DÉJAME CONSOLARTE (Corín Tellado)
Publicado en
mayo 12, 2013
Capítulo 1
El parque aledaño a las dependencias traseras del Deutsches Museum de Múnich parecía hervir de una febril actividad primaveral. El zumbido constante de abejas e insectos que libaban de los heliotropos y los cosmos plantados en los contenedores que rodeaban el edificio, el aleteo de las mariposas y de los pájaros, las voces que murmuraban apenas sobre aquel susurro vivo, creaban una deliciosa sensación de somnolencia y a la vez infundían unos deseos irreprimibles de unirse a aquella fiesta de sol y de flores. A Christel le era cada vez más difícil concentrarse en la redacción del cartel explicativo que iba a presidir la nueva sala de las dependencias de medio ambiente del museo, departamento del que la habían nombrado adjunta recientemente.
El sonido del aleteo de una bandada de palomas que levantó el vuelo con un estrépito casi ensordecedor le hizo dirigirse a la ventana y reír al ver a un grupo de señoras de edad avanzada correr hacia el frontispicio de entrada para ponerse a resguardo de la lluvia inoportuna de excrementos de las aves, que caía alrededor del edificio con un sonido semejante al del granizo.
Christel Koch decidió que por aquel día habia tenido bastante. Le era muy difícil concentrarse en su trabajo y faltaban apenas diez minutos para que su jornada terminase. Christel tornó del perchero junto a su mesa, que reproducía un espantapájaros, una gorra con visera de color verde, el último regalo que le habia hecho Erich, y pasó por delante de las mesas entre una suerte de abucheo general, contoneándose con fingida insolencia. Christel alcanzó la puerta y sacó la lengua al resto de sus compañeros, que aún seguían enterrados entre libros y pantallas de ordenador y que silbaban a su paso.
—El lunes no valdrán abucheos a las siete de la mañana, ¿no es cierto? —preguntó ella, fingiéndose ofendida, Christel era la más madrugadora del departamento y su energía desde el amanecer parecía inagotable.. Siempre era la primera en incorporarse a su trabajo, como sí el sueño no fuera capaz de dejar rastro alguno en ella, como si la palabra pereza y la imagen de Christel nunca pudieran ser relacionadas.
Adolf, uno de sus compañeros, dejó de teclear las opciones del programa de simulación que reproducía las condiciones del planeta si el efecto invernadero continuaba avanzando y se dirigió a Christel.
—El hecho de que tú seas la única en este museo a la que le horroriza el café de primera hora de la mañana no te exime de tu culpa, Christel. Siempre te sucede lo mismo cuando llega la primavera. Acabarán legalizando los grilletes atados a las sillas para retenerte hasta última hora —rió.
—Tienes el mismo sentido del humor que las aves carroñeras, Adolf —dijo Christel, cerrando tras de sí la puerta con un sonoro golpe que despertó ahogadas protestas en otras salas aledañas, en las que reinaba un silencio casi absoluto.
Christel se encogió de hombros e introdujo su tarjeta en la máquina de fichar. Tras desperezarse como un felino, dudó un instante y no pudo resistirse a la tentación de pasarse por las salas recién inauguradas de su sección antes de dar por concluida aquella semana de trabajo, como si de ese nodo se felicitase por la labor desarrollada. El departamento en el que ella trabajaba era uno de los más activos en lo que se refería a la apertura de nuevas salas y en el montaje de exposiciones de actualidad.
En la zona dedicada a biología y medio ambiente, Christel y sus compañeros habían dispuesto las amplias estancias separadas por mamparas blancas y todo era agradablemente limpio y luminoso, con pocos objetos expuestos y una enorme cantidad de paneles explicativos.
Aunque pudiera pensarse lo contrario, no todo elmuseo era asi. El Deutsches Museum, el museo más grande del mundo dedicado a la ciencia y a la tecnología, acoge entre sus paredes multitud de salas, regidas cada una de ellas por expertos en la materia a la que se consagran las exposiciones. Desde la evolución de la cerámica, hasta salas dedicadas a los avances de la astronomía, desde las técnicas de impresión del papel a magníficas exposiciones de física, aeronáutica, informática... el museo compendía todos los campos de la sabiduría humana. Claro que algunas salas tenían un éxito bastante más considerable que otras y la propia Christel seguía fascinada por la evolución de la minería, que ocupaba gran parte de los sótanos del museo y cuyo tiempo de visita no era nunca inferior a una hora. Aquellos sótanos eran la historia de la minería con la más fiel reproducción de esta industria a lo largo de los siglos, incluidas las condiciones de trabajo dentro de ellas.
No obstante, las dependencias para las que ella trabajaba eran un rincón especial: la zona más moderna del museo y una parte importante de la propia joven, que estaba profundamente satisfecha con su trabajo. Christel sonrió al ver a un nutrido grupo de escolares que no dejaban dle lanzar exclamaciones al ver el amasijo de un metro cúbico al que se había reducido un enorme automóvil Mercedes con las nuevas técnicas de prensado de chatarra. Después se acercó a su objeto :Favorito: el tronco de un árbol cuyos anillos de crecimiento mostraban claramente las consecuencias que había tenido para la vida vegetal la contaminación en los años setenta, cuando no se controlaban en absoluto los vertidos de la floreciente industria ni se obligaba a las empresas a invertir en sistemas que evitaran dichos vertidos. Los anillos, que se tenían que examinar con una lupa, eran casi inexistentes y, a los ojos de los experitos, mostraban claramente las enfermedades producidas por hongos y demás factores que habían reducido el crecimiento prácticamente a la nada.
Christel era ahora la encargada de abrir una nueva dependencia dedicada a las consecuencias del accidente de Chernohyl y estaba desarrollando un exhaustivo trabajo sobre las mutaciones en la vida vegetal y animal por el incremento de la radiactividad. El departamento de medicina del propio museo era el que se estaba encargando de la parte de la exposición que se refería a las consecuencias que tuvieron las radiaciones para los habitantes de aquella zona. El día de la inauguración contarían con la presencia de varios de los afectados que aún se encontraban en condiciones de viajar y que, a pesar de saber que tenían los días de su vida contados, impartían conferencias por todo el inundo con el fin de que nunca más pudiera producirse una tragedia semejante.
Christel echó un último vistazo al contador digital que marcaba el ritmo de crecimiento de los habitantes del planeta contabilizando nacimientos y defunciones y sonrió para sí. Evidentemente, las condiciones de vida en cada uno de los rincones de la Tierra no eran iguales, pero prácticamente a todos les seguía preocupando lo mismo. La vida seguía estallando en primavera y todos recibían aquel regalo con el mismo optimismo... A algunos les llegaba con aquella primavera la hora del amor y, a otros, como a Christel, les aguardaba la misma silenciosa decepción.
Christel salió de las dependencias del museo. Tomó su bicicleta, aparcada en uno de los soportes exteriores y cruzó el estrecho puente peatonal de piedra blanca que se levantaba sobre el rio Isar, en uno de cuyos islotes centrales se ababa el edificio en el que trabajaba, aprovechando para dar un susto a Adolf, que caminaba por el mismo puente distraído.
—¡Maldita sea, Christel! ¿No puedes pensar en ninguna forma más cariñosa de saludarme? —protestó el joven, sujetando la bicicleta de la muchacha por el manillar—.
—No se me ocurre ninguna forma que a mí me proporcione más diversión —rió Christel, bajándose de la bicicleta y comenzando a caminar junto a Adolf.
—Pues yo sé de unas cuantas que podrían proporcionarnos diversión a ambos —dijo el joven, alzando las cejas y mirando a Christel, que le respondió con un gesto de desprecio e incredulidad—... Por cierto, ¿no te habías marchado ya?
—Me pasé por nuestras exposiciones para echar un vistazo —dijo Christel, calándose más la gorra con visera y ajustándose la mochila en la que llevaba sus cosas.
—¿Tienes planes para este fin de semana? –preguntó— mirando de reojo a la joven y presintiendo de algún modo la respuesta.
—Sí, tengo planes, Adolf. Sabes que siempre tengo planes cuando tú me lo preguntas —respondió la joven, sonriendo y p, nsando con desaliento que su fin de semana se iba a reducir a poner en orden su apartamento, hacer algunas compras y dar soliurrios paseos que tal vez la llevasen hasta los lagos próximos a Níznich. Cada vez que Erich se marchaba a Ginebra, cosa que sucedía cada vez con más frecuencia al llegar los viernes, el fin de semana de Christel se reducía a unas horas a las que debía sobrevivir con la certeza de que el tiempo iba alejando a Erich ceda vez más de ella para acercarle a otra mujer.
—¿Quién se adelanta siempre a mí antes de tener la oportunidad de pedirte una cita? ¿Algún rival? —preguntó Adolf con ironía.
—Media docena de rivales, Adolf —bromeó Christel, disponiéndose a subir de nuevo a su bicicleta.
—¡Llámame si te falla alguno de esos rivales, Christel! Sabies que yo nunca cejo en mi empeño.
Christel levantó la mano a modo de despedida y se alejó dando potentes pedaladas.
Cualquiera que viera a Christel, no dudaría un instante en afirmar que, a pesar de su deliberado aspecto de golfillo, era una de las mujeres más femeninas que nadie pudiera imagiriar. Llevaba el cabello muy corto. Un flequillo rebelde caía constantemente sobre su rostro pecoso, de piel apenas bronceada. Tenía la boca grande y sensual y los, ojos de un verde intenso, casi eléctrico. Sus ropas, de corte masculino, realzaban sus formas delgadas y nerviosas y su complexión atlética. Christel tenía unos senos pequeños y bien formados, los hombros anchos y huesudos, la cintura muy breve y las caderas redondeadas. No se había puesto una falda o un vestido desde que cumplió los siete años y se hizo evidente su carácter, que esgrimió como primer argumento de reafirmación y rebeldía el negarse a vestir cualquier prenda que no fuese un pantalón.
Christel ascendió sin aparente esfuerzo la empinada cuesta que llevaba a unas tranquilas calles cercanas al parque de la otra orilla del río.
Nadie recordaba haber visto a Christel por la calle sin su eterna gorra de béisbol y todo el mundo interpretaba aquella señal como una forma más de reafirmar su rebeldía, no como lo que realmente era la única coquetería que la muchacha se permitía. Cuando no llevaba aquella gorra con visera, sus pecas se multiplicaban convirtiéndose en manchas marrones que afeaban su piel tostada y tersa.
La joven llegó a un bloque de apartamentos de tres plantas, en tina calle tranquila y sin tráfico flanqueada de árboles, y estacionó su bicicleta en un soporte, subió ágilmente los tres peldaños que la separaban del portal y abrió con su llavín, se dirigió al buzón, recogió la correspondencia y subió de dos en dos las escaleras hasta el apartamento que ocupaba desde que terminó sus estudios universitarios de biología. Abrió la puerta de su casa y no pudo reprimir una sonrisa pícara al echar un vistazo al salón, en el que reinaba un desorden caótico. Seguramente su madre, si pudiera ver su apartamento en aquel estado, comenzaría a pronunciar un interminable panegírico sobre las virtudes que se suponía le habían intentado inculcar y a las que ella, como a casi todo, también había vuelto la espalda. Christel comparó mentalmente la casa de sus padres con su propia casa. La madre de Christel siempre había sido un ejemplo de orden y de ama de casa perfeccionista. A Christel siempre le había gustado manosear en su infancia los finos visillos almidonados que colgaban de las ventanas de todas las habitaciones. A pesar de que solía despertar la ira materna, nunca se había resistido a la tentación de cambiar el orden casi militar que reinaba sobre las mesas camillas que llenaban los rincones de la casa, literalmente cubiertas de pequeños portaretratos con Fotografías de tíos y primos que ella casi no podía recordar...
En comparación con la casa materna, la de Christel, con sus estores descuidadamente subidos, con el suelo repleto de enormes cojines y muñecos de peluche que hacían las delicias de la media docena de gatos con la que compartía su alojamiento, con sus mesas bajas y sus sillas de lona improvisadas, era la viva imagen del desastre doméstico.
Christel se dejó caer sobre un colchón que tenía en el suelo del salón, a modo de «sofá», se quitó la gorra, que lanzó sobre una cíe las sillas de lona con un letrero en el que se leía «Director». y se dispuso a abrir la correspondencia, no muy copiosa, aquel día: un par de cartas de su banco con los justifrc:uites de pago de los recibos de la luz y el teléfono, una larga c,:irta de su tío Uwe, que había emprendido una aventura empresarial en la que fue la Alemania del Este y que, Christel imaginaba, seguramente le escribía para volverla a invitar, como todos los meses a pasar unos días con él en Berlín y una última carta que se reservó para el final, con un indefinido gesto de inquietud.
Tras reír con la carta de tío Uwe, que aquella vez le contaba sus dificultades en Zúrich intentando conseguir una subvención especial de los programas de industrialización de Naciones Unidas para su empresa y que le comunicaba que iría a verla en los próximos días con una agradable sorpresa, Christel abrió la carta que llegaba de Ginebra, remitida por Raisa Kulekova, y suspiró, con el entrecejo fruncido.
Al ver la extensión de aquella carta, Christel se tumbó bocabajo en el colchón acarició distraída a uno de sus gatos, que se había acercado a ella tímidamente, y se dispuso a leer obligándose a ser objetiva, tras pensar unos instantes en Raisa y en la superficial amistad que mantenían que, por parte de Christel, no estaba exenta de ciertas reservas.
Christel había conocido a Raisa el verano anterior, cuando ésta pasaba una temporada en uno de los balnearios de BadenBaden y Christel trabajaba unos días en los alrededores de la Selva Negra haciendo un estudio de hongos y ecosistemas asociados a éstos. En aquella ocasión, Christel, no sin dificultades, había conseguido convencer a Erich de que la acompañase. aprovechando que él disponía de unos días de vacaciones.
Erich era técnicamente primo de Christel, aunque no les unía ningún lazo de sangre. Erich era hijo de Alice, la esposa de tío Uwe, habido de un matrimonio anterior de la mujer. De hecho, Erich era el heredero de tío Uwe, quien no consiguió tener hijos con Alice, trágicamente fallecida a los pocos años de contraer su segundo matrimonio. Tío Uwe nunca se volvió a casar, se consagró en cuerpo y alma a la educación de Erich, al que quería como si fuese su verdadero hijo.
Christel y Erich habían sido educados prácticamente como hermanos. Había sido aquella familiaridad la que había permitido a Christel ocultar la verdadera naturaleza de sus sentimientos por Erich, sentimientos que Christel había intentado ahogar, sin éxito, para, al final, luchar porque fuesen correspondidos, aunque sus intentos habían sido infructuosos. Erich seguía viendo a Christel como a una hermana pequeña, como a un gracioso golfillo a la que nunca consideró como una mujer, Christel, animada por varias revistas femeninas que leyó, que aconsejaban a las lectoras que luchasen con técnicas sofisticadas para conseguir el amor de su hombre, se había empeñado el verano anterior en cambiar el concepto que de ella tenía Erích, pero lo único que logró fue empeorar las cosas.
A los dos días de llegar a la Selva Negra, cuando todavía no había puesto en marcha ni el diez por ciento del plan que elaboraba la revista, Erich y Christel conocieron a Raisa Kulekova, una bellísima mujer de origen eslavo, hija de un funcionario de las Naciones Unidas en Ginebra. Fue como un rayo de revelación para Erich. No había pasado una hora desde que Raisa se uniera a ellos caminando por el bosque, cuando para Christel fue evidente que Erich se había enamorado de ella.
Raisa era exactamente el tipo de mujer opuesta a Christel. Raisa era la viva esencia de la fragilidad. Al lado de la menuda figura de la joven, Christel se sentía desgarbada, masculina, descuidada y torpe. Raisa era como una muñeca que había nacido para ser objeto de mimos y cuidados. Frich debió de capear al instante aquel mensaje que transmitía la joven de estar necesitada de protección, porque Raisa hizo la mayor parte del paseo por el bosque al que se les unió entre los brazos de Erích, quien se cnapefuí en mudarla a avanzar por el sendero casi inipracticable que Christel había elegido, no sin ahorrar unos cuantos reproches a su prima por su desconsideración para con su nueva invitada.
Christel pedía ver casi delante de sí el rostro de Raisa: sus ojos grises, fríos e inexpresivos a los que el resto de sus facciones parecían conferir dulzura, sus altos pómuloss, su piel blanca marfileña, su cabello rubio hasta la cintura que ella llevaba exquisitamentc cepillado siempre...
Raisa era la personificación de la belleza y la perfección femeninas. Todos los intentos de Christel por llamar la atención de Erich desde aquel primer paseo con Raisa fueron inútiles y lo cierto fue que Christel puso todo su empeño en la tarea de conquistar a Erich.
Al cabo de una semana Christel se dio por vencida tras convencerse de que nunca conseguiría amor por parte de él. En la enorme y masculina mochila que la muchacha había fletado para la ocasión, lo más femenino que Christel había traetido era una blusa de gasa blanca, transparente, bajo la cual se podía ver un sujetador deportivo, de algodón blanco que Raisa apresuró a desaprobar. Christel no había reparado en que también hubiese necesitado algo más revelador para ponerse debajo y, por supuesto, invertir en lencería le parecía un derroche inútil. Sólo se la puso una noche y comprendió que nunca podría sentirse bien con algo así, sobre todo citando aquella blusa que había adquirido con la sana intención de que hrich reparase en ella iba conjuntada con unos leggings estampados que desmerecían aquella prenda que le había costado una pequeña fortuna... Aquella noche sólo consiguió despertar la hilaridad de Erich y que éste admirase de forma mucho más elocuente la elegancia natural de su nueva compañera de viaje. En cualquier caso, hubiera dado igual que Christel se hubiera vestido en el mejor modisto parisino; Raisa, con sus vestidos vaporosos de algodón blanco, con su forma de caminar por el bosque que parecía copiada de la modelo publicitaria de un anuncio de belleza natural, la había eclipsado absolutamente ante los ojos de Erich. La joven casi podía ver grabada a fuego en las pupilas de él la imagen de Raisa y logró hacerse a la idea de que no era apropiado sacarle los ojos a Ericlr. Raisa ocupaba en él mucho más que sus ojos. Aunque le hubiera despedazado, no le hubiera arrancado a Raisa del corazón.
Por fin, Christel regaló su blusa a Raisa. La prenda que tanto regocijo había causado a Erich al vérsela puesta a ella, cuando Raisa la vistió consiguió dejarle sin aliento. Desde entonces, la vida de Erich Muthberger había girado alrededor de Raisa Kulekova.
Christel leyó la carta que le enviaba Raisa corr actitud crítica. Aquella mujer era un absoluto misterio para ella. A pesar de su relación, cada vez más estrecha, Christel aún no sabía a qué dedicaba su tiempo, ignoraba si tenía un empleo, tampoco mencionaba nunca amistades o familia alguna... Era como si Raisa fuese una persona que hubiese cobrado vida de una fotografía perfecta. Había surgido del papel cuché y estaba condenada a volver a él, Cuando había interrogado a Erich al respecto, éste le había dicho que— Raisa sólo se dedicaba a cumplir con los compromisos sociales que exigía el alto cargo de su padre, al que él tampoco conocía.
A pesar de que a Christel le constaba que la relación entre Erich y Raisa era casi oficial, ella jamás mencionaba una palabra de sus sentimientos hacia él en sus cartas. Christel había pensado más de una vez, sin poder evitar sentirse humillada, que aquello era una muestra de la delicadeza de sentimientos de la muchacha que probablemente sí había intuido lo que ella sentía por Erich, pero a Christel no dejaba de intrigarle aquel silencio.
Christel levantó los ojos del papel al leer un párrafo y se sentó sobre el colchón cruzando las piernas y apartando al gato. Retrocedió en la lectura y silabeó de nuevo las íntimas palabras:
Voy a contraer matrimonio próximamente. Me gustaría mucho que asistieses a mi boda. ¿Podrás dejar por unos días tu trabajo y ayudarme con los preparativos? La boda será en Munich y no tengo allí a nadie. ¡Es tan triste sentirse sola los días anteriores a tu boda!
—Muy propio de Raisa —masculló Christel, desoyendo la voz de su corazón que gritaba que había algo tremendamente injusto en la vida y advirtiendo que todo su cuerpo se rebelaba ante aquella confesión—. Me dice que se va a casar pero, por supuesto, no menciona a Erich ni por un momento. ¡Y todavía dice que se sentirá sola!
Christel leyó rápidamente la carta hasta el final, esperando una sola mención de su nombre. Claro que, indudablemente, se trataba de él. Era perfectamente deducible por algunas referencias como:
Sé que puede parecerte precipitado dado el poco tiempo que hace que mantenemos relaciones y por el secreto con el que yo he rodeado nuestros encuentros...
—No me parece precipitado, me parece un suicidio —gruñó Christel, arrugando los pedazos de papel y arrojándolos lejos de sí.
Uno de sus gatos, creyendo reconocer en aquel gesto una señal de que había comenzado la hora de sus juegos, se abalanzó rápidamente sobre el papel, comenzándolo a golpear con sus patas, provocando a la muchacha para que intentase arrebatárselo.
Christel se levantó del colchón y se dirigió al cuarto de baño, se desnudó y se metió bajo la ducha. Sus lágrimas de doior y de un despecho absolutamente injustificado se confundían con las gotas de agua que resbalaban por su rostro.
Había tenido que ser Raisa quien le comunicase aquella boda. Erich, a pesar de que vivía apenas a media hora caminando de su apartamento, no se había dignado a telefonearla ni a decirle una palabra de aquel matrimonio «tan próximo».
Tenía que encontrar una excusa para no asistir a aquella boda. Iba a tener que encontrarla si no quería traicionarse después de tantos años de guardar aquel amor como su más preciado tesoro. No iba a ser ella quien asistiera a la boda de Erich con su mejor sonrisa en sus labios deseándole toda la felicidad del mundo cuando sus deseos eran exactamente todo lo contrario.
Deseaba que Erich fuese desgraciado y que su matrimonio con Raisa no durase ni una semana. En el colmo de lo que ella calificaba de maldad femenina y que no era nada más que ingenuidad, Christel comenzó a pensar en ofrecerse voluntaria para brindar a Erich un consuelo que, seguramente, no necesitaría cuando iba a casarse con la imagen viviente de la perfección.
Christel salió de la ducha y comenzó a frotarse vigorosamente con un áspero guante de crin para darse después la crema hidratante.
Intentó pensar con lógica y se dijo a si misma que lo coherente en su posición sería telefonear a Erich, darle la enhorabuena e invitar a Raisa a compartir con ella su apartamento hasta que la boda tuviese lugar... Al fin y al cabo, la familia Koch era tremendamente tradicional en lo que se refería a guardar las formas y la madre de Christel no podría perdonar a ésta que no se hubiera adelantado a ofrecerle alojamiento a Raisa.
Por otro lado, la idea de que la muchacha llegase al apartamento de Erich y comenzase a vivir allí se le hizo de todo punto insoportable.
Intentando contener su ira y su frustración, Christel se dirigió al teléfono y marcó el número del apartamento de Erich. Un impertinente contestador automático respondió a su llamada.
Seguramente había llegado tarde. Erich habría salido para Ginebra, como le había comentado aquella misma semana que haría. Christel colgó el auricular, no sin descargar algunos cariñosos insultos dirigidos a su primo en el contestador y se dispuso a ordenar su apartamento para el Fin de semana.
Por destructores que fuesen sus primeros impulsos, no tendría más remedio que mostrarse civilizada. Tendría que guardar fas formas para que nadie en su familia pudiese adivinar que aquella boda de la que acababa de enterarse iba a destrozarle el corazón. Tendría que mostrarse alegre y educada. Tendría que esforzarse por dar una imagen de absoluta nornialídad. Su propio orgullo la ayudaría a salir airosa de aquel trance. Nada puede ser más trágico que enamorarse de una persona que no corresponde a ese amor y a quien se esta en la obligación de ver casi todos los días de la vida. Christel tendría que ser testigo necesario de aquella felicidad y sobrellevarla con entereza.
Capítulo 2
EL trayecto de Ginebra a Múnich se le antojó interminable a Erich Mülhberger. Su estado de ánimo era absolutamente opuesto al que le impulsaba en su viaje de ida a devorar los kilómetros, a devorar el tiempo y la distancia que le separaban de Raisa Kulekova. El sombrío humor de Erich el domingo, cuando se encontró detenido en el embotellamiento del anillo de circunvalación de Múnich, contrastaba con la alegría de dos días antes cuando, emocionado y feliz, contaba los minutos que le quedaban para encontrarse de nuevo con ella, desafiándose a sí mismo una y otra vez a arrancar de los labios femeninos el reconocimiento de que ella también le amaba.
Pese a su desesperación, Erich Mülhberger creía enamorarse más por momentos de aquella mujer enigmática y misteriosa de la que parecía emanar una irresistible atracción a la que él no podía sustraerse. Raisa parecía mantener un juego sórdido con él. Un juego en el que ella le atraía y le rechazaba, un juego peligroso en el que Raisa se entregaba a él y correspondía frenéticamente a sus caricias y a su pasión, haciendo el amor como si cada vez fuera la última, para abofetearle minutos después presa de un ataque de rebeldía y de histeria.
Raisa volvía loco a Erich. Hacía ya más de ocho meses que la habla conocido y aún no sabía nada de ella. Raisa parecía vivir en el misterio y la ambigüedad lo mismo que cualquier otro ser humano elige vivir en una ciudad u otra del mundo. Raisa tenía una magia especial. Era como si no la afectasen las nimiedades que abruman a cualquier mortal, como si la vulgaridad, el aburrimiento, los pequeños inconvenientes de la vida diaria no se atreviesen a rozarla.
Las últimas semanas habían sido una tortura para Erich. No había confesado a nadie, ni siquiera a Christel, que en sus dos íntimos viajes a Ginebra no había podido encontrarse con Raisa. Ninguna de las escasas personas que él sabía que la conocían había sido capaz de darle una sola noticia de su paradero, pero en el transcurso de la semana que seguía a su viaje recibía de Raisa cartas y llamadas que le dejaban entrever que le echaba de menos, que necesitaba verle, que debía ir a verla una vez más, aunque sin prometerle nunca, pese a su insistencia, que aquella vez ella le esperaría, que no volveríru a huir.
Erich acudió a aquel último viaje presa de una ansiedad casi febril. Cuando llegó al apartamento en el que Raisa vivía y la vio, le hizo el amor como si estuviera poseído por una incurable fiebre de ella, como si no hubiera podido respirar en todas aquellas semanas y volviera a la vida entre sus brazos, Horas después, ebrio todavía de tanto amor, Erich recibió la noticia del matrimonio de Raisa de labios de ésta y nunca pudo imaginar que su voz pudiera seguir sonando tan dulce incluso pronunciando aquellas palabras que le iban matando poco a poco, como un veneno que le sumiera en un sueño, un letargo del que ya no podría despertar.
Pasado su impulso inicial de tomarla entre sus brazos y hacerla daño, Erich intentó persuadir, apelar a la razón, suplicar, recurrir a la lógica, para después rebelarse como una fiera herida de muerte.
Los motivos que daba Raisa para aquel matrimonio no contribuían a aplacar su dolor ni su amor ni su deseo de ella.
Raisa insistía una y otra vez en que su matrimonio era una alianza de conveniencia. Afirmaba que ella no era absolutamente libre a la hora de tomar su decisión, que lo había hecho impulsada por muchos motivos que no podía explicar claramente a Erich porque entre ellos se contaban motivaciones políticas y le suplicaba que entrase en razón y la dejase marchar en paz.
Erich se negó. Sostuvo implacable que la época del feuclalisino, la época de los matrianonios por conveniencia y la., alianzas por motivos de Estado había pasado. Raisa se limitó a sonreir débilmente sin pronunciar palabra, correo si pretendiera demostrarle que no estaba en lo cierto, aún envuelta entre las sábanas blancas de raso, como una pequeita virgen dispuesta a subir al altar como sacrificio u ofrenda a un dios impío e implacable.
Tras una discusión en la que pos besos, las caricias, las súplicas y las palabras más hirientes se habían alternado a partes iguales, Raisa terminó sugiriendo que tal vez sería posible que continuasen viendose a escondidas una vez se hubiera casado. Erich se sintió humillado, tan humillado como se hubiera sentido una joven a la que el amor de su vida tratase corro a una mujerzuela, pero Raisa le aplacó. Sus labios pronunciaron como una letanía las palabras que Erich llevaba esperando tantos meses, tantas noches de insomnio. Raisa confesó que le amaba sin alterarse, con expresión impasible, corno si fuese tala mala actriz que hubiese aprendido aquellas palabras de memoria. juró que había intentado inútilmente resistirse a aquel sentimten. Lo que la arrastraba, afirmó que intentó disuadirle a él, que su frialdad aquellos meses sólo obedecía a que ella sabía que su amor era imposible. Raisa dijo una y otra vez que había hecho lo posible por eludir aquel compromiso, pero había sido inevitable al fin. En su propia fálta de expresión, en sus ojos sin vida, en su frialdad casi exánitne, Erich creyó reconocer la verdad. Raisa sentía verdadero dolor y, reuniendo toda su fortaleza, intentaba hablarle fríamente para que él no se viera obligado a hacer algo de lo que se pudiera arrepentir. Erich se vio forzado al fin a reconocer una verdad sobre la que aún quedaba un poso de duda en su corazón, una verdad que muy pocos, en su lugar, estarían dispuestos a considerar auténtica.
