntó Tobías.

    No podíamos empezar peor. La presión que sentía en la boca del estómago se intensificó. Cassie había desaparecido y Tobías continuaba sin recuperar su aspecto habitual.

    Todos me miraban, esperando que tomara una decisión.

    —Sí, vamos a hacerlo —respondí.

    Por la noche, la escuela estaba cerrada con llave. Pero Marco ya se había ocupado de aquel pequeño problema: sabía que había una ventana en el laboratorio de ciencias que no cerraba bien.

    A través de ella nos colamos en el laboratorio, que habría estado sumido en la más absoluta oscuridad de no ser por los mortecinos ratos de sol que se reflejaban en los vasos de precipitados y los tubos de ensayo. Tobías cruzó la habitación planeando y se posó con destreza sobre la mesa del profesor.

    —Dejadme echar un vistazo —dije.

    Abrí la puerta tan despacio como pude y asomé la cabeza a través de la rendija. En la penumbra, divisé el pasillo que conducía al armario del conserje. Metí la cabeza de inmediato.

    —Hay gente ahí fuera! —exclamé—. Tres personas estaban entrando en el armario.
    —Controladores —dedujo Rachel—. Creo que los yeerks van a cenar.

    Ninguno de nosotros lo encontró diverido.

    —Cómo vamos a meternos ahí? —quiso saber Marco.
    —Esperad un momento —dijo Rachel—. ¿Los controladores se conocen todos de vista? Lo que quiero decir es que, si no es así, podríamos hacernos pasar por controladores, ¿entendéis?
    —Insinúas que entremos ahí haciendo ver que somos de la familia? —preguntó Marco—. Un plan fantástico, Rachel. Se me ocurre una idea mejor: ¿por qué no nos suicidamos aquí mismo y así acabamos antes?
    —Quizá Rachel tenga razón —observé yo.
    —Eso es mucho decir —señaló Marco—. Aquí no hay (quizá) que valga. Además, ¿qué me decís de Tom? Él sí sabe que tú no eres un controlador.

    Abrí la puerta de nuevo y miré afuera.

    —Creo que Tom ya está abajo —comenté—. Además, el pasillo está vacío ahora. Yo diría que todos… —Enmudecí—. Esperad, viene alguien más.

    Forcé la vista. No resultaba nada fácil reconocer las caras en aquella oscuridad. Pude distinguir dos figuras. Una de ellas llevaba uniforme.

    Era el policía que además era un controlador. Tiraba con fuerza de alguien. Vi que se trataba de una niña.

    No quise seguir mirando.

    —Tobías —le dije—. Necesito tu vista de ratonero.

    Tobías batió las alas y se posó en mi hombro. Asomó la cabeza, miró al fondo del corredor y luego la retiró.

    —Sí —dijo—. Es ella.

    Sentí que la tierra se abría bajo mis pies.

    Marco me sujetó porque adivinó que estaba a punto de desmayarme.

    —La han atrapado! —susurré—. ¡Los controladores tienen a Cassie!


    Capítulo 22


    —Quién tiene a Cassie? ¿Cómo? —tartamudeó Rachel.

    —El policía. El controlador, el que vimos en la granja de Cassie. El mismo que estaba en la reunión de La Alianza y que la vio cuando intentaba acercarse a los miembros oficiales del club.

    Rachel dejó escapar algunas exquisiteces verbales.

    Y aquello sólo era el comienzo.

    —Muy bien —dije con gravedad—. Ahora sí que no podemos echarnos atrás. Haremos lo que dijo Rachel. Por lo que sabemos, hay demasiados controladores para que todos se conozcan entre sí. Si continuamente añaden nuevos cuerpos a la lista, nosotros también podríamos haber sido convertidos, ¿no es cierto?
    —Ay, Dios! —gimió Marco.
    —Se te ocurre una idea mejor? —repliqué enojado.
    —No —contestó—. Adelante. Que siga la fiesta, y a por todas.
    —De acuerdo entonces. Que nadie se precipite. —Miré a Tobías—. Ya es demasiado tarde para que recuperes tu aspecto, pero no dejes que te vean.

    Rachel, Marco y yo salimos al pasillo sumido e sombras. Tenía las piernas agarrotadas y las rodillas rígidas: caminaba con la misma agilidad que Frankenstein.

    Nos dirigimos al armario del potero. Por suerte no había nadie en el pasillo.

    Entramos en la pequeña habitación. Intenté recordar todos los pasos a seguir para abrir la puerta. Grifo a la izquierda y vuelta completa al gancho en el sentido de las manecillas del reloj.

    La puerta se abrió.

    Se oía un sonido semejante a un chapoteo, como pequeñas olas que rompieran en una playa. Resultaba un sonido agradable pero, mezclados con él, resonaban otros espantoso: gritos desgarradores, alaridos de terror, risotadas triunfantes.

    —Estás seguro de que éste es el estanque yeerk? —preguntó Marco con voz temblorosa—. Os aviso. Si veo a un tipo con cuernos y un tridente me largo de aquí a toda pastilla.

    Penetré en aquella abertura. Las escaleras eran muy empinadas y no había pasamanos, así que tenías la impresión de estar a punto de caerte por el hueco a cada paso que dabas.

    Bajamos todos juntos. La puerta se cerró automáticamente a nuestras espaldas.

