LLEGA EL COMETA DEL SIGLO
Publicado en
agosto 24, 2016
La historia no consigna otra aparición comparable a este nuevo y espectacular cometa cuya sutilísima cauda se proyectará hasta una distancia de decenas de millones de kilómetros en el cielo.
Por Emily y Ola D'Aulaire.
POCO DESPUÉS de la Navidad de este año, y hasta enero de 1974, nuestro firmamento exhibirá un espectáculo raro y deslumbrante: un cometa. Un cometa espectacular. Llamado cometa de Kohoutek en honor de su descubridor, Lubos Kohoutek, astrónomo del Observatorio de Hamburgo, en Bergedorf (Alemania Occidental), promete ser el más impresionante fenómeno del cielo vespertino. Puede brillar como una quinta parte de la Luna llena, más aun que el famoso cometa de Halley, aparecido por última vez en 1910, y su arco podrá abarcar un sexto del firmamento. La refulgente cabeza tendrá unos 15.000 kilómetros de diámetro, y la tenuísima cola se proyectará decenas de millones de kilómetros desde ella.
Noche tras noche reaparecerá el fantasmal objeto con la cabeza apuntando hacia nuestro horizonte y la gran cola fulgurando hacia arriba. Parecerá quieto por ilusión óptica de la distancia, pero en realidad recorrerá el espacio a más de 150.000 kilómetros por hora. Según Fred Whipple, director del Observatorio de la Universidad de Harvard, "podría ser el cometa del siglo".
CABELLERA ESPECTRAL
La historia del cometa de Kohoutek comenzó el 7 de marzo pasado, cuando el astrónomo de este nombre estaba fotografiando los asteroides con el telescopio de 78 centímetros de diámetro del Observatorio de Hamburgo. Al hacer el escrutinio de las placas fotográficas notó una mancha tenue —brumosa y difusa, con un núcleo brillante— donde no se veía antes ningún cuerpo celeste. Kohoutek supuso que era un cometa desconocido, pero no se percató de toda su importancia.
Esta última quedó pronto de manifiesto. Aunque estaba aún a unos 640 millones de kilómetros y era 10.000 veces más débil que la última estrella visible a simple vista, el cometa ganaba brillo de día en día en las fotografías telescópicas. Los primeros cálculos insinuaban una conclusión emocionante: el cometa de Kohoutek se acercaba y pasaría "rascando el Sol" (esto es, se aproximaría a una distancia que, en el orden astronómico, equivale al espesor de un cabello). "Aunque todos los años se descubren varios cometas nuevos", explica Kohoutek, "sólo resultan espectaculares cuando se acercan al Sol". Y el suyo tenía todos los elementos para convertirse en una superestrella del espectáculo.
Cuando llegó a otros astrónomos la noticia del descubrimiento, los telescopios de todo el mundo se enfocaron hacia el objeto recién descubierto. En el Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA, las misiones del espacio, como el Skylab 3 y la sonda Mariner que se iba a enviar en noviembre a Venus y a Mercurio, quedaron rápidamente adaptadas para que hagan con sus instrumentos un completo examen físico del cuerpo celeste. "Nunca antes", manifiesta Whipple, "se ha descubierto tan lejos un cometa que vaya a pasar tan cerca. Así se nos brinda una ocasión única hasta hoy para aprender más acerca de estos extranjeros de nuestro espacio".
No siempre se esperaban los cometas con tanta ilusión. Durante siglos la gente los tuvo por heraldos del desastre. "Estrellas de cabellera" se les llamó, pues sus largas colas semejan al cabello que brotara de una cabeza espectral (su nombre, a propósito, deriva del sustantivo griego kómé, que significa cabello). Su aparición solía provocar pánico general. Y por cierto que siempre se podían encontrar una o dos calamidades asociadas a cada aparición cometaria. Las crónicas judías nos hablan de una gran espada flamígera que se presentó sobre Jerusalén en el año 69 de nuestra era, inmediatamente antes de que la ciudad cayera en poder de los romanos. Se dice que un cometa anunció la derrota de Inglaterra a manos de Guillermo el Conquistador; y se supone que otros vaticinaron terremotos, inundaciones y aun la peste negra. En el año 1456 el papa Calixto añadió esta oración a la letanía: "Líbranos, Señor, del demonio, del turco y del cometa".
