LA TÍA EULOGIA SE DIVORCIA
Publicado en
marzo 09, 2014
Cuando Roberto se enamoró de la crespa de la oficina, ni mi tía ni la flaca de la esquina pudieron retenerlo... Y un día, llegó a la casa con un desconocido: "Eulogia, te presento a don Firulauta Acevedo, abogado, experto en divorcios", le dijo.
Por Elizabeth Subercaseaux.
Ni en la más cruel de sus pesadillas se habría imaginado la tía Eulogia lo que le deparaba el destino. Toda su vida había compadecido a las mujeres cuyos maridos se enamoraban de otra y las dejaban plantadas en la mitad de la vida, con sus niños sin papá en la casa, sus ilusiones hechas pedazos y mucho más pobres que antes. No, a ella jamás le ocurriría algo así. Roberto era un perejiliento de la peor especie, de acuerdo, llevaba varios años saliendo con la flaca y ahora andaba suspirando por la crespa de la oficina. Pero nada de eso había afectado los lazos profundos que los unían. Mal que mal habían tenido hijos, vivido muchos años juntos, juntos habían enfrentado los buenos y malos momentos de su matrimonio. Y lo más importante: Roberto, perejiliento y todo, la amaba.
Pero todo iba a cambiar.
Cuando Roberto se enamoró de la crespa, ni mi tía Eulogia ni la flaca le dieron la menor importancia.
—No te preocupes, Eulo, ya volverá a nuestros dominios —la consolaba la flaca.
Mi tía Eulogia la miraba con una pizca de rabia, pues al fin y al cabo, la propia flaca no había sido capaz de mantenerlo tranquilo a su lado.
—Puede que tengas razón, flaca, pero ¿qué hacemos si no vuelve?
—No nos pongamos el parche antes de la herida, Eulo, si no vuelve, tenemos tres alternativas: matamos a la crespa, lo matamos a él, o nos matamos nosotras.
—¡No seas bárbara! Tiene que haber alguna solución mejor que esa —gritaba la tía Eulogia, desesperada.
—Bromeaba, mujer... no te acongojes antes de tiempo, porque Roberto va a volver. Lee mis labios: va-a-vol-ver.
La flaca se equivocó medio a medio. Roberto no solo no volvió, sino que un día —mi tía Eulogia lo tiene marcado con una cruz negra en su calendario— llegó a la casa con un desconocido.
—Eulogia, te presento a don Firulauta Acevedo, abogado, experto en divorcios.
—Mucho gusto, encantada, don Firulauta. ¿En qué dices que es experto?
—En divorcios, señora —respondió don Firulauta, muy serio.
—¡Ah!, mire usted, qué interesante. ¿Está trabajando en la oficina de Roberto? —preguntó, ingenua, sin sospechar que el abogado estaba allí para cursar los papeles de su propio divorcio.
—No —dijo Roberto— te lo iba a explicar, pero ya que está don Firulauta aquí, será mejor que te lo explique él.
Don Firulauta tomó la palabra.
—Roberto me ha contratado para hacer los trámites de su divorcio.
—¿De cuál divorcio? —preguntó la tía Eulogia con sus ojos tan abiertos como lunas llenas.
Y entonces Roberto tomó la palabra. Que él estaba perdidamente enamorado de la crespa, dijo, la crespa lo había puesto entre la espada y la pared, o se divorciaba o no la veía nunca más, "y yo, Eulogia, prefiero divorciarme, nuestro matrimonio, tú lo sabes, ha estado haciendo agua desde hace muchos años y creo que ha llegado el momento de poner fin a esta situación".
La tía Eulogia estaba lívida. Temblaba. No daba crédito a lo que oía.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó con la voz en un hilo—. ¿Me estás diciendo que te has enamorado y que te vas de esta casa, de tus hijos, de la flaca de la esquina, de la vida juntos? ¿Vas a echar por la borda todos estos años, lo que hemos construido, por una crespa que un día se te sentó en las piernas? ¿Eso me estás diciendo?
—Por duro que resulte para ti y para mí, sí, eso es lo que estoy diciendo —dijo Roberto, a punto de ponerse a llorar.
—¿Vas a dejarnos por esa crespa desarticulada? —preguntó la tía Eulogia—. ¿Por esa lagarta que el otro día le reventó los neumáticos al auto de la flaca?
—Sí —balbuceó Roberto.
—Tu historia, ¿no te importa? ¿Yo no te importo nada? ¿Y la flaca no te importa nada? —insistió.
—No... Es decir, sí, claro que me importan, pero me enamoré de la crespa, ¿qué quieres que haga?
—Ya no me quieres —dijo la tía Eulogia, con lágrimas en los ojos.
—Sí te quiero. Las quiero a las dos —dijo Roberto, dudando de si debió haberlo dicho.
