Publicado en
agosto 24, 2014
Nunca entendimos qué le dio Francisco Norambuena a Eulogita, para que aceptara casarse con él... Ella había sido feminista y había jurado que moriría virgen... Por eso toda la familia estaba feliz, menos mi abuela. "Hay algo en él que no me gusta", decía.
Por Elizabeth Subercaseaux.
De veras fue estupendo que la hija de mi tía Eulogia se comprometiera con alguien. Sobre todo con alguien como Francisco Norambuena, quien ante los ojos de mi tía era casi todo lo que una muchacha del 2000 podía desear. Abogado, soltero —un poquito más que soltero, en realidad, porque estaba por cumplir los 40—, serio y respetable. Digo que fue estupendo, porque ya a los 17 años Eulogita se había decretado FRM (Feminista Reacia al Matrimonio), además era fundamentalista y juró que moriría virgen. Mi tía Eulogia andaba llorando por las calles, porque jamás iba a tener un nieto.
Nunca entendimos qué fue lo que le hizo Francisco Norambuena a Eulogita como para engancharla en una empresa como el matrimonio. La cosa es que salieron juntos durante varios meses y poco antes de Navidad, anunciaron que se casarían en marzo. Mi tía Eulogia echó la casa por la ventana. Mi abuelo dijo que aunque el tipo podía ser su padre, "nada mejor para esta niñita que entrar en la domesticidad del matrimonio". Y mi abuela decretó que estaba preocupada.
—Yo lo he estado observando y hay algo en él que no me gusta. Mira de manera muy rara. Como de medio lado. Como si la gente le diera miedo.
—Tú y tus cosas —repuso mi abuelo—. No tiene nada de raro. El muchacho es algo tímido. Eso es todo.
—¡Este no es ningún muchacho, sino un cuarentón! —bramó mi abuela.
—¿Y por qué no se habrá casado antes? —se preguntó mi tía Eulogia.
—Porque tiene miedo —insistió mi abuela con firmeza.
—¿Y de qué tiene miedo, si puede saberse? —dijo mi abuelo.
—De casarse, de qué otra cosa. ¿No le encuentras razón? —dijo mi abuela.
Antes del matrimono, Eulogita, a quien el feminismo se le apaciguó bastante por ese tiempo, hizo todo lo que hace una novia común y corriente, dejó listas de regalos en una de las grandes tiendas, alquiló una carpa que se instaló en el jardín de su casa, encargó una torta de tres pisos y se probó el vestido sin el novio delante.
Llegó el día de la boda y Eulogita entró en la iglesia del brazo de su padre, llevando en su cuerpo una prenda roja, una blanca y una azul, como Dios mandaba. Luego vino la fiesta en la casa, el brindis, la partida de la torta y los novios abandonaron la fiesta a las doce de la noche, rumbo a su luna de miel. Mi tía Eulogia apagó la última vela y se fue a la cama medio borracha y esa noche soñó con el nieto que estaría engendrándose justamente a esa hora, según pensó.
Pero estaba equivocada. En la suite frente al mar los novios no estaban engendrando a ningún nieto, sino todo lo contrario. Las cosas ocurrieron así:
Eulogita y Francisco Norambuena llegaron al hotel a las 12:30 de la noche.
—Tenemos reservada una suite de luna de miel —le dijo Eulogita a un conserje que dormía sobre el mostrador.
—¿Una qué?
—Una suite matrimonial —repitió ella, pegándole un codazo a Francisco para que dijera algo. Pero Francisco se mantenía mudo.
—¡Ah! Sí —terminó de despertarse el conserje del hotel—. ¿Cómo es su nombre, señorita
—Señora —lo corrigió Eulogita—. La suite está a nombre de mi marido, Francisco Norambuena.
El conserje los acompañó hasta el ascensor y todo lo que pasó de allí en adelante tuvo ese inconfundible olor de las desgracias. En el ascensor, Francisco Norambuena continuaba mudo.
—Algo te pasa, Francisco —le dijo Eulogita, que ya empezaba a preocuparse, y él la miró con una lejana tristeza y no le dijo nada.
Entraron a la pieza. Era preciosa. Delante de ellos se abría el mar y a lo lejos se veían las luces de una ciudad.
