Publicado en
agosto 25, 2016
Vista nocturna, desde las riberas del Sena, de Nuestra Señora de París (1163 a 1345), que descuella imponente sobre la Ciudad Luz. Foto: F.P.G.
Por sublimar la altura y la luz, las catedrales góticas —etéreas estructuras— se cuentan entre las más perfectas expresiones de la espiritualidad cristiana.
Por Ernest Hauser.
LAS CATEDRALES góticas se divisan en Europa desde muy lejos. Construidas para un mundo que se antoja demasiado pequeño, estas potentes ciudadelas de la fe dominan ciudades y campos, donde destacan sus desmesuradas moles como enormes riscos erosionados por los elementos. La magnificencia de sus fachadas hace que el viajero se detenga a contemplarlas mudo de admiración.
El sempiterno anhelo humano de crear una morada perfecta para el Señor halló su cabal expresión en el estilo gótico. Ningún otro estilo arquitectónico parece expresar con tanta fuerza las ansias espirituales de la humanidad. Y sin embargo el adjetivo "gótico" se utilizó originalmente en sentido peyorativo. Empezó a usarse en Italia para ridiculizar un tipo de arte ajeno a los cánones grecorromanos de la belleza y evocar a los incultos godos, saqueadores de Roma. Pero, desde entonces, el creciente interés por los misterios y las bellezas de la edad media ha transformado el significado despectivo de esta palabra, y ahora es epíteto de admiración. Hoy las catedrales góticas de Europa figuran en el primer plano de las atracciones turísticas. En Francia, la sola catedral de Chartres, quizá el más célebre de los monumentos góticos, recibió en 1972 cerca de tres millones de visitantes.
Los franceses inventaron la arquitectura gótica y erigieron sus más bellas muestras en una maravillosa floración de fuerza creadora. De las ciento ochenta y tantas catedrales góticas europeas, unas 80 se alzan en Francia. La ciudad de París, con su esplendorosa catedral de Nuestra Señora —empezada el año 1163— está situada en el centro de un círculo de obras maestras cuyos nombres resuenan en toda la cristiandad como sonoras campanadas: Amiens, Laon, Beauvais, Reims, Chartres, Bourges.
¿Cuál es la más bella de todas? No hay dos que se parezcan. Cada una tiene su propia e inajenable personalidad. La piedra misma les da variedad. Reims es de color amarillo claro; Nuestra Señora, blanca como la nieve; Chartres, de un gris azulado; Estrasburgo, más lejos, hacia el este, de color rosa brillante. Plantas, alzados, perfiles: todo es distinto. Pero lo que las distingue de otras estructuras antiguas es una pasmosa audacia de diseño que hace "sentirse pigmeos" incluso a los mejores arquitectos modernos, según confiesa uno de ellos. Pier Luigi Nervi, arquitecto-ingeniero italiano, reconocido en la actualidad como el gran maestro de las construcciones de cemento armado, me contó que, ya muy adelantado en su carrera, fue a conocer Nuestra Señora y se quedó allí sentado días enteros "mirando y aprendiendo".
La. Sainte-Chapelle (1243 a 1248), construida para el rey San Luis, colmo de la levedad gótica, es como una linterna engastada con joyas de cristal. Foto: Shostal Assoc.
El milagro gótico radica en el abrumador impacto del espacio que se va abriendo ante el observador a medida que entra en la catedral. Lo que más destaca es la altura. Las esbeltas líneas verticales brotan del suelo y obligan al ojo a subir, hasta que encuentra las nervaduras de las bóvedas, allá, muy arriba. La ligereza de los apoyos visibles parece desafiar las leyes de la gravedad. El visitante se pregunta maravillado en qué se sustenta la estructura.
Una notable invención llamada bóveda con nervaduras hizo posible el milagro. Hasta entonces los constructores de iglesias habían tenido graves problemas al hacer el techado. Las bóvedas sobre vigas tenían que ser estrechas, pues debían limitarse a la longitud de los maderos de apoyo. Cuando se sustituía la madera por piedra (para evitar incendios), el arco de medio punto —utilizado desde la época romana—tendía a derrumbarse si se empleaba para cubrir grandes espacios, y se necesitaban muros de enorme espesor, con poco espacio para ventanas, para sustentar el empuje de esas bóvedas, llamadas de cañón seguido. Por ello la mayoría de las iglesias europeas habían sido hasta entonces de poco alzado y muy sombrías.