Un mes después tuvieron otra reunión con don Firulauta, y luego una tercera y a los 6 meses los papeles estuvieron listos. Hasta que llegó un día —mi tía lo tiene marcado con dos cruces en su calendario— en que mi tía Eulogia, sintiendo que el corazón le estallaba en pedazos, firmó el final de su vida con Roberto.
Esa misma noche cayó en la clínica.
La primera visita que recibió fue la de la flaca. Venía toda vestida de negro, aun más esquelética de lo que había sido, demacrada hasta los huesos.
—¡Ay, Eulogia! ¿Quién iba a decir que nos iba a pasar esto, amiga? ¿Cómo has estado? —le preguntó.
—Mal, muy mal, deprimida, me la paso llorando, escucho la voz de Roberto cada vez que abro un grifo, lo veo dibujado en las ventanas, despierto y siento que sigue estando a mi lado. Lo echo mucho de menos, flaca.
—¿Qué piensas hacer?
—Voy a pasar una temporada en Iowa con la Domitila. Me llevo a la Dorotea. Vamos a estar dos meses por allá. A ver si con el cambio de aires, levanto cabeza. ¿Y tú?
La flaca se puso a llorar.
—No sé... realmente no lo sé. Mi vida se ha vuelto oscura y triste. Es como si el mundo hubiese dejado de girar y yo me hubiera bajado. Me siento caminando en el infinito, sin techo, sin piso, sin paredes. ¡Estoy perdida, Eulogia!
—¿Y sabías que se van a casar dentro de unos meses? —preguntó la tía Eulogia, quien dicho sea de paso, y gracias a los antidepresivos, estaba bastante mejor que la pobre flaca de la esquina.
—¡No me digas! ¡Van a casarse! Pero, ¿qué le pasó a Roberto? ¿Cómo te lo explicas, Eulogia?
—Mi única explicación es que la crespa le hizo un sahumerio a Roberto, no hay otra manera de entenderlo, querida flaca.
—¿Llamas sahumerio a sentársele en las piernas, ir a la oficina con un escote hasta la rodilla, una falda justo debajo dél calzón, y una vocecita de canario herido ofreciéndole el café?
—Mmmmmmm —fue el único comentario de mi tía.
—¿Y no podríamos hacerle un "contra sahumerio" para anular el suyo? —insistió la flaca.
—No creo que se pueda —dijo mi tía— y por último, mira, flaca, nosotras somos dos mujeres fuertes, inteligentes, ¿cómo no vamos a ser capaces de superar al perejiliento de Roberto? ¿Se quiere casar con la crespa? ¡Que se case con la crespa! Pero nosotras, ¿vamos a entregarnos a la tristeza, a la depresión y terminar suicidadas porque una lagarta nos quitó al marido? ¿A mi marido y a tu amante?
Así, entre las dos fueron dándose fuerzas para resistir lo que se les venía encima. Lo primero que acordaron fue asistir al matrimonio. Que la crespa sintiera, al menos, un poco de vergüenza.
Seis meses después, una tarde de primavera —los pájaros cantaban, la cordillera estaba brillante, el aire transparente— la crespa y Roberto se casaron ante un juez civil, en una de las municipalidades de Santiago. Asistieron solamente los familiares más cercanos, los hermanos de Roberto, sus primos, los padres y los tíos de la crespa y algunos amigos. Mi tía Eulogia y la flaca llegaron cuando la ceremonia había comenzado. En un momento el juez preguntó si alguno de los presentes se oponía al matrimonio, y un silencio helado y profundo recorrió la pieza, hasta que la voz de mi tía Eulogia paralizó el alma de Roberto:
—Yo, señor juez. Yo me opongo.
—¿Sus razones? —preguntó el juez, luego de carraspear.
—Roberto nunca va a dejar de quererme. Y me parece absurdo que se case con otra si sigue queriendo a su mujer —dijo la tía Eulogia.
—¡Está loca! Siempre ha sido una loca de remate —gritó, frenética, la crespa, sujetándose una corona de flores que se había puesto en la cabeza llena de rizos.
—Calma, calma en la sala —dijo el juez, y volviéndose a Roberto, le preguntó—: ¿Usted no tiene nada que decir?
—Sí —dijo Roberto—. Quiero decir que ya no quiero a mi primera mujer, que estoy enamorado de la crespa y quiero casarme con ella.
La tía Eulogia sintió que el piso se corría bajo sus pies, se apoyó en la flaca y ambas salieron del lugar, bajo las miradas acusadoras de los asistentes.
Esa noche, en medio de los vapores del valium 10, el ángel de la guarda de mi tía le sopló al oído:
—No te amargues. El perejiliento de Roberto se condenó, pero va a volver. Te doy mi palabra de ángel.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 25 DEL 2004