NEVADA, TIERRA EXTRAÑA Y SOLITARIA
Publicado en
junio 22, 2014
Caballos a la puesta del Sol en un pastizal del camino, al nordeste de Elko.
El juego, las ciudades abandonadas y los desiertos, quizá sea lo que primero se ve en este Estado norteamericano de la frontera del Oeste, pero sus riquezas son de una variedad infinita.
Por Don Wharton.
SI SE cruza en automóvil el desierto del Gran Lago Salado de este a oeste, después de perseguir repetidos espejismos, se divisa finalmente una montaña gigantesca y simétrica que eleva su maciza mole sobre la planicie circundante. Es el pico Piloto, hito de los buscadores de oro que en 1849 se dirigían a California en sus caravanas de carretas cubiertas.
En este pico Piloto comienza el Estado de Nevada, vasto, extraño y solitario. Es el más seco de la Unión Norteamericana; crecen allí 28 especies de cactos, y la lluvia no llega a 18 centímetros por año. Se cultiva menos del uno por ciento de sus tierras. Sólo seis Estados de ese país son más grandes, y sólo tres tienen menos habitantes. Es posible recorrer en él 65 kilómetros sin ver una casa, un almacén o un árbol.
Muchos forasteros piensan en Nevada como un páramo, lugar que conviene evitar, a menos que se vaya a jugar. En realidad hay allí panoramas campestres espléndidos y, a pesar de su aridez, una extraordinaria colección de lagos y ríos. Poco después de pasar el pico Piloto, el viajero llega al río Humboldt, de poca profundidad y aspecto insignificante, pero que tuvo un papel destacado en la conquista del Oeste norteamericano. Su valle ofrecía a los buscadores de oro la ruta terrestre principal y más agradable hacia California, y por espacio de 588 kilómetros proporcionaba agua y, generalmente, pastos para caballos, mulas y bueyes.
Nos instalamos temporalmente cerca de las fuentes del Humboldt, en Elko, lugar que según cierto erudito es "probablemente el último pueblo auténtico de vaqueros de los Estados Unidos". Y, en efecto, vaqueros de toda laya frecuentan sus cafés y casinos. A unos cuantos minutos en automóvil están las espectaculares montañas Ruby, llamadas así porque los primeros exploradores creyeron que sus granates rojos eran rubíes. Sus picos se levantan a 3300 metros sobre el Great Basin, o Gran Cuenca. Mientras ascendíamos entre el granito erosionado del paso Secreto, veíamos nieve en las altas laderas; dos venados con orejas erguidas nos miraban desde un grupo de sauces enanos. Luego llegamos a la amplia y hermosa zona ganadera de los valles Secret y Ruby. La cría de vacas y ovejas constituye una de las tres industrias básicas de Nevada (el turismo y la minería son las otras dos), y el Distrito de Elko tiene muchos más animales que personas.
Peña del Elefante, escultura natural del Valle de Fuego.
Al otro lado de Elko tomamos un camino que ascendía por las redondeadas y ondulantes colinas de Tuscarora, cubiertas de salvia, hasta la mina de oro Carlin. Es la más importante descubierta en este siglo en Estados Unidos; el primer mineral aurífero se extrajo en 1965. Mucho antes de llegar a ella advertimos que estaban excavando toda una ladera de la montaña. Camiones con cargas de 65 toneladas descienden continuamente hasta la enorme extractora. Uno de estos grandes cargamentos de mineral rinde sólo unos 370 gramos de oro, pero la explotación resulta ventajosa. Hasta la fecha se ha extraído este metal por valor de 114 millones de dólares.
Continuando hacia el Oeste, seguimos un sendero que descubrió en 1833 Joe Walker, uno de los grandes exploradores montañeros. La ruta encontrada por él fue la que en 1869 tomó el primer ferrocarril trascontinental. Actualmente va por ella la carretera interestatal 80, la principal que cruza la nación de este a oeste. Durante cientos de kilómetros recorremos un terreno histórico, hasta que nos apartamos para visitar el lago de las Pirámides, bautizado así por el explorador John Fremont porque del agua surgen concreciones rocosas de forma piramidal.
Este lago contrasta mucho con el Tahoe, vecino suyo. El primero está en una zona desértica, y lo rodean colinas yermas, desgastadas por intensa erosión; es salado, no tiene desagües y muchos de sus promontorios e islotes están cubiertos de sedimentos grotescos y bulbosos de conchas. El Tahoe, en cambio, es uno de los lagos de montaña más bellos del mundo. En sus orillas, rocosas e irregulares, hay espesos bosques de abetos, pinos, cedros y alerces. El agua, dulce, es de una extraordinaria transparencia: en los días soleados se pueden ver claramente objetos sumergidos a 20 metros de profundidad.
Reno, situada más hacia el oeste que Los Ángeles, es un buen lugar para visitar la parte occidental del Estado. En esta región de Nevada las distancias no son tan grandes. Hay sólo 50 kilómetros a Carson City, cuya población que no llega a 16.000 almas la convierte en una de las más pequeñas capitales de Estado norteamericanas. Virginia City, 37 kilómetros más allá, es la más célebre de las ciudades estadounidenses fantasmas, o abandonadas, y cada año la visitan más de medio millón de personas. Entre los recuerdos de sus días de gloria figuran unas doce cantinas profusamente adornadas, exquisitas mansiones de los reyes de la plata y un teatro de la ópera donde al parecer exhibían más bien espectáculos picarescos.
