EN AQUEL MOMENTO (Corín Tellado)
Publicado en
julio 14, 2013
Argumento:
"¿Vencerá su amor todas las dificultades?"
Desde hace año y medio Yuri Hargitay trabaja como señorita de compañía de mistress Mildred. Rock Kaish, el hijo de mistress Mildred, no percibe su presencia. Pero por casualidad Rock encuentra a Yuri en una situación que podíamos definir como comprometida.
Desde aquel día Rock empezó a sentirse poderosamente atraído por Yuri.
Pero entre ellos se abre un gran abismo: la madre de Rock y la posición social.
En aquel momento
¿No te sientas?
—No merece la pena. Pasaba por aquí y me dije: «Subiré a ver a Rock», y aquí estoy.
—Fuma.
Y Rock Kaish, uno de los más ricos financieros de Filadelfia, alargó una caja de grandes habanos.
Mickey Williams tomó uno, lo encendió y fumó con fruición.
—¿Tienes plan para hoy?
Rock se arrellanó en el sillón giratorio y contempló distraído el cigarrillo que bailaba entre sus dedos.
—¿Sabes, Mickey, que estoy un poco cansado de esta vida? Estos días estoy pensando que merece la pena casarse. Uno llega a cierta edad en que se harta de todo.
—A los treinta años, un hombre empieza a vivir.
Rock dibujó en sus labios una sarcástica sonrisa. Era moreno y tenía los ojos azules. Alto y flaco, tenía fama en la alta sociedad de Filadelfia, de ser uno de los hombres más elegantes y mejor vestidos. A decir verdad, a Rock le tenía muy sin cuidado aquella fama. Él no era un vanidoso, ni un presumido. Era serio, hablaba poco y trabajaba mucho. Las «niñas bien», lo deseaban para marido. Los padres, cuando hablaban a sus hijas de encontrar marido, decían por lo regular:
«Rock Kaish es el hombre al que debías pescar». Rock no lo ignoraba, y si bien se dejaba querer, no se dejaba «pescar».
Descansó la mano en el tablero de la mesa y exclamó:
—A los dieciocho años me senté ante esta mesa, Mickey. Y alterné mis estudios con el trabajo y el amor. Tres cosas que me proporcionaron la experiencia suficiente para sentirme a los treinta años harto de todo.
—Déjate de tonterías y vayamos los dos a pasarlo bien esta noche.
Rock volvió a sonreír sin mover los ojos.
—¿Y cuándo lo pasamos mal, Mickey?
Este relajó la boca en una divertida sonrisa. Era más bajo de estatura que Rock, pero poseía distinción y fortuna, y como el financiero, era codiciado por las niñas casaderas.
—Llama a Anna por teléfono. Que vayan las tres…
Y una picara sonrisa animaba su anguloso rostro. Rock se apoyó en el respaldo del sillón y comentó:
—Te aseguro, Mickey, que tus hallazgos me van cansando.
—¡Oh, oh! No me vengas ahondando, Rock. ¿A nosotros qué nos importa que no sean demasiado virtuosas? Lo esencial es que lo pasamos bien, no llamamos la atención, las jóvenes de Filadelfia (las que no) interesan —añadió burlón—, nos consideran hombres formales, y lo que es mejor, nos ponen de ejemplo.
—Pero no por ello dejamos de ser unos canallitas.
—Las mujeres tienen la culpa —añadió inocentemente el despreocupado Mickey Williams.
Funcionó el dictáfono.
—Mister Kaish —dijo una voz femenina—, mister Loren espera ser recibido. El ingeniero de la nave central pide la nota de la mañana. Mister Walter espera su respuesta. De la compañía eléctrica hemos recibido un aviso urgente.
—Bien, bien. Vayamos por orden. Haga pasar a mister Loren —miró a Mickey—. Ya lo ves, no puedo atenderte.
—¿A qué hora te espero?
—A las once de la noche en Dorado. ¿Los cuatro?
—Los cuatro.
—Perfectamente, amigo. Reservado, ¿no?
—Desde luego. Y sé discreto. No tengo interés alguno en perder mi fama de hombre sesudo y formal.
* * *
Rock Kaish salió de los astilleros con paso firme. Era aquella su visita matinal, que efectuaba a pie como un ingeniero más. Saludaba aquí y allá, y a cada obrero que hallaba en su camino le sonreía con el habitual saludo.
«Buenos días, mister Kaish». Rock respondía regularmente con una sonrisa afable. A veces nombraba al obrero. Conocía a casi todos aquellos hombres. En vida de su padre lo acompañaba. Los ingenieros le regalaban barquitos, los obreros cigarrillos, que luego fumaba a escondidas. Los capataces y altos empleados le enseñaban las naves y los barcos en esqueleto, considerándolo un hombre. Esto hizo a Rock Kaish amigo de todos. Cuando ocupó el puesto de su padre, todos le respetaron. Cuando la gran crisis, le ayudaron. Cuando terminó su carrera y pasó a ser director general, siendo casi un jovencito, nadie trató de abusar de su juventud; muy al contrario, le quisieron y respetaron.
Era inteligente, noble, considerado, de ahí su gran humanidad para juzgar las necesidades de sus obreros y empleados. Era uno de los hombres más ricos del país. En sus astilleros se construían barcos para todos los puertos importantes del mundo, barcos de gran tonelaje, de guerra y de recreo.
Aquella mañana atravesó el patio y subió al «Rolls Royce» de color negro. No tenía chofer. Conducía él. Sentía verdadera pasión por la velocidad, el volante le atraía tanto como los negocios, y Rock Kaish era uno de los más sagaces e inteligentes financieros de Filadelfia.
Puso el auto en marcha y mientras conducía atravesando calles y calles en dirección a las afueras, donde tenía enclavada su principesca residencia, se detuvo a pensar.
Él era un hombre con sus vicios, sus pasiones y sus debilidades. Muy al contrario, lo creían un hombre serio y decente. Era decente y serio, pero… en su vida particular había cosas sucias, como en la vida de muchos ciudadanos. Los papas lo ponían como ejemplo, las mamas se lo recomendaban a sus hijas. Las solteras románticas suspiraban soñadoras.
Él estaba un poco harto de todo, y había algo en su vida, tras desconcertarlo, lo hastió, si bien por ello no desperdició la ocasión y se aprovechó del descubrimiento que tanto le decepcionara, lo que sirvió a la vez, para hacerle pensar que en la vida la mitad era falso y la mitad de la otra mitad también, y el resto que quedaba había que discutirlo.
Aquel descubrimiento fue así: Él conoció a tres muchachas. Él y Mickey. Mickey era su mejor amigo. Pertenecía a una opulenta familia de renombrados abogados, que en todos los asuntos legales representaba a la firma Kaish.
Conocieron a aquellas chicas cuando tenían veinte años. Las chicas eran un poco más jóvenes. Pertenecían a la clase media, pero alternaban lo bastante para que Rock y Mickey las toparan en su camino. Las encontraron en distintas ocasiones. Las respetaban. Fueron buenos amigos. Dejaron de verse y volvieron a encontrarse. Así transcurrieron algunos años. Ni él ni Mickey dudaron de la honradez de Anna, Eleonora y Belinda. Pero un día (y Rock aún no sabía cómo había sido) se dieron cuenta de que aquellas tres jóvenes vivían a costa de la generosidad masculina, y lo que más irritó a Rock fue que las tres jóvenes eran consideradas en la sociedad como personas decentes. Ellos, tanto Rock como el amigo Mickey, se dieron cuenta de que no eran los primeros hombres en la vida de las tres jóvenes, y si bien esto los desconcertó, no por ello rompieron aquella amistad. Muy al contrario, la estrecharon. E indudablemente, era cómodo pasar por hombres formales y tener amores con mujeres que la sociedad daba por decentes. Así era todo, falso, sin sentido.
—Bueno —exclamó alzándose de hombros—. ¿Y por qué me preocupo? Después de todo, yo lo paso bien con ellas. Son simpáticas, no me comprometo a nada, y pagando de vez en cuando un modelo caro, me veo libre de compromisos. No estoy enamorado de ninguna de las tres, ni me producen dolor de cabeza. Es, en cierto modo, una ventaja…
Se abrió la gran verja y entró el auto. Lo detuvo junto al garaje. Descendió sin prisas. Era un hombre calmoso. Nunca se precipitaba, y su padre, a veces le decía:
—No pareces americano. Tienes la flema de un inglés.
Él se reía. Le había ido muy bien en la vida sin precipitarse. Tenía su método.
* * *
Yuri Hargitay colocaba flores en los búcaros del vestíbulo. Había dos sobre una larga y retorcida consola, bajo un ancho espejo de marco dorado. El espejo le devolvía su imagen, y Yuri lo contempló con vaguedad. Era rubia, tenía los ojos azules, de cálida expresión. Mistress Mildred siempre decía al referirse a aquellos ojos:
—Son como dos turquesas, pero nunca sé si están alegres o no. Su expresión cálida es grata.
Ella se limitaba a sonreír.
—Buenos días, miss Hargitay saludó Rock, pasando junto a ella.
—Buenos días, mister Kaish.
El joven financiero cruzó el vestíbulo y se perdió tras una ancha puerta. Yuri continuó su trabajo.
—¿Rock? —preguntó una voz suave, desde el saloncito.
—Sí, mamá.
—Ven, querido.
Era mistress Mildred una dama alta, distinguida, de señorial aspecto. Al ver a su hijo le sonrió. Este avanzó hacia ella, la besó en la frente y se sentó a su lado.
—¿Mucho trabajo, querido?
—Me gusta.
—¿No te ocupas demasiado de todo eso? Tu padre dirigía, pero no se fatigaba.
—Cuando mi padre vivía, eran otros tiempos —adujo sonriente—. Imperaba la esclavitud. Hoy somos todos iguales.
—¡Rock!
—Casi iguales, mamá. Con la diferencia de que unos tienen más dinero que otros. Pero si vas a divertirte, te encuentras a veces con el obrero más humilde que alterna contigo.
—Exageras.
—Me gusta la influencia que la actividad actual proporciona a la vida de cada ciudadano.
—Te estás volviendo un revolucionario.
—No creas. Me agrada ser amigo de todos. Descubro grandes cosas en el ser humano más insignificante. Eso no ocurría antes, ¿sabes? Había señores y esclavos. Hoy hay jefes y obreros, pero después del trabajo hay hombres inteligentes nada más. —Hizo una rápida transición—. ¿No comemos luego?
—En seguida.
—¿Me necesitas para algo esta tarde?
—Yuri me acompañará.
—Simón estaba limpiando tu coche. ¿Piensa salir?
—Voy a un desfile de modelos. He de cuidar mi guardarropa. ¿Sabes, Rock? Me gustaría hacer un viaje a Francia. Hace muchos años que no visito París.
—¿Sola?
—Con Yuri.
—¡Ah! Es verdad. Se me olvidaba que no podrás vivir sin tu amiguita. ¿No alterna nada esa chica? Siempre la encuentro entre búcaros y flores, o desempolvando libros en la biblioteca.
—Es muy joven. No me gusta que se lance a la vorágine de la vida tan pronto.
Rock cruzó una pierna sobre otra y encendió un cigarrillo. Indiferente, dijo:
—Te has echado una tremenda responsabilidad sobre la espalda.
—Era mi deber. Y no me pesa. Siempre deseé una hija. Dios no me la concedió. En Yuri la hallo.
—Me alegro. Vivo más tranquilo sabiéndote acompañada por una persona leal.
—La comida está servida —dijo desde el umbral una voz monótona.
Madre e hijo se pusieron en pie. Rock dio el brazo a su madre y ambos cruzaron el salón.
—¿Dónde estará Yuri?
—Cuando entré, estaba colocando flores en los búcaros del vestíbulo.
—Tiene un gusto exquisito. No en vano mi querida amiga Diana la educó en un gran pensionado.
—No me lo explico… No poseía fortuna y la educó como una princesa.
—Si ella no hubiera muerto, Yuri hubiera disfrutado de una posición desahogada. Has de saber que Diana era usufructuaria de la gran fortuna de su esposo.
—¿Y por qué no la heredó la joven?
—Sencillamente, porque era sobrina de Diana y no hija. Diana no tuvo hijos, y la fortuna de su esposo, a la muerte de éste, pasaba a sus sobrinos carnales.
—Comprendo. ¿Y no ofrecieron apoyo a la huérfana?
—No. Diana, antes de morir, recurrió a mí. Fuimos muy amigas —añadió nostálgica—. Intimas amigas.
—Ya conozco la historia —rió Rock.
En el comedor entraba Yuri. Fría, callada, frágil y distinguida, muy bien vestida, les sonrió.
—Hola, querida. Hace un día espléndido, ¿verdad? Por la tarde iremos de compras.
Yuri asintió en silencio. Comían los tres servidos por dos uniformadas doncellas. La conversación la llevaba Rock, y respondía su madre. Yuri, como siempre, callaba y asentía cuando era interrogada. Rock comentaba a veces con su madre: «No me gustan las personas tan modositas. Todas llevan caretas». A lo que la dama replicaba sonriente: «¿Y quién no la tiene?»
Yuri ocupaba, desde hacía un año, el cargo de secretaria, señorita de compañía y lectora de la gran dama, pero ésta nunca la presentó a sus amigas, ni parecía dispuesta a ello. Lo cual, dicho en verdad, no inquietaba a la joven, toda vez que conocía el lugar que ocupaba en el seno de la familia aristocrática.
Cuando mistress Mildred se refería al futuro de la sobrina de su amiga muerta, lo hacía en estos términos: «La dotaré y encontrará un buen marido.» Y con esto creía cumplir con su deber. Y sin duda cumplía con creces, puesto que no le unía a la joven, parentesco alguno.
Yuri Hargitay frecuentaba todos los sábados una elegante peluquería del barrio aristocrático. Lo hacía por rutina, o tal vez por entretenerse, pues su pelo no necesitaba la mano del peluquero. Era de un rubio natural, y su suave ondulación no le producía trabajo alguno. En la peluquería veía siempre las mismas caras, por lo regular oía las mismas conversaciones, y si bien se mantenía al margen, a veces la aludían abiertamente, y no tenía más remedio que intervenir en la conversación. Eso ocurrió aquel sábado. Dos elegantes señoritas, de distinguido porte, hablaban cerca de ella de las distracciones que había en Nueva York, distintas en cierto modo a las de Filadelfia. Una de ellas sonrió a Yuri y preguntó:
—¿A usted qué le parece?
—Apenas si conozco Nueva York —replicó gentilmente—. A decir verdad, en ese aspecto también me es desconocido Filadelfia.
—¡Oh! ¿No es usted de aquí?
—He nacido en Nueva York, pero, repito, no tuve tiempo de conocer sus múltiples diversiones.
—¡Extraordinario! —dijo la otra—. ¿Y en Filadelfia no sale usted?
—Apenas. No tengo amigas.
Las dos se miraron entre sí. Anna sacó un paquete de cigarrillos y se lo ofreció. Yuri tomó un cigarrillo, le dio las gracias y lo encendió con desenvoltura y dijo:
—Nosotras somos tres amigas. Y alternamos mucho. Tenemos buenos amigos. ¿Quiere usted salir con nosotras?
Se lo agradeció con amables frases, pero no aceptó.
—No tengo mucho tiempo —dijo suavemente—. Trabajo.
—¡Oh, eso no es obstáculo para que se muera de tedio! Nosotras también trabajamos. Yo soy secretaria de mister Corbell, ya sabe, el rey del papel. Y Eleonora se dedica a la pintura y vende unas acuarelas fascinantes.
Continuaron hablando de sus respectivos trabajos, si bien Yuri, que era reservada por naturaleza, dijo únicamente que ocupaba el puesto de secretaria en una casa importante. No quedaron en salir, pero se despidieron amigas. Y cuando Yuri se encontró con su ama aquella noche, le dijo:
—He conocido a dos chicas muy simpáticas. Me invitaron a salir con ellas.
—Estupendo. ¿No aceptaste?
—No, sin antes consultar con usted.
—Estimo que te estás pasando la vida a lo tonto. Una chica de veinte años debe tener amigas y salir.
—Lo haré, señora.
—Eso me agrada.
No se preocupó de averiguar qué clase de amigas eran. Ella creía cumplir con su deber alimentando, vistiendo y pagando un sueldo espléndido a la sobrina de su difunta amiga. No pensó que Yuri era una jovencita sin mundo y sin experiencia, ni pensó asimismo que, para Yuri, Filadelfia era desconocida.
—Llevas demasiado tiempo —indicó la dama— saliendo conmigo o cerrada en esta jaula de oro. Tienes dos tardes libres a la semana y es lógico que las aproveches.
—Se lo agradezco —dijo—. Llamaré a Anna por teléfono y se lo diré.
—Así lo pasarás bien.
E inmediatamente se despreocupó del asunto.
Yuri llamó por teléfono a Anna y le dijo que le gustaría salir con ellas aquella misma tarde.
—Te esperamos, en Royal, a las siete en punto, ¿Te parece bien?
—Estaré allí.
Yuri no pensó que en aquel momento el destino formaba un punto crucial en su vida. Tal vez, de haberlo sabido, hubiera abandonado la compañía de las tres nuevas amigas.
* * *
¿Esta noche?
—Sí, esta noche. ¿Vendrá contigo Rock?
—Desde luego.
—A las once en Dorado.
—De acuerdo. ¿Estáis las tres?
—Somos cuatro. Pero la cuarta no irá.
—¡Oh! —se lamentó Mickey cómicamente—. ¿Una nueva y la reservas, Anna?
—Aún no la hemos adiestrado. Eso requiere tiempo y cautela.
—Fantástico. Hasta la noche, entonces.
Se lo decía a Rock, ambos en el despacho pensaban pasarlo de lo lindo.
—Es un buen plan.
Rock se arrellanó en la butaca y tamborileó con los dedos en el tablero de la mesa.
—Mickey —dijo con grave acento—, estoy muy harto de esas tres jóvenes. ¿Sabes lo que he pensado?
—Cualquiera penetra en tus pensamientos.
—Es muy fácil. El día que en mi camino se atraviese una mujer decente, me caso con ella.
—Paparruchas. Tú no eres hombre que se consagre a una mujer determinada.
Rock enarcó una ceja.
—Indudablemente —apuntó mordaz—, me consideras un crápula.
—Ni más ni menos lo que somos, aunque en nuestro mundillo aristocrático, del cual desertamos con frecuencia, nos consideren dos hombres cabales y honrados.
—Mickey, no seas tan crudo.
—¿Por retratar las verdades?
—Hay verdades —rió Rock con flema— que sonrojan a uno.
—Rock, tengo una buena noticia para ti. Anna acaba de comunicarme que hay una cuarta.
Rock sonrió sarcástico:
—¿Una cuarta qué?
