Publicado en
agosto 17, 2016
Por Glen Campbell (cantante y estrella de la televisión norteamericana).
NO CREO que, por la época de mi adolescencia, en el Estado de Arkansas, nos hayamos referido nunca al READER'S DIGEST por su verdadero nombre. Yo conocía la revista por "el librito", y mi familia la llamaba a veces el "cocido cerebral", porque encontrábamos en ella un poco de todo. Y todo ello de absorbente interés, por cierto.
En casa nunca faltaba un ejemplar, aunque no necesariamente del número más reciente. Recuerdo lo que comentó mi padre cuando se armó un escándalo porque cierto ejemplar, que databa de cinco o seis meses atrás y estaba ya raído por el uso, nos pareció anticuado. "Nada es anticuado mientras no haya formado parte de tu experiencia", declaró mi padre. Para él, el DIGEST era una colección de impresiones siempre nuevas, especialmente útil para un muchacho cuyo mundo se limitaba casi por completo a la granja, al trato con unos cuantos amigos y una ocasional visita al cine del pueblo.
A los 12 años de edad trabajaba yo en la pizca del algodón para poder asistir al cine. Ahorraba el dinero que ganaba en los campos hasta reunir lo suficiente para pagarme otra entrada. Ante los ojos de un muchacho ávido de impresiones de un mundo más vasto, las escenas que veía en la pantalla cobraban vida auténtica. El espectador viajaba, participaba en batallas, conocía remotos lugares. Pero a las pocas horas todo había terminado... hasta la siguiente sesión de cine.
Entre una película y otra, el READER'S DIGEST nos brindaba otro camino hacia aquel mundo más ancho. Y como yo gustaba de ambos caminos, aprendí a distinguir la diferencia que hay entre la ficción y la realidad. También la revista, con sus relatos verídicos, resultaba emocionante y divertida, aparte de servir a veces de maestra, y otras de estímulo.
Solía llevar conmigo un ejemplar del DIGEST cuando tocaba la guitarra para hacer alguna grabación de discos. Y posteriormente, cuando ya trabajaba en los teatros y participaba en un programa de televisión, no dejaba de tener a mano la revista y siempre encontraba en ella algo valioso.
Para este hijo de Arkansas, que de pizcador de algodón llegó a tañedor de guitarra, el DIGEST sigue siendo "el librito", pequeño por su volumen, pero no por su importancia. ¡Bien por "el librito"!