Publicado en
diciembre 01, 2013
Mi tía Eulogia estaba preocupada. Durante cinco meses, en su día de salida, la Domitila se encerraba en su cuarto con llave. "Estoy enamorada", confesó un día. "Lo conocí por Internet... ¿Quién iba a decirme que mi futuro marido iba a aparecérseme en una pantalla?... Voy a ir a conocerlo personalmente".
Por Elizabeth Subercaseaux.
La Domitila estaba rarísima. Tanto, que mi tía Eulogia empezó a preocuparse. Cantaba todo el día y la mitad de la noche, y en inglés, algo que nunca había hecho, pues solo sabía decir potato; empezó a hacer una dieta muy extraña, consistente en un filetón de carne de res y una papa asada con crema ácida. Según ella, era una dieta para adelgazar, pero la verdad es que estaba cada día más inflada. Pero lo más raro de todo es que en su día de salida, en lugar de ir al cine o a un restaurante con su amiga Eufemia, como siempre, se encerraba en su cuarto con llave y no salía de allí hasta el día siguiente.
—¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó mi tía después de cinco meses de vivir esta situación.
—Estoy enamorada —dijo la Domi.
—¡Enamorada! ¿De quién, mujer, si no has salido de tu cuarto en los últimos cinco meses?
—De Brian Cassidy.
—¿Y quién es ese, si puede saberse?
—Mi novio de Iowa.
Mi tía creyó que estaba soñando.
—Ya pues, Domi, déjate de tonteras —le dijo—. No tengo tiempo para esta estupidez. ¿Quién es ese Brian Cassidy?
—¿No me oyó? ¡Mi novio de Iowa! Se llama Brian Cassidy Jr., mide 2.13 metros (7 pies), pesa 80 kilos (180 libras), maneja un tractor y tiene los ojos color violeta.
Mi tía la miraba atónita.
—¿Y cómo lo conociste?
—En mi pieza. Por Internet —dijo la Domi, y luego le explicó que cinco meses antes, un día en que estaba aburrida de casi todo en la vida (de ella y de don Rober también), entró en Internet y se topó con un sitio donde se podía encontrar la "media naranja". Le pidieron sus datos y su e-mail, y al cabo de una hora ya tenía una respuesta. Un agricultor de Iowa, viudo, sin hijos, había respondido diciendo que ella era su perfect match. La Domi buscó en un diccionario y se encontró con que aquello significaba "pareja perfecta" y le contestó. Luego él le envió una foto y una carta muy cariñosa, "tú ser el amor que yo esperando, Doumitila, tú y yo esperando mismo cosa, el love para todo la vida, "¿do you love me?". Con la ayuda de sus instintos y de su diccionario, la Domitila había logrado descifrar esa primera carta y contestarle "yes, mai love, I love you". Esto puso aún más frenético de amor a Brian Cassidy y a partir de ese minuto no cesó la correspondencia, las fotos, los poemas, hasta un bolero que le mandó la Domi, previamente traducido al inglés por la Eufemia, que había estado dos veces en Miami. Luego de unas semanas, Brian le escribió diciéndole que la amaba con todo su ser, incluso con su tractor.
Mi tía escuchaba esta historia, perpleja.
—¿Y cuántos años tiene?
—33, la edad de Cristo —dijo la Domi, haciendo un gesto de orgullo en la boca.
—Bueno, eso no está tan mal, es más o menos de tu edad.
—Es estupendo, señora Eulogia, ¿quién iba a decir que mi futuro marido iba a aparecérseme en una pantalla? ¿No lo encuentra milagroso?
—¡No me digas que te vas a casar por Internet! —vociferó mi tía.
—Por Internet no, claro que no, señora, por Dios, cómo se le ocurre una barbaridad tan grande... Voy a ir en persona.
—¿A Iowa?
—Sí, pues, si él vive allá.
—¿Y si resulta ser un serial killer?
—Ahí me devuelvo —dijo la Domi—. Pero sé que no es un serial killer, me lo dice el corazón. Es el amor de mi vida.
La cosa es que dos semanas más tarde, la Domi partió a Iowa acompañada por mi tía Eulogia y Roberto, que serían los testigos de la boda. Roberto, por supuesto, iba de mala gana.
—Esta es una chifladura de las peores, Eulogia, lo más probable es que se trate de una broma, o que esas cartas las haya enviado un niño, hasta una mujer, o un gángster que se estaba entreteniendo a costa de la ingenuidad de la Domitila.
Pero estas aprensiones estaban llamadas a despejarse en cuanto llegaran al aeropuerto de Chicago, la primera parada, donde se suponía que Brian estaría esperándolos con un clavel rojo en el ojal.
Salieron de la aduana acarreando sus maletas y mirando hacia todos lados con el corazón en la boca. Era el mediodía y el lugar estaba atestado de gente. De pronto, abriéndose paso entre la muchedumbre, un vejete de unos 70 arios, apareció ante ellos luciendo un clavel rojo en la solapa izquierda. Le faltaban casi todos los dientes y apenas podía hablar.