—Muchacha. Un lirio nuevo.
—De la misma calaña.
—¿Y qué importa? Anna, Belinda y Eleonora pasan por chicas decentísimas. Sólo tú y yo…
—Y alguno más —atajó Rock despreciativo.
—Bueno, tal vez. Pero, ¿qué importa? Indudablemente, serán tan discretos como nosotros.
—Sigue.
—Pues eso, tú y yo caemos cada día más bajo. Pero mientras nos acompañen en la caída tres mujeres con fama de decente…, nadie notará que nos hemos lastimado…
—Corta, Mickey. Déjate de caídas y tonterías.
—Bueno, esta noche a las once.
—¿Dónde?
—En Dorado.
—Demasiada gente.
—Tenemos un reservado.
—Perfecto. Siempre las tienes todas presentes. Estaré allí a la hora indicada. Y…, ¿qué hay de la cuarta?
—Parece ser que sale con ellas desde hace dos meses. Lo raro es que aún no nos la hayan presentado.
—Será distinta y desconocerá la doble vida de nuestras amigas.
—¡Qué disparate! A esas se le ve el plumero al momento.
Rock tamborileó más rápido sobre la mesa. Su sonrisa era burlona en aquel instante. Con desdén, dijo:
—Te olvidas de que estuvimos saliendo con ellas un año sin conocer el percal.
—Despiste.
—No seas memo, Mickey. Tanto tú como yo nos la damos de hombres mundanos. A decir verdad, yo tengo motivos para creerme un experimentado en cuestión de faldas. Y tú… —distendió la boca en una mueca—, igual. Pero ahí fallamos. Anna es una chica inteligente, y Belinda también. No lo es tanto Eleonora. ¿Y sabes lo que te digo? La considero más sincera y más leal —Se puso en pie—. Bueno, cuando conozcamos a la cuarta…
—Se llama Yolanda.
—Como si se llama Petronila. No me interesa su nombre, sino ella.
—Es joven.
—Mejor.
—Y bonita.
—Mucho mejor aún.
Mickey se dirigió a la puerta.
—¿No buscarás otro compromiso para esta noche?
—No lo creo.
—Si es así, me llamas. Iré solo.
Rock le palmoteo la espalda.
—¿Lo ves? ¿Has traído el coche? —preguntó sin transición—. Pues te llevo hasta el club. Yo voy para casa.
Salieron juntos. Atravesaron el patio y subieron al auto. Rock se sentó ante el volante.
—Mickey —dijo Rock de pronto—, es extraño, pero aún no he conocido a una mujer decente.
—Tanto como eso…
—Nunca —insistió—. Me refiero a una joven que me guste. Ya me han gustado muchas, con todas he terminado igual.
—En nuestro mundillo hay chicas decentísimas.
—Desde luego. Como en todas las sociedades. Siempre hay alguna, pero esa alguna busca tu dinero, lo cual indica que, de distinto modo, pero vende su honradez.
—Si ahondas así…
—Miro la vida cara a cara. No soy un visionario ni un soñador.
* * *
Rock nunca prestó atención a la protegida de su madre. Se diría que, para él, Yuri era un mueble más de la casa, o un simple objeto. Jamás reparó en sus ojos, ni en su pelo, ni en su cuerpo. Ni tampoco reparó aquella noche. Entró en la biblioteca salón. Yuri amontonaba libros sobre una estantería, los seleccionaba y los iba colocando en los estantes. No lejos de ella, sentada junto a la chimenea encendida, se hallaba mistress Mildred. De vez en cuando cambiaba unas palabras con la joven, ésta la miraba, respondía y continuaba su trabajo. Así las encontró Rock cuando aquella noche acudió a su casa a la hora de la cena.
Besó a su madre y se sentó a su lado.
—Los Kramer nos han invitado a una fiesta que ofrecen esta noche a sus amistades.
—¡Oh, lo siento! No puedo acompañarte.
—Pero, Rock, si no podemos eludirlo…
—Te llevaré allí, mamá. Tú, tan buena diplomática, me excusarás, y volveré a recogerte a la hora que me indiques.
—Hijo, es hora de que pienses en casarte.
—¡Oh, oh! —rió Rock tranquilamente—. ¿Otra vez con esa manía? Ten por seguro que no moriré soltero. Conocerás a tus nietos y a los hijos de éstos, pera aún es pronto.
—Tienes treinta años.
—Sí, sí, pero no pienso encadenarme sólo porque haya redondeado mi edad.
—En casa de los Kramer estará la hija de sir Mann. Katheryn Mann, es la mujer apropiada para ti.
—Mamá, mamá…
—Rock, hijo, no me des el disgusto de faltar a esa fiesta. Katheryn es una chica encantadora. La mujer que un hombre lleva orgulloso de su brazo.
Yuri continuaba su labor, si bien a través de un espejo miraba de vez en cuando a Rock Kaish, y sólo una vez tropezó con los oscuros ojos del millonario, que le recorrieron con simplicidad. Yuri recibió la impresión, como tantas otras veces, de que él no se fijaba en ella. La miraba como si fuera la portada de un libro o un florero, o simplemente lo que era en realidad…
—Reconozco todas las virtudes —aquí una risita burlona— de Katheryn, mamá. Pero tampoco ignoro que tiene unas ganas locas de pescar marido rico, y me revienta hacer de imbécil con una joven tan inteligente y tan bella. Cuando me case no buscaré dinero ni nombre, ni siquiera una belleza deslumbrante, que, en el peor de los casos, deslumbre a un amigo. Prefiero una cara personal que me guste de veras. Que esté adornada con un nombre ilustre o rodeada de millones, es…
—¡Rock!
—Lo siento, mamá.
Y se puso en pie.
—Escucha, Rock.
—Sí, mamá, sí. Ya sé lo que vas a decir —y como si de súbito reparara en Yuri en aquel instante, preguntó natural—: ¿Usted qué dice, Yuri?
La joven se sonrojó. Contestó la dama por ella:
—Yuri piensa como yo. Ocupas un alto puesto en la sociedad y has de hacer una boda a medida de tu altura. No en vano tu pobre padre y yo hemos soñado toda la vida…
—Papá, antes de morir, me dijo que fuera feliz —rió cachazudo—, que la felicidad me la proporcione ésta o aquella, poco importa. Lo esencial es que logre la felicidad.
—Tu padre soñaba…
—Mamá, por favor…
Y suavemente, como pidiendo disculpas, se inclinó y Salió. Mistress Mildred suspiró:
—¿Has oído, Yuri?
—Sí, señora.
—Estos hombres de hoy… Bueno, confiemos en que a la hora de la verdad, sepa que tiene sentido común —y con rápida transición—: ¿Comemos luego, Yuri?
—Si la señora lo desea, iré a ver.
—Te lo agradezco. Y di a mi doncella que voy a salir.
Al momento regresó Yuri:
—La señora será servida al instante.
—¿Rock ha salido?
—No le he visto.
Rock estaba habituado a que su madre le hablara de matrimonio delante de Yuri, pero aquella noche, no supo por qué, le molestó. Cierto es que su madre nunca había nombrado a una candidata determinada, y el hecho de que aquella noche lo hiciera, le desagradó en extremo, tal vez porque Katheryn Mann era una joven muy conocida en Filadelfia por su belleza, su dinero, su juventud y sus extravagancias. Y Yuri tendría que conocerla como las demás.
Esperaba a su madre en el vestíbulo. Vestía de etiqueta y llevaba una gardenia en el ojal. Fumaba un cigarrillo y se impacientaba. Eran las once y veinte. Mickey y sus amigas lo esperarían. No le agradaba hacerse esperar; por otra parte, aquella noche deseaba aturdirse. No siempre le ocurría igual. Se pasaba semanas sin que se ocupara más que de su trabajo, pero de vez en cuando sentía la súbita necesidad de ser hombre, un hombre vulgar y corriente, que se divertía como cientos o miles de hombres en Filadelfia.
Lanzó el cigarrillo por el ventanal y al dar la vuelta tropezó con los ojos de Yuri, que salía suavemente de la biblioteca. Los ojos de Yuri eran azules como turquesas auténticas.
—Un momento, Yuri —dijo.
La joven se detuvo en seco. Él se la aproximó con las manos hundidas en los bolsillos del negro pantalón y balanceando despreocupado su largo y flaco cuerpo.
—Me gustaría, Yuri, conocer su parecer.
—¿En qué, señor?
—En el amor. Esta noche he visto su mirada a través del espejo. ¿Estima usted que el hombre debe casarse sin amor, sólo porque la mujer le conviene?
—¿Debo responder, señor?
Rock curvó los labios en una sonrisa.
—Naturalmente, Yuri. Me gustaría conocer su parecer sobre el particular.
Y espero la respuesta con cierta oculta ansiedad. Yuri la dio con su habitual sinceridad.
—Un ser humano a de buscar el complemento en el otro ser, y sólo lo hallará con amor. No siendo así, no considero posible la felicidad.
—Una respuesta digna de sus veinte años. Cuando tenga treinta no pensará así.
Y sonrió agradablemente.
Yuri inclinó la cabeza y se alejó desapareciendo tras la puerta.
Rock no se volvió para mirarla. En aquel momento bajaba su madre, recogiendo el vuelo de su rico traje de noche.
Rock avanzó hacia ella, la asió de la mano, la llevó a los labios y ponderó galante:
—Serás la dama más distinguida de la velada. Estaré orgulloso de ser tu hijo.
—Muy galante, querido mío. ¿Has decidido acompañarme?
—Te llevaré en mi coche y te recogeré a la hora que me indiques.
—No. Prefiero ir contigo y que me siga el chófer en mi coche. No me fío de ti para regresar.
Rock la ayudó a subir y se sentó ante, el volante.
—Esta noche he pensado algo que nunca ocupó mi mente. Se trata de Yuri.
—¿Qué le ocurre?
—¿Por qué no la llevas contigo?
Mistress Mildred lo contempló suspensa. Había en sus facciones cierta tirantez.
—¿Cómo dices, Rock?
—Seria una excelente compañía para ti en estas fiestas.
—Rock —saltó rápidamente—, me parece que confundes las cosas. Yuri es mi protegida, pero no mi amiga ni mi sobrina. Ni siquiera una pariente lejana.
—En efecto. Pero la has recogido, la tienes a tu lado, y es una distinguida joven muy bien educada.
—Fue lo único que mi difunta amiga hizo por su sobrina. Educarla como si fuera una princesa, pero se olvidó de que no lo es.
—Si tú la has amparado, podrías hacer de ella una auténtica princesa.
—Rock, no seas filántropo.
—¿Es que no deseas que Yuri haga una buena boda?
—Por supuesto. Y la hará. No le faltará un empleado, un médico…
—Eres egoísta, mamá.
—¡Rock!
—El otro día me decías que la apreciabas mucho, que era una gran muchacha.
—Y no he mentido.
—Si bien te molestaría que se casara con uno de nuestros amigos.
—Cada uno debe mantenerse en la esfera que le corresponde. Con Yuri han cometido una equivocación.
—La de educarla como una princesa —rió Rock con flema.
—Exacto. Pero, gracias a Dios, la chica es inteligente y ya sabe el lugar que ocupa.
—No pienso discutirlo contigo —adujo—, pero te advierto que no estoy de acuerdo.
* * *
¿Tienes la tarde libre? preguntó la voz de Anna a través del hilo telefónico.
—Sí.
—Pues te esperamos en Olimpia a las siete en punto. Ayer estuvimos con unos amigos nuestros, les hablamos de ti y tienen interés en conocerte. Te los presentaremos hoy.
—Bien, iré a las siete.
—Ponte muy bonita.
—Como siempre —replicó Yuri indiferente.
Salió de casa a las seis en punto. Vivía en las afueras y había de tomar el autobús de las seis y cuarto para llegar al corazón de la ciudad a las siete menos diez. Vestía un abrigo de rizo de corte impecable. No tenía cariño ni siquiera afecto, pero contaba con buena ropa, dinero en abundancia y cierta libertad.
Y mientras subía al autobús, pensó una vez más durante aquel año que llevaba en casa de mistress Mildred, en su tía muerta. Fue una madre para ella; tal vez creyó que viviría eternamente, pues sólo se ocupó de educarla en un lujoso pensionado… ¿De qué le servía tan esmerada educación? Tenía amigas vulgares. Una vida espléndida, pero falsa, expuesta a perderla un día cualquiera. Mistress Mildred era buena persona, pero carecía de humanidad. Era orgullosa y hacía la caridad por diversión. No pensó nunca que, además de ricos modelos, habitación principesca y buena comida, cualquier joven de veinte años necesita aprecio, afecto, tanto como comodidades físicas… No podía reprochárselo. Tal vez hacía demasiado. No tenía deber alguno para con ella, y por otra parte no lastimaba su orgullo, puesto que no la favorecía por caridad. Le proporcionaba una ocupación. Le pagaba por ello. Mejor.
El autobús se detuvo. Bajó y se alejó avenida abajo. Iba ensimismada. No le interesaba conocer a los amigos de Anna. Ni le interesaba Anna misma. La encontraba vulgar, y a Belinda igual. Las tres eran vulgares, pero parecían buenas, y puesto que ella no tenía amigas…
—Pero… —exclamó una voz tras ella—. Si eres Yuri Hargitay…
Se volvió en redondo.
—¡Deborah!
Se quedaron una frente a otra, parpadeantes.
—Yuri… ¿Eres tú?
Yuri tenía los ojos llenos de lágrimas.
Y Deborah (rubia, frágil, bonita) la asió una mano y se la oprimió afanosamente.
—Yuri…, no es posible.
—Sí que lo es, Deborah.
Se besaban.
—¡Cielo! —exclamó Deborah—. Tanto tiempo sin verte… Te escribí un sinfín de veces. Todas las cartas me fueron devueltas.
—Claro. Murió mi tía. Vivo aquí.
—¿Vives en Filadelfia? Maravilloso. No habrá quien nos separe. Ven, tengo el auto al otro lado de la plaza.
Tiraba de ella con la impetuosidad que Yuri ya conocía en su mejor compañera de estudios.
—Deborah, es mejor que nos veamos otro día. Hoy… tengo una cita con unos amigos.
—Te dejo libre al instante. Ahora tienes que contarme muchas cosas. Sube…
Le mostraba un «Cadillac» imponente de color azul pastel. Yuri, como sugestionada, subió, y Deborah se sentó ante el volante. Puso el auto en marcha.
—Cuando le diga a mi abuelo que te encontré… ¿Y mi madre? Te aseguro que estaba tan preocupada como yo.
—¿Pero vivís aquí?
—Claro. Al dejar el pensionado hemos venido a vivir con mi abuelo. Mi abuelita murió hace unos meses. Al quedar tan solo mi abuelo… Ya sabes.
—Me lo imagino.
—Oye… ¿Sabes que te encuentro diferente? ¿Qué haces?
—Ya te lo contaré. Iré a verte el domingo.
—¿El domingo? ¿Crees que voy a esperar tanto? No, querida, tendrás que venir a verme esta misma noche. De lo contrario, iré yo a buscarte.
—Deborah… Esto no es el pensionado. Tú perteneces a una clase elevada. Yo…
—¿Qué clase ni qué narices? Somos dos amigas. Lo hemos sido desde que teníamos doce años. Hay cosas, Yuri, que importan muy poco ante una amistad como la nuestra.
—Bueno. Ahora déjame aquí. Te prometo que antes de regresar a casa iré a la tuya. ¿Dónde vives?
—A James Brien lo conoce en Filadelfia todo el mundo. ¿No sabes dónde vive?
Con una triste sonrisa dijo Yuri:
—Claro que lo sé.
—Pues allí te espero.
* * *
Estaban solas cuando Yuri llegó.
—Esos no han venido aún —le explicó Anna—. No tardarán.
—Ahí vienen —dijo Belinda con semblante feliz.
Yuri no se molestó en mirar. En aquel momento pensó en Deborah. El encuentro la hacía feliz, pero…al mismo tiempo se sentía deprimida. Deborah y ella habían sido entrañables amigas. Compañeras inseparables. Deborah, desde su altura de rica heredera de un magnate de las finanzas; ella, sobrina de una mujer distinguida que vivía de una rica pensión y gastaba en la educación de su sobrina las rentas de un capital que a su muerte pasaría a los sobrinos de su esposo.
—Buenas tardes, amiguitas —dijo la voz pastosa de Mickey.
Y, con familiaridad, puso la mano en el hombro de Yuri. Esta se volvió como si la pinchara un animal venenoso y se quedó paralizada ante Rock y el amigo de éste. Rock dio un paso atrás y se la quedó mirando como asombrado. Pero de pronto se echó a reír y fue su risa incomprensible para Yuri. Mickey no la conocía, pero le pareció lo bastante guapa (Yuri lo era mucho) para tomarla para sí.
—Os presento a Yuri Hargitay —dijo Anna—. Este es Rock y este Mickey.
Alargó la mano. Mickey se la estrechó con calor. Rock se limitó a inclinar la cabeza. Yuri se sonrojó. Creyó que Rock diría que la conocía, que vivía en su casa. Le extrañó que no lo hiciera así. Ella no creía cometer mal alguno por hallarse allí con tres amigas…
Creyó observar que Rock la miraba con desprecio, pero lo desechó. ¿Por qué había de mirarla así? Se alzó de hombros y aceptó el cigarrillo que le ofrecía Mickey.
—¿Bailamos? —preguntó Mickey.
Aceptó.
Rock se inclinó en aquel instante hacia Anna.
—Tengo que dejarte por un instante. He de saludar allí a un amigo.
Se alejó. Iba como enfurecido. La mosquita muerta de Yuri…, tenía razón su madre. No podía introducirse en la sociedad a un ser venido sabe Dios de dónde. Sí, se lo diría a su madre, y Yuri tendría que dejar su casa.
—Hola, Rock.
Le estrechó la mano.
—Venía a saludarte.
—Ya te vi. ¿Quiénes son esas?
—Amigas.
—Ya. ¿De las buenas o de las malas?
—De las buenas —rió burlón.
—¿Y la que baila con Mickey? Es muy bonita, ¿en? Y tiene aspecto de inocente. Es muy joven.
—Sí, pero dime con quién andas…
—Huelga el refrán. ¿Qué vas a tomar?
Los dos se apoyaron en la barra. La pista se veía con nitidez. Mickey bailaba con Yuri. La miraba. Rock sonrió. Tom, que lo conocía, le dio un codazo y dijo:
—Ese ya tiene plan. Ya verás lo poco que tarda en desaparecer.
—Ya está desapareciendo —dijo Rock con violencia.
Tom lo miró.
—¿Qué te ocurre? ¿Te gusta la chica de Mickey?
—¡Bah! ¿Sabes lo que te digo, Tom? Estoy harto. Cuando crees encontrar algo sano en la vida, te das cuenta de que todo está podrido. Y te produce asco.