    Al principio esperaba que hubiera tan sólo un par de tramos de peldaños. Pero lo cierto es que no se acababan nunca. Y, aunque continuábamos descendiendo, siempre quedaban más. Las paredes estaban mugrientas. Luego, a medida que bajábamos nos dimos cuenta de que los muros eran ya de roca viva. Aquellas escaleras eran interminable.

    —Y éstos son seres superiores? —susurró Marco—. Pues podrían haber puesto al menos un ascensor.

    Todos dejamos escapar una pequeña risa nerviosa. Pero muy pequeña.

    De repente, las paredes rocosas se ensancharon. Habíamos llegado a una enorme cueva.

    Y cuando digo enorme, quiero decir enorme. Allí se podría haber jugado la Superbowl y aún habría quedado espacio para construir un par de centros comerciales. Era como un cuenco puesto boca abajo que alguien hubiera excavado en la roca maciza. En el punto más alto de la bóveda podía distinguirse con dificultad la silueta de un agujero. Me pareció que lo que veía a través de él eran estrellas.

    Rodeando el borde exterior de la cueva había otros tramos de escalera semejantes al nuestro. Procedían de todas direcciones y emergían de los muros para descender hasta el mismo suelo.

    Nos apiñamos en el centro de las escaleras, en aquel reducido espacio que separaba los muros laterales.

    —Esto es gigantesco —comentó Marco—. No se trata sólo de los subterráneos de la escuela. Esto cubre por lo menos media ciudad. Seguro que todas esas escaleras conducen a otras tantas entradas ocultas. —Movió la cabeza en sentido negativo—. Jake, esto está plagado de pasadizos secretos. Es peor que… es mucho peor que… es mucho más grande de lo que…

    Yo sentía la misma desesperación. Éramos idiotas. No nos las estábamos viendo con una pandilla de chicos malos procedentes de otro planeta. Para construir aquella ciudad subterránea, aquellos tipos debían de haber empleado unos poderes que ni siquiera alcanzábamos a imaginar.

    Porque eso es lo que teníamos delante: ¡una ciudad subterránea! Había edificios y naves bordeando toda la cueva. Distinguíamos a la perfección una serie de excavadoras de color amarillo y grúas en pleno funcionamiento al otro lado de la misma. Curiosamente ofrecían un aspecto acorde con un sitio tan increíble como aquél.

    Y estaba poblado por una multitud de criaturas alienígenas: taxxonitas, hork-bajir y otras muchas que ni siquiera sabíamos qué podían ser.

    Sin embargo, lo que más abundaba eran seres humanos. Los había a montones.

    Justo en el centro de la cueva, había una especie de estanque similar a un pequeño lago circular de unos treinta metros de anchura. Sólo que no contenía agua exactamente. Se agitaba como el plomo fundido y era más o menos de ese mismo color. El chapoteo que habíamos oído era el ruido que hacía aquel líquido al ser recorrido y removido continuamente por cientos de diminutos seres que se movían con gran rapidez bajo la superficie.

    Yo sabía lo que eran: yeerks. Yeerks en su estado natural de gusano, bañándose y retozando en el estanque como niños en un día de mucho calor.

    Cerca del borde de la piscina había una serie de jaulas, que contenían hork-bajir y seres humanos.

    Algunos de los humanos pedían socorro a gritos. Otros lloraban en silencio. Los más permanecían sentados, dejando transcurrir el tiempo, perdida ya toda esperanza de un posible rescate. Entre ellos había adultos y niños, mujeres y hombres. El número ascendía a más de cien, divididos en apretados grupos de diez personas por jaula.

    A los hork-bajir los habían encerrado por separado y en jaulas más resistentes. No paraban de gritar y dar vueltas mientras cortaban el aire con sus brazos llenos de cuchillas.

    Me vine abajo. Tuve la sensación de que el corazón me dejaba de latir. El horror que producía aquel lugar es inimaginable. Y nosotros éramos tan pocos y tan débiles…

    Unos escalones más abajo pude ver a Cassie y al policía, que tiraba de ella con violencia cada vez que tropezaba y caía. Ya habían llegado al final de la escalera.

    —Voy a transformarme —anuncié—. Voy a liberar a Cassie de ese tipo.

    Marco me puso una mano en el hombro.

    —Todavía no, muchacho. Mantén la calma.

    —Cassie está bien, Jake —afirmó Tobías—. No está herida; sólo un poco asustada.

    —Será mejor que no le haga nada —repliqué—. No los pierdas de vista, Tobías.

    A escasa altura del borde del estanque, habían construido dos embarcaderos metálicos. En uno de ellos, unos cuantos controladores hork-bajir vigilaban con exquisita corrección a una hilera de humanos, hork-bajir y taxxonitas.

    Era el punto de descarga.

    Uno tras otro se arrodillaban, inclinaban la cabeza hacia delante y después la introducían en la superficie viscosa del estanque. Los hork-bajir los ayudaban.

    Ante nuestros ojos, una mujer se agachó con toda tranquilidad, su cabeza se mantenía a escasos centímetros por encima del líquido grisáceo del estanque. Un hork-bajir la sujetó amablemente por el codo para ayudarla a mantener el equilibrio.

    Entonces aquella cosa babeante salió de su oreja retorciéndose y arrastrándose.

    Un yeerk.