—¿Estás contento, mi amor? —preguntó Eulogita, abriendo las cortinas.
Francisco Norambuena esbozó un atisbo de sonrisa y dijo:
—Sí, mi amor.
Eso sería lo último que hablaría por un buen rato.
Eulogita entró al baño para quitarse el vestido de novia y ponerse la vaporosa camisa de dormir que mi tía Eulogia le compró en Miami, y al poco rato apareció en la pieza hecha una princesa flotando en gasas blancas.
Francisco Norambuena seguía vestido de pies a cabeza, sentado al borde de la cama y con una expresión de terror tan grande, que Eulogita se asustó.
—Pero, Francisco, ¿qué pasa?
—Me da miedo —dijo él, por fin.
—¿Miedo de qué?
—De las mujeres de hoy —dijo él.
—Pero, ¿de qué estás hablando? —se alarmó en serio Eulogita.
—De eso.
—¿Tienes miedo de mí?
—De todas —musitó Francisco.
Eulogita se sentó a su lado, le tomó las manos, se acercó a él y se dispuso a preguntarle, con paciencia de madre superiora, qué le pasaba. Entonces él se abrió y se lo dijo todo. Vivía aterrorizado por las mujeres de estos tiempos. Eran demasiado dominantes para él. Pretendían saberlo todo. Se hacían cargo de situaciones que no les correspondían. El tenía un carácter muy suave. Era sensible. Se ponía a llorar por cualquier cosa. La oscuridad lo atemorizaba. Siempre fue así, desde niño, le dijo. En la adolescencia tuvo una novia que se burló terriblemente de él porque, según ella, él no sabía besar como Robert Redford. El ni conocía a Robert Redford y no tenía idea de cómo besaba. Las mujeres de hoy exigían cosas que él, al menos, no era capaz de dar. Y nunca estaban contentas con nada. Una novia que tuvo hacía cinco años hasta le pegó porque él no quiso hacerle el amor en un potrero cerca de Milwaukee (fue en uno de sus viajes a Estados Unidos). El tenía su pudor. No era cosa de llegar y bajarse los calzoncillos en cualquier parte. Ese día se fijó que una vaca andaba pastando por ahí cerca. El no estaba para hacer el amor delante de una vaca. Aquel no era un escenario para hacer el amor, sino un picnic. Y, en general, se asustaba tanto con las mujeres de hoy, que fuese cual fuese la preparación, de todas formas no pasaba nada. El miedo lo dejaba impotente.
—Lo siento, Eulogita. Pero no podemos hacer nada esta noche, porque estoy realmente "apanicado" —se disculpó, al borde de las lágrimas.
—¿Qué quieres decir con que no podemos hacer nada? —preguntó Eulogita, tratando de hablar con su voz más suave.
—Nada de lo que se supone que haga una pareja que se acaba de casar y que está en su primera noche de luna de miel —dijo él, y ella se quedó mirándolo con un asomo de disgusto en sus ojos.
—Está bien —dijo—. Entonces no hagamos nada. ¿Cuál es el problema?
—El problema es que no sé si mañana se me haya pasado —tartamudeó Francisco Norambuena.
—Bueno, si no se te ha pasado, entonces mañana tampoco hacemos nada, ¿cuál es el problema? —se armó de paciencia Eulogita. Pero es necesario añadir que a estas alturas ya estaba preguntándose si no se habría equivocado al casarse con Francisco Norambuena.
Y así las cosas, llegó el día en que la luna de miel terminó y Eulogita seguía virgen como el primer día.
—¿Cómo te fue en la luna de miel, hijita? —quiso saber mi abuela.
—No me fue —dijo Eulogita y le explicó lo que había ocurrido en el hotel frente al mar. Entonces mi abuela, que era sabia por naturaleza, le dijo:
—Mira, mi hijita, si te hubieras dejado de feminismos y fundamentalismos, y hubieras hecho lo mismo que hice yo con Reinaldo Rojas, antes de casarme con tu abuelo, tal vez te habrías casado con este mismo hombre miedoso... pero ya estarías embarazada.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, DICIEMBRE 26 DEL 2000