Erich conducía a toda prisa su automóvil por las calles de Múnich intentando sortear el tráfico que atestaba la ciudad tras el fin de semana. Se sentía desgarrado. Era la primera vez en su vida que no conseguía lo que deseaba, pero. en aquella ocasión precisamente, iba a perder lo que más le importaba de todo, Aquello por lo que había mentido por primera vez en su vida intentando inútilmente crear una maravillosa historia para Raisa, intentando inútilmente merecer por sí mismo v no por lo que tenía a la mujer que había elegido su corazón.
A Erich la vida le había sonreído. Su madre contrajo matrimonio con Uwe Engebereth tras separarse de su primer marido, el padre de Erich. Uwe fue providencial en la vida de Christel y en la del pequeño Erich. Al contrario que el verdadero padre de éste, Uwe era un hombre emprendedor que no se amedrentaba ante nada. Había creado un imperio sobre un negocio que todos despreciaban en aquella época, había edificado una industria floreciente sobre las ruinas del negocio que primero fue de la familia Mülhberger, la familia paterna de Erich.
Uwe dio a Alice todo el amor que ésta merecía y fue más que un padre para el hijo de ésta. Tras nombrar a Erich su heredero universal, salve algunas concesiones que hacía a su sobrina Christel, la rebelde de la familia, Uwe cedió al joven la dirección del imperio industrial que creó, cuya base era la mecanización para artículos ortopédicos, y, se marchó a Berlín, rumiado por el reto de volver a empezar de la nada.
Aunque Erich reconocía la deuda infinita que tenía con Uwe siempre le preocupó el hecho de que realmente él no había conseguido nada por sí mismo. Tenía la constante sensación de ser un bastardo ocupando un trono inmerecido. Le habían regalado una verdadera familia, verdaderos afectos, una figura envidiable sin que él realizase el más mínimo esfuerzo parecía constituir un reto para Erich Mülhberger. Tenía amigos, dinero, atractivo... Todo cuanto pudiese desear... excepto a Raisa Kulekova.
Cuando la conoció en Baden—Baden. Erich hizo jurar a Christel que no mencionaría una sola palabra acerca de su verdadera identidad, acerca de su fortuna y el vínculo que le unía a lisie Engebereth.
Christel se rió de él. Le dijo que las historias del príncipe que se hace pasar por mendigo se habían pasado de moda, pero Erich insistió. Siempre había tenido la sensación de que las mujeres se rendían en sus brazos sin que él moviese un solo dedo para conseguirlo y había llegado a creer que rur siempre lo hacían desinteresadamente.
Raisa era su sueño, la mujer por la que había latido su corazón hasta entonces, esperándola. No quería albergar una sola duda acerca de su amor... Y conseguir éste supuso un desafío mucho más difícil de lo que él imaginó en un principio.
Sabía que su prima Christel desconfiaba de Raisa, que la trataba despreciativamente de muñeca sin carácter, pero Erich era el único que tenía la certeza de que ella no era así. Raisa Kulekova le había demostrado con creces que era una verdadera mujer, una de esas mujeres capaces de hacer perder la cabeza a un hombre, por muy frío y experimentado que éste fuera.
Erich había intentado brindarle protección, había intentado que ella le dejase un espacio en su vida, había intentado forjar sueños con Raisa, ofrecerse él mismo y todo su empeño para salir adelante, pero Raisa despreciaba lo que ella calificaba de su «impetuosidad». Erich nunca desfallecía, pero, tan pronto creía haber avanzado unos centímetros, Raisa volvía a alejarse de él volviéndole loco, desconcertándole con su eterno misterio en el que él no podía penetrar. Al momento de parecer una mujer que necesitaba toda la protección del mundo, después de haber asentido a todos los sueños que él proponía, una nueva Raisa se alzaba ante sus ojos y aquella mujer era más fuerte, más independiente que cualquiera que hubiese conocido... Incluso más fuerte que Christel.. Y aquella Raisa fuerte e independiente te arrojaba sus sueños a la cara como si éstos fuesen de papel.
Erich estacionó el auto utilitario que había adquirido para visitar a Raisa en el garaje de la magnífica mansión en la que estaba su apartamento en Múnich, cerca del teatro de la Opera. En el garaje se alineaban varios automóviles propiedad de Uwe y de él mismo. Todos ellos eran lujosos y valían una pequeña fortuna, las matrículas de cada uno tenían el nombre de su propietario. Indiferente a aquella evidencia de lujo y comodidad. Erich tomó el ascensor que conducía directamente a su vivienda.
Se torturo una vez más con el pensamiento de si había hecho bien no confesándole a Raisa quién era él en realidad. Tal vez su posición y su opulenta fortuna le permitiese cancelar aquel matrimonio por conveniencia que le impedía hacer a Raisa completamente suya. Quizá por una vez se alegraría de haber recibido aquel regalo que consideraba inmerecido. Tal vez hubiese llegado la ocasión de compartirlo con alguien y de librar a alguien de un destino inmerecidamente cruel.
Las puertas del ascensor se abrieron y Erich entró en el amplio vestíbulo de su vivienda, un antiguo palacete que Uwe adquirió para Alice y que ésta nunca llegó a ocupar. Aquélla era la vivienda que Erich había compartido con Uwe hasta que éste se marchó a Berlín.
Debido al enorme tamaño de la mansión y al mantenimiento al que obligaba ésta cuando estaba totalmente abierta, Erich, por su propia comodidad, había cerrado un ala del palacete creando un pequeño y acogedor apartamento que en nada se parecía al resto de la vivienda, un loco derroche de lujo propio de la Alemania del siglo xix, cuando aún eran posibles sueños como los que albergó Luis II de Baviera... Sueños de amor como el de Uwe, locuras como la que le impulsó a adquirir aquella lujosa mansión para agasajar a Alice, el gran amor de su vida y que ésta no llegó a disfrutar.
Erich entró en su apartamento y depositó su chaqueta sobre el primer sofá que tenía a mano. Echó un vistazo al contestador automático y, al ver la luz parpadeante que le indicaba que había recibido tres llamadas, hizo retroceder la cinta del mensaje después de servirse un generoso brandy en una copa de fino cristal que comenzó a calentar, dando vueltas entre sus manos.
La voz cantarina de Christel que sólo profería insultos contra él le hizo sonreír, a su pesar, y Erich sintió unos deseos irrefrenables de verla, pero al momento se arrepintió de su impulso.
No había nada en el mundo que él no estuviera dispuesto a dar a Christel, a hacer por Christel..., excepto compartir aquellos momentos de desesperación con ella, aquellos momentos que sólo le pertenecían a él. Erich adoraba a aquella criatura con aspecto de muchacho con su eterna gorra de béisbol calada hasta las cejas, que le miraba con c los chispeantes; adoraba a aquella muchacha que era la única en el mundo que se atrevía no sólo a no declararle su admiración más encendida. sino que aprovechaba la más mínima ocasión que se le presentaba para increparle y ponerle ante sus ojos una visión crítica de sí mismo que le impulsaba a él a seguir adelante. Christel era la criatura más fascinante bajo el cielo. Una mezcla providencial de ángel y de diablillo, la única persona que hacía que los cimientos sobre los que Erich había edificado su vida se tambaleasen a la vista de aquella muchacha que creía firmemente en sus convicciones, que se había edificado una vida a su medida construida pieza a pieza por sí misma.
Erich esperó a escuchar hasta el final la cinta para decidir si acabaría teniendo el estado de ánimo oportuno para telefonear a Christel.
La segunda llamada era de Uwe. Le ponía al corriente de la buena marcha de sus negocios en Berlín y le anunciaba que llegaría a Múnich aquella misma semana con una agradable sorpresa.
A Erich no le hacía falta demasiada intuición para adivinar de qué se trataba aquella sorpresa, sin duda la mitad de las acciones del nuevo emporio empresarial Engebereth, un proyecto del que Uwe se sentía especialmente orgulloso y que ampliaría a otros países del Este al poco tiempo.
Por fin, la tercera llamada era de Claudia Koch, la madre de Christel. Le anunciaba también su próxima visita y le pedía que no dijese una palabra a Christel al respecto. Quería darle una agradable sorpresa.
—Todo el inundo tiene sorpresas agradables que dar —masculló Erich, apurando su brandy de un trago y sintiendo que las paredes de su apartamento eran las de una prisión.
Erich se levantó y se asomé al enorme ventanal del salón. Definitivamente, estaba de un humor mucho peor que sombrío, un humor que no deseaba compartir con nadie. Por la amplia avenida a la que se abría el ventanal se veía caminar a la gente sin prisas, en una abigarrada confusión multicolor. Las señoras encopetadas que regresaban a sus hogares después de la balada musical del domingo, jóvenes mal trajeados que abrazaban a sus parejas efusivamente... El daría cualquier cosa por ser uno de esos jóvenes, pero nunca le había atraído el amor de almíbar de los adolescentes.
Erich se sintió infinitamente viejo. El amor que a él le atraía era corno un abismo al fondo del cual batía furioso un mar que inrenazaba engullirle. Un mar en el que le esperaban los brazos de un ser misterioso y mítico corno una sirena, los brazos de Raisa, aquellos que no iba a poder abrazar. El amor que a él le atraía con una fuerza irresistible era un amor que podía acabar destruyéndole.
La idea de continuar viéndola, haciéndole el amor era más que tentadora... Pero él no se iba a dejar arrastrar. No quería de Raisa una hora como amante, quería una eternidad de un amor contradictorio y salvaje con ella.
Raisa colmaba todos sus sueños, todas sus fantasías... Raisa era la ingenuidad caminando por un bosque. Raisa era la mujer sofisticada y misteriosa que se le mostraba esquiva e inabordable, Raisa era la pasión y la ternura, la rabia y el desconcierto... Después de Raisa no podía haber nadie v él deseaba, canto Uwe, como tantos reyes y emperadores antes que ellos, edificar algo grande en honor a ese amor... un mausoleo que pudiese enterrar y colmar a la vez sus ansias de temerla, sus ansias de arparla.
Las luces de las farolas de la ciudad comenzaban a encenderse. Una intensa melancolía se apoderaba de Erich. Viendo a aquella gente caminar ajena a su dolor, la idea de Raisa como una pieza en una suerte de conspiración internacional se le hacia cada vez más descabellada. Por un instante, Erich se reconoció a sí mismo que no iba a tener lugar tal matrimonio, que Raisa sólo había inventado una excusa para; no volverle a ver nunca más... Quizá él, a pesar de su experiencia, a pesar de su edad, sólo era un muñeco para una mujer corno ella.
Erich se pasó la mano por el cabello y cerró los ojos, aspirando aire profundamente. No podía seguir recreándose en su melancolía. Necesitaba aire fresco. Tenía que respirar y dejar de autocompadecerse.
Erich recogió de nuevo su chaqueta. Iría a una de las Bierhauss del centro, en las proximidades del Ayuntamiento. Bebería una enorme Mass y contaría a su vecino de mesa, tal vez un borracho cualquiera, el motivo de su melancolía, como otro borracho en una noche cualquiera de Múnich. Una orquesta interpretaría canciones bávaras tradicionales y él se refugiaría en aquel estruendo para olvidar a Raisa Kulekova. Para olvidar que tal vez, en aquel mismo instante, a muchos kilómetros de distancia, otro hombre la estaría abrazando. Un hombre que iba a hacerla suya... Un hombre al que Raisa ya planeaba traicionar. Y Erich, de repente, supo que él consentiría en aquella traición porque no podría pasar sin los besos, las caricias Y los desaires de Raisa.
El insistente sonido del timbre en la puerta sobresaltó a Christel. Dejó a un lado del colchón la revista de ecología que leía y se dirigió a la puerta de su apartamento, seguida por su eterna escolta de gatos. Se detuvo un instante en el espejo de la entrada, un espejo en el que le era enormemente dificil verse por culpa de las pegatinas y notas que ella misma se dejaba pata no olvidar ninguna de las cosas que tenía pendientes, y se arregló un poco el corto cabello con los dedos, pensando con inquietud en que tal vez Erich había decidido por fin verla al escuchar su «amistoso» mensaje.
Christel había hecho una excepción y se había puesto una camisa blanca, de corte masculino, cuyos botones mostraban generosamente su escote y unos pantalones ajustados y más femeninos que los que solía llevar.
Con una sonrisa de aprobación, Christel abrió la puerta y se quedó casi sin respiración:
—¡Raisa!— Raisa Kulekova, sosteniendo una pequeña maleta, la miraba sonriente en la puerta Recorrio con sus fríos ojos grises la silueta de Christel y esbozó un gesto de sorpresa.
—¡Oh, Christel! Lo lamento... No sabía que estuvieses esperando a alguien. Yo...—pasa, Raisa —invitó Christel echándose a un lado y mí— insistentemente detrás de la joven, esperando ver aparec r r a Erich de un momento a otro—. ¿Va a subir ahora Erich? ¿Está estacionando?
Raisa depositó la maleta en el suelo y comenzó a quitarse la suave chaqueta de punto color blanco con que cubría sus hombros.
—Erich no viene... Espero... Espero que no le estuvieses esperando a él...
Christel siguió la dirección de la mirada de Raisa, hacia su propio escote, y se apresuró a abrocharse el último botón de la camisa. La expresión de desafío de Raisa era inequívoca. Parecía olfatear una traición. Christel se sintió juzgada y avergonzada.
—¡Oh, no! En realidad no esperaba a nadie...
—Me alegra tanto verte, Christel —dijo Raisa, sosteniendo la inquisitiva mirada de la muchacha y sonriéndole con cierta t listeza.
—¿Sucede algo, Raisa? Cuando hablé contigo el viernes no me avisaste de que vendrías esta misma semana y... como dices que Erich no viene...
Raisa miró tímidamente en dirección al salón y Christel se apresuró a cederle el paso.
La joven se sintió secretamente encantada del desconcierto de Raísa al no ver un solo lugar civilizado en el que sentarse. Christel se dirigió hacia su colchón, apiló varios cojines y se dejó caer despreocupadamente, invitando a Raisa a hacer lo mismo. Raisa, tras un momento de titubeo, prefirió acercar una de las sillas de lona.
—Christel... Yo... —comenzó a decir la joven.
Christel intentó contener su impaciencia. Había algo en Raisa que siempre le había parecido falso. Su ingenuidad, su dulzura, su feminidad, su sofisticación, siempre le hablan parecido a la joven papeles que Raisa sabía interpretar y dosificar sabiamente. Había algo en Raisa que no era espontáneo, genuino. Algo indefinible que Christel no sabía cómo calificar.
—Puedes confiar en mí, Raisa. Tal vez hayas discutido con Erich... Pero yo no te voy a juzgar... Probablemente te dé un par de palmadas en la espalda si le has insultado con verdaderas ganas. Yo lo hago siempre...
Raisa disimuló un gesto divertido y después su semblante se ensombreció.
—Erich no sabe que estoy en Múnich y te agradecería que no mencionases una sola palabra al respecto —dijo por fin Raisa, con una mirada y una voz tan frías que Christel se sintió incapaz de reaccionar.
—¿Has discutido con él, entonces? —insistió Christel—. ¿Qué sucede entonces con vuestro matrimonio? ¿No era precisamente la boda el motivo por el que tú pensabas venir a Múnich?
Raisa se echó hacia la espalda con sus delicadas manos su abundante cabello rubio y Christel no pudo evitar sentir una punzada de envidia. La muchacha vestía una blusa color azul celeste con lunares blancos y una falda a juego sofisticada en su despreocupación, tenía una admirable figura, uno de esos cuerpos femeninos que parecen despedir una suave fragancia natural a rosas... Era inevitable que al lado de Raisa, Christel se sintiera el ser más desprovisto de encanto de toda la faz de la Tierra.
—Me temo que interpretaste mal mis palabras, Christel. No voy a casarme con Erich.... Nunca pensé casarme con Erich.
Christel abrió desmesueadamente los ojos y de repente sintió que hacía mucho calor en aquella habitación.
—¿Cómo dices? —volvió a preguntar, incrédula.
—Jamás pensé casarme con Erich... Imagino que eso te alegrará. En el fondo, siempre he sabido que tú estás enamorada de él y que él siente algo por ti más profundo que la amistad. Creo, de hecho, que ya no existe ningún obstáculo para que seamos verdaderamente amigas... excepto que yo sigo enamorada de Erich.
Christel sintió que todo el aire del mundo era insuficiente para llenar sus pulmones. Tal vez Erich le había dicho a Raisa algo al respecto. Tal vez... Después de todo...
—Pero... no entiendo. ¿Qué ha sucedido este fin de semana? ¿Te ha dicho él algo? ¿Por qué no quieres que Erich...?
Raisa Kulekova se apoyó en el respaldo de la silla de lona y respiró profundamente. Las aletas de su nariz se dilataron y Christel seguía sintiendo unos irreprimibles deseos de abofetearla para terminar cuanto antes con todo aquel maldito galimatías.
—Le he dicho a Erich este fin de semana que iba a conttraer matrimonio, Christel... Y que le amaba... Claro que él no puede hacer nada por impedir mi boda.
—Pero, ¿cómo vas a casarte con otro queriendo a Erich? Yo creía que tú sentías algo por Erich, algo auténtico, verdadero amor . Yo estaba segura de que tú estabas enamorada de él. No entiendo cómo no has dicho nada de tu futuro matrirnonio hasta hace sólo unos días, tal vez, con más tiempo, hubiera sido posible ...
Raisa sonrió misteriosamente, se levantó, sacó de su bolso un cigarrillo y lo encendió con parsimonia, paseándose de un lado a otro del salón intentando evitar a los gatos.
—La decisión de casarme fue algo fulminante... Y sí estoy enamorada de Erich. De hecho, le propuse que continuásemos viéndonos tras mi boda... Él, por supuesto, se sintió terriblemente ofendido por mi proposición —Raisa guardó unos instantes de silencio ante la atónita Christel—. De modo que parece ser que, en lugar de hacerme tú a mí un regalo de bodas, yo te lo haré a ti. Probablemente Erich busque consuelo y tú tengas al fin tu oportunidad. Yo no podré ser ningún obstácu1o —Christel parpadeó, confusa y sintiendo, una creciente ira y humillación dentro de sí. Raisa la miró unos instantes desprovista de careta y la joven no pudo pronunciar la protesta que iba a nacer en sus labios. De Raisa emanaba algo muy parecido a lo que debía ser el poder y la ambición en su estado más puro—. Christel, voy a hacerte una confidencia. Espero que nunca salga de tus labios. No quiero que Erich sepa nunca lo que voy a contarte.
Christel asintió y apoyó la barbilla sobre las rodillas que te nía dobladas contra el pecho, sintiendo que el corazón sonaba dentro de su pecho como si éste se hubiera quedado hueco, sintiendo que un frío intenso agarrotaba sus miembros.
—Estoy harta de la miseria, harta de la vida que he llevado hasta ahora... Yo no quiero promesas de amor, deseo que alguien cuide de mí y que me dé aquello que merezco... Lo que cualquier otra mujer puede conseguir sin tanto esfuerzo como yo.
Christel abrió la boca, atónita. No podía creer lo que estaba escuchando.
—¿En la miseria? ¿Tú en la miseria?
Raisa volvió a sentarse y expelió el humo de su cigarrillo lentamente.
—Estoy llena de deudas, Christel. Ha sido gracias a la generosidad de algunos amigos de mi padre por lo que conseguí mantener un nivel de vida aceptable... Mi padre tuvo que volver a Moscú tras los acontecimientos que disgregaron la Unión Soviética... Fue acusado de corrupto. Yo me negué a regresar. Había tocado el cielo con las manos, ¿comprendes, Christel? Yo había vivido desde mi infancia en Occidente. La idea de regresar a un país agitado por la confusión política me horrorizaba —Raisa hizo una pausa dramática. Christel hacía desesperados esfuerzos por no juzgarla. Algo en su interior sonreía con amargura. Después de todo, Erich había demostrado una gran dosis de sensatez al no querer confesar a la muchacha su verdadera identidad, su verdadera fortuna... Raisa tomó aire y prosiguió—: Debió de ser una intuición muy fuerte. Toda mi familia ha caído en el descrédito. Yo continué viviendo en Ginebra gracias a la generosidad de ciertos amigos de mi padre a los que él había hecho ciertos favores... Yo...
—¿No tienes ningún empleo, Raisa? —preguntó Christel con cierta dureza en su voz.
Raisa lanzó una indefinible mirada al vacío y negó con la cabeza.
—¿En qué podría trabajar una mujer como yo? ¿No comprendes que la caída de mi padre me ha arrastrado con él en cierto modo?
Christel negó con la cabeza, intentando contener su furia.
—Tal vez uno de esos amigos de tu padre hubiera podido conseguirte un empleo como secretaria, como relaciones públicas, como intérprete, como ...
—No, Christel —volvió a negar Raisa—. Ésa es una parte de mi vida que no estoy dispuesta a contarte.
—¿Aunque piense lo peor, Raisa? ¿Aunque acabe pensando que te has vendido por unos francos sólo para poder pasar una temporada en los balnearios más lujosos? —preguntó Christel.
Raisa se encogió de hombros.
—No me bastan los sueños al alcance de todos —dijo con voz tan fría que Christel pensó en el silbido de una serpiente—. Ésos son los sueños que os bastan, a Erich y a ti. Yo no quiero esos sueños. Vosotros podéis compartirlos y la felicidad para vosotros reside ahí. Yo ambiciono poder... No me conformo con nada si no es poder...
Christel reflexionó unos instantes. No tenía sentido enzarzarse con Raisa en una violenta discusión acerca de sus principios. De cualquier modo. ninguna de las dos ganaría en aquella inútil discusión. Christel pensó en Erích y una intensa punzada de dolor hizo que sus ojos se nublasen. Recordó cuando ambos conocieron a Raisa en Baden—Baden. Erich le hico prometer que no le diría quién era él e incluso la obligó a ocultar su parentesco. Erich se hizo pasar por otro empleado del museo en el que Christel trabajaba. Erich dijo a Raisa que éll acompañaba a Christel en su investigación, que era simplemente un becario... De no haber fraguado aquella torpe mentira, ¿qué sucedería ahora? Raisa accedería a casarse con él no para obtener amor, sino para saciar su sed de poder.
—¿Cuándo será tu boda? —se limitó a preguntar Christel—. Me será difícil ocultar por muchos días a Erich tu presencia en mi apartamento. Él suele venir aquí...
Una llama de indignación relampagueó en los ojos de Raisa. Christel parpadeó, asombrada por tanto cinismo.
—Nuestro trabajo hace que tengamos que pasar juntos mucho tiempo, Raisa. Por otro lado, tú misma has dicho que siente algo por mí... —dijo Christel con mordacidad.
Christel sintió que aquél era un juego peligroso. No le gu taba sentirse un ratoncillo entre las garras de Raisa, pero tata poco le gustaba ser el depredador.
—Después de mi matrimonio yo misma hablaré con Eric —dijo Raisa con una fría determinación en su semblante—. Me casaré dentro de dos semanas. No tendrás que fingir demasiado tiempo.
—Bien, Raisa —dijo Christel, levantándose del colchón. Será mejor que arreglemos la habitación en la que vas a quedarte y preparemos algo para cenar.
Raisa se levantó también y tornó a Christel del brazo, impidiéndole avanzar.
—¿Te arrepientes de haberme ofrecido tu hospitalidad? Christel pensó unos instantes, viéndose reflejada en las pupilas de Raisa.
—No... —contestó muy despacio—. No me arrepiento en absoluto, Raisa. Me alegra haberte ofrecido hospitalidad.
—¿No quieres saber con quién voy a casarme? —preguntó Raisa, con un gesto de infinito orgullo.
—No deseo saberlo, Raisa. Es más, después de saber lo que sé, preferiría que no me invitases a tu boda. Creo que me sentiré muy mal al ver a un hombre ilusionado y feliz por llevart al altar.
Raisa sostuvo la mirada a Christel y ésta se dio la vuelta con indiferencia, casi con desprecio.
—Vamos... Mañana tengo que madrugar y no me gustar quedarme hasta muy tarde, Raisa.
—¿No le dirás nada a Erich cuando le veas mañana? Preguntó Raisa, con cierta ansiedad en su voz.
—No, Raisa. Tú nunca has estado en mi casa y nunca hemos mantenido esta conversación. Sólo te pido que no salgas de este apartamento en estas dos semanas. Después, desaparece por completo de la vida de Erich y de mi propia vida.
Capítulo 3
CHRISTEL estaba abstraída en su trabajo. Las muestras de especies vegetales que acababa de enviarle una bióloga desde Chernobil habían rebasado su capacidad de asombro. La especie había mutado hasta triplicar su tamaño y había alterado incluso su propia química.
Christel levantó la cabeza del microscopio tras analizar una muestra y le hizo una señal a Adolf.
—¿Quieres acercarte?
Adolf se levantó y dejó escapar un expresivo silbido al mírar por la lente.
—La opulencia no es siempre señal de bienestar, ¿eh, Christel? No creo que ninguno de los propietarios de tierras de la zona esté orgulloso precisamente del crecimiento de las flores de su jardín.
Christel asintió.
—Una exposición prolongada y...
La joven enmudeció. Adolf regresó a su trabajo. La mente de Christel volvió a volar por un instante a la imagen de Erich y de Raisa. Las palabras de Adolf: «La opulencia no es siempre sedal de bienestar...», le parecieron una amarga ironía que encajaba perfectamente con la situación de Erich Mühlberger.
Christel se encogió de hombros y se animó a seguir ocupada en la investigación. A la joven le habla costado concentrarse en su trabajo aquella mañana. La presencia de Raisa y descubrir cómo era ésta realmente había alterado su equilibrio. Sentía una profunda indignación por el daño que Raisa pudiera haber hecho a Erich, pero al mismo tiempo no podía sustraerse a la fascinación que Raisa ejercía, más aún cuando ahora se había despojado de su máscara.
Christel nunca podría aprobar aquella forma de ser y de actuar. Raisa era el polo opuesto de cómo era ella misma, pero tenía que reconocer que Raisa era fascinante... para contemplarla a distancia. Raisa era como un camaleón salvaje que altera su forma y su color para confundirse con la maleza. Sólo había algo auténtico en ella: su insaciable ambición. Y aquélla era precisamente la razón más poderosa para intentar mantenerla apartada definitivamente del pensamiento de Erich. FI ya estaba bastante cercado por personas ambiciosas y nunca había conseguido adquirir confianza en las personas que le rodeaban porque él tenía demasiado dinero v demasiado poder, exactamente lo que podía atraer a su alrededor a personas sin escrúp u los.
Christel se había consolado con el pensamiento de que la boda de Raisa era inminente. Bastarían dos semanas para que se consumara y algunos meses para que Erich y ella misma se repusieran de haber conocido a Raisa Kulekosa. Después, desaparecería de sus vidas para siempre y ellos podrían Fingir no haberla conocido nunca. Entretanto, lo mejor era dejarla al margen de su vida, concentrarse en su trabajo y continuar adelante.
Christel tomó la caja de muestras de especies vegetales mutadas y muestras sin alterar y se dispuso a acudir al laboratorio de biología del museo para que aplicasen un tratamiento a aquellas hojas para prepararlas para la exposición en una vitrina mostrando un aspecto siempre fresco. Cuando estaba a punto de salir, la voz de Adolf la detuvo.
—¡Te llaman por teléfono, Christel! Debe de ser uno de mis rivales —concluyó, bromeando y mirando a la muchacha con un gesto de dramática desesperación.
Christel suspiró con fingida coquetería. Dejó la caja de muestras sobre una de las mesas auxiliares y tomó el auricular que Adolf le tendía con un mohín de aburrimiento dirigido a su compañero, que permaneció unos instantes atento a la conversacion.
—Christel al teléfono —dijo la muchacha.
—¿Christel? —preguntó la voz de Erich al otro lado del auricular—. Yo no tengo la boca como la de una rana, como me decias en tu mensaje. Quiero recordar que siempre has sido tú el que ha tenido una sonrisa como la abertura de un buzón de correos.
Christel no pudo evitar esbozar una sonrisa artificial y mirarse en el cristal que cubría la mesa de madera, como si éste tuviese un espejo, para asombro de Adolf, que la miraba incrédulo hacer muecas hacía el cristal.
—¿Christel? —volvió a preguntar la voz de Erich.