    —Oh, no… —gimió Rachel. Parecía a punto de vomitar—. Oh, no. No.

    Cuando el yeerk hubo abandonado por completo la cabeza de aquella pobre mujer, se zambulló en el estanque y desapareció bajo la turbulenta superficie.

    La mujer se puso a gritar al instante.

    —Soltadme, puercos! ¡Soltadme! ¡Soy una mujer libre! ¡no podéis seguir haciendo esto!¡No soy ninguna esclava! ¡Soltadme!

    Dos hork-bajir la sujetaron, la llevaron a rastras hasta la jaula más cercana y la empujaron dentro.

    —Socorro! —chilló la mujer—. Oh, por favor, que alguien nos ayude. ¡Que alguien nos ayude!


    Capítulo 23


    —Socorro! ¡Que alguien nos ayude, por favor!

    No habíamos cesado de escuchar gritos como aquél durante todo el tiempo que duró nuestro descenso. Pero en aquel momento nos hallábamos lo bastante cerca para asignarle un rostro humano a cada grito. Todos ellos me partían el corazón.

    Había un segundo embarcadero. Se trataba el punto de carga. Los cuerpos de los portadores eran sacados de las jaulas y conducidos por la fuerza hasta allí para que los yeerks pudieran volver a entrar en sus cabezas. Era un proceso bastante simple. Agarraban a los portadores, fuesen humanos o hork-bajir, y los obligan a meter la cabeza en el estanque.

    Unas veces la gente se resistía y gritaba y otras se limitaba a llorar. Pero, en cualquier caso, siempre perdían la batalla. Cuando los controladores les sacaban las cabezas del agua de un tirón, aún se podía ver a los gusanos intentando deslizarse en el interior de sus orejas.

    Unos minutos después, a medida que los yeerks se hacían de nuevo con el control, recuperaban la calma. Y ya estaban listos para regresar al mundo exterior, convertidos una vez más en esclavos.

    Aquella cadena de montaje que iba del muelle de descarga a las jaulas y luego al embarcadero de carga resultaba aterradora.

    Pero había otra área que no habíamos visto hasta entonces. En ella, un grupo de humanos y hork-bajir se dedicaban a descansar en cómodas sillas mientras sorbían sus bebidas y veían la tele. Los taxxonitas pululaban entre ellos como gigantescas orugas cubiertas de espinas.

    Hasta mí llegó el sonido lejano de un televisor. Estaba seguro de haber oído reír a los humanos. Estaban viendo un programa y pasándoselo bien.

    —Son portadores voluntarios —explicó Tobías—. Colaboradores.

    —De qué estás hablando? —pregunté.

    —El andalita nos lo dijo, ¿no te acuerdas? Muchos humanos y hork-bajir son portadores voluntarios —respondió Tobías—. Los yeerks los persuaden para que acepten dejarse controlar por ellos.

    —No puedo creerlo —dijo Rachel—. Ninguna persona dejaría que le ocurriera algo así. Nadie querría perder el dominio de sí mismo.
    —Alguna gente no es más que escoria —replicó Marco—. Ya va siendo hora de que aterrices.

    —Los yeerks los convencen de que, si acceden a llevar dentro a uno de ellos, todos sus problemas quedarán resueltos.
    —Creo que ésa es la razón de que exista La alianza. La gente cree que, al transformarse en algo diferente, la angustia desaparecerá de sus vidas.

    —Para otros la solución es pasarse todo el tiempo convertidos en un ratonero —señaló Marco.

    Tobías no tenía nada que responder a aquello. Extendió las alas y se alejó volando a gran altura.

    —Tobías! ¡Vuelve! —lo llamé.
    —Tenemos que poner manos a la obra —sugirió Rachel—. Ya llevamos demasiado tiempo mirando. —Luego se volvió hacia Marco—. Y deja en paz a Tobías, ¿vale? Tenemos que permanecer unidos.

    Tobías vino de nuevo a nuestro encuentro descendiendo en picado.

    —Es Cassie —dijo—. Está en el muelle. En el de carga. Van a convertirla en portadora.

    Con mis ojos humanos me costaba ver con claridad en aquella penumbra violácea. Únicamente era capaz de distinguir el uniforme del policía y la pequeña figura moviéndose a su lado.

    —Ves a Tom? —le pregunté a Tobías.

    Él batió sus poderosas alas por toda respuesta y luego ganó altura. Vi cómo sobrevolaba el estanque y hacía un nuevo descenso en picado hacia nosotros.

    —Lo he visto—, anunció.

    Vacilé antes de volver a preguntar. No estaba seguro de querer saber la respuesta.

    —Está en una jaula o es… un voluntario?

    —Está en una jaula —contestó Tobías—. Les está diciendo de todo a los guardianes hork-bajir.

    —Bien!

    Sabía que Tom no podía haberse prestado a aquello de forma voluntaria. Lo imaginé propinándoles puñetazos y patadas mientras se lo llevaban.

    —Cassie está a punto de llegar al borde del embarcadero —nos advirtió Tobías—. ¡Sólo disponemos de unos minutos antes de que la conviertan en una de ellos!

    El momento había llegado. Estábamos al final de la escalera.

    Echamos a correr y nos escondimos detrás de una especie de cobertizo. Marco tiró de mí al girar la esquina, y me arrastró hacia él para que oyera lo que tenía que decirme.

