VENCEDOR DE LA GUERRA DE MANGLADESH
Publicado en
septiembre 01, 2016
Dibujo: Man Manham.
Semblanza de Sam Manekshaw, indómito guerrero y jovial hombre de paz.
Por David Moller.
"¿UNA ESCOLTA armada?" preguntó en tono de burla el brioso militar, tocado con gorra de gurka y en uniforme cuajado de galones. "No necesito escoltas en mi propio país". Protegido por algo tan poco mortífero como su bastón de paseo, Sam Manekshaw, comandante supremo del ejército de la India, se dirigió con paso marcial hacia el campo de concentración en que se hallaban 5000 hostiles prisioneros de guerra paquistaníes.
Durante la siguiente hora el general Manekshaw charló amablemente con algunos cautivos en sus propios idiomas urdú y punjabí; les preguntó a qué cuerpos pertenecían, los alentó a que expusieran sus quejas y los instó a que escribieran a sus parientes. Al notar la facilidad con que el general elevaba el estado de ánimo de hombres que tenían muchos motivos para odiarlo, un canoso soldado paquistaní comentó: "Ahora me explico por qué nos ganaron ustedes la guerra".
En ese conflicto armado de diciembre de 1971 Manekshaw, en su calidad de presidente de la junta de jefes de estado mayor, dirigió a los tres servicios armados de la India que obtuvieron una victoria aplastante sobre Pakistán. Sus fuerzas rechazaron un vigoroso ataque a lo largo de la frontera occidental, desde Rajastán hasta Cachemira, y en una vertiginosa campaña de 12 días liberaron a 75 millones de habitantes de Pakistán Oriental —ahora Bangladesh— con un territorio casi tan extenso como Inglaterra y Gales.
Al lograr tan resonante triunfo, Manekshaw restauró la reputación bélica del ejército hindú, después de su humillante derrota a manos de los chinos, en 1962. Además hizo que la paz y la estabilidad en el subcontinente quedaran más aseguradas que en cualquier otro momento desde 1947, cuando fue dividido en India y Pakistán.
En enero de 1973 el gabinete hindú, así como los oficiales de los servicios armados y los funcionarios del gobierno, aplaudieron frenéticamente en el deslumbrante salón Ashoka, iluminado por candelabros, en la residencia del Presidente en Delhi, cuando Sam Hormuzji Framji Jamshedji Manekshaw se convirtió en el primer hindú ascendido al grado de mariscal de campo. Conocido en toda la India como Sam —que no es un diminutivo, sino un nombre ordinario entre la comunidad religiosa de los parsis, a la que pertenecen 100.000 almas—, Manekshaw figurará en la lista del servicio activo durante el resto de su vida, "en reconocimiento de sus eminentes servicios".
En realidad, ningún hombre ha sido mejor elegido para encabezar al heterogéneo ejército hindú, de 828.000 hombres. Además de los idiomas oficiales hindú e inglés, Manekshaw habla con soltura gujaratí, punjabí, gurkalí y urdú. Apodado "Sam Bahadur" —que en hindú significa "Sam el Valiente"— su hoja de servicios impresiona hasta a los gurkas, sikhs, dogras, jats, rajputs, marathas y otros guerreros legendarios de un ejército integrado exclusivamente por voluntarios desde que se formó, en 1895.
Manekshaw hace gala de indestructible alegría y de un espíritu, que conquista la voluntad de los soldados de cualquier país. El mayor general James Lunt, ex consejero de defensa del alto comisario británico en la India, quien conoció a Manekshaw en Birmania durante los aciagos días de 1942, me dijo: "Inmediatamente reconocí en él esa rarísima capacidad de mantener en alto el ánimo de la tropa, por mala que sea la situación".
El general se siente realmente en su elemento cuando visita a sus tropas. Durante el último lustro ha viajado cada año alrededor de 50.000 kilómetros en avión, helicóptero, jeep, camello y a pie, hasta los puestos de avanzada más remotos; desde el sofocante desierto de Rajastán, en el oeste, a través de las heladas cordilleras del Himalaya, en el norte, hasta las densas selvas de Assam, en el este. Unos cuantos minutos después de haber llegado a su destino bromea con sus hombres y bebe alegremente en su compañía ron o té en la reglamentaria taza de peltre. Por la noche, en torno a las fogatas, es él quien dirige las danzas tradicionales.
Durante los meses de intensa inquietud que precedieron al de diciembre de 1971, Manekshaw visitó casi todas sus avanzadas para preparar a su gente a aceptar la posibilidad de que estallase la guerra. Declaró entonces que la India no podía soportar indefinidamente la carga económica y social que constituían diez millones de refugiados de Pakistán Oriental.
Pero mientras los comandantes paquistaníes encendían el ánimo de sus tropas, exclusivamente musulmanas, con arengas acerca de una "guerra santa de mil años", Manekshaw recordaba serenamente a sus fuerzas hindúes, musulmanas, sikhs, budistas, parsis, cristianas y judías, sus normas inflexibles de disciplina y austeridad.
