Publicado en
octubre 06, 2013
Cuando la Domi vivió en los Estados Unidos, le impactaron muchas cosas: "Aquí todo tiene su valor en dólares, hasta la gente. Viera usted la de plata que ganan pateando pelotas", le escribió a mi tía Eulogia... "Y si el presidente anda en amores con alguien, al día siguiente sale en el periódico y puede perder el poder..."
Por Elizabeth Subercaseaux.
Vivir un tiempo en los Estados Unidos le sirvió a la Domitila para muchas cosas. Desde luego, se le ampliaron los horizontes, empezó a ver el mundo desde otra perspectiva, le escribía cartas llenas de sorpresas a mi tía Eulogia, dando cuenta de sus descubrimientos en aquel país fascinante: "Usted no me va a creer, señora Eulogia, pero aquí hay 250 religiones, solo un pequeño porcentaje de la gente es católica, así que no sirven de nada esas amenazas del padre Francisco, allá en la parroquia de Cauquenes... ¿Se acuerda de cuando gritaba como un descosido desde el púlpito diciendo que los que no fueran a misa los domingos se iban a quemar en las llamas del infierno? Esas amenazas no valen en los Estados Unidos, porque más de la mitad del país estaría condenado, incluida una señorita Mónica que andaba coqueteando con uno de los presidentes, porque debe de saber, señora Eulogia, que aquí no es como en Chile, ni como en ningún país latinoamericano, si el presidente anda en amores con alguien, sale en el periódico al día siguiente, sin ningún miramiento. Si el presidente engaña a la vieja pueden echarlo; si lo pillan con la flaca de la esquina pueden echarlo; si una crespa de la Casa Blanca le toca un pelo y los pillan, puede perder el poder... total, que estos pobres caballeros tienen que andar pisando huevos si quieren terminar su período".
Otra cosa que impactó profundamente a la Domitila fue la relación de los norteamericanos con la plata. "Fíjese, señora Eulogia, que aquí todo tiene su valor en dólares, hasta la gente. Un profesor universitario vale 120.000 dólares al año, una secretaria 35.000, Donald Trump no se sabe si vale un dólar o un millón, esa señora Taylor que se ha echado como siete maridos al cuerpo vale millones. El presi, y disculpe que lo llame así, con tanta confianza, pero aquí a los presidentes se les llama como a cualquier hijo de vecino, demás está decirle que si el presi hace algo mal hecho, ¡zas! de un paraguazo lo echan, nadie le mira la cara ni le cubre las espaldas... Viera la poca distancia con que los tratan; a uno le dicen Billy; al otro Georgie; se acuerdan de Harry y de Ronny, como si fueran todos íntimos amigos, si hasta de mí se puede enamorar el presi si me voy de interna a la Casa Blanca. Este es el país de las oportunidades, señora Eulogia, al Lute le iría de maravilla con estos norteamericanos... bueno, le decía que el presi vale medio millón de dólares y la señora del presi otro medio millón. El otro día estaba conversando con un amigo norteamericano y me preguntó cuánto valía el Lute. `¿Cómo que cuánto vale?', le pregunté a mi vez. `Bueno', dijo el norteamericano, 'me refiero a la suma del valor de su casa, sus acciones, su auto, sus fondos mutuos y su salario anual'. Yo me puse a sacar la cuenta y llegué a la conclusión de que el Lute, que no tiene casa ni fondos mutuos ni acciones de ninguna especie y trabaja part time en la panadería de don Gervasio, no podía valer más de doscientos pesos. El norteamericano se quedó mirándome desconcertado... Es que aquí se vive para ganar plata, un norteamericano pobre es un muerto de tristeza, no existe el patiperro alegre de la vida, ni el perejiliento que nace chicharra y muere cantando como en nuestros pueblos; aquí, o se es rico o se es un desgraciado y a los que no ganan mucha plata, las mujeres los desprecian, señora Eulogia. Mi vecina se pasa la vida agarrando al marido a palos y el pobre hombre ya ni chista... Money, money, money, señora Eulogia, y eso, qué quiere que le diga, no me gusta. Viera usted la de plata que ganan pateando una pelota; el otro día le escribí a Luterio: 'Ya, pues, Lute, déjate de andar perdiendo el tiempo en el DF y ven a jugar béisbol a los Estados Unidos. Con un par de jonrones que lances te haces millonario'. Pero el Lute no tiene remedio y me dijo: 'No cambio ni un día en mi DF con mis cuates por una fortuna en ese país tan alejado de Dios, y tú, Domitila, más vale que regreses a tu patria, a lo tuyo, en español. Si continúas en los Estados Unidos vas a terminar convertida en una de esas mujeres vestidas de hombre, que golpean fuerte y hablan a gritos por un celular cuando viajan en tren'. Pero el Lute no me conoce, señora Eulogia, yo jamás voy a ser norteamericana, me gustan mucho, pero no les entiendo lo que hablan y las feministas me ponen nerviosa, ahora andan con eso de que es muy molesto tener hijos, que por qué no los tienen los hombres, a ver si así entienden algo; el Lute tampoco conoce bien este país, porque no todas las mujeres se visten de hombre y son bien pocas las que andan pegadas a un celular, aquí no es como en Santiago, que el celular se ha convertido en la tercera oreja de la gente".
