Publicado en
junio 29, 2014
¡Las mujeres lo adoran! Es un hombre que cuida su cuerpo, se viste a la moda, se da masajes, no permite que le crezca la barriga, sabe cocinar y, lo más importante, es sensible y escucha a su mujer. ¿ Un afeminado? ¡No!
Por Elizabeth Subercaseaux.
Muchos se preguntan qué es, exactamente un metrosexual. Pues es un tipo que a las mujeres simplemente les encanta. Un hombre que cuida su cuerpo, se da masajes, va a la peluquería, se preocupa de que sus cejas no anden disparadas como cohetes, se viste a la moda, se perfuma y por nada del mundo permite que le crezcan la panza ni las uñas. Pero hay más: el metrosexual sabe cocinar un plato exquisito, es un hombre bien informado que siempre tendrá algo interesante de qué hablar. Y tal vez lo más importante: escucha y se interesa. Lo que estás oyendo: escucha a su mujer, a su amante, a su amiga, a su colega en el trabajo. Además es sensible. ¡Ah!, estarás diciendo, el tipo es afeminado. Y no, no es afeminado, es metrosexual, un hombre nuevo, siglo XXI, moderno, rico para querer, viajar y estar con él en todas partes. Seguro que estarás con los ojos abiertos como platillos voladores... ¿Me estás diciendo que en el planeta Tierra hay un hombre que se preocupa de su apariencia, que no deja que le salga barriga, que se interesa por lo que hablan las mujeres? ¿Conversa? ¿Y se viste a la moda? ¡Madre santa! ¿Quién es así?
Los hay, y cada vez más... Jude Law, por ejemplo, es un auténtico metrosexual. Y no está solo. Hoy por hoy hay miles de bombones bien vestidos, perfumados, que van al gimnasio, se liman las uñas, se limpian la piel de la cara, se echan crema en el cuerpo, y se preocupan de verse bien, de que su mujer jamás se avergüence de ellos.
La época en que los hombres eran atractivos hasta el día después de la boda y de allí en adelante echaban panza y ronquidos, quedó atrás. Los "sapos antisexuales", como los llamó la escritora venezolana Ana Flor Raucci, ya no interesan. Y la movida es simple: o cambias o te quedas solo. Ese marido que no se perfuma, que no sabe lo que es echarse una crema en la cara, que se va poniendo cada vez más gordo y feo, que anda en chancletas y en bermudas luciendo sus piernas llenas de pelos disparados y pegado al fútbol con una cerveza en la mano... ese ya no le gusta a ninguna mujer. ¿Por qué va a elegir a uno de esos habiendo cada vez más metrosexuales dando vueltas por ahí?
Pero como de todo hay en la viña del Señor, también hay algunas que siguen pegadas a la idea de su gordo que no las deja dormir con los ronquidos, que se pone las pantuflas y estira la mano para que le pasen el trago. Y ella al lado, contenta de que su gordo esté ahí y no con la de la esquina.
Y si el gordo trata de cambiar porque ve en su oficina que los metrosexuales no solo conquistan los mejores puestos sino la atención de todas las mujeres, va a un spa para reducir la barriga, se echa una cremita para cuidar su cutis... su mujer, espantada, le pregunta: "¿Cómo se llama él?", creyendo que a su gordo le empezaron a gustar los hombres.
Sin embargo, la mayoría de las mujeres se da cuenta de que un hombre sensible, preocupado de su apariencia, es mil veces más atractivo que el "sapo antisexual". Más agradable.
Da gusto mirarlo. Es un placer dormir con él. Es entretenido para conversar. "¡Otra cosa, mariposa!'', decía la tía Eulogia, que fue una de las primeras en hacerse cargo del cambio en los hombres y buscar para compañía suya un metrosexual. Y Roberto, que de tonto no tenía un pelo, lo entendió.
Cuando volvieron a vivir juntos se dio cuenta de que las cosas tenían que cambiar, ya nada podía ser como antes; ya no podría regresar de la oficina por las noches, preguntar a gritos qué hay de comer, pedir su trago y acostarse a ver televisión, como si su mujer fuera de aire y sus hijos no existieran. Ya no sería posible salir con la flaca de la esquina porque "una canita al aire no le hace mal a nadie", ni quedarse hasta las mil quinientas con los amigos en un bar, porque al fin y al cabo, a la "vieja" no le quedaba otra que entenderlo y aguantarlo... ¡Ah, no! Nada de eso funcionaría en este segundo intento de ellos dos. Eulogia, para empezar a conversar, había cambiado hacía ya mucho tiempo. Ya no era el ama de casa resignada a que él se fuera con la flaca de la esquina, siempre a la espera de mejores tiempos. ¡Cómo se le ocurre! Se había convertido en una profesional, empresaria, dueña de sus propios pesos y, por lo tanto, de su propia vida, su independencia.