Cuando los aviones paquistaníes lanzaron su ataque contra ocho bases aéreas hindúes, a las 5:47 de la tarde del 3 de diciembre de 1971, Manekshaw estaba bien preparado, pues había hecho los planes de lo que el brigadier Kenneth Hunt, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, calificó de "una de las contraofensivas más minuciosamente detalladas de la historia militar reciente".
Los rasgos principales de la estrategia de Manekshaw en el este fueron la rapidez, la sorpresa y la flexibilidad. Mientras los paquistaníes esperaban prolongadas batallas de frente en ciertos puntos clave de acceso, los hindúes, sin complacerlos, pasaron de largo, evitando las grandes carreteras y avanzando por veredas, a través de arrozales y pantanos. Una noche, para atacar al enemigo desde la retaguardia, los zapadores hindúes tendieron una alfombra de 32 kilómetros de longitud total, formada con 90.000 tablones.
Dejando sólo tras de sí las fuerzas suficientes para cercar a las guarniciones paquistaníes, Manekshaw se aproximó a Dacca, la capital de Pakistán Oriental. Transmitió a los paquistaníes, por la Radio de Toda la India, un mensaje en que les exponía ampliamente lo desesperado de su situación y los exhortaba a deponer las armas: "Les daremos el trato que corresponde a un soldado".
A las 4:31 de la tarde del 16 de diciembre el general paquistaní Abdullah Niazi firmó la capitulación. Como el comandante paquistaní había sido compañero de armas de Manekshaw antes de la partición del subcontinente, reconoció: "Sabíamos que Sam cumpliría su palabra".
En Bangladesh cundió la alegría y la sensación de alivio, y se acordó dar al ejército hindú de liberación una recepción entusiasta. Los guerreros gurkas, de aspecto feroz, entraron con brío en Dacca, con sus sombreros de ala ancha cargados de margaritas y lirios acuáticos. Pero Manekshaw sabía perfectamente que pronto el sentimiento entonces reinante se transformaría en rencor y deseo de venganza. En menos de nueve meses el ejército paquistaní y sus partidarios habían asesinado a un número calculado en 1,5 millones de personas, violaron a cerca de 200.000 mujeres y arrasaron varios centenares de aldeas. Al descubrirse 200 cadáveres mutilados de ciudadanos prominentes de Bangladesh —políticos, médicos, profesores, ingenieros, escritores— en unos hornos de ladrillo de Dacca, después de la liberación, la zona quedó preparada para un baño de sangre.
Algunos jefes guerrilleros, muy exaltados, hablaban de vengar la muerte de sus compatriotas. Un grupo de ellos acorraló a cinco presuntos colaboradores y mató a cuatro con bayoneta en presencia de una turba vociferante. Inmediatamente después Manekshaw advirtió a los guerrilleros que, si volvían a cometer atrocidades, tendrían que enfrentarse al ejército hindú.
Durante varias semanas Bangladesh siguió siendo un caldero hirviente de odios. Tanto temía Manekshaw por la seguridad de sus 90.000 prisioneros paquistaníes que permitió a muchos de ellos llevar armas blancas, para el caso de un ataque en masa. No obstante, cuando las tropas hindúes salieron del país, el 13 de marzo de 1972 —después de haber reparado caminos, ferrocarriles, puentes y aeródromos, y de haber retirado más de 40.000 minas— la nueva nación había entrado ya en relativa calma.
La habilidad diplomática de Manekshaw al evitar una matanza fue la culminación triunfante de su turbulenta carrera de 40 años. Nacido en Amritsar en 1914, Sam Manekshaw se graduó con el primer grupo de oficiales que salió de la Academia Militar de Dehra Dun, en la India, en 1934, y lo destinaron al segundo batallón de Escoceses Reales, destacado en Lahore. Los oficiales de Glasgow no tardaron en enseñar a su joven subalterno lo que él sigue considerando su más valiosa lección militar: "Si no te tomas a ti mismo demasiado en serio y puedes demostrar ser más recio que tus hombres, lograrás que hagan cualquier cosa".
Lo único que no pudo lograr de ellos fue que pronunciaran correctamente su nombre. Convencidos de que su oficial, nervudo y de tez clara, debía de tener sangre escocesa, su pelotón insistía en llamarlo "Maclnshaw".
De servicio en el regimiento selecto de la Fuerza de la Frontera, Manekshaw tuvo a su mando frecuentes operaciones contra los pathans invasores en las montañas de la frontera del noroeste. Después, en 1941, su batallón fue enviado rápidamente a defender a Birmania contra el ataque japonés. "Llegamos a Rangún", recuerda alegremente Manekshaw, "muy a tiempo para recibir la peor paliza de nuestra vida".
La retirada a través de las selvas de Birmania terminó repentinamente para Manekshaw el 22 de febrero de 1942, cuando recibió siete balas de ametralladora japonesa. El joven capitán, que acababa de conducir a dos compañías en una valerosa y brillante captura de una colina muy importante, desde la cual se domina el río Sittang, fue condecorado con la Medalla Militar. "Presentamos una recomendación inmediata", explicó después un oficial superior, "porque no se puede conceder la Medalla Militar a un muerto".