—No se puede mirar la vida objetivamente.
—Uno no quisiera mirarla así, pero no siempre se puede evitar. Ya te dejo. Voy a ver a mis amigas.
—Que te diviertas.
Se encaminó de nuevo hacia la mesa. Se sentó frente a ellas. No preguntó por Yuri y Mickey, ni les preguntó asimismo de qué y cuándo la habían conocido. ¿Para qué? Sabía bastante. Hablaría con su madre aquella misma noche.
—Hoy estás aburrido —dijo Anna.
—¿Nos marchamos?
—¿Dejando aquí a esos?
—No nos necesitan. Os invito a mi piso de soltero. Diremos al camarero dónde pueden encontrarnos ellos.
—Estupendo. Vámonos pues.
Se abrió la puerta de un empellón, y Mickey entró. Las tres mujeres y Rock se le quedaron mirando boquiabiertos.
—¿Qué te pasa? —preguntó Anna alarmada.
Mickey no contestó. Se hundió en una butaca y quedó mirando a los cuatro como ausente.
—Mickey —exclamó Belinda—. ¿Dónde has dejado a Yuri? Se diría que acaban de darte una paliza.
—Y me la dieron —bramó—. Sois unas…
—Cuidado, Mickey —pidió Rock—, no quiero escándalos. Mi criado es discreto, pero no lo bastante.
—Han tenido ellas la culpa. ¿Te enteras, Rock? Y te aseguro —añadió amenazador— que no querré verlas en todo el resto de mi vida.
—Vamos, Mickey… ¿Quieres explicarte? —pidió Eleonora—. Habla claro y te responderemos. Si es contra nosotras puedes despedirnos sin preámbulos.
—Me habéis engañado.
—¿Cómo? —exclamaron las tres a un tiempo.
—Sí, ella, esa muchacha…
Rock se sentó frente a Mickey. Lo estudió con detenimiento. Mickey tenía una mancha roja en mitad de la cara, y la palidez de ésta acentuaba aquella mancha, que parecía un arañazo. Mickey, al sentir los ojos de su amigo fijos en su rostro, se llevó la mano a éste y lo acarició.
—Me lo hizo ella.
—Empieza por el principio, Mickey —se impacientó Rock.
—Le pedí que bailáramos.
—Ya lo sé.
—Bailé con ella. La invité a una copa. Aceptó. Como es lógico, la llevé al reservado. No se opuso, lo cual me indicó que sabía a dónde iba.
—Claro.
—Claro, no —exclamó Anna—. Yuri te siguió porque no sabía tu intención.
—¿Y tú por qué nos presentaste a una muchacha que no es de tu calaña?
—Mickey…
—Es verdad, Rock. Yo no soy un sádico sensualista. Yo soy un hombre más o menos decente. Y nunca perturbo la tranquilidad de una joven inocente. Si ellas me hubieran advertido… Pero no lo hicieron. Y puesto que era su amiga, yo creí…
—Antes de que sigas, Mickey —saltó Belinda—, yo te voy a decir algo. Nunca preguntamos a Yuri qué clase de mujer era. Pero era de suponer que no ignoraba qué clase de mujeres somos nosotras.
—No se lo habíais dicho.
—Naturalmente. No tiene aspecto de boba.
—Belinda —dijo Anna—, yo había descubierto que no era como nosotras, pero no la creí tan tonta como para desperdiciar una ocasión así. No me arrepiento de nada. Pretendí enseñarla a vivir.
Los dos hombres se miraron. Mickey dijo:
—Levanta la sesión, Rock. Mándalas al diablo. Tengo que contártelo todo.
—¿Nosotras no podemos oírlo?
—No, condenadas. Iros de una vez.
—Tienes muy mal genio, Mickey —rió Anna tranquilamente.
Y las tres se pusieron en pie. Mickey ni contestó ni se movió. Rock las acompañó hasta la puerta.
—Te aseguro, Rock —dijo Atina, poniéndose el abrigo—, que no creí a Yuri tan estúpida.
—Peor para ella —rezongó Belinda.
—Hasta otro día, muchachas —deseó Rock, sin responder.
—¿Nos llamarás? A Mickey se le pasará la plancha.
—Es la novedad. Adiós. Buenas noches.
* * *
Ahora explícate, Mickey.
—Casi nada. ¿Nunca has visto a un hombre en ridículo?
—No —rió Rock, que estaba contento sin saber por qué— aunque me lo imagino. Pero prefiero que empieces por el principio.
—La invité a una copa…
—Ya lo has dicho.
—Entramos en el reservado. Un camarero nos sirvió. Ella se sentó en un diván. Yo a su lado. Le pasé un brazo por los hombros. Fue como si la pincharan.
—Sí, también cuando llegaste y le pusiste una mano encima, se agitó.
—No me di cuenta. Yo le dije: «Eres muy bonita.» Ella sonrió a lo tonto. Aún no comprendí que era diferente. Entonces le dije: «Conozco un sitio donde podemos pasar la noche.» Caray, Rock, entonces ya no esperó más. Se puso en pie y me miró como si yo fuera un aparecido. «Acostumbro a pasar la noche en la casa donde trabajo», me dijo.
—¿Y todavía no comprendiste en eso momento? —rió Rock, burlón.
—Claro que no. Era amiga de esas…
—Pero podía ser diferente. O tal vez no conocía la clase de amigas que tenía.
—Es verdad. Yo le dije: «Anna y sus amigas la pasan muchas veces.» Ay, caramba, se volvió como una fierecilla. «Yo no; pero no creo que sea verdad lo que usted dice», gritó. Yo me sonreí y traté de apresarla en mis brazos. Caray, Rock, es un encanto de chica.
—Sigue —rió sordamente.
—Nada más. Me dio un empellón. Yo corrí hacia ella. Luché, me arañó la cara y gritó sollozando: «Dios mío, entre qué gente estoy metida.» Y huyó.
Encendió un cigarro y fumó nerviosamente. Rock parecía de piedra.
—¿Qué me dices?
—Nada.
—Algo tendrás que decir.
—Nada —y poniéndose en pie—: ¿Duermes aquí o te vas?
—¿Qué diablos te pasa?
—Te he dicho que nada.
Y se dirigía a la puerta.
—Oye… ¿Te vas?
—Sí. Quedé en acompañar a mi madre a casa de los O'Brien.
—¡Ah! Sin duda tu madre quiere casarte con la heredera del viejo lobo del petróleo.
—¿Ya te ha pasado lo de Yuri?
—¡Maldita Yuri! ¿Y por qué era amiga de esas?
—Como pudo serlo de una reina de incógnito. ¡Qué sabe ella!
—Rock…
Los dos, uno tras otro, se perdían por el pasillo camino de la puerta.
—Rock… no corras tanto, caray.
—¿Qué quieres?
—Es bonita esa Yuri.
—Sí.
—Cielos, porque fuera como Anna daría algo.
—Si fuera como Anna, no te interesaría.
—Me interesaría.
—Bueno, allá tú y ella.
—¿Dónde podré volverla a ver?
—¡Yo qué sé!
—No querré saber nada más de esas tres brujas.
—No lo hicieron adrede. Ellas obran de buena fe. Ya las has oído.
—Anna sabía…
—¡Qué iba a saber! Ella cree que ninguna mujer puede en justicia, rechazar a un hombre que, como tú y yo, podemos pagar un collar de cien dólares sin…
—Aunque me costara un visón —rezongó Mickey— se lo hubiera pagado a Yuri. Merece a la pena, ¿no?
—¿Por qué no se lo has dicho?
—Porque no me dio tiempo.
—Pues díselo cuando la encuentres de nuevo.
—No la encontraré jamás. He visto en sus ojos… He visto, ¿sabes, Rock? Esa no es de las que hacen comedia para engañar a los hombres. Esa es toda verdad.
Bajaron las escaleras y subieron al auto en silencio. Rock lo puso en marcha.
—¿Dónde te dejo?
—Me siento como condenado. Déjame al pie del infierno, que es donde está mi sitio. Jamás creí que este ridículo me estuviera reservado. ¿Tú qué dices?
—Ya te dije que nada. En tu lugar nublar tontito más tacto.
—¡Qué tacto ni qué narices!
—Ya lo sé. Pero esa joven tenía puros los ojos.
—Pero era amiga de Anna y sus dos amiga».
—Casualidad. ¿Te dejo aquí?
—Bueno.
* * *
Estás pálida, Yuri…
—He corrido para llegar hasta aquí. Tengo que marchar.
—¿Cómo? ¿No saludas a mamá? Además le hablé mucho de ti al abuelo. Quiere conocerte. Ven.
No estaba ella en aquel instante para presentaciones. Además tenía que volver a casa. Y cuando llegara Rock… Se estremeció. ¿Qué pensaría de ella? ¿Diría Mickey la verdad? Los hombres nunca confiesan sus fracasos. Muy al contrario, de sus auténticos fracasos hacen triunfos positivos. Si no la interrogaba no le diría nada. Pero si intentaba de nuevo Mickey…
—Otro día. Deborah. Te prometo que el domingo.
—¿Pero qué te pasa, criatura?
Estuvo a punto de contarlo, pero no lo hizo. ¿Para qué? Deborah se prestaría a ayudarla y ella era orgullosa. Trabajaba allí porque comía. No quería vivir de limosna. Además, Filadelfia no era el pensionado. Allí eran dos iguales. En Filadelfia no. Ella era una subalterna. Deborah una heredera opulenta. Los O'Brien pertenecían a la mejor sociedad. James O'Brien era uno de los hombres más ricos del país. Tenía pozos de petróleo fenomenales, barcos, empresas plásticas… No, sus mundos eran diferentes y ella deseaba no sufrir humillaciones y conocía un poco a la humanidad. Encumbrarse a costa de una amiga rica, alternar, vivir en la mejor sociedad, para luego caer estrepitosamente. No. Prefería su lugar y lo mantendría a costa de lo que fuera. Con sencillez, dijo:
—Trabajo aquí.
—¿Cómo? —se alarmó Deborah.
—Sí. Soy señorita de compañía y secretaria de una dama distinguida.
—Pero… ¿Tu tía?
—Ha muerto.
—Pero su dinero…
—Era usufructuaria, nada más. Al morir, pasó todo a los sobrinos de su marido.
—¡Oh!
—Por eso debo volver a mi trabajo. Nunca estoy fuera de casa después de las diez de la noche. Y son las nueve y media. Tendré que tomar un taxi.
—Yuri…, esto hay que arreglarlo.
—Prefiero que quede así.
Entró una elegante dama en aquel momento.
—Mamá…
—Yuri —exclamó Joan O'Brien con alegría—. Deborah está loca de contenta porque te encontró.
Se puso en pie y la dama la besó.
—Mamá. Yuri está trabajando.
—¿Cómo?
—Sí, de señorita de compañía.
—¡Oh!
Y puso una mano sobre el hombro de la joven, con ademán protector que no agradó a Yuri.
—Lo mejor, Yuri, es que te despidas de tu empleo. —Y con suavidad, añadió—: Deborah necesita una doncella.
—¡Mamá! —fue a protestar Deborah.
Yuri acababa de recibir un azote real, y aquel otro no la cogió de sorpresa. Miró a su amiga con dulzura y dijo:
—Lo siento, señora. Pero estoy satisfecha con el empleo que tengo actualmente.
—¡Oh! Es lamentable.
Y tras un saludo indiferente salió de nuevo. Deborah exclamó excitada:
—Mamá no quiso ofenderte.
—Lo sé, querida. Bueno, tengo que marchar.
—Yuri…
—Te veré otro día, querida.
—Yuri, yo…
—Adiós.
Salió casi corriendo, temiendo que la detuviera.
La brisa de la noche le dio de lleno en el rostro. Sintió cierto alivio. No tomó un taxi. Necesitaba caminar y despejar la cabeza. Había recibido dos golpes morales uno tras otro. Dolía el primero. Dolía, sí, como una llaga gangrenada. Pero también dolía el segundo.
Ella no deseaba introducirse a costa de Deborah en un mundo que no le pertenecía, pero oírselo decir a su madre con aquella frialdad… Ella, antes fue sobrina de una dama rica… Pero ya no era nada. Una secretaria a sueldo, con la cual, los nombres pueden tomarse villanas libertades… No, nunca.
Alzó los ojos y miró con súbita energía.
—Si es que voy a pecar. Dios mío, mátame antes. No pecaré nunca. Pasaré hambre y amarguras sin fin, pero no pecaré jamás.
Y siguió su camino.
Creyó que le hablaría aquella noche. Esperó con creciente anhelo que Sam, el criado de Rock, la fuera a buscar a su alcoba. Llegó la hora de comer y sonó el «gong» a las diez en punto. Ya estaba lista. En su semblante impenetrable no se apreciaba vestigio alguno de las dos desilusiones sufridas en el espacio de unas horas. Bajó despacio. Esbelta, gentilísima, con aquella callada personalidad que no le perdonaba la madre de Deborah…, nuestra joven amiga penetró en el comedor. «Buenas noches», dijo. Mistress Mildred la miró sonriente. Rock estaba de espaldas a ella y así se quedó.
—Has regresado bastante tarde —dijo la dama—. ¿Lo has pasado bien?
—Desde luego.
Rock se volvió. Su mirada era fría y aguda. Yuri la sintió en la suya con insistencia. No apartó sus ojos. Él tenía mucho que ocultar. El mundo lo creía un dechado de perfecciones. No lo era. Ella había descubierto aquella tarde que no lo era. Anna, Belinda… y tantas otras Annas y Belindas, serían a no dudar, la oculta cadena que escondía sus indecencias.
Se sentaron a la mesa. Y como siempre, la conversación la llevaron madre e hijo, si bien, a diferencia de otras veces, Rock buscaba inútilmente su mirada.
—Supongo que me acompañaras con los postres.
—Por supuesto.
—Le he prometido a Joan que me acompañarías.
Él rió.
—¿Ya no te interesa Katheryn para nuera? —preguntó burlón.
—Tal vez Deborah O'Brien te guste más.
Yuri no movió un músculo de su cara. ¿Deborah? ¿Le proporcionaban a Rock una novia nueva? Sintió cierto desprecio hacia él. Katheryn, June, o Deborah… ¿Qué importaba? Indudablemente, mistress Mildred terminaría por casar a su hijo con quien quisiera. Y si Joan y Mildred se unían para «pescar» a Rock para Deborah…, habría boda.
Se sintió deprimida y pensó que un día ella se iría de aquella casa. Y no sólo de aquella casa, sino de Filadelfia, y terminaría rompiendo con todo.
—¿Por qué tiene más dinero? —preguntó con ironía.
Le agradó aquella ironía. Resultaba muy propia del hombre sarcástico que era Rock cuando quería.
—No seas vulgar, Rock. Cierto es que Deborah O'Brien es más rica que Katheryn Mann, pero cualquiera de las dos me agrada para nuera.
—Posiblemente ninguna de las dos, mamá —dijo flemático.
Y se puso en pie.
—Algún día tendrás que casarte.
—Por supuesto —encendió un cigarrillo—. No pienso morir soltero, a menos que muera pronto. Pero no ha de ser con la mujer que tú me busques, mamá. Sino con la mujer que me agrade a mí.
—Tienes el deber de hacer un buen matrimonio.
—¿Es por eso? ¿Por qué te agrade a ti?
—¡Rock!
—Lo siento, mamá.
—Ya seguiremos esta conversación. Ahora voy a vestirme.
—Yo también.
—Hasta luego, Yuri —saludó la dama.
—Buenas noches, señora —replicó con voz serena—. Deseo que se divierta.
—Gracias, chiquita.
Salieron juntos. Ella se dirigió a la biblioteca, su refugio cuando estaba sola. Tomó un libro al azar y lo abrió. Leyó sin saber lo que leía. Y mientras los ojos miraban hipnóticos las letras, pensaba en sí misma. Su tía nunca debió educarla en un gran pensionado, para luego lanzarla al mundo sin una reserva. Conoció allí a muchas distinguidas jóvenes. Deborah, Katheryn… y tantas otras que pasaban por su lado y no se dignaban reconocerla. Sonrió tristemente. La vida no era divertida. Y prefería servir donde no fuera conocida, que estar allí, en casa de una dama que la apreciaba… ¿La apreciaba realmente? No. La caridad de mistress Mildred era muy particular…
Levantó los ojos con presteza. La puerta de la biblioteca estaba abierta y sobre el umbral se recortaba la elegante figura de Rock.
* * *
Llevaba una gardenia en el ojal, y avanzó hacia ella con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón. Vestía de etiqueta, y su silueta delgada y alta parecía más gallarda enfundada en las oscuras ropas.
Se detuvo junto a ella, y Yuri fue a ponerse en pie.
—Quédese donde está —dijo.
Obedeció. Rock se colocó delante de ella y apoyó un brazo en la repisa de la chimenea.
—En lo sucesivo deberá usted tener más cuidado con sus amistades —dijo.
No respondió.
—Ha molestado usted enormemente a mi amigo.
Tampoco dijo nada. Tenía el libro en el regazo y la cabeza alzada. Sus ojos azules miraban a Rock con gran fuerza, y él se dio cuenta en aquel instante de que eran unos hermosos ojos.
—Me excuso en su nombre, Yuri —dijo afablemente.
—Gracias.
Fue seca y breve su respuesta. Rock no pareció inmutarse. Dijo bajo:
—¿Pretende usted que la admire?
Lo miró extrañada.
—En modo alguno.
—La odié esta tarde, Yuri —prosiguió pensativo—. Tal vez esa no es la palabra más indicada. Digamos que la desprecié.
—Su desprecio no ha de molestarme, señor.
—¿No? El desprecio de todo hombre molesta a una mujer.
—El desprecio de toda mujer, mengua a todo hombre.
Él enarcó una ceja.
—Lo cual indica que me desprecia usted.
No respondió.
—No me permitió usted añadir —siguió él de modo raro— que luego la admiré. La creía una mujer pura. Verla con…
—Sus amigas…
—Sí —cortó secamente—, mis amigas. Me decepcionó usted.
—Ignoraba que fueran sus amigas.
—Me lo imagino —y brevemente—: En lo sucesivo tenga más cuidado.
Una doncella dijo desde el umbral:
—Mister Rock, la señora le espera.
Rock giró en redondo. La doncella desapareció. Y Rock se aproximó a la puerta. Antes de salir dijo sin volverse:
—No he dicho a Mickey quién era usted.
No respondió, y Rock salió con rapidez.
* * *
A la mañana siguiente, mistress Mildred le refirió los incidentes de la fiesta. Todos los días le contaba los detalles más importantes de la velada. Y en sus obligaciones entraba también el deber de escuchar los comentarios de la distinguida dama.
