RIMRUNNERS (C. J. Cherryh)
Publicado en
febrero 03, 2013
Título original: Rimrunners
Traducción: Margara Auerbach
Diseño de la cubierta: Angels Buxó
Ilustración cubierta: J. Tucci
1era. edición: mayo 1991
© 1989 C. J. Cherryh.
@ 1991 Ediciones B. Nova Ciencia Ficción nº 36.
ISBN: 84-406-1973-1
Depósito legal: B. 8.328-1991
Presentación
Creo que ya no es necesario presentar en España a C. J. Cherryh, una de las autoras fundamentales en la ciencia ficción de los años ochenta.
Tras merecer el premio John W. Campbell al autor más prometedor en 1977, en los últimos años ha obtenido ya tres premios Hugo con el relato Casandra (Hugo 1979) y con las novelas LA. ESTACIÓN DOWNBELOW (Hugo 1982) j CYTEEN (Hago 1989), además quedó finalista cualificadísima en el Hugo de 1983 con EL ORGULLO DE CHANUR (que posiblemente no lo obtuvo debido al retorno de Asimov a su famosa serie de la Fundación,).
No cabe duda de que Cherryh, junto con Orson Scott Card y David Brin (ambos galardonados también con dos premios Hugo a la mejor novela en la pasada década), ya forma parte del pequeño grupo de triunfadores con el que atribuir nombres propios al gusto popular de los lectores de ciencia ficción durante los años ochenta.
Los títulos citados tienen en común un mismo ámbito de referencia: los confines y fronteras de una cultura de alcance galáctico, la zona marginal y fronteriza con lo desconocido, proclive a todo tipo de aventuras y situaciones peligrosas. En distintos lugares y tiempos de ese universo del futuro transcurren las narraciones de LA ESTACIÓN DOWNBELOW, Merchanter's Luck, Forty Thousand in Gehenna, CYTEEN y también de otras novelas menores de Cherryh. A ese mismo universo narrativo retorna RIMRUNNERS con una visión un tanto pesimista, y a la vez muy humana, de la vida de quienes trabajan en las naves que surcan esa porción de galaxia erosionada por las guerras y los enfrenamientos políticos y comerciales.
En ese universo sometido ahora a la lucha entre la Alianza y las naves de Mazina, la protagonista de RIMRUNNERS parece haber tocado fondo: sin trabajo, sin hogar, abandonada en Thule, una estación espacial destinada a desaparecer, se verá obligada a llevar una vida marginada de la que el crimen no queda excluido. Finalmente, la llegada de la Loki, una presunta nave mercante con dudosas cone-xiones con la Alianza y tal vez en misión de espionaje, le permitirá recuperar su trabajo como «maquinista» en una nave espacial, pese a su nebuloso pasado, su falta de documentos y la persecución legal de que es objeto en la estación Thule. Pero la huida de la estación espacial representa para ella la llegada a otro mundo más peligroso: la vida entre la tripulación de la Loki, la inserción en las rencillas internas y, tal vez, la necesidad de luchar contra sus propias naves, contra aquellos con los que ha deseado volver durante tantos años.
Toda una temática más que apropiada para el tratamiento de esa ciencia ficción de aventuras en la que Cherryh es ya una reputada especialista. Pero, en este caso, quedarse con la visión superficial de este esquema sería un error.
La space opera y la ciencia ficción de aventuras se consideran, a modo de cliché, como un subgénero de la ciencia ficción orientado con preferencia a un lector adolescente. Suele ser así en muchos casos, sobre todo en la vieja space opera, pero no en esta novela de Cherryh. De hecho, como ha indicado Paren Miller en Locus, RIMRUNNERS es en realidad una novela acerca de la madurez y está dedicada al lector adulto.
La heroína, Bet Yeager, tiene ya 37años y ha evolucionado mucho desde la adolescente que abandonó un planeta minero para unirse a las naves de Mazina. Cuando la encontramos en la novela es una veterana, refugiada a su pesar en una estación espacial condenada, donde espera una nave, cualquier nave, para volver a su antigua vida entre las estrellas. El mundo en que se mueve Yeager no es lineal ni simple como el que era habitual en la vieja space opera. Es el mundo problemático de los marginados, tanto en Thule como en el seno de la tripulación de la Loki. Sus reacciones son las de un adulto, las de una veterana que sabe asumir su condición y adaptarse a las situaciones en las que se ve envuelta, sin temor a recurrir a soluciones extremas. Yeager usará tanto la fuerza como la habilidad diplomática, la empatia y su experiencia entre grupos de seres endurecidos por los avatares de una vida difícil entre la tripulación de una nave espacial, en una zona sometida a los peligros y las tensiones de la guerra. Este aspecto de la novela ha recibido una favorable acogida. Por ejemplo, un autor como John Dalmas ha escrito:
¡RIMRUNNERS me gustó mucho! Bet Yeager es un personaje maravillosamente construido, real en sus cualidades y en sus debilidades... No menos real es la Loki una nave de guerra disfrazada de mercante. Uno casi juraría que Cherryh ha navegado en una nave como ésa.
Esa sensación de realismo es la que destacan la mayoría de comentaristas y críticos, así como otros escritores de ciencia ficción. Prueba de ello son las palabras de Jack McDevitt (autor de EL TEXTO DE HÉRCULES, que obtuvo el premio Philip K. Dick en 1986):
RIMRUNNERS parece estar todo lo cerca que puede concebir de la realidad de navegar en una nave espacial. A pesar de la deslumbrante colección de hardware futurista, se trata de una novela sobre la amistad y el compromiso en un universo violento y sombrío..., trazada con pasión y brillante perspicacia psicológica.
En resumen, tras su lectura, es fácil concluir que RIMRUNNERS es una novela que se encuadra sin obstáculos en la ciencia ficción de aventuras y que resulta entretenida por el ritmo de la acción, las tensiones y las intrigas, pero no debe olvidarse su especial interés por los personajes, las situaciones en que se encuentran y la forma en que reaccionan ante ellas. Una buena muestra de la mejor space opera moderna. Una vertiente de la ciencia ficción en la que Cherryh es una consumada especialista.
Para finalizar, un comentario acerca de la conservación del título en inglés. En realidad «Rimrunners» es un neologismo que designa a quienes se mueven (runners) en esa zona fronteriza (rim) de la civilización en donde transcurre la novela. Puede aplicarse tanto a las naves que surcan esa zona del espacio, como a los mismos personajes que navegan en ellas, unos nuevos marginados del mundo del futuro que nos describe Cherryh. Pero el título en inglés sugiere también acción y cierta sensación de peligro y aventura. Todo ello resulta, casi imposible de transmitir con la misma intensidad en una versión en castellano. La traductora sugería títulos como «Las naves de la frontera» o «En las fronteras del universo», pero no me han parecido adecuados.
Por una parte, me gusta pensar en la ambigüedad del original: «Rimrunners» puede referirse tanto a las naves como a la marginación de sus tripulantes. Por otra, las propuestas anteriores no logran comunicar esa sensación de aventura y peligro. Y, en realidad, a mí no se me ha ocurrido ninguna mejor.
Además del precedente del Blade Runner de Ridley Scott (que tampoco se tradujo al castellano), hay otra razón de peso que me ha llevado a mantener el título original. Se trata del hecho de que Cherryh ha optado, en los últimos años, por titular sus novelas con una única palabra. Así sucede en CYTEEN (1988), RIMRUNNERS (1989), RUSALKA (1989) y CHERNEVOG (1990). Ello me ha servido de excusa suficiente para conservar ese sugerente encabezamiento en inglés. Siempre he creído que los editores deberían respetar al máximo la voluntad de los autores y, en definitiva, eso es lo que he hecho al dejar RIMRUNNERS como título de esta novela.
Que ustedes la disfruten.
MIQUEL BARCELÓ
La posguerra
De: Las Guerras de las Compañías,
De Judith Nye.
2534: Servicio de Prensa de la Universidad
de Cyteen, Novgorod, U. T.
Departamento de Información, referencia
# 9795 89 8759
En el 2353, cuando la Flota de la Compañía Tierra huyó de Pell bajo el mando de Conrad Mazian, el temor de Unión y Alianza era que Mazian se retirara hacia Tierra y utilizara los vastos recursos humanos y materiales de ese planeta. Así que la prioridad estratégica consistía en negarle ese refugio a la Flota.
Enseguida quedó claro que las megacorporaciones de la Estación Sol, que habían construido la Flota, no secundaban a Mazian en su intento de llevar la guerra al sistema Solar; y la llegada de las naves de guerra de Unión antes de que Mazian pudiera efectuar las mínimas reparaciones obligó a éste a realizar una segunda retirada.
Las naves de Alianza, que penetraron en el sistema Solar tras la flota de Unión, iniciaron negociaciones inmediatas para convencerá Tierra de que entrara en Alianza. Las naves de Unión, que volvían de la batalla, ofrecieron pactar en términos similares. Los gobiernos de Tierra vieron en esta rivalidad una situación que no exigía capitulación a ninguna de ambas partes; y en realidad, a pesar de que había sido la política fragmentaria y fragmentadora de Tierra la que había provocado las Guerras de las Compañías, fue la larga experiencia terrícola en diplomacia la que permitió establecer una paz razonable y aseguró la supervivencia de Alianza.
En realidad, puede afirmarse que sin la independencia de Tierra, Alianza no hubiera podido mantenerse como entidad política, y sin Alianza, Tierra no habría podido sostener su independencia. Alianza, que en aquellos tiempos sólo abarcaba un sistema estelar, Pell, reclamó inmediatamente las Estrellas Hinder, que habiendo sido abandonadas, constituían un puente de puntos de masa muy cercanos unos de otros que unían Pella Tierra y prometían crecimiento económico para la recién nacida Alianza.
Unión, que había salido de la guerra con su industria intacta, reclamó las estaciones estelares más cercanas, devastadas por el conflicto bélico, Mariner y Pan—Paris, simplemente porque era el único gobierno capaz de afrontar el impresionante costo de reconstrucción que suponía.
Además, ofreció repatriación, transporte gratis y acciones de la estación a ciertos refugiados de las estaciones que habían sido evacuados en dirección a Pell, específicamente a aquellos que poseían habilidad técnica y que no habían logrado ganancias con métodos criminales como era frecuente en la zona de cuarentena de Pell (zona Q). Este programa de repatriación, propuesto por el presidente de Unión, Bogdanovitch, y por el canciller de Defensa, Azov, llevó a todo un grupo de refugiados hábiles y educados a Unión y, en acuerdo tácito con algunos teóricos, dejó en manos de Alianza el problema de qué hacer con aquellos que Unión consideraba indeseables.
La Estación Pell tampoco tenía capacidad para absorber un número tan elevado de personas sin entrenamiento, esperanzas ni moral
La solución de Alianza fue ofrecer acciones y transporte en condiciones similares para poblar las siete pequeñas estaciones que había reclamado en las Estrellas Hinder.
Mientras tanto, los aliados confiaban en que la Flota de la Compañía se hubiera quedado sin combustible, sin destino y sin posibilidades de regresar desde el espacio profundo, pero, evidentemente, Mazian había huido de Sol hacia alguna base secreta, si bien todavía es un misterio el punto de masa que pudo haberla acogido. Los partidarios de Mazian regresaron a Sol por sorpresa, pero gracias a las fuerzas aliadas que habían quedado de guardia permanente en el sistema, tuvieron que huir nuevamente hacia el espacio profundo.
Después de esta escaramuza, la estrategia adoptada por Unión fue privar de suministros a Mazian, obligándolo a refugiarse en el espacio profundo del otro lado de Sol. Unión consideraba que la reapertura de las Estrellas Hinder y la reanudación del comercio con Tierra constituían una fuente potencial de suministros para Mazian, ya que durante todo el período terminal de la Guerra había aprovisionado su flota mediante ataques a las naves mercantes; pero la recién nacida Alianza, que sólo contaba con las Estrellas Hinder y su proximidad a Tierra como punto de apoyo para su propio comercio, decidió arriesgarse a provocar una protesta de Unión.
El grupo que partió a reabrir esas estaciones abandonadas era extraño y heterogéneo: aventureros, supervivientes de la zona de cuarentena, siempre sacudida por rebeliones y guerras intestinas y unos pocos que abrigaban el sueño de un nuevo Gran Círculo de comercio...
Alianza ofreció incentivos a las pequeñas naves cargueras marginales para que tomaran esas rutas peligrosas, proporcionando así una posibilidad de supervivencia a las naves que hacían renacer lentamente el comercio de la posguerra. Sin embargo, Alianza no contaba con el descubrimiento de un punto de masa cercano a la Estrella de Bryant que hacía posible rodear cuatro de las estaciones que se acababan de reabrir, pero sobre todo, no contaba con la competencia de los supercargueros construidos por Unión, como el Otra vez Dublín, que pronto tomaron las rutas de largas distancias de Unión; eran naves que podían obviar el paso por las Estrellas Hinder, a través del pequeño Punto Gaia que antes había resultado inalcanzable para un carguero...
1
Iba al Registro todos los días y empezó a observarla: era una mujer alta, delgada, poco notable entre tantos otros que buscaban trabajo, hombres y mujeres que habían aterrizado en Thule, hombres y mujeres que habían llegado al final de toda esperanza y esperaban un nuevo comienzo en alguna parte, en alguna otra estación o a bordo de una nave que llegara a puerto y comerciara en los días de la segunda decadencia de Thule.
Llevaba un traje de salto casi transparente, un traje que alguna vez había sido azul y había perdido su brillo original, pero que todavía estaba limpio. Tenía el cabello rubio, cortado en los costados y por detrás, una mata harapienta de mechas lacias que crujían con la estática. Entraba todos los días en el Registro y firmaba la solicitud: Elizabeth Yeager, navegante, maquinista, temporal; y se sentaba con las manos cruzadas en una mesa del fondo. Generalmente se quedaba sola y evitaba la charla mirando con firmeza y severidad a los que se le acercaban, y todos la dejaban en paz. A las 17 00 del día principal se cerraba el Registro, y ella desaparecía hasta la próxima firma, a las 08 00 del siguiente día principal.
Día tras día. Acudía a algunas entrevistas y a veces conseguía un trabajo temporal desapareciendo uno o dos días, pero siempre volvía, segura como el curso de Thule alrededor de su estrella sombría y sin comercio. Se sentaba en el mismo sitio y esperaba, sin expresión en la cara. El resto de clientes iban y venían, partían hacia otros destinos, hacia empleos en naves que tocaban puerto o a pagar con su trabajo el pasaje en las pocas que llegaban. Pero Elizabeth Yeager no.
Así que el traje de salto —que parecía el mismo día tras día— perdió su brillo, empezó a colgarle suelto alrededor del cuerpo; ahora caminaba más lentamente que antes, todavía derecha, pero con una especie de debilidad al andar. Se sentaba en el mismo sitio, frente a la misma mesa, como siempre, pero en esos últimos días, Don Ely había empezado a fijarse en ella y a calcular cuánto tiempo hacía que venía, entre los períodos de trabajos temporales y las solicitudes de empleo.
La observaba al salir en las tardes de los días principales y la veía llegar para firmar a la mañana siguiente, una más de los cuarenta y siete solicitantes. Esta vez era fin de semana, no había naves en el puerto, poco comercio en los muelles, nada en la agonizante economía de Thule como para ofrecer siquiera un empleo temporal. En aquellos tiempos Thule se hundía en una sensación de desesperanza creciente, de futuro cada vez más exiguo, de acercarse a una larga noche, todavía más larga que la primera, cuando el descubrimiento de la tecnología MRE (más rápida que la luz) había cerrado la estación por primera vez. Ahora corrían rumores de otro cierre inminente, tal vez de poner a la Estación Thule rumbo al Sol, incluso de vaporizar el metal, porque resultaba antieconómico tratar de arrastrarlo para reciclarlo y porque lo más que se podía esperar de Thule era que no renaciera como base de Mazian.
Nada en el puerto, ningún trabajo en la estación, excepto los que eran absolutamente necesarios para mantener un estado mínimo de funcionamiento.
Don vio a la mujer dirigirse a su mesa acostumbrada, a su asiento de siempre, desde donde podía observar el monitor de las noticias, el reloj y el mostrador.
Ely fue hasta la estación de trabajo, detrás del mostrador, se sentó y pidió el expediente: Yeager, Elizabeth A., maquinista, carguero, 20 años.
¿Más?, preguntó el ordenador. Él quería más.
Nacida de una navegante en el carguero Cándida, ciudadanía Alianza, edad 37, nivel de educación 10, no hay parientes, empleo previo: varias naves, mantenimiento del sistema interno, Pell. Mientras leía el informe de trabajo sobre el escritorio, recordó a otros que habían llegado con una categoría semejante. Esa gente había conseguido empleo en Thule, en el sistema interno —el mantenimiento de los pocos sistemas de conexión de Thule requería una atención constante—, y reunían una cantidad respetable de créditos; o bien se habían embarcado hacia Pell o Venture. Pero Yeager sólo encontraba trabajos de limpieza, o se metía en esto o en aquello cuando alguien enfermaba. Era evidente que durante todo ese tiempo esperaba que se le presentara algo mejor. Pero en esos días no había nada.
Durante toda la tarde estuvo observándola en su asiento hasta que se cerró el Registro; la vio levantarse y caminar hacia la puerta, con el paso un poco desequilibrado. Podría haberse pensado que estaba borracha, pero sabía que no se había movido de la silla en todo el día. Era otro tipo de temblor que agitaba esa espalda endurecida. Drogas, tal vez. Pero hasta entonces no había notado nunca una mirada extraviada en aquellos ojos extraños.
Se inclinó sobre el mostrador.
—Yeager —dijo.
Ella se detuvo en el umbral y se volvió. Tenía el rostro cansado, demacrado; al contraluz no muy brillante de los muelles del exterior, parecía mucho más vieja que los treinta y siete que indicaba el informe.
—Yeager, quiero hablar con usted.
Ella se volvió despacio, menos temblorosa, pero con esa mirada perdida que revelaba claramente que no esperaba otra cosa que problemas. Cuando estuvo más cerca, junto al mostrador, Ely vio que tenía cicatrices: dos en forma de estrella sobre el ojo izquierdo; una larga en el derecho y otra en el mentón. Y los ojos... Primero creyó que estaba frente a una mujer con problemas, pero ahora sentía que era él quien tendría problemas por haberla dejado acercarse tanto. Ojos como heridas abiertas. Ojos en los que ya no había rastro de esperanza, ni de fe.
—Quiero hablarle —dijo él. Ella lo miró de arriba abajo dos veces, y asintió sin decir nada; la condujo hacia su oficina por el pasillo interno de paredes de vidrio. Volvió a encender las luces.
Tal vez ella estuviera pensando en su seguridad, de lo que no había duda era de que él pensaba en la suya, y en el peligro que suponía para su carrera llevarla allí después de la hora de cierre. Empujó el comunicador sobre el escritorio, hizo un gesto para que Yeager se sentara en una silla y se acomodó tras la protección del comunicador. Esperaba que la otra empleada del Registro no se hubiera marchado.
—¿Nan, Nan? ¿Estás ahí todavía?
—Sí.
Era un alivio.
—Dos tazas de coca, Nan, con mucho azúcar. Y muchas gracias, no olvidaré este favor. No te importa, ¿verdad? Hubo una pausa.
—¿Azúcar en las dos?
Él nunca ponía azúcar en la coca.
—Tráelas, ¿quieres? ¿Tienes galletas? Otra pausa. Ea voz seca, dura:
—Voy a ver si hay.
—Gracias. —Él se reclinó en su silla y miró la cara amargada de Yeager—. ¿De dónde es usted?
—¿Es por un trabajo?
Ea voz era ronca. Ea mujer olía a jabón, a desinfectante de baño público; le costó reconocer el olor. Bajo la luz, las mejillas se veían vacías y el sudor brillaba sobre el labio superior, un síntoma de poca salud.
—¿Cuál fue su último empleo?
—Maquinista. En el carguero Ernestina.
—¿Por qué lo dejó?
—Trabajaba para pagarme el pasaje. Eran tiempos duros. No pudieron llevarme.
—¿Y la dejaron aquí, en Thule? —Era algo muy duro para hacérselo a un miembro del personal; tal vez, por una u otra razón lo hubiera merecido.
Ella se encogió de hombros.
—Cuestión de economía, supongo.
—¿Qué busca?
—Carguero, si puedo. Pero sistemas internos estaría bien. Se le iluminó la cara con algo así como una esperanza muy pequeña. Ely se sintió culpable de haberle creado esa ilusión falsa.
—Eleva mucho tiempo aquí —dijo él, y agregó con rapidez para aclarar las cosas—: No tengo nada. Pero en la estación hay trabajo. Ya sabe que puede quedarse. Tendría lo básico: refugio, comida y cancelación de las deudas en el caso de que se cierre la estación. No hay mucha gente por aquí y la comida es muy mala, pero puede elegir habitación en cualquier lugar de la estación. Una maquinista... podría conseguir mucho más que eso, si fuera buena.
Ella negó con la cabeza.
—¿Por qué?
—Soy navegante —respondió.
Ely no podía entenderlo. Lo había oído miles de veces; gente que prefería morirse de hambre a entrar en una estación, aceptar un trabajo y recibir raciones. Eran los que preferían las drogas o el suicidio antes que perder la prioridad en la lista de solicitantes del Registro, esa pequeña ventaja que suponía ser el primero en las entrevistas.
—¿Papeles? —preguntó, porque el informe sobre ella no decía nada acerca de eso, desperfectos en los ordenadores, nada extraño en los sistemas mal mantenidos de Thule.
Ella se palpó el bolsillo, pero no hizo gesto de mostrarlos.
—A ver —dijo él.
Sólo entonces, la mujer los sacó y se los dio; la mano le temblaba como la de una anciana.
— Mi nombre es Don Ely —comentó en tono normal al darse cuenta de que no se lo había dicho. Miró el papel doblado. No era oficial como debería, solamente una carta.
A cualquier capitán:
Esta carta tiene como objeto atestiguar el buen carácter y servicios de Bet Yeager, que se embarcó con nosotros desde el 55 al 56 y pagó su pasaje con trabajo honesto de vigilancia y guardia en las cocinas y pequeños
arreglos de mecánica y mantenimiento general, años en los que ha demostrado muchas habilidades adquiridas bajo supervisión de otros navegantes capaces, que realizó con cuidado y perfección. Mi tripulación y yo mismo lamentamos que deje esta nave. Se pagó el pasaje y todavía tiene crédito en la computadora al descender.
Bet Yeager embarcó sin papeles bajo condiciones de emergencia y esta nave certifica que se la conoce como Elizabeth Yeager, cuyas huellas dactilares e IDs semejantes se ofrecen aquí como prueba. Sirvió honorablemente en la nave y por lo tanto, en virtud de mi autoridad, esto reemplaza la identificación perdida dado que ella jura ser Elizabeth Yeager de acuerdo a la Convención de Pell, artículo 10.
Firmado y Jurado por: T. M. Kato, capitán de A M Ernestina, última base, Pell.
E. Kato, capitán asociado.
Q. Jennet Kato, jefe de ingenieros, piloto.
Y. Kato, sobrecargo.
G. B. Kato, sobrecargo inferior, piloto.
R. Kato; W. Kato; E. M. Tabnz; K. Kato...
Miró del otro lado. Había más firmas. El papel envejecía en los bordes y las líneas de doblez.
No había ninguna otra hoja en la carpeta, nada oficial excepto el sello de la Ernestina y la fecha.
—¿Nada más? —preguntó él.
—La guerra —respondió ella, con su voz inexpresiva.
—¿Refugiada?
—Sí, señor.
—¿De dónde?
—De la Ernestina, señor —concluyó ella.
Una respuesta definitiva. «Vete a la mierda. Señor.»
Ely vio a Nan al otro lado de la pared de vidrio. Se acercaba por el pasillo con la bandeja. Ella lo miró discretamente, esperó a que le hiciera una seña con la cabeza y entró.
Yeager tomó la taza que le ofrecía con mano temblorosa. Ignoró las galletas y dejó la taza junto a ella sin probar.
—Aquí, por favor —dijo Ely a Nan señalando el lugar en donde quería que dejara la bandeja con las galletas. Tomó su taza y bebió un trago del líquido dulce mientras Nan dejaba todo junto a Yaeger—. Sírvase una —indicó a la mujer.
Ella le obedeció, tomó su taza y bebió un trago muy corto.
A la mierda contigo, decía su mirada. Claro que acepto la hospitalidad y mejor será que no creas que es caridad.
—Gracias —dijo Ely a Nan—. Quédate un poco, ¿quieres?
Nan lo miró considerando la propuesta y se retiró con una paciencia llena de irritación y preocupada. Nan tenía sus propios problemas: tal vez una cena a medio hacer en el horno, una cena que se enfriaría si esto se alargaba demasiado; tal vez una cita. Ely le debería un favor, por aquello, y pensó que obviamente era un tonto. Nan, veterana del Registro de Pell, había visto ya cientos de Yaegers mientras Ely se quedaba sentado en el esplendor insular de las oficinas de navegación de Mariner. Claro que había tipos raros en la oficina de Thule. Todos tenían problemas. Algunos incluso significaban problemas.
Ely depositó el papel sobre la mesa. Los ojos de Yeager siguieron el movimiento con el primer rastro de nerviosismo que había demostrado hasta entonces, y ahora que Nan se había marchado, volvió a levantar la vista para mirarlo.
—¿Cuánto hace que está aquí?
—Un año. Más o menos.
—¿Cuántos trabajos?
—No sé. Tal vez dos; o tres.
—¿Últimamente?
Un gesto negativo con la cabeza.
—Tal vez pueda encontrarle algo.
—¿Qué? —preguntó ella; la sospecha era instantánea.
—Mire —dijo él—. Se lo diré claramente. Ea veo acudir aquí..., hace ya mucho tiempo. Esto —sacudió el papel de la Ernestina—, esto dice que usted sabe trabajar. ¿Se lo muestra a la gente en las entrevistas?
Hizo un inexpresivo gesto de asentimiento con la cabeza.
—Pero rehúsa el trabajo en la estación. Volvió a negar con la cabeza.
—Esos papeles no dicen nada sobre un título. O acerca de un grado.
—La guerra —dijo ella—. Lo perdí todo.
—¿En qué nave?
—Cargueros.
—¿Dónde?
—En Marinen Pan—parís.
—Nombres. —Ely había nacido en Mariner. Era su hogar y conocía los nombres.
—Trabajé en muchas naves. Luego llegó la Flota y nos hicieron pedazos. Yo estaba en la estación. —No había pasión en su voz, tan sólo un recitar ronco, monótono, distante, que quebraba los nervios. Era un momento demasiado tenso, demasiados recuerdos, las naves de refugiados, el olor, la muerte.
—¿Qué nave la transportó?
—La Sita. Nombre correcto.
—No quedaron registros, ni papeles. —Apoyó la taza sin probarla, jugó con una galleta y se la metió en el bolsillo—. Los robaron, con todo lo demás. Gracias de todos modos.
—Espere —dijo Ely mientras ella se levantaba—. Siéntese y escúcheme, Yeager.
Se quedó de pie, mirándolo. Tenía el rostro cubierto de un sudor muy fino que brillaba en la oscuridad. La única luz provenía del escritorio iluminado en el cubículo siguiente, el de la oficina de vidrio de Nan.
—Sé lo que es eso —dijo él—. Estuve en la Perla. Entiendo lo que siente. También estuve en Q igual que usted. ¿Dónde vive ahora? ¿De qué? ¿Le pagan?
—Me las arreglo, señor.
Respiró hondo, levantó el papel y se lo ofreció. Ella lo tomó con la mano temblorosa.
—Así que cree que no es cosa mía. Así que no quiere ayuda. La veo venir aquí día tras día. Es una espera muy larga, Yeager.
—Sí —dijo ella—. Pero no hago trabajo de estación.
—Preferiría morirse de hambre. ¿Le ha ofrecieron algún otro tipo de trabajo?
—No, señor.
—¿Rechazó algún empleo?
—No, señor.
Hubiera aparecido en el informe: era ilegal rechazar trabajo si uno estaba en la indigencia.
—Entonces, fracasa en las entrevistas. En todas. ¿Por qué?
—No lo sé, señor. Supongo que no soy lo que buscan.
—Le diré lo que vamos a hacer, Yeager: va a limpiar esta oficina durante unas semanas, mantenga todo esto limpio y ayude a los secretarios. ¿Le parece bien un crédito por día?
—¿Y no pierdo mi puesto en la lista del Registro?
—No lo pierde.
Vaciló un momento. Después asintió.
—En efectivo —dijo.
Tenía que ser en efectivo. Ely también asintió. Ella había aceptado y ahora el problema era suyo, un problema de difícil solución; su esposa iba a mirarlo de arriba a abajo y a preguntarle qué mierda estaba haciendo, por qué le daba siete créditos por semana a una desconocida. Un puesto en el Registro de Thule no era un trabajo de lujo, y si la Sección Azul preguntaba, no sabría qué decirles. Probablemente estaba infringiendo reglas establecidas. Podía pensar en dos o tres de ellas en menos de un segundo.
Por ejemplo, tomar empleados sin autorización en una oficina de estación.
O no notificar a Seguridad sobre alguien que probablemente no pagaba lo que consumía. Era evidente que Bet Yeager no podía pagar una habitación. Tenía que ser una ilegal que tomaba suministros de la estación y no daba nada a cambio.
Día tras día en el Registro. Con el olor a jabón de los baños públicos.
Ely buscó en su bolsillo y sacó un billete de veinte. No encontró cambio. Se lo ofreció, aunque hubiera preferido que no fuera tanto.
—No, señor —dijo Yeager—. No sé dónde voy a estar dentro de veinte días. Tiene que llegar una nave.
—Págueme cuando consiga empleo. Cuando llegue esa nave.
—No me gustan las deudas, señor.
—No está llenando el estómago, Yeager. Y si no come, no puede trabajar.
—Gracias, señor, pero me las arreglo. Deje, señor.
—No sea... —Imbécil, casi se le escapó entre los labios. Pero si lo decía, ella no volvería a pisar el Registro. Así que añadió—: La quiero aquí por la mañana, con el estómago lleno. Tómelo. Por favor.
—No, señor. —El labio de Yeager tembló. No miraba el dinero—. No quiero caridad. —Se tocó el bolsillo donde tenía los papeles—. Tengo lo que necesito. Gracias. Hasta mañana. —Hasta mañana —dijo él.
