Publicado en
marzo 07, 2015
Correspondiente a la edición "Mundo Diners" de Julio del 2001
"Decía mi maestro: Pensar es deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta dar en un callejón sin salida. Llegados a este callejón, pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y entonces es cuando se busca la puerta al campo".
Antonio Machado.
In memoriam de Juan David García Bacca.
En el trasfondo de toda filosofía no solo existe la devoción de un alma que lucha contra sí misma y contra su tiempo, sino también una época que puja por representarse en el escenario del destino personal. Hoy en día, cuando la filosofía se identifica exclusivamente con los destinos de las instituciones y las academias, los destinos profesorales parecen confundirse con el alma de una época que lucha por escapar de todo aquello que amenaza su esencia. Tamaña paradoja esta de que la filosofía, extraña ya a su elemento esencial, se identifique con una actividad profesional tan inadvertida e inútil a los ojos de las grandes mayorías. Pero más allá de la paradoja, lo cierto es que entre los destinos filosóficos de nuestro continente la generación de los fundadores de la institución filosófica, allá por los años cuarenta del siglo pasado, representa para nosotros una verdadera fuente de experiencias relevantes.
A la generación de los fundadores de la institución filosófica en Latinoamérica perteneció don Juan David García Bacca. De ellos hemos heredado los profesores de filosofía de hoy toda la pasión de esta vida en permanente vigilia. A ellos volvemos una y otra vez, pues como padres ejemplares nos hacen sentir lo angosto y duro de nuestra actividad, nos transmiten la fuerza con la que no nos permitimos abandonar nuestro más apasionados propósitos.
De la obra del profesor García Bacca no podríamos hablar aquí, ya que, además de su abundante cantidad y calidad, no valdría sino toda una vida para rendirle verdadero tributo. En nuestros años de estudiantes de filosofía y heideggerianos con camiseta, conocimos su traducción del texto de Heidegger "Hólderlin y la esencia de la poesía", tanto como su tributo, en el mismo texto, al mejor filósofo de España: Antonio Machado.
En verdad que no hay español que no conozca a Antonio Machado, tampoco entre los filósofos españoles, como es nuestro homenajeado, y no hay uno solo que no se haya alimentado en las aguas tiernas y a veces tremendamente turbulentas del poeta. Por esos años, el profesor Jorge Eduardo Rivera, en Chile, nos hacía ver la importancia metafísica del concepto de la muerte en "Alturas de Machu Picchu" de Pablo Neruda, con el típico aplauso que la generación heideggeriana tributó a la poesía como lo hizo su maestro.
¿Cuánto adeudamos a esta generación de los fundadores de la filosofía latinoamericana? A través del recuerdo del profesor García Bacca, yo invoco a mi profesor Francisco Soler, español como él, heideggeriano traductor al español de la obra del autor de "Ser y tiempo", orteguiano y machadista... ¡qué mezcla más explosiva! Todos ellos, como el profesor Gaos en México, todos y cada uno de ellos, como Arturo Roig en Quito, nos enseñaron los primeros y últimos compases de la música filosófica, nos enseñaron a que filosofar "es vivir dos veces despierto", tremenda tarea la nuestra de no poder pegar el ojo sin saborear esta inmensa estrechez de la existencia humana.
"Filosofar es saborear el infinito". Por eso, como dice nuestro profesor, son los filósofos unos tragones, además de padecer "una enfermedad que no está clasificada en los libros de medicina normales: la angustia absoluta, sentirse angosto, estrecho, oprimido por todo lo finito".
Toda esta generación de filósofos españoles llegados a Latinoamérica se la debemos en parte a un hombre ordinario como lo fue Franco (¡que de franco nada tenía!). Y digo "en parte" pues los hombres ordinarios, además de dormir eternamente en la más execrable injusticia, como nos enseña Platón, parece que tienen la virtud de impulsarnos a vivir dos veces vigilantes. ¡Ay, si don Juan David supiera que nada menos que el hijo de Gepetto me impulsó a vivir dos veces vigilante!
Pero no sigamos con ordinarieces. Tal vez el único valor de lo ordinario de la vida sea el impulsarnos a la generación de lo sublime: "Vivir dos veces despierto, saber y saborear qué son las cosas, asimilar su verdad, y la verdad es estar notando conscientemente la propia muerte, notar que a uno le está viniendo estrecha, angosta su propia piel, su entendimiento, su voluntad, todo lo humano que es todo y solo lo que tenemos los hombres".
Después de vivir y enseñar en este hermoso y atribulado país, nos une con el profesor García Bacca un entrañable insomnio y una seductora capacidad de despertar a lo infinito a todas aquellas almas que sienten angosta la vida.
Cuando Sócrates, el seductor de almas, le pidió a Critón que sacrificara un gallo en honor a Asclepio ante la proximidad de su muerte, nos enseñó que los doblemente despiertos deberían anticiparse a su propio fin con la alegría del que verdaderamente conquista la salud. "El hombre despierto nota que es vino lo que está bebiendo, sólo el filósofo nota qué es eso de vino. Y esta pequeña diferencia, entre qué es vino y qué es ser vino separa el estado de vigilia en primera potencia, que es el estado de la gente ordinaria, del estado de vigilia en segunda potencia que es el estado de los filósofos. Y naturalmente, desde este segundo estado de vigilia, la anterior parece sueño. La vida del hombre ordinario, nuestra vida de todos los días, es verdaderamente sueño, comparada con la auténtica vida del filósofo".
¡Viva don Juan David García Bacca!
¡Viva la filosofía!
(Coordinador de Filosofía. Universidad San Francisco).