EVALUACIÓN CRÍTICA DE LA ACUPUNTURA
Publicado en
agosto 26, 2016
Un distinguido cirujano nos advierte que la acupuntura tiene una eficacia limitada aun en China, país donde los médicos la califican de empírica. Es muy probable que sus efectos provengan más de la mente del paciente que de las agujas que le clavan en la piel.
Por el Dr. Michael DeBakey, redacción de Don Schanche (EL Dr. Michael DeBakey es presidente del Colegio Baylor de Medicina de Houston (Tejas) y uno de los más eminentes cirujanos de corazón. Hace siete años el Dr. DeBakey fue el primero que logró en un ser humano la implantación de una bomba impulsora adicional para el corazón.).
EN FEBRERO de 1973 presencié en un hospital de Shangai cómo un equipo de cirujanos chinos practicaba una delicada operación en corazón abierto a un paciente que, al parecer, había sido anestesiado mediante agujas de acupuntura.
Aquel joven de 21 años yacía inmóvil en la mesa de operaciones, sin dar muestras de sentir la menor molestia mientras le abrían el tórax con la técnica anticuada y trepidante del cincel y el martillo. Durante casi una hora quedaron interrumpidas sus contracciones cardiacas, y le derivaron la circulación sanguínea a un primitivo aparato cardiopulmonar, mientras los cirujanos le suturaban con hilo de seda un desgarro en una de las paredes internas del corazón. El paciente hablaba tranquilamente con el especialista en acupuntura mientras los demás cirujanos le manipulaban el corazón, sin contracciones.
A pesar de las limitaciones de equipo quirúrgico, la operación fue magistral y tuvo un rotundo éxito.
¿Qué decir de la acupuntura? Respecto a su importancia en la medicina, aún abrigo las mismas incertidumbres que me inspiraba antes de mi visita a China.
La asombrosa operación intracardiaca fue la última de las seis técnicas de acupuntura presenciadas por mí durante las dos semanas que pasé en Pekín, Nankín y Shangai como invitado de la Asociación Médica China. Lo que pude ver en mi ronda de visitas a hospitales, dispensarios rurales, un laboratorio de productos farmacéuticos y otras instalaciones relacionadas con la medicina, fue realmente admirable en muchos aspectos. En el curso de una sola generación China ha dejado de ser una sociedad plagada de enfermedades y desnutrida para convertirse en una nación de personas vigorosas, que cuenta quizá con el sistema de prestación de servicios médico-sanitarios más extenso y eficiente del mundo.
Fue este aspecto el que me pareció el verdadero milagro de la medicina china. También me impresionaron gratamente el altruismo y el entusiasmo de los médicos chinos para servir a sus pacientes, así como su amabilidad y deseo de aumentar sus conocimientos mediante el intercambio científico con otras naciones. Pero lo que aprendí de la acupuntura no me impresionó tan favorablemente.
Parece haber más entusiasmo por la acupuntura en Occidente —basado en gran parte en el desconocimiento y en esperanzadas conjeturas— que entre los médicos más duchos en la materia con los que pude hablar en China. Me confesaron ellos con toda franqueza su incertidumbre acerca del procedimiento; hablaron con modestia de sus efectos; fueron muy cautos respecto a la opinión de que se trata de un avance fundamental en el campo de la medicina. Aunque sí juzgan que se trata de algo importante, aceptan francamente que el empleo de la acupuntura, si bien muy difundido, está aún en su fase de experimentación.
Es comprensible que muchos observadores hayan quedado pasmados por lo que vieron de la acupuntura. Presenciar cómo un paciente "pinchado", plenamente consciente, se somete impávido al cuchillo quirúrgico, es motivo de admiración. Pero para el cirujano con experiencia el procedimiento no resulta tan sorprendente.
¿Por qué no? Quizá la mejor manera de explicarlo sea analizar la operación intracardiaca que observé en Shangai. El joven paciente estaba en decúbito supino en la mesa de operaciones al entrar yo en el quirófano del Tercer Hospital Municipal de Shangai, instalado en un edificio que es una de tantas reliquias de la época colonial, cuando los ingleses dominaban la ciudad. El sujeto estaba despierto, pero tan amodorrado que pregunté si le habían administrado medicación preoperatoria. El anestesista me informó que le habían administrado fenobarbital, fármaco sedante, y diez miligramos de morfina, narcótico y analgésico. Las dosis de ambos medicamentos no eran suficientes para anestesiarlo, pero sus efectos conjuntos bastaban para tranquilizar al paciente y hacerlo fácilmente sugestionable.
El especialista en acupuntura procedió luego a introducirle las agujas de acero inoxidable, de diversas longitudes, en puntos anatómicos cuidadosamente seleccionados. Cada aguja tiene un asidero rugoso de alambre que ocupa casi toda la longitud del mango, con excepción de unos dos o tres centímetros. El médico acupunturista las hacía girar rápidamente al mismo tiempo que las introducía; clavó cuatro en el oído izquierdo, una en la cara anterior de cada antebrazo, y otra en cada mano, donde se juntan el pulgar y el índice. Una vez que las agujas estuvieron en su sitio, se conectó cada una de ellas a alambres de conducción eléctrica, y se hizo funcionar un generador semejante a un aparato marcapasos, que hizo pasar una corriente pulsátil de unos 120 ciclos por minuto a los ocho puntos pinchados. El efecto del bajo voltaje era visible en las manos del paciente, que se movían con leves sacudidas espasmódicas.