—Estaba comprobando si tienes o no razón... Y no la tienes. Lo que sucede es que hace tanto tiempo que no me ves que se te ha olvidado cómo soy. Seguramente la sonrisa ha sido una interferencia con otra chica.
—Te llamaba precisamente para remediar mi imperdonable falta por no verte en tanto tiempo. ¿Quieres comer conmigo? —propuso Erich con una animación que la joven sabía artificial.
—No, gracias —negó Christel—. Cuando vienes a buscarme al museo en tu «anónimo» automóvil tiemblo al pensar que el director pueda verme y pensar en bajarme el sueldo.
—Tengo un auto realmente anónimo. Aunque lo uso en muy raras ocasiones, enviaré a buscarlo y te recogeré a las doce y media. ¿te parece bien? ¿Aceptas comer conmigo?
—¿Es inevitable? —preguntó Christel.
—Sí, lo es. Tengo que contarte unas cuantas cosas y quizá pedirte ayuda en un plan que he concebido —dijo Erich con voz repentinamente grave.
—Ya sabía yo que te encanta invitarme a comer desinteresadamente —ironizó Christel
—Christel, voy a confesarle a Raisa mi verdadera identidad —dijo Erich precipitadamente, tras una breve pausa, como si acabara de decidirlo en aquel instante y necesitara pronunciar en voz alta aquellas palabras para realirniarse en su determinación.
Christel sintió que el suelo se hundía bajo sus pies.
—¿Puedes explicarme por qué? —preguntó con la voz completamente helada. Christel creyó advertir que Erich vacilaba al otro lado del hilo telefónico.
—Raisa me ha dicho este fin de semana que va a contraer matrimonio —dijo él tras uu breve titubeo.
—¿Y crees que saber que duermes sobre un colchón lleno de acciones y billetes de los grandes hará vacitar el repentino autor que siente por el hombre con el que va a casarse? —dijo Cln—istel sin contener su furira, tomando de la mesa el teléfono, hablando en un indignado susurro y dirigiéndose hacia un rincón para que nadie pudiese oírla.
—No se casa por amor —protestó Erich.
—¿Va a cambiar entonces un interés por otro? `Dejará a un millonario viejo para casarse con otro joven y atractivos —volvió a preguntar Christel con ironía—. ¿O es que quizá espera un hijo de otro hombre?
Erich suspiró, al cabo de unos instantes, bajando ostensiblemente la voz, le dijo:
—Va a casarse por conveniencia... Es una cuestión política. No me explicó mucho más. He pensado que, por una vez, podré utilizar mi influencia en algo que realmente merezca la perla. Raisa destrozará su vida por culpa de ese matrimonio...
—Y tú, por supuesto, la salvarás —se burló Christel.
—Bueno, ya sabes que nunca soy absolutamente desinteresado —carraspeó Erich, intentando hacer una broma—. La salvaré de ese matrimonio a cambio de que se case conmigo.
Christel negó con la cabeza, cono si Erich pudiese verla. Su estado de ánimo pasó en unos instantes de la incredulidad a la compasión. Lágrimas de indignación e impotencia acudían a sus ojos y le nublaban la mirada.
—Está bien —dijo Christel al fin cuando estuvo segura de que la voz no se le iba a quebrar—. Por lo que veo ya lo tienes todo decidido. ¿En qué punto de tu plan encajo yo exactamente? Para qué necesitas comer conmigo? ¿Quieres que os lllev'e las arras al altar?
—Me han dicho que Raisa ha dejado su apartamento en Ginebra —dijo Erich reflexivamente.
—¿Quieres que mire debajo de mi cama para comprobar si Raisa está ahí escondida? —preguntó Christel con rabia y sintiéndose asaltada por un súbito temor.
Erich rió alegremente. Christel suspiró de alivio.
—No. Quiero que tú llames a su apartamento. Tal vez haya dejado una nueva dirección con instrucciones expresas de que no me comuniquen a mí su paradero, pero si eres tú quien llama...
—Puede que a mí me digan dónde está —concluyó Chrisrel por Erich—. Está bien, Erich. Acepto, a cambio de esa convida —dijo ella sintiéndose cada vez más aliviada y firmemente decidida a hacer esa llamada por si a Erich se le ocurría comprobarlo para después no decirle una palabra acerca de dónde se encontraba realmente Raisa.
—También quería pedirte algo más...
—La comida te saldrá un poco más cara —rió Erich—. También necesitaré que me acompañes para corroborar que es cierto lo que estoy dispuesto a decirle: que no soy un pobre becario, que ella es la Cenicienta y que he acabado comprendiendo que la historia del príncipe mendigo está pasada de moda, pero que... finalmente... ella es la princesa elegida.
—Enternecedor —dijo Christel con fingida ironía, sintiendo que algo se desgarraba en su interior. Durante toda la noche no había podido dormir acariciando la idea de que Erich olvidaría a Raisa, de que ella podría disponer de una nueva oportunidad.
—¿Harás eso por mi? —preguntó Erich, con su voz más persuasiva.
—Tendré que pensarme si pago un precio tan alto... ¿Sigue en pie esa invitación a comer al margen de mi respuesta? —preguntó Christel mirando por la ventana. Repentinamente, el día parecía más gris, mucho más triste. La primavera estallaba en un despliegue de colores y sonidos y la dejaba a ella al margen, sumida en una desesperación mucho más profunda por lo que sabía desde la noche anterior. Las escenas que se sucedían en el exterior le parecían a Christel las imágenes que pasaban por una pantalla, lejanas, insoportablemente vacías, como de cartón piedra. Las imágenes del decorado equivocado, un decorado en el que ella no encajaba. Christel sólo podía oír la voz de su propia angustia y se maldecía por ser tan cínica, por no poder contarle a Erich la verdad, por no poder gritarle que ella le amaba y que Raisa Kulekova sólo era capaz de amar al poder.
—Por supuesto que sigue en pie mi invitación —dijo Erich.
—¿Y si te pido que lleves a cabo tu plan después de esperar un tiempo prudencial para que te lo pienses? ¿Seguirás invitándome a comer? —preguntó Christel con la vana esperanza de que, al ponerle algún obstáculo Erich vacilara.
Un silencio se hizo al otro lado del hilo.
—¿Por qué me pides eso? El tiempo corre en contra mía. Precisamente será tiempo lo que me haga falta para poder mover ciertos resortes y...
—No sé por qué te lo pido. ¿No puedes confiar en mi intuición femenina? Me gustaría comprobar si Raisa te ama realmente. Probablemente se ponga en contacto contigo y...
—No sueñes. Christel —dijo Erich, evidentemente desalentado.
—No sueño, Erich. Quiero que te lo pienses un par de semanas... Sólo un par de semanas —dijo Christel, acuciada por la urgente necesidad de ganar tiempo.
—Será demasiado tarde, cariño —dijo Erich con firmeza.
—¿Una semana, entonces? —intentó pactar Christel, prolongando aquella conversación. Era como si supiese que, al colgar el auricular. Erich no volvería nunca a ella—. Yo, entretanto, te prometo hacer todo lo posible por localizarla. Lo único que te pido es que, si la localizamos, te des una semana para reflexionar tu decisión de contarle todo.
—Hablaremos después, campeón. Ahora no puedo continuar esta negociación —se despidió Erich, sabiendo que no había un solo apelativo que indignara más a Christel que aquél y advirtiendo que sus negocios volvían a requerirle en forma de secretaria con carpeta de documentos.
Christel colgó el auricular, con furia, y trató de serenarse. No, podía soportar que Erich la llamase de aquel modo. Tío Uwe había sido quien utilizó la palabra < campeón» por primera vez para dirigirse a Christel, cuando ésta consiguió dejar Fuera de combate a un niño inoportuno que quería apabullarla cun una demostración de fuerza. Desde entonces ni tío Uwe ni el propio Erich la habían considerado realmente una mujer y cada vez que Erich la llamaba de aquel modo, Christel se seneía impotente. Nunca podría hacerle comprender que ella no era un golfillo, un campeón ni nada que se le pareciese. Christel era sólo una mujer enamorada, enamorada de Erich desde que éste ya tenía quince años y ella sólo siete.
Christel se dirigió de nuevo a la caja de muestras y, al cerrar la puerta del departamento a sus espaldas, se apoyó en ella como si las fuerzas fuesen a fallarle.
Estaba metida en un endiablado lío. La promesa que hizo a Raisa la noche anterior la ataba de pies y manos, pero se sentía incapaz de traicionar a Erich, de aceptar entrar en un juego en el que ella le conduciría a una salida. falsa. Erich era el hombre al que amaba y Christel no podía engañarle.
Christel se dirigió cabizbaja al laboratorio de biología y se dispuso a hacer la preparación de las muestras ella misma, conrenta por poder ocuparse en algo que le dejase la mente libre.
Tenía que encontrar una salida. Mentir a Erich no era la aolución. Sería mucho más honrado por su parte dejar que suniera cómo era Raisa realmente, contarle palabra por palabra la conversación que habían mantenido la noche anterior, pero sabía que le haría daño y no podía soportar ese pensamiento. En cuanto a enfrentar a Raisa y a Erich... Raisa desmentiría palabra por palabra cada una de las confesiones que le había hecho y Erich la escucharía sólo a ella, escudándose en la cobardía propia de los hombres que sólo les permite dar crédito ,i aquello que le halaga, a lo que no les hace daño. Christel acabaría quedando como una embustera y Raisa tendría todo In que deseaba: dinero, poder y al propio Erich.
De repente, Christel pensó en telefonear a Erich y poner una excusa para eludir su cita con él. Sólo tenía que esquivarle durante un par de semanas.
—Demasiado tarde —se dijo la muchacha en voz alta, convencida de que, actuara como actuase, Erich interpretaría su comportamiento como una traición.
—¿Decías algo, Christel? —preguntó una de las jóvenes biólogas del departamento.
Christel negó con la cabeza.
—Nada podrá devolver a estas especies su química original, ¿verdad?
La muchacha miró a Christel extrañada.
—Las mutaciones desencadenadas por la radiactividad son irreversibles, Christel. No sé por qué me lo preguntas.
Christel negó con la cabeza quitándole importancia y pensó que la irrupción de Raisa b ulekova en las vidas de Erich y en la de ella misma había supuesto una mutación irreversible, una catástrofe de la que ninguno podría salir indemne.
Raisa había puesto orden en el apartamento de Christel, después se había ocupado de poner a punto toda su ropa. Tenía unos irrefrenables deseos de caminar por la ciudad, de conocerla, tenía deseos de cualquier cosa excepto de seguir encerrada entre aquellas paredes, rodeada de gatos que parecían observarla con desconfianza, midiendo todos sus movimientos. Los ojos de aquellos felinos estaban haciendo que Raísa perdiera los nervios.
Aburrida, tras haber acabado con todas las cosas útiles que podía hacer allí, se puso unos leggings color blanco, una de las masculinas camisas de Christel y se tendió sobre el colchón que hacía las veces de sofá con un álbum de fotografías de la joven en las manos.
Raisa encendió un cigarrillo y abrió el álbum por la primera página. Era relativamente reciente y mostraba a una Christel sonriente, con su gorra de visera calada, con un bate en la mano. Erich, a su lado, llevaba en la mano un guante de beisbol y abrazaba a la muchacha. Aquella instantánea transmitía cordialidad, una relación distendida y relajada. La expresion de de Erich era muy distinta a la que mostraba cuando había tratado con ella. Raisa cerró el álbum de golpe y volvió a caminar de un lado a otro del salón.
Raisa amaba Erich, a su manera, claro, pero le amaba. Era el único hombre que la había hecho dudar de la legitimidad de sus intenciones. Era el único hombre que la había hecho vibrar entre sus brazos, el único que la había hecho sentirse necesaria. Pero Raisa no necesitaba amor, no deseaba sentirse necesaria para nadie. Raisa sólo podía contar consigo misma. Raisa tenia cerebro en el lugar que debía ocupar el corazón. Disfrutaba infinitamente más demostrando su temple de acero tencí:endo hábilmente una trampa que siendo testigo de la manifesiación de los sentimientos más sinceros. Raisa era una estratega, no una romántica soñadora. De haber nacido en otra época hubiera estado destinada para un trono, pero en el pro.atico siglo xx sabía que el único espacio posible para ella era allí donde residía el verdadero poder: en el mundo de los negocios internacionales.
Raisa aplastó el cigarrillo a medio consumir en un cenicero de porcelana y se dirigió al teléfono, marcando nerviosamente un número con ayuda de un bolígrafo para no estropear sus uñas. Esperó impacientemente que diera el tono y comenzó a contar las llamadas antes de que respondiesen. Sabía que ninguna secretaria levantaría el auricular. Aquél era el número privado del hombre con el que iba a casarse, un número que apenas tenían media docena de personas más.
Impaciente por el tiempo transcurrido, Raisa colgó y miró su reloj. Volvería a insistir al cabo de un cuarto de hora. Necesitaba oír la voz de él para aplacar sus propios demonios, para aplacar la angustia que había despertado en ella aquella familiar imagen de Christel con Erich.
Raisa siempre había sabido que no era posible obtenerlo todo. No podía ambicionar que el dinero y el poder fuesen unidos al amor. Por otro lado, el verdadero amor dejaba al descubierto su alma con más frecuencia de lo que ella deseaba.
El amor era una trampa mortal que podía traicionar su verdadero ser en cualquier momento. El amor la había hecho vacilar hasta que descubrió que su porvenir con Erich era un futuro vacío, desprovisto de felicidad. Tal vez pudiera darse por satisfecha unos meses... Al cabo de éstos, Raisa seguiría sintiendo una insaciable sed de lujo, una sed insaciable de esta en el ojo del huracán, allí donde se fraguaban las decisiones verdaderamente importantes, allí donde ella podía dar muestras de su habilidad, de su inteligencia, de su dominio de si misma. Afianzaría su posición y después volvería a buscar Erich. Él no se resistiría. Raisa saciaría su ansia de sentirse adorada por un hombre que la hacía vibrar entre sus brazos pero una vez que hubiera obtenido todo lo que deseaba.
Raisa se dirigió a la cocina y abrió la nevera, cerrándola después con disgusto. Pensó por un instante en Christel y en su patente amor por Erich. Raisa no sentía que traicionase a 1a joven. Erich no necesitaba lo que Christel podía ofrecerle, Erich necesitaba una pasión genuina, un amor atormentado del que nunca pudiera cansarse, un amor que nunca cayese en la rutina.
Raisa nunca podría comprender cómo Christel podía ser feliz con tan poco, cómo podía no ambicionar nada más. La gente como Christel le parecía a Raisa oscura y gris. Los millones de Christel que existían en el mundo eran personas que pasan por la vida sin dejar huella, sin haber hecho nada más que dejarse engañar por unos sentimientos y unos sueños que vendían, para conformarlos, los verdaderos poseedores del poder, gente como la propia Raisa. Aquellas vidas de cartón piedra que mostraba la publicidad: salidas al campo, hijos sanos y felices, personas que ocupaban su tiempo libre en pequeñas tareas sin relevancia, eran las vidas que interesaban a los ambiciosos que los demás vivieran. Aquellas imágenes publicitarias eran como el opio. Creaban una falsa ilusión de felicidad, una sensación de vacío que aplacaba sus ansias de poder. Gracias a aquella selección natural, al más alto escalafón sólo llegaban los más fuertes, los más competentes, los más fríos... Raisa había conseguido sortear la última trampa que aquella complicada tarde los poderosos le había tendido al renunciar a Erich y había demostrado que podía llegar. Ahora le consumía la impaciencia porque aquellas dos semanas transcurriesen velozmente.
Raisa volvió a marcar el mismo número de teléfono y volvió a contar las llamadas. A la sexta, una voz masculina le respondió.
—Uwe —Uwe Engebereth al habla. ¿Quién llama?
—¡Uwe! Soy Raisa. Ya estoy en Múnich... esperándote —respondió Raisa con un susurro.
—Raisa, querida. Me tenías preocupado. ¿Por qué no me telefoneaste ayer? Dime en qué hotel estás. ¿Necesitas algo? Raisa rió con una risa grave y profunda.
—Una sola pregunta a la vez, querido. No te telefoneé ayer porque estoy en casa de una amiga y no deseaba hablar contigo estando ella presente. Me temo que hasta que no llegues de Munich no podremos volver a hablar... Su presupuesto no soportará muchas conferencias a Berlín... Y el mío tampoco.
Uwe Engebereth rió. Era la risa de un hombre feliz, un hombre franco, un hombre que ha vuelto a acariciar sueños de amor y de ternura, La risa de Uwe Engebereth era la risa de un hombre que ha vuelto a su juventud, un hombre enamorado.
—Preferiría que te hospedases en un hotel hasta que yo llegara a Múnich, Raisa. Creo que no podré soportar no tenerte en mis brazos dos días, hasta que te haya presentado oficialmente a mi hijo y a mi familia. Un hotel es maravillosamente anónimo.. Yo mismo me ocuparé de la reserva y de hacerte cuanto necesites..
Raisa sonrió.
—Sabes que lo único que necesito es que llegues tú.
Raisa pudo apreciar que la respiración de Uwe se había acelerado, que le consumían el deseo y la impaciencia.
—Bien, pero creo que unos marcos para que te vayas ocupando de los preparativos de la boda te ayudarán a aguardar mi regreso. ¿No es cierto, querida?
—Y me llamaras allí todos los días... A todas horas.
—No colgaré el auricular ni un momento, Raisa, mi amor ¿Cómo estás? ¿Cómo fue el viaje de Ginebra a Múnich ayer?
—Maravillosamente. Creo que no me costará acostu brarme a tus viajes siempre y cuando vayamos en tu avión particular —dijo Raisa, dándose la vuelta y tumbándose bocabajo mientras jugueteaba con un cojín.
—Me dijo mi chófer que rehusaste que él te llevase a ciudad, Raisa. Me sentí insoportablemente celoso. Pensé qu tenías una cita y... Dime dónde estás, Raisa.
Raisa volvió a reír.
—Lo nuestro es un maravilloso secreto entre los dos, Uwe. Por nada del mundo quisiera que, antes de que hayas anunciado a tu hijo nuestro compromiso, pudiera llegar a sus oído que el auto particular de su padre lleva a una desconocida —dijo Raisa, con una voz esternecedoramente sensual—. ¿Hablaste con él?
—Mi hijo estaba de viaje ayer, pero le dejé un mensaje ayer avisándole de que iría a visitarle con una grata sorpresa —dijo Uwe. Su voz no podía ocultar que se hallaba exultante de felicidad.
—¿Sabes, Uwe? —preguntó Raisa en un susurro—. Tengo miedo... Miedo a que tu familia no me apruebe... Miedo a que tu hijo interprete mal nuestro amor, miedo a...
—Mi hijo es un hombre magnífico. Él lo comprenderá. Algún día, si es que alguna vez me canso de tus besos y me siento con ánimos para hablar, te contaré todo de él... Realmente no nos ha dado demasiado tiempo a saber el uno del otro, Raisa.
Raisa suspiró.
—Yo sé lo que verdaderamente me importa. Uwe Si tú me amas lo demás no importa.
—¡Mi maravillosa sirena! —exclamó Uwe, con una pasión desbordante—. Desafiaría a todo el mundo, aplastaría a aquel que se atreviese a hacerte daño, a cualquier que se atreviese a interponerse entre los dos.
—Te adoro, Uwe —susurró Raisa—. Cuento las horas que faltan para estar de nuevo a tu lado. ¿No podrías adelantar tu viaje? ¿No podrías dejar que yo fuese a tu lado?
Uwe Engebereth vaciló
—No podré. Durante estos días no podré. Saberte cerca , mi amor, retrasaria todo. Estoy cerrando la negociacion para extender la red de fabricación a todos los paises del Este, una negociación muy complicada y con muchas intereses de por medio, una negociación con la que tus consejos me han ayudado infinitamente, Raisa, pero necesito estar solo. Debemos esperar unos días y después tendremos toda la eternidad.
Como Raisa habia guardado silencio, Uwe la llamó con acento casi lastimero.
—¡Raisa! ¡Raisa! ¿Sigues ahí?
—Sí. Uwe —respondió ella, susurrante—. Te aseguro que una vez que me hagas tu esposa no podrás deshacerte tan fácilmente de mi.
—Una vez que te haya hecho mi esposa nadie podrá reprochar nada a tu fainilia, tu apellido será rehabilitado y todo volviera a la normalidad.
—Te adoro, Uwe. No hay un hombre más generoso que tú. Me siento infinitamente agradecida por el amor que me das. Soy la mujer más afortunada sobre la tierra.
—Yo sí que soy afortunado, mi amor. No hubiera creído a quien me dijese que iba a encontrar un amor como el tuyo. Habia pensaba que mi vida iba a tocar a su fin. ¿Quieres que me ocupe de esa reserva de hotel? —preguntó Uwe.
—No será necesario, Uwe. Me quedaré aquí, con mi amiga. Sabes perfectamente que si tú haces la reserva en ese hotel los comentarios serán inevitables. Nuestro secreto podría desvelarse amor tal vez tus negociaciones fracasaran y tu hijo se sintiera burlado.
Uwe suspiró. Raisa, como siempre, tenía razón. Habían tenido que mantener en secreto su relación porque ella le había trasmitido cierta información muy útil a la hora de negociar sor: los gobiernos el establecimiento de sus industrias y, realmente, Erich podría sentirse herido por la falta de confianza de Uwe en el.
—Dime el número de teléfono del apartamento, entonces, Raisa —dijo Uwre, sintiendo que necesitaba estar cerca de ella de algún modo.
Raisa rió. Lo último que haría sería dar ese número de teléfono a Uwe.
—No te lo daré, Uwe. ¡De ese modo harás lo posible po estar cerca de mi cuanto antes.
—¡Raisa! —exclamó Uwe.
—Yo iré a tu residencia el viernes por la noche, como ha bíarnos convenido. A la hora de cenar. Me presentarás a tu hijo después de haber hablado con él y desafiaremos a todo el mundo...
—Raisa —dijo él, presintiendo que Raisa se disponía a cortar la comunicación—, telefonea a mi secretario en Múnich si te hace falta algo... Cualquier cosa.
—No te preocupes, Uwe.
—Telefonearé al banco para que amplíen el crédito de tu tarjeta. Cuídate mientras yo llego, mi amor.
—Lo haré, Uwe. Te quiero. Cuídate tú también —se despidió Raisa, depositando un suave beso en el auricular. —Te amo, Raisa.
Raisa colgó el auricular y suspiró satisfecha. Había sido providencial para ella conocer a Uwe Engebereth, un hombre con influencias y poder que estaba tejiendo un hábil entramado industrial en los países del Este. Exactamente el tipo de negocio que Raisa necesitaba para comenzar su coqueteo con el poder entre aquellos quebradizos gobiernos a espaldas de Uwe. Merecía la pena haberse resistido al lazo de amor que intentaba tenderle un simple becario. Merecía la pena esperar para que Erich fuese suyo... Para dominarle con el poder y la opulencia que a Raisa le excitaban. Merecía la pena aguardar para tentar a Erich y demostrar que el amor verdadero no existe y se camufla tras el juego de la posesión. Seguramente, Erich tampoco podría resistirse. Después comprendería lo que era no tener nada y que le pusiesen el cielo al alcance de la mano.
Capítulo 4
CRISTEL salió del museo a las doce y media y aguardó pacientemente a que Erich llegase a buscarla. La puntualidad nunca había sido una virtud de Erich Mühlberger y ella lo sabía, de modo que tomó asiento en un banco, echándose la visera de la gorra sobre los ojos y se dispuso a esperar.
Seguía sin tomar una decisión acerca de qué hacer respecto a Raisa y Erich. En cualquier caso, ella estaba atada por la promesa hecha a Raisa la noche anterior. Si llegaba a confesarle a Erch dónde estaba la muchacha, él se apresuraría a ir a verla jXL!a contarle que le había mentido, que él tenía cuanto ella pudiera imaginar. Raisa, muy probablemente, no dudaría. Habia sido muy clara en cuanto a los términos de su futuro: ambicionaba influencia, poder y dinero... Exactamente lo que Erich estaba dispuesto a ofrecerle. Pero Raisa no había mencionado un solo instante la palabra amor y era amor lo que Erich quería de ella.
Christel intentó apartar de su pensamiento la pregunta que la obsesionaba desde hacía años ¿por qué se había enamorado de Erich Mühlberger? ¿Por qué él era incapaz de corresponderla?
Era una pregunta sin respuesta, una situación sin salida. La propia forma de ser de Christel no le dejaría nunca demostrar la verdadera esencia de sus sentimientos. Aunque Erich nunca le pudiese corresponder, para Christel era inevitable amar a ese hombre. Ante la seguridad de Erich, ante su increíble fortaleza, ante su inteligencia, Christel encontraba una parte de sí que la hacía sentir con mucha más profundidad. Era entonces cuando deseaba fervientemente que alguien la protegiera, cuando se sentía vulnerable y femenina. El problema residía en que Christel no era como la mayor parte de las mujeres, no sabía demostrar aquellos sentimientos contradictorios que la sumían en una dulce turbación. Christel se escudaba tras una fingida agresividad delante de Erich que levantaba un muro insalvable entre ambos. Christel no sabía transmitir que ella también necesitaba ternura y Erich la trataba en consecuencia: corno a un muchacho al que de vez en cuando hacía falta darle un par de azotes.
Christel sonrió al pensar en el verano anterior,. cuando incluso se había sentido tentada de comprarse un bonito vestido y unos zapatos femeninos, cuando leyó hasta agotarse revistas dedicadas a la mujer que enumeraban las técnicas más sofisticadas de seducción. Todos sus esfuerzos se habían ido al traste ante una mujer verdaderamente femenina. Además, reconocía para sus adentros que era imposible para ella mantener ese tipo de imagen. Christel no era como era y se vestía como lo hacia por pose, sino por firme convicción, porque no sabía ser de otro modo, porque eso era lo auténtico en ella. Christel tenía la sensación de que resultaría grotesca representando el papel de una muchacha femenina, preocupada por su imagen y por atraer las miradas de los hombres.
Christel se miró y no pudo contener un gesto de desaprobación dirigido a sí misma. Para aquella comida que, suponía, tendría lugar en un restaurante de lujo, ella llevaba unos tejanos y una blusa blanca con volantes de tira bordada que dejaba al descubierto sus antebrazos bronceados. Christel se quitó instintivamente su gorra y comenzó a darle vueltas nerviosamente entre las manos, sintiéndose incómoda con su masculino corte de cabello.
Cuando ya estaba haciendo una lista mental de las cosas que necesitaría cambiar en ella y forjándose el firme propósito de visitar un salón de belleza e intentar mejorar un poco su imagen, un automóvil, utilitario se detuvo con un estruendoso chirriar de frenos ante la fachada del museo.
Christel no pudo contener una sonrisa al ver a Erich en aquel auto. Se levantó y se dirigió hacia la ventanilla del conductor, no sin resistirse a la tentación de levantar el limpiaparabrisas ante un gesto de fastidio por parte de Erich.
—¿No te asfixias en ese auto? —le saludó—. No sé por qué nada más verte he pensado en un arenque prensado en una lata. Tienes el mismo aspecto lánguido que uno de ellos dispuesto a ser cortado para una ensalada.
—La vida del común de los mortales es bastante dura —bromeó Erich, tomando de la muñeca a Christel y obligándola a inclinarse para darle un beso en la mejilla.
—¿Cómo es que te compraste este auto? :Has decidido pasar inadvertido un par de veces al año?
Erich rió y abrió el seguro de la portezuela del acompañante para que Christel pasara.
—Formaba parte de mi plan de camuflaje para conquistar a Raisa.
Christel se acomodó en el ,asiento y cerró la portezuela sin hacer un solo comentario. Erich la miró analíticamente.
—Esa blusa te sienta muy bien —dijo, sonriendo con aprobación.
—Me alegra que te guste —dijo Christel—. Imagino que si voy vestida como mandan las más elementales normas sociales no me llevarás a comer al zoo para meterme en la jaula de los monos y echarme cacahuetes.
—No, no lo haré —rió él—. Había pensado en un lugar mucho más agradable. ¿Qué te parece cerner unas salchichas y una enorme cerveza en la plaza del mercado, al aire libre?
Christel miró con asombro a Erich.
¿Estás haciendo algún tipo de penitencia? ¿Es que este automóvil te impulsa a comportarte como una persona normal?—ironizó la joven, admirada porque Erich no la llevase a cualquier lugar lujoso donde era agasajado y conocido.
—Bueno —repuso Erich poniendo en marcha el motor y dirigiéndose al centro de la ciudad—, lo cierto es que ya no tengo ninguna intención oculta para impresionarte.
—¿Impresionarme, Erich? ¿Cuándo y para qué me has querido impresionar?
Erich rió y frenó al llegar a un paso de cebra para que cruzasen unos peatones.
—Te haré una confesión ———dijo confidencial, inclinándose sobre ella y acariciándole el corto cabello con ternura—: Durante todo el año pasado, hasta el verano, pasé largos meses intentando impresionarte para conquistarte...