    —Escucha, antes de que sigamos adelante, hay algo que quiero que me prometas, Jake.

    Sabía lo que venía a continuación.

    —Si tengo que morir, mala suerte. Pero no dejes que se apoderen de mí. No dejes que me metan una de esas cosas en la cabeza.
    —Todo irá bien…
    —Vosotros! —gritó una voz. Era una voz humana—. Vosotros dos. ¿Quiénes sois?

    Me di la vuelta.

    Se trataba de hombre. Sólo uno. Pero lo flanqueaban un enorme hork-bajir que nos miraba con desconfianza, y un taxxonita.

    Por alguna razón desconocida, no había reparado en la presencia de Rachel, que estaba escondida detrás del edificio, aunque sí nos había visto hablando a Marco y a mí y supongo que eso había levantado sus sospechas.

    —Nosotros? —preguntó Marco—. ¿Qué quiénes somos nosotros? Oiga, y usted, ¿quién es?
    —Que no escapen —ordenó el hombre.

    Los hork-bajir avanzaron hacia nosotros. Con aquellos ojos gelatinosos removiéndose inquietos, los taxxonitas se deslizaron sobre las decenas de agudas espinas que les servían de patas. Su boca se abría y cerraba anticipando lo que iba a suceder.

    Era conciente de que tenía que transformarme, pero estaba paralizado por el miedo.

    Entonces vi a Rachel. Había dado la vuelta al almacén y se había situado detrás de los controladores.

    Y su tamaño no cesaba de aumentar.


    Capítulo 24


    Rachel continuaba creciendo. A ambos lados de la cabeza empezaron a salirle dos enormes orejas recubiertas de una piel muy áspera. Su nariz se alargó hasta alcanzar una longitud superior a la que había tenido su antigua cuerpo. Sus piernas y brazos se hicieron tan grandes como troncos de árboles y de su boca emergieron dos dientes curvados y gigantescos.

    Mi prima Rachel tenía ahora unos cuatro metros de altura y pesaba más de seis toneladas.

    Y lo mejor de todo es que a mí me gustaba así.

    —¡Ja, Ja! —oí la risa triunfal de Rachel!—. Lo conseguí.

    El hork-bajir y el taxxonita se acercaron un poco más.

    Rachel empezó a mover su pequeña cola en forma de cuerda. Golpeó con las patas delanteras el sucio suelo de la cueva. Alzó su poderosa cabeza y sacó aquellos enormes colmillos que medían por lo menos un metro de largo.

    Los primeros en percibir su presencia fueron los taxxonitas, gracias a aquellos ojos de gelatina roja que no cesaban de girar en todas direcciones. Pero no estaban muy seguros de cómo debían actuar.

    Rachel embistió. Tan sólo un minuto antes. Estaba allí plantada, inmóvil, y un segundo después ya había puesto la quinta y avanzaba a toda pastilla, como si de un piloto kamikaze se tratara.

    El hork-bajir fue rápido. Se dio la vuelta y le hizo un corte en la trompa con la cuchilla del codo.

    Poca cosa y demasiado tarde.

    Rachel había comenzado su ofensiva y un poco de sangre no iba a detenerla.

    —¡Despojos intergalácticos! —gritó Rachel indignada—. ¡¿Cómo os atrevéis a atacarme?!

    El hork-bajir cayó aplastado bajo aquellas patas monstruosas. Al hacerlo dio un alarido, pero el bramido de Rachel lo apagó.

    El taxxonita intentó escapar. Resulta que los taxxonitas pueden correr cuando se lo proponen.

    Pero resulta también que los elefantes son más rápidos de lo que uno cree. Lo cierto es que pueden llegar a ser muy rápidos.

    Rachel aplastó la parte posterior del cuerpo del taxxonita. Las patas de aguja cedieron y se rompieron con un chasquido, como si fueran palillos. Una sustancia amarillenta empezó a brotar de la carne desgarrada del enorme gusano.

    Ella siguió pasándole por encima, hasta dejar tras de sí una masa repugnante de materia informe. El olor nauseabundo que desprendía el taxxonita triturado casi me hizo desmayar.

    El humano no había movido un músculo. Dijo. «¿Un elefante?», como si le costara creer lo que estaba viendo.

    Rachel le rodeó la cintura con la trompa.

    —Sí —oímos que contestaba Rachel—. Un elefante.

    Rachel lo lanzó por los aires y nunca llegué a saber dónde aterrizó.

    —Rápido! —le grité a Marco—. ¡Transfórmate!
    —Buen trabajo, Rachel —la alentó Marco—. Recuérdame que no me vuelva a meter nunca mas contigo.

    Me concentré en la imagen del tigre. Sabía que su patrón de ADN formaba ahora parte de mí. Pensé en él, allí, tumbado en el hábitat de Los Jardines, soñando con volver a la selva para perseguir y derribar a sus presas. Supuse que no le importaría el uso que estaba haciendo de su ADN. El lugar donde nos encontrábamos no era exactamente una selva, aunque se le parecía mucho en otro sentido.

    —¡Ahí llegan más hork-bajir!—, exclamó Rachel.

    Y se giró para enfrentarse a ellos.

