CON SUS CAMINOS A MANO, MÉXICO CIMIENTA UNA VIDA MEJOR
Publicado en
diciembre 14, 2016
Un novedoso plan que lleva el sencillo nombre de Programa de Obras a Mano, va uniendo entre sí a millares de aldeas, antes aisladas del mundo, y haciéndolas avanzar de una época a otra.
Por Bill Surface.
CORRE EL mes de noviembre de 1972, que señala el término de la temporada de lluvias en la República Mexicana. Entonces, como han hecho durante siglos los indígenas huicholes de San Andrés Cohamiata, aldea perdida en las profundidades de la montañosa zona "Huicot", del Estado de Jalisco, ya pueden llevar su ganado al mercado más próximo. Con sus provisiones a lomo de burro, los huicholes conducen sus animales en fila india a lo largo del estrecho y sinuoso sendero que parte de la aldea y va bordeando barrancas. En el curso de los cuatro días siguientes, gente, ganado y burros van por el pedregoso sendero, rodeando grandes montañas y cruzando corrientes caudalosas. Por fin, al anochecer del quinto día, llegan a una carretera asfaltada que los lleva al matadero de Hostotipaquillo. A la mañana siguiente, habiendo vendido su ganado, enflaquecido por su larga caminata, los huicholes emprenden la marcha de cinco días para regresar a su pueblo.
Mas ahora estamos en julio de 1973, en plena temporada de aguas. Esta vez, ante el asombro de los ancianos y los niños de San Andrés Cohamiata, un grupo de huicholes embarca 15 cabezas de ganado en dos camiones, en los cuales viajan por un angosto camino de grava que los lleva al mercado, donde ya los esperan los compradores. Al día siguiente los indios vuelven a casa por el mismo camino, provistos de lujos tales como café, azúcar, queso y jabón, así como de una cantidad de dinero mayor que la obtenida en transacciones anteriores. Los huicholes, como los residentes de unas 4300 poblaciones de México antes aisladas, han quedado unidos al resto del país gracias a un original plan de ayuda a sí mismos que es ya ejemplo para las empobrecidas zonas rurales de otras naciones de Iberoamérica.
Con el nombre de Programa de Obras a Mano, el plan es fruto del estudio del sistema de carreteras de México que el presidente Luis Echeverría ordenó hacer en 1971.
Los 71.500 km. de carreteras estatales y federales, transitables en cualquier tiempo, se extienden desde el golfo de México hasta el océano Pacífico, y desde la frontera con los Estados Unidos, al norte, hasta la de Guatemala, al sur. Pero el 87 por ciento de esos caminos son vías que comunican entre sí a las ciudades. El 40 por ciento de la población del país habita en 34.450 apartadas comunidades rurales o cerca de ellas, y no disponía de caminos que partieran de sus aldeas.
Era evidente que se debía poner remedio a tal situación. Sin embargo, hasta el más costoso programa prometía escaso alivio. Luis Enrique Bracamontes, secretario de Obras Públicas, razonaba: "Aunque pudiéramos construir una docena de carreteras al año, esto sólo beneficiaría a un porcentaje pequeño de la población". Por tanto, a fin de resolver el problema lo más pronto posible, la Secretaría de Obras Públicas (SOP) discurrió un plan extenso y a la vez barato para reemplazar su programa de caminos troncales: emplear el capital humano del país (donde la mayoría de la gente tiene hábiles manos de artesano) para construir anualmente 4000 caminos que partieran de los pueblos.
Hasta la fecha han trabajado en todos los Estados de la República Mexicana más de 425.000 indios y campesinos (a todos los cuales se les paga el salario mínimo legal en su respectiva región), convirtiendo sendas y angostas brechas para el ganado en caminos de grava transitables en toda estación. Es notable que, una vez entrenados esos trabajadores en el arte de tender tales caminos, sólo requieren un mínimo de ayuda ajena, de materiales y equipo. El único ingeniero con que cuenta cada cuadrilla altera a veces algún camino para mejorar el drenaje o para salvar zonas de inundación o derrumbes. En ocasiones el ingeniero proporciona el cemento que sea necesario para tender un puente sobre algún arroyo, o el camión y la dinamita que hacen falta para cortar la ladera rocosa de una montaña. Por lo demás, esos aldeanos continúan abriendo caminos a través de las montañas, de los pantanos, desiertos, colinas, praderas y selvas de México sin más ayuda que los picos, palas, cinceles, machetes y carretillas que el gobierno les facilita. A partir de febrero de 1972 han construido y mejorado 45.000 km. de caminos vecinales; es decir, han avanzado notablemente hacia el total de los 150.000 que la SOP se ha fijado para fines de 1976.
