LOS INDUSTRIALES VENEZOLANOS DAN UN EJEMPLO
Publicado en
agosto 03, 2014
La ayuda a sí mismo, la educación, y la obligación que se han impuesto los empresarios, son los tres factores esenciales de un plan que transforma hoy a toda una nación.
Por Ronald Schiller.
"ESTE PAÍS ya no puede seguir tolerando a una clase capitalista que no muestra interés por los inmensos problemas sociales de la nación", me decía hace poco, en una visita que hice a Venezuela, un personaje de aquel país.
"No podrá sobrevivir una cultura en la que se culpa al pobre de su pobreza, en la que constituye un principio económico la norma de que vele cada quien por sus propios intereses", me advertía otro.
¿Se trata acaso de afirmaciones incendiarias de agitadores profesionales? Nada de eso. Esas palabras expresan el credo alentador de los industriales y hombres de empresa venezolanos que dirigen un movimiento sin precedente en Iberoamérica y tal vez en el mundo: el llamado "Dividendo Voluntario para la Comunidad". Su fin es reforzar la democracia y mitigar la terrible pobreza que existe en este país en desarrollo, no por medios filantrópicos, sino aumentando las oportunidades económicas y modernizando costumbres y conceptos que imperan en la nación desde hace siglos.
La insignia del "Dividendo", que figura en el papel timbrado de sus socios y en escaparates y anuncios, ha llegado a ser casi tan conocida de los venezolanos como su propio emblema nacional, y su propaganda les llega 2000 veces al día por la televisión, la radio y los diarios. Pertenecen ya al Dividendo cerca de 500 empresas venezolanas y de sucursales locales de varias casas extranjeras que pagan además una cuota considerable por ese privilegio: del dos al cinco por ciento de sus beneficios anuales. En 1967 esos "dividendos voluntarios" cubiertos a la comunidad sumaron un total equivalente a cerca de 15 millones de dólares.
No menos importantes son el tiempo y el talento administrativo que los socios aportan al movimiento. Hay presidentes de compañías que han vuelto a la escuela con el propósito de estudiar los problemas sociales y buscarles solución. Otros empresarios se han trasladado al extranjero para ver por sí mismos en qué forma han resuelto otros países sus propios problemas. Las grandes compañías alientan a sus jóvenes directores a trabajar como voluntarios en los barrios bajos. "Si no adquieren sensibilidad para captar los problemas de Venezuela, no podrán ser buenos directores", comenta Charles Urruela, presidente de la directiva de las acerías Sivensa.
Que los hombres de empresa se preocupen por los problemas sociales es un hecho verdaderamente revolucionario en Venezuela, país que se ha enriquecido con el petróleo y donde era especialmente profundo el abismo tradicionalmente abierto en Iberoamérica entre ricos y pobres, pues los primeros, que constituyen el tres por ciento de la población, disfrutaban del 30 por ciento del ingreso nacional, mientras las clases inferiores, es decir, el 35 por ciento de los habitantes, se repartían apenas el siete por ciento de ese ingreso. Medio millón de personas (13 por ciento de la mano de obra de la nación) carecían de empleo o no contaban con medios suficientes para sostener a sus familias. Y, lo que es peor, con la elevada natalidad el número de pobres aumentaba en 100.000 al año. El 40 por ciento de los habitantes de los barrios bajos y de los pueblos eran analfabetos. Más de la mitad de sus vástagos eran hijos naturales; alrededor de 173.000 niños abandonados vagaban por las calles de las poblaciones venezolanas. Solamente la mitad de los chiquillos de los barrios bajos asistían a la escuela, y el 80 por ciento de estos escolares la abandonaban al llegar al tercer curso de primaria, con lo cual se cerraban la puerta de los empleos que proporciona la sociedad industrial moderna.
Los esfuerzos hechos por el gobierno democrático para aliviar esos extremos de pobreza fueron un fracaso, y la miseria popular iba en aumento. A principios de 1963 el país estaba amenazado por una verdadera bomba de tiempo cuyo tictac sonaba con fuerza y claridad inconfundible. La cercana Cuba se había echado ya en brazos del comunismo y Venezuela parecía destinada a correr igual suerte.