    Sentí que daba comienzo el proceso de metamorfosis. Mi cara se cubrió por completo de pelo u, en la parte posterior del cuerpo, empezó a crecerme una cola. Mis brazos se hicieron fuertes y musculosos. ¡Tenían un aspecto realmente impresionante! La camisa que llevaba puesta acabó hecha jirones. Caí hacia delante y mis manos, convertidas ya en garras delanteras, entraron en contacto con el suelo.

    ¡Y aquella energía!

    Era electrizante, como una explosión a cámara lenta. Notaba la potencia del tigre apoderándose de mí.

    Observé mis zarpas, largas y curvadas de un modo amenazador: de mis débiles manos humanas habían brotado aquellas garras pensadas para clavarse, rasgar, destrozar. Noté que la boca se me llenaba de dientes puntiagudos.

    Mis ojos veían en la oscuridad como si fuera de día.

    ¡Pero, lo mejor de todo era aquel poder! Aquel incontenible y asombroso poder.

    ¡No le tenía miedo a nada!

    Los hork-bajir venían corriendo hacia mí, cortando el aire con las cuchillas de sus brazos.

    Abrí la boca y rugí. Los hork-bajir se detuvieron en seco.

    «Así me gusta, muchachitos —pensó la parte humana de mi cerebro—. Ahora os vais a enterar de lo que es un tigre.»

    Los músculos de mis patas traseras se tensaron. Mostré los dientes y volví a soltar un rugido capaz de hacer temblar la tierra.

    Di un salto con las zarpas extendidas.


    Capítulo 25


    Atravesé el aire y le di en el pecho al hork-bajir más próximo.

    Cayó hacia atrás conmigo encima. Empezó a revolcarse, luchando por ponerse en pie. Era rápido, pero yo lo era aún más.

    Intentó alcanzarme con las cuchillas del brazo, pero logré esquivar el golpe. Levanté la pata y, antes de que pudiera darme cuenta, le había dejado cuatro marcas ensangrentadas en el hombro.

    ¡Ahí venía otro hork-bajir! Se podía oír el zumbido que producían sus garras y las cuchillas de sus muñecas y codos al cortar el aire. Recordaba a una cortadora de césped a todo motor.

    Una vez más le gané en rapidez. Ni siquiera me acuerdo bien de lo que ocurrió a continuación. Sólo conservo la imagen del tigre —es decir, de mí mismo —dando mordiscos con sus enormes fauces y asestando golpes con las zarpas, en un torbellino de piel anaranjada y rayas negras.

    Los hork-bajir retrocedieron. Yo rugí de nuevo y ellos se giraron y echaron a correr.

    A un lado vi a Rachel, que había enganchado a un hork-bajir con los colmillos y lo había lanzado hacia atrás como si fuera un muñeco.

    Entonces reparé en Marco. El gigantesco armazón de Big Jim había empezado a emerger de su menudo cuerpo.

    —Podéis llamarme Kong —bromeó Marco—, King Kong.

    La verdad es que, como había dicho Cassie, los gorilas son animales muy mansos y pacíficos, pero no es menos cierto que también son muy fuertes, increíblemente fuertes.

    Podría decirse que, comparado con un gorila, el hombre tiene la misma resistencia que una de esas construcciones hechas con palillos de dientes.

    Ahora bien, los hork-bajir son unas criaturas bastantes grandes: miden más de dos metros de alto y toda su estructura está pensada básicamente para causar problemas. Sin embargo, Marco alzó uno de sus poderosos puños de gorila y le dio en el estómago al hork-bajir más próximo, que cayó al suelo con gran estrépito.

    Yo rugí, Rachel bramó y Marco levantó al hork-bajir y lo lanzó a un lado sin apenas hacer esfuerzo.

    El resto de los hork-bajir emprendieron la retirada.

    —¡Ahora! .grité yo—. ¡Antes de que se reagrupen!

    Volvimos a la carga. Rachel se abría paso entre los pequeños edificios y almacenes como Godzilla en Tokio,.

    Marco llegó corriendo a paso ligero , mientras balanceaba sus enormes antebrazos y derribaba de un golpe cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Y todo lo que derribaba ya no volvía a levantarse.

    Yo corría justo en medio, intentando localizar con la vista a cualquier controlador que fuera lo bastante tonto para atreverse conmigo.

    Llegamos al lugar donde se encontraban las jaulas. Los humanos y hork-bajir que había dentro retrocedieron al vernos. Tenían tanto miedo de nosotros como de los controladores. Admitámoslo: un comando de rescate formado por un elefante, un gorila y un tigre no era precisamente lo que esperaban.

    Marco empezó a forzar la cerradura de una de las jaulas. La cerradura cedió y la puerta se abrió. Entonces, Marco hizo un gesto humano para tratar de infundirles confianza: los saludó con una pequeña reverencia y, a continuación, les hizo señas con el dedo invitándoles a salir.

    Tom fue el primero en hacerlo. En su expresión se mezclaban el miedo, la furia y la determinación. Estaba a punto de enviarle un mensaje a través del pensamiento diciéndole quién era yo. Cuando de repente oí los gritos de Rachel dentro de mi cabeza.

    —¡Jake! —chilló—. ¡Mira, es Cassie!

    A Cassie le faltaba muy poco para llegar al borde del muelle de carga. Los hork-bajir y los taxxonitas seguían cumpliendo con su cometido al pie de la letra. Mientras contemplaba la escena, obligaron a otra persona a meter la cabeza en el agua del estanque yeerk.