De todo cuanto vio la Domi en los Estados Unidos, lo que más la impresionó fue Peter Hill, el norteamericano que le abrió los ojos y la dejó arrepentida por el resto de su vida (pudo haberse casado con él y prefirió seguir los pasos del malacatoso del Lute, luego se enamoró del jardinero poeta y finalmente cayó en manos de González, un ántrax del universo que la pilló volando bajo y casi la lleva al altar).
Volvamos a Peter.
En la primera cita fueron a un restaurante chino, y a la hora de pagar la cuenta, Peter pagó solamente la mitad.
—Aquí todo es fifty fifty, así que no me mires con esa cara —le explicó a la Domi.
—Pues el Lute, pobre como una rata, siempre me invitaba, porque él es un caballero —balbuceó la Domi, desembuchando 15 dólares de mala gana.
En la segunda cita, Peter Hill la llevó a su departamento, cocinó una pasta, le sirvó un buen vino, lavó los platos y la invitó a la cama.
—Let us make love.
—¿Qué? ¿Así no más? ¿A la primera? ¿Sin anillo de compromiso ni nada? —balbuceó la Domitila.
Entonces Peter le explicó que en los Estados Unidos las cosas eran al revés de las de Latinoamérica: primero se iba a la cama y después al Registro Civil.
A la tercera cita, cuando la Domi le ofreció plancharle esa camisa arrugada como un luche, Peter respondió que eso no sería políticamente correcto y, además, a él le encantaba planchar.
"Este norteamericano está loco como cabra, señora Eulogia, se plancha las camisas solito, se cocina sus pastas, estira su cama y zurce calcetines. Yo le tengo un poco de miedo, no me vaya a matar, se lo digo porque le encuentro un no sé qué de serial killer".
Mi tía Eulogia le recomendó arrancar a mil por hora, "lo próximo que hará ese tipo es lanzarte la plancha por la cabeza".
Sin embargo, Peter Hill, lejos de lanzarle la plancha por la cabeza a la Domi, le ofreció matrimonio.
—Y si no voy a plancharte la ropa, ni cocinar la pasta, ni lavar los platos, ni estirar la cama, ni trapear el suelo, ¿para qué quieres que nos casemos?
—Para que nos amemos —respondió Peter clavándole sus ojos transparentes.
—¿Para eso, nada más?
—¿Y te parece poco?
—Mmmm... ¿Te gusta mirar el fútbol en la televisión?
—No, me carga —dijo Peter.
—¿Y el béisbol?
—Tampoco, Domi.
—No me digas que tampoco roncas.
—No, eso sería incorrecto de mi parte, te estorbaría, si roncara me haría una operación en el paladar para no molestarte.
La Domitila le escribió a mi tía Eulogia una carta donde le decía que los norteamericanos son de otro planeta y Peter, en particular, tenía que ser sicópata, no había otra explicación.
"Fíjese que se hace todo solo, como si no tuviera mujer, hasta la cama, y se cocina sus comidas, y no le gusta el futbol ni el béisbol, y quiere casarse conmigo solo para que nos amemos, dijo. Estoy convencida de que es un travesti que antes era mujer, se parece tanto a mí que es como mi hermana".
Luego de un año en la tierra de Abraham Lincoln, la Domi decidió que ella no tenía pasta de Norteamérica; le gustaban demasiado los hombres con olor a toro arrepentido; los ojos del Lute, siempre medio brillosos por las cinco cervezas de más, la perseguían en sueños; las canciones que le cantaba el mexicano corazón de poeta le sacaban lágrimas y Peter, con todo lo buena persona y hacendoso que era, le daba una lata terrible.
—Yo me vuelvo a mi país. Me gusta que los presidentes se conviertan en dictadores. Que los hombres hablen fuerte y las mujeres se queden calladas. Me gusta que los maridos tengan una flaca de la esquina o una crespa de la oficina. Me gusta que mi señora se saque la pepa del alma llorando en un clóset. Me gusta la vida zangoloteada, hacer cola en los hospitales, tragar humo en las calles, no tener plata para pagar las cuentas, no pagar impuestos, comer mal y vivir feliz. Me regreso a mi país. Será un país de indios, de pobres, de perros paseando por las calles, pero es el mío.
Y se fue.
Muchos años después, de vuelta en Chile, cuando el famoso Lucho González le dejó un ojo en tinta porque la camisa tenía una arruga en el cuello, la Domi evocaba a su novio norteamericano, suspirando:
"Esto me pasa por bruta, si me hubiera casado con Peter, capaz que estuviera sentada en la Casa Blanca, porque allá hasta un portero de restaurante puede ser presidente del país".
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JUNIO 25 DEL 2002