—Estoy muy contenta, Yuri —dijo mientras desayunaba, sentada en la cama—. Deborah O'Brien es una chica inteligentísima y muy linda. Rock estuvo con ella toda la noche. Es un buen comienzo. ¿No te parece?
—Eso creo.
Le dolió. Sí, le dolió como una puñalada.
—Sería un matrimonio estupendo. Los O'Brien y los Kaish, unidos por una boda.
No replicó.
—Rock no es enamoradizo. Es un chico desapasionado. Pero creo que sabrá elegir a medida de su persona.
No esperaba respuesta. Tal vez entendía que Yuri no sabría dársela o no tendría deseo de hacerlo.
—Invité a Deborah a merendar. Aceptó. Espero que Rock no me defraude. También vendrá Joan, me refiero a la madre de Deborah.
Se estremeció. No deseaba que la encontraran allí. Sabía que Deborah la apreciaba de veras. Pero no era una chica de carácter firme. Su madre la dominaba… Terminaría por despreciarla, como le despreciaba Joan. Como la despreció cuando supo que trabajaba. No podía soportar una humillación.
—Estoy haciendo un vestido —dijo de pronto—. ¿Podría darme permiso para ir a probar esta tarde, señora?
—Claro, querida. Precisamente no te necesitaré esta tarde. Después puedes ir al cine.
—Gracias. Es usted muy amable.
* * *
Hacía frío. Yuri levantó el cuello del abrigo y se internó en una calle iluminada. No había ido a la modista. Ni al cine. Estuvo sentada en un café con la vista perdida en un punto inexistente. Podía irse de Filadelfia. ¿A Nueva York? Pues, sí, de nuevo a la gran urbe. Y buscar un empleo. ¿Por qué no?
«Porque no; porque no me iré. Porque mi deber es quedarme —dijo su subconsciente—. He de saber agradecer lo que hacen por mí.» ¿Pero qué hacía aquella dama mistress Mildred, por ella?
«Bueno —pensó—. Hace lo que no haría otra mujer. Después de todo no se porta mal conmigo. Me trata como lo que soy, una subalterna. Como a su secretaria; me paga un sueldo espléndido. ¿Soy una desagradecida? La culpa de todo la tuvo mi tía. Nunca debió educarme en una esfera que no me pertenecía. Me ha preparado para el gran mundo y éste me es negado. Ello no me irrita, pero me humilla que aquellas que fueron mis compañeras y me llamaban «amiga», me desconozcan en la calle. Sobre todo, Deborah. Deborah fue mi mejor amiga. Hemos soñado juntas, nos hemos querido de verdad.»
Acentuó su sonrisa.
La culpa no la tenía Deborah, sino su madre.
Atravesó la calle. Cruzaba ante un café. Una mujer se detuvo junto a ella. Se miraron fijamente.
—Lo siento, Yuri —dijo Anna—. Yo creí que… no desperdiciarías la ocasión de tener un amigo opulento.
No la miró con desprecio. La despreciaba demasiado para molestarse en dar a sus ojos una expresión molesta.
—Prefiero ser amiga de mí misma, Anna —dijo bajo—, que serlo de un hombre opulento.
—Mickey me retiró su amistad, y yo lo necesito.
—Lo siento por ti.
—Espera, Yuri.
—No. Después de saber cómo sois…, no.
Y se alejó. Eran las nueve de la noche. Hacía frío, y la carretera estaba oscura. A los lejos se divisaban las luces del palacio de los Kaish.
«Si le hablara a mistress Mildred —se dijo—, tal vez… ¿Pero qué podré decirle? ¿Qué deseo marchar? Tendría que aducir razones… No, por ahora no me iré. Pero si él… se casa con Deborah… Sí… Entonces huiré. No de mí misma, pero de ellos, sí.»
No oyó el auto que avanzaba tras ella. Ni el frenazo que puso una nota discordante en la callada noche.
—Suba, Yuri.
Se volvió en redondo. Rock asomaba la cabeza por la ventanilla.
—¡Ah, es usted!
—Suba. Va a llover.
Sin bajarse, abrió la portezuela. Ella titubeó, pero al fin subió a su lado. Rock no puso en marcha el auto inmediatamente. La miraba.
—No me había dicho usted que Deborah O'Brien la conocía.
Se sobresaltó.
—¡Ah! —exclamó tan sólo.
—Lo supe por casualidad.
No lo miró. Sus ojos se clavaban con pesar en la oscuridad de la noche.
Sin mirarlo, preguntó bajo:
—¿Ella sabe que…?
—No. Vengo de acompañarla a su casa. Deborah me habló de sus tiempos de estudiante. Entre las amigas que nombró…
—Ya. —Joan se enojaría.
—Cortó la conversación. Yo no dije nada. ¿Por qué, Yuri?
—¿Por qué, qué?
—Míreme. Tiene usted unos hermosos ojos que se le niegan a uno obstinadamente.
Lo miró sin parpadear. Él dijo:
—Es usted muy valiente.
—He de serlo.
—¿Y por qué cuando mi madre habló de Deborah…?
—No debo inmiscuirme en conversaciones que no me conciernen.
—¿Siempre es usted tan discreta?
—Fue lo primero que me enseñaron en el gran pensionado —dijo irónica.
—Me parece, Yuri, que odia usted ese pensionado y todo lo que en él conoció.
—Tal vez.
—Yo a eso le doy un nombre.
—¿…?
—Soberbia.
—También enseñan eso en un colegio elegante.
—La han perjudicado —dijo rotundo.
—Eso creo.
—¿Qué espera de la vida?
—No lo sé.
—Deborah tendrá que saber algún día dónde trabaja usted.
—Que trabajo ya lo sabe. Yo misma se lo dije. —Y con desdén que era dolor—: Joan, su madre, me ofreció un puesto de doncella junto a su hija…
—Yuri…, eso es inhumano.
Se alzó de hombros.
—¡Bah! —exclamó secamente—. No me ha cogido de sorpresa. Me ha correspondido vivir la vida sin subterfugios, y sé hasta dónde alcanza la desconsideración humana. Para una mujer como Joan O'Brien, sería magnífico que una condiscípula de su hija llegara a ser doncella de ésta.
Rock puso el auto en marcha. Tenía una raya paralela en la frente, y un vivo destello en los penetrantes ojos.
—Usted no se casaría sin amor —dijo sin preguntar.
—No.
—¿Ni… conmigo?
Lo miró con lentitud.
—Señor Kaish —dijo secamente—, siento que me compadezca usted. Pero no le creo tan desprendido como para…
—No desbarre. Nada le he propuesto. No —añadió bajo—, aún no se lo he propuesto. —Y secamente—: Hemos llegado.
* * *
Noto a Yuri muy rara dijo mistress Mildred a su hijo uno de aquellos días, mientras ambos tomaban el sol en la terraza, esperando la hora del almuerzo. Antes se le notaba el gozo cuando le anunciaba una salida, bien a las casas de modas, bien de compras, o dar un simple paseo, pero observo en ella que vive febril. ¿Crees que se habrá enamorado?
—Lo ignoro.
—Pues algo le ocurre.
Rock cruzó una pierna sobre otra y fumó con fruición.
—Dime, mamá: ¿Tú crees haberle hecho un bien a Yuri ofreciéndole tu casa?
La dama lo contempló extrañada.
—Naturalmente, Rock. Cualquier chica en su lugar se sentiría satisfecha.
—Depende del carácter de cada uno.
—Una chica desamparada, como Yuri, tendría que estarme agradecida.
—¡Oh, claro!
—Rock, se diría que te burlas.
—En modo alguno, mamá. Pero me gustaría que comprendieras y te pusieras en su lugar.
—¿Cómo? ¿Acaso estoy en su lugar? Ella es ella, ¿no?
—Naturalmente —rió Rock, despreocupado—. No habrá quien pretenda que tú no eres tú. Mas permíteme que te diga que, para juzgar al prójimo, hemos de juzgarnos a nosotros primeramente.
—No te entiendo en absoluto.
—Es que no he dicho nada aún. Hazme el favor de pensar en ti misma un instante. Imagínate que eres ella…
—¡No lo soy!
—Naturalmente, mamá —se impacientó Rock—. Eso hazlo en sentido figurado, sólo por un segundo.
—Bien, ya está.
—Te has educado en un gran colegio. Te enseñan no a ser una secretaria, señorita de compañía, etc…
—Bien, bien.
—Te hicieron creer que eras una rica heredera. Las compañeras de pensionado, que dicho sea de paso, son un grupo de vanidosas mujeres…
—¡Rock!
—¿Me dejas terminar?
—Sigue, pues.
—Te crees, en efecto, una rica heredera. Son tus amigas. Te halagan, te miman. Bueno, os mimáis unas a otras. Son todas corderitos de la misma carnada. Pero…
—Sigo sin entender. Cada uno ha de conformarse con su destino.
—Muy cómodo para ti, que Dios te reservó el destino mejor.
—¡Rock!
—Pero muy difícil para quien, como Yuri, llegó a su casa, se encontró, en primer lugar, en que no existía tal hogar, y en vez de abrazar a una tía, se encuentra con una dama que le ofrece su compañía, pero no su cariño.
—Aprecio a Yuri —protestó mistress Mildred.
—Sí, sí —sonrió Rock, sin alterarse—. La quieres, pero tu cariño es… ¿Cómo diría? Muy relativo, tú no quieres, diré aprecias a la sobrina de tu amiga, aprecias a tu secretaria. Y para una muchacha que creció mimada y halagada, haciéndole creer que tenía la varita mágica que une al mundo y sus vanidades, es muy duro ser subalterna, cuando siempre creyó, porque se lo hicieron creer, que otras mujeres serían para ella lo que en realidad es ella para esas otras mujeres.
—Tendría que cambiar el mundo para que las cosas sucedieran así.
—De acuerdo, mamá, pero a quien le toca vivirlo le duele. ¿Te das cuenta ahora? ¿Ves tú por qué Yuri cambió?
—Hace unos meses estaba en las mismas circunstancias.
—Ya, había alguna diferencia.
—¿Quieres explicarte?
—No merece la pena, pero si te empeñas lo haré.
—Te lo agradezco.
—Muchas de tus amiguitas han sido, sin duda, compañeras de estudios de Yuri…
—¡Ah, ah!
—¿Comprendes? Yuri trata de disimularlo, pero es una chica orgullosa.
—No obstante, ha de resignarse con la suerte que le toca.
—Y se resigna. Pero ello no evita que le resulte doloroso. Es tremendo para una joven bien educada, que se creyó apreciada por sus amigas, ver a éstas y saber que le vuelven la espalda, sólo porque ha dejado de ser la rica heredera y se convirtió en una vulgar señorita de compañía.
—Rock, yo la trato bien.
—Excelentemente, mamá. Pero no olvidas jamás que es tu secretaria, señorita de compañía, etc.
—Espero —dijo la dama— que pronto se case.
—¿Casarse? ¿Crees que le será fácil?
—¿Y por qué no? Es muy bonita.
—Sí, por cierto. Pero los hombres que ella desearía y que merecerá sin duda alguna, no se casarán con ella.
—Yuri tendrá que casarse con un empleado, un médico. En fin…
—Sí, mamá —sonrió Rock, burlón—. Es muy cómodo por tu parte.
—Rock, yo no puedo hacer más.
Rock se puso en pie.
—No, tú tal vez no. Pero Yuri es de las mujeres que gustan a los hombres, y tal vez al hombre que la ame le importe un bledo que no tenga dinero.
—Eso ocurre sólo en las novelas.
—No, mi querida y distinguida dama —sonrió—. No sólo ocurre en las novelas, también ocurre en la vida real alguna vez.
—Recuerdo que en cierta ocasión me reprochaste que me ocupara tanto de ella.
—Y también recordarás que me dijiste que era para ti una hija.
—En efecto.
—¿Y lo es?
—Rock, eres un impertinente. ¿Pretendes que coloque a Yuri a la altura de mí misma?
—No sería nada extraordinario, mamá. Puesto que tanto la estimas, tu deber es darle una oportunidad.
—Y se la doy.
—Siempre sin olvidar que es tu secretaria.
—Rock, me estás resultando…
—Ya lo has dicho —rió con flema—; un impertinente.
—La señora está servida —dijo una voz gangosa.
Ambos penetraron en la casa cogidos del brazo.
—Un día me dijiste que querías ir a Francia. ¿Ya no lo deseas?
—Iré —dijo rotunda—. Espero que tengas el buen acuerdo de casarte antes.
—¿Con cuál de las dos? —preguntó cínico—. ¿Katheryn o Deborah?
—Cualquiera de las dos.
Rock no contestó. Se limitó a sonreír sarcásticamente.
* * *
Creyó que estaba sola. No era así. Entró en el salón y se dirigió al tocadiscos. Mistress Mildred había salido. La servidumbre se perdía por el palacio. Yuri, al sentirse sola, deseó olvidar tantas cosas que la agitaban, y por eso estaba allí, junto al tocadiscos, que conectó tras poner un disco cualquiera.
Se sentó en el brazo de un sillón y escuchó. Balanceó una pierna y fumó con fruición. Fue entonces cuando la alta y flaca figura de Rock se irguió del fondo del sofá. Ella parpadeó, y su mano fue a detener el disco.
—No lo haga —dijo Rock—. Me gusta esa música. Es pegadiza… —avanzaba hacia ella con las manos en los bolsillos del pantalón. Vestía de gris. Su morena cabeza, de negros cabellos, se alzaba con un ademán muy peculiar en él.
—¿Quiere bailar? —preguntó cortés.
—¡Oh, no!
—¿Y por qué no? —y la señaló con un gesto de cabeza—. He visto el movimiento de sus pies. Los movía usted al ritmo de la música.
—Lo siento, señor.
—¿Por qué? —preguntó él—. No lo haga. Es lógico que una joven de su edad sienta deseos de oír música.
—Le aseguro, señor…
Bajó los ojos, aturdida ante la alentadora mirada masculina.
—Siga, Yuri. ¿Qué iba a decir?
—No…, no lo sé.
—Yo sí, lo sé. Iba a decirme usted que no siente gustos definidos por nada. Y no es cierto, Yuri, ni yo la censuro. Es lógico.
—¿Qué es lógico, señor?
—Que sienta usted gusto por muchas cosas.
—Pues…, no.
Y detuvo el disco.
Rock se sentó a medias en el brazo de un sillón, frente a ella, y la miró de modo raro.
—Me pregunto, Yuri, si no ha cedido usted nunca su personalidad.
—No…, no le entiendo.
—Si mi madre la permitiera marchar. ¿Qué haría usted?
—Me iría muy lejos.
—Lo cual indica que no nos aprecia.
—Naturalmente que les aprecio. Pero…
—La comprendo. Usted evitará por todos los medios encontrarse con Deborah.
—Prefiero no hablar de eso, señor —dijo escuetamente.
Rock esbozó una tenue sonrisa. Y ella, que captó aquella sonrisa, se puso en pie y dijo:
—Siento haberle molestado, señor.
—Espere, Yuri. Me gusta hablar con usted. ¿Es que aún no se percató de ello?
Estaba herida y molesta. Y era, sí, muy orgullosa. Por eso dijo con sequedad:
—No estoy en esta casa para entretenerle, señor.
Rock se puso en pie con precipitación. Su semblante se alteró por un instante, pero en seguida volvió una fría sonrisa a su cara.
—De acuerdo, Yuri.
Ella pareció suspensa. No esperaba aquella súbita y fría reacción.
—No quiero —dijo dirigiéndose a la puerta— que me compadezca usted.
Rock estuvo a punto de decirle que no era ella mujer para compadecerla. Pero se mantuvo inmóvil y silencioso, y cuando ella salió, una arruga surcó el moreno de su piel.
* * *
¿Qué haremos? preguntó Mickey, perplejo.
—¿Anna?
—No, por mil demonios.
Rock sonrió. Se hallaban los dos en el interior del auto de Rock. Parecían desorientados.
—¿Sabes lo que te digo, Rock? Me cansa esta vida de holgazán… Voy a pensar en serio en casarme.
—¿Ya tienes elegida futura costillita?
—Es fácil. Lanzas una mirada en torno y la encuentras al minuto.
—Así —dijo Rock, poniendo el auto en marcha— no me casare nunca. Tendré que amar y desear mucho a la mujer que elija por compañera de mi vida.
—Pero si nunca amaste a mujer alguna.
—Por eso mismo.
—Te desconozco, chico. ¿Acaso Deborah O'Brien? Me han dicho que sales mucho con ella.
—No es esa la mujer.
—¿Es que… la tienes?
—Creo que sí.
—Oye, oye, soy tu mejor amigo y no sé nada. ¿Puedes ser más explícito?
Rock detuvo el auto ante una elegante cafetería y dijo:
—Tengo sed. Bajemos aquí…
—Pero antes me dirás…
—Si no tengo nada que decirte, muchacho. Es algo que baila en mi cabeza de continuo. Un deseo a veces insufrible, pero que otras no recuerdo siquiera. Cuando ese baile baje de mi cerebro, te lo diré. Pero aún no bajó.
Había poca gente a aquella hora de la mañana. Mickey se detuvo en seco y asió a su amigo por el brazo.
—Mira —dijo en voz baja—, mira hacia la izquierda.
Miró. Allí estaba Yuri, sentada ante una mesa. Se inclinaba sobre un periódico y tenía ante ella una copa de licor.
—Yuri —susurró Mickey—. Esa muchacha no se aparta de mi recuerdo. ¿Vamos a… saludarla?
—Ve tú.
—¿Tú, no?
—No —rotundo—. Yo, no.
—Pues yo, sí.
Y se alejó decidido. Rock giró en redondo y salió del local. Se sentó en el coche y esperó pacientemente a su amigo. Creyó que éste iba a salir al instante, pero tardó más de media hora.
—En marcha, Rock —dijo sentándose a su lado.
El auto arrancó. Hubo un silencio.
—Me intriga, Rock. ¿Crees que levantaría mucha polvorilla si me casase con ella? Mi madre me retiraría la palabra. Papá me borraría de la firma. Las amiguitas que esperan convertirse algún día en señoras de Willianms, me negarían el saludo… Pero me gusta. Su postura mayestática impresiona. Y qué mirar el de sus ojos… Cielos, Rock, voy a pasarlo muy mal.
Rock empequeñeció los ojos. Se diría que no había oído a su amigo, pero de repente demostró lo contrario.
—Todo eso que has dicho denota en ti al ser infantil. Cuando una mujer entra en un hombre, le importa un bledo que le parezca mal a su familia y a sus amigos…
—¿Te casarías tú contra el gusto de tu madre?
—Lo haré, sin duda.
—Caray, Rock.
—Las mujeres que le gustan a mi madre, no me gustan a mí. Es lógico, ¿no?
—¿Quién es ella, Rock? Porque no cabe duda de que existe.
