LOS ÁNGELES LO ANUNCIARON
Publicado en
septiembre 01, 2016
"Como dispensadores de la providencia divina, nos guardan, interceden por nosotros, guían nuestros pasos y nos libran de todo mal".
—Juan Calvino.
Por Ernest Hauser.
"EL ángel les dijo: No temáis; pues os traigo una nueva de grandísimo gozo..."
Estamos en la época del año en que, una vez más, los ángeles parecen revolotear entre nosotros, rozándonos apenas con sus alas protectoras, mientras sus voces argentinas entonan himnos de paz en la tierra para los hombres de buena voluntad.
Pero ¿qué sabemos en realidad de esas etéreas criaturas cuya condición de heraldos del Altísimo reconocemos agradecidos?
La Biblia, en cuyas páginas se menciona a menudo a los ángeles, nos da muy pocos datos acerca de su aspecto o naturaleza, lo que, según algunos teólogos, tiene por objeto no distraer nuestra atención del Creador. En la escena que San Lucas describe tan someramente, cuando descubren que el sepulcro de Jesús está vacío, las mujeres ven "dos personajes con vestiduras resplandecientes" que les dicen que el Señor ha resucitado. Mateo nos informa de que la aparición —en figura solitaria según él— era "un ángel del Señor". Y no agrega nada más.
A los hombres les ha intrigado siempre los ángeles y sus misterios. La palabra ángel procede del latín angelus y ésta del griego ággelos: "mensajero" (mal'akh en hebreo). Recorriendo el inmenso vacío que hay entre Dios y su creación, estos espíritus auxiliares, invisibles a nuestros ojos, van y vienen, ligeros, del cielo a la tierra. Cuando juzgan necesario descender entre nosotros, suelen adoptar temporalmente la figura humana. En general, sus misiones tienen gran importancia para la humanidad. Un ángel detiene el brazo de Abrahán cuando el atribulado patriarca se dispone a sacrificar a su hijo Isaac. Otro saca de la prisión a Pedro, que dormía cargado de cadenas.
La fuerza angélica puede realizar cualquier cometido: el ángel de la resurrección aparta la pesada losa que sellaba la tumba de Jesús. Otro ángel, que se niega a dar su nombre, lucha con Jacob y le disloca la cadera. Y en una sola noche el ángel del Señor da muerte a los 185.000 guerreros asirios del rey Senaquerib.
En los Evangelios percibimos constantemente la presencia del ejército celestial, pues los ángeles entran en acción en los instantes críticos. Sin ser llamados consuelan a Cristo en sus momentos de mayor sufrimiento. Lo acompañan en el desierto, cuando se siente debilitado por el ayuno y moralmente exhausto a raíz de su encuentro con Satanás, quien lo llevó a lo alto de una montaña para tentarlo. Y durante la agonía del huerto, en el terrible instante en que su destino le parece insoportable, surge a su lado un ángel que le da fortaleza. Minutos después, cuando Pedro desenvaina la espada para impedir que prendan al Nazareno, Jesús le recuerda que, si él lo quisiera, podría llamar en su auxilio "más de 12 legiones de ángeles". (Formaban la legión romana 6000 hombres.)
En su trato con nosotros los mortales, los ángeles comunican su mensaje y desaparecen una vez cumplida su tarea. Atisbamos en ellos un porte de gran dignidad; su conducta es excelsa; su presencia, lejana e imponente. Aunque les gusta mostrarse en un ambiente sereno, su aparición suele turbar a quienes los ven: nos impresiona el "resplandor de una luz divina", y "no temáis" suelen ser sus primeras palabras.
¿Son buenos los ángeles? Las Sagradas Escrituras enseñan que, por desgracia, hubo ángeles malos: Satanás es un ángel caído, arrojado del cielo en castigo de su abominable soberbia. Pero, una vez expulsados Luzbel y sus compañeros, sabemos que todos los ángeles que habitan en la celestial morada son intachables y benévolos, y, aunque no tienen la perfección de la divinidad, son muy superiores a los hombres en nobleza e inteligencia.
¿Acaso no contamos todos y cada uno de nosotros, desde el instante de nuestro nacimiento, con un ángel guardián que, como canta el Salmista, guía todos nuestros pasos? Esta consoladora idea se remonta a los primeros tiempos del cristianismo. Cristo mismo habla con gran ternura de "los pequeñuelos", cuyos ángeles custodios contemplan el rostro de Dios. Y la creencia en los ángeles guardianes se complementa con la esperanza —expresada en tantas enmohecidas lápidas sepulcrales— de que los ángeles conducirán nuestra alma al paraíso.
En las viejas tradiciones hebreas los ángeles carecían de alas. En su famoso sueño, Jacob vio una escala que llegaba al cielo, por la cual subían y bajaban los ángeles. No obstante, en Oriente se conocían desde tiempo inmemorial extrañas criaturas aladas, a veces con rostro humano. En Babilonia guardaban las puertas de templos y palacios grandes efigies de piedra que representaban a esas criaturas, y es probable que los hebreos hayan sufrido la influencia de esa magia alada.
En la portentosa visión de Isaías, el profeta contempla algunos seres con seis alas, que invocan: "¡Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos!" A estos seres se les conoce como serafines: "los que arden". Un serafín toma una brasa del altar y con ella purifica la boca de Isaías. Y no volvemos a oír hablar de ellos. Sin embargo, sus parientes cercanos, los querubines (palabra de origen incierto), están con nosotros casi desde el principio.