Había quedado sin aire con la carrera.
—¿Are you Doumitila? —preguntó dirigiéndose a mi tía Eulogia.
—No, señor balbuceó mi tía—, es esta que está aquí —dijo señalando a la Domi, que miraba al viejo con la boca abierta y a punto de echarse a llorar.
—¿Usted es Brian? —preguntó cuando le salieron las palabras.
—¡Oh, no, no! —exclamó el viejo—. I am the Granpa... ¡Granpa! Abueulou... ¿Entendie, Doumitila?
Y así, en un medio inglés medio español, el viejo les dijo que él era el abuelo de Brian. Brian se había caído del tractor y estaba con las costillas rotas, pero ansioso de ver a su novia. En el viaje a Iowa les dijo que Brian se caía de todas partes, era un problema, siempre había sido igual, desde los 14 años.
—¿Y por qué? —quiso saber la Domi, pero el viejo, que era sordo como las piedras, no la escuchó.
La casa de Brian se encontraba en medio de una granja. Era una casa grande, llena de piezas, todas vacías y un gran porche con dos sillas verdes y un par de cojines con flores. La cocina ocupaba prácticamente todo el primer piso y la sala estaba llena de sacos de trigo. El abuelo los hizo pasar y les pidió que esperaran en la cocina. Le avisaría a Brian que ya habían llegado, dijo y desapareció. Unos momentos más tarde se escuchó algo así como el ruido que antecede a un terremoto y alguien (o algo) empezó a bajar las escaleras. Era Brian Cassidy. Cuando lo vieron aparecer casi les da un infarto. Un gigantón de casi dos metros de altura, inmenso y gordo como un armario de carne, se abalanzó sobre la Domitila y casi la ahoga con un abrazo de oso. Mi tía Eulogia se echó hacia atrás horrorizada. Y Roberto, a quien desde hacía mucho tiempo nada de lo que ocurriese en la familia le extrañaba, se quedó impávido, a la espera de los acontecimientos.
Sí, Brian era un gigante, como casi todos los granjeros de la zona, para el desayuno se comía tres huevos fritos con tocino, medio litro de leche, pan de campo y cuatro elotes con crema recién hecha por el abuelo; cada paso suyo era como 7 pasos de la Domitila, su vozarrón de trueno hacía temblar los vidrios de la casa, y se caía a cada rato. Pero era un encanto. Efectivamente, tenía los ojos violeta, el corazón blando y la mente despierta. Además, era romántico.
—love you more than my truck (te amo más que a mi tractor) —le decía a la Domi y esta, convencida de que truck, quería decir "vida" le contestaba:
—Yo también, mi love...
Lo cierto es que inmenso y todo, a la Domi le fascinó. Se sintió acogida por el cálido abrazo de aquel oso y declaró que estaba dispuesta a casarse con él.
—¡Pero, mujer, trata de sentar cabeza, en la luna de miel te va a aplastar como a una mosca! —vociferaba mi tía Eulogia, desesperada, no solo por la perspectiva de que la Domi se casara con el gigante de Iowa y se quedara allí para siempre, sino porque llevaban una semana durmiendo en un montón de paja, en la misma pieza que el abuelo, no había una parte del cuerpo que no le picara, y el abuelo tosía con los pulmones desgarrados y de una manera tan espantosa que la despertaba, y ella encendía una vela y se levantaba a verlo, convencida de que después de la última tos, había muerto.
—¡Y vas a tener que vivir en este pajal, llena de excremento de vacas y de gallina, haciéndote cargo de un viejo moribundo! ¿Esta es la vida que querías? —preguntaba, con los ojos saliéndoseles de las órbitas.
—Me enamoré de él en cuanto lo vi —decía la Domi y de ahí no la sacaba nadie.
La boda se produjo en la capilla del pueblo. Fue una ceremonia muy bonita y todo hubiera salido perfecto si al abuelo no se le hubiera ocurrido parar las patas justo cuando el ministro estaba preguntándole a la Domi si quería a Brian como esposo. Por unos momentos mi tía pensó que el casamiento se había ido al diablo, pero Brian, práctico como todos los granjeros de Iowa, sacó al viejo y lo dejó sentado afuera de la iglesia hasta que terminara la boda. Luego lo enterraron en el cementerio del pueblo y en honor a su vida ejemplar se suspendió la fiesta.
—Esto es un mal comienzo, Roberto, que el viejo haya muerto en medio de la ceremonia es un mal augurio —gimió la tía de regreso en el avión.
Pero mi tía se equivocaba. En ese mismo momento, en su nueva casa de Iowa, la Domi entraba al mundo de casada en brazos de su gigante, que subió la escalera de tres saltos y una vez arriba cayó al suelo con Domitila y todo. Gracias a la buena estrella de la Domi resultaron ilesos y esa noche inauguraron, en vivo y en directo, su amor por Internet...
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, ENERO 20 DEL 2004