Ella asintió una vez, se volvió y salió por la puerta. Militar, pensó Ely, de pronto lo había comprendido. Y entonces se preocupó, porque no constaba nada de eso en la carta. La tripulación de los cargueros no era tan marcial, y un militar significaba milicia de estación, o tal vez Flota o incluso Unión si era de unos años atrás.
Eso lo asustó. Las mercantes grandes y armadas eran muy pocas; el Noruega, única fuerza real de Alianza, y la Flota de la Compañía Tierra estaban Dios sabía dónde, y cualquier señal luminosa no identificada en los receptores a distancia de la estación hacía temblar a toda Thule.
Llamar a Seguridad; Ely sintió el impulso en los huesos. Una investigación no suponía un arresto. Podían controlar su procedencia sin tocarla, preguntar, comprobar si había alguna otra persona entre los tres mil habitantes de Thule que recordara a Bet Yeager en la Sita o en la zona Q de Pell.
Pero Seguridad la arrestaría si ella los trataba con esa actitud cerrada y agresiva, con ese aire de a—ti—qué—te—importa. Segundad de Thule, siempre irritable, la arrastraría a las celdas de la cárcel y la interrogaría..., le darían de comer, cierto..., pero después le harían preguntas que no podría contestar, como: ¿dónde vives?, ¿cómo vives? Y tal vez Bet Yeager era lo que decía ser y nunca había cometido ningún crimen, excepto morirse de hambre en los muelles de Thule. Pero si ellos consideraban incorrectas sus respuestas, la pondrían en las listas de la estación, la llenarían de deudas y Bet Yeager terminaría acusada de traición.
Una navegante..., en una celda diminuta de la Sección Blanca. Una navegante capaz de cualquier cosa con tal de quedarse junto a los muelles para tener una oportunidad en una nave, una navegante que acabaría trabajando en una estación en decadencia hasta que se apagaran las últimas luces.
Una simple investigación podía hacerle eso a Bet Yeager.
Ely fue hasta la oficina de enfrente, se acercó al mostrador y vio cómo la mujer abría la puerta y salía lentamente.
No tenía idea del sitio adonde iría a pasar la noche principal: supuso que algún rincón oscuro del muelle, dondequiera que hubiese estado pasando las anteriores noches. «Espere», podría decirle. También podría llevarla a casa, darle de comer, dejarla dormir en la habitación de enfrente. Pero pensó en su esposa, pensó en la seguridad de ambos y en la posibilidad de que Bet Yeager estuviera algo más que un poco loca.
De modo que no dijo nada y Yeager salió por la puerta hacia el brillo actínico y las sombras profundas de los muelles.
—Mmm —farfulló Ely y volvió a la oficina de Nan, que estaba de pie junto al escritorio, mirándolo. Hizo un gesto hacia la puerta—. ¿Conoces a ésa?
—Viene todos los días —respondió Nan.
—¿Sabes algo de ella?
Nan negó con la cabeza. Apagaron las últimas luces y caminaron hasta la puerta, que se selló tras ellos. Después anduvieron juntos por los muelles, bajo el brillo frío, implacable de las mareas de luz, en medio de la dureza y los olores de las máquinas quietas y del licor pasado y casi podrido.
—Una vez quise darle uno de cinco —dijo Nan—. No lo quiso. ¿Tú crees que está bien de la cabeza? ¿Tendríamos que..., bueno, notificarlo a Seguridad? Esa mujer está en dificultades.
—¿Te parece una locura querer irse de aquí?
—Lo que es una locura es seguir intentándolo —dijo Nan—. Debo reconocer que sabe esperar. En un año, nos van a cerrar la estación, o empaquetan todo y nos mandarán a otra parte. Podría conseguir algo tanto fuera como aquí. Incluso mejor que aquí.
—No creo que sobreviva un año —dijo Ely—. Pero no puedo decírselo a la cara.
—Me pone nerviosa —dijo Nan.
Ely hubiera querido hacer algo. Hubiera querido tener claro si debían ponerse en contacto con Seguridad o no.
Pero la mujer no había hecho otra cosa que pasar hambre. Ely llevaba un año trabajando en el Registro, ayudando a administrar el servicio de empleos que estaba pensado como medida humanitaria; un sistema que daba prioridad a los primeros de la lista. Pero al final, ese mismo sistema acababa por alentar casos como el de Bet Yeager, por hacer que la gente se aferrara a él y estuviera dispuesta a cualquier cosa con tal de no salir de la lista y seguir ocupando el lugar que había alcanzado. Nadie podía saber si llegaría otro navegante que amenazara su puesto en la lista; Yeager no sabía si sería la Mary Gold, que estaba por llegar, la que lo traería, pero no quería escuchar; Yeager, que había llegado a arrastrarse para conseguir los empleos temporales que le permitieran sobrevivir un poco más, trabajos de esos que ya no existían en Thule. Unos pocos días más y terminaría en la lista de subsistencia de la estación: el sistema judicial daba diez créditos gratis todos los días a cualquiera que no pudiera demostrar cierta solvencia. En el caso de Bet Yeager, era obvio que se le había acabado el dinero hacía ya un año. Y lo había intentado durante tanto tiempo...
La semana que viene, se decía, tal vez la semana que viene. Está por llegar la nave.
Pero ninguna de aquellas naves la había recogido.
2
Bet caminaba lentamente hacia su refugio: el baño público de mujeres que estaba en el muelle Verde, una instalación diminuta e incómoda, improvisada. Todo en esos muelles era improvisado: los bares, las pensiones y los restaurantes baratos. Era una estación diseñada para las naves de velocidad menor a la de la luz que ahora intentaba, en una segunda juventud, cubrir las necesidades completamente distintas de las MRL.
El baño estaba lleno de inscripciones en las paredes y olía mal; había una sola luz mortecina en el vestíbulo y otra igual en el baño mismo dividido en cuatro compartimentos con dos piletas. Las navegantes habían grabado allí los nombres de sus compañeros y compañeras y saludos para las naves que llegarían después: Meg Gómez de la Polaris, decía una. Hola, Golden Hind.
Naves legendarias. Naves de aquellos días en que las estaciones tenían suerte si recibían una llamada cada dos años. Cuando partían, el mantenimiento de la estación lo pintaba todo de nuevo.
Tontos.
Ese agujerito era su hogar, un lugar seguro. Encontró el baño sucio y desierto como siempre, se lavó la cara y bebió un poco del agua fría que goteaba en las piletas.
Le fallaban las piernas. Se aferró al borde de la pila, tropezó y se dejó caer contra la pared. Durante un momento, pensó que iba a desmayarse y la habitación giró enloquecida a su alrededor.
No estaba acostumbrada a la comida, claro. 1 labia aceptado la coca porque tenía azúcar, pero lo poco que había tomado casi había vuelto a la superficie en la oficina de Ely, y ahora ora una de las galletas la que la amenazaba, mientras se1 le llenaban los ojos de lágrimas y peleaba, tragando y jadeando, para no vomitar.
Finalmente, logró sacar una galleta del bolsillo y morderla un poco, no porque tuviera buen gusto —ya nada tenía buen gusto—, además le asustaba comer porque la última ve/ sufrió una descomposición y sabía que no podía permitirse el lujo de desperdiciar la poca comida que se llevaba al estómago. Pero lo intentó, masticó despacio, dejando que se le disolviera en la lengua, y se la tragó a pesar de la dulzura pegajosa.
Inteligente, de veras inteligente, Bet.
Esta vez sí que te has metido en un buen lío.
Hubo tiempos en Pell en que se había escondido de ese modo. Hubo tiempos en Pell en que llegó a estar casi así de desesperada. Era difícil distinguir un día de otro cuando las cosas iban tan mal. Se sobrevivía de algún modo y eso era todo.
Sea como fuere, seguía allí, lo toleraba; el lugar sucio, sentarse en el suelo helado del baño tratando de no desaparecer, de no vomitar. Pero mordisco a mordisco, retenía algo, y eso la mantenía viva, incluso cuando había llegado a depender de un bolsillo lleno de galletas y la esperanza de un trabajo de un crédito por día. Con un crédito podía comprar un sándwich de queso, o quizá tarta de pescado y una taza de zumo de naranja sintética. Se podía vivir con eso, sólo debía pasar esa noche para lograrlo, eso era todo.
Había dejado de tener fe el día anterior, realmente había perdido la fe. Si acudió al Registro fue solamente porque mantenimiento controlaba los agujeros de vez en cuando, porque ir al Registro era una forma de mantenerse caliente y demostrar que todavía estaba buscando, y ésa era la única prueba que podía utilizar un residente sin documentos para mantener un estatus legal. Pero sobre todo, porque podría mantener su prioridad con algún trabajo posible en el carguero que llegaría pronto a puerto. Esperar eso era una buena forma de morir, haciendo lo que había elegido. Luchando por lo único que siempre le había parecido importante hacer. Una buena manera de morir. Ya había tenido ocasión de conocer las malas.
Y si las cosas se ponían demasiado feas, siempre existía una manera de evadirse; si la ley la encontraba allí, había formas de evitar que la llevaran al hospital. Tenía una en el bolsillo. Había empezado a pensar en ello, pero todavía no había llegado a ese extremo; pero sabía que si se desmayaba y la gente llamaba a los médicos, tal vez lo haría; o si la encarcelaban y la consideraban deudora de la estación..., entonces sería el momento. Desaparecer, reventar a los abogados.
Ahora sus posibilidades se habían ampliado un poco. Había hecho bien en aguantar tanto. Tal vez había tenido razón en todo lo que había hecho. Tal vez saldría adelante si esa nave llegaba a tiempo. Todavía podía sucederle.
Se sentó un rato bajo la sombra de la pileta hasta que logró terminarse una galleta. Tenía que moverse porque se le estaban entumeciendo la espalda y las piernas, así que se aferró a la pileta, tomó algo más de agua con gusto a metal y fue hasta uno de los compartimentos a sentarse. Apoyó los brazos y la cabeza sobre las rodillas tratando de descansar y dormir un poco. Ese era el lugar más cálido: las paredes del compartimento aislaban de la corriente que llegaba a todo el resto del baño y, en general, los buenos modales impedían que la gente hiciera preguntas.
Ya tarde, entraron dos mujeres, probablemente personal de mantenimiento de los muelles; oyó el murmullo de las voces, las maldiciones y la discusión sobre algún hombre de la tripulación que les interesaba. Parecían borrachas. Se fueron. Ése fue el único tránsito de la noche, y Bet dormitó, enroscada como un gato, pensando que al día siguiente por la noche tal vez podría ir a una máquina expendedora, poner el crédito en la ranura y conseguir un plato de sopa caliente..., para empezar. Tenía experiencia con el hambre.
Cuando uno quería salir de un período de escasez extrema, había que limitarse a los líquidos, ir poco a poco y no comer nada graso. Sentía cómo su estómago trabajaba la galleta medio disuelta y el tercio de taza de coca, y no estaba muy segura de poder con eso tampoco.
Los muelles habían entrado en un período de calma, eso suponía menos ruido de máquinas y transportes. El día alterno en Thule no era tiempo de vigilia. La mayoría de oficinas permanecían cerradas en ese turno, no había tránsito de naves que lo hiciera necesario y los pocos bares de la zona estaban casi vacíos. Antes, cuando todavía le quedaba algo, entraba en los bares para mantenerse caliente. Los muelles siempre estaban fríos, los muelles de todas las estaciones helaban los huesos de quienes transitaban por ellos. En el día alterno, Thule se cerraba como una de las viejas ciudades de la Tierra entrando en la noche. La falta de máquinas que trabajaran en ese turno y la ausencia de la gente que regresaba a sus apartamentos en busca de calor, significaba que el aire de los muelles se congelaba todavía más. Eso equivalía a que los hombres y mujeres de la estación no aparecieran por allí durante la noche principal y los que organizaban los horarios en la estación no hacían nada al respecto.
Así que no se cargaba nada, no se firmaba nada, no se movía nada, ni se hacía nada en los muelles hasta que la aurora principal encendía las luces de nuevo. Thule agonizaba. El comercio de Tierra se había abierto otra vez después de la guerra, pero ahora Thule era superflua, la carrera había producido nuevos supercargueros como el Otra vez Dublín capaces de acortar camino y no tocar las Estrellas Hinder, además el descubrimiento de una nueva masa negra más allá de
Bryant suponía una buena vía alternativa en lugar de Thule, Gloria y Beta; es decir, más de la mitad de las estaciones reabiertas de un solo plumazo.
Una ruta directa hacia Tierra vía Bryant, dejando atrás el lugar en que la había desembarcado la Ernestina. Recordó al Viejo diciéndole como para convencerla:
—No seas tonta, Bet. Tenemos que volver a Pell, eso es todo. No pararemos mucho tiempo. Aquí no hay nada bueno, y más adelante es peor.
Espero que lo hayas logrado, pensó Bet en homenaje al viejo Kato. Pero conocía las posibilidades de la Ernestina, una pequeña nave que navegaba casi vacía, tratando de regresar a Pell, luchando contra la marea de la economía, la suerte y su propia masa, porque las Estrellas Hinder eran un problema. Las Estrellas Hinder se habían tragado a más de una de esas naves pequeñas. La última esperanza de la Ernestina, tras haber perdido todo su crédito de carga por un problema importante de mecánica, era Pell. Llegar a Pell, aunque fuera deshecha, y llevar algunos pasajeros que le dieran algo de crédito en los bancos de Pell.
Pero Pell no era un lugar al que Bet Yeager quisiera ir.
—Yo no —había dicho—. Yo no.
La tripulación de la Ernestina había discutido con ella, también ellos conocían las oportunidades en un lugar como Thule. Los miembros de otras tripulaciones consiguieron contratos aquí y allá y siguieron su camino. Jim Belloni había intentado darle la tercera parte de su dinero cuando se fue en la Polly Frears. La emborrachó a conciencia y se lo dejó en la cama.
Ella se emborrachó de nuevo. Nunca había lamentado esa extravagancia. Ni siquiera cuando se le encogía el estómago. El recuerdo de aquellos tiempos era lo que la mantenía caliente en noches como ésta.
Volvió a adormecerse y se despertó al oír el ruido de la puerta exterior.
El corazón le dio un vuelvo. Era extraño, día alterno, noche principal..., realmente era extraño que alguien necesitara ese baño en particular. Tal vez mantenimiento. Un fontanero o alguien por el estilo que venía a arreglar la pileta.
Apretó las rodillas contra la cara y se quedó donde estaba, temblando un poco por el frío. Eran los pasos de un hombre. Hijo de puta mal educado. Ni siquiera había llamado para advertir a posibles ocupantes.
Oyó cómo se cerraba la puerta, lo oyó respirar y olió el alcohol. Así que no era un fontanero.
Te equivocaste de puerta, amigo. Vete. Date cuenta por favor, pensó.
Oyó los pasos que se acercaban de nuevo a la puerta.
Vamos, amigo, vete por favor.
La puerta se cerró de nuevo. Dejó caer la cabeza sobre las rodillas.
Pero el jadeo todavía estaba allí.
Dios.
Temblaba. No se movió.
Los pasos volvieron a la pileta y pudo ver unas botas negras.
El hombre intentó abrir la puerta. La sacudió.
—¡Salga inmediatamente de aquí! —gritó ella.
—Seguridad —dijo él—. Sal tú de ahí. Mierda.
—¡Fuera!
No era cierto. Poca delicadeza. Y además olía a alcohol.
—Usted no tiene nada que ver con Seguridad —dijo ella—. Soy navegante, con licencia. Saque su culo de este baño antes de que consiga más de lo que busca.
—No hay naves en el puerto, putita. —El hombre se inclinó. Bet alcanzó a ver una cara sin afeitar con la nariz torcida—. Vamos. Vamos, sal de ahí.
Suspiró y lo miró, cansada. Hizo un gesto con la mano.
—Mira, si quieres, me pagas un trago y un lugar para dormir, después, puedes hacerlo toda la noche. Eso o nada. Una sonrisa torva.
—Claro. Claro. Lo vas a pasar muy bien. Sal de ahí.
—Está bien. —Respiró profundamente y bajó los pies.
Lo había visto venir. Lo sabía y trató de librarse de las manos que saltaron a agarrarle los tobillos bajo la puerta, pero le temblaron las rodillas y se tambaleó. Él lo intentó de nuevo. Bet apretó un pie y le golpeó la cabeza contra los azulejos pero él se revolvió y la agarró del tobillo, retorciéndolo y tirando hacia sí. No podía pisar en otro sitio que no fuera sobre él. Se tambaleó contra la puerta, sintió los dedos que la asían y aunque intentó evitarlo, cayó contra el inodoro; un golpe doloroso en un costado, otro en la mejilla cuando rebotó golpeando la pared y luego el suelo junto al baño. Las manos del hombre la recorrían toda, se estaba arrastrando bajo la puerta sobre ella, la envolvía con los brazos y todo era una confusión de luces sobre aquel rostro de borracho. El hombre le golpeó la cabeza contra los azulejos una y dos veces, y durante un rato, sólo hubo explosiones de color, aliento alcohólico, su peso y sus manos que le rompían las ropas.
Mierda de lío, pensó, y trató de no moverse, de quedarse quieta mientras él le rompía el traje tocándola. No podía detenerlo: la tenía acorralada entre el baño y la pared. Necesitaba un poco más de aire. Un respiro para que las estrellas dejaran de estallar.
Empezó a asfixiarse y no podía hacer mucho, excepto sacudirse y pelear. Excepto llevar la mano derecha al bolsillo mientras la boca del hombre, pegajosa y maloliente, se le metía en la suya matándola poco a poco.
Consiguió alcanzar la navaja. A pesar del dolor y la turbación, mantuvo los dedos alrededor del mango, la sacó y le hizo un corte en la pierna. Él se levantó aullando, la espalda contra la puerta del baño. Bet lo empujó con fuerza con la bota y él jadeó cayendo hacia ella. Entonces volvió a clavar la navaja y le hizo otro corte.
Lo único que quería ahora el hombre era salir del compartimento, y ella lo dejó. Logró pasar un codo por encima del retrete, se levantó y abrió la puerta mientras él vomitaba afuera.
El hombre estaba inclinado. Ella se aferró a la puerta del compartimento y le dio una patada en la mandíbula. Vio que golpeaba la pileta y caía con la pierna doblada, esperó hasta que él trató de levantarse de nuevo y entonces le golpeó en la garganta.
Parecía muerto, pero sería mejor asegurarse: yacía allí jadeando; Bet lo miró con el cerebro sacudido y palpitante y sintió que se le nublaba la vista. Intentó espabilarse echándose agua fría de la pileta sobre la cara. Podía haberse equivocado. Puede que él no estuviera tan mal. Tal vez llevaba un cuchillo, podría levantarse y matarla. Lo miró con el agua corriéndole por la cara, las manos y el traje. Él se quedó allí, tendido con los ojos abiertos.
Estaba muerto. Lina sensación de mareo la recorrió de arriba abajo. Le echó agua fría para asegurarse de que no fingía, pero no se movió.
Le dio un vahído. Recordó que él había gritado. Alguien podría haberlo oído desde afuera. Se miró para ver si tenía marcas en la cara. Algunos raspones en el pecho y en el cuello. Se había manchado el traje de sangre, sangre coagulada sobre una rodilla. Se desnudó y lavó la pernera del traje en la pileta hasta que el agua corrió con un color apenas rosado y el traje estuvo casi limpio; sintió que se desmayaba, apoyó los codos sobre la pileta para poder fregar, y luego escurriendo el traje se lo puso de nuevo. Estaba frío como el hielo. Usó el secamanos de aire. Era peligroso con los muelles tan silenciosos. Alguien de Seguridad podía oír la máquina.
Hubiera querido seguir recostada en el aire cálido, quedarse allí el resto de la noche. Empujó el botón una vez más y luego otra, las piernas le temblaban mientras miraba al hombre echado en el suelo, y el gris y el rojo iban y venían en sus ojos. Había un reguero de sangre desde el baño hasta el sitio en que había muerto. Recordó la navaja, pero ahora la tenía él otra vez en el bolsillo, donde la había encontrado con dos créditos.
De repente se encontró caminando por los muelles. No recordaba haber salido. Recordaba la situación del baño, nada más. El hombre en el suelo. También recordaba haberle revisado los bolsillos, haberse detenido y volverse para ver dónde estaba.
Seguridad podía atraparla con bastante facilidad. El banco de la estación tenía sus huellas digitales. Pero cualquier mujer podía usar el baño, maldita sea. Ella lo había hecho al igual que otra gente. En consecuencia era él el que estaba fuera de lugar. Siguió caminando, pensó en la ley y en la operación que permitía obtener el genotipo revisando las uñas del muerto, en todas las huellas que tenían, en todas las mujeres a las que tendrían que interrogar.
Otro mareo. Se sentía hambrienta y muy débil. Volvió a caminar mientras comía algún que otro bocado húmedo de galleta que iba sacando del bolsillo y finalmente, un poco más segura que antes y con dos créditos en el bolsillo, fue a un bar y tomó una taza de sopa de pescado aguada que casi no pudo terminarse.
El hombre que atendía el bar estaba solo, Bet se sentó y charló con él. Quería algo más.
—De acuerdo —dijo ella. Le dolía la cabeza, y estaba descompuesta y cansada. En alguna ocasión lo había hecho para pagar una apuesta, nunca para pagar una habitación, pero el hombre era tranquilo, estaba solo y no le importaba su nombre, sólo que tenía algo que ofrecerle y ella esta vez había llegado a la desesperación total; necesitaba un lugar caliente, lejos de las garras de la ley—. Un lugar para dormir. A la mierda.
—Lo tengo —dijo él.
Fueron al depósito y él montó un catre donde se acostaron. El hombre hizo lo que quiso mientras Bet se dejaba hacer pensando en Pell y en los viejos camaradas.
Se llamaba Terry. Descubrió que estaba lastimada. Ella le contó algo sobre un trabajador de los muelles que se había puesto brusco en una pensión y sobre cómo lo había dejado en plena noche. Terry le consiguió algo para el dolor de cabeza y tuvo cuidado con sus heridas. Se excusó para ir a atender a un cliente y cuando regresó empezó de nuevo mientras ella dormitaba. Estuvo bien. Él fue amable. Era suave, sudaba y estaba nervioso, Bet le dejó hacer lo que quiso. La despertó un par de veces pero ella estaba demasiado débil para hacer nada.
—Volveré mañana —le dijo—. Seguro que estaré mejor. Haz lo que quieras y mañana me pagas el desayuno.
Él no dijo nada. En ese momento estaba ocupado. Bet se dejó ir de vuelta hacia la oscuridad y un par de veces más lo sintió alrededor. Por la mañana, él le pagó el desayuno. Se sentó en una mesa del bar y comió una tostada sola mientras miraba las noticias de la mañana sobre una mujer que había encontrado un cadáver de hombre en un baño de mujeres del muelle Verde.
Terry estaba ocupado rindiéndole cuentas al dueño. Era sombrío, un poco pasado de peso, nada impresionante de aspecto y nada limpio. El dueño la observó con una mirada larga y atenta. Pero Terry como-se-llamara reaccionó con rapidez pagándole el desayuno en efectivo, para que pasara por una dienta cualquiera y el dueño no dijo nada. El muerto trabajaba en los muelles, hacía dos años que residía en Thule y había dejado el trabajo hacía poco. La compañía para la que trabajaba se había trasladado. Últimamente había aceptado puestos en la estación. Su supervisor le había descontado tres días de trabajo por beber durante el horario de principal.
Dijeron que había muerto con la garganta aplastada.
Dijeron que iban a controlar las huellas digitales. Naturalmente. Cuando llegaran a las de ella, diría que había estado allí con Terry toda la noche y Terry lo confirmaría. Tal vez si podía mantenerlo interesado en ella hasta diría que habían peleado.
Comió masticando despacio. Le dolía la cabeza. Le dolía todo el cuerpo. Nunca había hecho lo que acababa de hacer para conseguir cama y comida. Ni siquiera en Pell.
Pero iba a llegar una nave la semana siguiente. Después de semanas, una nave llamada Mary Cold. Quería irse en esa nave.
Cualquier cosa, cualquier cosa para salir de Thule.
3
La mujer a quien Ely llamaba Nan levantó la vista del escritorio en la oficina que daba al exterior, la miró de arriba a abajo y se puso de pie.
—Me caí —dijo Bet, porque sabía que el ojo se le estaba amoratando, se lo había mirado en el baño del restaurante. Tenía muy mal aspecto. Llevaba el traje cerrado hasta el cuello para cubrir los rasguños, todavía temblaba y olía a sudor. Pero había llegado a tiempo. Firmó sobre el escritorio ignorando la mirada que le dirigieron mientras lo hacía. Después levantó la vista—. Sentí que me iba a desmayar y caí. Lo lamento. Conseguí tomar algo para desayunar esta mañana. Me lo pagó un buen hombre. Hoy me recuperaré.
—Dios mío —dijo la mujer, impresionada, y se quedó de pie mirándola. Y así Bet se encontró frente a esa mujer de estación, esa mujer recta, respetable, que podía matarla con una llamada telefónica a las autoridades—. Dios mío. Siéntese.
—Vine a trabajar —dijo Bet—. El señor Ely dijo que iba a pagarme.
—Siéntese —dijo Nan con firmeza mientras señalaba una silla detrás del mostrador. Cuando Bet se sentó, le trajo coca y galletas.
Ella los aceptó.
—Gracias —dijo con voz débil, pensando que no le convenía discutir—. Realmente necesito el trabajo, señora.
Estaba suplicando. Pero no tenía opción.
—Llamaré a la enfermería —dijo Nan.
—No. —El corazón de Bet latió con fuerza. Casi dejó caer la taza—. No. No lo haga.
—Usted no se cayó —dijo Nan con voz oscura.
Bet levantó la vista y descubrió más sentido común del que esperaba en esa mujer seca y sencilla. No era una acusación. Nan sabía perfectamente bien que una caída no le deja a nadie la cara como la tenía Bet. Eso era todo.
—Me empujaron contra una pared. Por favor, deme una oportunidad, trabajaré dentro, en las oficinas, para no asustar a los clientes.
—Quiero hablar con el señor Ely. Ya pensaremos en algo.
—No quiero médicos. Por favor. Por favor, señora.
—Quédese aquí.
Nan se fue. Bet se sentó y tomó la coca. Le dolía el corte en la boca y el azúcar le provocaba dolor en el diente flojo. Mantuvo la taza entre las manos, tratando de no sentir pánico, mirando constantemente el corredor de vidrio al que daban las oficinas exteriores, tratando de no pensar en teléfonos ni en Seguridad ni en el baño de la noche anterior.
Pero la cabeza le latía con fuerza, y el dolor era lo suficiente intenso para marearla un poco. Oyó regresar a Nan con Ely y vio que éste la miraba.
—¿Una pared, eh? Usted está muy mal, Yeager.
—Sí, señor.
Él la miró un largo rato con los brazos cruzados. Por fin dijo:
—Quiero hablar con usted en mi oficina.
—Sí, señor —respondió ella. Dejó la taza en el mostrador—. Gracias —dijo a Nan, pero Ely añadió:
—Tráigala.
Obedeció y lo siguió por el corredor hasta la oficina.
Ely se sentó. Ella también; la taza le entibiaba las manos.
—¿Está bien? —preguntó él. Bet asintió.
—¿Informó de ello? Ella negó con la cabeza.
—¿Le robaron?
—No había nada que robar —dijo ella.
—¿Está bien? —preguntó él de nuevo, y Bet pensó que tal vez era la forma delicada en que un hombre de estación le preguntaba si la habían violado.
—Estoy bien —respondió—. Fue un malentendido, nada más. Un borracho de mierda que se me cruzó en el camino. —Dios, si ese hombre o Nan relacionaban eso con las noticias de la mañana...—. Yo no andaba muy bien anoche. Me empujó, lo maldije, golpeé la pared y me desmayé. Él se disculpó y me pagó el desayuno.
Ely tenía dudas. La miró un largo rato.
—¿Dónde pasa usted la noche?
Ella pensó con desesperación. Hacía un año que no le preguntaban. Recordó el nombre del bar.
—El bar de Rico. Un lugar como cualquier otro.
—¿Es ahí donde vive?
—Ahí es donde recibo las cartas.
—¿Quién le escribe?
Ella se encogió de hombros. El corazón le latía con fuerza. Pero sabía que Ely no tenía por qué ayudarla, no tenía por qué darle un crédito a una navegante venida a menos. Ni tenía por qué llamar a una mujer para que estuviera presente mientras hablaba con ella para que todo fuera decente. Se daba cuenta de que no pretendía aprovecharse de ella, de que quería hacer una buena acción. Y eso era muy raro en los muelles de las estaciones.
—Nadie —dijo—. Pero si alguien lo hiciera, ahí es donde me encontraría. Si llegara algo...
Él la miró. Nada más. Después dijo:
—Se va a ocupar de la basura y de los recados. Firme todas las mañanas y asegúrese de parecer una cliente si entra algún extraño. No quiero que Personal la vea. Si alguien la encuentra en la parte de atrás, diga que iba al baño.
Bet asintió. Se sentó en la habitación de atrás y dividió la basura para el reciclado. La pesó y anotó la cantidad en cada paquete porque a veces los que se ocupaban de reciclar engañaban a las oficinas. Había oído decir eso apenas puso un pie en Thule.
A las doce del día principal, Ely le dio el crédito y ella fue a un restaurante, se sentó y pidió un bol de sopa.
Esa noche volvió a Rico y a Terry, Terry Ritterman, que le compre» una cerveza y una taza de guiso.
Después la llevó adentro. Bet se desvistió y dijo que tenía que lavarse la ropa. Él le consiguió un balde y ella limpió bien el traje de salto y la ropa interior y los colgó para que se secaran junto a la ventilación. Terry se acercó por detrás mientras lo hacía y le puso las manos encima. Sin palabras. Ella le dejó hacer. Dejó que la tendiera en el suelo y la tocara, eso era todo. Ella cerraba los ojos o miraba al techo. Finalmente alguien entró en el local y él salió a atender.
Bet dio media vuelta, se envolvió en la alfombra y durmió durante un rato. Luego Terry volvió, la despertó, y empezó de nuevo.
Llegaban clientes. Él se iba durante un rato. Volvía y otra vez insistía. Bet pensó que debía de haber estado mucho tiempo sin sexo, que ya se cansaría y tal vez durmiera y la dejara dormir. Pero nunca se cansaba.