Si bien el presupuesto del programa para 1973 (aumentado a 1600 millones de pesos) fue modesto para una obra que abarca a todo el país, produce ya beneficios económicos desde antes de que se haya dado cima a determinado camino. Desde luego, el costo de 50.000 pesos por kilómetro representa apenas una fracción de lo que desembolsaría el gobierno, si tuviera que pagar los materiales, la maquinaria y la mano de obra traída de otros lugares. Asimismo, más del 80 por ciento del costo corresponde a los sueldos pagados a habitantes de zonas rurales, gente que durante una gran parte de su vida ha desempeñado trabajos mal remunerados. Y ya esos caminos han abierto nuevos o mayores mercados a diversos grupos humanos, desde los pescadores de Nayarit hasta los madereros de Chiapas. Por ejemplo, en Cuaula, aldea que tanto tiempo vivió aislada de un pueblo más numeroso del Estado de Tlaxcala, cierto matrimonio que no tenía un pedazo de tierra y sí cinco hijos, pasaba grandes dificultades para encontrar quien le pagara cinco pesos por 100 "ojitos" verdes, negros y de color castaño que hacía con vidrio soplado. Pero ya en el segundo viaje que hizo la esposa por el nuevo camino de que hoy dispone la aldea, halló un comerciante dispuesto a pagarle un peso por cada ojo de vidrio que le llevara. A veces, el saber que ganará unos pesos y contar con un camino transitable, anima a toda una comarca en sus aspiraciones.
Tenemos el caso de los estrechos valles del Estado de Puebla. En otros tiempos, hasta el agricultor más activo, que solía cargarse a la espalda manzanas, duraznos y peras, y así recorría ocho o diez kilómetros, rara vez encontraba más de un cliente, que le ofrecía apenas unos centavos por su producto. En la actualidad, con el dinero ganado por trabajar en la construcción de uno de los 123 caminos hasta ahora construidos en Puebla, varios granjeros se han asociado para adquirir o alquilar un camión de segunda mano, lo que les permite vender un gran cargamento de fruta en un solo viaje a alguna ciudad distante, a precio dos veces mayor que el obtenido antes.
En las regiones del interior, que no han cambiado un ápice en siglos, la sola circunstancia de que pasen por ellas uno o dos vehículos al día les trae tangibles adelantos en higiene y educación. No es maravilla, pues, que, por ejemplo, una escuela que hace un año estaba vacía, hoy cuente con 20 alumnos. Era característico el ver que en las fragosas montañas del Estado de Nuevo León los niños no querían terminar el primer año de enseñanza primaria, porque, para llegar a la escuela, debían recorrer a pie muchos kilómetros o aventurarse a cruzar profundas barrancas. Hoy, gracias a que un autobús abrevia considerablemente el recorrido, docenas de chiquillos siguen con entusiasmo el segundo curso, y algunos padres de familia han pedido incluso que se les permita asistir a la escuela. Asimismo, en algunas regiones tropicales de la península de Yucatán, los aldeanos ya no necesitan buscar los medicamentos populares, pero de dudosos efectos. Incluso las mujeres que tienen un embarazo difícil o sufren algún accidente que costaba la vida a otras antes de que se las pudiera llevar con el médico, a veces tras de varios días de viaje, ahora llegan en pocas horas adonde pueden recibir la asistencia de un facultativo. "Al dar lo que algunos escépticos consideran un paso atrás en tecnología", señala Luis Enrique Bracamontes, "muchos pueblos avanzaron en cien días más de lo que habían progresado en cien años, y así pasaron virtualmente de una época a otra".