Pero Sam Manekshaw se recuperó en forma asombrosa. Después de seis meses en un hospital y un breve período en la escuela de preparación de oficiales de estado mayor en Quetta, se reincorporó con gran entusiasmo al regimiento de la Fuerza de la Frontera. "En esa ocasión todo resultó mucho más interesante", nos cuenta, al recordar la satisfacción que sintió cuando perseguía a los japoneses hacia el este, hasta Indochina.
Después de la guerra Sam Manekshaw fue uno de los primeros oficiales hindúes que se unieron al cuerpo de los gurkas. Brigadier a los 34 años, fue nombrado director de operaciones militares en el cuartel general del ejército durante el período crucial que siguió a la partición del país. El general sir Roy Bucher, por entonces comandante en jefe británico del ejército de la India, describe a Manekshaw como "el mejor oficial de estado mayor que haya yo tenido. Era capaz de enfrentarse a generales y defender lo que él juzgaba el mejor plan, en vez de sugerir tibiamente lo más cómodo".
Cuando los chinos vapulearon a las fuerzas hindúes en la guerra fronteriza de 1962, Manekshaw fue ascendido rápidamente a teniente general. Entrando gallardamente en el salón de conferencias del cuartel general del cuerpo de ejército en Tezpur, Manekshaw subió al estrado e hizo el siguiente anuncio: "Señores, a partir de ahora no habrá ya más retiradas".
"Al cabo de diez días", me relató el general Sankaran Nair, ahora general ayudante, "Manekshaw convenció a todos de que el cuerpo podría resistir un ataque que se lanzara contra él desde cualquier parte".
Al ser ascendido en 1964 a comandante del sector oriental de la India, tuvo que hacer frente a toda clase de disturbios internos. Se muestra especialmente orgulloso de que sus tropas sofocaran graves motines en Calcuta y en Bengala Occidental "sin disparar un solo tiro".
Cuando se enfrentaron a las guerrillas en las colinas de Mizo, sus hombres estuvieron sujetos constantemente a emboscadas, y aun cuando las tácticas de los guerrilleros eran de lo más sucio, Manekshaw insistió en que "se procediera según el reglamento". Un oficial del servicio secreto, que consideró que tal vez podría obtener más informes colgando de los pies a un sospechoso, no tardó en verse él mismo sometido a un tribunal marcial.
Sam Manekshaw siempre alaba o castiga con rapidez. Pocas horas después de la suspensión de hostilidades en la guerra de 1971, inició un recorrido de 12.000 kilómetros para decir a sus tropas de primera línea: "Han logrado ustedes que el mundo entero se incorpore y tome nota".
Con más de 10.000 hindúes muertos, heridos o desaparecidos, declaró: "Considero mi responsabilidad personal ocuparme de que ninguna de las familias de mis soldados caídos carezca de nada".
Silloo, la esposa del general (el matrimonio tiene dos hijas casadas y dos nietos), a veces pasaba 14 horas diarias recaudando fondos, como presidenta de la Asociación de Beneficencia de Esposas del Ejército. El mariscal mismo obtuvo aumentos considerables en las pensiones del ejército y en los beneficios a los mutilados de guerra.
Recordando los momentos de frustración y de dolor que pasó en el hospital, visitaba incansablemente a los heridos, distribuía entre ellos radios de transistores y, según las palabras de uno de sus oficiales, "nunca salía de un hospital sin haber hablado antes a todos los hombres en cada una de las salas". Al charlar con un coronel paquistaní herido, descubrió que el musulmán había perdido su Corán en el fragor del combate. A la mañana siguiente el coronel recibió un ejemplar del libro sagrado, como regalo del jefe del ejército hindú.
Ahora Sam Manekshaw disfruta, al fin, cultivando su propio jardín en su nueva casa de las colinas Nilgiri, en el sur de la India.
Se levanta a las 5:15 de la mañana; cultiva rosas, crisantemos y dalias, además de criar aves de corral y abejas. Le agrada entretenerse con los aparatos de alta fidelidad que tiene en su dormitorio. Al demostrar la calidad de sus reproductores, con mucho entusiasmo manejó algunos botones que parecían producir todas las modulaciones imaginables con doble potencia que una orquesta sinfónica. "Por supuesto, mi mujer generalmente no me suele permitir subir el volumen tanto como ahora", nos advirtió.
En toda la India es un héroe popular. Llevan su nombre niños, calles y estaciones ferroviarias. El Presidente de la India le confirió la codiciada condecoración Padma Vibhushan "por sus señalados servicios a la nación".
Y en Bangladesh, donde el mariscal de campo Sam Manekshaw dio muestras de humanidad y caballerosidad en el momento en que tanto se necesitaban, al decir del primer ministro Sheikh Mujibur Rahman, las hazañas de sus fuerzas hindúes "están escritas en letras de oro".