—Existe, sí.
—¿No puedo saberlo?
—No. Dime, ¿qué te ha dicho Yuri?
—Muy cortés, muy fina, pero rotunda.
—No te quiere a su lado.
—No.
Rock sonrió imperceptiblemente.
* * *
Yuri, tienes un gusto exquisito, y pienso dar una fiesta en casa con motivo de mi cumpleaños. Te ruego que digas a Sam que te ayude a decorar el salón.
—¿Hoy, señora?
—La fiesta será pasado mañana.
—De acuerdo.
—Espero, Yuri, que pongas en la decoración todo tu interés.
—Así lo haré, señora.
Desde el fondo de un sillón, Rock escuchaba la conversación de las dos mujeres Tenía un gran espejo delante y veía a Yuri de cuerpo entero. De su madre sólo veía los pies. No le interesaba ver ni eso siquiera. Veía a Yuri y era suficiente. Vestía un modelo de tarde de corte austero, dando a su persona mayor austeridad. Calzaba altos zapatos, y el rubio cabello lo peinaba a la moda, corto y hueco. Sus azules ojos se encontraban con los suyos de vez en cuando, a través del espejo, pero los apartaba presta. Rock sonreía. Hacía casi una semana que no cruzaba con ella una palabra, pero la miraba, y que la viera nadie no podía evitarlo.
—Espero, Yuri —dijo la dama—, que asistas a mi fiesta.
Rock espió el rostro joven de suave tersura. Tuvo una dura contracción. Indudablemente no le agradaba.
Con nueva voz la oyó decir:
—¿No podría excusarme, señora?
—En modo alguno. A decir verdad tendrás que echar una mano a las doncellas. Habrá mucha gente.
La vio palidecer, y estremecerse. Pero su voz sonó normal al decir:
—De acuerdo, señora. ¿Puedo retirarme?
—Desde luego.
No lo miró antes de marchar, pero Rock la siguió hasta que la puerta se cerró tras ella.
Se levantó del sofá.
—Mamá —dijo, cariñoso—, has hecho muy mal. Y perdona que te lo diga.
—¿En qué hice mal?
—En tu fiesta invitarás a todas tus amigas. A las hijas de éstas…
—Es lógico.
—Ello causa una horrible violencia a Yuri. Servir a sus mismas amigas. Es una falta de caridad por tu parte.
La dama irguió orgullosa la cabeza.
—¿Sabes lo que te digo, Rock? Te estás portando de un modo muy raro. Defiendes a Yuri con todas tus fuerzas. ¿Puedo conocer las causas?
—Caridad.
—Cuando una joven carece de fortuna y ha de ganarse la vida, considero del género tonto exponer así un orgullo sin fundamento. Te aseguro que el orgullo de Yuri me va cansando.
—Lo comprendo. No he dicho nada, mamá.
—Así me gusta.
Rock sonrió cariñoso, pero no dijo lo que pensaba hacer en aquel momento. No obstante, lo hizo. Se excusó, salió del salón y buscó a Sam.
—Sam —dijo cuando lo encontró—, di a la señorita Hargitay que la espero en mi despacho.
Allí la tenía minutos después.
—Siéntese, Yuri.
—Puedo escucharlo de pie, señor.
—Le ruego que se siente. Lo que tengo que decirle no es nada fácil.
Se sentó frente a él. Rock, como en otras muchas ocasiones cuando se sentía nervioso, tamborileó con los dedos en la mesa.
—Yuri, voy a hacerle una pregunta. Es como una introducción preliminar para iniciar una conversación que puede decidir su destino y el mío.
No replicó. Lo miraba serenamente, con frialdad. Y era, precisamente, aquella frialdad la que acuciaba el deseo del hombre, que nunca deseó algo que no alcanzara.
—¿Puedo hacer la pregunta?
—Puede, señor.
—¿Me desprecia usted mucho?
Creyó que iba a desconcertarla, pero no fue así. Yuri replicó con naturalidad:
—Sí.
—¿Cómo? ¿Me desprecia usted?
—Sí.
Nervioso, se puso en pie, y volvió a sentarse. Esta vez los dedos se aplastaron sobre el frío tablero de la mesa.
—Es usted despiadada, Yuri.
—Me hace una pregunta, señor. Respondo a ella.
—Usted, Yuri —dijo con rudeza—, sabe cuánto y cómo la deseo.
Ella asintió con un breve movimiento de cabeza.
—¿Lo sabe usted?
—Lo sé.
—¿Y me desprecia por eso?
—No. Es natural que un hombre desee a una mujer que considera inalcanzable.
—Usted no es inalcanzable para mí, Yuri —dijo secamente.
—Se equivoca usted, señor. Lo soy.
—Defina eso para discutirlo luego. Primero dígame por qué me desprecia.
—El mundo que lo admira —dijo con sencillez— lo cree perfecto. Tiene usted fama de serio y honrado. Tal vez lo sea. No pienso discutirlo. Pero le conocí junto a mujeres vulgares, y estimo que un hombre, cuando es como creen que es usted, no debe humillarse hasta descender hasta la basura de la calle.
Sonrió, flemático.
—Tiene usted un alto concepto del honor.
—Así es, señor.
—Y considera usted que el hombre no tiene derecho a sentirse de vez en cuando vulgar, y comportarse como un simple y burdo hombre.
—Teóricamente conozco las debilidades de los hombres, pero…
—Permítame que le diga, Yuri, que la teoría que usted conoce, dista mucho de la práctica realidad. Es usted demasiado joven para tener derecho a enjuiciar los deseos vulgares de los hombres que el mundo no cree vulgares. A la hora del amor y del deseo, todos los hombres, así como todas las mujeres, son antes vulgares, sojuzgados a un no menos vulgar deseo sensual.
—No pienso discutirlo, señor.
—Pero aún así me desprecia usted.
—Eso es.
—Puede retirarse, Yuri.
—¿No tiene más que decirme el señor?
—El señor, muchacha, tenía muchas cosas más que decirle, pero ha desistido. La creí orgullosa, pero nunca hasta ese extremo. Oculta usted un deseo tan vulgar como el mío, bajo un desprecio que oculta asimismo su propia debilidad.
Yuri se irguió y dijo con fiereza:
—Voy a despreciarlo más.
—Si bien ello no evitará que me ame al mismo tiempo.
—¡Señor!
—Lo sé, Yuri. No está tratando con un niño. Tengo muchas horas de vuelo, y precisamente esas vulgaridades que usted desprecia en mí, me enseñan a conocer a las mujeres. Puede retirarse usted, Yuri. Pensaba librarla de ese compromiso que le impuso mi madre. Pero no lo haré. A veces —añadió con súbita ternura—, el orgullo de las mujeres debe ser pisoteado. Es así…, más mujer.
Yuri huyó de allí como si la persiguieran. Y al llegar a su alcoba se tiró de bruces sobre la cama y prorrumpió en ahogados sollozos.
* * *
No vestía uniforme, pero servía a los invitados como una doncella más. Pasó ante Katheryn Mann. Esta ya sabía que su antigua compañera de estudios vivía allí, como secretaria de mistress Mildred. Yuri hizo como si no la conociera, Katheryn la imitó. Yuri se apartó de allí con la íntima sensación de que los ojos de Rock, junto a Katheryn, la desnudaban.
Katheryn dijo:
—Siempre ha sido una orgullosa. Me alegro que tu madre la tenga a su lado.
—¿Cómo secretaria? —preguntó Rock, sarcástico.
—Naturalmente. Siempre tuvo aires de reina.
—Lo parece, aunque no lo sea —dijo Rock, con sonrisa burlona.
—¡Bah! La vida se encargará de demostrarle lo contrario.
—O no.
Lo miró extrañada.
—¿Te es simpática? ¿La compadeces?
—No me es simpática —dijo breve, mirando hacia la puerta donde mistress Mildred recibía a Deborah y su madre—. En cuanto a compadecerla… ¡Hum, a una mujer como Yuri no se la puede compadecer! —Y con rápida transición—: Perdona, querida. He de saludar a los O'Brien.
—Deborah y Yuri fueron compañeras de habitación.
—Hasta luego, querida.
Saludó galantemente a las dos O'Brien. Tanto Joan como su hija miraban hacia un rincón del salón donde Yuri, con una bandeja en las manos, ofrecía pastas a los invitados.
—Mildred… ¿Qué hace aquí, Yuri? —preguntó Joan.
—Es mi secretaria.
—¡Oh! —y Rock vio en el rostro de Joan O'Brien, la gran satisfacción que la noticia le causaba.
Emparejó con una Deborah callada, y dejó a su madre con Joan.
—Yo no sabía que Yuri…
—De haberlo sabido… ¿No vendrías?
Lo miró. Primero seria, después zalamera. Rock sintió asco.
—¿Por qué no? Nunca podría excusarme ante tu madre.
—Yuri ha sido muy amiga tuya…
—Bueno, ya sabes. Cuando se es colegiala…
—Comprendo.
Se aproximó a Yuri a propósito. Deseaba conocer la reacción de las dos mujeres. Era interesante todo aquello. ¿La prueba más difícil para Yuri? Su orgullo lo merecía tal vez, pero…
Ya la tenía ante ellos, con la bandeja en la mano.
Rock las observó con disimulo. Deborah se mantuvo como si no la conociera. Yuri no hizo más que imitarla. De nuevo sintió asco. Asco de la vida y de los seres y de las pasiones absurdas que encadenaban al ser humano.
Él había hecho el servicio militar con muchachos humildes. Y, lejos de despreciarlos, los admiró hasta el extremo de tenerlos a su lado como técnicos apreciadísimos. ¿Por qué las mujeres tenían que ser tan distintas?
—Yo creí —dijo alejándose con Deborah— que conocías mucho a Yuri.
—Naturalmente —replicó Deborah, alzándose de hombros—. ¿No te he dicho que fuimos compañeras durante muchos años?
—Una amistad así —dijo como al descuido—, no se rompe tan simplemente. ¿No?
—La posición, ya sabes.
—Sí, claro.
—¿Bailamos?
No lo deseaba. Pero bailó. Y si bien fue cortés con todas, sus ojos seguían con interés la frágil y linda figura de Yuri, la muchacha a quien ni un solo instante vio flaquear.
«Valiente Yuri —se dijo—. Valiente y bonita Yuri.»
Cuando los invitados empezaban a despedirse, y en un momento en que no vio a Yuri en el salón, se deslizó de éste y se dirigió hacia la biblioteca. Era el refugió de Yuri. Allí estaba, en efecto. Se hallaba ante él y supo que miraba sin ver, que si algo veía era su propio ventanal y miraba hacia el jardín con vaguedad.
Se acercó a ella. No lo sintió. Se detuvo a su lado y con un dedo le levantó la barbilla.
Ella, sobresaltada, dio un paso atrás. Pero al ver que era él, se quedó inmóvil.
—Una prueba difícil, ¿verdad, querida?
Trató de esbozar una sonrisa.
—Yuri, te admiro. Tú me desprecias, pero yo te admiro.
—No… se lo agradezco.
—Lo sé.
La tuteaba. Ella no pareció inquietarse.
—¿Quieres… que te desprecie como tú a mí?
—No importa —y con energía—: Nada importa ya.
—¿Ni yo?
Lo miró con rencor.
—Usted se goza en mi humillación. Se goza más que ellos, más que nadie. —Y con dolor que impresionó a Rock—: ¿Por qué me han traído al mundo? ¿Por qué me educaron así? Yo no pido imposibles a la vida, pero, deberían dejarme en la ignorancia. No pido dinero, ni poder… Ni siquiera amor. Tal vez todo me está vedado; pero sí pido piedad.
—¿Piedad?
—De usted, no —dijo con fuerza—. De usted, no.
—¿Qué quieres de mí?
—Déjeme ya. Se lo ruego. Déjeme ya.
Y huyó de él, saliendo con precipitación de la biblioteca.
Rock, muy despacio, con una tenue sonrisa en los labios, se reunió a su madre en el salón. Los invitados iban despidiéndose unos tras otros. Joan y Deborah fueron los últimos.
—Rock, te espero mañana para la partida de tenis.
—De acuerdo, querida.
Le sonreía zalamera. Joan le dio una palmadita en el hombro. Se fueron al fin.
—Rock, todas las chicas casaderas de Filadelfia han desfilado hoy por aquí. Supongo que entre todas habrás elegido esposa.
—Sí.
Mistress Mildred lo miró radiante.
—¿Katheryn?
—No.
—¿Quién, pues?
—Algún día te lo diré —y besándola en la frente añadió con ternura—: Espero que ella sea de tu agrado.
Mistress Mildred se le quedó mirando desconcertada.
* * *
¿Sabes que te encuentro pensativo, toda esta temporada?
—Serán figuraciones tuyas, Mickey.
—Serán, pero te conozco desde hace mucho tiempo.
Rock se limitó a sonreír.
—Oye, Mickey —dijo de pronto—, hoy me gustaría sentirme vulgar como antes. ¿Por qué no llamas a Anna?
Mickey lanzó una sorda exclamación.
—Te llamo a mil mujeres y las tienes aquí al instante, peso a esa… no.
—Vamos, Mickey. Deja de ser rencoroso. Después de todo, lo ocurrido no tiene tanta importancia. Anna y sus amigas no tuvieron la culpa.
—Te digo que no.
—Mucho te dolió.
—Fueron dos bofetadas que no olvidaré en toda mi vida. Y por otra parte, Yuri, me llegó hondo, ¿sabes?
—¿Te casarías con ella?
—Mañana mismo.
—Díselo.
—¿Y dónde la encuentro?
—Te voy a decir algo muy importante. Aún no se lo he dicho a nadie, y espero que seas discreto.
—La duda ofende, Rock.
—Bien. Escucha. He conocido a una muchacha. La conocí hace… ¿Cuánto? Déjame contar. Año y pico. Durante mucho tiempo esta muchacha pasó inadvertida para mí.
—¿Y ahora?
—¿Me dejas terminar?
—Sigue, y perdona.
—Estás perdonado.
—La chica en cuestión no me llamó la atención en ningún sentido, hasta un día en que apareció a mis ojos como una cualquiera…
—Como Yuri.
—Exactamente —admitió con una risita.
—Y descubriste que no era fácil.
—Eso es.
—¿Y después?
—Primero la deseé. Hubiera dado por su posesión… ¡Qué sé yo! No era fácil de lograr y desistí de ofenderla, pues aunque hubiera dado toda mi fortuna… nada hubiese conseguido.
—¿Terminaste?
—No. De tanto desearla, empecé a quererla y entró en mí de tal manera, que cuando la veo me estremezco de pies a cabeza.
—¿Y no se lo has dicho?
—Tal como lo siento, no. He probado su virtud y su orgullo.
—¿Y bien?
—Es muy orgullosa. Yo pretendo, Mickey, que la mujer que se case conmigo me quiera por mí mismo. Tengo demasiado dinero. No creo en el interés que Katheryn, Deborah, Matilde y tantas otras sienten por mí. Todo ese interés lo atribuyo a mi dinero.
—Lo mismo me ocurre a mí.
—Presiento que si esa chica de la que te hablo me ama, es por mí mismo, y tengo que probarlo.
—¿Te ayudo?
—No sirves. Ya encontraré quien la pruebe.
Pero en aquel instante estaba decidido que sería Mickey, aun ignorándolo éste mismo.
—¿Por qué me cuentas esto?
—No lo sé. Lo relacioné con lo que tú sientes por Yuri.
—¡Ah, es verdad!
—Yo sé dónde puedes encontrar a Yuri.
—¿Tú? —Y Mickey dio un salto en la butaca.
—Sí, yo. Lo he sabido por casualidad.
—Dímelo.
—¿De veras te casarías con ella?
—Aunque mis padres me colgaran.
—Bien. En California, me refiero a la cafetería. Allí merienda Yuri todos los jueves. La vi por casualidad tres jueves seguidos. Estaba sola. En una mesa junto a la cristalera. Y… hoy es jueves.
Mickey se puso de un salto en pie.
—Hasta luego.
—¿Cuándo me dirás el resultado?
—Hoy mismo. Te llamaré.
—Suerte.
Y una tibia sonrisa bailaba en el marco cuadrado de su boca.
* * *
Anochecía, Rock estaba solo en la terraza tumbado en una extensible, indolentemente adormilado. Sintió los pasos de Yuri. Supo que era ella sin abrir los ojos. Tenía un perfume característico, como su persona, tenue y frágil.
Cuando calculó que la tenía frente a él, abrió los ojos. Encontró los de Yuri fijos en su persona.
—Muy pronto regresas —dijo poniéndose en pie.
Ella no respondió.
—Mi madre ha salido a hacer una visita. Te ruego que me acompañes un rato. Siéntate.
Ella no se movió. Se recostó en una columna y dijo con velado acento:
—Voy a pedir a su madre que me deje marchar.
—¿A dónde irás?
Se alzó de hombros.
—No lo sé. ¿Cree usted que eso importa mucho?
—Sin duda importa.
—Yo estimo que no.
Y se dirigió a la casa.
No la retuvo. ¿Para qué? Era maltratarse material y espiritualmente. Yuri había llegado a ser una obsesión, y verla le producía dolor, precisamente por sentirla tan lejana.
«Y me ama —se dijo firmemente—. Sé que me ama.»
—Señor —dijo Sam apareciendo en la terraza—, el señor Williams le llama por teléfono.
—Voy al instante.
Salió presuroso.
Se encerró en el despacho.
—Dime, Mickey.
—Fracasé.
—¿Cómo?
—No decía nada.
—¡Ah! Creí que hablabas. Pues, sí, chico. Fracasé rotundamente. Dijo…
—¿Qué dijo?
—Que no le interesaba la posición social. Que cuando se casase, sólo tendría en cuenta el amor de su marido y su estimación. Que aunque tenía muy poco en la vida, esperaba que en algún momento y lugar, el destino le reservara un amor verdadero. ¿Qué dices?
—Que yo he decidido cambiar de estado. Que acabo de detener mi carrera de soltero.
—¿Quién es ella?
—Yuri.
—¿Qué?
—Hasta luego, Mickey.
—Oye, Rock.
—Ya conoces el caso, ¿no? Te lo conté esta tarde.
—Y me elegiste a mí para la prueba definitiva.
—Tal vez.
—Eso no es jugar limpio.
—Lo siento por ti, Mickey.
—Te perdono, Rock —dijo resignado—. La mereces más que yo. Y, por otra parte, tú siempre has sido más afortunado en amores.
Colgó y sonrió afablemente. Mickey era un buen chico. Un amigo excelente, y lo apreciaba. También llegaría a apreciar a Yuri cuando ésta fuese su mujer… ¿Y su madre? Se alzó de hombros.
«Se pondrá por las nubes. Tal vez no quiera saber nada de Yuri. No importa. Nada importa, excepto Yuri.»