Por la mañana Bet se vistió y él le pagó el desayuno. Quería que Bet fuera a su apartamento.
—Tengo que trabajar —dijo ella.
Se ganó su crédito y pensó en buscar otro lugar donde pasar la noche: se había recuperado lo suficiente como para que Terry la molestara, ahora casi le daba escalofríos, pero si se iba no tendría ni cena ni desayuno gratis.
Así que volvió a Rico.
Y así, todos los días. Cada día le daban el crédito y cada noche principal volvía al bar. Terry empezó a ponerse raro. Insistía en que fuera a su apartamento. Decía que quería mostrarle el lugar en que vivía.
Empezó a pedir cosas raras: por ejemplo, quería atarla.
—Ni hablar —dijo ella—. Yo no juego a eso.
Entonces Terry pareció avergonzarse. Pero Bet empezó a preocuparse porque después de aquello le pagaba muchas copas. Le preocupaba porque tenían que dormir juntos y él le tocaba las heridas y le preguntaba cómo se había hecho ésta y luego aquélla..., y estaba raro, raro como cuando hacía el amor.
—Basta —dijo ella finalmente y se lo quitó de encima. Entonces él la golpeó, y fue a dar con la cabeza contra los azulejos. La vista se le nubló y vio rayas de colores brillantes. Se quedó quieta, diciéndose a sí misma que estaba metida en problemas. No reacciones, no reacciones, es un tonto, eso es todo...
—La noche que viniste —dijo él—. Ese ojo amoratado y... La estaba lastimando. Consiguió liberar una mano y se cogió la oreja.
—¡Me duele, cono!
Trató de agarrarle el brazo y ella le golpeó con la rodilla. Terry aulló. Escabullándose, saltó fuera de la cama y golpeó los estantes con los hombros.
—Perra de mierda —dijo él.
—No te acerques. —Bet se recostó contra los estantes y se sentó sobre un barril de cerveza. Hacía frío. El aire estaba helado y el depósito tenía un olor nauseabundo—. Atrás, amiguito.
—Vuelve aquí.
—Mierda. Ni lo sueñes. Déjame tranquila. Estoy cansada. Es de noche. Yo trabajo de día, así que déjame en paz.
—Tú y ese ojo negro. Ese hombre que dices que te...
—Te he dicho que me dejes en paz. Ya te pagué por la cena. La campanilla de la puerta sonó. Él se quedó sentado allí, jadeando y no salió a atender el negocio.
—Tienes clientes, Terry querido.
—Seguridad está buscando a una mujer, por algo que sucedió en Verde esa noche, la misma noche en que llegaste aquí, una mujer marcada por los golpes. No tienes tarjeta, no tienes ID, llegaste golpeada... No llames a los médicos, decías. No quiero tener nada que ver con médicos..., claro que no, amorcito.
Alguien había entrado en el bar y pedía servicio.
—Ve, cono —murmuró ella—. Tú no quieres que la ley venga aquí.
—Eres tú la que no quiere a la ley —dijo él y le puso una mano en la pierna—. Yo hago lo que quiero. ¿Entiendes? Sé que vas al Registro todos los días. Te seguí, ¿has oído? Si llamo a Seguridad, les puedo decir dónde encontrarte aunque no estés en el ordenador, y estoy seguro de que no estás ahí, amorcito...
—Maldita sea, si tanto respetas la ley ve afuera y atiende a esos tipos antes de que llamen a Seguridad... Él le acarició la piel.
—Será mejor que estés aquí cuando vuelva. Será mejor que no te vayas. Te tengo para mucho tiempo, más vale que te vayas dando cuenta.
Más gritos.
—Un minuto —aulló Terry. Se levantó, recogió la ropa rezongando y salió por la puerta mientras se ajustaba el cinturón.
Bet se sentó sobre el barril con los brazos alrededor de las rodillas. Tenía ganas de vomitar.
Lo pensó bien y sopesó las opciones que tenía. Oyó voces en el bar, se levantó, recogió la ropa colgada en la ventilación y se vistió. Fue hasta el bar, donde Terry servía una mesa ocupada por rudos trabajadores de los muelles.
Él la miró con furia, con una mirada de loco. Bet fue hasta la barra, se sirvió un trago y oyó los comentarios groseros de los cuatro trabajadores, la invitación que le hicieron de tomar un trago, ir a un hotelucho con ellos y hacer esto y aquello.
No era una mala idea, bien pensado. Pero lo que la atravesaba como una lanza fría y clara era la velocidad con que Terry Ritter-como-fuera se comunicaría con Central.
Con sus huellas dactilares en la escena del crimen, la ley sólo necesitaría ver el ojo amoratado y los rasguños y averiguar que era una ilegal y una forastera para conseguir de un juez la orden para un interrogatorio.
Sometida al trank.
Miró a los trabajadores e hizo un gesto de rechazo. Estibadores. Una especie muy ruda. Pero mucho más limpia que Terry Ritterman. Probablemente hasta decentes cuando estaban sobrios y solos. Terry se acercó y le puso una mano en el muslo.
Ella lo dejó hacer. Se reclinó sobre la barra y tomó vodka, trago a trago, mirando a los trabajadores y pensando que cualquiera de ellos sería mejor que Terry. Infinitamente mejor.
Tomó una botella y les sirvió el vaso lleno aunque ellos protestaron porque no habían pedido nada.
—Pago yo —dijo Bet, e imaginó una pequeña obrita de teatro, una pelea en la que un hombrecito suave podía morir a manos de un estibador. Pero también eso significaba la ley. Y preguntas, claro.
Estuvieron bebiendo, Bet jugó con ellos y disfrutó viendo a Terry preocupado y sufriendo. Decidió tenerlos ahí hasta el amanecer del día principal, cuando llegara el dueño.
Terry anotó el precio de la bebida en su tarjeta, la miró con furia y le hizo un gesto para que se acercara, pero Bet lo ignoró hasta que él levantó el teléfono.
Entonces se acercó a él.
—Te vienes a casa conmigo —dijo él, colgando el teléfono—. Vas a pagar por esto.
Le pellizcó el muslo con fuerza y Bet no dijo nada; se alejó y volvió a sentarse. Siguió tomando el desayuno mientras el dueño, que acababa de llegar, controlaba las cuentas. Por un momento levantó la vista y le dio los buenos días.
—Buenos días —respondió ella. Probablemente debía sospechar algo al ver anotado en la tarjeta de Terry el zumo de naranja y las tostadas de cada día. Eso parecía decir con la mirada.
La misma mirada que los siguió cuando Terry se acercó a su mesa y le dijo que se iban.
—Te voy a enseñar lo que es bueno —le dijo entre dientes mientras la tomaba del brazo. Caminaron como amantes hasta el ascensor. Terry tenía que guardar las apariencias: había otros ocupantes en el ascensor. De nuevo la asió del brazo cuando llegaron a su piso, en Verde. Ahora estaba ardiendo como un horno. Le retorcía la mano en un puño suave, húmedo de sudor. Le dijo en un murmullo que iba a gustarle, que él le iba a enseñar a comportarse, pero que, después de eso, se entenderían, que podría quedarse en el apartamento el tiempo que quisiera. Siempre que hiciera lo que él quería, la mantendría alejada de la ley.
Bet no dijo nada, hasta que él le retorció la mano exigiéndole que dijera que sí. Entonces dijo sí.
Terry sacó la tarjeta llave del bolsillo y la llevó hasta una sucia habitación en un vestíbulo en miniatura que podría haber sido parte de una nave y no una residencia de estación. Abrió la puerta, encendió las luces con una llave manual y volvió a cerrar.
Era un lugar horrible. Todo estaba revuelto. Olía a cañerías sucias, a platos sin fregar y a ropa sucia. Observó a Terry mientras se quitaba la chaqueta y la arrojaba sobre la mesa. Le temblaban las manos.
Esperó hasta que se volvió a mirarla y trató de tomarla entre sus brazos. Entonces le sujetó la mano con fuerza y se la retorció hasta que Terry golpeó el suelo.
—Hay algo que quiero decirte —dijo ella en ese instante de sorpresa y miedo—. El nombre de mi nave es África.
Los ojos del hombre se abrieron desmesuradamente. Trató de levantarse y ella lo dejó. Él se tambaleó y buscó apoyo en la pared. Bet estaba segura de que debía haber un teléfono en medio de toda esa suciedad. Le dio la oportunidad de buscarlo. Se reclinó sobre la silla, esperando. Pero Terry estaba helado y blanco como un papel.
—Estás mintiendo —dijo, de pie con el cabello revuelto—. Puta de mierda, me estás mintiendo.
—Me separé de la nave cuando la Flota se fue. Me mezclé con los refugiados, trabajé en los muelles durante un tiempo y después subí a bordo de un carguero. —Bet se palpó el bolsillo izquierdo—. Incluso tengo un certificado de Alianza donde se afirma que perdí mis papeles. Llegar aquí no fue difícil. Nací navegante, amigo, es cierto, pero me entrené como soldado.
—Vete —dijo él, haciendo un gesto con mano temblorosa—. Vete, cono. No tienes nada que hacer aquí. Y yo no gano nada si te denuncio.
Ella movió la cabeza lentamente.
—Ah, no amigo, sabes que voy a matarte. Y en tu caso, voy a tomarme mi tiempo, te lo aseguro.
4
Buenos días, Nan —saludó Bet desde la puerta del Registro. Nan la miró extrañada mientras abría la puerta.
—Está muy contenta hoy según parece —dijo Nan.
Ella asintió. Tomó una taza de coca atrás, donde no pudieran verla los clientes que entraban en ese momento, ya que ése era un privilegio de empleada.
Puede que Rico se preocupara en algún momento de esa tarde del día principal al ver que Terry no aparecía. Y tal vez lo llamara al apartamento para dejar un mensaje, pero Terry era un inestable. El tipo de hombre que toma un trabajo durante un tiempo y después se mete en líos y desaparece. Probablemente Rico conseguiría otro hombre de día alterno en pocas horas. Eso era lo que haría. Mientras tanto, la tarjeta de Terry todavía tenía créditos en el banco, y podía usarla en las máquinas expendedoras..., no pretendía entrar en un restaurante y decir que era Terry Ritterman pero podía usar las máquinas y comprar cosas baratas, para que los que quisieran controlar los registros de usos de tarjetas supieran que Terry Ritterman todavía andaba por ahí, que no había motivo para alarmarse a menos que alguien tuviera una razón específica, y seguramente nadie la tenía.
¿Acaso eran tan extraño que un ayudante de día alterno en un bar de mierda se fuera un día en el cambio de turno con alguna tonta con más dinero que él y ni siquiera se preocupara por decirle al dueño que ya no pensaba volver?
Sabía que podía vivir con lo que había en el apartamento, pero le interesaba que la tarjeta siguiera funcionando. Por ello tomó el desayuno en una máquina expendedora junto a los muelles. Para eso no hacía falta un código clave, simplemente había que entrar y desayunar, almorzar o cenar. También había encontrado algo en efectivo en los bolsillos de Ritterman, ocho créditos. Pero le convenía guardarlos. Los usaría cuando llegara la nave; eso y algunas otras cosas de Ely. Incluso podría ahorrar un poco.
Había dejado el cuerpo en el dormitorio. Apagó la calefacción, cerró las ventilaciones y las grietas bajo la puerta y después lo selló todo con una cinta. Podía llegar a ponerse muy desagradable en una semana. De todos modos no había vecinos, y aunque la gente encontrara a una navegante apestando en la puerta del apartamento de Terry Ritterman, lo único que pensarían sería que era una loca por salir con él. Y nadie se preocupaba mucho por una loca.
Había lavado el traje, se había dado una ducha con jabón perfumado y se había cortado el pelo. Ely la miró de arriba abajo cuando entró. Parecía contento y sorprendido al verla toda limpia y alegre como si él y su caridad fueran los responsables de ese cambio espectacular.
—Se la ve muy bien, Yeager.
—Claro —dijo ella y sonrió—. Algo de comida no le hace mal a nadie, hombre de estación.
Bet sentía algo cálido y auténtico por gente como Nan y Ely. Probablemente les gustaba realmente hacer el bien. Y sería lamentable que cambiaran de opinión y decidieran que no era bueno ayudar a extraños, cuando la ley de la estación descubriera lo que había en el apartamento y uniera las piezas del rompecabezas.
Estaba metida en un buen lío. Tenía que conseguir una nave que la sacara de allí, conseguir volver a Sol si era necesario, cambiar de nave en cuanto pudiera, moverse rápido para llegar lo más lejos posible y sobrevivir.
El Viejo se había marchado. África todavía estaba viva y tal vez tuviera suerte, tal vez, de alguna manera, pudiera llegar a cruzarse en el camino de la Flota. Mientras tanto, lo único que le interesaba era evitar a la ley de Alianza y a Mallory. Eso era lo que la hacía temblar de miedo, que esa renegada de Mallory estuviera cazando a sus amigos, y que la Noruega tocara esos puertos de tanto en tanto, porque ahora Mallory era alguien respetable. El resto había quedado del lado de los perdedores y punto. Pero Mallory era lista, había peleado con Mazian y después, con suerte, había conseguido lealtades nuevas y limpias y estaba fuera de toda sospecha. Una capitana muy inteligente. Muy buena, la condenada, Bet tenía que reconocerlo. Si ella hubiera tenido esa suerte, se habría pasado a la Noruega en lugar de al África, y ahora tendría un pasado limpio..., créditos en el bolsillo, un lugar abrigado y una cama para dormir, todo lo que podía esperar alguien como ella. No debía importarle que la capitana de la Noruega fuera una hija de puta sin entrañas que había pasado por las armas a sus propias tropas y había tratado de hacer estallar al África..., no era amor lo que había entre Mallory y Porey. Habían peleado en el espacio y después en el puerto. Mallory había arrestado a tres de los soldados del África y las tropas del África respondieron emboscando a las de la Noruega en los muelles de Pell antes de salir al espacio abierto. Era mejor no pensar en lo que harían los hombres y mujeres de la Noruega si alguien del África subía a bordo.
Una muerte lenta, muy lenta. Bet lo sabía muy bien.
Y si la ley de la estación la atrapaba, la retendrían para entregarla a Mallory, que se interesaría mucho por ella. Tendría lo que se dice un interés personal en el asunto.
Bet tembló. Se concentró en su trabajo y pensó en la nave que llegaba y en el tiempo que pasaría en puerto..., tal vez tres o cuatro días. Otros tantos para llenar los tanques de la Mary Gold...
Y mientras, el contenido de aquella habitación se hacía más y más notorio. Tal vez el tiempo suficiente para que la investigación en torno al asunto del baño se fuese concretando.
Decían que iban a cerrar Thule, que la harían estallar y arrojarían las piezas hacia el sol. La Flota no podría usarla para conseguir metal..., así que no habría una estación Thule a la que la nave pudiera regresar. La gente se distribuiría a lo largo de una docena de años luz y puede que nunca se preocuparan por los informes y los archivos. Incluso era posible que lo tiraran todo. Entonces ella podría seguir adelante y no volver a preocuparse por el asunto de Thule. Eso, siempre que consiguiera mantener todo tranquilo durante una semana, seguir usando la tarjeta de Ritterman en lugares a los que ese hombre pudiera haber ido y convencer así a los ordenadores de que todavía estaba vivo en alguna parte. Thule no era como Pell, donde algún pariente se hubiera podido preocupar. Los que llegaban allí, a aquel agujero del universo, había perdido pie, eran, mayormente, la escoria de Pell, los que quedaban de la sección Q, refugiados o pobres desgraciados a la espera de una oportunidad que tal vez habrían podido tener, pero que ahora no llegaría nunca. Y Ritterman no era hombre de muchos amigos.
Tenía que alcanzar los objetivos que se había fijado: parecer respetable para impresionar a la gente de la Mary Gold, trabajar en el puerto siguiente, y tratar de ser útil para que la conservaran hasta llegar a cualquier puerto, cualquiera menos Pell, porque ése era el puerto de la Noruega.
Por eso le había dicho al viejo Kato que se quedaba, porque la Ernestina regresaba. Él creyó la historia de que estaba buscando oportunidades en la Frontera, y dado que Kato tenía asuntos urgentes que hacer en Pell y una nave endeudada, la dejó pensando que Bet era tonta: adiós, compañera, no te nietas en problemas, espero que tengas suerte.
Mierda.
Volvió al apartamento de Ritterman y leyó los mensajes registrados en el ordenador, sólo había un aviso de la biblioteca de la estación reclamando algunas cintas atrasadas. Las buscó y las dejó sobre la mesa para devolverlas a la mañana siguiente y localizó la dirección de la biblioteca para saber cómo llegar hasta allí.
Mantuvo el vídeo sintonizado en las noticias de tránsito de la estación, siempre esperando, mientras improvisaba una cama en el sillón y bebía el vodka de Ritterman, comía las patatas fritas de Ritterman y sus caramelos y se distraía mirando los libros de fotos de Ritterman hasta la hora de dormir.
A la mañana siguiente regresó a los muelles y fue hasta la línea de máquinas expendedoras que se alzaban del lado del eje saliendo del ascensor. Tenía la boca llena de bolas de queso cuando sonó la alarma, ese largo aullido que significaba que había entrado una nave en el sistema: se las tragó con un poco de soda y respiró hondo.
Se obligó a caminar lentamente hasta la esquina donde estaba instalado el monitor público. La información de la boya del cénit era del sistema de largo alcance y eso significaba una hora y media luz de distancia con respecto a la estación misma.
Thule era una estrella doble de poca intensidad, y carecía de tránsito, era un punto de salto de dificultad más que moderada: la boya estaba próxima y esa nave, si se trataba de la Mary Gold, un día y medio antes de lo previsto, probablemente habría sacado ya casi una hora luz de distancia en los saltos—V desde el momento en que la información había empezado a trazar su camino hacia la Central de Thule. Eso significaba varias horas en el espacio real V y un largo camino todavía, además de otra hora para atracar en el muelle una vez que lograra acercarse lo suficiente.
La Mary Gold, un carguero, una nave común de suministros procedente de Pell. Y de ahí a Bryant, ésa era la ruta. Seguramente movían menos masa de la prevista, pensó Bet, y eso podía haberles significado casi un día menos. Gracias a Dios.
Pero cuando llegó a la esquina donde el monitor ofrecía sus ciclos grises y cansados de información, descubrió que el nombre de la nave era AS Loki.
Se le aceleró el corazón, un brinco de asombro y preocupación. Sólo eso.
¿Quién cono es la Loki!
Se detuvo, comió un par de bolas de queso, las acompañó con agua y miró la información en el vídeo. No era la única. Los trabajadores se reunían alrededor llenos de curiosidad.
Era una nave de Alianza. Era ya claro.
El estómago de Bet se agitó, asqueado. Oyó a alguien especular que se tratara de una nave mercante de Unión que acababa de entrar en Alianza.
No, a menos que fuera una nave muy, muy pequeña, pensó Bet, algo procedente de algún paraje olvidado como la Estrella de Wyatt, en el fondo de Unión. Conocía los nombres de todas las naves que había que conocer, sabía el nombre de la Familia, la clase de carga y el tipo de armamento. En las cubiertas de la nave África, los nombres y las capacidades de las naves eran tema común de conversación. Los marineros de las cubiertas se sabían impotentes ante una escaramuza, pero si uno está atrapado abajo en su litera y sabe que su nave va a entrar en combate, conocer el nombre del capitán de la otra nave resulta importante; y si uno, después de la pelea, va a tener que abordar la cubierta de una nave mercante y entrar en pequeños corredores llenos de lugares perfectos para emboscadas, necesita saber detalles. Seguro que los necesita.
Bet siguió comiendo queso y mirando cómo se iban presentando los datos..., después, bruscamente, recordó la hora y se lanzó a través de la multitud hacia el Registro.
—Empezaba a preguntarme si vendría hoy —dijo Nan cuando la vio pasar por la puerta.
—Lo lamento. —Le llegó un rumor de bebida y comida procedente de la oficina. Era el desayuno—. Dejo esto en el basurero en un momento. Disculpe.
—¿Conoce esa nave? —preguntó Nan. Bet negó con la cabeza.
—Pensé que las conocía todas. Fantasmas. —Era una palabra de soldado que ahora se estaba haciendo común por la guerra, pero hubiera preferido no haberla pronunciado. Se dirigió junto a Nan hacia el interior, donde la esperaba Ely.
—¿Conoce esa nave? —le preguntó él.
—Acabo de decir que no, señor. Es nueva.
Ely parecía preocupado. Era lógico. Bet pasó al área de trabajo, acabó el queso y la soda, hizo una bola con el papel y la lata y las arrojó al recipiente para reciclaje antes de volver hacia el sitio en donde estaba el vídeo.
Ahí estaban todos: Ely, Nan y los tres clientes que buscaban trabajo esa mañana, todos de pie, mirando el vídeo sin decir nada. Los tres hombres de estación la miraron y tal vez decidieron que era una navegante honesta o al menos una buena fuente de información.
—¿Conoce...? —empezó uno. Ella volvió a negar.
—No, es nueva para mí, compañero. Ni idea. —Cruzó los brazos y observó las cifras, oyó decir a alguien que el acercamiento era correcto y que los números no parecían corresponder a un ataque.
Eso depende, mujer de estación. Depende de la masa. Del vector de entrada. De muchas cosas, estúpida. A veces, si era necesario maniobrar, mentíamos a esas boyas, claro que lo hacíamos... Pensó Bet para sí.
Se quedó de pie, observando con los brazos cruzados, pensando como lo hacían los de la estación a su alrededor, pensando que tal vez fuera una nave de la Flota; disfrutando —y eso era algo que los de la estación no sentían, de eso estaba segura— de algo parecido a la esperanza en su estómago revuelto, la idea de que tal vez fuera una de las naves de Mazian.
De todos modos, esperaba que no fuera una nave decidida a atacar a la estación y acabar con ella.
Y puestos a esperar, deseaba que ese puntito empezara a generar otros, y que el África misma, con todas sus naves satélite desplegadas, entrara en los datos del ordenador de la estación, mientras el viejo Junker Phillips comunicaba a una Thule totalmente aterrorizada que una nave de la Flota iba a entrar en puerto, les gustara o no.
Siguió mirando. Se mordió el labio y meneó la cabeza cuando uno de los de la estación le preguntó por los números. Seguía escuchando mientras el flujo de comunicación de la estación interceptaba el flujo de la recién llegada. Eran frases tranquilas, la estación preguntaba al intruso por su ID y algo sobre sus intenciones, el intruso que ya estaba a pocos minutos luz y aminoraba su velocidad.
Continúa el acercamiento, decían los números.
—Bah —dijo ella finalmente al comprender que pasaría un rato antes de que hubiera alguna novedad. Se sentó y su actitud hizo que los de la estación la miraran por un momento como si esperaran que eso significara algo bueno.
Bet se relajó. Mirar el vídeo resultaba mucho más cómodo que lo que una podía hacer en las cubiertas, contando únicamente con el audio, un comunicador que sólo decía lo que realmente necesitaban saber mientras la nave llegaba al punto G y las placas y paneles gruñían como si se les soltaran todas las tuercas y el equipo que alguien había dejado suelto en el momento de la alarma se convertía en una nube de misiles.
Nan y Ely volvieron a sus tareas. Uno de los que buscaban trabajo fue hasta el mostrador a completar su solicitud pero los otros dos se quedaron mirando el vídeo.
—Soy el capitán de la Loki —anunció el vídeo finalmente en medio del flujo de comunicación lleno de estática que había estado llegando hasta ese momento—. Entendemos las instrucciones, Estación Thule. Somos una nave de quince tanques y venimos bajos.
Dios. No era precisamente pequeña.
—Aquí el Jefe de Estación de Thule. Tenemos planificada la llegada de otra nave en el diagrama de tránsito, Loki, podemos llenarlos sólo en parte.
Bet se quedó sentada con los pies sobre una silla de plástico estropeada y escuchó con el corazón estremecido y el cerebro lleno de números, mientras el tiempo de espera entre preguntas y respuestas se acortaba cada vez más sin llegar a desaparecer del todo.
Una nave desconocida y de ese tamaño. Que decía pertenecer a Alianza.
El Control de Thule informó que la nave Loki había dado el impulso necesario a sus cohetes. Llegaban.
—Jefe de la Estación Thule —dijo la misma voz sobre el comunicador—, aquí el capitán de la Loki. Tenemos prioridad para ese combustible. Pedimos que nos indique cómo atracar en el muelle principal.
Los de la estación comprendieron inmediatamente el sentido de la palabra prioridad. Una tensión súbita se apoderó de ellos. Bet se quedó sentada con los pies en alto y los brazos cruzados, sabiendo que todavía faltaba un rato; el corazón le latía con una fuerza como de cuero, una fuerza que hablaba de calma controlada y furiosa.
Prioridad. Sólo existía un muelle en Thule con una bomba capaz de servir a una nave estelar. La bomba tenía ya cien años y se las arreglaba como podía, pero era lenta y los tanques de la estación no podían cargar dos naves grandes en la misma semana: los tres filtros de Thule y el conductor de masa necesitaban tiempo para llenar una carga de hielo en el tanque de una nave.
Si esa nave gozaba de prioridad y pertenecía a Alianza, entonces se trataba de algo oficial, alguien con una misión, alguien que incluso la misma Mallory podía haber enviado; eso en caso de que dijera la verdad y no estuviera entrando en el puerto para volarlos a todos de un plumazo.
Y si era oficial, y permanecía allí durante cinco días, seguramente agotaría todos los tanques de agua de Thule y no habría forma de que un carguero como la Mary Gold pudiera usar ese muelle y volver a salir en una semana.
Ni en dos ni en tres.
La información seguía llegando de la Central de la Estación, que en ese momento obtuvo una imagen de vídeo.
—Dios —dijo Nan cuando apareció la nave. Bet se quedó sentada con los brazos cruzados y el estómago revuelto.
El lugar reservado para la tripulación era muy pequeño, un eje desnudo, flaco, y el equipo de motores, más grande de lo que parecía necesario.
—Mierda —dijo Bet dirigiéndose a un grupo de habitantes de la estación, civiles y muy nerviosos, y puso un pie en el suelo con rapidez—. ¿Qué cono es esa cosa?
Don Ely había salido otra vez de su despacho para ver el vídeo con todos los demás, a pesar de que el vídeo mostrara lo mismo en todas partes. La gente tiende a reunirse cuando cree que tal vez la vayan a volar en pedazos.
—Dios, ay, Dios —repetía uno de los clientes una y otra vez.
Bet se levantó cuando el flujo de la comunicación que seguía pasando por el audio adquirió un tono aparentemente normal, comercial, como siempre, a pesar de que ahí estaba una nave de guerra, lista para atracar en el muelle de la estación.
—Bet —dijo Nan—. ¿Qué es eso?
—No lo sé —dijo ella—. No lo sé. —Revisó desesperadamente con la mirada los detalles en sombras, el área media de la nave, los enormes propulsores—. Es algún tipo de nave reconstruida, una modificación de alguna otra...
—¿De cuál? —preguntó un civil.
Bet movió la cabeza.
—No lo sé. Es una modificación, puede ser cualquier cosa.
—¿Y de qué lado está? —preguntó alguien.
—Puede ser cualquier cosa —repitió ella—. Nunca la había visto. Las naves no se ven en el espacio profundo. Sólo se las oye. Se habla con ellas en la oscuridad.
Se cruzó de brazos. Se obligó a sí misma a calmarse y a sentarse en un extremo de la mesa, pensando que en realidad no había forma de saber lo que pasaba. Esa nave era lo que quería ser. Las naves fantasmas eran una raza, no una lealtad.
Pero no tenía sentido pensar que fuera a abrir fuego y volar la estación. No si quería que le llenaran los tanques. Eso si realmente tenía los tanques tan vacíos. O arrastraba una masa que no quería mostrar o era cierto que había viajado mucho.
El flujo de comunicación seguía llegando. La gente de la estación se reunió frente al vídeo, con sus recuerdos. Era gente que había pasado por el infierno varias veces, gente que había visto demasiados cambios, que había visto demasiada guerra.
No eran tontos. No eran cobardes. Simplemente era gente que había sido blanco de otros durante demasiado tiempo en estaciones que no tenían defensa alguna.
Bet mantuvo los brazos apretados; el corazón le latía con un pánico propio que no tenía nada que ver con las razones del miedo de los hombres y mujeres de la estación.
5
Llevaba bastante tiempo atracar lo que fuera en los muelles de Thule, la ayuda era mínima y la estación muy pequeña. El proceso siguió adelante con lentitud, una larga serie de comunicaciones tranquilas y misteriosas entre la nave que llegaba y la Central de la Estación, largos silencios en los que los ordenadores de la estación hablaban y arreglaban las cosas. Era lo normal, y eso hizo que los hombres y mujeres del Registro se sintieran menos asustados porque veían que la nave iba a atracar realmente y no a iniciar un ataque.
Así que las cosas empezaron a moverse en los muelles y la gente empezó a separarse de los vídeos, Bet fue a buscar su almuerzo hasta las máquinas expendedoras cerca de los ascensores.
Los que trabajaban en las oficinas la miraron con respeto, como si de pronto cualquiera que pareciera un navegante fuera significativo, viniera o no de la nave. Ella los ignoró, compró un sándwich y una soda, lo guardó todo en el bolsillo y fue hasta el muelle número uno de Thule, donde un grupo de luces blancas brillaba sobre la torre de señales, iluminando el área donde los trabajadores de los muelles hacían sus preparativos en el confuso sistema de Thule, siempre enredado, siempre igual, un sistema que no admitía cambios.
Bet lo observaba todo con un gesto de disgusto, mordió un pedazo de sándwich y lo tragó con un poco de soda.
Mierda, esa nave era un problema. Era un Problema, así, con mayúscula, algo que le podía costar el cuello. Probablemente era cierto que pertenecía a Alianza, sí, porque los dos últimos años había tenido bastante mala suerte; pero a pesar de ello, el corazón le latía con más fuerza, la sangre le circulaba como no lo había hecho en mucho tiempo. Esa cosa podía matarla, joder. Esa cosa podía ser la razón de que la ley la atrapara, la interrogara y la reservara para la justicia de Mallory, pero era como si mientras estaba de pie allí, esperando, una parte de ella ya estuviera al otro lado de esa pared, en la nave..., y aunque esa nave terminara matándola, al menos le había devuelto esa sensación de nuevo.