Fue entonces cuando entraron en acción los progresistas industriales citados al principio de este artículo: don Eugenio Mendoza, el capitalista más distinguido de Venezuela, Ivan Lansberg, presidente de la Asociación Venezolana de Ejecutivos y el Dr. Alfredo Anzola, de la compañía petrolera Creole. Los tres estuvieron de acuerdo en que sólo la movilización total de los negocios del país bastaría para hacer frente a la amenaza, y por tanto invitaron a 120 dirigentes de la industria y el comercio a reunirse con economistas y sociólogos en Maracay, y discutir con ellos los posibles medios para evitar un desastre.
Los delegados llegaron a cuatro conclusiones importantes: que Venezuela no podría salir del atolladero si no educaban y adiestraban a la población para que se sostuviera a sí misma y ayudara a la economía nacional; que el auge de la libre empresa era el camino mejor para proporcionar los empleos, alimentos, bienes y servicios que reclamaba la creciente población del país; que los hombres de empresa tenían la obligación ineludible de encabezar una serie de programas piloto para lograr mejoras educativas, sociales y económicas; y (algo particularmente inusitado en Venezuela) que los mismos menesterosos deberían participar activamente en la campaña para incorporarlos a la democracia venezolana como ciudadanos dignos, capaces de valerse por sí mismos. Por consiguiente, se fundó el Dividendo sobre el objetivo de estas piedras angulares.
En la misma y trascendental reunión se resolvió que la tarea de llevar a efecto el programa señalado quedaría en manos de organismos de acción social no lucrativos, ya existentes o que se fundaran al efecto. El papel del organismo principal estribaría en reclutar más empresas y más hombres de negocios en favor del movimiento, dar a conocer a la gente los objetivos perseguidos y reunir los fondos que necesitaran las agencias privadas.
La tarea más apremiante a que se ha aplicado el Dividendo es la educación, que tiene asignada la tercera parte de su presupuesto. La mitad de los barrios bajos de Venezuela carecen de escuelas. La misión de contribuir a remediar esta deficiencia se ha puesto en manos de un notable organismo que se llama Fe y Alegría (fundado en 1955 por el sacerdote chileno P. José Vélez), que ha construido ya más de 50 escuelas para 30.000 niños y ha preparado a 200 maestros.
Para apreciar la magnitud de la obra que cumple Fe y Alegría, veamos lo ocurrido en el barrio Unión Petare, que en 1960 era una de las zonas más densamente pobladas y más insalubres de la Tierra. La sangre de los mataderos situados en la montaña contigua corría a lo largo de las calles de tierra y de las zanjas en que jugaban los niños. El hedor era tan terrible que los visitadores sociales de Fe y Alegría tenían que taparse la nariz con mascarillas para no desfallecer. Los muchachos del lugar, que no sabían leer ni escribir, se dedicaban desde temprana edad a la mendicidad, a la prostitución y a la delincuencia. La policía misma no osaba entrar en aquel lugar.
Los vecinos del barrio opusieron tenaz resistencia a la nueva escuela. Fue necesario traer de otros lugares trabajadores voluntarios que se encargasen de subir a cuestas, hasta la cima del monte, la madera, el cemento y la piedra necesarios para la construcción. Las monjas que iban a enseñar eran víctimas de constantes vejaciones.
Sin embargo, una vez que estuvo terminado el edificio de seis pisos, se inició una notable transformación. Los niños acudieron en masa a las clases, e incluso el líder comunista de la localidad inscribió en ellas a sus hijos y prometió dar protección a maestras y trabajadores.
En la actualidad la escuela proporciona educación, adiestramiento vocacional y comidas calientes a más de 1000 niños desnutridos, cuyos padres deben pagar una cuota de un bolívar por semana, si pueden sufragar este gasto. La escuela permanece abierta 14 horas al día, dando enseñanza a las chicas por la mañana, a los muchachos por la tarde, y por la noche a los adultos; asisten de 80 a 114 alumnos por clase. La escuela cumple además las funciones de centro cívico y social de la comunidad; sirve también como lugar de reunión y dispensario médico, así como de oficina de correos para los habitantes del lugar, pues a los carteros les resulta imposible localizar sus casuchas.