La revolución del gótico lo transformó todo. Al experimentar con el arco apuntado u ojival, capaz de soportar cargas mucho mayores que el de medio punto, los constructores franceses descubrieron que podían levantar bóvedas amplias, altas y hermosas. Las aristas resultantes del cruce de las bóvedas se transformaron en nervaduras capaces de sostener un abovedado de anchura hasta entonces imposible. Y esas bóvedas de nervaduras, con sus secciones de triángulos esféricos como en parasol, introdujeron en las construcciones, de paso, nitidez, ligereza y elegancia. Fue un descubrimiento de ingeniería tan trascendental como en nuestra época lo ha sido el del cemento armado.
Podemos señalar la primera aparición del estilo gótico hace más de 800 años, en lo que es hoy uno de los barrios más pobres de París: Saint-Denis. Durante una época de gran fervor religioso, el abad de Saint-Denis, Suger, sintió el impulso de reconstruir su antigua iglesia, consagrada al santo patrono de Francia.
Las agujas dominan el paisaje europeo. Aquí vemos el perfil de la catedral de Salisbury (siglo XIII) y el río Avon, en Inglaterra.
El abad pensaba crear un templo tan suntuoso como el del rey Salomón; y contaba con el poder y con los medios para realizar su magnífico proyecto (había gobernado a Francia en calidad de regente mientras el rey estuvo ausente en una cruzada). Suger murió antes de que terminaran las obras de la catedral, pero el majestuoso coro de Saint-Denis, concluido en 1144, da glorioso testimonio de su visión. Una bella bóveda de nervaduras se levanta sobre ventanales ojivales, y a través de ellos (según las emocionadas palabras del abad-regente) "una luz maravillosa y constante inunda el santuario".
¡Hágase la luz! Un aspecto vital de la divinidad se había insuflado en las construcciones religiosas. ¿Acaso no decía la Biblia que Dios es luz, y que "si caminamos a la luz, como él está asimismo en la luz, tenemos nosotros una comunión y mutua unión"? Al instante, la espectacular innovación de Suger cundió como el fuego por toda Francia. En menos de un siglo, a medida que cada obispo trataba de superar a su vecino, se erigieron 20 catedrales del nuevo estilo en el norte del país, para no mencionar centenares de iglesias de menor importancia.
¿Cómo era posible que algunas ciudades provinciales de unos cuantos miles de almas pudieran levantar estructuras que, en cifras modernas, costarían el equivalente de unos 200 millones de dólares? Las fuentes medievales nos relatan que pobres y ricos se unían para ello en un grandioso esfuerzo colectivo.
En Chartres, millares de hombres trabajaron gratis, con frecuencia unciéndose ellos mismos a las carretas que transportaban los bloques de piedra hasta la obra, entonando himnos mientras se afanaban. Otros daban oro y joyas para acelerar los trabajos. Se enviaban pregoneros por los caminos para que pidieran dádivas. De ese modo hubo catedrales que se construyeron con asombrosa rapidez. Por ejemplo, Chartres se erigió en menos de 40 años, con un promedio de 250 trabajadores en obra. Otras se levantaron con interrupciones, y hubieron de pasar varias generaciones para recolectar fondos y obtener mano de obra. En realidad pocas catedrales pueden considerarse "terminadas", pues tanto el numerario como el entusiasmo se agotaban antes de completado el edificio. Nuestra Señora de París todavía está en espera de dos agujas en el costado occidental.
Pórtico de la catedral de Reims (Francia), esculpido en el siglo XIII, típico de la entrada gótica a "la morada del Señor".
La muy difundida creencia de que los arquitectos medievales eran ingenuos idealistas e iletrados campesinos ha sido definitivamente desmentida por los investigadores modernos. Aun cuando salían de las filas de los albañiles, los maestros constructores del gótico eran príncipes de su oficio; hombres de gran saber, respetados y bien pagados. Pero sus métodos siguen siendo un misterio. Por ejemplo ¿cómo calculaban los empujes y contraempujes, las cargas y ángulos de sus complejas estructuras? Respuesta: a falta de computadoras, sólo pueden haberlo hecho por experiencia, sentido común y... aquí y allá, con algo más de un adarme de genio.