Christel parpadeó, sus ojos verdes miraron después a Erich con asombro.
—¿Con intenciones perversas? —preguntó ella, sintiendo que un nudo en la garganta le impedía articular palabra.
—Muy perversas —afirmó Erich con una sonrisa que impedía a Christel adivinar si estaba hablando realmente en serio. En ese mismo instante el auto comenzó a deslizarse de nuevo y Christel no podía mirarle a los ojos.
—Bueno, va que hoy es el día de las confesiones —dijo Christel cruzando los brazos sobre su pecho—. Yo también te confesaré que más o menos hacia el verano pasado yo traté de impresionarte para conquistarte... Con intenciones muy perversas,
Erich rió.
—Tienes una forma muy peculiar de impresionar a loes hombres. Recuerdo que yo te dejé por imposible. No parabas de darme órdenes y de insultarme y de meterte conmigo por todo. Comprendí que nunca te resultaría del todo simpático.
—Tal vez estaba celosa —dijo Christel de mal humor, mirando por la ventanilla, intentando resistirse a las sensaciones que despertaba en ella ver el rostro de Erich. con aquella expresión franca y sincera, verse reflejada en sus ojos marrones, saber que sentía unos insoportables deseos de acariciar su ondulado cabello castaño un poco largo.
—¿Celosa— ¿De quién podías tener celos; Sabes que hasta que conocí a Raisa no ha habido en mi vida más mujer que tú —dijo Erich, encantado por el tono distendido de la conversación que mantenía con Christel.
—Yo... y otras dos docenas que solían atropellarse para entrar en tu cama por las noches... No precisamente para dormir.
—Está bien. Soy culpable —respondió Erich, que ahora trataba inútilmente de encontrar estacionamiento cerca de la plaza del mercado, con una expresión que delataba que realmente había estado bromeando.
—Además... Tú nunca me has considerado una mujer, Erich. No disimules —repuso Christel con ánimo belicoso.
Erich fue a protestar pero cerró los labios. En silencio estacionó el auto en un lugar que otro dejaba libre y salió, cerrando a continuación v situándose a cierta distancia de la muchacha, que le aguardaba en la acera.
Erich entornó los ojos y la miró. Las palabras que ella había pronunciado habían sido como una revelación para él. Vio a Christel que continuaba dando vueltas nerviosamente entre sus manos su eterna gorra de visera y sonrió con ternura, pero no pudo por menos que volver a echarla un vistazo.
Christel tenía razón. Él siempre la había considerado una hermana pequeña, nunca había reparado realmente en que fuese una mujer, un miembro del sexo femenino a la que los hombres podían desear, por la que un hombre podía luchar, que podía albergar verdaderos deseos de amar y ser amada. Erich veía a Christel mirando distraídamente los balcones llenos de flores de un campanario y reparó en su belleza por vez primera.
Christel no era una mujer más. Era una mujer muy atractiva. Bajo su blusa se insinuaban sus senos pequeños y bien formados. Un cinturón de rafia ceñía su diminuta cintura y sus redondeadas caderas ceñidas por los tejanos eran deliciosamente femeninas. Christel se volvió hacia él con petulancia y Erich vio cómo sus labios se entreabrían y sus párpados aleteaban, mostrando unos iris de un color verde indescriptible. Por un instante, Erích sintió la punzada del deseo, un deseo que le sorprendió por su intensidad.
—¿Piensas quedarte corno un pasmarote todo el día plantado ahí—, —protestó Christel dándole la espalda y comenzando a caminar hacia la plaza del mercado.
Erich movió la cabeza, como si hubiera estado soñando. Realmente. la mujer que había visto minutos antes en ella había sido una visión. Christel se calaba ahora la gorra hasta las cejas y caminaba por el bordillo de la acera corto si contase cada una de las baldosas.
Erich con—ió unos metros para alcanzarla y se puso a su lado, miraridola intensamente.
—Oye, Christel, hace mucho tiempo que no hablamos.
—Bastante —respondió evasivamente la joven, que ahora se concentraba en los dibujos que las piedras irregulares hacían sobre el pavimento.
—Nunca me has contado nada de tu vida amorosa. ¿Hay alguien? —como Christel se detuvo y le miró con los ojos rock abiertos, Erich casi se rió de sus pensamientos, pero, a su pesar, insistió—: ¿Hay alguien en tu vida? Ya sabes... Un hombre. Esos seres que caminan sobre dos piernas y que lanzan silbidos contemplando a una mujer...
— Te refieres a esos seres —dijo Christel. sin poder contener su incomodidad y su indignación porque Erich le formulase aquella pregunta con manifiesta curiosidad, corno si pensase que ella era incapaz de resultarle atractiva a nadie.
—Sí —volvió a repetir Erich—. ¿No te han silbado nunca por la calle?
Christel elevó las ojos hacia el cielo y un gesto de desesperación alteró sus facciones, borrando de ellas su simpática expresión y poniendo una nota de agresividad en toda su actitud..
—Sí, Erich. Me han silbado por la calle... Algunos se han atrevido a mucho más que silbarme... Pero ya sabes, esos seres a los que tú has llamado hombres son capaces de silbarle a cualquier cosa con forma de mujer que se les ponga delante.
—No te enfades, Christel —dijo Erich, conciliador—. Es sólo que, por un momento, me he dado cuenta de que mi campeón ha crecido y se ha hecho toda una mujer.
—¡A buenas horas te das cuenta! ¡Ya he cumplido los veinticuatro años, Erich! De cualquier modo, gracias por haberte detenido a mirarme y haber observado nuestras patentes diferencias anatómicas —masculló Christel, de mal humor,
Erich sonrió y tomó de la mano a Christel distraídamente.
—No te enfades, cariño. Me di cuenta de esas diferencias hace mucho. Lo que sucede es que tenías razón cuando antes dijiste que nunca te había considerado una verdadera mujer.
—¿Por qué no dejas ya el tema, Erich? —preguntó Christel, con voz de hastío.
Erich sonrió y reflexionó unos instantes en silencio, Luego se dirigió a Christel con un tono de voz cálido y distinto que a ella le pareció una caricia.
—Cuando antes te decía que pretendía impresionarte era completamente cierto —dijo tras un carraspeo. Christel sintió que de repente el día era más luminoso, su corazón batía con fuerza en su pecho y su sangre corría por las venas con un agradable cosquilleo. No podía reprimir aquellas sensaciones cuando estaba cerca de él y Erich parecía prestarla atención—. No me malinterpretes —continuaba Erich—, lo que quiero decir es que siempre te he considerado la persona más querida para mí después de Uwe y, así como él siempre ha expresado su aprobación por cuanto yo hacía, tú nunca te has ahorrado el hacerme reproches y criticar cada una de mis actitudes. Durante mucho tiempo he estado buscando tu aprobación y creo que estaba tan obsesionado con ese tema que realmente nunca me he parado a pensar en ti como lo que realmente eres: una mujer. Siempre te he considerado un igual. Algo así como mi camarada del alma.
—Gracias, Erich. Cuanto más hablas más lo estropeas. ¿Por qué no dejas ya ese tema? —se crispó Christel, de evidente mal humor.
Erich se echó a reír y Christel le miró con mal reprimida indignación, pero él no parecía capaz de detenerse.
—Todavía recuerdo cuando tu madre nos dijo a Uwe y a mí que ya habías tenido tu primera menstruación —Christel enrojeció pensando con verdadero rencor en su madre. ¿Cómo se había atrevido a hacer público algo tan íntimo?—. Uwe y yo estuvimos riéndonos horas a costa de eso... Pensábamos en tu reacción, en cómo te habrías sentido cuando la naturaleza se encargó de recordarte que eras un miembro del sexo débil. Yo tenía entonces veinte años y recuerdo que me excitaba al pensar que la naturaleza te había dado ya vía libre para...
—Calla, Erich. No lo digas —dijo Christel, roja como la grana.
—¿Te has ruborizado, Christel? —exclamó alegremente Erich, encantado y abrazándola por la cintura—. ¡Mi pequeño campeón se ha ruborizado!
—Estoy furiosa, eso es todo— dijo Christel con un tono que expresaba elocuentemente la verdad de sus palabras—. Tío Uwe nunca fue proclamando a los cuatro vientos las fases de tu desarrollo, ¿por qué tuvo que hacerlo mi madre? La llamaré en cuanto llegue al apartamento y le diré...
—¡Vamos, Christell ¡No es para tanto! Imagino que surgiria en la conversación. Tía Claudia siempre estaba muy preocupada porque parecías más un muchacho que una señorita. Imagino que cuando, como a los demás, la naturaleza le recordó que eras una mujer se sintió orgullosa. Eso es todo.
Erich y Christel ya habían llegado a la plaza del mercado y paseaban entre los puestos cubiertos con toldos a rayas blancas y rojas que exponían artesanía, flores y fruta.
Erich se detuvo frente a uno de los puestos y compró un ramo de flores silvestres que a continuación ofreció a Christel.
—Ten, esto es para que hagamos las paces.
Christel se aplacó. Los dos se dirigieron hacia los puestos de comida rodeados de bancos corridos de madera y Erich fue a un mostrador a pedir salchichas y cerveza pielsen para dos.
Christel va había tomado asiento frente a unos estudiantes que devoraban con verdadero apetito sus bocadillos y sonrió al ver a Erich intentando hacer equilibrio para que la espuma de la cerveza no se derramase.
—¡Tengo un hambre de lobo! —exclamó la muchacha, turnando de las manos de él la comida v las jarras y depositándolas sobre la mesa.
Erich no respondió y ambos comenzaron a dar buena cuenta de las consumiciones.
Cuando ya habían terminado v saboreaban el final de sus cervezas, Erich se volvió hacia Christel.
—¿Te sientes con ánimos de abordar el tema del que hablamos esta mañana? —preguntó, bajando la visera de la gorra de la joven hasta sus ojos, cariñosamente.
Christel volvió a colocársela y miró a Erích directamente.
—Creo recordar que eres tú el que ha eludido ese tema —repuso con una tristeza que Erich interpretó como un signo de dulzura y amistad.
—Christel, tú me conoces. Sabes que nunca he sido caprichoso, que siempre he tenido muy claro a dónde quiero llegar y que no he regateado esfuerzos —comenzó a decir Erích—: Sé que he sido muy afortunado, pero, aunque Uwe me haya regalado demasiadas cosas, yo he hecho lo posible por merecerlas ——Christel asintió y Erich la tomó de las manos. La joven sintió un escalofrío—... Lo que yo siento por Raisa no es un capricho, algo pasajero. Tú sabes que yo la amo. No puedo pensar en ninguna mujer capaz de llenar el vacío que ella ha dejado y, lo peor de todo, es —que ahora sé que ella también me ama. ;Voy a perderla y nos amamos!
Christel retiró sus manos de las de Erich y se volvió hacia la mesa, hurtándole su mirada.
—¿Por qué va a casarse con otro hombre, entonces?
Erich suspiró y se inclinó hacía el oído de Christel para que sus palabras no fueran audibles para las personas que les rodeaban.
—Sabes que el padre de Raisa es funcionario de las Naciones Unidas. Ella no fue muy explícita, pero me dio a entender que era una cuestión politica.. Probablemente vaya a contraer matrimonio con algún diplomático o algún cargo político de un ,país con el que a Rusia le interese estrechar relaciones.
Christel sonrió apenas, con cierta amargura, y negó con la cabeza. Sus palabras destilaron una profunda ironía:
—La princesa Raisa convertida en un objeto de trueque para altos intereses... Es como una novela romántica. Incluso aparece el caballero Erich dispuesta a defenderla...
—A mí también me resultaba difícil de creer —insistió Erich—, pero le he estado dando vueltas toda la noche a la idea me parece una razón más que convincente. Tú no conoces a Raisa como yo. Es como si todos estos meses se hubiese resistido a sus sentimientos verdaderos, como si supiera que, después, los dos sufriríamos demasiado. Todo encaja.
Christel sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Intentó contenerlas, pero no pudo evitar que su nariz comenzara a enrojecer, como siempre que sentía deseos de llorar.
Raisa ya le había hecho mucho daño a Erich y ella no iba a ser cómplice para que le hiciese aún más. Conocer las verdaderas motivaciones de Raisa iba a ser mucho más doloroso para él. Christel pensó por unas instantes en que, si no la volvía a ver nunca más,, Erich continuaría siempre obsesionado con aquella mujer, tal vez sería incapaz de amar a cualquier otra, pero eso era preferible a saberle un juguete de la ambición de Raisa Kulekova.
—¿Qué quieres que haga yo, Erich? —preguntó apoyando su mejilla en el puño cerrado, para que él no pudiese bucear en su expresión.
—Quiero que me ayudes a encontrarla y que le confirmes a ella la verdad que le he estado ocultando.
Christel asintió. Ya había tomado una determinación. Erich nunca encontraría a Raisa aunque la joven tuviese para ello que atarla y amordazarla en su propio apartamento. Si alguna vez llegaba a enterarse de que ella había impedido el reencuentro de ambos la odiaría... Pero, de cualquier modo, ni siquiera confesándole la verdad se iba a granjear la gratitud y el reconocimiento de él.
—Está bien —asintió Christel—. Telefonearé a la agencia de apartamentos de Ginebra y, si la encontramos, confirmaré que lo que le vas a confesar es cierto.
Christel sentía que se desgarraba. No tenía otra salida que hacer creer a Erich que le apoyaría. Era la única forma de poder impedir que la encontrase. Christel maldijo para sus adentros mil veces el nombre de Raisa Kulekova. Ella la estaba obligando a traicionar la confianza del hombre al que amaba. Por su culpa estaba asomándose a una parte de Erich que hubiera preferido no conocer jamás si es que a ella no iba a quererla nunca. Saber hasta qué grado de entrega podía llegar Erich, tener constancia de su honradez, de su pasión, era una ortura que excedía las fuerzas de Christel.
—Gracias, cariño —dijo Erích, abrazando a la muchacha y obligándola a apoyar la cabeza en su hombro—. Eres la persona más adorable sobre la Tierra y te quiero.
Christel quería apartarse de aquel abrazo, pero sus lágrimas la habían traicionado. Se aferró a él con más fuerza y murmuró en su oído:
—Sin embargo, Yo te odio, Erich. Te odio por ser tan débi1 y tan fuerte. Te odio por querer a una mujer que no va a saber corresponderte nunca.
Erich rió y apartó a Christel. Ella se dio cuenta de que las últimas palabras que había pronunciado no le habían afectado más mínimo. Como siempre, como había comprobado que los hombres hacían, Erich se reía con petulancia de aquello que no quería escuchar, de lo que no podía creer porque no respondía a sus deseos.
—Erich —dijo Christel, fingiendo que se le había metido algo en el ojo y frotándose ambos con fuerza—, sólo quiero preguntarte una cosa. ¿Por qué no te advirtió Raisa que iba a hacer cuando tus sentimientos fueron evidentes? ¿Qué crees que la impulsó a esperar hasta este fin de semana para confesar la verdad? Por lo que tú me dices, ella ya sabía desde hace tiempo que esto iba a suceder.
Erich se encogió de hombros.
—Raisa me ha rechazado muchas veces a la largo de estos meses, aunque luego volvía a rendirse ante mi insistencia. Supongo que debo interpretar su actitud como una forma de aviso. Ya sabes que en ese tipo de tratos no se puedar detalles y es mucho mejor no mencionarlos siquiera. Imagínate, si llegara a casarse los dos sabríamos que tras ese matrimonio hay una especie de conspiración. Christel asintió, reflexiva. Nada de lo que ella pudiese decir a cambiar los sentimientos de Erich. El manipularía cualer dato que tuviese para considerarlo una razón más que le afirmaba que Raisa le amaba. Esa era la única idea que le gustaba y Erich no estaba dispuesto a ver nada más. Ningún hombre enamorado, ninguna mujer enamorada serían capaces de reconocer que se han equivocado, que no aman a la persona correcta, .que esa persona no les corresponde en absoluto porque no tiene corazón.
—Tengo que regresar al trabajo, Erich. ¿Me llevas? —preguntó Christel, levantándose del banco.
Erich tardó unos segundos en imitarla. Christel se dio cuenta de que también la imagen de Erich parecía pasar ante sus ojos como si estuviese tras una pantalla. Ella no iba a alcanzarle nunca. Estaba muy cerca y, a la vez, infinitamente lejos.
Mientras caminaban hacia el auto, Christel se volvió a Erich.
—Recibí una carta de tu padre el viernes. Me dijo que iba a venir a Múnich.
Erich asintió, distraído.
—También me telefoneó a mí. Seguramente vendrá a descansar unos días. Esas negociaciones para ampliar la red industrial a los países del Este le está agotando.
—Tengo muchas ganas de verle, pero no quisiera ser inoportuna —dijo Christel—. ¿Me llamarás cuando tío Uwe haya descansado?
—Lo mejor será que vengas a cenar el viernes con nosotros. Tú eres su confesada debilidad. Será agradable, verás —dijo Erich, recordando el mensaje de la madre de Christel y pensando en dar una sorpresa a la joven con una reunión familiar... Una reunión en la que él hablaría acerca de sus sentimientos por Raisa Kulekova.
La imagen de aquella mujer pareció acompañarles en el trayecto hasta el museo, que hicieron en silencio. Erich sólo pensaba en que tenía que encontrarla con una desesperación que casi le hacía sentir que ella estaba a punto de materializarse frente a él. Christel, en cambio, sólo podía sentir que odiaba a todas sus fuerzas a Raisa. Ella iba a perder incluso el aprecio de Erich por su culpa. Era algo inevitable.
Capítulo 5
CHRISTEL, una vez terminó de ducharse y se vistió la ropa más apropiada que tenía en su armario para 'una cena en el palacete de tío Uwe, se miró en el espejo con tina sonrisa de aprobación dirigida a sí misma, casi irreconocible ataviada con una camiseta negra de raso con los tirantes bordados en pedrería y unos amplios pantalones del mismo tejido que creaban la ilusión de una falda. Se calzó unos zapatos hajos, muy clásicos, con unos adornos a juego con la pedrería de los tirantes y se maquilló apenas, con un poco de sombra en los párpados y brillo en los labios.
Raisa había entrado al baño inmediatamente después que ella y ya llevaba largo tiempo allí, aunque, a juzgar por el estado de éste cuando Christel entró, Raisa había pasado la mayor parte del día dedicada a su belleza.
Aquellos días de convivencia habían sido una tortura para ambas. Christel apenas había dirigido la palabra a Raísa y ésta intentaba continuamente abrir una brecha en el muro de silencio tras el que Christel se parapetaba, intentando saber qué hacía Erich, sonsacarle si le había dicho alguna palabra sobre su ruptura, intentando una y otra vez justificar su decisión de casarse con argumentos cada minuto más endebles, como sí ella misma no estuviera aún convencida.
Christel sólo habló para prohibir a Raisa que respondiese el teléfono y para volver a insistir en que no debía, bajo ningún concepto, salir de aquel apartamento.
Christel sospechaba que Raisa volvería a ponerse en contacto con Erich y ella quería evitar a toda costa un reencuentro que arrastraría irremediablemente al hombre, ciego y sordo a razones como estaba, a volver a caer entre los brazos de aquella mujer, que no había cejado en su insistencia por volver a saber de él.
Christel había puesto a buen recaudo cuantas cosas tenía en su casa que pudiesen dejar adivinar el parentesco entre ambos. No quería ofrecer a Raisa la más mínima pista que la pudiera poner en contacto con Erich... Sabía que el único dato cíe que ella disponía era falso. Si telefoneaba al museo preguntando por Erich Mühlberger la recepcionista sólo le diría que nadie con ese nombre trabajaba allí, Christel se las arreglaría para responder con una evasiva a Raisa si ésta se atrevía a preguntarle por su paradero.
Raisa había retrocedido los dos últimos días en sus intentos por acercarse a Christel y se había escudado en el pensamiento de que faltaba muy poco para olvidar incluso que la había conocido y que la juzgaba. Para olvidar que, por un momento, había sido débil y le había confesado demasiadas cosas de sí misma.
Christel había llamado aquella semana a la agencia de apartamentos en la que Raisa había conseguido su casa en Ginebra para comprobar que no había dejado dirección alguna para nadie que quisiese localizarla. Había cumplido la promesa que le hizo a Erich y eso la tranquilizó, aunque no dejaba de atormentarse con el pensamiento de que le estaba traicionando. No obstante, Erich no había cejado en su empeño y no se había conformado con la negativa de Christel a continuar con sus indagaciones. Había contratado una agencia de detectives para intentar localizarla, ofreciendo una sustanciosa prima si conseguían dar con el paradero de Raisa Kulekova antes del fin de semana. Todos sus intentos habían sido inútiles. Raisa había borrado las pistas tras de sí con auténtica astucia. Christel comprendió la razón por la que había accedido rápidamente a alojarse con ella en su apartamento.
Raisa lo tenía todo calculado. Sabía que, llegando casi al tiempo que Ericb a Múnich, ella contaría con una gran ventaja. Nadie podría localizarla en casa de una bióloga anónima que trabajaba en el Deutsches lfuseurn.
Raisa salió por fin del baño, maquillada y peinada y dispuesta a vestirse un escotado vestido de noche azu' turquesa con guantes negros largos y zapatos a juego que había dejado sobre la cama de Christel. La joven esperó una palabra de Raisa que le indicara que pensaba abandonar su apartanerito ,a que había visto todas sus cosas preparadas en la maleta que había dejado en el salón.
Tras esperar unos segundos, Christel se puso frente a Raisa v la miró directamente a los ojos. De repente, sintió que la adrniración que había sentido por Raiisa Kulekova se desvanecía. Toda su belleza, su :.otisticac:ión, le parecían ahora a Christel desprovistas de significado.
—Tengo que salir a una cera, Raisa... Al parecer tú también vas a hacerlo, pero aún no me has dicho nada, a pesar de nuestro pacto...
Raisa, que se había recogido el cabello en la nuca, con elegante sofisticación y que ya se ponía su escotado traje de noche, sonrió con displicencia a Cliristel, ofreciéndole la espalda para que Christel la ayudara con la cremallera. Christel subid ésta mecánicamente evitando rozar la piel ele Raisa, cono si el simple contacto con ella la repeliera.
—Nuestro trato ya no tiene validez. Esta noche voy a reunirme con el hombre con el que me voy a casar. Ya no puedes prohibirme salir, ¿no es cierto, Christhel?, A partir de esta noche me quedaré en su casa, junto a él. No volveré a importunarte —dijo Raisa, alisándose el vestido v ajustándolo alas curvas vertiginosas de sus caderas—. Nuestra relación ha terminado, querida.
Christel sintió por una parte alivia y. por otra, una indescriptible angustia. Deseaba que la boda de Raisa fuera en unas horas, que no tuviera ninguna oportunidad de, siendo aún libre, poder contactar con Erich. No obstante, su rostro no manifestó ninguna emoción.
—Te sienta bien esa ropa, Christel —dio Raisa, rompiendo aquel silencio que sabia a desafío y en el que ambas mujeres se miraban con un reto implícito en su expresión—. No podía imaginar que consiguieses ofrecer una imagen tan atractiva. Christel sonrió con escepticismo.
—Gracias por tu dudoso cumplido, Raisa. Espero que seas muy feliz con todo el dinero, el poder y la posición que va a otorgarte tu próximo matrimonio.
Raisa inclinó la cabeza en un gesto de mudo agradecimiento y continuó vistiéndose, impertérrita, poniéndose las medias con estudiados ademanes. Christel se dirigió al tocador de su habitación. Una pieza de mobiliario antiguo que ella había adquirido cuando decidió marcharse a vivir sola y buscó en una pequeña caja una cadena de plata con una lágrima de cristal que se puso al cuello, intentando sin éxito asegurarla. Raisa, al darse cuenta de que Christel no conseguía abrir el cierre, se dirigió hacia el espejo, de modo que ambas jóvenes se podían mirar a los ojos a través de él. En el cristal se dibujaban los perfiles de la habitación con un aspecto irreal: el tono rosado de las paredes, los apuntes que había realizado Christel de plantas y animales enmarcados, la ropa de la cama en algodón blanco... Contra aquel ambiente suave. Raisa parecía un personaje colocado allí por equivocación. Christel se quedó en suspenso, conteniendo la respiración por la cercanía de aquella mujer. Raisa tomó de los dedos de Christel el cierre y lo sostuvo entre sus manos mirando un momento fascinada la lágrima de cristal.
—Sé que me odias, Christel —dijo Raisa en voz baja, sin arredrarse lo más mínimo ante la dura mirada de la que sabia que era su rival, su secreta enemiga, unida a ella por un lazo estrecho que no podía romperse y que siempre las ataría.
—¿Qué esperabas de mí, Raisa? ¿Creías que yo iba a aplaudir tu comportamiento? ¿Creías que te iba a prestar mi apoyo incondicional? Sabes que sólo te he ofrecido hospitalidad para que no puedas hacer a Erich más daño del que le has hecho —dijo Christel con voz helada, mirando las perfectas facciones de Raisa y sintiendo, a pesar de su odio y su desprecio, un retazo de admiración por el temple de aquella mujer fría como el hielo que era poseedora de una maestría perfecta en el arte de seducir.
Raisa abrochó la cadena de Christel alrededor del cuello de ésta y la colocó con sus dedos, en un roce muy parecido a una caricia. La ambigüedad de la expresión de aquella mujer hizo estremecerse a la joven.
—Le amas mucho. ¿verdad? Erich es un sueño de felicidad para ti, Christel, y me odias porque él sólo puede amarme a mi.
Raisa tenía sus dos manos apoyadas sobre los anchos hombros de Christel y ésta tuvo la sensación de que aquellos dedos frágiles eran poderosos como garras.
—Sí. Amo a Erich. Nunca podré perdonarte el daño que le has hecho —dijo Christel.
Raisa calibró durante unos instantes la fuerza que transmitían los verdes ojos de la muchacha, después sonrió enigmáticamente.
—Pero tú sufres por impedir nuestro reencuentro, Christel. No sabes que es inevitable que acabemos amándonos en cualquier momento, en cualquier lugar... Te traicionaré a ti como le he traicionado a él... La traición ejerce una atracción poderosa sobre mí. Es un juego terriblemente excitante.
Christel sonrió, casi triunfante.
—Tal vez sea inevitable vuestro reencuentro... En cuanto a traiciones... De lo que estoy segura es de que acabaré vengándome por todo el dolor que nos has causado. Quizá te dé una sorpresa y acabemos encontrándonos jugando ambas las mismas cartas en el juego de la traición.
Raisa parpadeó un instante, traicionando la primera emoción auténtica que Christel había advertido en ella.
—¿Venganza, Christel? Un sentimiento muy femenino para ti... No es propio de tu forma de ser —susurró Raisa, cerrando sus dedos en torno al cuello de Christel.
—Creo que tú despiertas en las personas armas escondidas que no son propiamente de la forma de ser de cada uno, Raisa... Tu feminidad es contagiosa, deberías administrarla con mucho más cuidado. La derrochas como si nunca fuese a acabarse. Yo me he limitado a tornar un poco de ella.
Las facciones de Raisa se endurecieron. Christel sostenía su mirada con naturalidad, con una franqueza que hizo que Raisa se replegase.
—Eres una perdedora, Christel —dijo Raisa con patente desprecio—. Puede que quieras conseguir aquello que yo dejé a un lado de mi camino, pero recuerda... las sombras siempre siguen a la persona a la que pertenecen. Y Erich es mí sombra.
Christel frunció el ceño y tomó las manos de Raisa entre las suyas, con tal fuerza, que la joven hizo un gesto de sorpresa y de dolor.
—Ten cuidado, Raisa. Tal vez tú seas la sombra de alguien que te dejó atrás, desconcertada, perdida y sola... Tal vez tú sólo estés siguiendo los pasos de un amante esquivo, de un hombre que te despreció..
Raisa liberó sus manos y retrocedió un paso. Christel se pasó la palma de la mano por su lágrima de cristal, colocándola en su sitio y se levantó lentamente.
—Ha llegado la hora de la despedida, Raisa. Podría decirte que lamento que te vayas y que espero sinceramente que volvamos a vernos, pero tú ya eres una sombra que dejé atrás.
Raisa sonrió misteriosamente,
—Volveremos a encontrarnos, Christel. No sé cuándo, pero volveremos a vernos. Ya veremos entonces quién sale derrotada. Por ahora la única perdedora eres tú.
—Nadie pierde lo que no tuvo nunca, Raisa. Yo nunca tuve el amor de Erich, por tanto, no lo he perdido. Tú, en cambio, te acordarás de él siempre. ¿Quién es la vencedora y quién la víctima?
Christel tomó de la cama un chal bordado antiguo, de seda, y se lo echó sobre los hombros. Raisa la vio caminar por el pasillo hasta la puerta de entrada y volverse un momento.