* * *
¿Me mandó usted llamar?
—Sí, pasa y siéntate.
—Prefiero escuchar de pie.
—Como desees. Esta vez no hago introducción preliminar, Yuri. Te voy a decir escuetamente el objeto de mi llamada.
—Le escucho.
—¿Quieres casarte conmigo?
La pregunta fue hecha con brevedad, y si bien llevaba en sí mucho de ansiosa, aparentemente era fría y hasta exigente.
—No —dijo con fuerza—. No, no tiene usted bastante dinero para pagar mi persona.
—Yuri, ¿qué estás diciendo?
—Digo que será usted poderoso, señor, para mis antiguas compañeras de pensionado, pero no para mí.
—Tú me amas —exclamó alterado.
—En efecto. Le quise mucho antes de que usted lo supiera. Pero… me doblegaré —y con frialdad que era un contenido sollozo—. Estoy habituada.
Rock se acercó a ella en dos zancadas. Se detuvo a su lado y le puso las manos en los hombros.
—Yuri —murmuró con una ternura que desarmó a la joven—, ¿también por orgullo vas a destruir tu vida y la mía? El mundo y las gentes tal vez te hayan hecho mucho daño, pero yo no hice más que quererte.
Se apartó de él.
—Yuri, ven aquí.
—Me iré. No deseo que por mi culpa haya una discordia entre su madre y usted. En cierto modo creyó hacerme un bien. No me lo hizo, pero creyó hacérmelo y yo tengo el deber de agradecérselo.
—He dicho que vengas aquí, Yuri. Es lógico que tengas orgullo —añadió severo—, pero no lo es que éste te perjudique a ti y me perjudique a mí.
—Usted no me ama.
—¡Cielos! —exclamó alterado—. ¿Qué pruebas exiges de mí?
—Ninguna. Usted me desea, sólo eso, y yo… yo —ocultó la cara entre las manos con súbito desaliento—, yo… deseo inspirar algo más puro.
Aquella reacción no la esperaba. Rock. Se quedó pensativo reacción de la estancia.
—Yuri —dijo bajo, suavemente—, ya no eres una niña. Ya no ignoras que el amor y el deseo de los hombres son casi la misma cosa. Líbrate del amor que no te desea, porque entonces es un cariño piadoso, y el amor humano tiene poco de piedad. No somos niños, Yuri. Somos hombres y pecamos, pero el amor que yo pido de ti entrará por la puerta grande. ¿Qué más puedes desear? No te pido que seas mi amante —añadió con brevedad—, te pido que seas mi esposa. Y es a lo que deseo que contestes. ¿Quieres casarte conmigo?
—Su madre…
La asió por un brazo y la hizo dar la vuelta hacia él. Quedó bajo el fuego de su mirada.
—Es a ti —dijo roncamente— a quien pido piedad para mi amor y no a mi madre.
—Me hace daño en el brazo.
—Te trituraría, Yuri. Sé que eres una muchacha compasiva, y para mí no lo estás siendo.
La atrajo hacia sí, y Yuri se sonrojó.
—Señor…, suélteme.
No lo hizo. Muy al contrario. La cerró contra su pecho, levantó a la fuerza su barbilla con la mano y hundió el fuego de su mirada en los bonitos ojos azules.
—No pienso soltarte, Yuri —dijo bajo—, sino todo lo contrario. Quiero hacerte mía. Y conocerte tal como eres. Y compartir tus horas, tus sueños y tu vida. Esa pura y bonita vida que ocultas bajo el azul de tus ojos.
Se agitó. Trataba de alejarse de él. Pero Rock no se lo permitía.
—Suélteme, señor —susurró temblando—. Suélteme, por favor.
—Ya no lo haré nunca, Yuri. Esta noche se lo diré a mi madre, y si trata de despreciarte…
—Me despreciará.
—Te refugiaré en mis brazos.
Lloraba al fin, y fueron aquellas lágrimas una respuesta más convincente para Rock, que muchas frases prometedoras. La dobló contra sí y empezó a besarla.
Eran sus besos breves caricias llenas de ternura. En el pelo, en los ojos, en la garganta con súbita ansiedad…, en la boca… Besos hondos, que llevaban en sí todos los que había contenido hasta entonces. Ansias que se perdían apasionadamente en los labios gratos de Yuri.
—Muchacha —exclamó excitado—, me amas, lo aseguras y no obstante se diría que me odias.
Ella aprovechó el desconcierto para huir. Salió corriendo, y Rock avanzó hacia ella y su pecho dio con rabia en la puerta que ella cerraba de golpe.
La abrió y se encontró con su madre.
—¿Qué pasa, Rock? —preguntó con el ceño fruncido—. Yuri salía de aquí y parecía enloquecida. Ni siquiera me vio.
—Entra, mamá.
Lo hizo. Se notaba en ella ansia de saber, y al mismo tiempo temor.
—Rock…, estoy desconcertada. Es la primera vez que te humillas hasta perturbar la tranquilidad de un servidor.
Sonrió sarcástico. ¡Un servidor. Hasta allí llegaba su madre, quitándole valor a la chica valerosa.
—¿No te sientas, mamá?
—Prefiero que me lo expliques de pie.
—No quiero cansarte. Te diré únicamente que he pedido a Yuri que se case conmigo.
—¡Rock!
Fue la única exclamación, pero Rock la creyó suficiente Con indiferencia, dijo:
—Espero que seas la madrina de mi boda.
—Rock… —se ahogaba a causa de la indignación—. Nunca…
—Muy pronto, mamá —y sonreía suavemente.
Mistress Mildred sintió que el fuego de la ira quemaba su rostro.
Pasado el primer momento de indignación, la distinguida dama depuso ésta, considerando necesario tomar a broma las frases de su hijo.
Se sentó de golpe y se echó a reír con desenfado.
—Rock, eres muy bromista —exclamó despreocupadamente.
Y, si bien siguió sonriendo, supo que Rock no bromeaba. Muy al contrario, estaba dispuesto a sostener lo dicho, y ella conocía la férrea voluntad de su hijo. Aún así continuó sonriendo, esperando, muy serenamente, que Rock se avergonzara de sí mismo ante la poca importancia que ella le daba.
Pero Rock conocía a su madre, tanto o tal vez más que ésta lo conocía a él, y no estaba dispuesto a ceder su felicidad sólo porque su madre considerase humillante su matrimonio con una subalterna.
—No bromeo, mamá —dijo serenamente, mirándola con ojos serios—. Mi decisión de casarme con Yuri está tomada.
—Oye, Rock, yo creo que estás obcecado.
—En modo alguno. He buscado durante mucho tiempo inútilmente una mujer pura y sensible. No la hallé y lo curioso es que viví junto a tu protegida durante años sin darme cuenta de que mi felicidad dependía de ella.
El semblante de la dama se mantuvo inmutable. No sonreía, pero tampoco dio rienda suelta a su irritación. Con frialdad, expuso:
—Serás la risa de todos tus amigos. La sociedad, que tanto esperaba de ti.
—¿Qué esperaba de mí? —preguntó indiferente—. Que desposase a una rica heredera, sólo por el hecho de ser heredera. No, querida mamá. Soy hombre rico. No necesito aumentar mis arcas, y creo que aunque fuera un simple empleado, buscaría en el matrimonio comprensión y amor.
La dama se puso en pie y exclamó desdeñosa:
—No podrás presentar a tu esposa en público, Rock. Nadie la aceptará.
—No me caso con ella para que la sociedad la admita. Es para mí, mamá. No para ellos.
—Lo cual indica…
—Que me voy a casar en seguida.
—Tendrás que sacar a Yuri de esta casa hoy mismo. Y te ruego, Rock, que si algún día recuerdas que soy tu madre, tengas la bondad de venir, solo. No admitiré jamás en mi hogar a tu esposa.
—Tendré que olvidar que eres mi madre, y lo sentiré.
—¡Rock!
—Donde no tiene cabida mi mujer, yo tampoco.
—Nunca perdonaré a Yuri.
—Entonces tampoco podrás perdonarme a mí.
—Rock —exclamó angustiada—, ¿es que no podré disuadirte?
—No, mamá. Y lo siento por ti. Yuri es una chica magnífica y me ama. Y yo… —bajó la voz y añadió intensamente—: La quiero a ella como jamás creí que pudiera querer a mujer alguna.
Mistress Mildred se alejó hacia la puerta.
—Mamá, te pido que tengas piedad hacia una joven huérfana y para tu hijo enamorado.
—Te compadezco tanto en este instante —dijo calladamente—, que me dan ganas de llorar.
—No es esa clase de piedad la que espero de ti.
—Y la desprecio a ella, Rock —siguió implacable—. Yo la amparé, y tú… Bueno, prefiero olvidarlo todo desde este instante. Pero quiero que sepas, Rock, que desde este momento… pensaré que nunca he tenido un hijo.
—Lo lamentaré.
La dama salió sin responder.
* * *
La doncella me ha dicho que la señora deseaba verme.
—Pasa.
Lo hizo. No la mandó sentarse. Yuri, serena, callada, inalterable, quedó erguida frente a ella, que descansaba en un mullido sofá. La midió de arriba abajo, y sus ojos eran tan despectivos, que Yuri comprendió lo que Rock le había dicho a su madre.
Esta exclamó analítica:
—Eres bonita, sí.
—¿Debo agradecérselo?
—Y has sido muy lista. Pero aún no has triunfado, Yuri. Luchas por penetrar en esa sociedad que te ignora, pese a tu esmerada educación. Lo que pasa es que no conoces bastante a esa sociedad. Nunca perdonará tu intromisión.
—No comprendo a la señora.
—Rock dice que os vais a casar… Nunca abriré las puertas de mi casa a la advenediza que, tras recogerla por caridad, ha luchado solapadamente para robarme a mi hijo. Ese es el pago que dais vosotras, las mujeres con limitadas ambiciones, a la piedad de las grandes señoras.
—Estimo que la señora es injusta conmigo —dijo a punto de estallar en sollozos.
La dama enrojeció de ira.
—Encima hazte la mártir —exclamó—. Te odiaré siempre. Tú —añadió con desprecio— mejor que nadie sabías las grandes esperanzas que yo tenía puestas en la boda de mi hijo.
—Le quise desde un principio —dijo bajísimo—, pero no hice nada por atraerle. Creo que, muy al contrario, todo mi empeño estuvo en rechazarle.
—Te creeré si renuncias a esa boda y te vas lejos. —Y esperanzada con aquella idea, añadió más suavemente—. Yuri, te cubriré de oro. Puedes irte a Boston Nueva York, o mucho más lejos aún. Pero permíteme que yo sea feliz con la boda de Rock.
—Me pide usted un imposible. Yo… no podré rechazar a Rock. Si él me rechaza a mí, me iré muy lejos, pero sin su dinero.
—¿Te niegas?
—Sí, mamá —dijo Rock entrando.
—¡Rock!
No miró a su madre, ni oyó su honda exclamación. Fue directamente al lado de Yuri, le pasó un brazo por los hombros y dijo tiernamente:
—Sólo la muerte podría obligarme a renunciar a ti. Despídete de mi madre, Yuri. Sam ha hecho tu equipaje. Te llevo a un hotel. Mañana nos casaremos.
—Rock…, tú no puedes hacer esto —gritó la dama, perdiendo definitivamente su compostura— Te debes a una estirpe, a un nombre ilustre.
—Te equivocas, mamá —replicó con suave acento—. Me debo a mi felicidad, y no voy a renunciar a ella por un tonto prejuicio de estirpe. ¿Qué soy yo, después de todo? ¿Qué eres tú y aquél, y todos? Yo soy un ser humano. Y tú otro, y aquél, y todos. Yo me diferencio de los demás porque tengo dinero. Y ese dinero no me privará jamás de ser feliz. Por eso, mamá, la elijo a mi gusto, no la compro. La busco, la encuentro y la desposo. Eso es todo. —Y con ternura—. Por última vez, mamá, ¿apadrinas nuestra boda? ¿Admites a Yuri como hija queridísima?
—¡Nunca!
—Lo siento, mamá. —Y mirando a Yuri—. Vamos, querida, te llevaré a un hotel.
—Si sales de esta casa así, Rock…
—Repito que lo siento por ti, mamá.
—Yuri —exclamó la dama—, me robas a mi hijo.
La joven, muy pálida, lloraba en silencio. Fue a hablar, pero la voz se le rompió en un sollozo.
—Me gustaría —dijo Rock bajo— que en este momento pensaras en una hija que pudiste haber tenido… Imagínate, mamá, que tú te hubieras muerto y no pudieras dejar a tu hija medios de vida…
—No lo puedo imaginar —gritó irritada—, porque no la he tenido. Si es que te vas a ir con ella, márchate de una vez.
—Te ruego que pienses un momento.
—Lo tengo pensado. Ella o yo…
—Tú eres mi madre —dijo sereno—. Ella es… mi futura esposa.
—Pues vete con ella, Rock. Y márchate cuanto antes.
Rock empequeñeció los ojos.
—Mamá…
—Vete, Rock —exclamó la dama con desesperación.
Yuri se apartó de Rock, y miró a la mujer con pesar.
—Señora, yo…
—No me hables, Yuri. Nunca… No, nunca te lo perdonaré.
—Vamos, Yuri.
Y Yuri fue junto a él muy lentamente.
Cuando la puerta se hubo cerrado tras ellos, mistress Mildred se hundió en una butaca y, ocultando el rostro entre las manos, rompió en ahogados sollozos.
* * *
Estaban solos en el interior de la habitación del hotel, frente a frente, contemplándose en silencio.
Aunque parezca extraño, en el trayecto de casa al hotel, no habían cruzado una palabra. Y era en aquel instante cuando ambos pensaban cruzar las definitivas.
—No quisiera —dijo ella serenamente— contrariar a tu madre.
Rock dio un paso al frente y puso las manos en los hombros femeninos. La miró a los ojos.
—Yuri —dijo con ternura—, a mi madre se le pasará el enojo. Soy su único hijo y me quiere mucho. No está dispuesta a perderme, y cuando se dé cuenta de que, o nos admite a los dos o me perderá a mí, será ella misma quien venga a buscarte.
—No lo dudo —admitió en voz baja—. Pero yo no deseo causarle esa humillación a la mujer que, en cierto modo, me recogió del arroyo y me libró de infinitas humillaciones.
—Mamá no te puso a la altura que te pertenecía.
—Soy lo bastante soberbia para considerarlo así; pero he recapacitado.
—¿Y bien?
—Sí tu madre no me hubiera traído a su lado, si no me hubiese ofrecido un empleo honroso, tendría que pasar hambre y humillaciones. ¿Por qué, después de todo, tenía que, además de recogerme ponerme a su altura?
—Yuri, ahora no vamos a hablar de eso. Estamos solos, pensamos casarnos mañana y yo —susurró intensamente— te adoro. ¿Sabes lo que es adoración, Yuri? Pues eso siento yo por ti.
La cerraba en sus brazos, y Yuri sintió que algo cálido, muy suave, penetraba en su ser, con el calor del cuerpo de Rock. Y cuando éste la besó en la boca con avidez, levantó los brazos como si su amor pudiera más que su razonamiento y cerró con ellos el cuerpo masculino.
—Yuri, vida mía.
La joven se oprimió contra él. Y a Rock le pareció que todo carecía de importancia, excepto ella.
—Mañana… nos casaremos y te llevaré a mi piso de soltero. Y cuando transcurra algún tiempo…, realizaremos un viaje por todos los mares del mundo en mi yate.
—Rock, y tu madre…
Era la primera vez que no le llamaba «señor». Y Rock la retiró un poco para mirarla. La joven se ruborizó.
—Yuri…
—Sí, Rock… Tú lo sabes. Y… no lo olvides nunca. ¡Nunca! Nunca he querido a nadie hasta que te conocí a ti. Y cuando te vi junto a Deborah…
—Tontina…
La besaba en las sienes, y Yuri entrecerró los ojos para saborear más aquella intensa sensación de infinita felicidad.
—Tengo celos, Rock… Y si algún día yo te hago daño…
—No me lo harás. Me querrás siempre…
—Pero si te lo hago…
—¿Te quieres callar, pequeña?
—Si te lo hago —insistió con deje amargo—, no te vengues pensando en Deborah… Te quiero, Rock. No lo olvides nunca.
Volvió a besarla.
—¿Por qué hablas así? Tú no puedes hacerme ningún daño. Nos casaremos. Es la primera vez que deseo hacer mía a una mujer. Nunca pensé en casarme hasta que aquella tarde te vi junto a Anna y sus amigas.
—Y si vas con ellas…
—Sólo contigo.
—Dímelo muchas veces.
—Contigo, Yuri. Sólo contigo. En aquel momento me di cuenta de que sólo podía ser feliz a tu lado. ¿Sabes en qué momento? Cuando te vi junto a Anna. Comprendí que te quería, porque fue mi primer dolor de hombre la certidumbre de que fueras otra más… Y cuando vi llegar a Mickey con la cara arañada…
—¡Cállate!
—Entonces supe lo que significabas para mí, y tus ojos color turquesa que me iluminaron, fueron desde aquel instante una obsesión dolorosa. Y tu boca… Fue al encuentro de ésta sin continuar, y la halló mimosa, apasionada, cálida.
—Rock…, si te hago daño…
—¿Otra vez?
—Si te lo hago algún día, perdóname.
—No podrás hacérmelo nunca. No te lo permitiría.
—Pero si te lo hago…
—Yuri…
—Ahora marcha. Ve junto a tu madre. Dile que te quiero. Que si fueras un mendigo, de igual modo te querría. Dile también que estoy dispuesta a humillarme para que me perdone. Que si amó mucho en esta vida, se dé cuenta de mi dolor…
—No iré.
—Te lo suplico, Rock. Eres un buen hijo, su único hijo. Te adora. Yo no podré ser feliz mientras no sepa que ella lo es.
—Yuri, eres muy buena, pero para mí eres tú antes que nadie.
—Vete, Rock. —Y con intensidad, colgándose de su cuello y perdiendo sus frágiles labios en los de él—: Te quiero, Rock, y perderte será para mí como una agonía.
—No me perderás, Yuri.
Ella lo empujaba hacia la puerta. Allí se oprimió contra él y lo besó como si fuera aquella, no la iniciación de la felicidad, sino una renuncia.
Y fue aquel beso como fuego para Rock, que la apretó contra sí y le costó soltarla.
—Vete, cariño, vete.
* * *
Pálido, rígido, frío, como si acabaran de asestarle un golpe en pleno rostro, Rock se presentó a la mañana siguiente en el saloncito particular de su madre. Esta parecía como anonadada.
—¡Rock! —exclamó al verlo.
Él no contestó. Fue hacia ella, se sentó enfrente y le alargó un papel arrugado.
—¿Qué es esto?