No fue fácil poner en marcha el Programa de Caminos de Mano de Obra. La SOP se encontró con que los habitantes de las aisladas rancherías desconfiaban de las promesas del gobierno. Para ganarse la voluntad de los habitantes, la sor adiestró "promotores" de nuevo cuño con la misión de trabajar preferentemente en su respectivo Estado natal. Familiarizado con las costumbres locales, cada promotor llegaba a pie o a caballo a determinado pueblo, donde compartía la comida o la copa con los ancianos o el consejo indio de la aldea. Luego, tras de reunir en torno suyo a todos los habitantes del lugar, aclaraba que el gobierno no les ofrecía regalos ni provisiones, sino que se limitaría a equiparlos para que construyeran su propio camino y a pagarles su trabajo.
En un principio los promotores no recibían otra respuesta que el silencio. Pero al fin su discreto empeño acababa convenciendo a la gente de que podía confiar en las buenas intenciones del gobierno. Cierto pueblo del Estado de Guerrero, por ejemplo, que en votación casi unánime se había declarado contra el camino, cambió de parecer en una votación posterior por haber visto al ingeniero Mariano Carreón cruzar a nado un río muy crecido, por delante del promotor, con objeto de explicar a los lugareños que trabajarían por cuenta de un comité local y no por cuenta del gobierno. Una vez que el camino prometido se convertía en realidad, no pocos promotores e ingenieros se enfrentaban al problema de ocupar a todos los voluntarios. Por consiguiente, en una ocasión se designó a un aldeano (ya entrado en años, pero tenaz) supervisor ayudante con el encargo de escoger diariamente a los peones. En algunos pueblos un 30 por ciento de las cuadrillas ocupadas en la construcción del camino se componía de mujeres, quienes cumplían un turno más corto de modo que les quedara tiempo suficiente para volver a casa a preparar la cena.
Luego que un camino está listo, las aldeas manifiestan en diversas formas el orgullo que su obra les inspira. Recordamos aquí a los indios tzotziles, de cierta apartada región de Chiapas, que con su innata habilidad manual mejoraron lo que se había proyectado como simple brecha de grava al convertirlo en camino empedrado con orillas adornadas de césped y flores. Y, en la gran mayoría de los pueblos, el orgullo de los campesinos llega al extremo de que ellos mismos (a pesar de que los ingenieros recomiendan evitar dispendios) celebran la inauguración del camino con una fiesta, colgando adornos y cantando corridos. En un corrido que brotó espontáneamente y expresaba la esperanza popular de una vida mejor, alguien cantaba: "Dicen que en el Rancho Nuevo/ de gusto hasta andaban cuetes/ porque ya podrán sacar/ a vender sus molcajetes".
Por el efecto de los diversos programas de la SOP, es frecuente que la vida de una aldea mejore visiblemente aun antes de la terminación del camino en construcción. Cada vez que uno de los camiones gubernamentales visita una ciudad o llega a alguna carretera, hace el oficio de correo. Y cuando el camión vuelve al lugar donde se construye el camino, trae a bordo 10 clases de alimentos de primera necesidad, a fin de ahorrar a los pobladores las molestias y el gasto que les impone el ir a buscarlos a tiendas lejanas. Y lo que es mejor todavía, los precios reducidos en que venden esos alimentos a los campesinos han acabado obligando a los comerciantes codiciosos a dejar de explotar a la gente de las zonas rurales. A los mercaderes e intermediarios que se quejan de ello, Bracamontes les replica con insistencia: "Cuando ofrezcan ustedes precios justos, retiraremos nuestros camiones. Pero si vuelven a subir los precios, ahí tenemos la carretera para regresar cada semana".
A menudo la terminación de un camino da origen a nuevas obras en sus cercanías, porque, aun cuando los aldeanos dejan de cobrar un sueldo del gobierno, las nuevas esperanzas y el orgullo los llevan a aceptar los materiales, herramientas e ingenieros que la SOP les ofrece para que construyan lo que ellos quieran. Actualmente, aparte de haber ampliado o mejorado su casa, los habitantes de 723 aldeas han construido plazas, campos deportivos, cuartos de baño, talleres o mercados.
Habiendo establecido buenas relaciones con caseríos aislados, la SOP se encuentra ya en condiciones de iniciar otros programas de mejoras que, de otro modo, parecerían a los habitantes de aquellos remotos lugares demasiado refinados para poder cumplirlos. Por ejemplo, la SOP ofrece a los universitarios que aspiran a graduarse en cualquier profesión la oportunidad de prestar en las zonas rurales el servicio social, requisito indispensable para obtener la licencia de ejercer; antes la mayoría de esos universitarios buscaban satisfacer tal requisito trabajando en algún centro urbano. Ya más de 3500 graduados han optado por el trabajo en el campo, al que cada uno debe dedicar seis meses. De ellos, algunos enseñan principios de higiene y primeros auxilios, otros son consejeros o colaboradores en la ejecución de proyectos de mejoras comunales.