—Bastará que cierres de un portazo cuando salgas, Raisa. Adiós.
Raísa se quedó inmóvil, sus labios temblaban de furia contenida, pero no movió un músculo. Al ver alejarse a Christel comprendió que en ella habla una mujer dormida tan fuerte, tan poderosa que era la única capaz de medir sus fuerzas con ella y supo que tal vez ella había sido la vencida.
Claudia koch, repuesta de su reciente separación. y que acababa de recuperar su apellido de soltera: Engebereth; Uwe Engebereth, radiante y más feliz que nunca; Erich y Christel tornaban un vino en un pequeño salón, más serenos ya después de la sorpresa de aquella reunión familiar improvisada y alegres de encontrarse de nuevo todos juntos.
—Tu energía es inagotable, querido Uwe —decía Claudia en aquel momento—. Creo que te pediré un préstamo para crear una red industrial yo también si me aseguras que ése es el secreto de tu rejuvenecimiento.
Uwe Engebereth rió, feliz, y miró de reojo a Erich.
—Bueno... En realidad quería contar lo que tengo que deciros primero a Erich, en una de esas conversaciones de hombre a hombre, pero dadas las circunstancias y el retraso de mi vuelo, Erich comprenderá que haga este anuncio en familia —dijo, con un tono misterioso.
Erich y Christel cruzaron una mirada de extrañeza y se encogieron de hombros. Uwe ya proseguía:
—En realidad, Erich me ha dicho que tenía algo importante que comunicarnos. De modo que yo esperaré a que él haya hablado para anunciaros yo rni sorpresa particular.
Erich, que permanecía sentado en un sillón con expresión sombría, levantó la mirada e hizo un gesto despreocupado.
—Lo mío puede esperar, Uwe. Será mejor que tú nos anuncies eso tan importante que tienes que decirnos. Mira a tía Claudia —dijo Erich, señalándola con una sonrisa distraída—. Va a morir de un infarto si tú sigues manteniendo esta expectación.
Christel, sentada en el brazo del sillón en el que estaba Erich, asintió:
—Tío Uwe, puedo reconocer tus métodos con los ojos vendados. Serás capaz de mantenernos en ascuas hasta el final, quitando así importancia a lo que Erich tiene que contarnos. Si estás dispuesto a hacer algo semejante, lo que vas a decirnos tiene que tratarse de algo verdaderamente importante. Siempre habías dejado que Erich fuese el protagonista...
Uwe les miró a todos y sonrió, guardando un hermético silencio. aunque era evidente que su expresión era la del hombre más feliz de la Tierra.
—¡Uwe!—protestó Claudia—. Vas a hacerme enfadar de verdad.
—Está bien —dijo él, alzando los brazos y dándose por vencido. Reflexionó unos instantes y se puso en pie, comenzando a caminar de uno a otro de sus familiares con parsimonia.
Uwe Engebereth era un hombre aún atractivo. Tenía el cabello blanco, la piel de su rostro mostraba un leve bronceado Todas sus facciones parecían expresar firmeza y energía.
Christel le miró y se dio cuenta de que seguía. viéndole como un gigante, con su elevada estatura y su fuerte complexión. Uwe Engebereth tenía todo el aspecto de un aristócrata, un caballero y los modales más refinados que Christel había visto nunca.
—Todos imagináis que voy a contaros algo relativo al éxito de mis negocios en los países del Este —Uwe miró a Erich y sonrió, con orgullo. Erich estaba ausente y taciturno. Christel le tiró disimuladamente de un mechón del cabello para que prestase atención.
—¿Y no es así? —preguntó Erich, sobresaltado, mirando con reprobación a Christel.
—No, no lo es —dijo Uwe——. En lo que se refiere a mis negocios sólo tengo que comunicaros que quiero daros una pequeña participación que firmaremos esta misma semana, a efectos fiscales y, por supuesto, familiares. Pero lo que tengo que comunicaros es que tendré un nuevo socio... Un socio muy especial. Un socio que compartirá conmigo exactamente la mitad de cuanto poseo y cuanto soy.
Erich frunció el ceno, sin comprender el sentido de aquellas palabras. Christel, fiel a su discreción, continuó escuchando atentamente, intentando contener su impaciencia; Claudia. en cambio, esbozó una sonrisa irónica y fingió un ademán de escándalo.
—¡Uwe! ¿Es eso cierto?—preguntó y, ante un asentimiento de él, Claudia se cubrió el rostro con las manos para después levantarse v avanzar hacia su hermano.
—Enhorabuena, querido. No sabes cuánto me alegro.
Erich y Christel se miraron, estupefactos y Erich se removió incómodo en su asiento.
—No consigo entender de qué demonios estáis hablando. ¿Quieres ser un poco más explícito? Tal vez tia Claudia tenga una inteligencia especial, pero yo no soy un lince. Necesito que me digan las cosas de forma muy clara.
Uwe inspiró profundamente y sonrió, con evidente emoción en sus ojos, estrechando la mano de su hermana, como si quisiera tomar fuerzas de ella.
—Voy a casarme, Erich. Voy a volver a casarme dentro de una semana.
Christel parpadeó y sintió que su corazón se detenía. Erich movió la cabeza repetidas veces, como si aquellas palabras tardaran tinos segundos en abrirse camino hasta su cerebro.
—¿Cuándo lo decidiste, tío Uwe? —preguntó Christel para romper el incómodo silencio en el que se había sumido Erich, que parecía haberse quedado atónito.
—Hace exactamente un mes, querida. Fue algo fulminante. Conocí a la que va a ser mi mujer de forma casual en Suiza —Uwe sonrió con orgullo, como si se dejase arrastrar por los recuerdos—. Nunca pensé que una mujer como ella pudiera enamorarse de mí.
—¿Quién es ella, Uwe? —preguntó Claudia, con curiosidad.
—La conoceréis dentro de unos minutos. Si albergáis alguna duda respecto a mi matrimonio, estoy seguro de que cuando la veáis a ella desaparecerá.
Erich se puso en pie lentamente y avanzó hacia Uwe Engebereth. Había una extraña tristeza en su semblante. Una tristeza que sólo Christel sabía interpretar. Era una expresión de sincera envidia, de celos sanos. Todos parecían encontrar una mujer a su medida, en cambio, él había perdido a la mujer de sus sueños y sus esperanzas de encontrarla se hacían más débiles a medida que pasaban las horas.
—Uwe, te felicito sinceramente. No sabes cuánto ene alegro de que encuentres una nueva oportunidad de ser feliz. Te lo mereces —dijo Erich con admiración, poniendo su enorme marro sobre el brazo del hombre que era para él tonto tira padre, el único padre que había conocido.
—¿Lo apruebas entonces, hijo? —dijo Uwe, visiblemente preocupado—. Era tu aprobación precisamente lo que me preocupaba. Quiero decirte que rni matrimonio no pondrá en peligro ninguna de las acciones que tú posees ni alterará los términos actuales de mi testamento. Mi futura mujer posees la mitad de los bienes que obtenga a partir del momento de mi matrimonio. Pero erre gustaría que tú la consideraras una parte de la familia, alguien entrañable. Me preocupaba tu reacción, pero sé que una vez que la conozcas te cautivará.
—¿Cómo podías pensar que yo iba a poner una sola objeción¿ ¿Cómo podías imaginar que ene preocupa ni¡ futuro en lo que respecta a dinero, acciones y propiedades? —Erich guardó silencio y miró a los ojos a Uwe. Vio en el fondo de aquellas pupilas la antorcha de la felicidad, una felicidad que él aún no sabía si podría conseguir. Como un pacto tácito, los dos hombres se abrasaron emocionados.
Claudia y Christel contemplaban la escena a distancia. Claudia miró un momento a su hija y ésta advirtió que había en los ojos de su madre algo muy parecido a Ix extrañeza y la curiosidad.
Cuando Erich y Uwe se separaron, palmeándose la espalda, intentando contener la emoción que les embargaba, Claudia tomó la palabra para hacer la situación menos violenta.
—¿Cuándo vendrá —ese ángel de amor tuyo, Uwe?
Todos sonrieron por la ironía que encerraban las palabras de Claudia. Erich, a distancia, admiró aquella clase tan especial que tenían todos los miembros de la familia Fngebereth. Claudia, Uwe y la misma Christel poseían una serenidad y una personalidad que se dejaba traslucir en cada uno de sus gestos, de sus ademanes.
—No debe tardar. Espero, Erich, que no te importe que se quede aquí hasta nuestra boda. Será mucho más práctico a efectos de organizar todos los detalles.
Erich iba a apresurarse a decir a Uwe que no le importaba en absoluto, cuando Christel se le adelantó.
—Me pregunto si alguna vezz él te ha pedido tu opinión acerca de las mujeres que han subido a su apartamento a compartir la cama con él.
—¡Christell —exclamó Claudia, reprobándola con la mirada.
Todos miraron a la muchacha, que se había ruborizado, y miraba a Erich con mudo desafío y se echaron a reír.
—Mi incorregible campeón—dijo con ternura, acercándose a ella y obligándola a sentarse en sus rodillas—. ¿No te he dicho que esta noche estás preciosa? No puedo creer que tú no estés a punto de darnos una buena noticia también.
Christel advirtió que en los ojos de su madre había un brillo de ironía al mirarla a ella y después a Erich.
—En cambio, hermano —intervino Claudia—, permíteme que yo dude de la capacidad de seducción de mi hija. Creo que todavía no ha sabido afilar sus garras para retener al hombre que la obsesiona.
Erich y Uwe ya se disponían a someter a la muchacha a tan interrogatorio, cuando el mayordomo de Uwe entró en el salón y se dirigió al hombre, cuchicheándole algo al oído.
—iVaya! —exclamó Claudia, al ver que Uwe se ponía precipitadamente en pie—. Ha llegado el gran momento. Me tengo, Erich. que tú tendrás que esperar para contarnos eso tan importante que tu padre no te ha dejado decir.
El mayordomo había salido y Uwe se quedó frente a la puerta, esperando.
Claudia. Erich y Christel también estaban en pie, cada uno delante de su sillón, expectantes, con los ojos fijos en la entrada del salón.
El mayordomo abrió la puerta y una figura enfundada en un vestido de noche azul turquesa avanzó hacia tio uwe sin reparar en nada más. Uwe la tomó de la mano y Raisa Kulekova palideció visiblemente al ver las figuras de las personas que aguardaban detrás.
Erich y Christel dejaron escapar un jadeo de asombro. Claudia recorrió a Raisa con la mirada, con incredulidad.
—Raisa, querida, te presento a mi hijo, Erich. Ésta es mi hermana, Claudia y esta encantadora joven es mi sobrina Christel. Todos ellos serán tu nueva familia.
Raisa se aferró con tanta fuerza a la mano de Uwe, él rió y respondió a la presión de la mano de ella con una suave caricia.
—¡Tranquila, querida! Esto no es un juicio de guerra —exclamó Uwe, feliz y satisfecho, mirando a Raisa con tanta pasión que la sinceridad de sus sentimientos no dejaba lugar a ninguna duda.
Christel sostuvo la mirada a Raisa y se dio cuenta de que el momento del enfrentamiento que ambas habían predicho había llegado demasiado pronto... Todos eran finalmente perdedores y aquel conocimiento era mucho más amargo de lo que Christel se hubiera atrevido a pensar.
Capítulo 6
UWE tomó del brazo a Raisa y la obligó a adelantarse un paso. Ella se encontró con la mirada de Erich, una mirada indefinible, una mirada que, tras relampaguear un instante, se había apagado y se mostraba ahora fría e inexpresiva, dura y torturada alternativamente. Aquellos breves segundos parecieron una eternidad de tanta tensión como se creó en el instante del reconocimiento. Christel sentía que no se atrevería a respirar, que no iba a respirar nunca más. Ajena a todo lo que no fuese su propia felicidad, la voz de Uwe resonaba extrañamente lejana, como si hablase un eco Fantasmal, como si él fuera un ser de otro mundo, todavía capaz de vivir reconciliado consigo mismo:
—Erich es el hijo del anterior matrimonio de mi primera esposa —explicaba Uwe, sin ver la expresión crispada de Raisa—, mi único hijo, mi heredero.
Erich miró a Raisa ahora con ironía, con desafio, retándola a que se descubriese a sí misma, a que mostrase su juego. Christel contenía aún la respiración.
Raisa parecía haberse repuesto en unos instantes. Todavía pálida, pero haciendo gala de un notable dominio de sí misma, avanzó hacia Erich y le besó en ambas mejillas fríamente. Erich se estremeció. Raisa retrocedió un paso y sonrió:
—Es increíble cómo me recuerdas a alguien que conocí... Alguien que trabajaba como becario en el Deutsches Museum —dijo Raisa, sosteniéndole la :mirada. Christel pudo advertir cierta cautela en su voz. Raisa medía a Erich v la medía ella para saber si serían capaces de desenmascararla.
—¿Cómo se llamaba esa persona? —preguntó Uwe, con una sonrisa confiada—. Tal vez Christel la conozca, ella sí trabaja allí. ¿No es una casualidad? La vida está llena de pequeñas casualidades maravillosas,
Raisa y Christel intercambiaron una expresiva mirada. Raisa, volviéndose hacia Uwe, le dijo con una voz exquisitamente suave y seductora:
—No puedo recordar... Siempre he tenido muy mala memoria, Uwe. Precisamente esa persona me presentó a la amiga que me acogió en su apartamento, en Múnich —añadió, dirigiendo a Christel una mirada de reojo—_. Pero soy un desastre... No puedo recordar cómo se llama ese hombre.
—Tendrás que corregir esa falta de memoria tuya si deseas ser una buena esposa para mi hermano —dijo Claudia, interviniendo en la conversación para aliviar la tensión que se había producido y que no le habia pasado inadvertida—. Para cualquier hombre de negocios es rnuy importante contar con personas capaces de recordar los mínimos detalles y con dotes de observación notables.
Claudia miró de reojo a Christel y a Erich y vio que la joven le dirigía a él una mirada interrogante, mitad exigente, mitad suplicante. Erich, en cambio, tras dirigir una mirada cargada de ira hacia Christel, sólo tenía ojos para Raisa. Parecía ser que el único que no había advertido que Raisa y Erich se conocían desde antes era Uwe. Claudia, además, podía asegurar que tanto su hija, como Erich y la desconocida, compartían algún extraño secreto, un secreto que desvelaban en sus miradas convirtiéndolo en una amenaza.
—Espero que todos ustedes me ayuden a que sea la esposa que Uwe necesita —dijo Raisa, inclinando brevemente la cabeza, con un ademán de princesa.
—No lo dudes ni por un momento —dijo Erich, con hiriente mordacidad—. Yo mismo te podré recordar cada uno de tus deberes como esposa con mucho gusto, día a día, minuto a minuto. Primero los pronunciarán en el momento de la ceremonia: amor, fidelidad... Los pequeños detalles no los olvidarás después, Raisa... No conozco tu apellido.
Uwe miró a Raisa, embelesado. Ella, con los labios fruncidos en un mohín arrogante y despreciativo, continuaba mirando a Erich fijamente.
—Raisa es de origen ruso —explicó Uwe, acariciando los afilados dedos de la muchacha—. Es miembro de la familia Kulekova, una familia que, desgraciadamente, ha caído en el más absoluto de los descréditos. Después de haber ocupado importantes cargos en Naciones Unidas, el desmoronamiento de la Unión Soviética llevó al padre de Raisa de vuelta a Moscú. Allí fue injustamente acusado y juzgado. Espero sinceramente que la poca influencia que yo pueda conseguir con la red industrial que estoy articulando en los países del Este sirva para devolverle el prestigio perdido y rehabilitar su nombre,
Raisa sostuvo fijamente la mirada a Erich, triunfante, la expresión de éste se había alterado ahora y en sus ojos brillaba una extraña emoción. Christel avanzó mecánicamente hacia su primo y le tomó del brazo.
—Es una historia fascinante, Raisa... Imagino que puedo llamarte así... Pero, ¿no sería mejor que tú misma nos la cuentes cenando? A todos nos interesa lo que tengas que contarnos acerca de tu familia y de los últimos sucesos en la Europa del Este.
Christel y Raisa quedaron frente a frente por un momento. La mirada de Christel parecía transmitirle tranquilidad. Raisa comprendió el mensaje, pero sus pétreas facciones parecían ahora más alteradas. Ninguno iba a mencionar una palabra para estropear aquella velada, pero Raisa sabía que estaba atrapada.
—Sí —suspiró Claudia—, será mejor que cenemos. ¿Qué mejor que una cena exquisita para celebrar que la familia tenga un miembro más?
Raisa asintió y, asiendo el brazo que le ofrecía Uwe, avanzó con éste, altiva como una princesa por los regíos salones. Erich se dejó arrastrar por Christel y Claudia, que iban de su brazo hacia el comedor. Claudia no dejaba de mirar alternativamente a su hija y su sobrino, intentando esclarecer la razón por la que ambos parecían tan consternados y avanzaban como autómatas sin dejar de lanzarse mudos reproches con la mirada.
—Tío Us,e —dijo de repente Christel, tras un intercambio de gestos con Erich—, ¿no sería mejor que mostrases a Raisa su habitación y el resto de] palacio? Tú mismo has dicho que se quedará aquí... Seria una falta imperdonable que...
—Bueno —asintió Uwe, mirando interrogante a su prometida, sin ocultar siu aprobación por la idea de su sobrina.
—Y... si no te molesta, claro —dijo a continuación Clatidía—, yo aprovecharé para echar un vistazo y reorganizar el servicio si es que hiciese falta.
Christel le sonrió aliviada y Claudia guiñó un ojo a la joven.
—De acuerdo, entonces —dijo Uw:e, dirigiéndose hacia las escaleras—. Podrás ver todo excepto el apartamento privado de Erich, Raisa —rió Uwe—, tal vez acabemos enterándonos de uno de sus inconfesables secretos... o ¿quién sabe si acabaremos dándonos de bruces contra una mujer escondida en su cama? —bromeó Uwe haciendo un pícaro gesto a su sobrina.
—No le hagas caso, Raisa —dijo Claudia, reconviniendo a su hermano con una dura mirada—. Tanto Uwe, como Erich y mi propia hija son incorregibles en ese sentido. Nunca tienen la medida exacta de lo que es una ironía y una broma de mal gusto.
Raisa sonrió.
—No se preocupe. Me encanta introducirme en el peculiar sentido del humor de la que será mi familia a partir de ahora.
A medida que ascendían por la majestuosa escalera de mármol, Erich se giraba sin apartar un momento sus ojos de Raisa, que le miraba disimuladamente de reojo, fingiendo a la vez escuchar atentamente las explicaciones de Claudia acerca del palacete y el servicio que requería su mantenimiento.
Christel esperó a que Claudia, Uwe y Raisa desapareciesen de su vista para enfrentarse a Erich.
—Erich... ¿qué vas a...?
—Esa amiga eras tú, ¿verdad, Christel? —la interrumpió el con una expresión tan inequívoca de rencor que ella se estremeció.
Christel asintió en silencio tras unos segundos de vacilación. Erich comenzó a dar vueltas sobre sí mismo como si de repente se estuviera volviendo loco, como si estuviera encerrado en una jaula invisible y luchara por salir.
—¿Sabes lo que has hecho con tu silencio, Christel? ¿Te das cuenta del alcance que tiene ahora haberme traicionado de esa forma? —Erich casi gritaba. Christel se precipitó sobre él, poniéndole un dedo sobre los labios. Él la tomó por los brazos con tanta fuerza que la hacía daño.
—¿Te das cuenta tú, Erich, de cómo es Raisa de verdad? —se defendió ella—. Yo callé porque ella me dijo que pensaba casarse por interés, que ambicionaba dinero, poder... Lo que nunca pude imaginar es que la víctima sería tio Uwe.
—Sólo pretende ayudar a su padre, Christel. ¿Es que no te has dado cuenta? Todo esto es trágico —casi gimió Erich, riendo a continuación con un asomo de histeria—. De haber podido hablar antes con ella, de no haber intervenido tú con tu desconfianza, Raisa hubiera sabido que yo podía ayudarla, que estaba dispuesto a brindarle todo mi apoyo... y mi amor. ¿Qué ocurrirá ahora?
—Eres un necio, Erich —casi le escupió Christel después de mirarle unos instante con dureza, como si le viera por primera vez—. Raisa se casa con Uwe por interés, le está manipulando y tú sólo puedes compadecerte, lamentarte por haberla perdido, gemir como un adolescente al que acabasen de abandonar. Sabes que Uwe, la persona que te lo ha dado todo, está siendo traicionado, que va a casarse con una mujer que pretende manipularle. Tú me has contado que ella misma te propuso seguir viéndoos después de su matrimonio... Me gustaría que te parases a pensar por unos instantes que su esposo, la persona a la que planea traicionar es tu padre... Y tú sólo guardas aprecio para tu propia piel. ¡Te desprecio, Erich!
Erich pareció recuperar el dominio de sus emociones con las palabras de Christel. La miró de modo indefinible y la soltó. Al ver las marcas rojas que había dejado en sus brazos y que la muchacha se frotaba con insistencia, con lágrimas en los ojos, se cubrió el rostro con las manos.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —gimió Erich, desesperado.
—Nada —repuso Christel firmemente—. No vamos a hacer nada. Uwe está sinceramente enamorado de ella. No podemos desenmascararla. El hecho de que conozcamos su secreto limitará su capacidad de acción. No se atreverá a traicionar a Uwe sabiendo que nosotros la vigilarnos. Finalmente, Raisa tendrá que ser una abnegada y anónima esposa. Tendrá que dedicarse realmente a ser la esposa que Uwe necesita y de ese modo él será feliz —concluyó con amargura.
—¿Y yo Christe? —preguntó Erich con voz ronca—. ¿Qué voy a hacer yo sabiendo que ella duerme bajo mi mismo techo? ¿Qué voy a hacer sabiéndola tan cerca?
—Emigrar lejos de aqui, Erich. Tendrás que irte lejos con tus lamentos y tu compasión por tu destino y el destino de Raisa. ;Guarda tu compasión para alguien que la merezca! Nunca quisiste escucharme, Erich. No podías admitir que Raisa es una mujer taimada y egoísta. No querías escucharlo porque tú estás demasiado pagado de ti mismo, porque sólo escuchas aquello que deseas escuchar. Eres un arrogante y un engreído, Erich. Deberías preocuparte en pensar cómo abordar a Raisa para que ésta sepa que nunca podrá traicionar a Uwe, deberías pensar alguna forma de conseguir que ella se aferre a Uwe y que le haga feliz. No tenemos derecho a decirle una verdad que le haría mucho daño. ¿Qué le dirías? Dijo.
Erich levantó los ojos y vio a Christel delante de él, gritándole furiosa, con las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes. Erich sintió algo extraño. Fue como si la mirada de ella fuese hipnótica, como si volviese a ver en ella a la mujer que había asomado días antes unos instantes breves. Algo renació en él con la intensidad de una llamarada. Era pasión y rabia frustradas, deseo de hacer daño a Christel por todo el dolor que él sentía. La joven, ajena a sus contradictorios sentimientos, proseguía—: Probablemente podríamos sentarnos a la mesa y tú podrías anunciar ceremoniosamente: «Uwe. Raisa y yo hemos sido amantes hasta el fin de semana pasado. Yo la engañé diciéndole que era pobre. Raisa va a casarse contigo por salvar a su padre, de modo que, teniendo los dos influencia, es mejor que se case con el hombre al que ama, es decir, contigo» —dijo Christel con una voz cótrticanente engolada, imitando a Erich.
Erich no pudo evitar que una sonrisa de amargura aflorara a sus labios.
—¿Y qué quieres que haga? Yo sé que Raisa no ama a Uwe —se resistió Erich.
—Yo sé que Raisa no te ama a ti. Deja que al menos Uwe sea feliz con su sueño. Ha recuperado el amor, la juventud. Él tiene sesenta y cuatro años, tú treinta y dos... Y, desgraciadamente. hay otras muchas mujeres como Raisa... Pero tal vez ésta sea la última oportunidad para Uae, maldito cabezota. No puedes corresponder un poco a la generosidad que él siempre ha mostrado pata contigo?
Erich se quedó mirando un instante a Christel y le pellizcó la mejilla con ternura.
—Estás preciosa cuando te enfadas. Christel —le dijo con una mirada intensa.
—¿Ésa es tu miserable forma de reconocer que tengo razón cretino? —preguntó Christel, sintiendo que, una vez pasada la tensión todo su cuerpo temblaba. Ésa era la única explicación coherente para el temblor que la estremecía, que hacía que las piernas se le doblasen. Estaba demasiado cerca de él, apenas a unos centímetros de distancia de Erich y sentía un vértigo delicioso.
—Tengo otra forma de reconocer que tienes razón. Creo que tú no la calificarías como miserable. sino, simplemente, abyecta —dijo Erich sobre sus labios.
Christel sintió que todo daba vueltas a su alrededor. La boca de Erich se apoderó cíe la suya con una fuerza avasalladora, con rabia. con un deseo al que Christel se rebeló, consciente de que aquella pasión, aquella desesperación, aquel deseo palpitante no estaban dirigidos a ella.
Christel se dejó vencer un instante por aquella fuerza. Los labios de Erich eran suaves, transmitían seguridad, dominio. Christel disfrutaba de aquel beso con el que siempre había soñado, acallando la voz interior que le repetía que no era para ella, que no podía permitirlo, que había llegado el momento de huir, pero una llamarada de deseo la retenía allí. entre los brazos de Erich.
Christel oyó voces en lo alto de la escalera. El beso de Erich ahora se había aplacado. Parecía haberse dado cuenta de que no necesitaba infligirle un castigo con aquella violenta forma de reafirmarse.
Ahora Erich exploraba los labios de la muchacha con una caricia que la hacía estremecer.
Christel intentó apartarse. Luchó por liberarse de los brazos de Erich y él forcejeó con ella violentamente. Las voces se oían cada vez más cerca. Christel estaba segura de que podían verlos.
Ahora reinaba un silencio absoluto en la escalera. Christel consiguió retroceder y miró a Erich con lágrimas en los ojos, llevándose los dedos a los labios, como si la hubieran golpeado. Erich vio que de uno de sus labios manaba un poco de sangre, pero fue incapaz de acercarse a ella, que seguía retrocediendo.
Aquel beso le había dolido. La había herido más que el desprecio que Erich pudiera sentir por ella, más que el rencor que pudiera guardarle por haber callado sabiendo dónde se encontraba Raisa. Aquel beso había sido una venganza porque Erich no la besaba a ella, Erich besaba a Raisa Kulekova con toda la rabia que se despertaba en él al saber que nunca más podría ser suya.
—¡Maldito bribón!
La voz encantada y casi victoriosa de Uwe en las escaleras hizo a Christel darse la vuelta, humillada y confusa por aquella situación.
Erich, en cambio, reaccionó con una naturalidad y una frialdad que dejó estupefacta a la muchacha.
—¡Hola, Uwel —exclamó alegremente—. Espero que te haya gustado el palacete, Raisa. Dónde está tía Claudia?
Uwe bajó precipitadamente las escaleras, dejando a Raisa en la primera balaustrada, pálida y temblorosa, mirando la escena con lágrimas de humillación en sus ojos, lágrimas que sólo Christel advirtió.
—Claudia está arriba, dando instrucciones a la que será la doncella de Raisa. Y ta... :Era eso lo que tenías que anunciarme antes de la cena, condenado truhán?
La determinación que brilló en los ojos de Erich hizo estremecerse a Christel: ésta se adelantó un paso e intervino,
—Tío Uwe, no interpretes mal lo que acabas de ver. Es sólo que, es sólo...
Uwe Engebereth miraba con una sonrisa burlona a su sobrina, que cada vez titubeaba más hasta que las palabras murieron en sus labios.
—Es sólo —concluyó Erich— que me he dado cuenta de que Christel es toda una mujer. Una mujer atractiva... Pero lo cierto es que Yo hago lo posible por conquistarla y Christel ofrece resistencia. Creo que deberás darme unas cuantas lecciones de seducción, Uwe —dijo Erich, encogiéndose de hombros y sonriendo.
—¿Entonces? —preguntó Uwe, alzando las cejas, interrogante, y mirando a su sobrina para que le diese una respuesta. Christel carraspeó y pensó rápidamente. Raisa y Erich se miraban ahora de espaldas a Uwe. Christel sabía que la pasión que había entre ellos era una bomba de relojería. Podía estallar entre sus manos en cualquier instante. Tenía que encontrar tina salida airosa para aquella situación, aunque ella fuera a ponerse en entredicho. Si insinuaba. a Uwe que podría existir algo entre ellos, Erich estaría atado y no podría acercarse a Raisa.