—Mierda —murmuró, porque era una tontería sentir eso, porque le impedía pensar y lo único que le importaba era sentir otra vez los olores conocidos y el tirón de G cuando se movía la nave y volver a oír los viejos ruidos...
Tragó saliva para conseguir pasar el sándwich. Miró el muelle, estaba ahí, sí, y tenía miedo de morir, aunque quizás ahora sentía menos miedo y no sabía por qué.
Volvió a ver a Nan y se quedó en su escritorio dando la espalda a los clientes del otro lado del mostrador y dijo:
—Nan, tengo que probar en ésta.
—Bet, es una rimrunner, una nave de frontera. Tenemos un carguero ahora..., tiene que venir. Esa cosa...
Era como si le estuviera hablando a una drogadicta a punto de embarcarse en un viaje peligroso...
Pero Bet respondió:
—Tengo que hacerlo. Es importante, Nan.
Por razones que la enfurecían, sí; pero estaba lo suficientemente furiosa para tener coraje, como si la Bet Yeager a la que Nan y Ely habían conocido y la Bet Yeager que hablaba ahora fueran dos personas diferentes. Sin embargo tenía la
suficiente cordura para volver a ver a esos amigos, para saber que no debía apartarse de la única ayuda que tendría si las cosas se ponían difíciles.
—¿Les entregará mi solicitud, Nan? —preguntó.
—Sí —dijo Nan entre dientes, y la miró realmente preocupada. Pocas veces la habían mirado así. Por eso se marchó.
El muelle estaba frenético de actividad, la antigua maquinaria relucía bajo las manos del personal que trabajaba completando las conexiones en el espacio poco adecuado que ofrecía Thule a las modernas naves interestelares. No era un buen sitio para espectadores, y había muy pocos. Los habitantes de Thule recordaban salidas bruscas, cuerpos derrumbados sobre los muelles, disparos en el humo. Los curiosos escaseaban..., solamente el personal que tenía trabajo, el agente de aduanas y nadie más.
Excepto Bet, que se mantenía oculta en las sombras de las grandes vigas, con las manos en los bolsillos, contemplando el proceso de anclaje. Aspiraba el aire helado, preñado de olor a aceite, miraba el monitor pálido y gris sobre la caja de control de las bombas que marcaba números brillantes, y se sentía viva de pronto.
Todo el muelle resonaba con el estruendo de las anclas que salían de la nave; los sistemas hidráulicos aullaban y chirriaban, las grúas crujían. Finalmente el gran choque del contacto bajó por los brazos del muelle hasta la cubierta y los huesos de los que miraban parecieron quebrarse.
Una llegada suave. Teniendo en cuenta el tamaño del cono de anclaje de Thule y la estrechez de la pared exterior, era una maniobra muy peligrosa, una razón más por la que el muelle solía estar vacío. Existía la remota posibilidad de que un golpe dañara la pared, pero también podía suceder que una bomba estallara bajo el peso de la nave o Dios sabía qué otra cosa, una docena de formas de volar al infierno en Thule. Nada importaba esta vez. Bet pensó que tal vez, sólo tal vez, podría ir hasta las máquinas expendedoras, comprar comida suficiente y quedarse allí, en las grietas de los muelles de Thule, escondida por si alguien averiguaba lo que había en el dormitorio de Ritterman. Podía dejar pasar esa nave, esperar un poco e intentar entrar en la Mary Gold cuando llegara, si llegaba. Ésa era la carta que tenía entre manos, si la Loki era lo que estaba temiéndose.
Pero la Mary Gold se había convertido en una posibilidad muy remota, una oportunidad perdida que comportaba enormes riesgos propios.
Esperó, esperó por espacio de dos horas mientras la pequeña Thule corregía un problema de sellado y lograba hacer entrar a la Loki sana y salva. Se quedó allí, contenta de llevar puesta la ropa vieja de Ritterman bajo el traje, a pesar de que éste estuviera hecho para el frío de los muelles. El aliento se le helaba y la piel que quedaba al descubierto se le estaba quedando sin sensibilidad. Apretó las manos en los bolsillos. El hielo cubría parte del muelle ondulado y la juntura que perdía dejando caer agua en la parte superior de la torre de señales iba a formar una inmensa estalactita en los cinco días que la nave iba a permanecer en puerto.
Finalmente, el tubo se colocó en su lugar, la puerta gimió, se abrió y dejó salir un leve toque de aire cálido, diferente, una breve presión de aire encerrado que se escapa; y ahí, por supuesto, estaba el agente de la aduana, el primero sobre la rampa.
Bet encontró un lugar donde sentarse en el borde de una viga, y aunque estaba congelada, se quedó allí vigilando hasta que el hombre de la aduana volvió a salir por la rampa.
Bet tembló. Sentía..., Dios, sí, tenía la sensación de volver a pertenecer a algo, solamente con estar allí congelándose como en otra docena de esperas inútiles. Era una estupidez empezar a pensar así. Era suicida.
Pero no estaba asustada, no más allá de un ligero temblor en el estómago, síntoma de su sentido común y de la incertidumbre de la situación; no estaba asustada, sólo esperaba que le dejaran arriesgar el cuello, eso era todo; pensó en los lugares en que había estado y en aquellos a los que podía ir, pero todavía le resultaba todo remoto.
Oyó que la puerta interior volvía a abrirse y que alguien salía por el puente. Dos miembros de la tripulación con ropa irregular, no militar. El corazón le latió con más y más fuerza mientras los veía encontrarse con el jefe de muelle y seguía la larga conversación que solía marcar la llegada de una nave.
Bajaron otros miembros de la tripulación. Más ropa diversa, nada de uniformes, nada que lo pareciera. Se frotó las manos frías, se levantó de su sitio entre las vigas y, después de palmearse las piernas hasta que las sintió de nuevo, metió las manos en los bolsillos y fue hasta el final de la rampa.
—¡Eh, tú! —gritó uno de los trabajadores.
Pero Bet lo ignoró. Caminó hacia arriba, asintió y dijo hola amistosamente..., era un hombre con un tratamiento rejuv y una mujer, ambos vestían monos castaños, nada importante. Ropa de trabajo.
—Buenos días —dijo Bet—. Bienvenidos. Estoy buscando algo. ¿Alguna posibilidad?
No eran caras muy amistosas, por cierto.
—No aceptamos pasajeros —dijo el hombre. Ella se palpó el bolsillo donde guardaba la carta.
—Maquinista. Me quedé varada aquí. ¿Con quién puedo hablar?
Una mirada larga, una sola, muy larga, de una cara marcada, fría; y otra cara femenina, de mejillas vacías, con una cicatriz quemada en el costado.
—Conmigo —le dijo el hombre—. Me llamo Fitch. Primer oficial.
—Sí, señor. —Bet respiró hondo y metió las manos en los bolsillos intentando modificar en algo la posición de firme. Mierda. Relájate. Civil, por favor. Mierda, mierda—. Me llamo Yeager. De la Ernestina. Era la más nueva y tenían que reducir personal. Algunos siguieron adelante en otras naves, pero el tránsito ha sido escaso en los últimos seis meses.
—No estamos contratando personal en este momento —dijo Fitch.
—Estoy desesperada —dijo ella con la mandíbula tensa, jadeando—. Acepto cualquier cosa. No pido una participación.
Una mirada lenta, inquisitiva, de la cabeza a los pies y otra vez arriba..., como si el hombre estuviera pensando los pros y los contras de lo que miraba.
—No sé —dijo luego, e hizo un gesto leve hacia la rampa—. Hable con el Hombre.
Bet estaba casi helada por la espera en la esclusa de aire, en ese tipo de frío seco que congelaba el vapor de agua convirtiéndolo en un borde blanco en las superficies y afectaba a las rodillas hasta que se negaban a funcionar. Así subió hacia el umbral de las entrañas sombrías de la Loki. Cuando atravesó el anillo (que parecía tener sólo un corredor), le temblaban las rodillas y caminó como si estuviera borracha por la cubierta principal tapizada de azulejos. Sólo había una luz y un pasaje abierto junto a las compuertas que probablemente daban al depósito inferior.
Bet vio a un hombre rubio sentado frente a un escritorio. Vestía un traje de salto simple, castaño. El suelo suspendido formaba un escalón muy alto. Ella se quedó en el pasillo y habló:
—Quisiera ver al capitán.
—Aquí lo tiene —respondió el Hombre y la miró desde arriba, desde el escritorio. Bet subió el escalón agachándose para no golpearse con la puerta.
—Bet Yeager, señor. —El nombre de Fitch le había servido para entrar, pero ahora estaba temblando, sentía que los dientes querían castañetearle en la boca y no era sólo por el frío—. Maquinista. Experiencia en cargueros. Busco empleo, señor.
—¿Buena?
—Sí, señor.
Un largo silencio. Los ojos pálidos la recorrieron de arriba a abajo. El hombre extendió una mano delgada con la palma hacia arriba.
Bet buscó en el bolsillo y sacó los papeles, tratando de que su mano no temblara cuando puso la carta en la mano del capitán.
Él la abrió, desdobló el papel, lo leyó sin expresión, miró del otro lado (todo el mundo lo hacía para ver las últimas firmas) y doblándolo de nuevo se lo devolvió.
—No somos un carguero —dijo.
—Lo sé, señor.
—Pero tal vez usted no sea navegante.
—Soy navegante, señor.
—¿Sabe lo que somos?
—Creo que sí, señor.
Un largo silencio. Unos dedos finos hacían girar un lápiz una y otra vez.
—¿Qué rango?
—Tercero, señor.
Más silencio. El lápiz seguía dando vueltas en el aire.
—No pagamos estándar. Son cien por día cuando se despida. Y nada más. La llamada se realiza diez horas antes de partir. Mi nombre es Wolfe. ¿Preguntas?
—No, señor.
—Ésa es la respuesta correcta. Recuérdelo. ¿Algo más?
—No, señor.
—Hasta pronto, Yeager.
—Sí, señor —dijo ella. Y agachando la cabeza salió por la cubierta, hacia el corredor y el muelle. Todavía se sentía envarada por el frío. Pensó en ir al Registro. Quería un trago, quería salir a los muelles con algo en el bolsillo y luego pasar por los bares y sacarse el frío de los huesos, pero era una desconocida para la tripulación de la Lokiy no podía usar la tarjeta de Ritterman. Así que volvió al apartamento y se sirvió un buen trago. La Loki no era un carguero. El capitán se lo había dicho con toda intención. Todavía se sentía impresionada, pero los viejos nervios habían respondido bien. Loki era un nombre que no conocía, pero puede que seis meses o un año atrás el nombre hubiera sido otro. La estructura era de las viejas, vieja hasta las entrañas, una pequeña nave transportadora con tanques de tamaño desmesurado en el lugar en que debería haber estado la carga, algo naturalmente gigantesco para aquel motor; tanques fáciles de conseguir y fáciles de arreglar incluso en un astillero mediano como Viking que había construido tres de esas naves según la información que manejaba la Flota..., naves para agazaparse y esconderse en la oscuridad de varios saltos y luego correr de nuevo.
Pero la Línea era confusa, los fantasmas pasaban a un lado y a otro y la Flota ya no confiaba en ellos, no más que Unión: cuando se llegaba a un punto en el que había una nave fantasma, se la evitaba sin hacer preguntas.
De modo que este fantasma en particular era del todo oficial en Alianza. Las naves mercantes habían decidido un boicot, habían tomado Pell, y ahora los fantasmas que las estaciones habían construido para mantenerse informados salían al exterior, se hacían visibles con papeles oficiales y todo.
Era condenadamente lógico que el capitán no comentara nada sobre sus papeles. Las únicas ocasiones que la Loki hacía preguntas era cuando aparecía alguien correctamente vestido, con papeles en perfecto estado y un equipo reluciente buscando empleo.
Bet bebió del whisky de Ritterman. Trató de no pensar que, a pesar de que la nave fuera fantasma, unirse a ella equivalía a unirse a Mallory. Debía evitar caer en pequeños deslices, como la vieja costumbre que decía «quédate firme», como el «señor» y «señora», como los pequeños hábitos con el equipo, todo lo que oliera a militar...
Era muy probable que fueran espías de Mallory, pero lo importante era que estaban con Mallory, y no eran demasiado legales porque, en general, las naves fantasmas habían vendido información a todos los bandos. Entrar en esa nave equivalía a esconderse en el lugar menos evidente, justo el lugar en donde se estaba más a la vista de todos. Si conseguía aprender los movimientos, aprender el acento, aprender las costumbres de las naves fantasmas..., entonces le iría bien, claro que sí.
Era peligroso. Pero en cierto sentido menos peligroso que embarcar en una mercante que subía y subía, con una tripulación que esperaba que todos los miembros de las mercantes supieran ciertas cosas, cosas sobre puertos que ella nunca había tocado, especialmente sobre impuestos de carga y reglamentos de las estaciones, cosas que en definitiva nunca le habían interesado.
Había estado muy cerca del Viejo del África, una o dos veces. Unos miles de tropas vivían en las entrañas del África, pero Porey casi nunca iba por allí, excepto cuando todos bajaban a otra cubierta, cuando abordaban, entonces Porey siempre estaba en el centro; al acercársele, en esas pocas ocasiones, Bet había sentido su fuerza, había sabido inmediatamente por qué era el Viejo y por qué todos saltaban apenas abría la boca. Porey era el hombre más frío que había conocido; y tal vez fuera porque estaba desesperada o porque la Lokiera. su apuesta a doble o nada, pero ese Wolfe, la forma en que se movía, la forma en que hablaba..., todo eso parecía decir «competente», «nada de tonterías», decía que era un hijo de puta y que no daba cuerda a nadie. Y eso tocaba los nervios dormidos de un soldado. Con ese hombre, Bet sabía exactamente dónde estaba; córtate el cuello en una apuesta pero demuéstrale que eres buena y tal vez puedas llegar lejos con un capitán así.
Un capitán de una fantasma. Ese Fitch, ese Fitch tampoco era un hombre fácil. Y la mujer que lo acompañaba no era de las que una podía empujar impunemente. Eso también decía algo acerca del capitán.
Se sirvió otro vaso. Tal vez, pensó, tal vez estuviera loca. No estaba segura de que no le conviniera desaparecer hasta el momento de la llamada a bordo, quedarse en el apartamento, no volver al Registro, pero quería mantener viva la tarjeta de Ritterman, debía evitar una investigación de las razones por las que Ritterman ya no estaba en actividad.
Cinco días, por lo menos, hasta que se llenaran los tanques de la Loki. Apenas cuatro hasta subir a bordo, si tomaba en cuenta las diez horas previstas. Si podía lograr que las cosas siguieran como hasta entonces, ir como todos los días hasta las máquinas expendedoras y quedarse tranquila, todo saldría bien.
Lo único que tenía que hacer era no meterse en líos y estar atenta a los ordenadores en busca de asuntos como cintas sin devolver, cualquier cosa que requiriera la intervención de Ritterman.
Mientras tanto, tenía que revisar las cosas de Ritterman y seleccionar algunas. Cosas poco problemáticas y fáciles de embalar. La aduana de Thule sólo se preocupaba por los revólveres, las fuentes de energía, los cuchillos, las navajas y los explosivos; el resto carecía de impuestos y no había reglamentos sobre el alcohol.
Empezó a preparar el equipaje, al menos a elegir lo que se llevaría.
Se acostó como de costumbre en el sofá de Ritterman, miró un vídeo, se emborrachó totalmente y despertó con un fuerte dolor de cabeza y el recuerdo, absolutamente verdadero, de que ahora tenía empleo.
La mejor noche que había pasado en los últimos seis meses, sí, sin duda la mejor.
6
No se olvidó de su viaje matutino a las máquinas expendedoras; vivía de sándwiches, coca, queso que calentaba en los microondas y de la salsa de Ritterman. Habían pasado dos días, y de no ser por esas salidas, se quedaba en el apartamento revisando las habitaciones desordenadas para ver qué le convenía llevarse.
Estaba atenta al ordenador, bebía, comía otra vez sándwich de queso para cenar y miraba películas baratas. En una ocasión se hizo una aguja y arregló uno de los suéteres de Ritterman que estaba todo agujereado. Le gustaba ensuciarse las manos, arreglar ropa, lavar, hacer las compras y fregar todo lo que fuera necesario, pero no pensaba ayudar a la rep de Ritterman limpiando aquel agujero que él llamaba apartamento. Sólo pateaba lo que había pertenecido a Ritterman cuando se le cruzaba en el camino, y lavaba únicamente lo que estaba usando.
Pero aquella noche dormir le costó más de lo habitual y el nivel de la botella de vodka bajó mucho antes de que ella se quedara tranquila.
Seguía pensando en inmigración y en la única formalidad que había que pasar para embarcarse; iba a tener que registrarse en los archivos de la estación antes cié llegar al agente de la aduana. Aquí afuera resultaba difícil que la localizaran. Con la tarjeta de Ritterman, viviendo en su apartamento, sin que el Registro supiera dónde estaba y con sólo Nan y Ely para relacionar su nombre con su cara..., pero eso cambiaría en el momento en que tuviera que dar su ID temporal a la aduana de los muelles y la aduana enviara la información, a través de los ordenadores de la estación desde una terminal en los muelles, para asegurarse de que ella era quien decía ser.
La única cosa que conseguía poner los pelos de punta a Alianza, además de las armas, era la gente. Mariner y Pan-paris habían aprendido por las malas que la gente era mucho más peligrosa que las armas; ese tipo de gente que iba y venía con nombres e IDs falsas, a las órdenes de individuos que vivían a cientos de años luz más allá. La aduana insistía en controlar las IDs de la tripulación. Ya la habían controlado cuando bajó de la Ernestina y volverían a controlarla cuando subiera a la Loki.
Trató de pensar en algún modo de evitar ese control. Tal vez podría recorrer los pocos bares de Thule, buscar a la tripulación de la Loki, dormir con alguien y hacer que la subieran temprano para evitar el control; eso si la Loki cooperaba...
Pero eso podría suponer que la Loki ya no la quisiera a bordo, y esa posibilidad la asustaba aún más que el control mismo. Además, para acercarse a la tripulación en tiempos de permiso hacía falta dinero y ella no lo tenía. En los tiempos que corrían, todos tenían que pagar su propia cuenta en los bares.
Se había dormido con ideas mucho peores en la mente, de eso no había duda, pero la soledad era una aflicción nueva. El pensamiento volvía una y otra vez a sus compañeros del África y se preguntaba si todavía estarían vivos, en particular el mayor, y con quién dormía ahora Bieji Hager.
Teo había muerto arrojado al frío espacio. Lo mismo le había sucedido a Joey Schmidt y a Yung Kim y a varios miles más.
Maldita Mallory.
Así que aquí estaba ella, aceptando trabajo en una nave fantasma que tal vez cumplía órdenes de Mallory. Puede que fuera una forma justa de saldar viejas deudas, eso en el caso de que esa nave terminara salvándole el cuello. Se imaginó a Teo meneando la cabeza ante lo que estaba por hacer, pero Teo diría: Mierda, Bet, los muertos no cuentan. El nunca la acusaría por esto.
Se dio media vuelta y trató de no pensar, punto, trató de evadirse, de no hacer nada, de no estar. Como cuando la fuerza G iba a golpearlos y los misiles a estallar, y si uno era un miembro inferior de la tripulación de las cubiertas intermedias en una nave de guerra, sólo se podía esperar y dejar que los tees evitaran que los disparos alcanzaran la nave.
Claro que sí.
Cuarto día. Se levantó y tropezó con los montones de basura del apartamento. Sintonizó los canales de información públicos en el vídeo de Ritterman para ver cuándo se había fijado la llamada a bordo. D/P 21 00, decía. Tanques al 97% de .capacidad.
Gracias a Dios, gracias a Dios. La Mary Gold había entrado en el sistema de Thule durante la noche y el vídeo añadía: condición en suspenso, lo que quería decir que la Mary Gold, se estaba aproximando poco a poco, despacio, y probablemente desesperada y furiosa porque había previsto una parada rápida y ahora descubría que podían tardar semanas. También la Estación de la Estrella de Bryant, en la ruta de la Mary Gold protestaría porque sus suministros llegarían con un mes de retraso, y así en toda la línea. Un pequeño desliz temporal en un lugar como Pell, que era una estación grande y moderna, no suponía nada. Pero aquí...
Una de las cuestiones era qué razón había alegado la Loki para explicar su prioridad, o si estaban pidiéndola sin motivo pasando de los perjuicios que causaban en las estaciones. O quizá la urgencia consistía en desear salirse de enmedio con rapidez.
La urgencia en una nave de ese tipo significaba...
Pensó en el África, en la posibilidad de estar del lado equivocado en medio de una batalla en el espacio. Podía volar en mil pedazos con una fantasma. Probablemente eso era lo que pasaría. Y moriría a manos de sus propios compañeros, de su propia nave. Trató de olvidar ese tipo de dudas, tomó el desayuno habitual y se sentó para leer los mensajes del ordenador.
Anuncios, sólo llegaban anuncios. Como siempre. No había ni una llamada para Ritterman, nada excepto reclamaciones de cintas. Nada en todo el tiempo que llevaba viviendo allí.
Un hombre muy popular.
Finalmente, tenía que recoger el equipaje. El trabajo serio. Se había obligado a esperar, como hacía siempre con las cosas que deseaba mucho. Tomó otra bolsa de bolas de queso, se dio una ducha, se cortó el cabello y finalmente empezó a poner sus cosas en una bolsa; era lo último que hacía antes de embarcarse.
Sonó el timbre de la puerta.
Bet se quedó inmóvil en el baño, casi sin respirar. Tenía miedo de que fuera alguien con una llave. Y si era..., si era Rico la salvaría, Rico diría que ella había estado con Ritterman, que seguramente había ido al apartamento al saber que tenía que embarcarse; que había dejado sus cosas allí y quería recogerlas. Hacía días que no veía a Ritterman, no, nunca le había preguntado dónde estaba, siempre había entrado y salido sin decir nada...
Segundo timbrazo.
Tercero.
Pero se fueron.
Bet dejó escapar un suspiro. Sacó su pequeño neceser del baño y acabó de recoger mientras miraba la hora. 1527.
El teléfono sonó.
Dios. Contuvo el aliento esperando que quien fuera se decidiera a colgar.
Se quedó allí, pensando en cómo moverse, adonde ir; rápido era la única forma, rápido y directo. ¿Y si alguien estaba esperando afuera en el vestíbulo o en el ascensor, para ver quién salía...?
Ay, Dios, había olvidado que en el Registro tenían la dirección de Rico.
Si alguien preguntaba por ella en el bar de Rico... Si Rico había dicho que una mujer con un ojo amoratado había salido con Ritterman esa noche. Tal vez la estaban buscando a ella y no a Ritterman...
Y si entraban allí, encontrarían a Ritterman...
Revisó los bolsillos para asegurarse de llevar la tarjeta, tomó la bolsa y con el corazón palpitante, avanzó por el sucio vestíbulo de metal hacia el ascensor.
Nadie. Gracias a Dios.
Ocultó la tarjeta detrás de una moldura suelta junto al ascensor, un lugar en el que ya no la tendría si se la pedían y donde podía buscarla si la necesitaba..., había pensado en eso hacía dos días; tomó el ascensor de bajada hacia los muelles, salió e hizo un esfuerzo por moverse a ritmo normal. Si no habían seguido su rastro hasta la Loki, si conseguía cruzar el muelle, subir a bordo y contar con la ineficiencia habitual en Thule...
Ea tripulación iba a y venía a la espera de la llamada a bordo; alguien que había olvidado algo, otro que tenía que volver y comprobar algún asunto con intendencia de la nave. A las naves no les gustaba que personal ajeno a la tripulación entrara o saliera por el puente, especialmente en un lugar olvidado como Thule. Ea aduana consideraba que la nave tenía sus propios motivos para vigilar y no intervenían hasta el último momento, al menos así era en Thule. Solamente existía esa formalidad si la nave tomaba pasajeros...
Las naves no solían dejar entrar a los nuevos empleados hasta que se producía la llamada, momento en que la tripulación podía seguirles el rastro y asegurarse de que se comportaban bien. Y todavía eran las 16 00. Faltaban cinco horas.
Caminó hacia las luces del muelle. No podía parar de pensar. Si los oficiales de la estación siguiendo su pista habían llegado a Rico vía Nan y Ely y la rastreaban luego hasta el apartamento de Ritterman, sabiendo que era una navegante, no necesitaban esforzarse demasiado. Estaba en la lista del Registro, Nan y Ely no podían cubrir eso aunque mintieran por ella. Una vez que la estuvieran buscando, e incluso si Nan no decía ni la mitad de lo que sabía, las autoridades solamente necesitaban una neurona para pensar en la nave en puerto y saber adonde iría una fugitiva.
Mierda, no podían encerrar a alguien por haber puesto sus dedos sobre la pileta de un baño público.
De acuerdo, pensó mientras se acercaba a la rampa de la nave, a la madeja oscura de líneas y brazos de anclas, a la masa de bombas y contrafuertes, de acuerdo, Bet Yeager, si algo sale mal, no hace falta romperse la cabeza: existen suficientes motivos en contra para que hagan lo que quieran. Si te atrapan, vas con ellos, te haces la inocente y que llamen a Nan, eso es lo que harás; Nan tiene sentido común..., Nan puede arreglar las cosas para ayudarte...
Caminó por el área de trabajo. Tenía un pie en la rampa cuando la voz aulló:
—¡Eh, tú, esa de ahí! —Bet tuvo un momento de duda entre correr por la rampa, arriesgándose a recibir un tiro en la espalda y darse cuenta con cordura de que la compuerta de la Loki estaría cerrada; aunque llegara hasta allí, no podían tenerla abierta con el frío del muelle.
—Soy de la tripulación —dijo a los hombres que caminaban hacia ella. No eran de los muelles, eso estaba claro, eran de categoría superior—. Soy de la tripulación de la Loki y tengo una carga que llevar arriba. ¿Qué pasa?
—Elizabeth Yeager —dijo uno, y le mostró una ID—. Tenemos que hacerle algunas preguntas.
—Lo siento, pero tengo que estar aquí en un par de horas.
—Si puede satisfacer a las autoridades cumplirá con la llamada, no se preocupe. Sólo tenemos que hacerle algunas preguntas, eso es todo.
—¿Sobre qué?
—Venga con nosotros, señora Yeager.
—¡A la mierda! Está bien, pero antes tengo que hacer una llamada. Un minuto por favor.
—Nada de llamadas, señora Yeager. Podrá notificárselo a quien quiera más adelante.
Ella los miró un momento y sintió un impulso irracional, un deseo de arriesgarlo todo y perderse en los muelles, tratar de relacionarse con la tripulación, pero lo que había decidido anteriormente pesó más.
En un momento de crisis debía actuar así. Una tenía un plan y lo cumplía, sobre todo cuando las cosas se ponían negras; una sabía que no debía hacer nada estúpido ni dejarse sacudir por lo que le pasara.
—De acuerdo —dijo y movió una mano hacia los ascensores del otro lado del muelle—. De acuerdo. Arreglemos esto.
Pero se sentía aterrorizada. No estaba segura de la valide?; de su decisión. Desconfiaba de las decisiones tomadas con las rodillas temblorosas. Siempre había querido pensar, siempre quería estar segura de lo que hacía cuando era algo que se pudiera planear; pero, Dios, estaba metida en un lío, sabía que estaba metida en un buen lío, y ese lío tenía que ver con gente de la estación, gente que se guiaba por reglas que no tenían sentido y cada estación era impredecible y excéntrica en lo que permitía y lo que no y en la forma en que funcionaba.
Así que conocían su cara. Eso quería decir que habían sacado su foto del archivo de tarjetas, de la ficha que había cumplimentado cuando llegó a Thule y en inmigración le dieron la tarjeta temporal. Tenían sus huellas digitales, tenían una navegante con un ojo amoratado y muchos rasguños. Y tenían un cadáver en una habitación en la que, finalmente, encontrarían más huellas...
Eso llevaría tiempo. El problema, el primer problema consistía en saber si iban a entrar en esa habitación a la fuerza; si ya la habían relacionado con lo de Ritterman; si tenían suficientes datos parar hacer que el departamento legal de la estación firmara la orden de trasladarla al hospital y empezar a interrogarla con el trank.
Después de todo, los dos hombres muertos eran el menor de sus problemas.
Ea llevaron por los muelles hasta un ascensor de uso oficial y subieron directamente a la pequeña sección azul de Thule, un solo piso por encima y después un corredor de pequeños despachos deprimentes.
—ID —dijo el oficial desde un escritorio, y ella le dio la tarjeta temporal—. Papeles —preguntó el hombre después, y eso la asustó más que cualquier otra cosa en el procedimiento. Eso era todo, esa carta doblada. Pero tenían derecho a preguntarle y también tenían derecho a quedarse con ella hasta que estuvieran satisfechos. Dijeron que la guardarían en el escritorio y que no la perderían. Ea hicieron sentarse y llenar un formulario que preguntaba cosas como: Dirección actual, Empleo actual, Último empleo; fecha.
Cada vez peor. Querían saber datos que ella no podía facilitarles, como cuál era su saldo de créditos y dónde estaban los recibos que probaban que había estado gastando en efectivo desde el momento en que abandonara la Ernestina.
Querían referencias de gente de la estación. Les dio las de Nan y Ely.
Dijo con desesperación que había estado viviendo con Nan. Nan tal vez la cubriría con una mentira. Era lo único que se le ocurría decir.
Dios, si le preguntaban la dirección... Nan vivía en Verde, recordaba haberla oído comentarlo con Ely una vez. Sí, estaba segura.
Entradas estimadas del mes, preguntaban. Ella contó. Escribió: 25 créditos.
Contando lo que había sacado de Ritterman, del trabajo en el muelle y de Ely. Iba a mentir pero había visto la siguiente pregunta y maquinó una salida posible, una ruta de escape a todas las trampas.
Otra fuente de ingresos, decía.
Nanjodree, escribió Bet. Habitación y comida, a cambio de la limpieza y los recados.
Miró la hora. 1710. Estaba sudando. La última respuesta era legal, lo sabía... Si Nan la apoyaba, y suponía que Nan lo haría, no podrían acusarla de lo peor, de consumir sin pagar, que era lo que alegarían para mantenerla allí mientras controlaban todo lo demás.
Si es que era legal hacer trabajo privado en Thule.
Si Nan no se asustaba y contestaba cualquier tontería dejándola colgada sin darse cuenta.
Tomaron el formulario, lo miraron, y después le pidieron que entrara en una sala de interrogatorios.