—Lee, mamá. —Y quedamente, como hablando para sí mismo, añadió—: Las madres traen los hijos al mundo para hacerles felices. Al menos es lo que ellas dicen, pero no siempre lo cumplen.
—¿Qué dices, Rock?
—Lee y después comprenderás. ¿Sabes? —añadió con bronco acento—. Es como si en este instante me arrancaran todo cuanto de vivo tengo en mi ser. He tardado mucho en amar. Pasé por la vida como una sombra, sin detenerme nunca en un lugar determinado. Me preocupé sólo de hacer dinero, de dar auge al nombre que me habéis dejado. Cuando pensé en el hogar, en la mujer, en los hijos, todo ello lo asocié a Yuri, Debiste comprenderlo así y admitir de buen grado a mi prometida.
La dama leía en voz alta, y ésta fue extinguiendo a medida que leía, hasta que miró a Rock con desesperación.
«Rock queridísimo he meditado mucho. Yo no te amo por lo rico eres. Te quiero porque eres el hombre, ¡el único!, de mi vida. De igual modo te querría si fueras un empleado o un mendigo. Posees ese algo que mi ser necesita para ser feliz. Y no me preguntes en qué consiste ese algo, porque no sabría decirlo. Le debo mucho a tu madre. He vuelto la vista atrás y me he dado cuenta de muchas cosas. De no ser por la caridad de mistress Mildred, yo habría sido una de tantas muchachas sin hogar y sin afectos. Mistress Mildred me dio más de lo que merecía. Y voy a pagar con desdén el gran favor que me hizo. No, Rock. No me casaré contigo. No puedo proporcionar a tu madre ese disgusto. Me voy. No sé a dónde, ni si me perderé en el camino, ni si tendré valor para continuar la lucha. Pero te dejo. Sé feliz junto a la mujer que tu madre te indique y olvídame, ¡por caridad! Y ya verás cómo ahora tu caridad no me humilla, que te he querido, que te quiero y te querré toda mi vida. Eres para mí la máxima aspiración, pero renuncio a ti, Rock querido. Es mi deber.
«Yuri.»
Siguió un largo silencio. Rock se puso en pie y se aproximó al ventanal. Mistress Mildred arrugó el papel entre sus nerviosas manos y dijo de súbito:
—Tal vez, Rock, sea lo mejor.
—Tu falta de caridad —dijo sin volverse— te hace insignificante a mis ojos.
—¡Rock!
Se volvió. La frialdad de sus oscuros ojos desconcertó a la dama.
—No me casaré jamás con otra mujer —dijo frío—. Y si no la encuentro, un día, cuando muera soltero, legaré mi fortuna al último ser vivo que vea en la cabecera de mi cama.
—Eres muy macabro, hijo.
—Siento que seas tan dura para quien merece tanta consideración por tu parte.
—Querido Rock —exclamó molesta—, Yuri es una chica sensata. Ha comprendido, lo que tú no hiciste… ¿No te haces cargo?
—Sólo comprendo una cosa. Que esta mañana fui a buscarla al hotel y se había ido. Y te aseguro que no cejaré hasta hallarla nuevamente, y contra ti y contra todos la haré mi esposa.
—Lo cual no dejará de ser una tontería.
Rock giró en redondo y salió sin responder. Por un instante y por primera vez, mistress Mildred temió perder a su hijo, más que si éste se hubiera casado con Yuri.
* * *
Transcurrió aquel invierno y la primavera siguiente, y se inició otro verano. Rock apenas si visitaba a su madre. Había realizado un largo viaje, que se prolongó varios meses, y a su regreso, frío e indiferente, se dedicó a trabajar como si en la vida no hubiera nada mejor.
Joan y Deborah, que habían perdido las esperanzas de «cazar» a Rock, se hallaban aquella tarde de visita en la elegante mansión de los Kaish. Y la conversación, que al principio fue pueril, recayó sobre Rock.
—Es extraño que tu hijo Rock haya desistido de fiestas, teatros y reuniones —dijo Joan.
—Le entró afán por el trabajo —disculpó Mildred—, que sólo vive para eso. Con decirte que sólo viene a visitarme una vez por semana… Hace la vida en las oficinas y en el piso.
—¿Y qué es de Yuri? —preguntó Deborah con estudiada indiferencia.
—¿Yuri? ¡Ah, creí que ya os lo había dicho! Hace un año que se fue.
—No lo sabíamos.
—Pues, sí.
—¿Y dónde está?
—No lo sé. Era una chica un poco rara. Creo —añadió evasiva— que los espacios limitados la ahogaban.
—Hace algún tiempo se murmuró que si pretendía capturar a tu hijo.
Mistress Mildred ya conocía aquellos rumores; rumores que se desvanecieron casi tan pronto se iniciaron.
—Los chismes. Yuri es una joven sensata.
Y era la primera vez que defendía a Yuri después de lo ocurrido. Se extrañó, pero no lo dijo.
—Se ve que le tienes simpatía —apuntó Joan.
—¿Por qué no?
—Creí que el hecho de que quisiera conquistar a tu hijo, la haría odiosa ante tus ojos.
—¿Por qué? —volvió a defenderla con calor—. Yuri hubiese sido una excelente esposa para Rock.
Joan se apresuró a cambiar el tema de la conversación, y cuando mistress Mildred quedó sola, reflexionó, pero no hizo a nadie partícipe de sus reflexiones, ni siquiera a su hijo, que aquella noche fue a comer con ella.
A los postres le preguntó:
—¿Cómo van tus asuntos?
—Bien.
Era lacónico. Ya no era aquel Rock cariñoso que compartía con ella horas gratas. Y esto, para una madre como mistress Mildred, que siempre vivió pendiente de su hijo, era doloroso.
—Mickey me dijo el otro día que te habías asociada a un naviero importante de Nueva York.
—Así es.
—¿Buen negocio?
—Excelente. Los dividendos serán magníficos.
—¿Y ya funciona la nueva sociedad?
—Desde esta mañana están en Filadelfia los representantes de mi socio. Tendré que visitarles mañana en sus oficinas. Es un negocio fantástico —añadió sin entusiasmo—. Me ha costado lograrlo, pero lo conseguí.
—Y ello no te hace feliz —dijo sin preguntar.
Rock se puso en pie, y se acercó a la chimenea. Revolvió los leños con las tenazas y su rostro pareció más anguloso bajo las rojizas chispas que saltaban.
—¡Rock!
—Dime, mamá —preguntó sin mirarla.
—Has cambiado mucho para mí, Rock.
Él levantó la cabeza y la contempló de modo vago.
—No querrás —dijo con sequedad— que me ponga a tus pies dándote las gracias.
—Yo… no creí que te afectara tanto.
—Dado que me conoces como nadie, debiste suponerlo.
Era la primera vez, después de un año, que abordaban el tema. Y si bien no se citó el nombre de Yuri, éste iba unido a cada frase y a cada gesto de ambo».
—Sí —admitió la dama con súbito desaliento—. Debí suponerlo.
Rock se enderezó y sacudió el extremo de ceniza que salpicaba su impecable pantalón oscuro.
—Ya te dejo, mamá. He de preparar la entrevista para mañana. El gerente de la compañía naviera y su secretaria me esperan en la oficina que han instalado aquí.
—¿Y se quedan?
—Desde luego —se inclinó y la besó levemente en la frente. Hasta el jueves, mamá.
—¿No podrás venir antes?
—No lo creo.
—Rock, tu actitud retraída está dando mucho que hablar Hace un año que no pisas un salón de fiestas. Te excusas en todas las invitaciones…
—Lo siento. —Y con frialdad—. No volveré a ser uno de los vuestros.
—¡Rock!
—Lo siento. Buenas noches, mamá.
Y salió sin volver la cabeza. Mistress Mildred se dio cuenta en aquel instante de algo tremendamente doloroso: No volvería a recuperar el cariño de su hijo, a menos que… Sí, a menos que Yuri apareciese y fuera ella misma, Mildred, a buscarla Y eso, no. Sería… Pero su hijo… El cariño de aquel hijo…
* * *
Rock frenó el auto frente al elegante edificio que la nueva firma había adquirido para sus oficinas. Descendió y cerró la portezuela con seco golpe.
El portero le saludó obsequioso y le dio libre entrada. Rock se encerró en el elevador y éste se puso en movimiento hacia el séptimo piso. Las oficinas eran amplias y se trabajaba con afán. Había muchos empleados. Rock no miró a parte alguna. Se dirigió directamente al departamento reservado para la dirección, y un botones le preguntó qué deseaba.
Dio su nombre con brevedad. El botones se puso rígido.
—Pase, tenga la bondad. Mister Kelly no ha llegado aún; pero le recibirá su secretaria. Le están esperando, mister Kaish.
Pasó sin responder. La señorita de la ventanilla, que ya le conocía, se puso en pie, y luego manipuló en una palanca. Con voz gangosa dijo:
—Mister Kaish ha llegado.
Una voz firme de mujer, contestó:
—Que pase.
La señorita oprimid un botón y la puerta se abrió sola.
—Pase, señor, tenga la bondad.
Rock pasó. Tras una mesa había una mujer. Una mujer rubia, elegante y bonita. Al pronto, Rock quedó como paralizado. Después se repuso y avanzó.
—Yuri…
—Buenos días, señor —saludó ella serenamente—. Le esperábamos. Siéntese, por favor.
—Yuri…
—Sí. Soy Yuri.
Él avanzó más y quedó erguido ante ella. Yuri, más bonita, más juvenil, más ¿fría?, lo miró serenamente.
No parecía inquieta ni nerviosa. Se diría que estaba preparada. Y lo estaba en realidad.
—No esperaba hallarte aquí —dijo él, ya dueño de sí mismo.
—Ni yo esperaba venir. Pero la firma me obligó. Fue un traslado brusco, que no deseé…
—¿Has cambiado?
—Una cambia aunque no quiera. Al dejar… Filadelfia, busqué ayuda en los parientes de mi tía. Son sus nuevos socios. Lo lamento, mister Kaish…
—Yo, no —dijo rotundo y con frialdad—. He venido a entrevistarme con el representante de la firma.
—Se trata del hijo mayor del naviero.
—Tu… pariente.
—No. Eran parientes de mi tía… No tardará en llegar, señor. Tengo orden de preparar los documentos que ha de firmar esta mañana. Mister Kelly no tardará en llegar.
Mister Kelly entró en aquel instante haciendo ruido. Era un hombre joven, bien parecido, vistiendo ropas deportivas, y de modales muy desenvueltos. Saludó al desconcertado Rock con efusión y miró a Yuri sonriente, al tiempo de darle una palmadita en el hombro.
—¿Pasa usted a mi despacho? —preguntó cortés.
Rock pasó. Y cuando una hora después salió atravesando el despacho de la secretaria, Yuri no estaba allí.
—Le invito a tomar el aperitivo —dijo mister Kelly, asiendo familiarmente el brazo de su nuevo socio.
—Gracias, pero…
—No permito que desdeñe. Por nuestro trabajo hemos de vernos con frecuencia y me agrada sostener relaciones cordiales con mis socios —Miró a un lado y a otro—. ¿Dónde se habrá metido Yuri?
—¿Su… pariente?
—No, no. Sobrina de mi tía política. Lástima que no la hubiera conocido antes —añadió con campechanía—. Es una chica muy inteligente. —Y con desenfado, que debía ser habitual en él—. Estoy loco por ella, pero Yuri es una joven desapasionada. Una verdadera lástima. —Y concluyó con sincera convicción—. No desisto de conquistarla.
Yuri no apareció en el despacho, y ambos salieron sin volverla a ver. ¿Una despasionada?, pensó Rock. No. Y sintió como si los labios de Yuri se perdieran voluptuosos en los suyos, como aquella vez…
Tendría que verla y hablarle. Sí, la vería muy pronto. Y pudo verla al día siguiente, y al otro y muchos más, pero siempre en compañía de mister Kelly, quien, despreocupado y hablador, acaparaba la atención de su socio, o aunque no la acaparara en realidad, no le permitía un aparte con su eficiente secretaria, la cual, en efecto, parecía un ser desapasionado, un objeto mecánico de cuyo engranaje partía todo el personal del edificio destinado a oficinas.
La situación creada era absurda, y decidió citar a Yuri en el Meridiem, una elegante cafetería no muy lejos de las oficinas. Con este objeto marcó el número de la oficina central aquella mañana.
Contestó ella misma.
—Hola, Yuri.
Hubo un silencio, lo que indicó a Rock que lo había conocido por la voz.
—Yuri…
—Dime.
Lo tuteaba, y Rock sintió en aquel instante que Yuri lo amaba como siempre, que pronto iba a solucionarse todo y que necesitaba verla a cualquier precio.
—Yuri —dijo apasionadamente—, necesito verte.
—Yo prefiero todo lo contrario, Rock. Lo decidí así, hace un año, cuando salí de aquel hotel. —Y con súbita energía—. No huí de allí como una vulgar irresponsable, Rock. Era consciente de mis actos.
—Tendrás que decirme eso en la cara, Yuri —exclamó roncamente—. Sólo cuando me lo digas frente a frente, te creeré.
—Está bien —decidió—. Dime dónde podré verte y lo repetiré.
—A la una, en Meridiem.
—Perfecto. Hasta luego.
Antes de que él pudiera responder, colgó el receptor.
A la una llegó Rock a Meridiem y buscó una apartada mesa. Pidió una cerveza y encendió un cigarrillo. Pensaba ir a comer con su madre y decirle que Yuri se hallaba en Filadelfia. Esperaba mucho de la reacción de mistress Mildred.
Vio entrar a Yuri. Elegante, indiferente, desenvuelta, muy bonita. Se puso en pie y salió a su encuentro. Ella lo miró con aquellos sus suaves ojos azules que removían la sangre de Rock por todo el cuerpo.
—Hola, Rock —saludó con serena voz.
—Ven, sentémonos allí. ¿Qué vas a tomar?
Se alzó de hombros.
—Lo mismo que tú.
Rock pidió otra cerveza. Se sentaron frente a frente y se miraron interrogantes.
—Me sigues queriendo, Yuri —dijo él sin preguntar.
Y ella dijo con sencillez:
—Sí.
—Y aún así…
—Escucha, Rock. Y te ruego que tomes buena nota de esto y lo tengas presente en el futuro. Tu madre me hizo mucho bien. Al menos ella creyó hacérmelo y yo tengo el deber de agradecérselo.
—Cuando se ama de veras, Yuri…
—Déjame terminar, y después contéstame. Pero, por favor —suplicó bajo—, déjame hablar. Mencionar de nuevo mi educación no es preciso, puesto que hablamos de ello en otras ocasiones. Pero esto es la base de mi vida. No estoy dispuesta a casarme sin amor. Te digo esto porque mister Kelly te habrá dicho que me acosa.
Él asintió.
—Lo dice a todos sus amigos y socios. Por eso sé que te lo ha dicho a ti.
—¿Y… tú?
—Yo te amo a ti. Y precisamente por amarte tanto, es por lo que no quiero entrar en tu vida por la puerta falsa. Si algún día me caso contigo, Rock, ha de apadrinarnos tu madre, y no a la fuerza. Con gusto con cariño.
—Es conmigo con quien te vas a casar.
—En efecto —cortó breve—, pero sería tu sociedad capitaneada por tu madre, quien me rechazara, y no estoy dispuesta a vivir intranquila, ni a ser un obstáculo en tu vida.
—Yuri —murmuró con desaliento—, no comprendo tu actitud. Si me amas…
—Te amo. Eres, Rock, el único hombre en mi vida. Y si no llego a ser tuya, jamás lo seré de nadie. Pero cuando sea tuya, si es que llego a serlo, lo he de ser en un todo y si tú algún día, una vez casada, me aborreces, yo me mataré. Y tú…
—¡Yuri!
—Y tú —añadió implacable— llegarías a abandonarme cuando te cansaras de ver un estorbo en tu vida social.
—Eso es absurdo…
—He venido aquí —añadió ahogadamente— obligada. Mister Kelly padre y mistress Kelly madre, desean que me case con su hijo y me han presentado dos alternativas. O venir a Filadelfia con Kelly júnior o de lo contrario buscar otro empleo. Y estaba muy cansada…
—Yuri…, casémonos y olvidemos a todo el mundo.
—¿Hasta cuándo? ¿Crees que puedo llegar a ser la discordia entre tu madre y tú? No, Rock. Hoy me amas por encima de tu madre. Soy una secretaria. Una empleada y eso para tu sociedad es despreciable. Pero prefiero ser esto que ser la esposa de Kaish postergada.
—Eso nunca.
—Llegaría a serlo. No te invitarían a las fiestas. Te obligarían a ir sin mí. No, Rock; te quiero demasiado para perderte.
—Me estás perdiendo por propia voluntad —exclamó furioso.
—Pero no soy tu esposa. No he probado aún las mieles de tu vida, de tu amor. ¿Te imaginas lo que sería para mí perderte siendo ya tu esposa?
—Eso no ocurrirá jamás.
—Ocurrirá tan pronto me hayas poseído y tu madre te haga ver tu error. No, Rock. Conozco a muchas otras mujeres separadas de sus maridos capitaneados por una suegra rencorosa.
—Eso indica —cortó él— que mientras mi madre…
—Eso indica.
Y se puso en pie.
—Yuri, eres demasiado personal.
—Lo siento, Rock. Dada mi situación no puedo ser de otro modo.
—¡Yuri, yo te quiero!
Ella lo miró suplicante. Y con voz ahogada dijo:
—No me hagas perder esta poca energía que me queda.
La asió por el brazo.
—Perder nuestra felicidad por la incomprensión de mi madre es estúpido, ¿no crees?
—No sería sólo por tu madre. Llegaría a ser por ti mismo. Eres su único hijo. Y muchas madres te desean para sus hijas… ¿Te das cuenta?
—Sólo me doy cuenta de que serás mi mujer. Por encima de todo y de todos, lo serás.
—Espero que tu madre me lo pida.
—Eso —dijo súbitamente frío— es soberbia. ¿Por qué no eres tú la que va a ver a mi madre?
—Porque no me recibiría. —Y muy bajo—: Rock, por ser tuya, tu esposa, yo haría todo lo que hubiera que hacer. Siento verdadero pánico por el ridículo y la humillación, pero por lograr la felicidad junto a ti, la desafiaría. Pero sería peor. No convencería a tu madre por si.
—¿Qué debo hacer entonces, Yuri.
—No lo sé. Ahora suelta mi brazo y déjame marchar.
—Iré a verte.
—No vivo sola, Rock. Vive conmigo la telefonista de la oficina.
—Aún así.
Ella sonrió pálidamente y se alejó.
* * *
Mamá, he de decirte algo.
—¿De… Yuri?
Rock levantó vivamente la cabeza.
—¿Es que sabes…?