—Necesito tiempo, tío Uwe. Sería mejor esperar a que aclaremos por completo nuestros sentimientos. Entretanto... te rogaría que no dijeses nada a mi madre hasta que hayamos tomado una decisión. Lo cierto es que habíamos decidido mantenerlo en secreto —dijo por fin Christel, furiosa por la seguridad de haber sido un instrumento para la venganza de Erich contra Raisa y contenta a la vez de que aquella situación fuese a ser a partir de aquel momento un argumento más para que Erich no pudiese intervenir en la cuestión del matrimonio de Uwe Engebereth.
—Sí —asintió Erich despacio, apartando los ojos de Raisa, corno si la presencia de ésta le aturdiera e intentando mostrarse locuaz, ya sabes cómo es tía Claudia. Sería capaz de proclamarlo a los cuatro vientos... Como la primera menstruación de Christel.
Uwe se echó a reir, no sin antes echar un vistazo hacia arriba, como si el tono familiar de aquella conversación pudiera molestar a Raisa. Christel enrojeció hasta la raíz del cabello y su expresión consiguió que Uwe estallase en una hilaridad que no podía contener.
—¡Maldito bastardo! —dijo Christel, entre dientes, volviéndose hacia Erich—. Te arrepentirás de lo que has dicho, bocazas. Te lo juro.
—La mejor forma de vengarte de él, querida —dijo tío Uwe, serenándose al fin, abrazando cariñosamente a su sobrina y volviéndose para ver cómo Raisa descendía majestuosamente por las escaleras— es casarte con él. No hay mejor venganza de la mujer contra el hombre al que dice odiar que obligarle a decir sí frente a un altar, créeme.
—¿Estás de acuerdo, Raisa? –pregunto Erich a la muchacha, que había oído la última parte de la conversación—. ¿Te vengas tú de Uwe al casarte con él? ¿Por qué te vengas?
—Por no haberle conocido diez años antes —repuso Raisa avanzando hacia Uwe y tomándole del brazo—. Es una dulce venganza, ¿no crees?
—Todas las venganzas son dulces —dijo Christel con voz gélida—. Son muy dulces para el vengador, amargas para el que cae bajo el peso de ella.
—¿De quién vas a vengarte tú, Christel? —preguntó Claudia, que descendía por las escaleras en aquel instante.
—De ti, mamá —respondió la joven—. Voy a vengarme por haber sido tan poco discreta con mi intimidad. Creo que a partir de ahora te chantajearé si quieres que no cuente ciertos detalles intimos. Pensándolo bien —dijo Christel, mirando a su tío, a Erich y especialmente a Raisa—, creo que os chantajearé a todos. Os obligaré a cumplir todos mis deseos si no queréis que cuente detalles escabrosos de vuestras vidas.
—No entiendo de qué hablas, Christel —dijo Claudia encogiéndose de hombros.
—De chantaje —repuso ésta agresiva.
—Bueno, Raisa —dijo Uwe, acercando a la muchacha hacia sí por la cintura—, llevas ventaja sobre el resto. Tú acabas de entrar a la familia. Christel no puede tener ningún secreto tuyo que proclamar a los cuatro vientos. ,Vamos a cenar
Raisa asintió suavemente y se volvió después hacia Erich, antes de comenzar a caminar.
—¿Qué era lo que tenias que anunciar, Erich?
Antes de que él pudiese decir una palabra, Christel intervino:
—Erich está agotado y había pensado pedirte que le dejases marchar una semana de vacaciones a la casa de los lagos.
—¿Es eso cierto, Erich? —preguntó Uwe, mirando al hombre analíticamente, con evidente preocupación—. Lo cierto es que, ahora que Christel lo menciona, pareces crispado, nervioso... Tal vez sea lo mejor. Pero no hubieras debido esperar a decírmelo. Sabes que puedes marcharte cuando lo necesites.
—Lo haré, Uwe —respondió Erich mirando intencionadamente a Christel—. Estaré de vuelta para vuestra boda. Pasaré unos días fuera y de ese modo Raisa podrá adaptarse mejor a su nuevo hogar.
—No es necesario que lo hagas por mí —dijo Raisa en un susurro, como si estableciese una corriente de intimidad entre ellos.
—Era algo que tenía decidido de todos modos —respondió Erich, con ironía—. Tú has entrado en nuestra vida hoy, no sé cómo iba a planear un viaje teniendo en cuenta la conveniencia de tina persona a la que todavía no conocía.
Raisa volvió la cabeza y caminó en silencio hacia el comedor, bajo la mirada de Uwe. que la contemplaba con orgullo y satisfacción.
—Creo que yo también pasaré unos días contigo, Erich —dijo Christel—. También a mí me vendrán bien unas cortas vacaciones.
Erich miró a Christel corno si la quisiese fulminar. Uwe se volvió hacía ambos y les hizo un guiño que quería expresar: «Vuestro secreto está a salvo conmigo».
Claudia miró a su hija y levantó las cejas en un ademán de extrañeza e incredulidad, Raisa mantuvo una impasible expresión en su semblante.
Capítulo 7
ERICH había llevado en su auto a Claudia y a Christel al apartamento de ésta. Claudia descendió del auto y aguardó unos instantes. A continuación, Christel se volvió hacia Erich y, en silencio, sin despedirse ni cruzar una sola palabra, descendió también y se alejó a rápidos pasos hacia el portal. La autoritaria voz de Claudia rompió el silencio de aquella noche en la que el canto de un ruiseñor rasgaba el aire tranquilo y primaveral con una dulce melodía de amor frustrado.
—¿No tenéis nada que explicarme? Y tú, Erich, ¿no sería conveniente que te quedases en este apartamento a pasar la noche?
Christel continuó de espaldas a ellos, introduciendo la llave en el portal. Erich se inclinó y miró a Claudia desde el interior del auto.
—No te preocupes, tía Claudia. No voy a volver al palacete. Iré a pasar la noche a un hotel. Mañana por la mañana saldré hacia la casa del lago.
Claudia sostuvo la mirada al joven y se encogió de hombros.
—Está bien. Supongo que va sois todos lo bastante mayores como para que yo pueda estar tranquila respecto a vuestras decisiones. Buenas noches, Erich. Tal vez vaya a hacerte una visita mañana. Apenas hemos tenido tiempo de conversar.
—Estaré encantado de recibirte, tía Claudia. Si quieres, podría pasar mañana a recogerte y luego traerte de nuevo aquí y...
—¡Ni hablar! —exclamó Christel, volviéndose furibunda hacia él y desandando el camino hacia el auto a zancadas—. Tú no regresarás a Múnich bajo ningún concepto antes del viernes próximo, Erich. Hemos decidido que ninguno de nosotros aparecerá por el palacete en toda la semana. De hecho, mi madre se quedará en mi apartamento estos días.
—¿Hemos decidido, Christel?— —preguntó Erich alzando las cejas—. Me pregunto hasta qué punto puede llegar tu desfachatez. Tú no has dejado de decidir en toda la noche por todos nosotros. Y quiero dejarte claro —continuó Erich en voz más elevada v alterada de lo necesario— que si voy a los lagos no es por orden tuya ni porque lo hayamos decidido, sino porque necesito reflexionar solo y quiero pasar estos días tranquilo y sin que nadie decida por mí.
—¡Que te aprovechen tus maravillosas reflexiones, Erich! ¡Ojalá te caigas en el lago y te ahogues! —exclamó Christel, cerrando de un violento golpe la portezuela.
—¡Christel! —la reprendió Claudia.
—Tú no entiendes nada, mamá —repuso la joven, furiosa, al borde de las lágrimas.—. Te agradecería que no te inmiscuyeses en las discusiones entre Erich y yo.
—Pero esto no son discusiones, Christel, esto es un duelo en toda regla.
Claudia vio estupefacta cómo Erich se alejaba por la calle en su auto haciendo chirriar los neumáticos y se volvió hacia su hija, que ya la esperaba en el portal, obstinadamente silenciosa.
—Christel, ¿querrás explicarte qué demonios sucede?
—No sucede nada, mamá. Absolutamente nada —mintió Christel, comenzando a subir las escaleras delante de su madre para que ésta no pudiese ver las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas—. Todo está como suele estar cuando no fingimos delante de tío Uwe, y de ti.
—¿Qué es lo que fingís delante de Uwe y de mí, Christel?—preguntó Claudia.
—Cordialidad —repuso Christel secamente—. Ser un par de personas civilizadas. No lto somos, eso es todo. ¿Te das por satisfecha?
Claudia entró al apartamento tras su hija encogiéndose de hombros. En el mismo instante en que traspuso el umbral, Claudia frunció el ceño y miró a Christel con severidad.
—¿Desde cuándo huele en tu apartamiento a un perfume que tú no usas, Christel? ——dijo con expresión severa, acerándose a una de las mesas camilla y depositando allí su pequeño bolso.
—No sé a qué te refieres —dijo Christel, dirigiéndose de inmediato a su habitación.
Claudia, tras echar un vistazo alrededor, siguió los pasos de su hija con decisión.
—Christel, vas a explicarme de inmediato a qué se debe toda esta comedia. Raisa Kulekova ha estado contigo, ¿no es ciertos No tengo ninguna duda. Su aroma es un aroma muy especial y ya me llamó la atención en el palacete de tío Uwe. Supe que todos os conocíais desde el mismo instante en que Uwe hizo las presentaciones. ¿Quieres explicarme a qué se debe que hayáis fingido ser absolutos desconocidos? ¿Qué es lo que ocurre con Raisa y con Frich
Christel, que se desnudaba furiosa frente al espejo del tocador, volvió el rostro y se dirigió hacia el armario, a recoger una camiseta de punto con la que dormía, apretando los labios hasta que éstos parecieron una fina línea en su rostro. Claudia conocía muy bien aquel gesto de su hija.
—¡Christel! —volvió a insistir Claudia—. No sé qué demonios sucede, pero me temo que ninguno queda muy bien parado en toda esta historia. Esa mujer, Raisa, y tú no habéis dejado en toda la cena de lanzaros miradas desafiantes y de aludir a algo que sólo tenía sentido para vosotras. En cuanto a Erich... Erich... parecía derretirse en presencia de esa muñeca de porcelana.
—¡Tú lo has dicho, maná! —dijo Christel, dándose la vuelta y mirando directamente a su madre—. Erich conoció a Raisa y se enamoró de ella. En cuanto a mí... Yo la acogí en mi apartamento para que de ese modo Erich no tuviera oportunidad de encontrarse con ella. Erich me pidió que la localizase v vo la escondí y le mentí. Erich se puso furioso conmigo esta noche por haberle engañado. Eso es todo ——concluyó la muchacha, poniéndose la camiseta descuidadamente y tirando de ella —hacia sus caderas.
Claudia había avanzado unos pasos y se sentaba lentamente en el borde de la cama de Christel, moviendo la cabeza, como si todo aquello fuese una maldita locura.
—No puedo creer lo que estoy oyendo, hija. ¿De modo que Erích está enamorado de la mujer que va a casarse con Uwe5 ¡Santo Cielo! —exclamó, llevándose la mano a la boca en un gesto de infinito asombro—. ¿Y te parece que eso es todo? Y después tú encierras a esa muchacha contigo para impedir que vea a Erich, lo que quiere decir, Christel, que tú estás enamorada de él.
—¿Qué te ha hecho llegar a esa ridícula conclusión, mamá? —se irritó la muchacha—. ¿Por qué no reduces tus conclusiones a lo que son estrictamente hechos? Se trata de que Raisa nunca habia sido precisamente un dechado de virtudes en mi opinión. Yo sólo quería separarla de Erich para que no le hiciese daño porque nunca he confiado en ella y Erich se convierte en sus manos en un monigote sin decisión, capaz de arrojarse por un precipicio con los ojos vendados.
Claudia miró a su hija, interrogante, y a continuación preguntó:
—Ésos no son los hechos. Christel. Se trata de que has mentido a todos y probablemente ese engaño tuyo vaya a tener peores consecuencias de las que alcanzaste a imaginar. ¿Desde cuándo sabías que Uwe iba a casarse con esa joven?
Chrístel tragó saliva y se dirigió al baño para desmaquillarse, dejando la puerta entreabierta.
—Lo he sabido al mismo tiempo que tú, mamá. Esta misma noche. Yo sabía que Raisa iba a casarse, pero ignoraba con quién.
—Vas a decirme, hija, que después de haber compartido incluso tu apartamento Raisa no te dijo en ningún momento que iba a casarse con Uwe sabiendo que era tu tío.
—No lo sabía, mamá —dijo Christel desde el baño, mientras se desmaquillaba frente al espejo—. Erich se empeñó en mentirle. No le confesó su verdadera identidad. Le dijo que era un becario en el Deutsches Museum y que yo era compañera de trabajo de él. Todos nos mentimos. Yo no tengo la exclusividad en lo que a engaños se refiere.
Claudia se puso en pie, con el ceño fruncido, sin disimular su preocupación, y caminó despacio por la habitación, recogiendo a su paso la ropa que Chrístel había dejado tirada y poniendo un poco de orden en la revuelta estancia.
Christel salió del baño y miró a su madre sin ocultar su sufrimiento. Claudia se volvió hacia ella y esperó.
—¿Hay algo más que yo deba saber en este estúpido enredo de mentiras y engaños, Christel?
La joven negó con la cabeza y Claudia se sentó en la banqueta ante el tocador.
—Supongo entonces que todo está bien. Efectivamente, como dijiste esta noche, Raisa tendrá que callar porque conocéis demasiadas cosas de ella. L w e no tiene nada que temer y será feliz junto a esa joven... Gracias a la sarta más enorme de mentiras de la que yo haya tenido noticia en mi vida —dijo, esperando el asentimiento de su hija.
—Todo irá perfectamente cuando Erich deje de mirar como un estúpido enamorado a la que, técnicamente, es su madrastra. No he visto a nadie tan torpe como él. En los cuentos los niños se enamoraban de Blancanieves, no de la bruja —dijo Christel, sin ocultar su tristeza y su cólera.
Claudia hizo una seña a Christel y ésta se acercó, más aplacada al ver la expresión de su madre, sentándose a los pies de ella. Claudia la abrazó y comenzó a acariciarle el corto cabello con una sonrisa de comprensión.
—Todo irá bien, Christel. A Erich se le pasará ese enamoramiento tarde o temprano. Es joven y atractivo y me terno que hay demasiadas mujeres dispuestas a consolarte de su dolor. Además, Erich quiere y respeta demasiado a Uwe para impedir que sea feliz... Quien ahora me preocupa eres tú, cariño. Sabes que hay muy pocas cosas que una madre no pueda intuir en su hija.
Christel se dejaba acariciar y pasó los brazos alrededor de la cintura de su madre, sinitiéndose terriblemente avergonzada.
—No sé a qué te refieres, mamá,
—Vamos, querida. No intentes fingir conmigo. Pensé que ese loco enamoramiento de Erich acabaría curándose con los años, pero ahora me doy cuenta de que nada conseguirá que dejes de amarle.
—Yo no amo a Erich, mamá. Le tengo cariño, le aprecio como a un hermano... No sé qué te hace pensar esa ridiculez.
—Christel —dijo Claudia, apartando a la joven de si y obligándola a mirarla—, ya te he dicho que no vas a conseguir engañarme. ;De quién ha sido la decisión de continuar fingiendo que no conocíais a esa mujer? Me atrevería a decir que no ha sido de Erich.
Christel asintió con la cabeza.
—Bien... Estoy orgullosa de ti. Tu comportamiento ha sido noble para con tu tío... Y creo adivinar que te ha costado un verdadero sufrimiento sabiendo que Erich te guardaría rencor. Sobre todo, cuando tu anterior engaño iba a quedar al descubierto y tú podías haber hecho el papel de verdadera heroína si la hubieses desenmascarado. Verás cómo Erich también acabará reconociendo que hiciste lo que debías.
—Es estúpido, mamá —dijo Christel, con el mismo tono con el que se dirigiría a Erich si le tuviese delante—. ¿Cómo puede estar enamorado de ella? Me atrevería a decir que Raisa es incapaz de amar a nadie, excepto a si misma. ¿Cómo puede un hombre enamorarse de una mujer sin corazón?
Claudia sonrió y levantó la barbilla de Christel.
—No te tortures, cariño. Erich olvidará a esa mujer... Con el tiempo. Suele ser habitual que los hombres corran detrás de sueños imposibles, empeñados en que los tienen al alcance de la mano. Para ellos es una especie de reto que olvidan tan pronto se convierte en rutina. Lo importante es que, cuando la venda caiga de los ojos —de Erich, tú estés ahí. Que tú no te des por vencida por la rutina ni un instante. Él acudirá a ti en busca de consuelo, y cuando sus heridas se hayan cerrado, comprenderá que hay algo muy profundo que os une.
—Nunca me verá, mamá —negó Christel con amargura—. Yo sigo siendo su campeón, su mascota. Nunca ha visto en mí a una mujer. Esta misma semana, sin ir más lejos, me preguntó si algún hombre me había silbado por la calle.
Claudia se echó a reír alegremente ante el gesto compungido de Christel.
—Cariño... —dijo, una vez se recuperó de su hilaridad—. Erich te quiere más que ninguna otra persona en el mundo. Si te hizo esa pregunta fue porque probablemente se dio cuenta de que eres una mujer muy atractiva. Tal ves incluso sintiese celos... ¿Qué le dijiste tú?
—Le insulté, como siempre —dijo Christel encogiéndose de hombros ante la sonrisa entre divertida e indulgente de su madre—. Parece ser que sólo puede reconocer a una mujer cuando la ve con una falda, suspirando y parpadeando con coquetería. Yo nunca conseguiré llamar su atención. En lugar de algo bonito, Erich me sigue regalando gorras de visera.
Claudia pellizcó la mejilla a su hija y la contempló con admiración y ternura.
—No renuncies nunca a ellas, Christel. Ya forman parte de ti y de tu encanto. No renuncies a nada por conquistar a Erich. Puedes seguir siendo maravillosamente femenina con esos tejanos y tu gorra de béisbol. Erich tiene que darse cuenta de que eres una mujer sin recurrir a trucos de seducción vulgares.
—¿Cómo, mamá? —preguntó Christel, casi con desesperación.
—Acércate más a él de lo que lo haces habitualmente. Cuando te haga preguntas como la que me comentabas, no le increpes, sonríe misteriosamente y mírale directamente a los ojos. Erich conoce mucho de ti, pero quizá no conozca las facetas más fascinantes, cariño. Tú eres increíblemente concienzuda y tranquila cuando estás a gusto. ¿Por qué no te relajas cuando estás en presencia de él?
Christel sonrió a su madre.
—Mamá, eres maravillosa.
—Espero que Raisa me diga lo mismo cuando compruebe que estoy dispuesta a seguir cada uno de los pasas que dé. Francamente, después de lo que me has contado, estoy seriamente preocupada por Uwe. Me gustaría mucho que mi hermano mayor, el que siempre cuidó de mí, fuera feliz hasta el fin de sus días.
—Lo será, mamá. Yo me encargaré de hacérselo comprender a Raisa. Pero ahora, lo prioritario es separar a Erich de ella. Y te prometo que lo conseguiré aunque para ello tenga que atarle.
Erich se encontraba sobre el muelle que se asomaba al lago, junto a la cabaña que tenían en aquellas paradisíacas orillas. Vestido con un ligero jersey de algodón y unos amplios pantalones, miraba como hipnotizado las ondas que se formaban en la tranquila superficie del lago cuando él arrojaba pequeños guijarros.
El sol estaba oculto tras un espeso manto de nubes y todo parecía presagiar lluvia. Era un desapacible día primaveral, tan desapacible como el propio estado de ánimo del hombre.
Christel se detuvo a espaldas de Erich y él, absorto en sus pensamientos, no se dio —cuenta de la presencia de la muchacha hasta que ésta tomó asiento junto a él.
Christel había llegado en el primer tren de la mañana y, en lugar de avisarle, había hecho el largo trayecto hasta la cabaña caminando. Sabia que Erich, de otro modo, no hubiera consentido en aceptar su visita.
Christel, con la gorra calada, unos tejanos color marrón, una blusa de hilo con rústicas costuras en color teja, de corte masculino y un jersey sobre los hombros, le miró un instante intentando leer en sus pensamientos.
—¿Hacemos las paces, Erich?
—¿Has hecho todo este camino sólo para hacer las paces? No puedo creerlo, Christel.
Erich volvió la cabeza y continuó mirando el agua. Christel se acercó más a él y le dio un ligero codazo.
—Te advierto que me he invitado yo sola a pasar el fin de semana contigo... Sería muy desagradable que nos topásemos en el pasillo y no nos saludásemos, `no crees?
Erich, sin mirarla, respondió::
—No necesito que nadie venga a vigilarme, Christel. Puedes irte tranquila.
Christel suspiró y siguió la dirección de la mirada de Erich, para decir al cabo de un momento:
—No he venido a vigilarte, he venido para reconciliarme contigo y para que me abofetees si piensas que realmente lo merezco por haberte traicionado. Reconozco que tal vez nos hubiéramos evitado muchos problemas si yo no me hubiese empeñado en inmiscuirme. Quiero que me perdones...
Erich levantó los ojos y miró sorprendido a la muchacha; ésta le sostenía la mirada y Erich sintió que la expresión de aquellos ojos verdes le fascinaban.
—Creo que se te ha olvidado añadir algo a la frase, algo parecido a: bastardo, miserable, cretino, estúpido... Tus reservas para ofenderme son infinitas., Christel.
La muchacha hizo un gracioso mohín y se encogió de hombros. Ambos siguieron mirándose a los ojos unos instantes y Christel sintió que nunca podría dejar de amarle. Erich, sonriendo tras aquel breve silencio, le pasó el brazo por la espalda y estrechó a la joven contra sí.
—No hace falta que te perdone... No voy a abofetearte, campeón. Te parecerá extraño, pero soy incapaz de sentir animosidad contra ti. Sólo soy capaz de repetirme una y otra vez que soy un estúpido por haberme dejado arrastrar de ese modo por mis sentimientos. De no haber estado tú anoche conmigo, hubiese hecho mucho daño a Uwe.
—Bueno —dijo Christel, conteniendo su irritación porque él la hubiese vuelto a llamar con su apodo—, quizá haya llegado el momento de que reconozcas que durante unos meses has pensado con una parte de tu anatomía que no es precisamente tu cerebro.
Erich rió y obligó a Christel a apoyar la cabeza en su horribro.
—Afortunadamente, alguien encendió ayer la luz en él y le quitó las telarañas. Tenias razón. No tengo ningún derecho a hacer infeliz a Uwe... En cuanto a Raisa...
Christel tomó la mano de Erich y la estrechó con fuerza.
—No debes pensar en Raisa. Sólo tienes que olvidarla. Yo me encargaré de hablar con ella para que no haga nunca infeliz a tío Uwe. El no se lo merece y yo tengo en mi poder secretos de ella que la mantendrán atada a él con más efectividad que una cadena.
Erich suspiró.
—A pesar de todo. Christel, los motivos que tiene Raisa para unirse a Uwe son nobles. ¿Qué harías tú por tu padre o por tu madre si te vieses en las mismas circunstancias?
Christel miró a la lejanía, pensativa.
—Mi padre nunca me hubiera dejado hacer gran cosa por él. Lo cierto es que nunca le preocupó en exceso su familia. En cuanto a mi madre... Si estuviera en las mismas circunstancias que el padre de Raisa, imagino que yo recurriría a la prensa, a las asociaciones internacionales de derechos humanos... Lo haría todo., excepto intentar manipular a un hombre tan maravilloso corno tío Uwe.
—No puedes decir eso, Christel. Raisa y tú sois distintas... —protestó Erich, visiblemente dolido por las palabras de la muchacha.
—Sí, ella es una manipuladora, pero todo se le puede perdonar por su espectacular belleza, yo, en cambio, puedo ser la persona más honrada del mundo, pero no muevo las caderas sinuosamente al caminar. ¿Sabes que eres un miserable, Erich? —respondió Christel. sin poderse dominar.
Christel se dio cuenta de que ya había vuelto a adoptar su actitud agresiva. Además, Erich se había sentido aludido y herido por sus palabras y aquello era más de lo que ella podía soportar después de lo que había sucedido en el palacete de tío Uwe la noche anterior.
—Imagino que lo que insinúas es que yo mido por un rasero a unas personas y a las demás por otro completamente distinto. Me estás diciendo que soy injusto...
—No lo insinúo, Erich. 1o afirmo —dijo Christel con ánimo batallador, separándose de él y mirándole con los brazos cruzados sobre el pecho, en actitud de desafío.
—¡No soy un miserable ni un hombre injusto, Christel. Me gustaría que supieses lo que es el amor —dijo Erich con un tono arrogante de superioridad—. El amor te hace conocer una parte de las personas que permanece oculta para las demás. Yo conozca a Raisa mejor que tú. Sé perfectarrtente que ella se ha visto impulsada a...
—¿Apoderarse del dinero de tío Uwe y hacer uso de su influencia para cuestiones personales? —concluyó Christel por Erich, con mordacidad.
—Nunca llegarás a pensar corno una persona adulta, Christel —le dijo Erich, levantándose del muelle y alejándose a enérgicas zancadas, para luego detenerse a unos pasos de ella—. No sé por qué a veces pienso que has crecido. Toda tu vida seguirás siendo un muchacho.
—¡No soy un muchacho, Erich —contestó Christel, sin poder contener su frustración y su cólera—. Si para ti pensar como una persona adulta significa tergiversar las motivaciones de la gente para adaptarlas a lo que tú quieres creer, lo único que se nre puede achacar es que no soy adulta... Y preferiré no serlo jamás.
—No tendrás que hacer grandes esfuerzos para conseguirlo, Christel.
—¿Por qué te empeñas en creer que Raisa está enamorada de ti? ¿Es que no tienes suficiente valor para enfrentarte a la realidad? ¿Es que sigues enamorado de ella después de lo que has visto con tus propios ojos?
—Si—concluyó Erich, volviéndose furioso y enfrentándose a la joven, que también se había levantado y se enfrentaba a él con petulancia—. una ele las características de los adultos es que no se pueden arrancar del corazón a su antojo a las personas a las que se lo han entregado.
Christel, estupefacta, vio cómo Erich se alejaba en dirección a la cabaña, evidentemente furioso. La joven se dio la vuelta y contuvo la tentación de dar una impaciente patada en el suelo de madera del muelle.
Se había comportado exactamente como no debía hacerlo. Hubiera bastado que— se siguiera mostrando dulce y comprensiva para poder acceder al corazón de Erich, para poder demostrarle que ella podía brindarle su consuelo. Después... Lo que su madre había asegurado es que todo era cuestión de tiempo. Pero Christel lo había vuelto a estropear todo.
No obstante, Christel frunció los labios. Haría falta mucho más que un altercado para alejarla a ella de aquella cabaña. Estaba decidida a no dejar a Erich ni a sol ni a sombra y lo iba a conseguir. Sólo una lluvia pertinaz y torrencial movió a Christel del muelle para llevarla a la cabaña, donde Erich ya se había acomodado frente a la chimenea, ignorando la presencia de su prima como si ésta fuera un fantasma al que ya se hubiera acostumbrado.
Capítulo 8
CHRISTEL terminaba de preparar la comida el domingo a mediodía. canturreando insistentemente y hablando sola para romper el silencio opresivo que reinaba en la casa desde que Erich había salido casi al amanecer, haciendo un ruido innecesario para despertar a la joven, aunque probablemente, después negaría haber hecho tal cosa y sería a Christel a quien tacharía de infantil. Christel le había visto alejarse hacia el bosque a la luz gris del amanecer, bajo una lluvia insistente y plomiza, consciente de la mirada de ella clavada en su espalda.
Christel había pasado la mañana ocupada en acondicionar la cabaña para pasar aquella semana con un mínimo de comodidades. Había hecho una lista con las provisiones más necesarias que tendría que ir a buscar y después había decidido hacer la comida ella para no volver a ,probar una de las insoportables conservas que Erich calentaba para ambos. La joven, concluidas todas las tareas que consideraba urgentes, sin encontrar nada más que hacer, se asomó por la ventana de la cabaña de madera, sin poder reprimir un suspiro de fastidio. Desde el día anterior, prácticamente desde que ella llegó, no había dejado de llover un momento.
Christel y Erich no habían cruzado una sola palabra desde que discutieron en el muelle por la mañana. A pesar de la lluvia, que les obligó a quedarse en el interior de la pequeña casita todo el día, ambos seguían encerrados en sí mismos, con la pretensión de castigarse el uno al otro con su mutua indiferencia y su silenciosa reprobación. Cada uno se había refugiado en rincones opuestos del amplio salón en el que crepitaba un alegre fuego que Erich se encargó de mantener todo el día, dirigiendo ocasionales miradas escrutadoras de reojo al otro a medida que avanzaban las horas y la situación les pesaba a ambos, pero los dos volvían obstinadamente la cabeza fingiendo leer o estar concentrados en cualquier otra cosa cuando alguno suspiraba, anunciando que deseaba romper aquel incómodo silencio.