—Para contestar algunas preguntas —dijeron.
—¡Ya he contestado todo!
—Señora Yeager —dijeron los hombres, mientras mantenían la puerta abierta.
Le pidieron que se sentara a una mesa, ellos se sentaron del otro lado y le hicieron preguntas del tipo ¿Qué le pasó a su cara, señora Yeager?
Una pelea con un borracho, respondió ella, lo mismo que le había dicho a Terry Ritterman.
—¿Dónde?
En el muelle verde, dijo ella.
—¿Cuándo?
Tenía que decir la verdad al respecto. El ojo lo mostraba con claridad y tal vez Rico recordara la fecha en que había aparecido por el negocio. Dijo:
—La semana pasada. No recuerdo bien el día.
—¿Miércoles?
—No sé. Tal vez... Mire, tengo que llegar a la nave. Tengo derecho a...
—¿Cuál es la dirección de Nan Jodree? Y ella, pensando de pronto como una navegante de nave mercante, dijo:
—Tengo derecho a hablar con mi capitán.
—¿Cómo se llama? —preguntaron ellos.
—¡Wolfe! —respondió, la primera respuesta para la que no tenía dudas.
Pero entonces volvieron a insistir con las preguntas anteriores.
—No tengo por qué contestarles —dijo ella—. Ya respondí una vez. Llamen a mi capitán.
—¿Quiere ir ante el juez?
Ley civil. Ley de Alianza. Estaciones y derechos civiles, jueces y hospitales donde podían arrancar la verdad de la boca de cualquiera aunque uno no quisiera darla. Donde nadie podía dejar de decir todo lo que hubiera hecho o pensado hacer.
—No tengo por qué hablar con usted sin el conocimiento de mi capitán.
—Vamos —dijeron ellos—. Usted todavía no es miembro de la tripulación, no se la borró de los archivos de la estación.
—Soy miembro de la tripulación de la Loki, tengo derecho a notificar a mi capitán...
—No, no lo tiene —dijeron ellos—. Llame a un abogado, eso es lo único que puede hacer.
—Entonces, requiero al personal legal de la Loki.
Eso los detuvo. Salieron de la habitación y consultaron, tal vez porque no sabían qué hacer, tal vez para discutir cuáles eran las opciones o si debían hacer lo que ella decía. Pero eso Bet no lo sabía.
Discutían por algo; después tres de ellos se marcharon y la dejaron allí, en aquel cubículo con una sola ventana grande. Uno so quedó de pie junto a la puerta.
Ella no sabía qué tramaban. Puede que hubieran ido a comprobar si sus declaraciones eran ciertas, a preguntarle a Nan.
Quizá llamarían a Wolfe, que probablemente no se alegraría de que le dijeran eso con respecto a una nueva maquinista.
No la habían registrado. Eso quería decir que todavía no estaba bajo arresto, o al menos eso era lo que suponía. Pensó en todo ello mientras esperaba allí, sentada. Wolfe estaba a un paso de Mallory, y si Wolfe se interesaba por su caso..., si conseguían una orden judicial para interrogarla bajo trank y descubrían quién era... Pero no había posibilidades de que eso sucediera, no era posible a menos que consiguieran una acusación en el último momento, entre la llamada a bordo y la partida misma, cuando la Loki se fuera a cumplir con esa misión tan urgente que parecía justificar la prioridad sobre un carguero honesto y que había creado problemas en toda la línea de estaciones.
Miró el muelle a través de la ventana. Vio el reloj, las 17 45, las 18 00, las 18 30; finalmente se levantó y trató de abrir la puerta, de hablar con el hombre que estaba en el pasillo, pero estaba encerrada bajo llave. Golpeó la lámina de metal con el puño.
—¡Tengo que contestar a la llamada! Mi nave se va —gritó, y después, sin obtener respuesta (el hombre ni siquiera se interesó), volvió a la silla y se sentó, pasándose una mano por el cabello. Sintió un pánico casi absoluto.
Esperaba..., sí, esperaba que al menos llamaran a Nan y que Nan y Ely la apoyaran, que entraran por la puerta y se pusieran de su lado, que hicieran algo inteligente para sacarla de allí. Al menos podrían llamar a Wolfe, si es que nadie más quería hacerlo.
Pero los que aparecieron cuando se abrió la puerta no eran ni Nan ni Ely. Eran hombres con el uniforme de Seguridad.
—Bet Yeager —dijo uno—. Está bajo arresto.
—¿Por qué? —preguntó ella indignada.
—Por el asesinato de un tal Eddie Benham y de Terrence Ritterman...
—¡Terry no está muerto! —aulló ella. Se había preparado para eso mientras esperaba—. ¡Fui a buscar mis cosas a su apartamento esta mañana! Y ni siquiera conozco a ese tal Eddie Benham...
—Claro que fue a buscar sus cosas. ¿En la habitación del frente...? Antes dijo que estaba con la señora Jodree.
—Y es cierto. Me quedé con ella pero dejé mis cosas en el apartamento de Ritterman. Le pedí cincuenta. ¡Estaba tratando de pagarle!
—El señor Ritterman está muerto. ¿No entró en el dormitorio?
—No, ¡claro que no entré en el dormitorio! ¿Qué se me ha perdido a mí en el dormitorio de nadie?
—Esa es una de las preguntas que tenemos para usted, señora Yeager.
—¡Quiero a mi abogado!
—Deposite todo lo que lleva en los bolsillos sobre la mesa, por favor.
Pensó en negarse, pensó en matar a un par de los de Seguridad, y llegó a la misma conclusión que en los muelles. Vació sus bolsillos, que apenas contenían un crédito y la navaja, y lo dejó todo sobre la mesa.
Ellos la condujeron por un vestíbulo hasta Detención. Bet no discutió.
Se sentó allí con la vista clavada en la puerta mientras trataba de convencerse de que Nan llegaría y manejaría la situación legal, como sólo sabía hacerlo alguien de la estación.
Le diría a Nan que las cosas no eran lo que parecían, le explicaría todo..., al menos lo de Ritterman y el otro hombre. Nan la entendería, Nan apoyaría su historia sobre el hecho de que no era una consumidora ilegal, y entonces el jefe de estación de Thule se disculparía personalmente y le daría mil créditos. Claro que sí, así era como trabajaba la justicia de las estaciones, todos los de la Flota lo sabían, al igual que conocían el agradecimiento de los hombres y mujeres de las estaciones cuando se les hacía un favor, un recuerdo, quizás un monumento a los muertos de la Mota o un poco de apoyo de los comerciantes que habían hecho contrabando constantemente de los suministros de guerra e inteligencia a los dos lados de la Línea, acusando después a la Flota de piratería cuando la Flota se proveyó de suministros de la única forma en que podía hacerlo: sin ayuda de las estaciones, ni de los comerciantes, nada, ni siquiera de Tierra.
Siempre podía pedirle a Mallory un puesto en la Noruega. O ya puestos buscar una misión, en Alianza.
¡Dios, Dios!
Pasaron las 19 00, las 20 00. Empezó a caminar por la celda mirándose los callos que tenía en las manos y los azulejos del suelo.
Le dolía el estómago, eso hubiera sido hambre en otra situación, pero que ahora no habría podido tolerar la comida.
Finalmente abrieron la puerta. Otra vez Seguridad.
Y Fitch, Dios, era el señor Fitch.
—Es ella —dijo Fitch dirigiéndose a Seguridad—. Vamos a firmar los papeles.
Bet lo miró con los ojos muy abiertos. Seguridad le hizo un gesto y Bet salió; cuando pasó junto a Fitch en el pasillo, éste la cogió del brazo y dijo:
—Está en graves problemas, Yeager.
Pero supo que no tenía opción cuando un abogado de la estación le expuso las dos posibilidades: podía quedarse o aceptar la extradición en la Loki que reclamaba la jurisdicción de los tribunales militares de Alianza sobre el caso.
Pensó en la pequeña habitación de la que acababa de salir. Pensó en el muelle, en la nave y en salir de Thule; también pensó durante un largo, largo rato en Mallory y en lo que podía pasarle si cometía un error y Wolfe averiguaba quién era en realidad.
Pero daba lo mismo, tarde o temprano los de estación iniciarían un interrogatorio bajo trank y la Loki era la única oportunidad de salvarse que tenía.
—Deme el papel.
—Se da cuenta —dijo el abogado— de que si firma esto está renunciando a cualquier derecho que pudiera tener para acceder a la justicia civil, incluyendo la apelación. Y que la ley militar contempla la pena de muerte.
Ella asintió. Tenía el estómago revuelto y estaba realmente asustada. Firmó con su nombre completo, Elizabeth A. Yeager, y le devolvió el papel al hombre de la estación.
Entonces Fitch la tomó del brazo.
—Ya tengo mis cosas —dijo ella, y Fitch llamó a otro miembro de la tripulación. Luego le esposaron las manos al frente y ambos la llevaron por el corredor de la sección Azul hasta el ascensor y bajaron.
Iban tranquilos y serenos, Fitch no decía ni una palabra; y Bet pensó que el silencio era de agradecer dadas las circunstancias. Durante todo el viaje al muelle miró hacia la puerta con los ojos bien abiertos. Caminó sola entre los dos hombres hasta la rampa de la Loki. Era evidente que el agente de la aduana estaba al corriente porque no hizo objeciones cuando los tres subieron por la rampa y entraron en el tubo.
Llegaron a la esclusa de aire y Fitch la abrió. Luego, la tomó del brazo y la llevó adentro.
—Guarda eso —dijo Fitch al hombre que llevaba las cosas de Bet. Y la empujó contra la pared—. ¿Tiene algo que decirme? —le preguntó.
—Gracias, señor.
Fitch le dio dos bofetadas.
—Usted es un problema, Yeager. Una mierda para esta nave, ¿me oye?
—Sí, señor —repitió ella esperando un puñetazo en el estómago o que le golpeara la cabeza contra la pared. Pero Fitch dijo:
—Así que ya lo sabe. —Volvió a tomarla del brazo y la llevó hasta la primera puerta en el corredor.
Compartimento de carga, una serie oscura de vueltas que sabe Dios adonde llevaban.
Mierda, pensó ella. Fitch la empujó al interior y cerró la puerta.
Bet buscó alrededor de la puerta con las manos y encontró unas llaves, pero no funcionaban. No había comunicador. Ni calefacción, al menos ella no la sentía. No había energía, ni siquiera ventilación. La llave principal debía estar fuera del alcance de los tripulantes.
Se apoyó contra la pared de armarios mirando hacia la entrada. Pensó un poco en la oscuridad total para ver si podía orientarse, saber dónde estaba el eje de la nave...
Lo que había dicho Fitch..., un problema. Ella era un problema.
Fitch parecía estar furioso con ella pero al menos no le estaba encima como uno de los de Mazian. Probablemente no supiera nada excepto que tenía que sacar a la nueva adquisición del capitán de la cárcel de la estación y ponerla en un lugar seguro a bordo.
Tal vez Wolfe no sabía nada.
Dios, sí, si es que realmente había una posibilidad de salir de allí, una posibilidad de que una nave fantasma necesitara personal con tanta desesperación...
Apoyó una bota lentamente contra la puerta para ver si había espacio. El lugar justo. Nada más.
Pasado un rato, sintió la partida de la nave.
Ahora sí que no había regreso posible, fuera para vivir o para morir. Lo sabía, sabía eso mejor de lo que lo explicaba el abogado de la estación.
Una aguantaba, aguantaba, solamente eso, se sostenía cómo podía; ese hijo de puta le había dado pocas posibilidades..., pocas posibilidades, sí. El tipo de agujero que se usaba para sujetarse en un corredor largo, un espacio estrecho, tan sólo un lugar para apoyarse. Después de los tirones de los exagerados motores de la Loki, después del estallido de energía que trataba de arrancarle a una los pulmones, un segundo estallido que le golpeó la cabeza contra un armario de metal. Apretaba los dientes tratando de sostenerse y no resbalar, porque si se soltaba, podía tener que hacer un viaje muy desagradable; y si se resbalaba hacia la izquierda la caída sería muy, muy larga.
Cuando finalmente la Loki se estabilizó en una G y la propulsión, Bet se quedó con la cara contra los armarios que se habían convertido en cubierta durante un rato, manteniendo el pie bien trabado, por si..., por si Dios sabía qué...
Fitch enviaría a alguien en algún momento. Alguien llegaría antes de que la nave saltara. Alguien traería las drogas que había que tomar para el hiperespacio, las drogas sin las cuales era mejor morir.
Sin las cuales se perdía el sentido del espacio y no había forma de volver a la realidad, no había forma de procesar aquello que la mente y los sentidos no podían aceptar ni comprender.
Era un buen modo de sacarse de encima un problema. Lo único que hacía falta era un pequeño error en las órdenes. Y allí no había comunicador.
¡Que alguien se acuerde de que estoy aquí, mierda!
Arriesgó la cabeza para volver a intentarlo con los interruptores, que esta vez estaban hacia arriba. Nada. La aceleración le pesaba en los brazos, la confundía, le hacía temblar las rodillas. Se quedó recostada y volvió a apoyar un pie en la puerta.
Tranquila, se dijo. Ya vendrán. Una nave a punto de saltar está muy ocupada, eso es todo. Cuestión de prioridades. Alguien como Fitch no va a ver a los oficiales de la estación para sacar a una maquinista de la cárcel y después arruinarle el cerebro por un arreglo oficial.
No puede ser. No es lógico.
Dios..., que venga alguien...
7
Oyó correrse el cerrojo y se movió, rodó sobre la superficie desigual de los armarios y se arrodilló como pudo mientras se abría la puerta y entraba luz..., afuera, en el umbral había un hombre. Ahora la puerta estaba en la dirección en que se orientaba el depósito desde la partida, un pozo de profundidad infinita con contornos retorcidos.
No era Fitch.
—Arriba —dijo el hombre, y ella se levantó como pudo, trató de usar los bordes de la puerta que tenía a su lado como escalera para llegar al nivel de la cubierta, pero los bordes eran planos y le pesaba mucho el cuerpo.
El hombre se inclinó y tomó la cadena que unía las manos de Bet, tiró de ella y la apoyó en el borde, del otro lado. Se habría sentido satisfecha con sólo quedarse allí y respirar un momento, pero él la agarró por el cuello del traje y la levantó para ponerla de pie.
—Vamos, vamos —dijo—. Tenemos muy poco tiempo.
—Ya camino —protestó ella, tratando de hacerlo sobre el estrecho colchón de plástico del borde de la cubierta; la puerta quedaba a la derecha y la cubierta principal era una inmensa pared a la izquierda. Había luces sobre la pared de la derecha. El impulso que llevaba la nave seguía doliéndole en las rodillas y haciendo que se le nublara la vista. Mucho más que una G, tal vez casi dos, pensó. Eso debía ocasionarle el problema en la cabeza y las piernas, por lo menos. La mayor parte del problema. O quizás era que el golpe contra la pared le había hecho más daño del que creía.
—Dios...
Aparecieron madejas negras entretejidas en una especie de nido frente a los dos. El área de seguridad de la tripulación, con hamacas arriba y abajo, bultos negros y vacíos que colgaban verticalmente sobre la pared de la izquierda. Caminó renqueando, pero ahora al menos lo hacía sin apoyarse demasiado en el hombre, maltratada por la fuerza G y el frío. Atravesaron el área, una cortina de hamacas que daba a un salón de descanso donde los miembros de la tripulación estaban sentados en bancos bajos junto a la pared, donde se extendía el colchón para llegar hasta la sección de la cocina. Sándwiches y bebida. El olor a comida le golpeó en el estómago con fuerza, no estaba segura de si ese golpe era bueno o malo.
Algunos hombres y mujeres de la tripulación se pusieron en pie y la miraron. No parecían amistosos.
—Es Yeager —dijo el hombre que la acompañaba y la soltó—. Buena suerte, Yeager.
Bet se quedó derecha; durante un rato apenas logró mantenerse en pie, mareada por la fuerza G y por la idea súbita de que iban a soltarla, de que se habían creído su historia...
Entonces, tenía una oportunidad, una buena oportunidad, exactamente lo que una esperaba si ingresaba en la Flota como voluntaria o de cualquier otro modo. Era la nueva en las cubiertas y le tocaba el lado malo de las cosas, o aprendía lo que había que hacer para vivir o moría, fin, eso es todo.
Buena suerte, Yeager.
—¿De qué nave? —preguntó una mujer desde el banco, mientras ella estaba allí de pie, frente a todos, tal vez treinta o cuarenta, una tripulación variada, como solían ser las de la Flota, una docena de colores y matices; la mayoría de ellos mirándola como si formara parte del menú.
—Ernestina.
—¿Por qué la dejaste?
—Estaba contratada. Tenían un mecánico y no podían seguir llevándome.
—¿Y eres buena? —preguntó uno de los hombres que estaban en pie.
—Muy buena.
Puedes interpretarlo como quieras, tío.
Un largo silencio. A Bet le temblaban las rodillas. Afirmó la mandíbula y los miró. Tenía la cara cubierta de sudor frío.
—Casi no llegas a la llamada —dijo otro hombre.
—Tuve un problema. Hubo otra pausa.
—Ahí tienes, sobre la mesa —añadió un tercero e hizo un gesto hacia la cocina—. Si quieres algo, será mejor que lo busques ahora.
—Gracias —dijo ella.
Permiso para cuidarse sola, pues. Con las esposas y todo. Caminó hasta la mesa, puso una bolsita de sopa instantánea en un bol de agua caliente, tomó un paquete de galletas, se sentó en el borde del banco donde había algo de lugar y bebió la sopa. Finalmente había decidido que tenía hambre y que lo que necesitaba su estómago descompuesto era comida. Todavía le temblaban las manos y la sal le ardía en el sitio en que se había golpeado los dientes cerca de la mejilla. El hombre que estaba a su lado no parecía encantado de tenerla tan cerca, ni tenía intención de hablarle, pero eso estaba bien porque Bet no tenía ningún interés por hablar en ese momento: la sopa era ya suficiente esfuerzo para su estómago; miró absorta y con los ojos bien abiertos el detalle de los azulejos, no quería planear nada por adelantado, prefería evadirse mentalmente. Su situación podía haber sido mucho peor. Y los únicos planes que tenía tomaban la forma de recuerdos que hubiera preferido guardar muy abajo, en el fondo de su mente.
Una niña tonta que se había ofrecido como voluntaria en las cubiertas del África, porque esa nave aceptaría a los que quisiera de todos modos; a todos aquellos que le hicieran falta de la nave refinería en Pan—paris. Siempre querían a los jóvenes, y ella era joven. Era mejor solicitarlo, pensó entonces, porque era voluntaria y eso valía puntos en el Registro; y porque odiaba la vida que llevaba, odiaba las minas y quería estar en una nave estelar, eso era lo que más deseaba en el mundo.
Pero la niña tonta se había encontrado con algo que no imaginaba ni remotamente y había aprendido bien pronto cómo no ser tonta. La Flota enseñaba eso muy rápido, y una de dos, o aprendías o era el fin. Pero ella todavía estaba viva.
La niña tonta había obtenido parte de lo que quería. Todavía pensaba que seguramente eso había valido por todo el resto..., y que aún debía de ser así, porque acababa de perder una posibilidad de entrar en la vida de estación, pero aquí estaba de nuevo. Y si la mataban, pensó, al menos en ese momento había algo en ella que había vuelto otra vez, una parte de ella que respiraba de nuevo, una parte que no había estado viva en la estación.
No tenía sentido, pero era cierto.
Se tomó la sopa y mantuvo la boca cerrada excepto cuando un hombre, sentado dos lugares más allá en la hilera, le hizo preguntas..., como su opinión sobre los problemas en Thule.
Eso también formaba parte de su pasado ahora y suponía un gran alivio.
—Maté a un par de bastardos —dijo ella con lentitud—. Empezaron ellos. Se trataba de su vida o la mía.
En ese momento entró Fitch. El pulso de Bet se aceleró. Levantó la vista con cuidado mientras Fitch se preparaba una taza de té en la mesa.
Luego se quedó allí a tomar el té y la miró. Después arrojó una llave a uno o dos metros por la hilera de hombres y mujeres. La llave quedó allí un momento, sobre la mesa. Finalmente un hombre de más edad la cogió y se la lanzó.
El hombre que estaba junto a ella, el que no era amistoso, la cogió en el aire y se la dio.
—Gracias —dijo ella. Manipuló un rato la llave y se sacó las esposas.
Nadie dijo nada. Era evidente que no esperaba una bienvenida por parte de Fitch. Se guardó la llave y las esposas en el bolsillo: no debe dejarse basura sobre la cubierta y nadie le había pedido las cosas.
—Una hora —dijo Fitch—. Yeager.
Ella levantó la vista, luchando contra su instinto que le exigía ponerse de pie, mientras se recordaba a sí misma que estaba en una nave civil.
—Sí, señor.
—¿Le gusta esta nave?
—Sí, señor.
—¿Le gusta lo que ve?
—Sí, señor.
Un largo silencio.
—¿Se está haciendo la graciosa conmigo, Yeager?
—No, señor. Me alegro de haber salido de esa estación. Fitch tornó un sorbo de té. Después de eso la ignoró, gracias a Dios. Se fue y detrás de él salieron algunos.
—¿Tengo que ir a buscar el trank a alguna parte? —preguntó Bet al hombre que tenía junto a ella.
El hombre se encogió de hombros y señaló con un dedo sin soltar la taza que sujetaba.
—En la cocina. Debería estar ahí, junto al horno. Bet se levantó y abrió la cabina, encontró los paquetes envueltos en plástico y el paquete c en un montoncito junto a ellos.
—Gracias —dijo mientras se sentaba de nuevo.
—Me llamo Masad —dijo el hombre, e indicó al que estaba a su izquierda—. Joe. Johnny. —Refiriéndose al que estaba un lugar más allá.
—Bet —dijo ella.
Llegaron otros a la sección y luego sonó el aviso de salto.
—Será mejor que nos metamos en las hamacas —dijo Masad. La piel de color cetrino. De unos cuarenta. La cabeza rapada—. ¿Tienes problemas?
—No —dijo ella y ofreció una mano otra vez..., algo difícil de hacer, ese movimiento de seamos—amigos. Con los años se había vuelto más inteligente. La tonta fría y lejana que había firmado para entrar en el África lo había pasado muy mal y ahora era más inteligente. Un gesto amistoso a veces ayudaba a mejorar las cosas entre extraños. Los otros le dieron la mano y Bet les saludó uno por uno en la cocina. Después los siguió por el anillo de la nave, consiguió una hamaca vacante, se metió en ella, se envolvió y cerró los broches. Después puso el paquete en su bolsillo con sumo cuidado y tomó la dosis de trank.
Me voy, se dijo, mientras seguía sonando el timbre y la nave se acercaba al salto. No tenía idea de adonde se dirigían. Tal vez a Pell. Pero sentía que el trank le estaba haciendo efecto, una sensación familiar, vivir o morir, nunca se sabía si una saldría con vida cuando la nave hubiera terminado el tránsito.
El impulso se detuvo. Flotaron sin peso durante unos segundos, en la inercia. Y lentamente la G empezó a tirar de ella horizontalmente en lugar de a lo largo de la vertical. Orientación cubierta principal. Según los sentidos del cuerpo, la luz que había estado brillando sobre sus ojos estaba arriba, y su espalda hacia la cubierta.
Me voy.
Adiós, Thule. Adiós, Nan y Ely. Vosotros fuisteis el único recuerdo bueno de la gente de la estación.
El resto, que se vaya al infierno.
8
La niebla se aclaró, el timbre que anunciaba la salida del sistema estaba sonando, pero eso era cosa de los tees, ellos eran quienes se encargaban de la inversión.
Otra vez la oscuridad. El timbre había dejado de sonar y la mente seguía intentando volver a la cubierta inferior del África, siempre llena de gente, para oler los mismos aromas y oír los mismos sonidos y la voz del mayor que los maldecía para despertarlos: pero nada era igual con la red negra ante la cara y el brillo de la luz frente a los ojos. Tampoco estaba en la Ernestina, con sus cabinas pequeñas como cubículos.
Sin duda era una nave porque todo pertenecía a una nave: los sonidos, los olores, la sensación confusa del trank que ya se estaba desvaneciendo y que sin duda la había sumido en un sueño largo, muy, muy profundo. Encontró de nuevo su lugar con la mente, recordó cuándo y dónde estaba, recordó...
Inversión de V, entonces. Otra pesadilla a medias. Oyó el timbre que sonaba para despertarlos, al menos le parecía que era ese timbre. Buscó el paquete c y lo abrió. Al hacerlo se le rompieron las uñas. Tres en la misma mano, mala señal..., y perdió el resto tratando de sacar el tubo. Se tragó esa materia cítrica lentamente, luchando contra las náuseas, tratando de aclarar la mente.
—¡Arriba, arriba, arriba! —gritaba alguien, y una nunca discutía con una voz como ésa. Bet se tragó lo que quedaba, se metió el papel en el bolsillo y buscó el cierre. Rodó hacia afuera y se sostuvo, con el traje de salto colgándole del cuerpo y las manos como garras aferradas a la red negra. En la cubierta principal, una G estable. La Loki estaba en inercia ahora. Si el puente esperaba maniobras no habría ordenado a la tripulación que se levantara.
Soltar el broche del suelo, el que sostenía la red de la hamaca, desatar los broches de los extremos y plegar la hamaca siguiendo las líneas elásticas hasta poder meterla en los recipientes con cerrojo que se depositaban en el gran banco de la comida. Mientras la voz seguía aullando órdenes específicas para miembros de la tripulación, pero nada para Yeager.
Gracias a Dios, decía una parte de ellas; pero otra parte decía: Qué raro. Así vamos de estrella a estrella, ¿no me parecieron leves esas inversiones?¿Es que estuve muy atontada, o cómo es que todavía llevamos tanta Ven una zona de estación* ¿ Y no hay alarma para indicar que hay que aferrarse?
Una nave fantasma. Saltamos muy cerca y no estamos próximos a la estrella. Ahora hemos dado una inversión y debemos de estar haciendo una entrada muy silenciosa, eso es lo que hacemos.
¿Dónde caray estamos?
Había una calma profunda e inquietante, la calma de una nave, llena de bombas, turbinas y sistemas que pulsaban, el latido del corazón de una nave saludable. La tripulación pasó junto a ella, apurada por el trabajo y las misiones que cumplir; probablemente la voz había llamado a algunos y otros estaban resolviendo emergencias privadas, cosas como llegar a la cocina, o conseguir algo en especial. Existía una prioridad de tripulación de guardia y tripulación en tiempo de descanso. El intestino le indicaba cuáles eran sus prioridades corporales, y siguió a los miembros de la tripulación hasta la primera puerta en el corredor.
No eran los cubículos estilo cabina de la Ernestina, pero no estaba mal, pensó Bet mientras echaba una mirada alrededor: pantallas de plástico bien extendidas entre las literas, abajo y arriba una red de segundad..., pero se veía todo a través de ella.
Y servicios a los costados, eso era lo que le interesaba porque estaba apurada. Se dejó caer en la línea más cercana y se quedó ahí con la espalda rascando la goma de la pared. Acabó de romperse las uñas partidas para distraerse.
Tenía las uñas quebradizas, todas, se le rompían con mucha facilidad. Le dolían las encías y se le desprendía el cabello cuando se pasaba la mano, un mechón de cabellos rubios entre los dedos.
Raciones demasiado pequeñas durante demasiado tiempo y la vida que le quitaban los saltos, los nutrientes que utilizaba el cuerpo para defenderse, eso que hacía que las rodillas se salieran hacia afuera y se quebraran las coyunturas. Había visto a otros sufrir ese proceso, pero a ella nunca le había pasado. No así, y estaba asustada. La idea de que una nave fantasma tenía que estar siempre saltando, saltos largos y rápidos, que tal vez saldrían disparados de nuevo en cualquier momento..., eso también la asustaba. Podía perder algo más que las uñas si llegaba al agotamiento total.
Tenía que ir a la cocina y tomar raciones de c si podía conseguirlas, cualquier cosa para aumentar de peso.
Todavía tenía el estómago revuelto. Otro miembro de la tripulación se agachó junto a ella pero no la empujó abusando del privilegio de ser más antiguo en la nave. Eso era muy probable que le sucediera a uno nuevo en el África. No se hacían favores. Uno no obtenía otra cosa que el infierno.
Estaba bien, pensó ella acerca del hombre —llevaba escrito el nombre Muller, G.—, y le preguntó mientras esperaban:
—¿Dónde estamos? ¿Venture? ¿Bryant? ¿Dorado?
Muller la miró como si fuera una información reservada a algunos privilegiados, como si la pregunta le hiciera abrigar dudas sobre ella.
Así que Bet se calló, agachó la cabeza y esperó crujiendo los dientes hasta que consiguió salir de la línea.
Volvió de nuevo a la sala de la cocina y esperó su turno; tomó el sándwich y la taza de té caliente que le ofrecía el cocinero y se sentó contra la pared, donde un estante bajo entre la cubierta principal y la cubierta de impulso formaba un largo banco para la tripulación. Bebió el té y se comió el mejor sándwich que había probado en seis meses.
Mejor que los de las máquinas expendedoras de Thule.
Se quedó sentada allí porque no tenía ni idea del sitio al que la habían asignado; no tenía prisa, pensó, la nave debía de estar en algún tipo de espera, tal vez en Venture, o quizás en Bryant, donde fuera. Dejaba el problema de la localización de la nave para los oficiales, y lo único que deseaba era atreverse a volver a las taquillas y ver dónde estaban sus cosas; quería saber si tendría una litera o qué, pero si se permitía pensar mucho en acomodarse, se descomponía. Debía de estar en la lista de alguien, y esa lista tarde o temprano aparecería y alguien se lo diría. La reacción de Muller le sugería que esa nave era muy agitada, y la experiencia, que debía quedarse tranquila y pasar desapercibida, al menos por el momento.
Especialmente si eso la mantenía alimentada y descansada lo suficiente como para dejar de sentirse mareada antes de que apareciera algún oficial con una lista de obligaciones.
Sí.
Estaba muy cerca de la enfermería, por cierto con los dientes enfermos y los huesos visibles a través de la piel, con unas manos que casi no reconocía..., pero tenía miedo de ir a quejarse a los meds, miedo de empezar su informe en la nave con un expediente médico, miedo de acercarse a los oficiales y a la gente que tal vez quisiera mirarla de cerca y después pasaran a mirarla más de lo que ella deseaba.