    —¡Cassie es la siguiente!—, exclamé.
    —No te preocupes —respondió Marco—, nosotros nos ocuparemos de Tom. Ve tú. ¡Ve, antes de que hagan lo mismo con ella!

    Vacilé un segundo, mientras miles de pensamientos distintos cruzaban mi mente.

    Más tarde recordaría aquel momento: quizá si.… tal vez… ojalá hubiera…

    Eché a correr sin dudarlo más. ¡Tenía que liberarla!

    Ante mis propios ojos, los dos hork-bajir del embarcadero agarraron a Cassie por los brazos.

    —Nooooo! —gritó ella.

    Seguí adelante a toda velocidad. Salté por encima de los taxxonitas, esquivé a los hork-bajir. Prácticamente volé.

    Sin embargo, lo mío no era volar. Al menos, no del modo en que lo hacía Tobías.

    Lo vi allá arriba, en lo más alto de la cueva. Luego se lanzó en picado y vino hacia nosotros como una bala.

    Proyectó las garras hacia delante y golpeó al primer hork-bajir yo diría que a más de setenta kilómetros por hora. Luego se alejó batiendo las alas con gran rapidez, mientras el alienígena se llevaba las manos a la masa viscosa que antes habían sido sus ojos.

    Cassie no necesitó más ayuda. Logró soltarse de los guardias y cruzó el muelle a toda velocidad.

    Finalmente, conseguí llegar allí y perseguí al último controlador hork-bajir que quedaba.

    —¡Transfórmate! —le grité a Cassie—. ¡transfórmate y dirígete a las escaleras!

    Ella miró a los demás humanos y hork-bajir que continuaban guardando fila a sus espaldas.

    —Corred! ¡Corred todos!

    Así lo hicieron. Cassie se abrió paso entre la aterrorizada multitud. Momentos después, una cabeza adornada de crines negras asomaba por encima de la gente. Cassie se había convertido en un caballo y se alejaba en busca de las escaleras.

    Seguí sus pasos y me dispuse a rodear el estanque, en dirección al lugar donde se encontraban Marco, Rachel , Tom y todos los rehenes que habíamos sacado de las jaulas.

    Los controladores comenzaron a organizarse. Un grupo de taxxonitas se acercaba a nosotros reptando, con la intención de cerrarnos el paso. Tanto los hork-bajir como los taxxonitas iban armados.

    —¡Saltaremos por encima de ellos!—, le dije a Cassie a medida que nos aproximábamos a la hilera de taxxonitas.
    —¡De acuerdo!—, contestó ella.

    Los dos dimos un salto y, uno junto a otro, surcamos el aire, por encima de los sorprendidos taxxonitas, que se aprestaron a disparar sus pistolas de rayos dragón, aunque ya era demasiado tarde.

    Los rayos atravesaron el aire, a nuestras espaldas, y pasaron de largo.

    Divisé aquella enorme masa gris en la que se había convertido Rachel, a unos cuantos metros delante de nosotros. Las escaleras quedaban cerca. Luego vi a Marco y a Tom.

    ¡Íbamos a conseguirlo!

    Entonces apareció él de forma inesperada entre un grupo de hork-bajir.

    Casi parecía inofensivo dentro de aquel cuerpo andalita. Una criatura delicada, mitad ciervo, mitad ser humano, recubierta de un pelaje azulado y un juego de ojos adicional engarzados en unas antenas de aspecto cómico.

    Visser Tres no ofrecía un aspecto en absoluto peligroso. Al menos, comparado con los hork-bajir, los taxxonitas o, incluso, algunos animales terrestres.

    Sin embargo, Visser Tres tenía un cuerpo andalita y el poder andalita de transformarse. Había recorrido todo el universo adquiriendo los patrones genéticos de monstruos nuca vistos en la Tierra.

    Un taxxonita se deslizó a su lado y le habló en una lengua extraña y sibilante.

    Visser Tres no respondió. Se limitó a mirarme a través de las rendijas verticales que hacían la función de ojos.

    —Este estúpido taxxonita dice que sois animales salvajes —explicó—. Quiere saber si sus hermanos y él pueden comeros. —Se rió de un modo apenas audible—. Pero yo sé que no sois animales. Sé quiénes sois y lo que sois. Así pues, no todos los andalitas moristeis cuando incendié vuestra nave.

    Tardé un par de segundos en descifrar lo que quería decir. Entonces lo entendí todo. ¡Claro! Él creía que éramos andalitas. Había adivinado que nuestro aspecto era el resultado de una metamorfosis, que lo que había ante él no eran en realidad animales. Y sabía además que los andalitas eran los únicos poseedores de una tecnología capaz de hacer posible aquella conversión.

    —Os felicito por haber llegado tan lejos, aunque no os servirá de nada, porque ha llegado vuestra hora, mis valientes guerreros andalitas. Vais a morir.

    Comenzó a transformarse.

    —Adquirí este cuerpo en la cuarta luna del segundo planeta de una estrella moribunda. ¿Os gusta?

    Comprendí entonces lo infundadas que habían sido mis esperanzas.

    Tenía razón, no íbamos a conseguirlo.