Sí; solamente con genio pudieron resolver los espinosos problemas de los empujes que ejercen hacia afuera las grandes bóvedas pétreas, con una presión capaz de romper las estructuras por lo alto. Para contrarrestar esta fuerza, un anónimo precursor inventó unos apoyos llamados arbotantes. Empleados por primera vez en Nuestra Señora, estos arcos, que arrancan de recios contrafuertes, se apoyaron contra la parte superior de la nave por fuera de la construcción. Su función es absorber el empuje de las bóvedas donde es mayor y transmitirlo al suelo. Habiendo liberado así a los muros de su cometido primordial, que era sostener la techumbre, los constructores del gótico los desojaron de toda su fuerza superflua. Al mismo tiempo afinaron las pilastras y columnas del interior hasta darles un máximo de esbeltez, reduciendo el peso del templo a un tercio del de una iglesia anterior del mismo tamaño.
¡Más espacio, más altura, más luz! Los constructores elevaron sus bóvedas cada vez más. La nave de Nuestra Señora tiene 35 metros de altura; Chartres, unos 37; Bourges, 37; Reims, 38; Amiens sobrepasa los 42 metros. (Si incluimos los altos techos de dos aguas, cuya misión era defender las bóvedas de la intemperie, las principales catedrales francesas son, del suelo a la parhilera, tan altas como un moderno edificio de 18 pisos.)
Con las paredes reducidas a una simple membrana, los maestros del gótico podían llenar sus iglesias con esa "luz maravillosa y constante" que el abad Suger fue el primero en admirar. Enormes ventanales multicolores, a veces hasta de 15 metros de altura, se convirtieron en la decoración principal de la iglesia gótica, reemplazando los frescos y mosaicos que se habían utilizado desde los primeros tiempos del cristianismo. El arte de colorear el vidrio mezclando pigmentos con la masa incandescente y líquida antes de que se endureciera floreció cuando los vidrieros montaron sus hornos al lado de las catedrales. Con tiras de plomo delgadas y maleables se daba forma al contorno del diseño. En el marco así obtenido se vertía el vidrio coloreado, en secciones que pocas veces eran mayores que la mano humana. A continuación se formaban paneles que luego se armaban para componer un ventanal.
Las bóvedas de nervaduras (aquí, las de la catedral inglesa de Canterbury, 1096 a 1505) permitieron a los arquitectos del gótico construir estructuras cada vez más altas. Foto: Bruce Coleman Inc.
Visto desde afuera, el vitral emplomado parece tan gris como el revés de un ala de mariposa. Pero contemplado desde la nave, la luz del día lo metamorfosea en un calidoscopio de radiantes azules, amarillos, verdes y rojos de rubí. En los rosetones, abiertos a gran altura, el genio de los vidrieros alcanzó una deslumbrante culminación. Los rosetones parecen girar con los juegos de luz como inmensas ruedas forjadas con fuego celestial.
Como la mayoría de los cristianos medievales eran analfabetos, la imaginería eclesiástica llegó a ser la Sagrada Escritura de la gente. Las catedrales fueron verdaderos tratados de teología. Las historias relatadas en las vidrieras se completaban con una "Biblia tallada en piedra", cuyos nobles personajes se agrupan en torno a las portadas de la catedral, que se transforman, para el que las traspone, en "las puertas del cielo".
Mientras la gloria de Francia se difundía por el mundo occidental en boca de los viajeros medievales, empezaron a surgir catedrales góticas en otros muchos países. En Inglaterra, Alemania, España y los Países Bajos hay hermosas variantes del tema. En Francia misma el estilo floreció en el paroxismo del gótico flamígero y florido antes de desvanecerse, poco después del año 1500. Para entonces ya se había imitado en casas consistoriales, palacios y mansiones particulares, dando a ciudades enteras el aspecto gótico.
Por fortuna los arquitectos góticos construían para la eternidad, y la vasta mayoría de sus etéreas catedrales siguen hoy en pie, serenas e incólumes. Ante nuestra mirada aparecen tan dignas de amor, en su sencillez y fuerza, como a los peregrinos medievales al final de un largo y polvoriento camino. Homenaje viviente a los hombres que las construyeron, siguen significando lo que se deseó que fueran: plegarias de piedra.
Los arbotantes (obra de encaje de piedra aplicada por primera vez en Nuestra Señora de París), apoyados en contrafuertes reforzados con pináculos, dan sensación de simetría en toda la estructura, como éstos de la catedral alemana de Ulm. Foto: Dmitri Kessel © Time Inc.