Publicado en
abril 27, 2014
UNA MAÑANA, mientras trabajaba a la máquina de escribir en mi oficina, situada en un rascacielos neoyorquino, oí música afuera de mi ventana. Al asomarme vi a dos pintores, en un andamio, que me sonreían picarescamente. Habían tendido un pequeño mantel sobre la parte exterior de la caja del aire acondicionado; sobre él habían colocado emparedados y tazas de café, y un pequeño radiorreceptor de transistores les proporcionaba la música para alegrar su refrigerio. Por señas me invitaron a compartir con ellos el café.
Terminada la colación, uno de los trabajadores recogió las sobras en una bolsa de papel, mientras el otro dobló cuidadosamente el mantel, que se metió en el bolsillo. La música se fue haciendo más débil a medida que los obreros fueron levantando el andamio al piso superior, para reanudar la tarea de pintar los marcos de las ventanas.
— M.H.
EN UNA visita a la cumbre del Pico Coronado, en el sur de Arizona, gozamos leyendo los comentarios que otros turistas habían escrito en el Libro de Registro del Servicio de Parques Nacionales. Una pareja del Estado de Misurí había puesto: "Tan bello como los montes Ozark". Un soldado decía: "Me alegro de volver a ver árboles".
Más adelante, con letra muy femenina, una damita de Arizona expresaba : "Me gusta esto porque estoy con Arnaldo".
— A.N.
AL TORNAR a rojo el semáforo, los peatones conscientes nos detuvimos en la acera. Solo una rubia deliciosa de ver se apresuró a atravesar la calle, pese a los autos que se venían encima. El agobiado agente de tránsito con frenéticos movimientos de los brazos y soplando el silbato, logró evitar un caos inminente. La damita, de minifalda y tentadora y suelta melena rubia, llegó al otro lado. Al acercársele el agente, ella le echó una mirada irresistible incluso para el guardia más estricto, y le dijo con dulce y armoniosa voz:
—Señor agente, me encanta su manera de dirigir el tránsito.
El rostro severo del guardia se convirtió en una sonrisa resplandeciente al responder:
—Gracias, encanto; y a mí su manera de interrumpirlo.
— R.P.G.
VISITANDO una población muy pequeña en el interior del país, me puse a conversar con un anciano del lugar que encontré sentado en un banco a la puerta de la tienda principal:
—Veo que aquí entre ustedes no existe el problema de la población —comenté.
—Se equivoca, joven —me dijo el viejo—: todos los problemas que hemos tenido, siempre los ha causado la población.
— O.H.
POR RAZONES de negocios me compré un magnetófono pequeño para grabar los pensamientos que se me iban ocurriendo mientras iba en el auto, o cuando estaba en casa por la noche. Una mañana me sorprendió grandemente encontrar a mi mecanógrafa desternillándose de risa mientras transcribía las grabaciones del día anterior. Picado de la curiosidad, le hice correr nuevamente la cinta. Escuchamos algunas observaciones de rutina; luego, tras una pausa, se oyó un ronco ruido, como el de un aserradero, al que siguió otro y otro más. Finalmente, con aire triunfante, oímos la voz aguda de mi mujer que decía : "¿Lo ves? ¡Ya te decía yo que roncas de noche!"
— J.A.G.