    Capítulo 26


    La criatura empezó a crecer a partir del cuerpo andalita de Visser Tres. Alto como un árbol, llegó a sobrepasar a Rachel. Tenía ocho enormes patas y ocho brazos largos y escuálidos que acababan en una garra con tres dedos. Y en el lugar donde habían brotado los brazos, surgieron también las cabezas.

    Cabezas, en plural. Ocho nada menos. Aquella criatura sentía una especial debilidad por el número ocho.

    Incluso los controladores hork-bajir retrocedieron. Ni siquiera ellos querían estar junto a Visser Tres transformado de aquel modo.

    En cambio, los taxxonitas se acercaron a su líder, apiñándose a su alrededor como una jauría de perros hambrientos esperando las sobras del banquete.

    El miedo me paralizaba, me aturdía. Incluso el tigre que había en mí estaba confuso y preocupado.

    Había llegado a creer que, gracias a nuestros nuevos cuerpos, seríamos capaces de vencer cualquier obstáculo. Pero no podíamos enfrentarnos a aquel monstruo y salir vivos.

    —¡Corred! —ordené a los demás—. ¡A las escaleras!

    Cassie empujó con suavidad a dos de los rehenes humanos y echó la cabeza hacia atrás. Ellos comprendieron el significado de aquel gesto y se subieron a su grupa. A continuación, partió al galope en dirección a las escaleras.

    —Sí, corred —se burló Visser Tres, exultante—. Eso añade interés a la cacería.

    Entonces, Visser Tres atacó.

    De una de sus bocas salió disparada una bola de fuego que giraba sin cesar. Una bola de fuego que voló como un misil, atravesó el aire e hizo blanco en la espalda de una de las mujeres que iban a lomos de Casie.

    —Ahhh! —la mujer cayó al suelo, gritando y revolcándose en un intento de apagar las llamas.

    —¡Prácticas de tiro!—, Visser Tres se echó a reír. Una tras otra, todas las bocas comenzaron a disparar bolas de fuego.

    Una de ellas me pasó rozando el hombro. Otra le dio a Rachel en la oreja. La oí gritar en mi cabeza y luego bramar de terror.

    El aire se llenó de llamas.

    —¡Tenemos que salir de aquí!—, chilló Marco.
    —¡Sí, corred! ¡Id hacia las escaleras! —repetí yo—. ¡Rachel! ¡Intenta abrir una brecha!

    Un nutrido grupo de los nuestros se encontraba ya muy cerca de las escaleras, pero estábamos rodeados de taxxonitas, que se apresuraban a arracimarse entorno a cualquiera que se alejara un poco de Visser Tres.

    Vi a Tom por el rabillo del ojo. Amenazaba con los puños a un par de taxxonitas que lo tenían cercado. No podía hacer nada, pero n se daba por vencido.

    Rchel se echó encima de uno de ellos y lo aplastó con sus patas. Marco rodeó al segundo con los brazos y apretó hasta que reventó y sus hediondas tripas se derramaron por el suelo.

    Rachel, que ya había comenzado a subir los primeros escalones, se detuvo. El cuerpo de un elefante es estupendo para algunas cosas pero no sirve para subir escaleras.

    —¡Recupera tu propio cuerpo!—, le aconsejé a Rachel.

    Empezó a encogerse casi al instante, sin embargo no había tiempo para esperar a que concluyera la metamorfosis. Rachel continuó ascendiendo, transformada en una masa cambiante de color rosa y gris, mitad humana y mitad elefante. Iba tambaleándose sobre aquellas extrañas patas a medio acabar, mientras arrastraba una trompa arrugada que convertía su hermosa cara en algo repugnante.

    Echamos a correr, pero fue imposible.

    Cuando apenas habíamos dejado atrás una decena de escalones, únicamente seguían con nosotros unos pocos humanos y hork-bajir. El resto había sido capturado de nuevo y reducido a cenizas.

    Una bola de fuego estalló a mis pies y solté un gruñido. A pesar de todo, continuamos batiéndonos en retirada.

    Ya habíamos remontado unos treinta metros cuando los dos últimos hork-bajir que nos acompañaban fueron derribados por las bolas de Visser Tres y cayeron al fondo de la cueva envueltos en llamas.

    En aquel momento, Visser Tres subía detrás de nosotros solo. Era tan grande que apenas podía pasar por las escaleras. Yo sabía que si lográbamos llegar al lugar donde las paredes se estrechaban, nos hallaríamos a salvo del monstruo. Al mirar hacia arriba, vi que a Cassie y a su jinete les faltaba poco para estar fuera de peligro.

    El resto del grupo, además de Tom y un puñado de infelices rehenes, permanecíamos juntos.

    Visser Tres comenzó a barrer con fuego el tramo de escaleras que había ante nosotros. Estábamos atrapados. Las llamas nos cerraban el paso por delante, mientras que a nuestras espaldas teníamos al mismísimo Visser Tres.

    —No! —oí que decía una voz conocida—. No, gusano asqueroso. Esta vez no te vas a salir con la tuya.

    Era Tom.

    Solo y con sus puños como única arma, arremetió contra Visser Tres. Éste dejó caer uno de sus brazos y le dio un golpe.

    —¡Tom!—, grité. Mi cuerpo de tigre rugió con todas sus fuerzas, pero el llanto de los humanos y los silbidos de los taxxonitas ahogaron el sonido.