En las operaciones con acupuntura que había yo presenciado previamente vi electrizar las agujas, y también cómo las manipulaba el especialista haciendo girar los mangos al mismo tiempo que las desplazaba hacia arriba y hacia abajo en el tejido subcutáneo. Ambas maniobras parecieron tener el mismo efecto para el paciente. Y supuse que no es muy importante el punto anatómico en que se introducen las agujas. En una operación, por ejemplo, introdujeron una sola en el extremo superior del antebrazo, y para otra del mismo tipo, en otro hospital, clavaron la aguja en la cara anterior del antebrazo; en otro más, el sitio de introducción fue una oreja.
En la operación de corazón las agujas hicieron su efecto en el plazo de unos diez minutos. Pero antes de que el cirujano empuñara el escalpelo, inyectó un anestésico local en la piel y en el tejido subcutáneo de la región esternal. Otros integrantes del equipo de cirujanos me explicaron posteriormente que suelen aplicar estos anestésicos locales, pues, de no hacerlo, el paciente siente en la piel el dolor de la incisión quirúrgica inicial. Fue esta la única vez que vi emplear la anestesia local antes del primer corte en la piel. De emplearse en todas las operaciones, no habría ningún misterio respecto a la acupuntura; sería virtualmente una situación idéntica a las operaciones de rutina que practicábamos hace muchos años empleando únicamente anestésicos locales.
Completada la anestesia local, el cirujano hizo con el escalpelo una incisión a lo largo del esternón. Observé atentamente que el rostro del paciente, sin exteriorizar el menor signo de dolor, permaneció impasible cuando le hendieron una parte del hueso a golpes de cincel y martillo, maniobra un tanto ruda, análoga a la de rajar un leño de madera verde con mazo y cuchillo, y que hace que el enfermo se estremezca violentamente. A continuación el cirujano se sirvió de una sierra de Gigli, hoja flexible semejante a una cuerda, para acabar de seccionar el esternón. Colocó luego un separador de costillas y descubrió ampliamente la cavidad torácica. A partir de ese momento la operación prosiguió como de costumbre; se puede considerar que lo único extraordinario fue que el paciente permaneciera despierto durante las tres horas que duró todo, y que en ocasiones hasta se pusiera a hablar con el anestesista mientras el corazón seguía inmóvil.
En una operación de esta índole técnicamente es de poca utilidad que el paciente esté anestesiado, excepto para hacerle la incisión inicial. El resto del procedimiento es indoloro. La única maniobra adicional dolorosa es la incisión en el muslo para introducir el tubo del aparato cardiopulmonar, lo mismo que la sutura final de esta herida quirúrgica.
Pero para muchos pacientes estos dolores, relativamente breves y semejantes a los de una cortadura al rasurarse, no son nada junto al terror que les inspira someterse a una operación tan aparatosa como la descrita. La supresión de este miedo me parece a mí el mayor misterio de la acupuntura, o por lo menos de las seis operaciones que presencié. Sólo a un enfermo vi acobardado, y ello ocurrió en el momento en que un cirujano hacía un corte en "puñalada" para introducir un tubo de drenaje, cuando la operación propiamente dicha ya había terminado.
Téngase en cuenta, sin embargo, que a mí me mostraron únicamente sujetos seleccionados, los cuales, como todos los demás que se someten a la anestesia mediante acupuntura, deben llenar requisitos muy estrictos. Según me explicaron mis colegas chinos, hay muchas personas que no la resisten. Me informaron que el número de pacientes que se ofrecen voluntariamente para ser sometidos a operaciones con anestesia de acupuntura varía de un escaso siete por ciento en un hospital, hasta un 30 en otro. Me dijeron también que la acupuntura tiene resultados satisfactorios. en un 90 por ciento de los casos, aproximadamente. Entre los voluntarios se hace una cuidadosa selección para operar sólo a los de temperamento más sereno y que, además, estén en buen estado general. Antes se les da una información completa acerca de todo lo que ocurrirá durante la operación, y para que sean aceptados, su reacción debe ser de entusiasmo.
En mi calidad de hombre de ciencia no puedo menos que mostrarme escéptico ante cualquier procedimiento anestésico que da buenos resultados en unos pacientes y es ineficaz en la mayoría de los demás. También me preocupa que la técnica de la acupuntura varíe tanto y tan ilógicamente de un hospital a otro. Además, los puntos anatómicos seleccionados para la acupuntura no guardan ninguna relación, al parecer, con el sistema nervioso, y hasta ahora no hay pruebas de que exista otra vía de transmisión del dolor en el organismo humano. Los chinos están investigando varias posibles explicaciones del fenómeno, pero hasta hoy no han sido convincentes los resultados de sus indagaciones.
Otro elemento que me hace dudar es que, excepto la operación intracardiaca, no vi en los procedimientos chinos nada que otros muchos cirujanos y yo mismo no hubiéramos logrado con idéntico resultado en personas sometidas a anestesia local.
Lo más desconcertante es que la acupuntura, tal como la observé, sí parece inducir en sujetos escogidos cierto estado de relajamiento que pone al enfermo en condiciones de soportar maniobras quirúrgicas que aterran a la mayoría de las personas. He de confesar con toda franqueza que esto me intriga como a cualquier otro testigo directo.
Hay que considerar, sin embargo, que la acupuntura se practica en China desde hace 3000 años. Se le han atribuido curas y resultados milagrosos en el sentir popular. Su reputación se ha visto favorecida enormemente en la presente generación por el empeño que ha puesto Mao Tse-tung en estimular la medicina tradicional de su pueblo y combinarla con la occidental. Me parece que la gran serenidad que observé en los pacientes puede explicarse en términos sicológicos mejor que en los fisiológicos. Quizá sea una forma de autohipnosis. No lo sé de fijo. Habrá que seguir investigando hasta encontrar una explicación racional de la acupuntura que demuestre su utilidad o su ineficacia. En todo caso, dudo francamente que esos resultados influyan mucho en el mundo médico.