Fue allí, en 1859, donde se descubrió el fabuloso filón de oro y plata Comstock. Hasta entonces Nevada y sus escasos cientos de habitantes sólo contaban como un alto en la ruta a California. Poco después Virginia City llegó a ser el centro minero más activo del continente. En 1864 Nevada ascendió a la categoría de Estado; poseía la población más reducida de todos los admitidos hasta entonces: 21.406 ciudadanos. Alrededor de 1878 la actividad minera llegó a su máximo, y las zonas de Virginia City y Gold Hill, en el Distrito de Storey, alcanzaron la cifra de 70.000 habitantes. Poco después se agotó la veta, y actualmente en todo Storey residen únicamente 695 personas.
Luego nos dirigimos hacia el sudeste, desde Reno a Las Vegas, que está a 719 kilómetros de distancia, y pronto llegamos al lago Walker. En casi todo el Estado el aire es puro, pero allí parece haber sido especialmente lavado, y la orilla opuesta del lago aparenta distar mucho menos de los 13 kilómetros que la separan de la nuestra. Atravesamos un desierto ondulado y sin árboles, donde unos yacimientos de bórax semejan campos de harina, y se alza una cordillera de intenso color de rosa. De pronto desaparece la artemisa y en su lugar crece una variedad de arbusto de madera resinosa. Aparecen cactos y yucas de flores color crema, y pronto pasamos por Goldfield, antes la mayor ciudad de Nevada y ahora una sucesión de manzanas de paredes derruidas. Después vemos las grandes dunas del desierto de Amargosa y, por último, Las Vegas.
En los bares, hoteles, cafés y casinos de esta populosa ciudad trabajan cinco veces más empleados que en todas las granjas de Nevada. Hay en Las Vegas una docena de hoteles cuyos casinos igualan en número de ruletas y en actividad al de Monte Carlo. Nevada es el único Estado norteamericano donde está legalizado el juego de azar como se practica en los casinos (en 1974 le dio un ingreso bruto de más de mil millones de dólares). El Estado ha permitido instalar 46.938 máquinas tragamonedas y las encuentra uno en todas partes: en farmacias, aeropuertos y tiendas de víveres.
Pero hay algo más que Las Vegas en la parte sur del Estado. En primer lugar figura, naturalmente, la maravilla de hormigón de la presa Hoover, de más de 221 metros de altura, una de las obras maestras verdaderamente grandes de la ingeniería de este siglo. Uno de sus extremos descansa en Nevada, el otro en Arizona, y, junto con la presa Davis, río abajo, proporciona energía eléctrica y agua a todo el sudoeste de Estados Unidos. El lago Mead, formado por la presa, tiene 185 kilómetros de largo y contiene agua azul Para cubrir todo el Estado de Nueva York con una profundidad de 30 centímetros. Luego encontramos un maravilloso lugar de arenisca roja llamado Valle de Fuego, cuyas rocas realmente parecen arder. Allí culebrea la carretera durante muchos kilómetros entre extrañas formaciones esculpidas por los elementos para que parezcan elefantes, dragones o colmenas.
Lago de las Pirámides, en la región desértica.
Penetramos después en una meseta de la cordillera de Spring Mountain, donde necesita uno mantas cuando el termómetro marca 35° C. en Las Vegas, que está a sólo 55 kilómetros de allí. En menos de una hora se pasa del cálido ambiente de cactos, yuca y arbustos resinoso, a otro subalpino de abetos, donde juguetean a sus anchas los alces y los ciervos.
Nevada es tierra de sorpresas continuas. Un día nos topamos con un médano movedizo que cruzaba la carretera. Se podían ver los dibujos sinuosos que formaba el viento, y cuando detuve el automóvil vimos pequeñas cascadas de arena que descendían de su cumbre y, debajo de éstas, arroyos de la misma que avanzaban lentamente hacia el suelo. En el seco y polvoriento desierto del Distrito de Esmeralda, rodeamos algunas colinas y encontramos todo el horizonte cerrado por el gran muro de la Sierra Nevada. Lo que contemplábamos era un panorama de indescriptible belleza.
Nos gusta Nevada en la primavera. Entonces las carreteras están casi vacías, y los pasos de la montaña abiertos en su mayoría; pero todavía hay bastante nieve en la parte superior de las laderas que forman el marco de bosques de hojas perennes. Una plantita, roja como la sangre, sobresale a través de la nieve, y en algunos de los elevados valles meridionales los arbustos resinosos crecen tan apretados que en kilómetros a la redonda el suelo parece haber sido segado. Allá abajo, en el desierto, flores rojas, blancas, anaranjadas y purpúreas salpican la vera del camino. Y a lo largo de los escasos ríos y arroyos los álamos temblones y chopos se adornan con hojas tiernas y nuevas, como damas de honor que siguen a la novia ataviadas con vestidos de color verde claro. ¡Con razón alguien ha dicho que el cielo es Nevada en primavera!