Cuando Adán y Eva son arrojados del paraíso, el Señor ordena a un querubín que, armado de flamígera espada, guarde el árbol de la vida. Y pensando en este centinela, con toda seguridad, las tribus nómadas del éxodo colocaron dos querubines dorados sobre el arca, para custodiar la sagrada alianza que contenía.
Desde los primeros tiempos se ha pensado en los ángeles del Señor como heraldos, y puede decirse que, de todos los mensajes encomendados a los ángeles en el Nuevo Testamento, el más importante es la anunciación a María: "Bendita tú eres entre todas las mujeres... Sabe que has de concebir en tu seno, y parirás un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús". Cabe suponer que el ángel elegido para esta misión es el mismo que antes había anunciado la concepción del Bautista al anciano Zacarías; el mismo que después conmina a José a tomar a la Madre y al Niño y huir con ellos a Egipto para escapar de la cólera de Herodes. En cierto momento, este ángel se identifica: "Yo soy Gabriel —la fuerza de Dios—, que asisto al trono de Dios".
Sólo otros dos ángeles figuran en los sagrados textos como individuos claramente definidos: Miguel, "¿Quién como Dios?" y Rafael, el que dijo "Bendecid a Dios, porque ha hecho brillar en vosotros su misericordia". (Sin embargo, Rafael, el bondadoso desconocido del libro de Tobías, quedó eliminado de las versiones protestantes de la Biblia, que consideran apócrifo el relato.) Los tres son "arcángeles": integrantes distinguidos de la jerarquía celestial. Miguel es el primero, el gran príncipe que luchó contra el dragón, "aquella serpiente antigua que es el diablo", y lo arrojó a la tierra. Es el símbolo del eterno triunfo de la luz sobre las tinieblas. Se cree que es él, y no Gabriel, el que tocará la trompeta que despertará a los muertos el día del juicio final, y quien luego pondrá nuestras almas en la balanza. Hace 16 siglos que se le venera como santo, y siempre que el arcángel Miguel se ha manifestado a los fieles en forma milagrosa, se le han erigido santuarios.
Mont-Saint-Michel, pintoresco gajo de la costa francesa coronado por una antigua abadía, sigue siendo centro de veneración. En Roma se representa al arcángel, con refulgente armadura, en el acto de envainar su espada mientras contempla la Ciudad Eterna desde las alturas del castillo de Saint'Angelo, donde se cree que se posó durante una epidemia. La Unión Soviética, por más que alardee de atea, cuenta con la mayor ciudad nombrada en honor del alado héroe: Arcángel.
Hay algo profundamente arraigado en el alma humana que responde positivamente a la idea de los "alados mensajeros de Dios". (¿No solemos soñar que volamos?) De ahí que, aunque las modernas autoridades eclesiásticas no insistan mayormente en que se crea en ellos como artículo de fe, amamos a los ángeles —nuestros amigos en la corte celestial— como parte de nuestro legado espiritual. Sin embargo, su misterio sigue indescifrable. Los Santos Padres intentaron encasillarlos en un patrón uniforme, y posteriormente, en la edad media, las inteligencias más preclaras de la cristiandad se enzarzaron en debates enconados acerca de ellos. ¿Cuántos ángeles hay? (Según San Alberto Magno, célebre teólogo del siglo XIII, 399.920.004; "más que hombres de carne y hueso pueblan la tierra", opinó su famoso discípulo, Santo Tomás de Aquino.) ¿Cuál es el sexo de los ángeles? Si son espíritus puros, ¿cuántos pueden danzar en la punta de una aguja?
Claro está que no son los sabios, sino los artistas, quienes pueden describir mejor las huestes celestiales. En su Divina Comedia, Dante nos da una sublime visión poética de la bienaventurada cohorte, ardiendo en amor divino y girando en torno de la luz inconcebiblemente brillante que emana de Dios.
Sin embargo, el pintor, con su paleta y sus pinceles, es quien ha captado mejor la luminosa esencia angélica. A devotos cristianos como Rafael y Botticelli debemos la imagen que tenemos de los ángeles: cubiertos de brillantes vestiduras, los etéreos mensajeros se nos presentan en pleno vuelo o sirviendo a Cristo o a la Virgen. Pero sus alas son puramente simbólicas, pues resultan demasiado pequeñas para transportarlos, si hemos de atender a las leyes de la navegación aérea. (No faltarán curiosos que se pregunten cómo se meten los ángeles en la túnica.) Después, algunos artistas representaron a los ángeles como niños, algunos de ellos verdaderos párvulos, desnudos y rechonchos, compañeros de juegos del niño Jesús.
Revoloteando en la purpúrea luz del atardecer, o posados en una algodonosa nube, las minúsculas criaturas parecen salir del lienzo para volar derechas a nuestro corazón.
La misión del ángel jamás concluye, y estos amistosos mensajeros se encuentran siempre entre nosotros, dispuestos a intervenir, llenos de poesía y gracia, en nuestra existencia terrenal. Quizá baste la fe para escuchar el susurro de sus alas o para vislumbrarlos, siquiera un instante, rodeados de divino resplandor. Así los vieron los pastores que aquella noche guardaban sus rebaños en el campo. Y cuando los ángeles tornaron al cielo, "los pastores se decían unos a otros: Vamos hasta Belén, veamos este suceso prodigioso que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado".
DOS ÁNGELES: Detalle de un tríptico de Fra Angélico, pintado en el siglo XV para el tabernáculo de los Linaiuoli o Tejedores de Lino de Florencia (Italia); actualmente en el museo de San Marcos. Fotos: Silostal Associates.