Tuvo que llegar Edmund Halley, el gran astrónomo del siglo XVIII, para que se acabara la superstición de los cometas. Halley observó que estos cuerpos celestes aparecían con extraña regularidad. Y resultaban especialmente intrigantes los informes (recogidos desde siglos atrás) de un nuevo cometa que aparecía cada 76 años. Estudiando las noticias del pasado y aplicando hábilmente la nueva teoría newtoniana de la gravitación, el astrónomo concluyó que esos cometas eran en realidad uno y el mismo, que volvía repetidas veces.
Halley explicó que los cometas viajan en órbitas fijas alrededor del Sol, como los planetas, aunque las de los primeros son tan alargadas, esto es, forman elipses tan estiradas, que sólo vemos una parte muy pequeña de su trayectoria. Por consiguiente se diría que aparecen y desaparecen como por arte de magia. Entonces el astrónomo hizo una atrevida predicción: en 1758 reaparecería el mismo cometa. El día de Navidad del año indicado llegó el cometa exactamente como había predicho el célebre astrónomo. Conocido desde entonces como "el cometa de Halley", no ha faltado a su cita en casi 2000 años, y se le espera nuevamente para 1986.
CUERPOS SALIDOS DEL CONGELADOR
Han ocurrido muchas cosas en el mundo de la ciencia desde que el cometa de Halley apareció por última vez en 1910, y el cometa de Kohoutek dará ahora a los astrónomos una brillante ocasión para que puedan poner a prueba sus hipótesis. E indudablemente brindará también nuevos conocimientos, porque quedan aún muchas cosas inexplicables en estos cuerpos celestes.
"Los cometas son los componentes más primitivos de nuestro sistema solar", explica Whipple, "creados al mismo tiempo que el Sol y los planetas, hace unos 4600 millones de años. Pero así como los demás cuerpos celestes han estado en evolución constante, los cometas no cambiaron, y por tanto deben de encerrar importantes pistas para estudiar el origen del sistema solar".
La razón de que los cometas hayan permanecido inalterables durante tantos miles de millones de años es que vagan por el "congelador" del espacio, mucho más allá de los planetas exteriores, donde la temperatura andará rondando una fracción de grado sobre el cero absoluto (de 273° C. bajo cero). En esos gélidos reinos no se producen reacciones químicas, y los cometas, por consiguiente, siguen siendo como en los principios del tiempo.
En esa etapa no son enormes, ni brillan con el fulgor deslumbrante que les suponemos esencial. En realidad sólo tienen un diámetro que varía entre un kilómetro y medio y unas pocas decenas de kilómetros. Están formados por gases congelados —metano, amoniaco, bióxido de carbono y hielo común—, salpicados por un leve polvo meteorítico. Su constitución es semejante a la de las masas giratorias de polvo y gases primigenios que hace eones se condensaron para formar los planetas.
UNA BOLA DE NIEVE ANTE EL SOL
En número de miles de millones, esas "bolas gigantescas de nieve" forman un velo esférico en torno a todo el sistema solar, a una distancia que difícilmente podemos imaginar. En realidad están tan lejos que invaden los traspatios de otros sistemas solares. De vez en cuando una estrella de uno de esos sistemas, al pasar por la nube cometaria, la atraviesa como una bala atravesaría una colmena. Algunos de los cometas salen despedidos del sistema solar y se pierden para siempre, pero a veces alguno de ellos se ve lanzado a una larga y precipitada caída hacia nuestro Sol, como le ocurrió al de Kohoutek, en un viaje que bien puede durar un millón de años.
