NOVELISTA AMENAZADO DE MUERTE
Publicado en
febrero 08, 2015
Correspondiente a la edición de Agosto de 1987
Por Nicolás Kingman.
Humberto Salvador, cuya valiosa obra literaria inexplicablemente permanece relegada al olvido, entre muchas de sus notables novelas nos legó una basada en los sucesos que el 28 de noviembre de 1936 conmovieron al país y que, como una dramática evocación de aquellos históricos "cuatro días" que pocos años antes ensangrentaron las calles de Quito dejando miles de muertos, fueron bautizados por su pueblo como "las cuatro horas". Y es que en realidad, durante cuatro horas se libró una batalla encarnizada entre la tropa del grupo de artillería Calderón (sublevada al saber que su unidad iba a ser disuelta bajo la sospecha de que en ella se gestaba un movimiento sedicioso contra la dictadura) y los batallones adictos a ésta, que finalmente sometieron a los insurrectos.
Aquello ocurrió en la tarde un sábado apacible y dormido, inocuo, como solía ser el lento transcurrir de los días en aquella ciudad de entonces en la que el burocrático hastío y esa especie de clerical tutoría que la aletargaba, influían en el ánimo de los espíritus inquietos tornándolos displicentes y abúlicos, como si cada quien llevase a cuestas retazos de su desesperanza e inconformismo.
Y debió haber sido por esa frustración que poetas como Jorge I. Guerrero y el "guambra" Jaime Zambrano, en aquella ocasión combatieran empuñando las armas que los amotinados entregaron al pueblo. Lo hicieron contra un gobierno ilegítimo cuya jocosa inverecundia criolla contrastaba con la dura mano autoritaria con la que perseguía a sus adversarios; o también –¿por qué no decirlo?– exacerbados por un medio mezquino y decadente que ignoraba o prefería toda actitud innovadora, desdeñando las manifestaciones del espíritu. Jorge fue herido en la contienda y aquel "guambra" soñador y jovial –mi amigo– perdió su vida y su obra primigenia, luchando como todo un hombre cuando apenas tenía dieciocho años.
En aquellos tiempos, el grupo de escritores y artistas quiteños (de aquí y de acullá), integrantes de la insurgente promoción intelectual de los años treinta, solía disfrutar de una bohemia desordenada y dispendiosa, que en cierta manera reflejaba las inquietudes e incongruencias de la época tormentosa que les tocó vivir –inestable en lo político e insumisa en lo social– y que formaba parte de su existencia, ya que la burla, la ironía y el sarcasmo eran la tónica de su actitud y mediante ellas exteriorizaban su rechazo a ese cerco mental que los incomprendía. El humor un tanto negro que a veces practicaban, servía para dar rienda suelta a su desasosiego e insatisfacciones. De ello resultó víctima alguna vez Humberto Salvador, "novelista urbano", "actor y espectador" del drama de su ciudad, según el acertado juicio de Benjamín Carrión.
Y fue precisamente su novela "Noviembre", publicada al cabo de un año de aquel conflicto armado, la que provocó la irreverente jugarreta que le hicieron dos o tres de sus amigos, a quienes no nombro porque su anonimato hasta ahora es guardado con celo. Lo que ocurrió fue que en una de aquellas frecuentes reuniones de taberna, uno de ellos propuso hacerle una "pasada" al escritor a propósito de la publicación de ese libro en el que enjuicia con acritud y valentía los oprobiosos sistemas carnívoros del gobierno, como fue la dictadura del señor Federico Páez.
Aceptada la intriga por los demás, esa misma noche los confabulados acudieron al departamento de Salvador y después de dar tres fenomenales golpes a su puerta para despertarlo, le dejaron una notá introduciéndola por una rendija. Nota que no decía nada, que estaba llena de enigmáticos signos cabalísticos y en la que la única palabra legible era "noviembre". Humberto era profesor del colegio Mejía donde también trabajaba uno de los complotados y debido a una de esas coincidencias inexplicables tuvo que ser a él a quien confiara el escritor la gran preocupación que tenía por haber recibido la misteriosa nota. Como era de esperarse, el "confidente", conocido como un bromista contumaz, no hizo otra cosa que alarmar al atribulado compañero aconsejándole se cuidase porque lo que contenía el papel era una velada amenaza contra su vida en represalia por las revelaciones que había hecho en la novela.
Y al pasar de los días la broma poco a poco fue adquiriendo rasgos dramáticos, porque en las noches siguientes y valiéndose de habilidosos subterfugios, le hicieron llegar osamentas de rana, el esqueleto de un gato petrificado, fósiles de escarabajos y de lagartijas y en fin, todo lo que se les ocurría de truculento para hacer más patética y diabólica la burla y para que Humberto se convenciese de que existía la perversa intención de eliminarlo. Porque lo curioso era que su "mentor" seguía de testigo de sus preocupaciones y de sus cada vez más angustiosas dudas y como no pudo haber sido de otra manera, continuaba atormentándolo en vez de aplacar sus destrozados nervios.
¿Quiénes podrían ser los autores de tan siniestro plan? El novelista, negándose a creer que podría tratarse de una intimidación, más bien se inclinaba a pensar en brujerías, en maleficios de alguna hechicera agente de alguna de sus enamoradas, ya que así era de crédulo e imaginativo. Mas su consejero lo desengañaba haciéndole ver que los únicos interesados en hacerle daño eran elementos pertenecientes al gobierno a quienes él aludía en su libro y los desenmascaraba.
De todos modos y sin poder controlar por más tiempo su ansiedad, Humberto denunció el hecho a la policía y de inmediato su residencia fue estrechamente vigilada por agentes que permanecían día y noche dentro y fuera de ella. Uno de ellos lo acompañaba a donde iba y así su ánimo fue tranquilizándose conforme el pasar de los días.
La portada de la novela causante de esta aventura era a todo color y la configuraba la estampa de un hombre yacente, cubierto de sangre. Era el símbolo de los que murieron luchando aquel luctuoso sábado de exactamente un año atrás y había sido diseñada por Eduardo Kingman, pero fue también la gota de agua que faltaba para el epílogo del melodrama. Porque los autores de la diablura precisamente se sirvieron de esa portada para escribir en ella (valiéndose de sus letras de molde) la advertencia final que decía: "Humberto Salvador: ¡así quedará usted el 28 de noviembre!".
Sobre los medios de los que se valieron para introducir esta última nota burlando la vigilancia policial, es algo que quedó en el misterio, pero al menos sirvió para que el escritor se convenciera de que eran los pesquisas los que se la pusieron, por lo que de inmediato los despidió indignado.
Los periodistas llegaron a enterarse de este suceso y en el diario "Ultimas Noticias" con gran despliegue de titulares se publicó la noticia de que un novelista había sido amenazado de muerte. La sensacional información se esparció por la ciudad y en pocos días se agotó la edición de la obra, mas su autor, que de algún modo había llegado a saber que había sido chasqueado, sintiéndose lesionado en su amor propio y sensible como era, decidió abandonar su ciudad natal para nunca retornar. Años después la muerte verdadera le jugó su final mala pasada.