—¿Qué está en Filadelfia? Sí, lo sé. Lo he sabido esta tarde. Me lo digo Deborah. La vio contigo en Meridiem. Iba a entrar, os vio y retrocedió.
—Por lo visto, no puedo dar un paso sin ser espiado por esa niña impertinente.
—Esa niña impertinente —replicó con deje extraño—, es una de las jóvenes más ricas de Filadelfia y está enamorada de ti.
Rock sonrió y decidió no perder la calma. Con flema, dijo:
—No me casaré jamás con millones de dólares. Me casaré con una mujer, y esa mujer será Yuri.
—Lo cual indica que has perdido el juicio.
—Lo cual indica —repitió—, que tengo corazón y sentido común.
—¿Sentido común por hacer un matrimonio absurdo?
—Mamá, tú me quieres.
—Mucho.
—Pues permíteme ser feliz. Y mi felicidad depende de ti.
—¿De mí?
Y apareció asombrarse.
—Yuri no se casará conmigo mientras tú no se lo pides.
Mistress Mildred se quedó con la boca abierta. Pareció dispuesta a decir algo, pero la cerró sin emitir una sola exclamación.
—¿Me has oído, mamá?
—Sí, claro.
—Ya lo sabes.
Se puso en pie, esperando aún a que su madre contestara. No lo hizo. La besó en la frente y se dirigió a la puerta. Iba a apretar el pomo, cuando mistress Mildred dijo indiferentemente:
—¿Vendrás a comer mañana?
—No lo sé. Tal vez, no.
—Lo sentiría, Rock.
—Buenas noches, mamá.
* * *
A la tarde siguiente, Joan se encontró con mistress Mildred en un centro de caridad. Estaban sentadas una al lado de otra y Joan dijo de súbito:
—Por lo que parece, tu ex secretaria no desistió de cazar a tu hijo.
—¿Te refieres…? —preguntó mistress Mildred con indiferencia, alzando una ceja.
—A Yuri, naturalmente.
—¡Ah!
—Deborah me dijo que estaba aquí de secretaria con mister Kelly. Has oído hablar de los Kelly, ¿no?
—Naturalmente. James Kelly fue el marido de la tía de Yuri.
—Mister Kelly es un joven simpatiquísimo.
—No lo conozco.
—Está en sociedad con tu hijo.
—Lo sé.
—Yo lo conocí ayer en la Opera. Me lo presentó mister Mann. Parece ser que son amigos. Es decir, amigo de mister Kelly, padre. Hablamos de Yuri…
Mistress Mildred pareció salir de su apatía. Miró a Joan fijamente y preguntó con voz extrañadamente serena:
—Y le habrás dicho…
—¡Oh, hablé poco! Mister Kelly habla por media docena de mujeres y tres hombres. Me dijo que estaba enamorado de Yuri.
—¡Ah! Y tú le habrás dicho que Yuri no se casaba con él porque está enamorada de Rock.
—No —rechazó Joan sonriendo solapadamente—. No le dije eso porque no lo creo. Le dije que Yuri estaba enamorada del dinero de Rock Kaish.
Mistress Mildred se irguió.
—Lo que indica que no das valor alguno a Rock.
—Cuando se tiene tanto dinero, Mildred, el hombre se mira como un objeto de gran valor.
—Rock es un hombre digno de ser amado.
—Pero no por una chica tan egoísta como Yuri y tan carente de fortuna.
—Mister Kelly se habrá asombrado —apuntó suavemente la distinguida dama.
—En absoluto. Se echó a reír y dijo no sé qué referente a la personalidad de Yuri. Dijo también que era pariente de su tía política y que sus padres verían con buenos ojos su matrimonio con Yuri. Después se despidió de mí y se dedicó a conquistar a Deborah… Y fíjate si es tarambana —añadió despreocupadamente— que se le declaró. Ese es su amor por Yuri.
—Ya te encargarías tú de que Yuri quedara fuera de lugar.
—Creí que lo deseabas.
—¿Y por qué? —se alteró al fin—. Yuri es una buena chica. Y merece ser feliz y puesto que no quiere casarse con Rock…
—¿Qué no quiere casarse con Rock? —se echó a reír burlonamente—. Mildred, no seas cándida.
No pudo responder. Una elegante dama se les reunió y hablaron del asilo que la señora Mildred pensaba proteger.
* * *
Sam dijo ésta, cuando aquella noche llegó a su principesco palacio, localiza a miss Yuri por teléfono y dile que deseo verla. Que venga a casa.
El criado apuntó el encargo y regresó minutos después.
—La he localizado, pero no estaba en casa. He llamado a la oficina y ya había salido.
—Vuelve a llamar más tarde.
Y se encerró en el saloncito, donde permaneció sola y pensativa hasta que Sam fue a interrumpirla.
—Ya he llamado, señora. Miss Yuri vendrá mañana al anochecer. Antes le es imposible. Me pidió que le transmitiera sus más respetuosos saludos.
—Gracias, Sam.
—¿Desea algo más, señora?
—Nada. Puedes retirarte.
* * *
A la mañana siguiente, Rock fue a comer con su madre, pero no nombró a Yuri ni la dama le dijo que la recibiría aquella misma tarde en su casa.
—¿Qué tal mister Kelly? —le preguntó indiferentemente—. ¿Es simpático?
—Es un atolondrado.
—¿Y para el negocio?
—Un experto.
—Menos mal. ¿Cenarás en casa, hijo?
—No, mamá.
La besó y se despidió. Mistress Mildred deseó que todo volviera a su cauce normal. Que Rock durmiera en casa, y Yuri… Con Yuri hablaría al día siguiente.
* * *
Abrió ella misma. No lo esperaba y se quedó suspensa ante él.
—Rock… —susurró—. No debiste venir.
Pasó sin responder, mirándolo todo con curiosidad.
—Se parece a ti —dijo—. Un hogar lleno de ternura.
—Rock, si te pones en ese plan… voy a claudicar, y no quiero.
No pensaba decirle que su madre la había mandado llamar. No se lo diría. Iría a su casa al día siguiente, y si mistress Mildred no la aceptaba definitivamente, lo dejaría todo y se iría muy lejos, para no volver jamás.
Rock, en mitad de la estancia, parecía abstraído. Ella lo contempló en silencio y de súbito le dio la espalda.
—Rock —pidió—, márchate.
No contestó. Avanzó hacia ella y se detuvo a su lado.
—¿Estás sola?
—Sí. Michele salió con Kelly.
—¿Con Kelly?
—Dijo que, puesto que yo estaba enamorada de ti, iba a conquistar a Michele. Kelly es estupendo para los negocios, pero en cuestión de mujeres es inconstante.
—Y eso…, ¿te desagrada?
Se volvió en redondo. Vestía pantalones negros que estilizaban mejor su esbelta figura. Los rubios cabellos los peinaba al descuido, sin horquillas y le caían un poco sobre la frente. Oprimía el busto bajo un suéter color azul pastel, haciendo juego con sus ojos. Estaba muy bella y Rock la asió por un brazo y con brusquedad la atrajo hacia sí.
—¿Te importa? —preguntó intensamente.
—Rock —parpadeó confundida bajo aquel apasionamiento que desconocía en él—, eres el menos indicado para pensar eso. Tú sabes…
—Yo sólo sé que me estoy volviendo loco. Y que esto no puede continuar. Yuri —añadió calmándose—, olvídate de todo. Piensa que tú y yo somos los únicos seres de este mundo.
—Ojalá pudiera…
La apretó contra sí. La mantuvo inmóvil en sus brazos y le hizo levantar la cabeza.
—Yuri…
—Rock… por el amor de Dios… Márchate, déjame, te lo ruego. Tú sabes que no tendría voluntad para rechazarte, y no quiero… ¿Me oyes, Rock? No quiero.
Rock no la oía. La besaba. Y eran sus besos como llamas, y Yuri, que al principio trató de rechazarlo, vencida, anulada, agotada por el esfuerzo del rechazo moral que quería hacer y no podía, se oprimió contra él y dejó sus labios entreabiertos a merced de los de Rock.
—Esta —susurró él—. Esta, Yuri, eres tú.
—Sí, sí…, pero déjame.
—Si no quieres que te deje…
Y era ella, excitada y vehemente, quien se perdía en sus brazos con loca ansiedad. Y no sabemos en qué hubiera terminado aquello, si en ese instante no llega a sonar el timbre de la puerta. Se apartó de él con precipitación.
—Es Michele —dijo ahogándose.
—Espera. No abras aún.
—Rock…
—Tienes que contestarme ahora mismo. Acabas de verlo, de palparlo. Nos amamos uno a otro y ya no somos dueños de nosotros mismos. ¿Comprendes, verdad? Hemos de casarnos, Yuri. Yo no puedo renunciar a ti y tú…
—Sí, sí, Rock. Pero… tengo que abrir.
—Antes dime…
—Mañana.
—¿Me aseguras que mañana?
—Te lo juro. Mañana te contestaré.
* * *
Mistress Mildred se hallaba hundida en una butaca junto a la chimenea, cuando la doncella anunció a Yuri. No se movió, y sus ojos no parpadearon al quedar presos en la elegante figura femenina.
Con voz inalterable, invitó:
—Pasa, Yuri. Siéntate a mi lado.
Yuri obedeció. Sentía un profundo respeto por aquella dama y era lo bastante justa para pensar que, si no hubiera sido por ella, a la muerte de su tía se hubiese sentido muy sola.
—Yuri, he sabido que estabas en Filadelfia.
—Ruego a la señora me disculpe por no haber venido a visitarla.
—Estás disculpada, querida. Permíteme que te diga que estás muy guapa.
—Gracias, mistress Mildred.
—Te extrañará que te haya llamado.
—Se lo agradezco…
—¿Qué tal tu actual trabajo?
—Me gusta.
—Es más…, ¿cómo diré? Más agitado, más atractivo. Te entretiene, ¿verdad?
—Pues, sí.
La conversación continuó así por espacio de una hora, hora en la cual no hizo alusión al pasado, ni se nombró a Rock en ningún sentido.
Tomaron juntas el té, hablaron del tiempo, de Nueva York y de la familia Kelly, a la cual mistress Mildred no conocía. Yuri dijo que eran personas excelentes, muy liberales y sin prejuicios. Cuando se refirió a mister Kelly júnior, dijo que seguramente se casaría con la telefonista de la oficina, sólo con que ésta se lo propusiera. Dijo también que la actual mistress Kelly había sido la secretaria de su esposo, y terminó diciendo que de haber recurrido a ellos a la muerte de su tía, la hubieran aceptado. A lo cual, mistress Mildred contestó con una sola observación.
—Mister Kelly te ama.
Yuri pareció sorprendida.
—¿No… no puedo saber quién se lo dijo?
—Joan.
—¡Ah! —Y tras una vacilación añadió—. Joan no me profesa ninguna simpatía.
—No mucha —replicó la dama lacónicamente. Y luego, con estudiada despreocupación—. Mañana doy una fiesta en mi casa. Acudirá lo mejor de Filadelfia y deseo que acudas tú también, Sam irá a buscarte en el coche.
—Señora…
—Lo deseo, Yuri —Y con una sonrisa afectuosa—. Te lo ruego.
Yuri se puso en pie.
—Le prometo que no faltaré.
—Rock también estará.
Era la primera vez que la dama lo nombraba, y lo hizo con indiferencia, como si ignorara las relaciones de Yuri con su hijo, lo que desconcertó a la joven.
—Hasta mañana, pues.
—¿No… no me das un beso?
De nuevo se desconcertó. Aquella dama que le sonreía, era de nuevo la bondadosa señora que fue a recogerla al pensionado.
Se inclinó hacia ella y le ofreció la mejilla. Mistress Mildred la besó por dos veces muy tiernamente. Luego carraspeó, como si pretendiera ahuyentar un conato de emoción, y pulsó un timbre.
Una doncella apareció al instante.
—Acompañe a miss Yuri, Natalia. —Y mirando a Yuri de nuevo—. Hasta mañana, querida. Y… ponte muy guapa.
Yuri asintió sonriendo y salió más desconcertada que había entrado. ¿Con qué objeto la había llamado la señora Mildred?
Esta, aquella noche, habló con Rock por teléfono. Y le dijo estas palabras:
—Mañana doy una fiesta sorprendente. Espero que no faltes.
—Ya sabes, mamá, que detesto las fiestas.
—Esta te quedará grabada el resto de tu vida.
—¿Dónde? —preguntó sarcástico.
—En el corazón y en el cerebro.
—Me intrigas, mamá.
—Ven mañana. Si no vienes me humillarás y al mismo tiempo te pesará.
—Iré. Pero dime…
—No.
—¿Cómo? ¿Sabes lo que iba a decirte?
—Sí. No permito que traigas una invitada.
Hubo un silencio. Luego sonó fría la voz de Rock.
—En efecto, iba a decirte eso. Pero pensé que ignorabas que Yuri está en Filadelfia.
—Lo sabía. Hasta mañana, Rock. Te reservo una grata sorpresa.
Y cortó sin darle tiempo a responder.
Rock colgó el receptor de un manotazo y masculló una imprecación. Su madre no quería saber nada de Yuri, y ésta parecía empeñada en no comunicar con él. Durante todo aquel día había tratado por todos los medios de verla, o hablarle por teléfono sin resultado.
Furioso, desesperado, porque él no era un niño y estaba haciendo el papel de tal, decidió acabar cuanto antes y se lanzó a la calle. Minutos después llamaba a la puerta del departamento de Yuri.
Salió Michele.
—¿Y Yuri?
—Tiene jaqueca y se acostó.
—Eso no es posible.
—Lo siento, señor Kaish, pero así es.
—Dígale usted… —apretó la boca—. No, no le diga nada. Buenas noches.
—Buenas noches, señor Kaish.
Rock giró en redondo y bajó despacio los escalones. Al llegar a la calle miró hacia arriba y masculló:
—No los volveré a subir en mi vida. ¡Al diablo todo! Ya se me pasará este amor. Voy a pensar de él que es como un pesado dolor de cabeza.
Esta convicción no le dejó satisfecho. Arriba, en la salita, Michele decía a Yuri en aquel instante:
—Creo que lo has perdido.
—Si lo perdí es que no estaba destinado para mí.
—¿Por qué no lo has recibido?
—No sé qué decirle.
Roto el dique de su desesperación, comenzó a llorar.
* * *
Rock, vestido de etiqueta, elegante, flaco y más pálido y enjuto que nunca, se hallaba junto a su madre recibiendo a sus invitados.
Lo mejorcito de Filadelfia se reunía aquella noche en los elegantes salones de los Kaish. No faltaban Joan y su hija, las cuales, más que nunca, tenían la esperanza de conquistar al desdeñoso potentado Rock Kaish. Tampoco faltaban Katheryn y su padre, y muchas otras elegantes damitas deseosas de pescar marido rico y guapo, acaso al apuesto hijo de la anfitriona.
Esta sonreía aquella noche de modo especial, y su hijo estaba aburrido y al mismo tiempo intrigado.
—¿Puedo saber qué es lo que me reservas? —preguntó en un aparte.
—No tardarás en saberlo. Quédate aquí. La sorpresa no tardará en llegar. Yo voy a sentirme declamatoria y voy a decir algo en voz alta. Mis amigos se sorprenderán.
Se apartó de su hijo y con un ademán de su enguantada mano pidió que la escucharan. Todos se volvieron hacia ella. La enorme araña que pendía del techo iluminó los blancos cabellos de la cabeza aún hermosa de mistress Mildred.
—Amigos míos —empezó con voz vibrante—, os voy a decir algo que os sorprenderá.
Toda la atención quedó pendiente de ella. Hasta Rock olvidó en aquel instante su desesperación.
—Doy esta fiesta en honor a mi futura hija política. Rock se nos casa.
Se miraron unos a otros. Rock lanzó un respingo. Se hallaba fuera de la puerta del salón y dio un paso al frente, pero una mano suave se posó en su brazo, y una voz queda, grata, íntima, susurró:
—Venía intrigadísima, amor mío. He pasado un día horrible pensando en lo que tu madre quería al invitarme a esta fiesta.
—¡Yuri!
En el interior del salón, mistress Mildred parecía regocijada, diciendo:
—Se nos casa, sí. Y ha elegido una mujercita encantadora. Os la presentaré dentro de un instante. ¡Oh! —exclamó mirando hacia el umbral del salón.
Todos los ojos se volvieron hacia allí. Mistress Mildred continuó:
—Ya ha llegado. Aproximaos, queridos míos.
Hubo un murmullo, un carraspeo, una tensión terrible. Pero mistress Mildred, Rock y Yuri, no parecían percatarse de ello. Estaban juntos en medio del salón. La mano de Yuri descansaba suavemente en el brazo de Rock, y la otra mano se perdía mimosa dentro de las dos de su bienhechora.
—Aquí os la presento. Yuri Hargitay, mi futura hija.
Y con un gesto invitaba a todos a felicitar a la pareja. Fue un acto un poco teatral, digno de la elegante dama. Y como todos sabían que, si mistress Mildred la aceptaba, nadie en Filadelfia se atrevería a rechazarla, todos se inclinaron y felicitaron a la pareja, que tan pronto pudo escapó hacia un salón contiguo.
—Muy callado lo tenías —dijo Joan con retintín.
—Me encantan las sorpresas —rió la dama regocijada—. ¿Verdad que mi nuera es encantadora? Viste muy bien. Será una de las primeras damas del país. Estoy muy contenta.
Joan se mordió los labios y se acercó a un grupo próximo con el propósito de criticar la actitud de su amiga, pero nadie la escuchó.
* * *
Yuri…
—Cariño… —La doblaba en sus brazos y Yuri se perdía en ellos, y sus labios besaban apasionadamente los de Rock.
—Dijo Kelly que eras desapasionada —rió bajito sobre la boca que temblaba bajo la suya.
—Para él.
—Para mí, no.
—Nunca para ti. Te amo demasiado. Tienes que dejarme decírtelo todos los días, a cada instante.
—Sigue.
La besaba de nuevo, y Yuri susurró muy quieta en sus brazos, mientras sus dedos se perdían en el rostro rasurado.
—Rock…, no más Annas ni Belindas…
—Sólo tú, mi vida. Sólo tú.
Y ella lo creyó. Se quedó mirándolo y de súbito le rodeó el cuello con el dogal de sus brazos y murmuró antes de perder su boca en la suya.
—Te adoro, Rock. Te adoraré siempre, porque sé que me querrás siempre. Porque me querrás, ¿verdad, Rock?
No contestó. Se lo estaba demostrando muy calladamente.
Fin
En aquel momento (1968)
Título Original: En aquel momento (1968)
Editorial: Bruguera
Sello / Colección: Corinto 105
Género: Contemporánea
Protagonistas: Rock Kaish y Yuri Hargitay