Al principió lentamente, y después con velocidad creciente, el trozo congelado de cosmos primordial se apresura a su encuentro con el Sol. Pasan siglos y milenios, pero al cabo del tiempo el calor solar toca la superficie siempre helada del cometa y se inicia una extraña metamorfosis que trasformará la monótona isla cósmica en el espectáculo luminoso que nos alela cuando lo vemos desde la Tierra.
Los gases helados empiezan a evaporarse. Brotan como géiseres y arrastran consigo corpúsculos de polvo. Cuando el cometa se acerca más y el calor de los rayos solares aumenta de intensidad, los gases se evaporan más de prisa y salen violentamente en chorro hasta que envuelven el núcleo en una niebla, en un kómé en forma de halo formado por hielos vaporizados y de un tamaño mayor que el de nuestro planeta.
Después, tras de cruzar la órbita de Marte, el cometa empieza a sentir el azote del "viento solar", o brisa sumamente rarificada de partículas atómicas que emanan del Sol. Como una de esas cintas que se atan a la rejilla de los ventiladores, la película de gases sale despedida hacia atrás y forma la característica cauda o cola de los cometas, que llega a millones de kilómetros de distancia. A causa del viento solar, la cola siempre se extiende en dirección opuesta directamente a la del Sol, sea cual sea la trayectoria que siga el cometa. Entonces los invisibles rayos ultravioleta que salen disparados de los hornos solares y hieren las moléculas de gas de la cabeza cometaria, las hacen brillar como si fueran lámparas fluorescentes. Las partículas de polvo que van con los gases en turbulencia se dispersan a lo largo de la cola y reflejan la luz del Sol como millones y millones de espejitos minúsculos.
Ya se acerquen o ya se alejen, el espectáculo de los cometas impresiona siempre. Se precipitan tras la otra cara del Sol; después vuelven a salir lanzados hacia el espacio exterior, con la cola extendida hacia adelante como si fueran las luces delanteras de un coche. Conforme van dejando al Sol más detrás, decaen la cola y los prestados esplendores del cometa. El deslumbrante actor vuelve a convertirse en un trozo helado de materia en el espacio exterior.
MUERTE DE UN GRAN ACTOR
Pero el espectáculo tiene también su costo, porque cada viaje exige un tributo de polvo y gas desperdigados por el espacio, y cada retorno significa que el cometa debe engendrar otra cauda. Un cometa grande y nuevo, como es el de Kohoutek, podrá soportar muchos viajes de regreso, pero no durará para siempre. Whipple calcula que el núcleo del cometa perderá tan sólo en su primer viaje varias decenas de metros de su perímetro de 15 kilómetros.
La historia de un cometa, por consiguiente, es de gradual agotamiento, hasta que no queda nada más que una molécula de gas aquí y otra allá, y un rastro de polvo y residuos extendido por lo que fue su órbita: trozos tan pequeños y tan frágiles que podríamos aplastarlos con una mano. Pero incluso esos últimos restos están dominados por el afán dramático del cometa: son los que producen la lluvia de aerolitos que vemos arder periódicamente en el cielo, las "estrellas fugaces" de las noches despejadas.
No todos los cometas vuelven para presentarse otra vez ante el público. Las órbitas de algunos se alteran por el "tirón" gravitatorio de los planetas mayores, y salen rebotados otra vez hacia las gélidas regiones de donde proceden. Pero para los que retornan —y según todos los indicios el cometa de Kohoutek lo hará dentro de 50.000 años— la desintegración es cuestión de tiempo.