Pero en ese momento un hombre se detuvo a su lado.
—Yeager.
Ella levantó la vista y examinó todo con rapidez, de las botas al cuello muy usado con las tres bandas que identificaban a un oficial en una nave civil y el símbolo del círculo y el circuito de Ingeniería en la manga.
—Señor —dijo ella—. Bet Yeager, señor. —Se habría levantado pero el hombre se lo impedía.
—Estuvo causando problemas, ¿eh?
— Tuve un problema, señor. No quiero problemas aquí.
El hombre la miró fijo durante un rato, como si Bet tuviera una enfermedad contagiosa. Finalmente apoyó las manos sobre las caderas.
—¿Qué experiencia tiene?
—Cargueros, señor. Máquinas. Molduras por inyección. Hidráulica en pequeña escala y electrónica. Mantenimiento general. Veinte años.
—No estamos especializados aquí.
—Sí, señor.
—Eso significa que tiene que hacer lo que haga falta, en cualquier momento del día. Significa que o lo hace bien, Yeager, o le dice a alguien que no puede y por último significa que no se mete en lo que no entiende, ¿comprendido?
—Sí, señor. No hay problema.
—Mi nombre es Bernstein. Jefe de Ingeniería. Día alterno. ¿Me ha entendido?
—Sí, señor.
—¿Qué cono está haciendo sentada?
—Todavía no me asignaron tareas, señor.
—En el día principal hay una tripulación de trece, en el día alterno, dos. Somos una nave remodelada, eso trae problemas. Y me dan una técnica en hidráulica en pequeña escala, carajo. —Bernstein jadeó—. Sin papeles.
Un largo silencio.
—Si escoña algo —dijo Bernstein—, le rompo los dedos uno por uno.
—Sí, señor. Otro silencio.
—Tiene un puesto a prueba en mi turno, Yeager. Tenemos algunas áreas donde no se puede meter la nariz, también algunos sistemas que no funcionan bien y que son un desafío para mí. Me preocupo mucho por ellos. Tiene algunas cosas en el depósito uno, vaya, búsquelas y que le den un lugar en los dormitorios. ¿Alguien le ha enseñado la nave?
—No, señor.
—¿Por qué tengo que hacerlo yo?
—No lo sé, señor. Lo lamento.
—Consiga cualquier litera que no tenga dueño, el anillo tiene diez secciones y el número del frente es su número de sección. Diez—cuatro es un depósito, ocho—cuatro son barracas para la tripulación, la sección cinco es el puente y uno—uno es Ingeniería. Si ve una línea blanca sobre la cubierta, no la cruce, no debe cruzarla sin una orden directa: las secciones cuatro, cinco y seis están bajo línea blanca, así que tiene que rodearlas. Siempre. ¿Roba, Yeager?
—¡No, señor!
—¿Ve esta cubierta?
—Sí, señor.
—Aquí tiene trabajo. Consiga lo que necesite de diez—cuatro, vuelva y hágalo. En cuanto a la tripulación de su turno, será mejor que pongamos las cosas en claro, Yeager; Musa está bien, no debe preocuparse por él; NB no, no se acerque a NB, ¿entendido, Yeager?
—Sí, señor.
—¿Necesita algo más?
—No, señor.
Bernstein la miró un largo rato.
—El reglamento está expuesto en los dormitorios, léalo. Estamos a 06 00 ahora, día alterno. Limpie esa cubierta antes de ir a dormir. No me importa el turno que sea. ¿Tiene algún problema conmigo, Yeager?
—No, señor.
—Bien —dijo Bernstein. Y se fue.
Poner un aparejo en funcionamiento, desarmarlo y después armarlo de nuevo, hasta los circuitos, y lo mismo con las armas, señor, probablemente con cualquier sistema de armamento que tuviera una nave fantasma, por supuesto, señor.
Veinte años de veteranía en la África.
Señor.
Lo primero que debía hacer era consultar el re-gla-men-to.
Y el re-gla-men-to de que había hablado Bernstein estaba impreso y con el sello oficial de Alianza. Estaba totalmente nuevo tras un plástico sobre la pared, todo acerca de la autoridad del capitán y de cómo uno tenía derecho a acogerse a la ley de estación si se quería apelar en un caso fuera de la nave. En otra página estaba redactada la ley militar de Alianza, que decía que podían fusilar inmediatamente a cualquiera por motín, sabotaje o por obstruir la ejecución de órdenes correctas mientras la nave estaba en condición crítica o en emergencia. Aún había otra lista al final y ésas eran las reglas que importaban, las de esa nave en particular, cosas como que habría una mancha en el expediente de quien fuera por ir al puente sin permiso, o que si se estaba trabajando con herramientas era mejor llevar un buen cinturón con broche para cada una y no utilizar una cantidad exagerada.
Eso equivalía a que la nave solía moverse con prisas. No le sorprendió en absoluto, ya lo suponía.
Para empezar debía ir al directorio del almacén, conseguir un cinturón y broches y después acudir al almacén de suministros que Bernstein le había indicado y ponerse a fregar la cubierta de impulso, algo que se podía hacer con la mente en blanco pensando en cualquier cosa. Podía hacerlo lentamente, cerrar los ojos, dormitar y sentir el tirón en las manos para cerciorarse de que todavía estaba haciéndolo; sólo debía vigilar a veces para asegurarse de no dejar polvo entre una pasada y otra.
Una tarea aburrida.
Pero era un modo de oír cosas; como la pareja que dijo que la nave estaba en espera, o los tres que comentaban sobre un tal Orsini, alguien que aseguraba que Fitch había puesto a un tal Simmons en el informe por responder con lentitud a una orden. Al parecer Simmons pedía una transferencia a día alterno, pero Orsini no lo quería con él: poco a poco se iba dando cuenta de cómo funcionaban las cosas en la nave.
Pero después la espalda y los brazos empezaron a dolerle y las rodillas se resentían del peso.
Había llegado a conocer todas las puertas, ranuras y grietas de la cubierta de impulso y a maldecir cada pie que bajaba del colchón.
Conocía ya la huella de los que lo hacían a menudo o el tamaño que tenían, y pensaba que si alguna vez encontraba a ese hijo de puta, se lo haría pagar bien caro.
A mediodía volvía a la cocina para tomar un té y un sándwich; allí todo estaba en silencio porque era día principal y la mayoría dormía.
Recorría el camino de la cocina y el comedor, más allá de la zona de enfermería, alrededor de la línea blanca y el puente hacia las 18 00 d/a. El puente era un segmento circular como la cocina; gracias a Dios no había una cubierta de impulso que fregar y los segmentos cilíndricos se orientaban en la dirección en que se encontrara la G...
Por supuesto no pensaba ir a pedir permiso a Fitch o al capitán para atravesar el puente y volver a la cubierta de impulso, así que reunió todas sus herramientas, las guardó y regresó a la cocina para sentarse frente a la cena: un plato de comida auténtica y una taza de té caliente, mientras el turno de día principal tomaba el desayuno. No quería problemas con Fitch, no quería problemas con nadie, así que trató de no mirar a nadie, sobre todo de no mirar a los ojos ni iniciar ninguna conversación. Solamente dirigía una mirada vacía en dirección a la cubierta principal, hacia las posibles pisadas que dejaba la gente que andaba de aquí para allá —las pisadas habían ocupado su mente durante todo el día y todavía le preocupaban—. Las enumeró mentalmente mientras degustaba el té y la comida hasta sus moléculas más pequeñas, era tan buena..., y descubría que le dolían las manos incluso por el esfuerzo de sostener un tenedor.
La gente la miraba abiertamente. Lo sabía. Algunos hablaban de ella, un poco más allá del alcance de su oído, con la conversación solapada por el ruido constante de la Loki. Sabía que podía asustarse si se permitía pensar demasiado. Así que terminó la cena, se levantó sin meterse con nadie, devolvió los reciclables y volvió a sacar las herramientas.
Había dado media vuelta al anillo de la Loki.
Otra vez estaba arriba del anillo, junto a operaciones y a la oficina del sobrecargo e Ingeniería, donde la tripulación de principal estaba por ponerse a trabajar y alterno se había retirado a descansar.
Ya ni siquiera le dolían los brazos y las rodillas. Se puso a trabajar, avanzó lentamente, cambiando de manos cada vez que podía para que no se le paralizaran del todo, pero empezaron a dolerle tanto que decidió olvidarlas.
Más allá de Ingeniería y arriba, hacia los talleres y los depósitos de máquinas.
Eran más de las 20 00 d/a y la gente pasaba a su lado, gente con cosas que hacer, de vez en cuando un oficial. Alguna que otra risa que le irritaba los nervios, aunque tal vez no estuvieran hablando de ella, aunque ella sospechaba que sí. Era la novedad, Bernstein se la estaba haciendo pagar cara y ya había recibido de Fitch. Probablemente les hacía bien ver que había otro que sudaba en algo que tal vez habrían tenido que hacer cinco o seis de ellos. Al menos eran tranquilos. Nadie se metía con ella ni con su cubierta limpia.
De vez en cuando miraba de reojo, sólo lo suficiente como para saber quiénes eran los hijos de puta. Lo suficiente para que supieran que, si se metían con ella o sacaban un pie del maldito colchón, les declararía la guerra. Pero nadie lo intentó, y ella siguió adelante. Pensó que podía parar, guardar las cosas y tomar una taza de té o una bebida sin alcohol..., mierda, ya había pasado la hora de la comida, se suponía que era su hora de descanso. Tal vez le dejaran tomarse algo a crédito, o quizás el té era gratis. Bernstein no había dicho que no pudiera descansar, y las reglas de la cocina decían que había cerveza por un crédito, una cerveza auténtica, fría, que se podía comprar en la hora de la cena si no se estaba de guardia. Las reglas lo permitían. También tenía el vodka que guardaba entre sus cosas, si es que no se lo habían robado: las reglas tampoco ponían objeciones a eso, siempre que no fuera en horario de trabajo.
Pero eso le suponía pasar por territorio oficial, y no quería ir a llorarle a nadie. Además tenía las rodillas y el muslo superior casi tiesos y no quería dejar que los golpes descansaran y se endurecieran y después le dolieran el doble.
Ya le faltaba poco, apenas un cuarto del anillo, un lugar de menos tránsito que los dormitorios de la tripulación. Tal vez podría terminar antes de la medianoche. Tal vez podría conseguir esa taza de té cuando acabara. Incluso un sándwich. Las rodillas no se le quebrarían con tanta facilidad y los brazos no le temblarían tanto si comía con regularidad. Por favor, Dios.
Unos pies se acercaron. Se detuvieron. Se quedaron allí.
No llevaba insignias de oficial. Nada excepto un galón y el símbolo de Ingeniería. Los dos solos en la línea de visión de los sistemas y el área de talleres. El sentido de peligro de Bet empezó a hacer sonar sus alarmas, cada vez con más fuerza cuando vio que el hombre se quedaba allí parado. Mirándola.
Siguió adelante. Otro brazo más.
—Uno de los viajes turísticos de Bernie alrededor de la nave, ¿eh?
—Sí —dijo ella—. Vete a la mierda.
Pero no se fue a ninguna parte. Ella siguió fregando, adelantó otro poquito.
—Un buen trabajo —dijo él.
Bet no respondió, y siguió con la cabeza baja. Podía empezar así y acabar muerta. Y si mataba al hijo de puta ese, terminaría dando la caminata por el espacio. Y el hijo de puta, claro está, lo sabía.
—Me llamo Ramey —dijo el cabrón.
—Sí. Bien.
—Amigo.
—De acuerdo. ¿Quieres dejar de taparme la luz? El hijo de puta se movió hasta quedar detrás.
—No es mala la vista.
—Gracias.
—Un poco flaca.
—Vete a la mierda.
—Vamos, te iba a ofrecer una cerveza.
Ella miró el par de pies, y subió la mirada hasta la cara que—no—estaba—nada—mal. Más joven que ella, cabello negro, el resto tampoco estaba mal. ¿Y qué cono importa? pensó. Parpadeó para despejar los ojos cansados y recordó a Bernstein diciéndole que había un tipo que estaba bien en su turno, un tal Musa.
Se puso de pie, arrastrando broches y líneas de ajuste, se frotó las manos contra las piernas y lo miró directamente.
—Cerveza. No me vendría mal, pero a la velocidad que voy no creo que pueda ser esta noche.
—No importa, puedo esperar. —El hombre apoyó la mano sobre la pared, cerca de ella. Bet hizo un gesto de defensa, la invadió una sensación en el vientre como si él fuera a usar las rodillas, pero no era lo que estaba haciendo; ese cambio de peso del cuerpo que lo acercaba a ella, ese acorralarla contra la pared. Dios, Dios, pensó con un suspiro, dominando el deseo de levantar la rodilla con fuerza. Estaba disgustada, molesta porque sabía que iba a comportarse como un hijo de puta. Se quedó así un segundo o dos, pensando en hacer algo al respecto, pero estar así con alguien era más seguro que tratar de soportarlo sola y además aquel hombre era demasiado buen mozo como para hacer algo así. Seguramente estaba tratando de reírse a costa suya. Se inclinó contra él, con las manos llenas de jabón y sudadas mientras le resultaba difícil ignorar el dolor agudo que sentía en los sitios en que la tocaba.
Él se excitó enseguida y jadeaba un poco. Por lo visto no era una trampa, realmente estaba interesado. Y le preguntó:
—¿Quieres esa cerveza esta noche?
—¿Viene algo con ella?
—Sí —dijo él—. Ahora no hay nadie en el almacén de los talleres.
Mmmm. Ahí estaba la trampa. Una buena trampa para atraparla saltándose una docena de reglas y empezar bien, eso era. Hizo un movimiento con el muslo.
—De acuerdo, pero no veo mi cerveza. Me dejas terminar, ¿me oyes?
Pensó que eso lo enfriaría un poco, y que quienquiera que lo hubiera mandado, se desilusionaría. Pero fuera como fuese, el hombre estaba intentando llegar hasta el final, sí, señor. Era suficiente para hacer que una mujer se sintiera más atractiva de lo que sabía que era..., o pensara que tenía alucinaciones.
El hombre es raro, pensó cuando él se alejó murmurando algo sobre ir a buscarle la cerveza y encontrarse en los dormitorios. Ése sí que es un tipo raro. Otro Ritterman, eso es lo que he conseguido. No me creo que con esa cara no puede hacer lo que quiera, con quien quiera y en el momento que quiera.
Cuando él se alejó se secó el cuello. Mierda si no se sentía más cálida, más viva de lo que había estado antes.
Mierda si no estaba pensando en él y en esa cerveza durante todo el tiempo que le llevó limpiar el corredor, a través de la sección de los oficiales hasta los lujosos aposentos de los altos mandos, tanto, que casi se llevó por delante a Fitch, reluciente, con el par de botas lustradas, Fitch que se detuvo un segundo antes de que ella levantara la vista.
—Señor —dijo ella y empezó a levantarse, pero él le hizo un gesto de permiso y se quedó mirándola en son de burla.
Se fue sin encontrar nada que criticarle. Lo cual, viniendo de Fitch, suponía Bet que era algo así como un cumplido.
Maldito engreído, pensó. Día principal, la mitad de la mañana para él. En cambio, el oficial de guardia que le correspondía era ese tal Orsini que los de la tripulación habían estado maldiciendo. Ya se había dado cuenta. No había visto a Orsini ni esperaba verlo supervisando una limpieza de cubierta. No esperaba que viniera y se presentara. Fitch, en cambio, parecía definitivamente curioso acerca de ella y eso la molestaba.
Se inclinó y fregó la cubierta de impulso hasta el puente, mientras pensaba que era lógico que los oficiales llevaran los pies más sucios que la tripulación porque éstos sabían que después tendrían que fregarlo todo.
Pero sobrevivió hasta llegar a la línea blanca del otro lado del puente, tras lo cual se puso en pie de nuevo, enderezó la espalda torcida y fue hasta el depósito, donde colocó las herramientas de trabajo exactamente donde las había encontrado. Guardó las líneas de anclaje y sacó sus cosas del armario que le había indicado Bernstein. Después subió hasta el anillo obsesionada de sed por esa cerveza, mientras se decía a sí misma que el atractivo muchachito no la estaría esperando, o que si estaba, iba a darle muchos problemas, tal vez problemas insalvables. En el África, se podía asaltar a las mujeres y a veces las cosas se ponían muy feas. Probablemente aquí sería igual, y entonces la única forma de sobrevivir era con inteligencia y frialdad.
Fue hasta los oscuros dormitorios de la tripulación donde había un vídeo encendido. Mucho ruido en esa dirección. Miró en torno suyo con la luz escasa, buscando una litera vacía en ese turno y la zona donde se reunía la gente. Si elegía una litera equivocada, podía meterse en líos; y no estaba convencida de poder pasar la primera noche sin tropezar con alguien o sin que alguien la atacara de una forma o de otra. En ese grupo, debía haber alguien con un sentido del humor desagradable, tal vez más de uno, quizá media docena, o todos. Tenía el estómago revuelto. Recuerdos de nuevo. Veinte años en el África y había adquirido la suficiente experiencia para poder manejar las cosas en lugar de aceptarlas como eran.
Pero esta nave no era igual.
Alguien se acercó por el pasillo y la interceptó, alguien solo y de cabello oscuro que dijo:
—¿Quieres esa cerveza sí o no?
—Sí —dijo ella, una vez que se calmaron los latidos de su corazón. Todavía no confiaba en él del todo, pero no se puede decir que fuera una gran noche y estaba lo suficientemente cansada para esperar que todo fueran imaginaciones suyas, que fuera una nave civil a pesar de ser fantasma y que sólo se tratara de un hombre guapo que por alguna razón se sentía atraído por una mujer sudada, flaca y de casi cuarenta años. O del hombre que la tripulación había designado para averiguar quién era ella e informar a los demás.
Colocó la línea de seguridad de sus cosas en un anillo junto a la puerta y fueron juntos hasta el área de descanso, junto a la cocina. Él tecleó una consumición doble en el tablero del mostrador, se sirvió dos cervezas del grifo y le dio una.
—¿Qué se puede hacer para ganar dinero extra? —dijo ella.
—Son quince créditos por semana a bordo —dijo él—. Puedes usarlos para cerveza, para comida extra o guardarlos para los permisos. No les importa.
—Gracias, pues —dijo ella, y pensó que si le gustaba le invitaría otro día a cerveza y eso era muy posible, excepto por el hecho de que no lo comprendía del todo, de que no acababa cié situarlo. Él le puso una mano en la espalda. Y Bet se sacudió porque no quería que los oficiales los vieran así si llegaban a pasar cerca.
Después se quedó de pie un rato junto a él, como una adolescente en su primera cita, y se tomó la cerveza mientras él bebía algo de la suya.
—Estás en Ingeniería —comentó para iniciar la conversación. Él asintió.
—Supongo que sabes que yo también.
Otro movimiento de cabeza.
Un tipo raro, pensó Bet. Hablaba tanto como todos los demás en esta nave.
Lo intentó con algo que precisara algo más que un sí o un no por respuesta.
—¿Cuánto hace que estás en esta nave?
—Tres años.
—¿Te importa decirme de dónde vienes?
—Contratado. Como todos. ¿Y tú?
No era una pregunta que le apeteciera contestar. Se encogió de hombros.
—Igual. Mi última nave fue la Ernestina.
—Kato —dijo él.
Bet asintió. Pero tampoco quería hablar de eso.
—¿Qué tal es Bernstein? —preguntó.
—Normal.
—¿Fitch?
—Un hijo de puta.
—Ya me parecía —dijo ella, y lo vio tomarse el resto de la cerveza. De un trago.
—Vamos —dijo él.
Un hombre nervioso. Muy nervioso. En el pasillo se oyeron pasos de alguien que venía desde el anillo inferior.
—No sé —dijo ella, molesta por las prisas—. Un minuto. Todavía no he acabado.
—Vamos, te digo.
—Mierda. ¿No puedes esperar un minuto?
Los pasos se acercaron. Era Muller, que los observó con el ceño fruncido, después la miró a ella amistosamente y de nuevo a él con seriedad mientras se servía una cerveza.
—Buenas noches, NB —dijo.
Bet se volvió para mirar al hombre que la acompañaba.
—Buenas noches —respondió su compañero, nada amistoso, y le puso un brazo sobre el hombro para llevársela.
NB. El que Bernstein había puesto en la lista de indeseables.
—No he acabado —dijo ella y se tragó de un golpe lo que le quedaba. NB dejó caer la mano.
—¿Ya os han presentado? —dijo Muller, y NB respondió:
—Cállate, Gypsy.
—No —dijo Bet—. Se presentó él solo.
Muller la miró pensativo mientras NB, fuera del radio de visión de Bet, no era más que una sombra con reacciones que ella no podía prever.
—Ten cuidado con ése —dijo Muller con una mueca de disgusto, y se dio vuelta para tomar la cerveza.
Problemas. Bet sintió que le latía el corazón con fuerza, instintivamente retrocedió un paso entre su compañero y ese tal Gypsy, pero al rozar el brazo de NB para distraerlo sintió que la cosa no iba en broma.
—Vamos —comentó NB, y la siguió pasándole un brazo por la cintura. Bet lo dejó hacer por un trecho, a pesar de que pudieran verla los oficiales.
—Salgamos de aquí —insistió él. Bet se detuvo.
—No. —Lo que ese hombre quería era causarle problemas. Ahora estaba segura de ello. No hacía falta pasar mucho tiempo en una nave con Fitch para darse cuenta.
NB se detuvo y la empujó.
—A la mierda contigo —dijo; después se fue caminando hacia el anillo inferior y desapareció.
Había algo en su voz que no le gustaba, pensó Bet con cansancio. Todavía tenía el hombro dolorido y las rodillas un poco temblorosas.
A la mierda contigo.
—Yeager —Muller le hablaba a sus espaldas, sin hostilidad. El no era problemático. Bet lo miró—. Yeager, es mejor que se haya ido.
No estaba segura de querer aceptar consejos de Muller. No estaba segura de que fueran válidos ni de que él fuera realmente un amigo.
—¿Qué cono ha pasado? Muller se encogió de hombros.
—Demasiados problemas. No es asunto mío, ya me entiendes, pero pensé que tal vez no sabías nada sobre él.
—¿Qué pasa con él?
—Se llama NB. Ramey, a veces, pero sobre todo NB. La tripulación le puso ese mote, ¿comprendes? Abreviatura de Nada Bueno.
NB. Las siglas que se pintaban sobre todo lo que se arrojaba al vacío, ya fueran latas podridas, o pedazos de basura que ni siquiera servían para reciclar.
Bet miró hacia el sitio por donde había salido aquel muchacho.
Volvió a mirar a Muller.
—¿Qué es lo que ha hecho?
Muller hizo una mueca y se encogió de hombros, meneando la cabeza.
—¿Qué hizo?
—El problema consiste en ¿qué no hizo? Es un desastre. Y la verdad es que es bueno en lo que hace, de no ser así Fitch ya lo habría hecho enviar al espacio dos o tres veces. Déjalo, que haga lo que tiene que hacer y no te metas con NB si puedes evitarlo. El chico tiene la costumbre de pagar todos los favores que uno trata de hacerle.
A Bet le parecía que Muller estaba hablando en serio. No sentía que tuviera nada personal contra NB. Era como si se estuviera preparando para después poder decir: ya—te—lo—advertí.
Pero algo le molestaba en el estómago y le hacía temblar los hombros.
—Muller —dijo con amabilidad, con mucha amabilidad—. Te agradezco el aviso; puede que sea así, no lo pongo en duda, pero me gustaría darle una oportunidad.
—Estás en tu derecho —respondió Muller—. Mira, en principio no digo que no sea inteligente, pero tienes que hacerte una reputación entre la tripulación. No empieces con él. Más de uno en la nave tiene problemas en alguna estación y más de uno tiene problemas en la nave misma, pero NB es de otra clase.
—Te entiendo y lo tendré en cuenta, gracias, pero prefiero decidir yo misma sobre un hombre. Puede que tengas razón, pero yo soy así.
Muller asintió, sin ofenderse, sin ofenderla, tan sólo un gesto de he—hecho—lo—que—he—podido.
Bet se frotó las manos doloridas, las metió en los bolsillos y se fue cansada hasta el agotamiento. Se había entrometido en algo y eso le molestaba.
También le molestaba mucho la forma en que se había comportado aquel hombre; su constante nerviosismo le hacía pensar que tal vez Muller tuviera razón.
Pero sobre todo le indignaba que toda una tripulación le colgara a un hombre ese peso del cuello, que a un compañero se le inscribiera en la frente la marca de un pedazo de basura.
Tal vez era basura, o quizás ella estuviera loca. Puede que la tensión y el nerviosismo hicieran que todo la crispara especialmente. Le dolía el cuerpo y se tambaleaba de cansancio; debía hacer algo por ella misma, buscar una litera desocupada, echarse a dormir, y dejar que un hombre adulto se las arreglara solo con los problemas que él mismo se había ocasionado.
Pero creía saber dónde encontrarlo.
9
¿Ramey?
Dejó que la puerta se cerrara. El área de talleres no era precisamente el lugar en que se sentía más segura; un gran almacén para máquinas, con un pasillo estrecho, las luces muy bajas, y un frío helado. Dejó las luces tal como estaban. Se quedó de pie, sin moverse. No estaba realmente asustada pero actuaba con prudencia.
—¿Estás ahí?
Silencio. Tal vez se había equivocado. Tal vez era una tonta hablándole a una habitación vacía. Alguien de principal podía salir de Ingeniería y encontrarla allí en un horario que no correspondía a su turno, entonces sí que tendría problemas.
—¿Ramey?
Hubo un movimiento leve en los pasillos de prensas, elevadores y taladros.
No había duda de que estaba ahí. A Bet se le ocurrió que podía estar loco..., pero no era exactamente eso lo que había dicho Mullen Lo cierto era que tampoco estaba cooperando.
—De acuerdo —susurró ella—, sé entender una indirecta. Me voy a la cama. Lo he pasado mejor con otros, Ramey, pero gracias por la cerveza.
Oyó un movimiento y vio una sombra al final del pasillo.
Ese hombre está loco, pensó. O incluso drogado.
Yo sí que estoy loca. De remate.
Debería salir por esa puerta ahora mismo, pero tal vez eso lo provoque. Habíale, por favor.
—Si quieres —comentó Bet—, tal vez podamos tomar otra cerveza... No estoy demasiado en forma para pensarlo mucho, pero te la debo. Claro que vas a tener que pagarla tú, todavía no he cobrado la primera semana.
La sombra se quedó quieta un momento, finalmente hizo un gesto brusco como para sacarse algo de encima y salió a la luz un hombre con un traje de salto desgastado, los ojos convertidos en agujeros por la falta de luz y las mejillas hundidas.
Se quedó ahí, con las manos sobre las caderas y después caminó hacia ella.
Ten cuidado, tío, pensó Bet. Estás tratando de asustarme, tratando de meterme miedo. Puede que sea una tonta por haber venido, pero esta tonta puede romperte el cuello, querido.
—¿Quieres problemas? —preguntó él.
—Quiero otra cerveza —respondió Bet con las manos sobre las caderas, imitándolo. Estaba decidida a mantener la situación bajo control porque no pensaba permitir que se saliera con la suya y empezar a jugar en un rincón oscuro durante las horas del turno, cuando Bernstein podía pescarla y ponerla en el informe—. No estoy segura de querer nada más. Estoy agotada, Fitch me maltrató bastante, Bernstein también y un hombre me compra una cerveza y me deja plantada así, sin más... y ahora no tengo nada en mente excepto que pensaba dormir en tu cama, además no tengo ni idea de dónde poner mis cosas sin despertar a alguien. No quiero meterme en una cama ocupada ni quiero que nadie se enfurezca conmigo; y no estoy lo suficientemente despierta para hacer juicios de valor, así que prefiero volver —dijo mientras señalaba hacia la puerta—, tomarme otra cerveza, darme una ducha y después de eso nada de filosofía profunda. ¿Estás interesado?
NB estaba muy cerca ahora, y su cara no era precisamente amistosa, realmente estaba tratando de asustarla. Aunque quizá pensara que ella podía ocasionarle problemas. Retrocedió hacia el mostrador y se inclinó con los brazos cruzados mirando la cubierta.
—Fuera.
Probablemente era un buen consejo. Bet empezó a obedecerle, y estaba a punto de echar a andar, cuando observó que él seguía mirándola con un músculo muy tenso sobre la barbilla. Se quedó mirándolo, cruzó los brazos y él, poniéndose en pie, la miró con ojos como veneno puro.
—Fuera —repitió.
—Mierda —exclamó Bet—. Empiezo a entender por qué no eres popular.
NB hizo un gesto hacia la puerta y salió. Ella cruzó también la puerta y caminó tras él por el corredor. Andaba lo más rápido que podía, como un chaval con un berrinche, y Bet lo seguía despacio porque tenía las piernas más largas y no pensaba correr para alcanzarlo.
Adelantaron a una pareja de tripulantes que andaba buscando algo y que tal vez los miraron con atención por la espalda. Bet no se giró, él tampoco. Un poco más allá del sitio en que todavía podían verlo se detuvo, habían llegado al área del almacén general. La miró con rabia.
—Tozuda, ¿eh?
Bet sostuvo la mirada.
—Tú también. Y además tú eres quien empezó. No fue idea mía. Y si tengo un lunático en mi turno prefiero saberlo.
NB la miró con más rabia todavía. Pero no era para tanto en realidad. Y el no tanto se convirtió en una mirada de lo—estoy—pensando.
—Me llamo NB. NB. Ella extendió la mano:
—Bet.
La observó como si estuviera loca. La mano de Bet quedó en el aire. Un largo rato.
—¿Qué quieres? —le preguntó NB.
—Una cerveza, mierda. Puede que dos. ¿Te parece mucho? A mí, no.
Él jadeó y le tomó la mano pero no para estrecharla. Enredó sus dedos fríos entre los de ella como si sacara a alguien de un pozo, pensó Bet. Frío hasta los huesos, se dijo, no está listo para esto, en realidad quiere otra cosa.
Pero NB no la soltó. La apretó contra su cuerpo, uno junto al otro; la apoyó contra la pared interna y la miró fijamente. Bet no esperaba esa reacción y sólo pensaba en cómo le dolían las rodillas, el trasero, la espalda y los brazos; en cómo le retumbaban en la cabeza todos los sonidos y en que estaba tan cansada...