Tales voluntarios observan cambios muy parecidos a los que ocurrieron cuando Teresa M. González y Georgina Gallardo, estudiantes de odontología, vivían entre los habitantes de San Felipe Sultepec, pueblo de Calpulalpan, árida región de Tlaxcala. Aunque ignorantes de lo que fuesen los gérmenes, los lugareños acabaron comprendiendo que el pozo contaminado del que sacaban agua para ellos y para sus animales era el causante de sus frecuentes trastornos intestinales. Así pues, por consejo de las jóvenes estudiantes, las mujeres de la aldea no sólo comenzaron a filtrar el agua a través de dos barricas llenas de arena, sino que también algunos residentes,del lugar, normalmente los más ecuánimes, se encolerizaban más que nunca cuando alguien dejaba de hervir el agua potable que llevaba tiempo almacenada. Las futuras dentistas extrajeron varias docenas de muelas y dientes gravemente cariados, muy diferentes de los sanos que ellas lucían, y tal cosa demostró la importancia de los cepillos dentales y de las recomendaciones que recibían los aldeanos acerca de un régimen alimentario más nutritivo.
Y lo que es más valioso todavía, tal progreso alcanza incluso a villorrios que son demasiado pequeños para que se les pueda dotar de uno de esos caminos. Estimulados por la buena salud de que actualmente disfruta San Felipe Sultopec, los habitantes de las cuatro aldeas más próximas solicitaron el consejo de las jóvenes estudiantes acerca de diversas cuestiones, desde la forma de conservar la salud hasta cómo edificar una casa. Las mujeres de cierta ranchería, por ejemplo, no se dieron por contentas con aprender a purificar el agua potable. Al saber que el gobierno les proporcionaría materiales, lo dispusieron todo para dar una sorpresa a los maridos cuando regresaran de sembrar su maíz: los hombres encontraron que cada una de las 41 casitas del lugar estaba pintada de blanco. Días después las mujeres votaron por la construcción de un mercado. Alfredo Villa Herrejón, director del Programa de Obras a Mano, comenta: "Al despertárseles su imaginación con la realidad de la comunicación, muchos habitantes de los puebles remotos y aislados están demostrando que pueden hacer más por sí mismos que los forasteros".
Los nuevos caminos, que tantos beneficios han logrado ya para las apartadas aldeas, prometen obrar otros aun más extensos en lo futuro. Ahora que la comunicación ha penetrado hasta las regiones más agrestes de México, la iniciativa privada y el gobierno han dado principio al establecimiento de nuevas empresas que brindarán centenares de empleos en zonas cuyos habitantes no tenían esperanzas fundadas de hallar trabajo permanente. Ya en más de una docena de esas regiones están surgiendo actividades tales como el turismo, la maderería, el azúcar, la carne, la pesca, así como compañías mineras.
Pero lo importante es que aquellos caminos han venido a demostrar la forma en que una nación en vías de desarrollo puede resolver un antiguo y grave problema sin perjuicio de su balanza de pagos. Otros gobiernos de Iberoamérica, África y Asia han estudiado ya el programa mexicano de caminos o han solicitado una descripción del mismo. Con algunos cambios ligeros, Honduras ya ha emprendido activamente un plan de caminos vecinales que permitirán a los agricultores modestos del país vender sus productos en la capital, Tegucigalpa, donde tienen gran demanda. Y otros muchos granjeros, a medida que los caminos nuevos llegan a los fértiles valles de Olancho y Comayagua, inaccesibles durante mucho tiempo, están abriendo al cultivo grandes extensiones de tierra que vendrán a aumentar las exportaciones de maderas, algodón y carne de Honduras.
Se comprende, pues, que las autoridades encargadas del desarrollo de las zonas rurales concedan tanto valor internacional a un plan de carácter local. Cierto veterano de un organismo de las Naciones Unidas dedicado al desarrollo económico y social declara: "Muchos pueblos que jamás habían visto un camino tienen ahora no solamente la oportunidad de viajar, sino también las bases para labrarse una vida completamente nueva".