El día anterior, Erich se había ocupado de hacer la comida y la cena, lo que él llamaba comida: una conserva recalentada de dudoso gusto. Christel esperó para ver si él la invitaba a sentarse con él y respiró de alivio cuando vio que ponía la mesa para dos y señalaba una de las sillas. Ambos dieron buena cuenta de los alimentos en ambas ocasiones sin hacer ningún comentario que no fuese estrictamente necesario. Después, Christel recogió los platos y Erich volvió a su sillón al lado del fuego a mediodía y se fue a su habitación por la noche, sin anunciar su intención de salir por la mañana. Christel tuvo que acondicionar para ella una alcoba que utilizaban raramente para poder pasar la noche, deshizo su mochila y procuró agenciarse todas la comodidades posibles para pasar allí una larga semana. Antes de salir el sábado por la mañana de Mútrich, se había ocupado de llamar a Adolf para ponerle al corriente de la próxima boda de su tío y para pedirle que se pusiese en contacto con el departamento de personal del museo para tomarse unas cortas vacaciones.
Por lo que Christel había podido deducir de la ruidosa salida de Erich era que ésite pensaba dar un largo paseo. La única comprobación que Christe! había efectuado cuando miró por la ventana era que Erich no tenía ninguna intención de utilizar su lujoso auto, que continuaba encerrado en un edificio que antiguamente debió de ser un granero.
La joven miró la comida que había terminado de preparar: una ensalada de arenques, un pedazo de carne, que encontró en el congelador y que había asado, y verdura v se sentó frente a la chimenea encendida, disponiéndose a esperar pacienteinente el regreso de Erich.
El humor de Christel era tan sombrío como el que le había movido a él a salir bajo la lluvia torrencial. Parecía que la sombra de Raisa Kulekova, la situación del viernes por la noche en el palacete, planeara sobre aquella estancia como un fantasma, como si llevasen pegado a la piel el nombre de Raisa Kulekova, como si ella fuera capaz de mantenerlos tan cerca y tan lejos a la vez.
Christel pensó por unos instantes en Erich. Sabía que él estaba tan ansioso como ella por terminar de una vez con aquel distanciamiento. Erich y ella siempre habían estado muy unidos. Su relación, pese a las constantes imprecaciones por parte de ambos, solía ser distendida y feliz. Erich y Christel eran verdaderos amigos. Generalmente el uno siempre sabía lo que quería el otro... Excepto en lo que se refería al amor que Christel sentía por su primo. En ese aspecto. Christel había llegado a creer que él en algunos momentos había cerrado los ojos cuando éste se hacía evidente, la había ignorado, aunque en realidad lo único que le sucedía a Erich era que se sentía desconcertado por los agresivos cambios de humor de la joven y éstos le hacían reafirmarse en la idea de su absoluta falta de madurez.
Ahora, Christel, que conocía bien la expresión de su primo, sabía que aquella tensa situación provocada por su enfrentamiento y por todo lo sucedido con Raisa, le pesaba a Erich tanto como a ella misma y que el deseaba solucionarla y no sabía cómo. Sin embargo, Christel también era consciente de que si rompía aquel silencio Erich sólo sentiría necesidad de hablar de Raisa, de encontrar una solución para que ambos pudieran encontrarse, y Christel no estaba dispuesta a abordar ese tema, aunque para ello fuese preciso no volver a pronunciar una sola palabra en lo que le quedaba de semana. Le dolía demasiado aquel amor que seguía sin poder comprender.
Las horas continuaban pasando implacablemente, lentas, insoportables, sólo rotas por el batir de la lluvia sobre el tejado y los cristales de la casa, y el desconcierto y la inquietud de Christel aumentaban a cada segundo.
Eran ya más de las dos del mediodía y Erich aún no había regresado. Christel, por fin, tras varios intentos en los que se había obligado a resistirse a su impulso, se dispuso a salir en su búsqueda. Casi podía adivinar dónde estaría él. Probablemente, en un claro del bosque desde el que era posible ver el paso de ciervos y jabalíes. Cuando se encontrara con Erich fingiría estar dando ton «casual» paseo y podía adivinar que Erích asentiría y después la. martirizaría con las «casualidades» que siempre les habían llevado a «encontrarse» en los lugares y momentos menos propicios.
—Probablemente ese estúpido sólo quiere inquietarme. Seguro que quiere hacer las paces y piensa que la mejor forma de que vuelva a hablarle es haciéndome pensar que le ha sucedido algo. Sabe perfectamente que acabaré yendo a buscarle —gruñía Christel mientras alimentaba el fuego con unos enormes tocones de madera para que se mantuviese encendido hasta su vuelta—. Pues bien, lo ha conseguido. Es un miserable cretino... Puede que haya conseguido asustarme, pero lo que no va a conseguir va a ser arrancarme una sola palabra en toda esta semana aunque le encuentre. Ni siquiera justificaré mi presencia en el bosque. Esta vez va a tener que buscar una buena excusa para que volvamos a ser amigos.
Christel se enfundó en una capa impermeable que encontró en el armario del vestibulo y cerró la puerta a sus espaldas, depositando la llave en una ventana que había en la parte lateral de la casa, donde estaba convenido que había que dejarla. Christel se subió la capucha de la gabardina mirando al cielo, desesperanzada porque la lluvia, lejos de amainar, parecía hacerse más torrencial a medida que pasaban las horas.
La joven comenzó a caminar por el bosque, sintiendo que no podía contener un espantoso temor a que algo le hubiese sucedido a Erich y censurándose a continuación por seguirle el juego, repitiéndose que no podía haberle sucedido nada malo. Instantes después, sus ¡temores se hacían cada vez más irrefrenables y enumeraba mentalmente todas las razones que había para reafirmarse en sus inquietudes: Erich no era capaz de abandonar la cabaña para marcharse a Múnich dejándola a ella sola sin haberla avisado, con el auto a su disposición, por mucha tensión que hubiera entre ellos, ni podía permanecer tanto tiempo fuera, sin haberse llevado provisiones. Probablemente hubiera sufrido una torcedura, o... tal vez hubiera sido víctima del enfrentamiento con un jabalí.
Christel avanzó por el bosque reprimiendo sus deseos de correr hacia el claro, atenta a cualquier ruido, atenta a todo cuanto la rodeaba. Su habitual interés por aquellos paseos se había borrado. No se detenía a observar los hongos ni a recoger muestras. No era capaz de ver las bellezas del bosque bajo aquella lluvia. Sólo era capaz de ver en aquellas frondas un lugar amenazador en el que Erich podía haber caído en una trampa.
A medida que avanzaba por el casi invisible sendero, por el que cada vez se le hacía más evidente que Erich había ido horas antes a pesar de que la lluvia iba borrando sus huellas, Christel sentía la fuerza de un presentimiento que la obligaba a caminar más deprisa, aunque sin olvidar las precauciones más elementales. No quería caer en una trampa, no quería sufrir a su vez un accidente.
La joven avanzaba unos metros y llamaba en voz alta a Erích, alejando de ese modo a los animales salvajes que pudiera haber en el camino.
Christel llegó al claro y vio en él las huellas de Erich y las huellas de diversos animales, sobre las pisadas de él. Christel comenzó a sentir que el corazón le latía furiosamente en su pecho. De no haber estado tan enfadada con él hubiera empezado a inquietarse antes. Tal vez le había sucedido algo realmente grave. Tal vez estaba inconsciente en algún lugar y no podía oír sus llamadas.
Christel vaciló acerca de qué dirección seguir a continuación. En la maleza que rodeaba aquel claro había varios puntos en los que había irrumpido un hombre o un animal de gran tamaño. No podía dilucidar por las escasas huellas qué dirección podía haber tomado Erích. Christel se inclinó y trató de aclarar la hierba, buscando las pisadas de Erich, descartando otro tipo de pistas junto a una frondosa zarza, Christel encontró un pedazo de la capa impermeable de Erich. También tenía pegado un trozo de tela de su pantalón y algo de sangre. Cerca de allí, también había un pedazo de piel, seguramente de un jabalí.
Christel sintió de repente que se volvía loca de terror. Comenzó a buscar entre la hierba, frenéticamente, sin importarle que pudiera encontrarse entre la alta maleza un cepo de algún cazador furtivo.
Un sonido irregular. como de un animal que la acechaba, hizo que se le detuviera el corazón. Intentó adivinar de qué dirección provenía aquel sonido, pero el furioso batir de la lluvia no le permitía oír con claridad. Christel se bajó la capucha de la capa, a despecho de mojar sus cabellos y a pesar de lo fría que estaba el agua de la lluvia que continuaba cayendo con fuerza torrencial.
El sonido era ahora inconfundible. Lo que quiera que fuese aquello avanzaba ahora sin ninguna precaución. Muy cerca, corno si supiera que ella no iba a poder escapar.
Christel se dio cuenta de que aquel sonido provenía de la parte posterior de las zarzas. Estaba atrapada. No podía regresar por el mismo camino.
De repente. fue cobro si batieran la hierba. Christel retrocedió de un salto, preparada para hacer frente a un jabalí que, sin duda, acechaba desde la parte posterior, oliendo su presencia, midiendo la distancia que le separaba de su posible agresor.
—¡Erich! ¡Erich! —comenzó a llamar Christel con voz de angustia, pensando que, probablemente, el sonido de su voz ahuyentase a aquella fiera.
Christel guardó unos momentos de silencio. Probablemente el jabalí comenzara ahora a gruñir, preparándose para el ataque, pero no podía distinguir aquel inequívoco sonido al que estaba atenta con todos sus sentidos.
—¡Erich! —volvió a gritar, presa de la desesperación.
De repente, el gruñido que ella pensaba iba a oír delante de ella, sonó con una fuerza casi sobrenatural a sus espaldas.
—¡Oh. Dios mío!
Christel se volvió y sintió que su corazón dejaba de latir.
Oyó otro ruido a sus espaldas. Pensó que iban a embestirla dos animales. Sin saber a qué atender, continuó con la vista fija en las zarzas y, allí donde pensó que iba a acosarla otro animal, vio que se levantaba la figura de Erich, sonriente y ajeno al peligro que la acechaba, apoyándose en una delgada rama, a modo de bastón improvisado..
Probablemente sólo había querido darle un susto, pero había hecho tanto ruido que cubrió el sonido de la amenaza real que ahora se alzaba frente a Christel, preparada para el ataque.
Christel retrocedió lentamente hacia el tronco de un árbol, preparándose para trepar por él a despecho de las zarzas, mirando con angustia a Erich, como implorándole ayuda, y a una hembra de jabalí, cuando ésta aprovechó la distancia a la que estaba la joven para atravesar el claro seguido por tres pequeñas crías que la observaron con curiosidad sin dejar por ello de correr tras su madre.
Cuando el último de los animales desapareció tras la realeza, Christel volvió sus ojos a Erich, que la contemplaba, pálido y desencajado.
Erich no se preocupó por las zarzas. Las atravesó dejando en ellas jirones de su ropa y arrojando el improvisado bastón a un lado. Christel iba a desahogarse lanzando una lluvia de improperios cuando vio que Erich cojeaba (le forma preocupante.
—¡Christel! ¡Oh, Christel, perdóname! Sólo quería asustarte y casi, casi...
Erich llegó frente a la joven y la abrazó, acariciándole frenéticamente, el cabello empapado. Christel podía oír los furiosas latidos del corazón de Erich bajo la capa impermeable. De repente fue realmente consciente del peligro que había corrido y se aferró a Erich, sintiendo que toda su angustia deshacía el nudo que le impedía articular palabra y comenzando a sollozar asustada y aliviada a un tiempo. Erich estaba vivo, no parecía haberle sucedido nada de importancia y la abrazaba. Las lágrimas corrieron por su rostro confundidas con las gotas de lluvia.
—¡Oh, Erich! Me tenías tan preocupada... Creí que te había sucedido algo y.., —gimió ella con la voz quebrada, abrazándose a él con fuerza.
—Calla, cariño. Calla. No me hubiese podido perdonar si... Soy tan estúpido... Llámame estúpido, Christel... —suplicó Erich, con la voz aún trémula por el terror.
Christel comenzó a reír ahogadamente, Erich la separó de sí y comenzó a besarle las mejillas, sintiendo mezclado con la lluvia el sabor salado y amargo de las lágrimas.
—No... No... —se resistía Christel—. Déjame en paz. No te voy a llamar estúpido aunque nte mates a besos.
—Lo siento —dijo Erich, que parecía incapaz siquiera de sonreír—. Créeme que lo siento mucho.
La capucha de Frich también se habla deslizado hacia atrás y el agua empapaba su cabello castaño un poco largo. Christel deslizó sus dedos por entre sus mechones, corto si se los peinara.
—;Qué te ha sucedido? ¿Por qué cojeas? —preguntó por fin Christel, sintiendo que se reponía del susto y volvía a recuperar la capacidad de dominar las situaciones.
—Resbalé y, al caer por una pendiente, me golpeé contra una raíz. No es riada. Sólo tardaremos un poco más de lo habitual en llegar a casa —dijo Erich, sin dejar de abrazarla como si no pudiese creer que estaba sana y salva.
—Farros, Erich. Estoy hambrienta y tenemos que verte bien ese tobillo —se quejó ella, empujándole cariñosamente para que deshiciese su abrazo y mirando hacia el cielo, cuando la lluvia comenzaba a amainar un poco.
Erich pasó el brazo alrededor de los hombros de Christel y ésta le miró con picardía, deseando desesperadamente desdramatizar aquella situación.
—¿Has visto esa zarza? —le dijo, señalándola—. Has dejado verdaderos jirones de tu piel atravesándola. ¿Qué te impulsó a hacerte el héroe de esa manera?
Erich miró en la dirección que Christel le señalaba y sonrió, con una mueca de admiración.
—¡Cielos! ¿Yo he sido capaz de hacer eso? ¡No me extraña que no quisieras llamarme estúpido! A partir de ahora seré conocido como Erich, el intrépido.
Christel rió y tomó la mano que él tenía sobre su hombro con la suya.
—¿Lo dejamos simplemente en Erich, el inconsciente?
Ambos comenzaron a desandar el camino hacia la cabaña abrazados, sintiéndose aliviados. La lluvia había amainado en su intensidad y el bosque, que Christel había contemplado minutos antes como una sombra amenazadora, les parecía ahora a ambos un lugar delicioso y fresco, en el que la vida asomaba por unos minutos, una vez que la tormenta parecía haber disminuido su intensidad. Ambos se sentían de nuevo relajados y felices. Caminaban en silencio, pero ese silencio ya no era como el que precede a la tormenta, sino un silencio de reconciliación, de admiración, de comprensión en la que las palabras sobraban.
—Sabía que vendrías a buscarme —dijo Erich al cabo de unos minutos, mirando de reojo a Christel, buscándole insistentemente los ojos en los que brillaba una extraña emoción—. Creo que sólo conozco una mujer capaz en el mundo de salir a buscarme por un bosque bajo la lluvia, desafiando todos los peligros —Erich se inclinó hacia ella y le besó la sien, rozándosela apenas para después susurrar—: Tú.
Christel, que tiritaba insistentemente, completamente empapada de agua, sintió que una oleada de calor estallaba en su pecho.
—Y yo sólo conozco a un hombre capaz de arriesgarse en un bosque con la malvada intención de que una mujer desafíe todos los peligros para ir en su búsqueda: tú.
Ambos rieron, intercambiando miradas de complicidad.
—No lo hubiera hecho nunca de haber estado con otra persona, Christel. No hay demasiada gente en la que confíe hasta el punto de ponerme en peligro sabiendo que van a salvarme. Eres muy valiente. Pero no hace falta que te lo diga.
Tú ya lo sabes.
Christel respiraba profundamente, como si no quisiera perder ni un momento aquel embriagador olor a tierra mojada, tan semejante al aroma de Erich que caminaba a su lado, confortándola con el calor de su abrazo.
—Me gusta que me digas cosas agradables. Puedes decírmelas todas seguidas. No creo haber escuchado cuatro palabras seguidas tuyas en las que no acabes haciéndome algún reproche.
Erich se detuvo y tomó a Christel por los hombros. La muchacha estaba apenas a unos centímetros y Erich podía bucear en la insondable profundidad de sus ojos, brillantes como la superficie del lago, igual de enigmáticos y de misteriosos, igual de atrayentes.
—Christel... Lo dejaría todo, dejaría hasta lo que más anhelo si supiera que, teniéndolo, voy a perderte. Tú eres lo más auténtico que me he encontrado en mi vida... Pero me ha hecho falta verte ahí, en el claro, enfrentándote a un peligro que yo mismo creé para darme cuenta de ello. Te admiro más que a ninguna otra persona que haya conocido.
Christel sonrió y obligó a Erich a seguir caminando.
Erich no había pronunciado las palabras que ella esperaba. No te había dicho que la amaba, que le había hecho falta que llegara ese momento para darse cuenta de que no quería a otra.
Erich la admiraba, la apreciaba más que a nadie, pero no había hablado de deseo, de amor, de ansiedad por tenerla entre sus brazos, A veces, Christel tenía la sensación de que Erich se miraba en sus ojos como el que se mira en un espejo. Nadie busca detrás de los espejos ni piensa que el cristal puede tener sus propios sentimientos dependiendo de quién se mire en él. Sólo se espera ver la imagen de uno reflejada en la superficie. Para Erich, Christel era valiente, pero no tenía sentimientos, no tenía deseos.
La cercanía de él disparaba los latidos del corazón de Christel, el tenerle tan cerca le hacía desearle tanto que le dolía el deseo en cada poro de su piel... Él, en cambio, se limitaba a decirle que la admiraba.
Tendría que haber un verdadero cataclismo que sacudiera los cielos y la Tierra para que Erich Mühlberger se diera cuenta de que Christel era una mujer de carne y hueso... con los sentimientos propios de una mujer.
Christel, absorta en sus pensamientos como estaba, no se dio cuenta de que Erich seguía mirándola de reojo con una sonrisa casi triunfal que fue desapareciendo de sus labios hasta que éstos se quedaron fruncidos en un gesto de extrañeza. Christel estaba extrañamente ausente y taciturna.
Erich vio que las gotas de lluvia resbalaban sobre el cuello de la joven y mojaban su camisa. De repente, se dio cuenta de que aquellas gotas iban a seguir resbalando por dentro. Que mojarían sus senos, seguirían resbalando hasta su liso vientre... Un enorme trueno restalló en el cielo a la vez que Erich se dio cuenta de que deseaba a Christel. Y se sintió espantosamente culpable por albergar ese tipo de deseos hacía la niña a la que él había visto crecer hasta convertirse en una mujer maravillosa.
Capítulo 9
ENTRARON en la cabaña en silencio, pero entre ellos se había ido creando una tensión dolorosa durante los últimos minutos de su paseo. De repente ambos rehuyeron sus miradas, como si éstas fuesen capaces de expresar los sentimientos que no se atrevían a reconocer ante ellos mismos.
Christel se quitó la capa impermeable y la depositó sobre el perchero. Después le quitó la capa a Erich, que avanzó cojeando hacia la chimenea.
Erich se sentó en su sillón y se descalzó, bajo la atenta mirada de Christel. Tenía el tobillo hinchado y ahora, junto a la chimenea, éste comenzaba a dolerle de forma intensa.
Christel sacudió la cabeza y se pasó los dedos por los cabellos como si así pudiera secárselos. Se arrodilló a continuación frente a Erich v comenzó a examinarle el tobillo, presionando con cuidado para ver el alcance de la lesión. Erich se quejaba cuando le palpaba en la parte exterior.
—Creo que vamos a tener que ir a un médico, Erich. No me gusta nada el aspecto que tiene este tobillo.
—Yo, en cambio, creo que bastará con un poco de pomada y un vendaje, Christel. Además; estoy bastante contento del aspecto de mis tobillos. Creo que es una de las partes fuertes de mi anatomía. ¿No te parece?
Erich se había inclinado hacia ella, que continuaba sosteniéndole la pierna sobre su regazo, como si estuviese hipnotizado. Christel desprendía un aroma de flores maravillosamente intenso.
Christel negó con la cabeza. sonriendo, y levantó la cara hacia él, encontrándose los labios de Erich próximos, muy próximos a los suyos. Las miradas de ambos se cruzaron y los dos parecieron sentirse avergonzados.
Pasaron unos instantes en los que ambos se concentraron en el crepitar del fuego, como si así fuese posible no escuchar el acelerado latir de sus corazones. Al cabo de unos momentos, Christel miró a Erich y abrió los labios para pronunciar una palabra, pero Erich le puso un dedo sobre la boca para silenciarla.
—Christel... Quiero decirte —que... Acabo de darme cuenta de que tú siempre estás ahí, para lo bueno y para lo malo... Eres la única persona en la que puedo confiar siempre y...
Christel cerró los ojos y fue corno si las palabras muriesen poco a poco en los labios de Erich, que por un instante fue consciente de que iba a pronunciar las palabras equivocadas, pero, a fin de cuentas, las únicas posibles para no hacer daño a la joven, para no engañarla. Erich la miró y de repente ella pudo advertir que él se replegaba. Christel se dio cuenta en ese instante de que la intensidad de sus sentimientos era tal que ya no podía seguir ocultándolos. Había llegado el momento de quitarse la careta si no quería que una situación inequívoca de silencios arruinase definitivamente aquella relación y su oportunidad de estar cerca de él. Christel sabía que cualquier cosa que dijera para huir de aquella proximidad, para continuar manteniendo aquella amistad en los límites estrictos de ésta, que era, a fin de cuentas, lo que Erich pretendía, sólo conseguiría alzar de nuevo un muro entre ellos. Christel decidió que no podía continuar Viviendo eternamente al otro lado de ese muro para que él nunca se diese por enterado de que ella le amaba con todas sus fuerzas, para que él se escudase cómodamente en una relación que no le pedía nada más. Había llegado el momento de enfrentarse a Frich con la verdad y de arrojar a un lado la cobardía.
—No vuelvas a darme las gracias por estar siempre a tu lado como haces siempre, Erich. No lo soportaría.
Erich suspiró y Christel continuó con los ojos cerrados, como si aquella situación se produjese sólo en su imaginación.
—¿Qué te gustaría que dijese ahora, Christel? Dime qué quieres que te diga —dijo por fin Erich en un susurro ronco, con una emoción que le era dificil dominar.
Christel le miró un momento y después bajó los ojos.
—No hagas nada. No digas ni una palabra. Sólo quiero que me dejes consolarte, que me mires y no veas en mí a un muchacho crecido... Quiero que me dejes estar cerca y que no me obligues a continuar fingiendo que no te quiero... Aunque nunca puedas amarme... Aunque siempre lleves a otra en tu corazón —Christel tomó aire un momento, como si reuniese fuerzas para continuar hablando—. No puedo seguir cerca de ti para huir como un conejillo asustado cuando tú puedes asomarte a mi corazón. Estoy harta de vivir disfrazada, Erich. Estoy harta de dirigirte miradas suplicantes con la esperanza de que tú me veas —Erich abría los ojos, asombrado. y miraba a Christel con una mezcla de alarma y de angustia, como si el peso de aquella confesión fuese demasiado para sus hombros, como si le costase convencerse de que el juego entre Christel y él había terminado y ahora fuera necesario comprometerse. Había sido fácil ignorar su deseo y su cariño cuando pensaba que ella sólo le quería como una amiga, ahora él tenía miedo por lo que pudiera despertar en él la mujer que le hablaba mirándole directamente, sin ningún artificio—. No quiero que me des las gracias ——continuaba Christel—. No quiero que vuelvas a pedirme ayuda para conquistar a una mujer o para olvidarla. Quiero que te des cuenta de que me hieres cada vez que te diriges a mí como si no existiera, como si yo no pudiera sentir lo mismo que tú... Como si yo no tuviese sentimientos.
Christel calló. Erich había alargado la mano y le acariciaba el rostro con ternura, como si le diese miedo hacerla daño.
—Christel, quiero ser sincero contigo. Yo no puedo prometerte... Yo no quiero que tú esperes de mí algo que quizá sea incapaz de darte...
Christel levantó vivamente los ojos y le miró, desnudándole el alma con los ojos.
—Sé que no puedo esperar que me des amor ahora, pero tampoco quiero tu compasión. Sólo quiero que me dejes estar cerca de ti. Déjame consolarte e intenta descubrir en un plazo de tiempo que también soy una mujer... Quizá así, si alguna vez olvidas. te darás cuenta de que puedes quererme, de que hay algo en mí que no podrás encontrar en nadie más.
La respiración de Christel se había acelerado. La camisa masculina que llevaba bajo el jersey del que se había despojado se ceñía a su cuerpo y dibujaba la forma de sus senos. Erich cerró los ojos. Sentía un vértigo al que no podía resistirse, pero a la vez no se podía dejar arrastrar por aquella oleada de deseo que se iba apoderando de él con mayor intensidad a cada instante, a cada mirada, a cada palabra de Christel.
—Me estás pidiendo una oportunidad que yo no puedo darte, Christel. Te quiero demasiado para saber que sufres a mi lada —Erich miró los labios de ella, entreabiertos, húmedos, incitantes. Después, su :mirada huyó para fijarse en el fuego, corno si fuera consciente de que no podría contener la fuerza de su pasión si seguía viendo a aquella mujer que acababa de descubrir a su lado—.. Con cualquier otra mujer yo no tendría ningún tipo de inhibición, Christel, pero contigo...
—¿De qué inhibiciones hablas, Erich? ¿A qué te refieres?
Erich se dejó caer sobre el respaldo del sillón y miró a Christel negando con la cabeza, como si se reprendiese a sí mismo.
—No puede ser, Christel. Será mejor que te alejes de mí.
Christel se inclinó buscándole, puso las manos sobre su pecho, como si el tacto de su piel fuera un conjuro mágico.
—¿Le dirías eso a cualquier otra mujer que te pidiese lo que yo te estoy pidiendo?
Erich cerró los ojos y volvió la cabeza a un lado.
—¡Demonios, Christel, no se lo diría!
—¿Por qué? —casi gritó la joven, buscándole la mirada,
—Porque con cualquier otra mujer yo me sentiría más libre... Porque podría desearla y hacerla mía sin pensar en nada más, porque no sentiría que tengo una deuda con ella ni me daría miedo hacerla daño y... —Erich bajó la voz, como si de repente hablase para sí misrno—. Yo, ahora, te deseo demasiado y no me atrevo a pensar en la idea de poseerte. ¿Y si después no soy capaz de amarte como mereces? ¿Y si después yo no respondo a la idea que te has forjado de mí?
Christel jadeó. Erich continuaba evitando encontrarse con sus ojos y respiraba agitadamente. La joven se puso en pie, frente a él y Erich volvió la cabeza. Christel comenzó a desabotonarse la camisa, diciéndole:
—Tu tobillo tendrá que esperar, Erich. Esta vez yo no pienso hacerlo, no pienso volverme atrás. No voy a retroceder y a fingir que nunca he sentido nada por ti para que tú te sientas aliviado... Tendrás que aceptar de una vez por todas la realidad —Christel había terminado de desnudarse. Su cuerpo estaba húmedo y las llamas cercanas arrancaban destellos de las gotas de agua que caían de su cabello y resbalaban por su piel—. Mírame, Erich..
Erich miró a Christel a los ojos y ella vio reflejada en sus pupilas la brasa del deseo. Avanzó un paso hacia él, tendiéndole las manos y él elevó lentamente las suyas hacia sus senos, como si temiera que Christel fuese a desaparecer.
—Te arrepentirás después, Christel. Si no retrocedes ahora. después será demasiado tarde.
—Lo sé —susurro ella, echando hacia atrás la cabeza y concentrándose en la sensación de la mano de Erich sobre su pecho.
—También sabes que yo te quiero... y te deseo... Pero mi amor no te pertenece, Christel.
Christel frunció el ceño y guardó silencio unos instantes. —También lo sé susurró.
—Y a pesar de todo...
—Lo que caracteriza a las personas adultas —dijo en un murmullo, sonriéndole y tirando de él— es que no se pueden arrancar del corazón sólo porque así lo deseen a las personas a las que se lo han entregado.
Ambos se dejaron caer sobre la alfombra a los pies de la chimenea, venciéndose al deseo, sintiendo que cada una de sus caricias, cada una de sus miradas era como tocar algo prohibido que nadie nunca se atrevió a soñar.
En contacto con la ropa aún húmeda de Erich, los senos de Christel se pusieron erectos, él tomó uno de ellos entre sus manos y comenzó a besarlo. Christel se arqueó ofreciéndose a él y alejándose a la vez, como si prolongar aquella tortura del estallido de sus sentidos prolongara hasta el infinito el placer.
Erich, obligando a Christel a tumbarse por completo, se despojó de su camisa y comenzó a explorar el cuerpo femenino con sus labios, abriendo un surco de fuego y de ansiedad por donde quiera que la rozase.
Christel era maravillosa. Respondía a cada una de sus caricias como si el centímetro de su piel que él acariciaba fuese la parte más sensible de su cuerpo.