Un loco, pensó. ¿Debería hacer algo? ¿Cómo reaccionaría él? ¿Qué haría Fitch, qué diría la tripulación si yo le rompiera el brazo?
NB le susurraba algo con la boca pegada a su oreja:
—Lo hacemos al revés, no volvemos, vamos al taller y después tomamos la cerveza, ¿quieres?
Estaba casi paralizada. Pero lo que sentía hasta entonces... estaba bien. No está mal, pensó, no está mal este hombre, claro que no. Eso era un alivio para ella. Desde lo de Thule no había estado segura de que la quedaran sentimientos. La parte de su cerebro que todavía funcionaba le advertía que un loco estaba tratando de arrastrarla a un lugar donde no hubiera testigos. Peligroso, muy peligroso, seguramente era un hombre que causaba problemas, problemas serios, sabe Dios qué clase de locura tendría...
—El almacén es un lugar discreto —dijo él, jadeando contra su cuello mientras una mano dentro del traje le buscaba los senos.
Soy una tonta, pensó Bet. ¿Para qué lo quiero? No quiero liarme con un loco del espacio, no quiero dormir con este hombre, ni siquiera quiero esa cerveza, y por supuesto que no quiero entrar en un almacén «privado» con él.
Pero tampoco quiero problemas. Sé cuidarme sola y vi algunos peores en el África, mucho peores.
NB abrió el almacén que había junto a ellos, la dejó pasar y cerró la puerta. Se quedaron a oscuras. Esperaba que él no fuera tan loco o atolondrado como para echar la llave. Todavía se estaba preocupando por eso cuando NB la empujó hacia adentro por las curvas del lugar, la apretó contra los armarios y empezó a sacarle el traje de salto mientras le pasaba las manos por el cuerpo. Mierda, pensó Bet, pero no podía concentrarse más que en los ecos que había en su cabeza y en las cosas que NB estaba haciéndole. Abrió el traje del chico y se calentaron un poco, con dulzura, con amabilidad. Él parecía más calmado; después las cosas se aceleraron y acabaron en la oscuridad de la cubierta del depósito. Bastante rudo, algunos golpes más en la espalda y de nuevo el dolor. Bet estaba pensando si a pesar de su locura le convenía decir algo al respecto; las críticas no ayudan a los hombres en ese trance y tal vez lo volverían loco del todo. Entonces NB susurró:
—Lo lamento —entre un jadeo y otro acabó bruscamente. Parecía apenado y muy avergonzado.
—No importa —le acarició el cabello mientras yacía sobre ella jadeando y sudando, un largo rato—. Espero que nadie necesite nada de aquí —dijo finalmente Bet cuando el jadeo se calmó. NB no se había movido y ella dudaba de que estuviera lo suficientemente cuerdo para pensar en cosas prácticas—. ¿Estás bien?
No respondió. Empezó a hacerle el amor de nuevo, realmente le hacía el amor, con un toque dulce, abierto, el mejor hombre que Bet había tenido desde Bieji. Estaba casi agotado y sin embargo lo hacía, lo hacía solamente por amabilidad, casi como agradecimiento.
—¡Mierda! —exclamó al final, no tan agotada como había creído—. Mierda... —Y se aferró a él un rato mientras la sostenía. Cuando se recuperó, dijo—: Gracias, compañero. Muchas gracias. En serio.
No contestó. La apretó contra él acariciándole el hombro. Finalmente, cuando se sintió más cómoda después de respirar una o dos veces:
—Tendría que ir a la cama —dijo aunque no quería hablar, ni siquiera pensar en moverse—. Me voy a dormir aquí si no me voy ahora mismo.
Él se levantó y la ayudó a buscar la ropa en la oscuridad más absoluta. Después se vistió y fue a ver qué pasaba con el cerrojo. Abrió la puerta con cuidado. Bet se inclinó sobre su hombro y escuchó. Se deslizaron en el corredor y cerraron la puerta.
—Será mejor que te vayas antes —dijo NB con la boca tensa, eran casi las únicas palabras que había dicho en todo el tiempo—. Búscate una litera. Hay dos vacías en medio de los dormitorios.
Lo miró, ahora tenía una idea clara de dónde procedía al menos parte de su locura y de por qué no quería hacer nada en los lugares que frecuentaba la tripulación. La vida en medio de otros, en un sitio donde todos se movían constantemente, donde no había intimidad alguna, molestaba a la gente que no estaba acostumbrada. A ella misma le había molestado al principio en el África. Y aún resultaba más molesto a un hombre con tendencia a enfriarse con facilidad, a un marginal a quien la gente trataba mal, sobre todo si había salido de una nave familiar como la Ernestina, donde esas cosas no sucedían nunca. La guerra destrozaba naves y dispersaba a los miembros de la tripulación. Ella lo sabía, como sabía lo que sucedía cuando el África arrancaba a un chico asustado de las manos suaves de una nave mercante y lo hacía pasar por la Iniciación, como a ella, como a todos en el África.
Pero algunos se quebraban. Algunos se suicidaban. Algunos morían.
—¿Te molesta Muller? —le preguntó entonces.
El dudó, como si las palabras se valoraran al peso. Miró con desconfianza el pasillo al oír los pasos de alguien que doblaba la curva.
—Vete. Te estoy haciendo un favor.
—Es el favor más raro que me han hecho. —Y se quedó. Empezó a caminar, y ella, zancada tras zancada, lo alcanzó.
—Te van a perseguir por esto —dijo sin mirarla—. Te van a joder la vida si te encuentran conmigo, y no tiene gracia. Lleva tus cosas arriba, la tercera o cuarta litera, anillo superior. —Se inclinó, la tomó de los hombros como un amigo, y la dejó ir con un empujoncito sensual en el brazo que la dejó temblando.
El hombre más raro que haya tenido, pensó, sin contar a Ritterman. Dos en dos meses. ¿Qué hago para merecerlos?
Estoy agotada. Mañana no rendiré, y voy a causar mala impresión a Bernstein...
Pero entró deslizándose por la escalerilla con sus cosas, las ató a los pies de la segunda litera libre, se dejó caer sobre el colchón sin destaparlo, buscó la red de seguridad, la cruzó sobre su cuerpo y cerrándola, se dejó ir, lejos, fuera, hasta que sonó el timbre del amanecer de alterno.
—Tengo que hablarle un minuto, Yeager —le espetó Bernstein, cuando ella se presentó en Ingeniería. La llevó a un rincón—: Tenemos una queja, Yeager, en esta nave tenemos un nivel de limpieza, no importa lo cansada que esté, no se deje caer en una litera que no está preparada y tenga cuidado y dese una ducha después de trabajar, Yeager.
—Sí, señor —sintió que enrojecía—. No es mi costumbre señor. Le pido disculpas. No encontraba las cosas y no quería despertar a nadie.
—No voy a ponerlo en su hoja de servicios, Yeager. Primer y único aviso.
—Sí, señor; se lo agradezco, señor.
Durante un minuto la miró con extrañeza. Pensó que tal vez no estaba reaccionando bien o que había dicho algo mal y se puso muy nerviosa.
Dios, tal vez alguien había hecho correr la voz sobre ella y su compañero.
—Acuérdese —repitió Bernstein y la llevó a dar una vuelta, mostrándole dónde estaban las cosas, los aparejos provisionales, los problemas especiales, le dijo lo que tenía que hacer, lo que había que controlar y en qué horario.
Gracias a Dios, pensó Bet, había hecho muchas de esas cosas para la Ernestina, hasta el punto que, al final, Jennet la había dejado quedarse sola en la guardia de alterno, le había enseñado las lecturas y le había mostrado, con sus maneras razonables y tranquilas, lo que era crítico y lo que no lo era.
—Hará las rondas con Musa —añadió Bernstein, y le presentó a un hombrecito oscuro.
También le presentó a NB, que la miró con frialdad, tipo inteligente, y después se fue con Bernstein al interior. Se sentía la tensión en el aire.
Arqueó una ceja en dirección a NB Ramey y lo miró con ojos fríos para que la vieran Bernstein y Musa. Como si acabara de conocer a alguien en quien no tenía ninguna confianza.
Tal vez eso era lo que en realidad estaba sucediendo.
Musa tenía nueve dedos. Era una de esas personas a las que no se le preguntaban cómo había sucedido. Algo le había golpeado la nariz rompiéndosela y dejando una cicatriz. Probablemente la misma cosa le había quemado la piel en las sienes hasta el cabello, donde se veían algunos trazos grises al costado. Aparentaba unos cincuenta años y tenía la piel de color castaño claro, ese tono que toma la piel oscura cuando uno entra en la rejuv; no era un hombre mal parecido por cierto, pero igual podía tener cincuenta, noventa y cinco o ciento quince años. Era imposible saberlo.
Pero Bernstein tenía razón: Musa era un buen hombre. Era evidente que sabía lo que hacía con todos los sistemas de la nave; acostumbraba decir:
—Pregunta. No me importa.
Realmente no le importaba y eso era un alivio. Le dijo que Bernstein la había puesto en mantenimiento, algo fácil para empezar, y que su primer trabajo consistía en arreglar una bomba que no funcionaba.
Bet estaba realmente contenta. Era un trabajo fácil, algo que conocía de cabo a rabo y que podía hacer sentada en un banco, del taller..., no importaba que le dolieran las piernas y los brazos y que apenas si pudiera sostener una llave.
Necesitaba un simple diagrama plástico. Fue hasta Ingeniería a preguntar y se encontró con NB en las rondas de control.
—¿Tenemos algún diagrama o hacemos uno nosotros?
NB le mostró el inventario de repuestos y cómo acceder a él por ordenador. El ordenador les indicó que había uno en el almacén.
—Te enseñaré dónde encontrarlo —dijo él, y la puso al corriente sobre el esquema informatizado del depósito.
Como Bernstein estaba en una reunión y Musa atendía una llamada de control en ops, estaban solos. Le puso una mano sobre la cadera; no pretendía pasarse, sólo ver cómo reaccionaba ella, como si estuviera explorando la situación. Bet se zafó.
—No mientras estamos trabajando, amigo.
NB miró el ordenador e hizo un gesto. Sin palabras.
—No he dicho nunca —añadió Bet frunciendo el ceño—. Me pones nerviosa. Nada.
—Hagamos un trato —dijo ella—. Tú me dices dónde estamos y lo que hacemos aquí y esta noche jugamos un rato...
—No hace falta —le respondió, sin mirarla—. Estamos cerca de Venture.
—¿Para qué?
—Cazando. Cazando.
—¿Cazando qué?
—A los de Mazian.
No era difícil darse cuenta de eso..., siempre que pudiera saberse de qué lado estaba una nave fantasma.
—¿Saben de qué nave se trata? —preguntó. Se encogió de hombros.
—La Australia, tal vez. Todavía no están seguros. África, pensó Bet. El corazón le palpitaba. Pensar en su nave le hacía sentir un nudo en la garganta.
—¿Estamos esperando?
—Acabamos de verlos. Si podemos, les haremos algo de daño. De todos modos, nos vamos muy rápido después. Esta nave no dispone de mucho armamento.
—Ya lo había imaginado —murmuró entre dientes mientras pensaba..., pensaba que estaba del lado equivocado de las cosas. Estaba desesperada por volver a casa, al África, al Australia, a la Europa, a cualquier nave que operara en las Estrellas Hinder. Y no tenía posibilidades, no sobreviviría a un encuentro como ése, a no ser que abordaran a la Loki.
Tenía posibilidades de arreglar eso, algo de sabotaje bien hecho...
Pero podía acabar caminando por el espacio por pensar así.
Para hacerlo sin que la descubrieran tenía que saber más sobre la nave y sus sistemas.
Volvió a mirar a NB y lo vio sentado allí en la consola, con su mata de cabello negro y la mirada siempre sombría como si nunca estuviera contento, como si no esperara nada bueno de nada ni de nadie.
Un loco, pensó. Tal vez no tenía la culpa de la forma en que había entrado en esa nave y puede que fuera un gran amante, pero un hombre tan nervioso podía volverse realmente loco en cualquier momento. Había pasado una o dos veces en el África, incluso a miembros muy duros de las tropas; se les notaba en la mirada, día tras día, cada vez más callada y más enloquecida. Uno de esos locos había conseguido un arma de aproximación, una AP, había disparado por el corredor principal y acabado con cuatro cabezas antes de que lo atraparan; una veterana de diez años había esparcido pedazos de sí misma sobre los dormitorios a las tres de la noche principal mientras todos dormían..., y nadie pudo explicar cómo había conseguido la granada.
NB no era feliz en esa nave, con esa tripulación.
Y estaba en Ingeniería..., eso hacía que Bet se sintiera descompuesta.
10
Bet se acomodó en su litera. Se dio cuenta de que quien había hecho la queja era un tal Mel Jason que tenía la litera junto a ella; una cama rodeada de fotos pegadas en las paredes, fotos de flores y recuerdos de bares y estaciones, también había fotos de hombres desnudos y bien parecidos, todo lo cual no añadía mucho acerca de Mel Jason si una ya suponía por entonces que el tal Mel Jason era homosexual.
Del otro lado no tenía vecinos, la escalerilla del costado estaba anillo abajo, Jason estaba anillo arriba y la lámina de plástico que proporcionaba algo de intimidad habría impedido ver a cualquier otro vecino darse cuenta de que ella no había usado sábanas. A no ser que alguno de anillo arriba hubiera pasado junto al pie de la cama hacia la escalerilla..., siempre cabía la posibilidad de que hubiera sido otro, pero el que estaba más cerca era el más probable.
Puso a Mel Jason en su lista provisional de hijos de puta pero decidió no enfurecerse demasiado teniendo en cuenta el resto: era un lugar agradable en la nave, con pantallas para tener algo de intimidad y todo, una sensación aireada, buena y segura al mismo tiempo; con la red de seguridad que impedía que alguien volara hacia el costado en una maniobra brusca aplastando a algunos en el viaje.
Lo mejor de todo era que cada uno tenía su propio estante y su taquilla para las cosas debajo de la litera. La nave no llevaba ni la mitad de tripulantes que cabían en ella y no había que compartir nada con los del turno del día principal.
Considerando lo limpio que estaba todo y la forma en que la gente estaba acostumbrada a vivir, no podía culpar a Jason, al menos no demasiado. Eso, si es que había sido Jason el de la queja. De todos modos, quien quiera que fuese, había reaccionado demasiado rápido. África tenía, sus reglas, a pesar de la multitud que la poblaba, y si le hubiera tocado uno nuevo al lado, alguien que las infringiera la primera noche, ella también hubiera saltado.
La vida la había enseñado a dar espacio a los demás, al menos eso era lo que creía detectar en sí misma.
Así que fue agradable con Jason, rodeó la pantalla de plástico y dijo:
—Discúlpame por lo de anoche. No tengo excusas pero quiero que sepas que no es mi costumbre.
Jason levantó la vista de la costura, y asintió, una vez y nada más. Ese era todo el comentario que pensaba hacer. Ni siquiera le preguntó de qué hablaba. Era toda la respuesta que Bet deseaba por ahora. Pensó que el tiempo arreglaría las cosas o las empeoraría, y se fue a cenar.
NB estaba allí. Casi ni la miró y Bet no se sentó con él porque, por las razones que fueran, le había advertido que no se le acercara en público. Se acomodó en el primer lugar vacío sobre el banco y prestó atención a la comida. NB salió, ignoraba dónde podía ir.
Poco después, cuando la mayor parte de la tripulación se reunió en los dormitorios oscuros para ver un vídeo muy antiguo anterior a la Guerra, un hombre se acercó a ella por detrás. Bet estaba de pie con los brazos cruzados pensando que por lo menos lo había visto veinte veces.
El hombre le tocó el hombro, hizo un gesto hacia la puerta y dijo:
—¿Yeager?
No era NB. Al principio había pensado que era él.
Se trataba de un intento de acercamiento, conocía el baile cuando lo veía. Le dijo que su nombre era Gabe y quería invitaría a una cerveza. Era amable y estaba interesado en sentarse y charlar un rato con otras intenciones para el resto de la noche, intenciones que no era difícil suponer.
No se sentía demasiado entusiasmada por la invitación. Había estado buscando a NB con la esperanza de sacarle alguna información, pero si NB estaba en los dormitorios, no lo veía, y si se había marchado a otro sitio, no le había hecho ninguna señal para que lo siguiera. Así que no encontró excusas, tomó una cerveza, luego dos, y Gabe —el nombre grabado en el bolsillo era McKenzie— le preguntó cosas a las que respondió con las mentiras habituales: nave mercante destruida en la ruta a Pan—paris, abandonada en Thule, desesperada..., ¿y él?
McKenzie la comprendía. McKenzie dijo que llevaba diez años en la Loki. Era evidente que estaba más interesado en sus gestos que en los detalles de las respuestas. Después, llegó vagando otra pareja desde el anillo inferior, eran dos hombres amigos de McKenzie que venían a ver a la nueva, hacer alguna broma, aprovecharse de la situación, ponerla nerviosa si podían y divertirse si no podían. Decidió que eran buenos tipos: Park y Figi. No se sentaron, se quedaron de pie y la miraron desde arriba, le preguntaron cómo andaba todo, observaron su disposición para con McKenzie al tiempo que intentaban averiguar qué había para ellos si es que era abierta.
McKenzie, Park, Figi, obviamente un sistema de amigos, los tres tees de los sistemas de exploración. McKenzie era el atrevido, Park y Figi algo más tímidos, un poco menos cómodos con una desconocida a pesar de su aspecto decidido y burlón.
Resultaba fácil apostar quién era el jefe de ese trío, pensó, y se rió de los tres. Fue divertido ver a McKenzie sonrojarse porque lo habían acorralado con una broma sobre literas equivocadas en la oscuridad. Él les dijo que se fueran.
Estaba tratando de ponerse amistoso de nuevo cuando aparecieron otros dos hombres en el área de descanso. Se presentaron ellos mismos. Rossi y Wilson, por el traje; Dan y Meech de nombre, no estaban mal, sobre todo Rossi, pero una no podía ponerse a elegir siendo nueva; no era bueno empezar con un hombre y después salir con otro, no a menos que una quisiera crearse una mala reputación.
—Eh —dijo McKenzie pasándole un brazo protector sobre el hombro—, es mi amiga. Fuera de aquí. Kate, llévate a estos tipos... —añadió dirigiéndose a una mujer que se servía una cerveza.
—¿Qué me das a cambio? —gritó Kate por respuesta. Eso desató una pequeña tormenta amistosa en la sala, algo grato entre Kate, Rossi y Wilson. McKenzie vio una oportunidad para aproximarse y la apretó un poquito.
—No los tomes en serio. ¿Cómo estás? Los dormitorios son un lugar tranquilo ahora que todo el mundo está viendo el vídeo, y tengo una botella, ¿qué te parece?
—De acuerdo —respondió.
Pero cuando se levantó con McKenzie, vio a NB de pie, apoyado contra la pared de los dormitorios, mirándolos.
Se le encogió el estómago. Recordó la promesa que le había hecho por la tarde y a la cual NB había respondido con una especie de no—te—molestes. Bet había llegado a la conclusión de que ésa debía ser su opinión sobre el asunto. Pero la mirada de aquel hombre que estaba de pie contra la pared no decía no—te—molestes. La cabeza de Bet empezó a latir y trató de no mirarlo, pero sus ojos se encontraron, una única mirada, rápida, directa, mientras caminaban hacia la puerta.
Después, NB volvió la cabeza en dirección contraria y se inclinó con las manos en los bolsillos mientras ella pasaba a través de la puerta y se dirigía a los dormitorios con McKenzie.
McKenzie tenía una litera inferior, al final, al otro lado del lugar en que el vídeo seguía funcionando. Había otras parejas y seguramente no todos estaban en la litera que les correspondía esa noche, porque el vídeo ocupaba el otro extremo de la zona. McKenzie sacó una botella, tomó un trago y se la pasó mientras se desvestía. Ella tomó tres, largos, y después de devolvérsela se quitó la ropa. Se metieron en la cama, bajo las sábanas, mientras el otro extremo de la habitación estallaba en un alarido por el maldito vídeo cuando apareció la nave de los buenos; recordaba el argumento. El aire frío la atrapó de pronto, o quizá fue el vodka; los dientes le castañeteaban en la boca y se apretó contra McKenzie.
—¿Qué te pasa? —le preguntó él pasándole una mano por los hombros. Fue muy cuidadoso y parecía preocupado por su opinión, como si tuviera miedo de que estuviera asustada.
—Es que hace frío. Estoy bien.
Tomaron otro poco de la botella. Mierda, pensó, Gabe McKenzie no está mal: amable, cuerdo, estaba preocupado por ella, lo hizo todo bien y le gustó lo que hacía ella, pero fue como si la piel de Bet estuviera muerta de pronto, igual que con Ritterman, como si estuviera demasiado cansada, las hormonas no le funcionaran o algo así.
Eso la asustó, y la confundió durante un segundo, después pensó en NB, en la mano de NB, y la sintió sobre su hombro y se encendió, se encendió sólo de pensar en esa mano, sintiendo todo el tiempo que McKenzie no pasaba de la superficie.
Es una locura, pensó, y recordó a NB afuera, en el área de descanso, NB que sabía lo que estaba pasando y que probablemente estaría furioso y disgustado con ella por esa escapada...
No, mierda, no era ella quien se había escapado, ni lo estaba evitando; él no se había acercado y además la había rechazado esa tarde cuando ella se le ofreció directamente. Había tenido una oportunidad de cenar con ella o al menos de mirar en su dirección y hacerle una seña a la hora de la cena.
Deseaba que NB no fuera un loco, deseaba que no estuviera afuera haciéndose el loco, dando vueltas como un lunático o como un lobo. Hubiera querido patearlo para echarlo lejos por el corredor...
Quería...
Mierda, quería que fuera él quien la estuviera tocando en lugar de McKenzie, así que se dedicó a fingir orgasmos deliberadamente, a pensar en él el día anterior en el área de recreo, y después otra vez en lo que estaba haciendo McKenzie para conseguir algo de sentimiento, alguna sensación. Mierda... mierda... Se daba cuenta de que tenía un problema con NB Ramey, y cuando alguien empezaba a hacer eso..., cada vez que uno confundía el sexo con arriesgar el cuello, se metía en un gran lío. Había visto ese tipo de cosas en la Flota, había visto a los que terminaban así acabar con unos cuantos espectadores cuando enloquecían por última vez. Era estúpido, muy estúpido...
Excepto que había algo más en NB, estaba esa mirada herida. Ésa era una expresión que McKenzie no hubiera podido entender aunque lo hubiera mirado a los ojos en el área de recreo. Ella era la única persona que sabía la razón por la que NB estaba allí de pie..., y no podía olvidarlo, no podía detenerse, a pesar de saber que le debía toda su atención a McKenzie. Nadie la había conmovido como NB, nunca.
No, mierda, eso era mentira, aquel hombre la había acorralado contra un armario oscuro, la había llevado hasta el límite de su paciencia con los hombres, tuviera la excusa que tuviera para hacerlo..., y tampoco había pasado nada tan espectacular...
Excepto que su mente seguía confundiendo el asunto del almacén con la forma en que él la había tocado en el corredor y con el brote de locura que había sentido en los nervios en ese momento, algo que no había experimentado nunca antes, ni siquiera en el sexo, esa sensación de que, si podía hacerlo dos veces y comprenderlo, tal vez...
Mierda, no podía ser, era falso, una mentira, la primera vez en dos años que sentía tal golpe de adrenalina, eso era todo, no iba a repetirse, simplemente estaba agotada y NB había sido el primero. No estaba tan loca como para excitarse tanto con un hombre que podía saltar al otro lado en cualquier momento y enloquecer, y no estaba tan desesperada como para excitarse sólo porque él podía enloquecer en cualquier momento...
No. No era el riesgo lo que la atraía, era la mirada, esa mirada que le decía que también él creía estar haciendo algo que no le convenía hacer.
Como si NB fuera dos personas distintas: el hombre que la había acorralado para comprarle una cerveza y el que estaba allí afuera, con miedo a entrar, el que se negaba a irse y dejar las cosas como estaban... Dios, para los demás sólo serían sus rarezas de siempre, pero ella sabía, estaba segura, de que eso no era lo que estaba pasando. NB estaba forzando las cosas esa noche, ese estar de pie ¡unto a la puerta era como una lucha, una defensa a pesar de que McKenzie no se diera cuenta.
Eso era lo que la perturbaba. Y muy adentro. Él no estaba ahí afuera porque buscara pelea, ni tan siquiera para avergonzarla..., había arriesgado mucho orgullo en aquel momento de contacto visual antes de girar la cara. Eso era lo que la molestaba en la litera de McKenzie. No tenía idea de cuál podía ser la litera de NB, ni tampoco de si había entrado o no en los dormitorios con tanto trajín de gente que iba y venía.
Tal vez se había quedado dormida por un momento y al despertar habían puesto otro vídeo. McKenzie roncaba, así que se levantó y salió a la galería.
Alguien la acorraló en la oscuridad del pasillo entre las literas, era un tipo grandote, algo brusco y borracho. Le ofreció un trago si se acostaba con él, así que, mierda, lo hizo con él. No sabía exactamente por qué, quizá porque no tenía sueño y quería que alguien borrara lo que había hecho NB la noche anterior llenando de agujeros su análisis lógico de las cosas.
Pero el hombre no lo hizo. Tampoco le interesaba, estaba demasiado perdido en su propio espacio. Pero compartieron una botella y Bet consiguió emborracharse a conciencia, aunque logró encontrar su litera, se desvistió y se acostó. Se hundió en el sueño antes de tocar la almohada.
Pero se despertó a medianoche, asqueada y asustada por lo que había hecho, de nuevo se durmió y volvió a despertarse por segunda vez con el timbre del amanecer de alterno chillándole en la cabeza y la gente que se levantaba a su alrededor para ir a trabajar.
Mierda, no tenía idea de quién era el segundo hombre ni de en qué litera había estado.
Quería darse una ducha. Deseaba con toda su alma no haber hecho lo que había hecho, por lo menos no la segunda vez. Eso sí que iba a ser un buen chisme. Un jodido chisme.
Una estupidez total, emborracharse hasta el fondo en un lugar desconocido y dejarse meter en una litera por un hombre desconocido tan borracho como ella. Dios, ni siquiera podía recordar si había sido con uno solo ni la forma cómo había vuelto a su litera. Podría haber acabado en la enfermería sin saber qué había pasado. No eran sus compañeros, todavía no, estaban muy lejos de serlo.
La única esperanza que le quedaba era que el borracho con quien había dormido tampoco recordara quién era ella.
Mierda, mierda, mierda... Estaba furiosa con NB Ramey, ése era el problema, maldito loco, maldito lunático... Pero en realidad la única loca era ella por creer que el único que podía despertarla era NB. Eso era una estupidez, un sentimiento que había nacido después de muchos tragos y muchos problemas, eso era todo. La inseguridad y el hecho de que resultara más fácil preocuparse por un caso de locura espacial que por el lugar donde estaba la nave y por el tipo de juego que se desarrollaba en ella, o incluso por lo que haría cuando Bernstein la pusiera frente a algo realmente complicado que no pudiera arreglar.
Se duchó y tomó el desayuno: unos tragos rápidos de jugo de naranja sintético, algo de sal para equilibrar la sangre y un pedazo de galleta, lo suficiente para llenar algo el estómago junto a un par de píldoras para la borrachera.
Se presentó en Ingeniería y fue la primera en firmar esta vez, con un suéter y unos pantalones limpios. Al diablo con los ojos enrojecidos y el palpitar del cráneo.
Había verificaciones que realizar. Tomó la lista que pendía de un gancho en la pared y se concentró en ello, toda eficiencia y entusiasmo, exactamente como había dicho Bernstein que esperaba que se portaran los nuevos.
NB apareció se le acercó y le tomó la planilla de las manos.
—Buenos días —dijo Bet.
—Será mejor que lo verifique también yo —respondió él y empezó a hacerlo, todo lo que ella ya había hecho, desde el principio.
—Pero si estoy bien, sé lo que me hago —estaba indignada y trataba de que no la oyeran los miembros de la tripulación de principal que todavía no habían terminado—. Mierda, ¡sé escribir un número en una planilla, Ramey!
Asintió y sin mirarla siquiera se fue a hacer su ronda.
Bet no podía hacer nada con eso ahora. El jefe de principal todavía andaba dando vueltas por ahí y después aparecieron Bernstein y Musa. Resignada se tragó el enfado y esperó a que Bernstein le indicara algún trabajo.
Bernstein la puso en una inspección del núcleo, un paseito de rodillas con Musa y así pasó el resto del día. Llevaba el traje puesto pero estaba muerta de frío, una larga agonía para verificar junturas y buscar escapes. Musa no paraba de hablar:
—Me gustaría acabar pronto esto. Es distinto de lo que sucede en una nave mercante..., si la Loki tuviera que moverse ahora mismo, compañera..., estaríamos en medio de un jodido viaje...
—¿Y cómo es que tenemos tanta suerte? —preguntó Bet refiriéndose al turno de alterno. Flotaban, a cero G, con la perspectiva abismal de tuberías de un cuarto de kilómetro de largo, medio colgados de las tuberías; con las lámparas de casco, las cuerdas y las linternas de mano que iluminaban el vacío con una luz que se perdía en la larga caída de la que hablaba Musa.
—Bernstein perdió una apuesta —afirmó Musa.
—¿Estás hablando en serio?
—Aquí aun pasan cosas peores. —Un momento de silencio, mientras las luces hacían su pequeño ruido, blink—blink, blink—blink.
Se tenía que llevar una correa que se iba asegurando a medida que uno se movía. Y esperaba no tener que confiar en ella. Nunca se permitía pensar en un arriba y un abajo en un lugar como aquél o los meds podían tener que extraerla de las anclas, completamente loca.
Todos los miembros de la Flota conocían los largos corredores y los movimientos rápidos e inesperados. Un anillo en un carguero no era exactamente un anillo, sino un cilindro con escasos corredores muy largos, de adelante hacia atrás, y otros en zig—zag para evitar caídas de ese tipo; pero incluso ésos podían significar caídas muy, muy largas si los motores empezaban a funcionar de repente. Había que correr como alma que lleva el diablo cuando sonaba el timbre de aviso de maniobras, asegurarse en un gancho cualquiera, esperando encontrar un broche de seguridad cerca para aferrarse a él y cerrar el cinturón de seguridad alrededor. Después uno trataba cíe sostenerse con las manos en las agarraderas, tanto como las manos podían soportarlo, pero a veces el impulso era demasiado fuerte y entonces sólo quedaba esperar que acabara pronto concentrándose en respirar. Una vez habían pasado sólo tres segundos entre el timbre y un impulso que fue excesivo: ciento veinte muertos, gente que no había logrado cerrar los broches..., lo recordaba perfectamente, incluso a veces soñaba con aquel momento, recordaba los cuerpos cayendo a su alrededor. Ella había tenido la suerte de tener la espalda contra una pared sólida.