El nuevo sentimiento de orgullo cívico que la escuela ha inspirado en los habitantes del barrio, obró en él no pocos cambios. La presión política ejercida por los residentes ha inducido al municipio a retirar los mataderos, a pavimentar las calles principales y a abrir acequias de hormigón. Asimismo se han construido varias escuelas de párvulos destinadas a la instrucción de niños en edad preescolar, y de sus madres. El barrio Unión Petare tiene todavía un largo camino que recorrer, pero al menos ya ha surgido en él la esperanza.
Igualmente importante para el programa puesto en marcha por el Dividendo es ACCION en Venezuela, organismo fundado en 1961 por el joven californiano Joseph Blatchford y que actualmente sirve a más de 30 comunidades pobres. Una de ellas es el distrito caraqueño que lleva el nombre de Isaías Medina, cuyas maltrechas viviéndas solían precipitarse colina abajo después de algún aguacero y donde la gente gastaba hasta una quinta parte de sus escasos ingresos en traer agua en pipas. En los seis años transcurridos desde la llegada de los Accionistas, los residentes del distrito han levantado muros para detener la erosión, han pavimentado la calle principal, han instalado tuberías para el agua, fosas sépticas y alumbrado público, han renovado un edificio abandonado para emplearlo como escuela primaria, han construido un parque de juegos, han ayudado a iniciar un plan de distribución de leche para los niños del lugar y han erigido un centro comunal donde los adolescentes reciben instrucción profesional en contabilidad y trabajos de oficina, en costura y panadería.
Los fondos necesarios para el sostenimiento de estos programas se obtienen de empresas privadas y de particulares, y se aplican por conducto del Dividendo. A los organismos gubernamentales y a los proveedores privados se les invita a contribuir con equipo y materiales de construcción. La gente del pueblo proporciona gratuitamente su trabajo, alentada por la dirigente que ella misma ha elegido: Josefina Hernández, fogosa montañesa que no sabe leer ni escribir. "Nadie está obligado a participar en esta obra", insiste Josefina. "La mayoría lo hace por entusiasmo; otros, por razones prácticas". Cuando se estaba tendiendo la cañería para la introducción del agua, Josefina anunció que solamente aquellos que trabajasen en la obra podrían contar con el precioso líquido en su casa; los otros tendrían que tomarlo de la bomba instalada en alguna esquina. Casi el total de la población del distrito se presentó a trabajar.
"El cambio obrado nos causa el efecto de un soplo de aire fresco", explica cierta joven Accionista. "Una vez que la gente comprende lo que puede hacer con sus propias manos y su inteligencia, se esfuerza en vencer su apatía. Por primera vez en su vida piden que se les enseñe algún oficio y empiezan a buscar cualquier trabajo permanente".
El ideal de la ayuda a sí mismo llega hasta las empobrecidas zonas rurales de Venezuela gracias a un tercer, y ya notable, organismo conocido por IVAC, o Instituto Venezolano de Acción Comunal, que fundó en 1962 Carlos Acedo Mendoza, individuo de la directiva del Dividendo. La meta del IVAC estriba en poner fin al éxodo de las familias campesinas hacia los barrios miserables de las ciudades, tratando de que la vida les sea más atractiva y económicamente más provechosa.
Del mismo modo que ACCION, el IVAC se ocupa, sobre todo, en hallar y adiestrar dirigentes rurales. A los candidatos que prometen se les invita a asistir a un arduo curso de tres meses en el centro que el organismo tiene en Guayabita, donde chicas y muchachos adolescentes estudian materias tan esenciales como economía doméstica y agronomía. De igual importancia son los cursos sobre la manera de.organizar cooperativas rurales, de valorar las necesidades locales y preparar presupuestos para satisfacerlas, así como de obtener asistencia pública y privada para diversas obras destinadas a mejorar su propia situación.