El cambio de Roberto comenzó un día en que la tía Eulogia y él se encontraban en un café charlando de lo humano y lo divino. En un momento la tía Eulogia comentó que, así como a los hombres les gustaban flaquitas, perfumadas, depiladas, las manos suaves y cuidadas, a ella le gustaba lo mismo en su hombre.
—Mi hombre — dijo — debe ser como un metrosexual.
Roberto sintió que el corazón le daba vuelta. Su hombre era él, ¿o no? Y si era él, lo primero que debía hacer era averiguar qué diablos era aquello de metrosexual. Después de despedirse de ella se dirigió a la casa de su mejor amigo, experto en mujeres, modas, libros, películas, y le preguntó si sabía lo que significaba metrosexual. El amigo no tardó en explicarle, explicarse más bien dicho, pues él se consideraba uno de ellos.
—¿Perfumado, limpieza de cutis, manicure? ¿Pretendes que yo haga esas cosas de afeminados?
—¿Por qué la limpieza y el cuidado del cuerpo va a ser de afeminados? ¿De dónde sacas eso? — preguntó el amigo, impactado por el retraso de Roberto, quien mal que mal apenas tenía un poco más de 40 años y razonaba como un troglodita—. ¿Prefieres estar gordo, hinchado, con el colesterol alto, las narices taponadas de pelos, roncando como una foca y tu mujer mirando para el lado, para el frente y para atrás porque la visión de tu dejadez la deprime? A ti te gusta una mujer coqueta, sexy, actualizada y linda, ¿o prefieres hacer el amor con una de senos caídos y las uñas sucias? Pues a ellas les pasa igual. Y, además, prefieren tener un marido con sensibilidad.
—¿Pero cómo hago para ser sensible?
—Déjate llevar por el instinto, por tus emociones, no le tengas temor a la blandura y al cuidado de ti mismo. Nunca ha sido malo cuidarse; comer lo recomendable y sano, y verse mejor.
Y así fue como empezó a darle unas lecciones que ayudaron a Roberto, quien, poco a poco, sintió que su cabeza se abría a otra realidad, a otra manera de ser, a otra vida.
Dos meses más tarde, estaba haciendo cosas que nunca en su vida hubiera pensado posibles para él. Se hizo una limpieza de cutis, se propuso hacer una dieta rica en frutas, verduras y granos, y pobre en grasas, comenzó a hacer ejercicio todos los días, y cosa realmente increíble: tomó clases de cocina. Seis meses después, estaba convertido en un perfecto metrosexual.
Al comienzo, la tía Eulogia lo vio con cierta desconfianza. ¿Se había enamorado de otra? ¿Qué significaba este Roberto flaco, lavándose el pelo con un champú de miel para pelo graso, comiendo cereales y yogures, y haciendo ejercicios a diario?
Un año más tarde, experimentaba en carne propia lo que era estar casada con un metrosexual. Las cosas que al principio los separaban ahora los unían. Las conversaciones se hicieron largas y divertidas. Roberto la escuchaba, y él mismo descubrió que su mujer era inteligente y vivaz. El había perdido peso y se veía 10 años más joven; se vestía en una buena tienda. Cuidaba de su apariencia. ¡Y cocinaba! Pero lo más interesante era su cambio de actitud, su cambio interior. Por primera vez en los años que llevaban juntos, Roberto la estaba viendo, ¡a ella!, no a la idea de ella que él se había hecho.
—Es que se convirtió en metrosexual —le decía su hermana menor, que estaba casada con otro de ellos.
Lo cierto es que la vida de Eulogia dio un cambio de 180 grados. Ya no eran un perro y un gato viviendo bajo el mismo techo, uno de Marte, otro de Venus, sin verse, ni quererse, sino una pareja que se entretenía. Roberto había cultivado tan bien su parte femenina que hasta él empezó a enamorarse un poco de sí mismo, él, que siempre vivió acomplejado por su gordura, sus manías y su mal matrimonio.
Y un día, el hijo menor entró corriendo a la pieza de su mamá. Venía agitadísimo diciendo que su papá se había transformado en ser humano. La tía Eulogia le preguntó qué quería decir con eso.
—Mamá, es la primera vez en la vida que me pregunta si soy feliz y no qué nota saqué en la universidad. Mi papá me ha preguntado si no me falta algo, si me gustaría conversar con él, ir juntos a tomarnos una cerveza. ¿No te parece un milagro?
Eulogia respiró profundo y le dijo que su papá era un hombre moderno, inteligente. Había comprendido que las mujeres han cambiado y no estaba dispuesto a seguir aferrado a los viejos conceptos y a perder terreno. Mal que mal tenía 40 años, le quedaban otros 40 por vivir y quería ser un hombre diferente.
—¡Wow! —exclamó el chiquillo—. ¿Así que por fin se le abrió la mollera a mi viejo?
—Por fin —dijo la tía Eulogia, feliz.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, DICIEMBRE 19 DEL 2006