    Vi cómo el golpe de Visser tres hacía tambalearse a Tom.

    Lo vi caerse del borde de la escalera.

    Perdí la cabeza.

    Antes de darme cuenta de lo que hacía, ya estaba encima de Visser Tres Salté sobre él, le clavé las zarpas en la carne y me enrosqué en una de sus ocho cabezas.

    El tigre que había en mí sabía lo que tenía que hacer. Hundí los dientes en su cuello y apreté las mandíbulas con fuerza.

    Otra de las cabezas se giró hacia mí y empezó a lanzarme bolas de fuego. Esquivé la primera pero la segunda me quemó el costado. Luego salté lo más lejos posible.

    Visser Tres rugió de dolor. Yo rugí de odio.

    Y corrimos, corrimos, corrimos hacia arriba. Subimos las escaleras a toda prisa, mientras un centenar de pesadillas nos pisaba los talones.


    Capítulo 27


    Corrimos. Corrimos a pesar de estar agotados, aterrorizados y llenos de quemaduras.

    Visser Tres había cometido un error. Había elegido un cuerpo demasiado grande para poder seguirnos escaleras arriba.

    Cuando por fin conseguimos escapar, oímos cómo gritaba:

    —Os mataré a todos, andalitas. ¡No importa que escapéis ahora! ¡Acabaré con vosotros de todos modos!

    La verdad es que sí importaba, y mucho. A decir verdad, no habíamos destruido a Visser Tres, pero habíamos salido vivos de aquello. Nosotros, los animorphs.

    El saldo final fue una sola persona liberada: la mujer que, a lomos de Cassie, había huido de aquel pozo infernal.

    Y Cassie había salido completamente ilesa. Aquel policía desconfiado que la había apresado era el único controlador que sabía su nombre, dónde vivía y que había estado espiando a los miembros de La Alianza.

    Cassie nos aseguró que no tendríamos que preocuparnos por él nunca más. No quería hablar de lo que le había pasado.

    Y en cuanto a Tom… mi hermano.

    A Tom no lo habíamos liberado.

    Estaba estirado en l acama, temblando, estremeciéndose y llorando a causa del miedo pasado, cuando lo oí llegar a casa ya entrada la noche.

    Nunca se enteró de que el tigre era yo. Nunca supo lo cerca que había estado de poder liberarlo. Volvía a ser un controlador. El yeerk se había vuelto a introducir en su cabeza.

    Cassie, Marco, Rachel y yo habíamos conseguido llegar al inicio de las escaleras y salir al pasillo de una escuela que nunca nos parecería la misma.

    ¿Y Tobías? Él también había logrado sobrevivir.

    Era casi de día cuando el ruido de unas alas al batir el cristal me sacó del profundo sueño en el que había caído.

    Abrí la ventana y Tobías entró volando.

    —Lo conseguiste —le dije—. Caray, chico, me tenías preocupado. Pensé que te habías quedado encerrado allí abajo. Imaginé que habrías encontrado algún lugar en el que esconderte, pero como llevabas ya mucho tiempo convertido en ratonero tenía miedo de que no pudieras volver a tu cuerpo y te quedases atrapado para siempre. Me alegro de volver a verte.

    —Yo también me alegro de verte, Jake —contestó él—. ¿Cómo están los demás?

    —Vivos —respondí yo—. ¡Vivos! Eso es lo único que importa ahora.

    —Sí, lo único.

    —Venga, Tobías —le dije—, vuelve a transformarte. No puedes quedarte así siempre. Puedes usar mi cama. Estoy tan cansado que podría dormir sobre clavos.

    Él no contestó. Creo que en el fondo lo sabía, aunque me negaba a admitirlo.

    —Venga, Tobías —repetí—. Transfórmate.

    —Jake…

    —Va, chaval, recupera tu forma humana. Se acabó el volar por esta noche.

    —Me escondí en la cueva durante un rato —explicó él—. No me vieron, pero tuve que quedarme allí hasta que pude salir. Jake… tardé mucho en salir. Demasiado. Más de dos horas.

    Lo único que hice fue mirarlo fijamente. Contemplé aquellos ojos de mirada penetrante, el pico amenazador, las garras afiladas y las alas anchas y poderosas que le permitían volar.

    —Supongo que éste será mi aspecto a partir de ahora—, concluyó Tobías.

    Me di cuenta de que las lágrimas me corrían por las mejillas, pero ya no me importaba.

    —No es tan grave, Jake. Como tú dijiste, seguimos vivos.

    Me dirigía a la ventana y contemplé las estrellas. Allí arriba, en algún sitio, cerca de una de aquellas pequeñas luces frías y parpadeantes, estaba el mundo del andalita. Allí arriba, en algún sitio, aún quedaba… esperanza.

    —Vendrán —repuso Tobías—. Los andalitas vendrán. Pero hasta entonces…

    Asentí y me sequé las lágrimas.

    —Sí —respondí—. Hasta entonces, lucharemos.


    Fin



    Animorphs 01

    Autora: Katherine A. Applegate
    Título original: Animorphs # 1: The Invasion
    Año de publicación: 1996
    Editorial: Ediciones B
    Colección: Animorphs nº 1
    Traducción: Josefina Ruiz
    ISBN: 978-84-406-8154-6

    Para Michael

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