Los graduados en Guayabita regresan a aldeas tales como el caserío Las Colonias, situado al pie de los Andes, cuyos 2000 habitantes son, en su mayoría, analfabetos y verdaderamente pobres, que en sus parcelas cultivan a duras penas maíz bastante para alimentarse escasamente durante tres meses al año. Los graduados del IVAC que actualmente se hallan de servicio en el lugar son Julio Castro y Felicitas Meléndez. Felicitas enseña a las mujeres del caserío a cocinar, a coser y a conservar alimentos, así como los rudimentos de nutrición, salubridad y cuidado de los niños. Julio instruye a los varones en carpintería elemental y en los principios de un mejor cultivo de la tierra. Con la fundación de una cooperativa mercantil, Julio ha logrado que resulte provechoso para las familias del caserío aumentar el número de gallinas, criar cerdos y recoger miel de abeja para venderla en las ciudades. También ha conseguido persuadir a esas familias para que cultiven hortalizas y críen conejos para completar su alimentación de yuca, frijoles negros y maíz, que es pobre en vitaminas.
Tanto la moral como las perspectivas económicas de los habitantes del caserío Las Colonias van mejorando. Hace ya cerca de seis meses que ninguno de los lugareños se ha mudado a la ciudad. "¿Cómo voy a marcharme ahora?" exclama un jefe de familia que estaba ahorrando para pagar el viaje en autobús. "Mi mujer encabeza la comisión de sanidad, mi hijo es uno de los jugadores del nuevo equipo de béisbol; mi hija ha ido a cantar en el palacio del gobernador del Estado con el coro de que forma parte; y hasta yo mismo estoy ganando un poco más de dinero".
Si bien los tres organismos mencionados son los principales encargados de dar cumplimiento al programa de Dividendo, hay ya otras 212 agencias de acción social establecidas o financiadas por el Dividendo y sus socios. En conjunto, estos organismos y agencias hacen sentir su influencia en casi todas las fases de la vida social, económica y cultural de Venezuela. Por ejemplo, hay un programa de aprendizaje previo, fomentado por el Dividendo, que proporciona adiestramiento vocacional a 8600 jóvenes. La Fundación Eugenio Mendoza construye casas y apartamentos que venden al costo entre los trabajadores, con los intereses hipotecarios más bajos del país. La compañía de petróleo Creo, le gasta 1.380.000 dólares al año en su programa de mejoras sociales, y la empresa Shell Oil, por su parte, desembolsa casi otro tanto con fines semejantes.
Entre las clases más privilegiadas de la nación el movimiento goza de creciente apoyo. Los graduados de las universidades venezolanas, y varios jóvenes oficiales del Ejército y la Armada, se están alistando en número cada vez mayor en los programas de acción social. Las agencias pueden disponer ya de los servicios de 10.000 médicos y dentistas voluntarios. Para los arquitectos ha llegado a ser cuestión de honor y de orgullo profesional aportar proyectos y planos para escuelas y otras obras destinadas a los barrios pobres, como lo es para los ingenieros la tarea de dirigir en sus horas libres los programas de construcción comunales; para los contratistas, facilitar camiones, tractores y otro equipo durante el fin de semana; para los proveedores, donar materiales de construcción, medicamentos y microscopios a los dispensarios, y máquinas y utensilios a los talleres.
Una prueba más del éxito ya alcanzado por el movimiento es el interés que ha despertado en otras naciones acosadas por parecidos problemas. Fe y Alegría y ACCION se han extendido a otros países iberoamericanos, y los visitadores sociales del Perú y aun de Portugal han acudido a Venezuela con el propósito de observar y adaptar los cursos de adiestramiento del IVAC. Ya se han fundado organismos, semejantes al Dividendo por su concepción, en Brasil, Chile, Perú, México y la República Dominicana (y también en la lejana Corea del Sur).
Si bien de gran importancia, esos frutos no son aún suficientes para hacer frente a las múltiples necesidades sociales y económicas de Venezuela y del resto de Iberoamérica. Sin embargo, como ya lo dicen los fundadores del Dividendo: "Nunca pensamos que el Dividendo pudiera llevar a cabo esta tarea por sí solo. Nuestro propósito se limita a sembrar semillas que echen raíces y prosperen por su propio impulso, y eso es precisamente lo que está sucediendo".