Las llamas anaranjadas se reflejaban sobre la piel de la espalda de Erich, y Christel, al verlo, cerró los ojos, como si no pudiese creer que aquello era realidad.
Los besos de él no la herían ni la dolían como el beso que le dio al pie de las escaleras del palacete de Uwe Engebereth. Ahora sus besos eran besos de entrega, besos cálidos que sólo iban dirigidos a ella, en los que no se interponía el fantasma de otra mujer.
Erich exploraba el joven cuerpo de Christel maravillándose de su capacidad para amar. Ella no le ocultaba nada, se entregaba por completo a él. Christel no conocía los subterfugios de la seducción ni sus artificiales trucos. Christel era para el amor como lo era en su vida, directa y apasionada, con una capacidad de entrega que rayaba en lo increíble.
Erich se despojó de sus pantalones y se tumbó sobre la joven, que le rodeó la espalda con los brazos, acariciándole con fuerza y con ternura, clavando las uñas en su piel para luego deslizar las yemas de sus dedos allí donde se había quedado receptiva y sensible.
Erich tomó de las caderas a Christel. Una punzada de pasión le movió a poseerla de forma urgente, imprevista. Christel gimió cuando él entró por completo en ella, estremeciéndose un momento.
Erich abrió los ojos y la miró, Christel negaba con la cabeza y le silenció tomando su boca con tanta pasión que él no podía contener el torrente de deseo que rugía por sus venas.
Hicieron el amor lenta, cuidadosamente, poseyéndose con violencia y con ternura alternativamente, como si aprendieran a conocerse en aquel instante.
Sus bocas se buscaban a tientas y sus lenguas se enredaban en besos sin Fin, besos que iban transmitiendo la profundidad de sus emociones.
Erich, una vez se dio cuenta de que aquélla era la primera vez para Christel, que nunca había habido otro hombre antes que él, tomó la iniciativa guiándola sabiamente, susurrándole palabras entrecortadas al oído a las que ella se mostraba receptiva.
La pasión hizo sus movimientos más rápidos, más urgentes. Sus respiraciones se aceleraron y sus gemidos escapaban ahora de sus labios como si pidiesen más a cada instante. Erich sentía que su excitación crecía por momentos. El fuego en la chimenea pareció crepitar con el ímpetu de un incendio y la lluvia que repiqueteaba en los cristales enmudeció. Ellos se consumían en una oleada tan avasalladora como aquel fuego, como aquel incendio que les quemaba la piel.
La respiración de Erich se hizo más y más entrecortada a medida que los gemidos de Christel crecían en intensidad. Erich supo que Christel se acercaba al final, que se le entregaba ya por entero, sin reservas y Erich, animado a poseer hasta el fondo del alma de ella, también dejó a un lado sus dudas y se entregó por completo.
Sus cuerpos se estremecieron en oleadas de placer que fueron disminuyendo progresivamente de intensidad, dejando sus cuerpos agotados, como meciéndose en la resaca de una marea salvaje.
Erich se tumbó al lado de Christel y la abrazó como quien abraza a una niña. Christel se refugió en sus brazos, temerosa de que él rompiese el silencio, con miedo de que él pronunciase la primera palabra y le preguntase el motivo por el que se había entregado precisamente en aquel momento a él.
Erich comenzó a acariciar el corto cabello de Christel hurtándose los ojos, para que ella no pudiese ver la confusión de sentimientos que le agitaba en aquellos instantes.
Hacer el amor con Christel habla sido el momento más auténtico de su vida. Era como si Erich hubiera comprendido por vez primera la diferencia que existía entre la pasión y el amor. No había habido nada destructor en aquel fuego que los había devorado, no había existido por su parte ningún recelo. Sabía que Christel no se guardaba nada, que no tenía ningún arma oculta que le pudiese coaccionar o hacerle reaccionar de un modo distinto a como él deseaba. Con Christel había conseguido ser él mismo, había conseguido no ser el objeto de ningún juego.
Pero en todo aquello había algo que hacía sentir a Erich profundos remordimientos. Christel era virgen. Christel había aguardado aquel momento durante mucho tiempo, esperando que él fuese el primer hombre. Se había entregado a él y aquello le hacía sentirse en cierto modo terriblemente responsable de lo que sucediese con ella, de su actitud para con Christel en el futuro.
Erich la estrechó con más fuerza contra sí y se repitió una y mil veces que se dejaría llevar por aquella corriente que le arrastraba hacia Christel. Intentaría, por ella, por él, por los dos, continuar siendo como realmente era.
Acababa de descubrir la fuerza del amor verdadero y no quería perderlo. Quería apurar hasta el ultimo minuto, enseñar a Christel a hacer el amor y aprender de ella a amar del mismo modo en que ella lo hacía: sin dudas, sin reservas, sin torturas ni cartas bajo la manga. Sólo Christel podía enseñarle a amar de verdad.
Christel se despertó al día siguiente sintiéndose más feliz y más llena de lo que se había sentido nunca. Las últimas horas con Erich ¡e habían hecho comprender al fin que había valido la pena luchar y esperar por él, que, después de todo, él no era un sueño inalcanzable.
Christel estaba ahora segura de que tenía una oportunidad para entrar en el corazón de Erich. No se trataba sólo del consuelo. Había en aquella relación que se había ido desnudando a lo largo de las últimas horas, de una noche inequívoca de pasión, algo auténtico, algo genuino que sólo podía calificarse de amor, que auguraba algo prometedor para el futuro y que colmaba todas sus expectativas en el presente.
Depositando un suave beso sobre el hombro de Erich, que dormía desnudo en la cama que habían compartido, Christel se dirigió sigilosamente al baño. Comprobó que necesitaría más pomada y vendas para. seguir curando el tobillo de él y se dispuso a vestirse para salir de compras.
Christel se miró en el amplio espejo del baño y vio su cuerpo distinto. Nunca había podido imaginar que aquellas curvas de las que una vez se había avergonzado pudieran proporcionarle tanto placer.
Christel se vistió deprisa y garrapateó una nota que dejó sobre la mesa del comedor a Erich. Cuando releyó el contenido, arrancó la hoja del cuaderno y la arrugó. A continuación volvió a escribir en otro papel: Te amo, Erich. Volveré enseguida. Christel.
Más satisfecha, colgó la nota en la puerta del salón y salió a toda prisa tomando el auto de Erich para ir al supermercado más próximo.
El cielo aún estaba encapotado, pero, a pesar de lo desapacible del día, se adivinaba que el sol luciría horas más tarde sobre la superficie del lago.
Christel se alejó canturreando por la carretera, feliz por el curso que habían tornado los acontecimientos en las últimas horas. Dedicando un breve recuerdo a su madre, sonrió. Estaba firmemente segura de que los días que se le ofrecían por delante aquella semana serían los más felices de su vida. Los días más maravillosos. El fantasma de Raisa era ahora tan lejano que le pareció algo irreal, algo que nunca había podido ser verdad. Raisa era como aquellas nubes que pasarían, dejando paso a un sol radiante. Un trueno retumbó en la lejanía, como si fuese la respuesta a sus pensamientos.
La sonrisa se borré de los labios de Christel. De repente; la consciencia de que al cabo de unos días tendría que volver a enfrentarse a la prueba de que Erich volviese a encontrarse con Raisa la hizo palidecer.
Tenía miedo. Había caído en su propia trampa. Una vez le dijo a Raisa Kulekova que nadie puede perder lo que no había tenido nunca, ahora, Christel se dio cuenta de que sentía terror ante la idea de no tener a Erich, se dio cuenta de que no podría vivir si acababa sabiendo que, en el fondo, no lo había tenido nunca.
Christel detuvo el auto, .impulsada por un presentimiento irracional y se dispuso a dar la vuelta en la carretera. Necesitaba desesperadamente volver a ver a Erich. Necesitaba que él la besase, la abrazase y le asegurase con una sonrisa que sus temores eran irracionales. Christel necesitaba sentirse entre sus brazos, pero ella misma le había dicho a Erich que sabía que no podía esperar amor de él, que lo único que le pedía era tiempo.
Christel dejó caer la cabeza sobre el volante, abrazándolo. No podía presionarle. Le quería demasiado para no saber si él en algún momento se quedaba a su lado por compasión. No podía obligarle a que le dijese que lo que acababa de nacer entre ellos era amor, y que sería eterno. Sería demasiado pedir para unas horas... Aunque no era nada en comparación con los años que había esperado aquel instante.
Capítulo 10
CUANDO, cargada con las bolsas de la compra, Christel empujó la puerta de la cabaña, una voz que podría reconocer entre mil le dio la bienvenida.
—Erich pensó dejarte una nota, pero finalmente decidió que tú sólo te darías por enterada con la evidencia. Tunca cejarás en tu empeño de conquistarle, ¿verdad, Christel?
Christel sintió que enrojecía bajo la mirada altiva de Raisa Kulekova. Dominando su vergüenza y su humillación, Chrístel se dirigió hacia la cocina, obligando a Raisa a que se apartara a su paso.
Raisa la siguió mientras Christel depositaba en la encimera las bolsas con las provisiones y se dispuso a colocarlas, tras frotarse las mejillas, conio si de ese modo pudiera borrar su rubor.
Raisa. fumando despreocupadamente un cigarrillo, se apoyó indolentemente en la encimera, expeliendo el humo hacia el rostro de la joven.
—¿Piensas quedarte aquí eternamente, —preguntó Raisa tras mirar las bolsas cargadas con la compra—. Parece ser que has traído provisiones para un regimiento.
Christel sonrió displicentemente y se dispuso a contestar, pero después enmudeció tras mirar a Raisa, comenzando a extraer de las bolsas la comida.
—¿No quieres saber dónde está Erich? —preguntó Raisa. siguiendo con la mirada los movimientos de Christel, que guardaba mecánicamente los paquetes abriendo una tras otra las puertas de los armarios de la cocina.
—Preferiría que me dijeses dónde está Uwe —respondió escuetamente Christel, sin nairar a Raisa.
Christel sentía que iba a morir de dolor. Por un instante se descubrió pensando cómo había sido tan estúpida como para pensar que podría desbancar a aquella mujer en el corazón de Erich. Ella era increíblemente hermosa y mucho más inteligente e intrépida de lo que se había atrevido a pensar. Raisa nunca se daba por vencida y ella tenía que haber adivinado que iba a perder la última batalla en la guerra que ella misma había instigado.
—Yo también sé dejar notas de amor, querida. Es el primer mandamiento en la escuela de mujeres. No sabía que tú te hubieses decidido a tornar un cursillo acelerado al respecto.
Christel enmudeció. Llenó una tetera de agua caliente y la puso al fuego, intentando ignorar desesperadamente la presencia de Raisa.
Ésta apagó el cigarrillo en la pila apartando ligeramente a Christel y se quedó junto a ella. Christel sintió por un momento que el contacto de Raisa abrasaba, que la quemaba la piel haciéndole daño.
—A juzgar por el desorden de la cama —comenzó a decir Raisa con un tono de voz sibilante y amenazador—, diría que ese curso que has tomado es muy efectivo... La pequeña Christel, el pequeño campeón, ha aprendido muy rápidamente a utilizar sus armas... Dime... ¿Te pidió Erich que le besases el pecho? ¿Te pidió que le acariciases los muslos?... Yo podría decirte unas cuantas cosas que hacen de él un títere... Erich es un hombre terriblemente apasionado. Hay determinados juegos que le vuelven loco y le dejan a merced de tu voluntad, Chrístel.
Christel sonrió amargamente y sintió que la ira reemplazaba a la vergüenza y a la humillación.
—Yo no quiero entre mis brazos a un hombre sin voluntad. Quiero a Erich —dijo orgullosa, levantando la cabeza y sosteniendo la intensa mirada de Raisa.
—Pero él quizá no te quiera a ti... ¿Pensabas que me iba a olvidar tan fácilmente? ¿Sigues dispuesta a luchar contra mí?
Christel enmudeció, se mordió el labio inferior y miró la tetera, como si el momento en que ésta comenzara a silbar representase su salvación.
—Erich y yo vamos a huir, Christel. He confesado a Uwe la verdad... Que nos amamos, que nos conocíamos ya cuando yo me prometí con él... Uwe lo entendió... Erich es su hijo, su primogénito... su heredero.
Christel miró un momento a Raisa, con una mirada que reflejaba todo su odio y todo su rencor y ésta pareció crecerse.
—¿Creías que iba a doblegarme? —continuó Raisa—. Yo no seré un juguete entre tus manos o entre las manos de tu madre. No tengo nada que ocultar. Erich sabe cómo soy y Uwe ya sabe la verdad... Eso es lo que tú llamas lealtad. ¿No es cierto? Te he vencido con tus propias armas.
Christel fue a protestar, pero el silbido de la tetera ahogó su protesta.
Realmente, Raisa tenía razón. Si ella hacía frente a la verdad, si no temía quedarse sin el patrimonio y la influencia de Uwe, el poder que Christel creía tener sobre ella por saber la verdad se desvanecía como por encanto. Por otro lado, si Erich había vuelto a depositar en Raisa su confianza, Christel va no podría hacer nada más para convencerle de que debía mantenerse alejado de ella. Definitivamente, había perdido aquella batalla.
—Vete, Christel —dijo Raisa, quitándole la tetera de las manos y señalándole la puerta—. Erich y yo nos quedaremos un par de días hasta que decidamos dónde vamos a vivir —Raisa sonrió aviesamente y señaló imperceptiblemente el dormitorio—... Tal vez nos quedemos en este paraje idílico. Para mi será un placer afrontar el reto de borrar la huella que has dejado tú en el lecho de Erich con mi propia presencia. Créeme. No me será difícil.
Christel sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Aquello era más de lo que podía soportar. Había rozado la felicidad con las manos para, al despertar, encontrarse con que la persona a la que más temía, a la que más odiaba, estaba sosteniendo el delgado hilo que la unía a lo que más amaba. No sabía si le dolía más aquella humillación o la certeza de saber que no podía hacer absolutamente nada por evitar que las vidas de las personas a las que más quería fueran a hundirse alrededor. Uwe no se recuperaría y Erich tendría que aprender a vivir sabiendo que había quitado de las manos de su padre la última oportunidad para ser feliz.
Como si no pudiese resistirse a una última, pequeña y mezquina venganza, Christel, que va estaba en el umbral de la puerta de la cocina, hasta la que había retrocedido casi sin darse cuenta, se volvió hacia Raisa.
—No dudo que tu pericia como amante le haga a Erich volverse loco y borrar cualquier otro abrazo que haya recibido antes, Raisa —a medida que hablaba, Christel encontró una extraña fuerza dentro de sí. Una fuerza poderosa que sabía que la haría levantarse después de la caída—. Lo que francamente sí dudo es que puedas borrarme por completo del corazón de Erich. Yo le brindé mi amistad, mi amor, toda mi persona sin esperar nada a cambio,.. En. cambio, en lo que se refiere a ti, a Erich siempre le quedará la duda de si no has esperado a saber que tu posición no empeoraría para decidirte a decirle que le amabas.
—La duda es excitante, Christel —sonrió Raisa—. Lo peor de las personas como tú es que están siempre convencidas de que sólo se puede vivir con la verdad, la seguridad y la honestidad... Es mucho más excitante vivir en la cuerda floja, despertarte y no saber dónde te encuentras, buscar en el lecho a la persona que amas y no saber si estará o no estará... Eso es algo que te hace apurar cada instante como si fuese el último... Como si cada momento fuese un regalo precioso e irrepetible... Y, de verdad, Christel, eso es algo que tú nunca podrás dar a Erich.
Christel sonrió amargamente, pero no se movió del umbral.
—¿Y si supieses que Erich corre un peligro espantoso? ¿Cómo sabrá él que tú vas a ir en su ayuda? ¿Crees que se puede vivir eternamente pensando que quien duerme a tu lado puede convertirse en tu enemigo?
—Erich nunca podrá esperar nada de mí —dijo Raisa, con gesto triunfante—. Sabe que puede perderme y no dejará nunca de luchar... Por otro lado, ¿qué puede perder él? Tú siempre estarás esperando el momento en que yo me vaya. Te precipitarás sobre él y volverás a ofrecerle tu consuelo con la certeza de que, si yo regreso, volverás a perderle una vez más.
Christel negó con la cabeza, como si no pudiese creer que existiesen mujeres como Raisa, y hombres como Erich, capaces de amarlas.
—¿Te irás ahora, Christel? —preguntó Raisa, repentinamente desafiante—. Empiezas a colmar mi paciencia. Ya he tenido demasiada contigo, querida.
Como Christel no se movía, Raisa se volvió hacia ella, La tetera, con el brusco movimiento se cayó y el agua hirviendo se derramó sobre el suelo. Raisa se apartó justo a tiempo.
—¿Estás esperando que llegue Erich para despedirte de él una vez más, para mendigar que te dé un poco de su cariño, para pedirle por última vez que abra los ojos y me abandone?
Christel frunció el ceño y midió a Raisa. Después pronunció las sílabas, muy lentamente:
—¿Por qué tienes miedo de que le espere, Raisa? ¿Hay algo que él o yo no debamos saber? ¿Has vuelto a contar distintas versiones de los mismos hechos y tienes miedo de que las contrastemos? ;Qué le has dicho exactamente a Erich%
Raisa sonrió y se dirigió hacia Christel, deteniéndose frente a ella y esperando a que le franquease el paso.
—Que hablé con Uwe y le confesé la verdad... Eso es todo. Erich me contó lo vuestro y me dijo que no quería estar aquí cuando regresases, que no deseaba hacerte más daño.
Christel sonrió amargamente y se frotó los ojos, como si así pudiese reprimir en ellos la mirada de dolor y angustia que afloró a ellos.
—Márchate ahora. Christel —volvió a repetir Raisa con voz amenazadora—. Ya nos has hecho bastante daño. Erich quiso encontrarme para contarme la verdad de quién era y tú lo impediste. Nunca te lo perdonaremos.
Christel se dio la vuelta y se dirigió a su habitación, dispuesta a recoger sus cosas. Raisa la siguió y dijo con voz gélida:
—Te enviaremos todo cuanto tengas tuyo aquí. No hace falta que te detengas a recogerlo. No estoy dispuesta a quedarme con nada que sea tuyo.
Christel bajó los ojos y, dudando un momento, depositó las llaves del auto de Erich sobre la mesa del comedor.
—Tampoco yo estoy dispuesta a quedarme con nada que sea vuestro, Raisa. Adiós.
Christel se ajustó la ligera cazadora que llevaba y, tomando su gorra de béisbol del perchero de la entrada, se la caló hasta las cejas y se dispuso a caminar hasta la estación de ferrocarril más próxima. Un paseo de una hora larga.
A medida que se alejaba por el sendero, sintió el impulso de volverse a mirar a la cabaña, pero sabía que Raisa espiaba sus pasos y que interpretaría su gesto como una señal de nostalgia.
Cuando Christel ya había caminado diez minutos, se metió las manos en los bolsillos de la cazadora y descubrió con estupor que se había olvidado en ellos la venda y la pomada. Luchó unos instantes consigo misma y después decidió regresar a la cabaña. Podía dejarlos en el interior del auto, que no había cerrado.
Christel volvió sobre sus pasos y, cuando ya avistaba la cabaña a unos cien metros, vio que Erich se acercaba cojeando hasta la entrada. Christel sintió de repente un temor irracional, pero Erich levantaba la mano, corno si la llamase.
Christel aceleré el paso y Erich subió los escalones de la entrada, apoyándose en la columna que franqueaba el paso a un pequeño porche.
—¿De dónde vienes, Christel? —preguntó Erich cuando la joven ya podía oírle.
—Yo... sólo volvía para darte... —Christel metió las manos en los bolsillos de la cazadora y le enseñó la pomada y las vendas— esto.
—¿Has visto a Raisa? —le preguntó Erich con un tono de voz que no dejaba entrever que entre todos ellos fuera a desencadenarse una ruptura definitiva.
—Sí... Ya me lo contó todo.
—¿Y bien...? —preguntó Erich haciéndole una seña para que se acercase.
—Erich —Christel desvió los ojos y sonrió de predio lado, bajándose la gorra para que él no pudiese mirarla—, ya me marchaba... No quiero interferir... No sé cómo pudo suceder... Yo nunca sería un obstáculo para tu felicidad si me hubieras dicho que estabas decidido a...
—¿De qué demonios estás hablando, Christel? ¿Por qué te ibas? ¿Pensabas dejarme solo sin una nota, sin un aviso, sin despedirte de mí? —Erich había elevado el tono de voz y su enfado era evidente. Christel le miró sin comprender y repentinamente se puso furiosa. No podía soportar que siguieran jugando con ella, que siguieran manejándola al antojo de cada uno como si sus sentimientos no valieran tanto como tos de los demás.
—¿De qué estás hablando tú, Erich? ¿Crees que iba a quedarme aquí a esperarte, a ver cómo abrazabas a Raisa en mi presencia, a que le declarases tu amor con testigos para hacer un juramento eterno? ¿Hasta qué punto piensas que puede llegar mi paciencia? ¡Ella ha visto la nota que yo te dejé! ¡Nunca me había sentido más humillada en mi vida! ¿Crees que iba a dejarte otra nota en la que dijera: «Lo siento, Erich, te sigo queriendo, pero tú quieres a Raisa...»?.
Erich avanzó hacia ella y Christel retrocedió.
—¡No pienses que voy a sufrir eternamente, Erich! —exclamó Christel, sintiendo que no era dueña de sus emociones, que necesitaba volver a alzar un muro entre ellos para correr a esconderse tras él—. Todos nos recuperaremos... Tío Uwe se recuperará, yo volveré a mi trabajo... La vida continuará. Los cielos y la Tierra no temblarán en sus cimientos por el hecho de que tú ames a Raisa...
Erich apartó los ojos y señaló el sendero.
—Nunca confiarás en mí, ¿verdad? Siempre, en el fondo, me considerarás un inmaduro, un hombre que se deja arrastrar y que no es capaz de decidir por sí mismo —Erich negó con la cabeza Y sus facciones se endurecieron—. Lo más triste, Christel, es que tampoco confiarás nunca en ti... Piensas que tienes que darlo todo para que alguien te aprecie por lo que realmente eres... Estás tan preocupada por ganarte la aprobación y el amor de alguien que no eres capaz de distinguir cuándo alguien quiere también darte un poco. El amor no es un partido, Christel. Me temo que tendrás que aprender en el futuro para comprender que hay que jugarlo en un equipo de dos.
Christel parpadeó, intentando contener sus lágrimas. Las palabras que Erich pronunciaba le dolían más que cualquier otra ofensa de las que había recibido antes de labios de Raisa.
—¿Por qué te crees con derecho a insultarme, Erich? Tal vez he estado muy preocupada por darte todo, por demostrarte que merecía un poco de tu amor, pero lo que ha sucedido es que siempre he tenido la sensación de que el tiempo jugaba en contra mía. Podía hacer todas las hazañas del mundo... Siempre se me adelantaba otra mujer, siempre te fijabas en otra persona. Cuando yo corría en una dirección, tú ya regresabas de otra distinta,
Erich suspiró y señaló la puerta de la cabaña.
—Si no crees que podríamos discutirlo aquí dentro ¿Por qué tienes ahora también la sensación de que el tiempo juega en contra tuyas ¿Crees que tengo prisa por algo?
Christel no pudo contenerse, se abalanzó sobre Erich y comenzó a descargar su ira con los puños, golpeándole en el pecho.
—¡Maldito cínico! ¡Cretino! ¿Qué te has creído que soy? ¿Piensas que voy a pasar ahí dentro para que los dos os podáis reír de mis sentimientos? ¿Piensas que voy a volver a sentarme junto a Raisa para que tú puedas compararnos? ¿Para ver cómo la miras a ella con ojos rebosantes de amor y de admiración?
Erich se echó a reír y Christel dejó caer la cabeza sobre su pecho, sollozando desconsolada. Erich la abrazó, le quitó la gorra de béisbol y comenzó a acariciarle el cabello.
—Raisa va se fue, Christel. ¿Por qué piensas que estará allí dentro? Tío Uwe y ella han roto su compromiso. Claudia le hizo ver a él que Raisa era demasiado joven, que si realmente la amaba corno decía, debía renunciar a ella y dejarla volar.... Raisa vino a despedirse.
Christel dejó de llorar y se apartó un poco de Erich, mirándole a los ojos.
—Raisa no vino a despedirse, Erich. No me mientas —dijo ella con voz dura.
—Bueno... Realmente no fue así —dijo él, pasando un brazo por los hombros de Christel y empujándola al interior de la cabaña—. Raisa vino a decirme que va no había nada que nos pudiese impedir volver a estar juntos. Yo le dije que tal vez no por su parte. pero sí por la mía. Le dije que había nacido algo entre tú y yo y que había comprendido que lo único que me arrastraba hacia ella era la pasión. Una pasión que ya no sentía.
—Pero...Entonces...
—Raisa comprendió mis razones. Lo único que me pidió fue que la dejase despedirse a solas de ti... Pero, por lo que veo, hizo contigo un trabajo mucho mejor de lo que lo llegó a hacer conmigo.
Christel, sintiéndose una estúpida, se cubrió el rostro con la gorra.
—Puedes mirar, Christel. Raisa ya no está. Ha dejado una nota dirigida a los dos.
Christel tiró la gorra hacia un sillón y leyó, estupefacta:
No quiero arrebataros nada que sea vuestro, pero me es difícil acostumbrarme a la idea de que he perdido lo que era sólo mío.
—No entiendo... Ella me dijo... Me aseguró que tú y ella... Erich obligó a Christel a mirarle y le puso las manos sobre los hombros.
—Raisa nunca podrá darse por vencida... Parece ser que la única persona que llegó a calar en ella fuiste tú. Ella reconoció en ti a la única persona que podía vencerla y no quiso marcharse sin tener al fin la sensación de que te había derrotado... Lo que más siento, Christel, es que ha sido verdad. Raisa te ha vencido. Ella ha conseguido que pudieran más sus palabras que lo que tú sientes por mí o lo que yo he intentado transmitirte de unís sentimientos. Finalmente, aun no confiando en ella, has creído en Raisa en lugar de creerme a mí.
Christel bajó la cabeza y se mordió el labio inferior. Erich seguia hablando:
—No obstante, debo decir que agradezco infinitamente a Raisa el que haya venido esta mañana y haya sembrado esta confusión. Cuando ella me propuso que reanudáramos nuestro romance, yo vi claramente que no la amo, que sólo soy capaz de sentir amor por ti... .Aunque a lo largo de estas horas he pensado mucho en que nunca había sido capaz de tomar la iniciativa y eso me hizo dudar. Todo había sido demasiado fácil para apreciarlo realmente. "Como esta noche he pensado que yo era débil y tú siempre has sido la fuerte en nuestra relación, la que había luchado contra todo y contra todos. Me alivia pensar que tú también eres capar de sentirte vencida por un instante, Christel me da confianza en nuestro futuro. A partir de ahora se que los dos tendremos que avanzar por igual, que los dos podemos flaquear... Que tú también puedes estar en peligro y yo iré a salvarte. Yo, por ml parte, he salido victorioso en la primera tentación, en la que más podía torturarte.
Christel dio la espalda a Erich y se quedó con la vista fija en el suelo, intentando dominar sus emociones, intentando no ilusionarse demasiado sobre las palabras que oía. Erich la abrazó desde detrás y le susurró al oido:
—No te dejaré marchar, Christel. Vas a oírme bien. Estoy harto de esconder mis sentimientos por ti como si fuese un criminal. Estoy harto de que tú vaciles y de que no confíes en mí para mostrarme lo que realmente sientes, corno si yo no tuviera también sentimientos. Estoy harto...
—¡Erich Nuhlberger! ¿Te prohíbo que irle hagas los mismos reproches que yo te hice! —exclamó Christel. volviéndose hacia él y abrazándole—. Además, te queda toda una vida por delante para hartarte. Y si piensas que me he dado por vencida al final, de ahora en adelante sabrás lo que es no dejarte ni respirar...
—Eso es una amenaza en toda regla, veremos quién de los dos se harta primero, Christel. ¡Vamos! —dijo, señalándole la cocina—. Estoy hambriento y sigo inválido. Ahora te toca a ti, veremos después a quién de los dos le toca en las actividades que he programado para esta semana...
—¿Actividades? —preguntó Christel, dejándose llevar.
—Una cena familiar de compromiso para anunciar nuestro próximo enlace —comenzó a enumerar Erich—... Y muchos paseos por el bosque en busca de una hembra de jabalí.
—¿Nada más? —preguntó Christel.
—¡Oh, sí! Un desnudo completo incluyendo venda de mi tobillo por cada una de las noches que pasemos juntos desde ahora hasta el final de nuestros días.
—¿Y...?
—Ya veo que eres insaciable... Te contaré mi último plan... Descubrir cada día en ti a la mujer que una vez me ofreció consuelo y en la que sólo pude encontrar amor —concluyó Erich, besándola apasionadamente.
FIN