La Tierra presenció la dramática secuela de la muerte de un cometa en 1872, cuando la población de Europa (en Norteamérica era de día) se vio sometida a una torrencial lluvia de chispas cósmicas sin par en la historia. Brillaron cien meteoritos por minuto en los cielos nocturnos, alumbrando las calles de las ciudades, los campos y los bosques en una área de miles de kilómetros cuadrados. Los cálculos hechos entonces demostraron que aquellos meteoritos eran el único residuo de un cometa desintegrado tras su última aparición, presenciada 20 años antes. Al cruzar la órbita cometaria, la Tierra cortó el rastro de "polvo de estrellas" que había dejado a su paso el cometa.
El choque con el núcleo sólido de un cometa sería un percance más serio. Whipple dice sin rodeos: "Un gran cometa, como el de Kohoutek, produciría un cráter tremendo, quizá de 80 kilómetros de diámetro". Puesto que corre a velocidades de miles de kilómetros por hora, en un instante podría borrar del mapa una ciudad como Nueva York. (El corneta de Kohoutek no nos amenaza: lo más cerca que llegará de la Tierra —el 15 de enero de 1974—será una distancia de 120 millones de kilómetros.)
Aunque son muy escasas las probabilidades de que un cometa choque con la Tierra, el accidente ya ha ocurrido. Hace exactamente 65 años un pequeño cometa que penetró en la atmósfera terrestre y estalló poco antes de chocar con la Tierra, sacudió un bosque del norte de Siberia y allanó todos los árboles en un radio de más de 15 kilómetros; y la violencia de la sacudida derribó gente que estaba a casi 50 kilómetros de distancia del lugar.
EL MAYOR ESPECTACULO DE LA TIERRA
En el hemisferio boreal el principal espectáculo se iniciará el 28 de diciembre, cuando el astro dé una vuelta en forma de U alrededor del Sol y reaparezca más cerca de la Tierra. Después lo veremos en toda su gloria deslumbrante sobre el cielo meridional. Whipple explica cuál es la mejor forma de disfrutar del espectáculo: "Busque un lugar despejado hacia el sudoeste. Si tiene usted binoculares, utilícelos. El cometa alcanzará su máxima visibilidad del 10 al 15 de enero, poco después de la puesta de. Sol y antes de que salga la Luna".
A fines de febrero el cometa habrá desaparecido. Pero mientras este mensajero del gélido anillo del sistema solar arroje su misteriosa luz fría sobre el paisaje de invierno boreal ¡qué gran espectáculo se ofrecerá a nuestros ojos!
"UN ESPECTACULO EXTRAORDINARIO"
EL COMETA de Kohoutek será una visión emocionante en América Central y del Sur. Se verá antes del alba en el mes de diciembre, y durante todo enero de 1974 aparecerá, aun más espléndido, después de oscurecer.
Los habitantes de la zona occidental de México disfrutarán de algo especial: la aproximación del cometa al Sol coincidirá con un eclipse solar el 24 de diciembre por la mañana. El fenómeno se manifestará como eclipse parcial en casi todo México y Centroamérica, pero en una zona pequeña, situada al norte de Acapulco (en la costa del Pacífico), habrá un extraordinario espectáculo astronómico. En Tecpan de Gáleana los observadores podrán contemplar cómo se interpone directamente la Luna entre el Sol y la Tierra y se produce un eclipse anular. La señora Ilse Schuler Hasse, del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México, nos dice que el eclipse comenzará aproximadamente a las 6 de la mañana y terminará alrededor de las 12.
Los astrónomos aficionados y profesionales acudirán en tropel a Tecpan, donde el eclipse les permitirá ver simultáneamente en el cielo matutino a Venus, a Júpiter y al cometa de Kohoutek, con la cauda proyectada millones de kilómetros desde la brillante cabeza.
En los grandes observatorios del mundo se han trazado ya muchos programas especiales. Uno de los más interesantes se pondrá por obra en el alto cerro Tololo, en Chile, donde funciona el nuevo y gran Observatorio Interamericano, desde el cual los astrónomos y otros hombres de ciencia tratarán de determinar la velocidad de revolución del núcleo del cometa de Kohoutek.