Publicado en
octubre 24, 2016
Mensaje del mundo de los toxicómanos.
Por Marisa Rusconi y Guido Blumir.
Cada toxicómano es un mundo encerrado en sí mismo, un cosmos trágico, aislado, único. Marisa Rusconi y Guido Blumir, autores de la encuesta documental Las drogas y el orden institucional, han compilado informes directos de viciosos de 15 a 40 años de edad que viven en las grandes urbes, poblaciones de provincia y centros rurales de Italia. El estudio abarca personas de diversas extracciones sociales y de diferentes niveles de educación, pero todos los relatos demuestran que la droga en ningún caso es una "salvación".
VITO*
FUE EN abril. Un amigo mío acababa de llegar de Estambul con mucho hachís. Yo tenía algo de LSD. Decidimos hacer un "viaje" juntos. Vagamos por Florencia toda la noche. Llegamos a la plaza donde se encuentra aquella hermosa fuente de espléndidos surtidores.
—¡Mira! ¡Cucarachas! —exclamó mi amigo.
—¿Quieres decir que hay cucarachas?
Al cabo de algunos minutos yo también empecé a verlas. Estaban por todos lados. Me subí al pretil de la fuente porque no sabía cómo escapar de los insectos. Mi amigo dijo:
—Las cucarachas mueren en el agua, así que ¡vamos a ahogarlas a todas!
—No —contesté—; todo el mundo sabe que hay que aplastarlas... Espera que se acerquen y las aplastaremos.
Veía cómo se acercaban a nosotros. La plaza estaba llena de cucarachas. Por último saltamos a la fuente. No salimos hasta que se nos pasó el efecto de la droga.
OSCAR
HASTA 1969 fumé mariguana y tomé jarabe para la tos. Después enfermé gravemente. A raíz de eso me hice muchas preguntas. He llegado a la conclusión de que las drogas son muy útiles si nos hacen comprender que hay que prescindir de ellas. Si no se hace uno este razonamiento, estará realmente perdido. Puede llegar a inyectarse heroína directamente en las venas. Todos mis amigos son viciosos, pero nadie los sermonea. Ni siquiera yo. Nadie dice: "¡Tengan cuidado muchachos, se están suicidando!" En cambio, decimos "¡Pásame el cigarrillo de mariguana!" o "Dame un poco de ácido" o "Vamos a inyectarnos". "¡Es lo máximo!" nos aseguramos unos a otros. "Te hace ver claramente. Haremos un viaje a las estrellas". Todo esto es tontería, porque, cuando se vuelve de un "viaje" ¿qué es uno? Sólo un pobre infeliz, como los demás. Y realmente da rabia que nadie explique la verdad. Aunque esté uno convencido, lo más seguro es que no va a predicar contra las drogas. Y se extiende el culto y la afición.
KRISHNA
HE PASADO noches enteras sollozando como un niño, porque he vivido con un grupo que se inyectaba cuando no tenía otra cosa que hacer. Había muchachos y muchachas tan flacos que se les notaban todos los huesos. Uno de ellos se inyectaba heroína; tenía todas las venas de los brazos estropeadas de tanta inyección y debía inyectarse en el cuello. Al cabo de un tiempo también se le estropearon las venas del cuello y entonces empezó a echarse gotas de heroína en los ojos. No podía soportar ver a mis amigos así, medio muertos. Pensaba: Yo todavía creo en la vida y ellos ya no. Pero pronto seré igual que mis amigos y tampoco creeré yo en la vida. Y no quiero ser como ellos; por eso lloro.
MARTINO
UNA NOCHE tomé una dosis muy fuerte de LSD y después empecé a sentir que todos me miraban, como si todo el mundo estuviera enfadado conmigo. Todavía estaba yo completamente drogado cuando me aparté de ellos y empecé a vagar por las calles de Turín. Andaba sin rumbo, dando vueltas a diestra y siniestra. Aún estaba yo aterrorizado. Sentía que me perseguían. Ansiaba escapar, pero no podía; seguía inquieto, andando a la deriva, creyendo que me pisaban los talones. Por fin me topé con un amigo mío. Le dije:
—Alguien me anda siguiendo. Oigo sus pasos claramente.
Me contestó:
—Estás paranoico. Nadie te está siguiendo. Da media vuelta y mira.
Me volví y no vi a nadie, pero pensé: "Hay un hombre allí", y vi una sombra. Entonces rogué a mi amigo:
—Por favor, acompáñame, vamos a mirar en la esquina.
En ese momento vi más sombras y oí muchos ruidos, como pasos que nos siguieran y doblaran la esquina. Era el efecto de la paranoia en imágenes y sonidos.
ADRIANO
EN LOS últimos años he probado drogas de todas las clases; desde la más ligera hasta la más fuerte. No creo haber olvidado ninguna. Pero he llegado a la conclusión de que me siento mucho mejor sin ellas. Creo haber superado las peores dificultades. Hoy tengo amigos. Confió en la gente y realmente disfruto de la vida. Existe una alternativa al problema de nuestra sociedad actual y espero que se solucione a fuerza de comprensión y amor. He empezado a pensar en los demás, queriéndolos tal como son y respetándolo todo: desde las suelas de los zapatos que llevo puestos hasta el pan que como y el agua que bebo. Amo todas las cosas por su valor intrínseco, y ya no me parece que la vida carezca de objeto.
FABRIZIO
SI ALGUIEN cree que va a resolver sus problemas con las drogas, más vale que lo piense detenidamente. Sé por experiencia propia que inyectarme me ayudó a solucionar una alternativa que no había podido resolver: ¿es mejor sentirme feliz y embotado, o conocer las respuestas y ser desgraciado? Quería ser un bobo feliz, pero no lo era. De cualquier modo, ahora no me importa ser feliz o no. Estoy bien como estoy. ¿Por qué me sigo inyectando? Porque sé que no sirvo para nada; y para castigarme porque soy toxicómano. Sí; inyectarse es castigarse a sí mismo.
"SBALLO".
ESTOY harto, aunque me encuentro metido hasta el cuello en las drogas. Me obsesiona porque veo que todos los buenos amigos que me rodean están muy enfermos. Toman tabletas de bencedrina (u otra anfetamina). Se dice que todo el mundo es libre de morir como le plazca; esto es una mentira estúpida. Las tabletas de bencedrina tienen efecto rápido para hacer comprender, pero matan con la misma rapidez. Me siento dominado por el hábito, pero tengo que dejarlo. Me importa estar vivo, y pienso que a todo el mundo debe importarle. Desde hace seis años nunca he tenido un problema por la bencedrina; ni siquiera con la policía de narcóticos. Pero anoche sentí que enloquecía. ¡En serio! Un amigo mío acababa de salir del hospital y ahora está en la cárcel. Otro amigo estaba tan mal que tuvo que regresar a su casa; tenía miedo hasta de su sombra. Una amiga mía cree que sufrir es lo normal, y ya no es capaz ni de pensar. Y finalmente comprendí que las personas que dejan el hábito son más libres que los viciosos. Así es como veo ahora las cosas. Creo que soy práctico y tengo la mente clara. No quiero morir ni perder la libertad por la que tanto he luchado. ¡Quiero vivir!
*Como la ley castiga con igual severidad a los toxicómanos que a los traficantes de drogas, se han cambiado los nombres de las personas entrevistadas y se ha omitido cualquier dato que pudiera motivar una acusación legal.
Condensado de Las drogas y el orden Institucional (Ed. Feltrinelli, Milán)