No se podía pensar en el núcleo como algo que estaba abajo, nunca, o se terminaba vomitando todo lo que había en el estómago. Especialmente si una se estaba recuperando de una borrachera.
A la mierda con él.
—Musa.
—Sí...
—¿Te molestaría decirme algo? ¿Crees que nos estarán escuchando?
—No es probable. Tal vez. ¿Qué quieres?
—¿Qué le pasó a NB?
—¿Quién te habló de él?
—Muller.
Un largo silencio, sólo se oía el silbido del flujo de aire y el ruido de la lectura de los aparatos de control.
—¿Y qué te dijo Muller?
—Sólo que estaba al margen. Que tenía una relación jodida con la tripulación, pero no dijo por qué. Otro largo silencio.
—¿Te ha molestado?
—No. ¿Cuál es el problema?
—Su ac—ti—tud, compañera. Yo mismo se lo dije..., y se lo repito de vez en cuando. Y lo que hizo, bueno, mató a un hombre.
—¿Y la ley?
—No fue algo normal. Estaba donde no debía estar y no vigilaba lo que tenía que vigilar. Estalló una tubería y mató a un hombre, se llamaba Cassel, un buen hombre. NB... tenía la costumbre de desaparecer cuando quería. Cassel trató de encubrirlo. Y así le fue.
—Mierda.
—Pero no es la única cosa que hizo. Quiero ser justo con él, yo no me meto en peleas ni en problemas. Bernstein es su última oportunidad. Fitch le acusó la última vez que desapareció. Iba a hacerlo caminar por el espacio, así, tal cual. ¿Leíste el reglamento en los dormitorios?
—Sí...
—No lo creas... NB estaba listo, acabado, pero Bernstein lo salvó, hizo un trato con el capitán y pidió que lo pusieran en la tripulación de alterno y sacaran a otro, que él se responsabilizaba, de lo contrario te aseguro que NB no estaría aquí.
Mucho en qué pensar, se dijo Bet.
—¿Y NB le dio las gracias a Bernstein?
—No sé. Tal vez. O puede que no... Te voy a decir algo..., ese hombre no está aquí del todo. Lo cierto es que no volvió a escaparse de sus obligaciones. Nunca le ha dado problemas a Bernstein, ni a mí. Pero no lo hagas cabrear. —Otro largo silencio. Musa se elevó sobre la tubería y se arqueó hacia ella. Le tomó la mano y la acercó hasta que los cascos se tocaron. Cortó el comunicador. Bet comprendió y desconectó el suyo—. Te voy a decir algo más, Yeager. —La voz de Musa parecía lejana y extraña. Veía su cara detrás del casco, iluminada por las luces rojas de los controles—. Creo que una vez esta nave saltó y NB estaba en el calabozo. No estoy muy seguro de que Fitch se ocupara de que le dieran el trank. No estoy seguro, escúchame bien. Pero ésa fue la época en que Bernstein lo sacó de allí porque llevaba demasiado tiempo en el calabozo. Bernstein se preocupó, tal vez por ese salto y por la idea de que iban a mandarlo al espacio..., pero no estoy seguro de que haya pasado tal como te digo: Fitch le odia. Tuvimos una emergencia, saltamos, NB se moría o eso creyó Fitch. Pero una vez que Bernstein lo sacó de ahí, una vez pasado el salto..., Fitch no iba a decirle al capitán lo que había hecho. No puede probarlo. NB no habla y no estoy seguro de que haya vuelto entero de ese viaje.
—Dios...
—Que quede claro que no estoy seguro. No hay forma de probarlo. Ni siquiera pienses en ello. Ahora somos legales. Formamos parte de Alianza. Hay derechos y reglamentos ¿entiendes?, y el capitán los firmó. Pero en esta nave no funcionan, mujer. No se sale de esta nave, no hay forma de conseguir licencia. Si entras, te quedas hasta el final. Espero que te dieras cuenta cuando firmaste. Si te escapas en una estación, Fitch te encuentra, si protestas alegando las leyes de la estación, Fitch miente y te hace volver, y te aseguro que terminas en el espacio. ¿Te lo dijo?
—No. Pero no me sorprende.
—Entonces ya me entiendes.
—¿NB es voluntario?
—No lo sé. Fitch es el que los recluta. NB nunca comentó nada, a menos que le dijera algo a Cassel. Pero ahora no importa, está en esta nave y morirá en ella igual que todos. —Musa la empujó y volvió a conectar el comunicador. Ella hizo lo mismo—. Apurémonos —añadió Musa haciendo un gesto a lo largo de la nave con el brillo de su lámpara—. Te aseguro que odio este asunto del núcleo.
11
Se sacó el traje y pasó el control con Bernstein y Musa. Un largo día. Tenía el frío metido en los huesos.
—Pueden irse —dijo Bernstein—. Un día tranquilo, sólo falta una hora para el final del turno. NB se queda pero ustedes se pueden ir.
En ese momento hubiera podido jurar que Bernstein era humano. Se quedó leyendo la hoja de trabajo mientras Musa revisaba todo antes de irse y, al pasar, se dejó caer por el lugar donde trabajaba NB. Musa salía en ese momento y Bernstein, que andaba ocupado, le daba la espalda.
NB no volvió la cabeza. Siguió mirando la planilla y las lecturas. Ella se acercó y le pasó los dedos por la nuca.
—Quiero verte.
El hombre hizo un gesto de disgusto por la interrupción y se volvió para mirarla con una expresión... de rabia, tal vez; perturbada, confusa, asustada..., todo en un segundo; parpadeó y después hizo un gesto de rechazo con la mandíbula tensa y furiosa.
—¿Dónde? —preguntó Bet. Pero él siguió rechazándola.
—¿Frente a las taquillas? —añadió Bet alegremente—. ¿A las 21 00?
—En el almacén —respondió él sin cambiar de expresión.
—Vamos a terminar en... —y estuvo a punto de decir «espacio», pero pensó que no era una buena idea.
NB no hizo ningún comentario. No parecía contento.
—De acuerdo —concluyó Bet, y se fue antes de que Bernstein pudiera darse vuelta y notar algo.
Salió y fue a retirar su ropa limpia de la sección Servicios, subió por el anillo hacia recreo, se sentó en el banco y tomó una taza cíe té con Musa mientras los del día principal tomaban el desayuno. Ambos esperaban que se vaciaran las duchas, y después se aseó poniendo mucha atención en bañarse, luego cena...
McKenzie tramaba algo. Vio cómo la buscaba entre los demás y trató de evitarlo.
Se sentó entre dos mujeres, haciendo un gesto de asentimiento a su silencio de piedra y después prestó una atención deliberada a la comida, pero McKenzie se le acercó y le preguntó qué tal andaba.
—Muy bien —dijo mientras trataba de pensar con rapidez—. Pero tengo que solucionar un problema con los Servicios, se armó un lío terrible con mi ropa...
—¿Y esta noche?
—No sé —intentaba resultar amistosa. Vio entrar a NB por el anillo desde recreo..., ¡mierda! McKenzie podía sentirse realmente ofendido si una mujer se mostraba fría después de pasar una sola noche con él..., especialmente si el segundo hombre empezaba a comentar que ella había dejado a McKenzie metiéndose en su litera porque McKenzie no se había portado bien. ¡Dios!
Sonrió y arrugó la nariz con una expresión dulce.
—En serio, te tomo la palabra —se levantó con la bandeja en la mano tratando de sacárselo de encima. Al menos ese movimiento hizo que pudiera hablar con él sin que la oyeran las dos mujeres—. Creo que debo decirte la verdad, Gabe.
La verdad es que tengo una cita esta noche, bueno realmente, las dos próximas noches y no creo que haga otra cosa..., pero estás en mi lista de amigos. Sólo que no estoy preparada para tener una pareja estable... Nunca la he tenido.
El pobre hombre se sentía totalmente fuera de lugar, venir dos veces seguidas, hacerlo en público y ponerla a la defensiva cuando ella no le debía nada. ¡Mierda!
—Bueno, más adelante.
—Eh —sonrió Bet—. Tengo que actuar con cuidado, Gabe.
—Nada que tú no quieras.
—¿Me has oído decir que no quiero? Porque no lo he dicho. Pero me dan mala espina las parejas unidas desde el principio. Es malo para todos. Pero no te preocupes, tengo mis favoritos cuando se termina la novedad. —Lo palmeó en el hombro, guardó los platos y la bandeja y dio media vuelta haciéndole una mueca de simpatía—. Hasta pronto, amigo.
Se escapó. No sabía cómo debía sentirse McKenzie, pero al menos la había mirado con algo más de comprensión al final. Bet regresó a los dormitorios y se escondió por un rato por si McKenzie o alguno de sus amigos la estaban siguiendo. Después salió de nuevo sin hacerse notar y escapó en dirección contraria sin girar la cabeza ni disminuir la velocidad hasta que estuvo en el corredor. ¡Mierda!, pensó con el corazón en la boca. McKenzie le daba escalofríos y la cita que tenía le daba escalofríos.
Mierda,, pensó. ¿Por qué estás haciendo esto, Bet Yeager?
No había una respuesta lógica, nada que no fueran las hormonas que le producían un asco especial contra el pobre tipo que estaba allá atrás tratando de invitarla a una cerveza. Disgusto ante el silencio callado y duro de las mujeres en el banco, y disgusto por lo que veía de la moral de esa tripulación. Pasaban cosas muy extrañas en esa nave, y solamente ese loco de NB le proporcionaba una sensación de cordura y seguridad.
Las hormonas, quizá. Pero también estaba su propia experiencia con Fitch. Lo que había dicho Musa. Y la señal ambigua de Muller.
Caminó alrededor de Ops y de Ingeniería, se cruzó con el tránsito de siempre y se escondió en el almacén del taller como si tuviera algo que hacer allí.
Adentro las luces estaban bajas para ahorrar energía. El lugar tenía tres largos pasillos de latas y alrededor del borde, barriles de material para los moldes de inyección, repuestos para la prensa y los moldes de extrusión, ejes, mangueras, cables y material aislante: un compartimento enorme como un gran laberinto embarullado. Bet se inclinó contra la puerta, miró a izquierda y derecha y escuchó por encima del murmullo permanente que sonaba en una nave pequeña.
—¿NB? —llamó lo suficientemente alto para que la oyera, en caso de que hubiera llegado antes y no hubiera notado el sonido de la puerta.
Ni un ruido. Pero eso no era extraño estando con él.
De pronto, Bet tuvo un ataque de miedo, sintió el frío del lugar y el aliento se le congeló en la luz casi inexistente. Cruzó los brazos y los apretó alrededor del cuerpo. Hubiera deseado llevar un suéter bajo el traje de salto.
Dios, realmente este hombre quiere hacerme el amor en un refrigerador.
Si es que es eso lo que en realidad quiere, pensó con el estómago un poco revuelto. Un hombre al borde de la locura podía delirar mucho más de lo que ella pudiera imaginar, podía estar esperándola en cualquier parte con un cuchillo o algo, obsesionado con la idea de que se estaba riendo de él...
¿Qué mierda estoy haciendo en este agujero? Tengo algo más de sentido común que esto, por Dios, siempre lo tuve.
Me puedo cuidar sola. Y cuidarme significa salir de aquí cuanto antes, volver a los dormitorios, decirle que no lo encontré...
Claro que lo va a creer. Será su problema si no lo cree.
Si fijas la atención de un loco en ti, te buscas problemas para siempre, y eso es lo que has hecho, Bet Yeager. Y no es digno de ti, tú sabes más que todo eso, sabes mucho más desde los ocho años...
Debía regresar a los dormitorios, a la cama y no con McKenzie, ni con nadie, ni esta noche ni en muchas otras tal vez..., hasta que se recuperara y comprendiera las cosas un poco más. Ya tenía dos problemas en esa tripulación, tres, contando a Fitch. Lo más inteligente ahora era irse, cortar toda conexión con NB Ramey y buscar un grupo compatible, con una mujer, mierda, quería tener amigas, no sólo compañeros de cama, y la tripulación femenina estaba más alejada de ella que nunca. Alguna gente le enviaba señales hostiles, sobre todo las mujeres, como si estuviera haciendo algo malo o como si cruzara líneas que no sabía que existían... Lo cierto es que cada vez estaba menos segura de que realmente estuviera haciendo algo bien.
Estaba al borde de asustarse de esa tripulación, sobre todo por las señales confusas que le llegaban de McKenzie..., asustarse de lo que recibía de las mujeres, igual que le asustaba la gente de las estaciones, como se había asustado a veces en la Ernestina. Era como si estuviera moviéndose y tropezando en el peor lugar, una y otra vez, y la gente hubiera empezado a murmurar a sus espaldas..., mírala, mírala..., mira cómo hizo eso, eso no es de civiles.
Trataba de recordar la forma en que se comportaban los civiles. Trataba de actuar bien. Tenía dieciséis años cuando se unió al África y apenas recordaba su hogar, ni siquiera podía recordar la cara de su madre, solamente el apartamento donde había que colocar de nuevo las literas para poder dormir cada noche y recogerlas por la mañana porque, si no, no había espacio para moverse; y las ropas de mamá colgadas en una pared y sobre la cubierta..., los corredores de metal de la nave refinería número dos de Pan—paris y los sitios que usaba para esconderse, los agujeros que conocía tan bien... Su madre tratando de manejar a una hija que nunca obedecía las reglas de los civiles y que siempre se metía en problemas. Y aquella gente que no sabía lo que quería, los reglamentos que nunca habían colgado en ninguna parte, que no eran claros y que tenían excepciones que nadie explicaba...
En primer lugar, mamá, podría habérselo explicado mejor, pero mamá nunca supo dominar las cosas. Mamá rompía cosas y luego la golpeaba por eso, llegaba furiosa y había que esconderse, no importaba si realmente una tenía la culpa.
Nunca entendió a mamá y menos aún a los amigos de mamá. Nunca confió en lo que decían, ni se atrevió a confraternizar con ellos.
Porque nunca fue otra cosa que una marginal entre los civs. Pero cuando uno empieza verdaderamente a formar parte de la tripulación de una nave, puede confiar en la gente. Como con Bieji Mager, y Teo..., los cinco..., los momentos que habían pasado...
¡Mierda!
Sintió un nudo en la garganta, de pronto se sintió alejada de todo, sintió que tenía que huir, conseguir un poco de aire, volver a la luz, a la cordura...
Abrió la puerta y ahí estaba NB, entrando.
—Yo... —Estaba frente a frente con él. No quería molestarlo ni parecer tonta, y ya era demasiado tarde. Lo dejaría abrazarse a ella y echar el cerrojo a la puerta. Así que ahí estaba, en medio del fregado.
Se metió las manos en los bolsillos.
—No estaba segura de que vinieras.
Se sentía como si tuviera diecisiete años. O doce. Pero no estaba evitando a mamá, sino a Fitch.
—Quería hablarte —le dijo. Él trató de tocarla inmediatamente y Bet retrocedió unos pasos, con rapidez. No era lo que quería hacer pero estaba perturbada...
Ramey convirtió su movimiento en un gesto de abandono, un vete—a—la—mierda. Dios, las manos le temblaban. Las convirtió en puños cerrados y las metió dentro de los bolsillos, donde estaban bien a salvo.
Me gustas, así era como quería empezar, pero resultaba una estupidez y no sabía de qué podía ser capaz NB. En cualquier momento podía cruzar la línea y hacer algo violento si sentía que tenía algún derecho sobre ella. Bet preguntó:
—¿Estamos seguros aquí?
La miró, parco como siempre. Estaba enojado.
—No —concluyó ella, y sintió como si le anduviesen bichos por la piel. Después, pensó en Fitch, pensó en NB y en un posible informe sobre una última infracción de las reglas.
«Es la última oportunidad que tiene, había dicho Musa.
—No quiero meterte en problemas. Ramey, joder...
Mierda, ni siquiera, puedo situarme yo misma en esta nave. ¿ Qué cono puedo hacer por él?
Meneó la cabeza, se pasó una mano por el cabello y volvió a mirarlo.
—Mira, me enrollé con un tipo anoche, pero en realidad no quería. Llevarte a mi litera, eso era lo que quería, y arreglar las cosas, pero dijiste que habría problemas. Por eso no fui a buscarte, ni te hablé. No sé por qué estás tan furioso.
Ni una palabra, apenas un parpadeo.
—Ramey, por favor, ayúdame. Un largo silencio. Después:
—Te puedes encontrar con problemas, problemas serios. —Su voz era tan baja que casi no podía oírlo por el ruido de fondo de la nave—. Algo más serio que la tripulación. Sería mejor que no estuvieras aquí, que no me hablaras. Su actitud la disgustó.
—¿Eso es lo que querías la otra noche? NB se encogió de hombros. Sólo eso.
Bet reunió el coraje para decírselo; tenía el cuerpo alerta para saltar y alejarse si era necesario.
—Hablé con Musa —esperó un estallido, pero él solamente jadeó un poquito, sin cambiar de expresión—. Está casi de tu lado, Ramey.
—Musa es buen tipo —dijo NB con un movimiento tan leve en su mandíbula que resultó casi imperceptible—. McKenzie tampoco está mal. Mira, hago mi trabajo y la tripulación me deja en paz, no lo eches a perder.
Iba a dejarla. Buscó el cerrojo de la puerta.
—Ramey.
—Olvídalo.
—Por supuesto que no, mierda. —Le cruzó el brazo por delante, con el corazón asustado y palpitante, sabiendo que en esa posición él podía rompérselo—. Si vuelvo, McKenzie se me echará encima. No quiero a McKenzie.
NB se detuvo con la mano en la puerta, sin mirarla.
—Mira, Ramey, no me dejes así. Joder, ¡no me dejes así! ¡Creo que podemos encontrar respuestas juntos!
Dejó caer la mano, se volvió de pronto y la apretó contra su cuerpo, ya nada podía detenerlo. Sintió que se paralizaba, asustada, Dios, cuerpo contra cuerpo podía hacerle cualquier cosa, podía romperle el cuello. Debía haberlo hecho retroceder y hablar primero con él, despacio, con cordura, pero en ese momento incluso le costaba poner dos ideas una junto a la otra en un razonamiento coherente y lo que pensaba no tenía mucho que ver con él en realidad.
—Lejos de la puerta —jadeó cuando logró separar la boca y respirar—. Mierda, NB...
No había querido decir eso, pero él ni siquiera lo notó.
—Vamos. —La llevó hacia la oscuridad, hacia un hueco que quedaba entre la pared y las latas, donde el camino que seguían daba una vuelta.
En la oscuridad encontraron un viejo almohadón, dos mantas y el espacio suficiente para que cupiera un cuerpo; o dos, si se montaba uno sobre otro. Frío, Dios, hacía frío, pero las manos de Ramey no estaban frías y él tampoco. Bet trataba de seguir su ritmo, de mantenerlo en calma y tranquilo..., hasta que tuvo que concentrarse en respirar y no hacer ruido durante un rato mientras se encendían las luces de colores detrás de sus párpados.
—Dios —exclamó finalmente, y sacando un brazo fuera de la manta lo abrazó. NB, dejó escapar un suspiro, y se puso un poco más pesado por un momento, se relajó sobre ella porque no había espacio para nada más—. Estás bien —susurró Bet apoyando la mano en su costado para que no se moviera—. Estás bien, Ramey. Y debes saber que tienes un par de amigos en esta nave. Por lo menos un par.
Ramey respiró una vez, profundamente, como si le faltara el aire..., o la cordura.
Bet le frotó los hombros un poco asustada hasta que logró respirar de nuevo...
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó para matar el silencio y para que él no pensara en otra cosa—. ¿Cómo llegaste a esta nave?
Nada. NB era así.
—¿Eres un navegante libre, Ramey? ¿O un contratado? ¿Vienes de una nave de Familia, una mercante? ¿Cómo te llamas en realidad?
NB movió lentamente la cabeza, contra su hombro.
—¿Ramey es tu nombre? ¿O tu apellido? Otro gesto con la cabeza, quizá solamente una indicación de que no quería contestar.
—No me importa. Pero ahora estás mejor, Ramey, ahora sabes dónde estás. ¿Te contaron cómo me encontró Fitch? Un jadeo. Un poco más tranquilo.
—Se dicen cosas.
—¿Qué dicen?
—Que pinchaste a un par de tipos.
Le pareció gracioso y grotesco: Ramey tenía razones para preocuparse por ella; pero en realidad no tenía gracia. Los dos tenían motivos para preocuparse. Le pasó la mano por el cabello.
—No es normal. No te molesta, ¿verdad?
—No me importa —respondió NB.
La verdad absoluta, pensó ella, solamente la verdad, directa, cansada, —Yo también estuve así —sintió el frío de los muelles de Thule, recordó las noches en que no tenía créditos y la estremeció el frío de la cubierta de la Loki a través de la manta, congelándole la espalda; tuvo miedo de que alguien entrara y trajera a los oficiales—. Pero las cosas cambian. Y yo estoy aquí viva, para contártelo.
—No. Nada cambia. —Y suspiró profundamente, un suspiro que se convirtió en un escalofrío cuando los labios rozaron la oreja de Bet—. Es cuestión de tiempo. —Empezó a temblar, lento, como el escalofrío, pero después el temblor empeoró; intentó levantarse con prisas, pero se golpeó con un ancla y cayó sobre Bet con fuerza golpeándola con el codo, la empujó, pero el espacio no les dejaba moverse bien—. ¡Dios! —aulló—. ¡Dios! ¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
No había ningún lugar al que ir. Bet sabía reconocer un acceso de locura espacial cuando lo veía. Se levantó como pudo, ciega por un momento y con la boca llena de sangre, buscó algo contra el metal congelado de la bandeja de las latas. Consiguió levantar las rodillas para protegerse, pero él estaba allí, sentado, doblado en dos.
—Ramey —gimió temblando y tratando de reunir las ropas. NB se enroscó agachándose con el brazo sobre la cabeza. Bet tomó una manta y se la pasó por encima de los hombros.
—A la mierda contigo —masculló entre los dientes que le castañeteaban.
—Ya estuve ahí, estúpido. —Y volvió a cubrirlo con la manta. Ramey la había empujado con las manos—. Debería haberte pateado. ¡Déjalo, cono!
Estuvo así durante mucho rato, aferrado a sí mismo, temblando. Bet se quedó sentada allí, inclinada sobre su espalda y sosteniendo la manta para que no se helara. A veces le hablaba, y pensó en darle algo del trank que llevaba encima, pero no estaba segura de que fuera lo correcto, ni sabía dónde se encontraba su mente, fuera, en algún desconocido salto mental en el espacio.
Finalmente, Ramey murmuró:
—Vete, Yeager. Vete de aquí.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
—¿Puedes levantarte?
NB se enderezó lo suficiente como para empujarla.
—¡Que me dejes solo!
Bet consiguió equilibrarse poniéndose en cuclillas, puso una mano en la pared para sostenerse, en una posición que no era precisamente defensiva.
—Grita todo lo que quieras, hombre. Si quieres que venga la tripulación, sigue gritando con toda la fuerza de tus pulmones. Silencio. Un largo rato de silencio.
—Ramey.
—Que te vayas —dijo él sin levantar la cabeza de los brazos.
—¿Que haga qué? ¿Dejarte aquí para que te congeles el culo? Levántate, vamos. Nada.
—Ramey, joder.
Nada.
Se puso en pie, tensa y medio congelada se agarró a la pared.
—Voy a buscar a Bernstein.
—¡No!
—Entonces, ponte de pie, Ramey, ¿me oyes?
Se movió. Empezó a buscar la ropa con manos temblorosas. No levantó la vista para mirarla y ella se agachó de nuevo, se chupó el labio lastimado.
—Hijo de puta —dijo lentamente mientras hacía un movimiento desesperado con la cabeza sacando una mano para apretarle el hombro. Él se sacudió la mano de encima—. Eres un estúpido.
—Es lo que opinan todos aquí. Déjame en paz.
—¿Es así cómo pagas los favores que te hacen?
Ramey se dejó caer de nuevo junto a la pared con la mano sobre los ojos. Era como si ya no pudiera tolerarla.
A Bet le dolía el estómago. Todavía estaba temblando por la adrenalina y le castañeteaban los dientes, pero ciertos tipos de dolor la conmovían y un hombre con un problema real era difícil de tolerar. Un navegante que había sufrido a manos de otro navegante lo que Ramey había sufrido a manos de Fitch, eso era difícil de imaginar.
Aparte de lo que había hecho aquella tripulación...
Tal vez no sabían qué hacer con él... Ella misma no sabía qué hacer con él en ese momento. Estaba a punto de darse por vencida, irse y dejar que saliera de ese pozo como pudiera, a su tiempo, un hombre no se hacía daño a sí mismo, eso nunca sucedía.
Quizá no podía hacer nada en el fondo, nada excepto enloquecerle todavía más.
Ramey se pasó la mano por la cara y se reclinó contra la pared; un rayo de luz leve le cayó sobre la barbilla y sobre un ojo.
—¿Estás bien?
Él asintió, exhausto.
—Musa dijo que Fitch no te dio el trank —prosiguió ella—. ¿Es verdad? Otra vez sí.
—Fitch me encerró en ese maldito almacén durante la salida de puerto —dijo Bet—. Y tuve miedo de que no me lo diera.
El único ojo visible de Ramey parpadeó. Con fuerza, rápidamente.
—Fitch es el único que está loco —dijo ella—. ¿Eres de las mercantes, Ramey? Nada.
—Ramey, ¿me tienes miedo? Nada.
—Supongo que sí —siguió ella con calma—. Ya tienes bastantes problemas. Eso lo entiendo. Pero quiero decirte algo, Ramey, yo tampoco necesito a nadie. No voy a apoyarme en ti, no voy a molestarte ni a engañarte. Sólo querría que te fijaras dónde apoyas los codos, eso es todo.
Ramey se inclinó en el espacio que había entre los dos y le acarició el brazo, una vez, con dulzura.
Bet puso una mano sobre la de él y le apretó los dedos.
—¿Quieres volver a rec y comprarme una cerveza? Todavía no estoy segura de que hayan puesto mis créditos en el banco. Él negó con la cabeza.
—Vamos —dijo Bet—. No me asusto con facilidad. Otra negativa. La mandíbula tensa.
—De acuerdo —comentó Bet—. Acepto el consejo que me das. Otro día será.
—Fitch —dijo él. Un disparo frío y certero, para poner serio a cualquiera—. Me llaman NB —añadió después, como si con eso ayudara a destapar algún tipo de obstrucción en su garganta—. No te obsesiones. No te quedes fuera del grupo.
—Te entiendo.
Ramey levantó la vista y le tocó la mandíbula, un roce dulce, muy dulce que le devolvió a la idea de lo que podía llegar a ser, loco o cuerdo, y ni siquiera estaba segura de quién la acompañaba en ese momento.
—Vas a darme una reputación muy, muy mala. Le dije a McKenzie que iba a salir con alguien y vuelvo con un labio cortado. ¿Qué otros agujeros hay en esta nave donde pueda decir que estuve?
—En los almacenes de la cocina. En Servicios. Junto al ascensor del núcleo en los almacenes generales.
—¿Se cabrean los oficiales? Él meneó la cabeza.
—La mayoría no.
—Pero Fitch vigila.
—Estamos en el turno de Orsini. Fitch es de principal.
—¿Orsini es un hijo de puta?
—Otro tipo de hijo de puta. —NB se pasó la mano por el cabello y apoyó la cabeza—. Él...
La puerta se abrió, se encendieron las luces.
La mano de NB buscó la de Bet y se aferró a sus dedos. Ella la apretó con fuerza y se quedó inmóvil mientras las voces pasaban cerca: una mujer y un hombre enojado, severo.
Se oyó una llave, la maquinaria gimió y las latas se movieron sobre la bandeja de transporte. Bet sacó la manta del riel donde podía detener la bandeja, vio una lata que venía hacia ella y se apretó contra NB mientras las latas pasaban, una tras otra, empujándola con una fuerza brutal, moliéndole la espalda y la cadera al pasar, un dolor lo suficientemente intenso como para quitarle el aliento.
Más máquinas conectadas. La mano de NB le apretó la cabeza contra su hombro cuando se oyó el ruido de un cargador.
Luego se detuvo.
Después las cosas se tranquilizaron y las voces apenas eran un murmullo sobre el rumor de la nave. Se apagaron las luces y la puerta se cerró.
Bet se quedó sentada con los dientes temblándole en la boca y el frío metido en el cuerpo.
—El agujero todavía está aquí —dijo por fin NB—. Siempre está.
—Ya sé —suspiró Bet, con la mandíbula tensa porque había estado pensando en eso y estaba demasiado asustada para echar un vistazo.
—Será mejor que te vayas Bet. Pasa por la puerta del taller. Podría estar abierta. Ésos era Liu y Keane. Liu es una perra.
Tenía que hacerlo. Logró hacer funcionar sus miembros ateridos, apretó el cuerpo entre las latas en la curva, salió al corredor y caminó como si estuviera donde debía estar, sólo que con las rodillas débiles y el estómago totalmente revuelto.
Se detuvo cerca de la línea que rodeaba Ops y esperó junto a los depósitos, temblando, preocupada, hasta que vio aparecer a NB.
Era obvio que no la esperaba.
—Es tarde, NB. —De algún modo la tripulación tenía la culpa de todo ese lío, de los dolores en el cuerpo y del labio cortado. Pero sobre todo, de lo que le pasaba a él. Estaba furiosa e insistió—. ¿Sabes?, quiero esa cerveza. Yo voy primero, me siento, tú llegas y te me acercas, ¿de acuerdo?
Él asintió.
Y así lo hizo. Bet entró y se sirvió del té gratis que ofrecía la cocina; se lo tomó con el labio lastimado y se quedó en el mostrador dando la espalda a dos parejas que habían llegado al mismo tiempo. No había nadie más.
NB llegó pasado un rato. Bet se sentó y él le llevó la cerveza.
—Gracias —dijo ella, e hizo un gesto para que se sentara a su lado.
Pero Ramey fue a buscar su cerveza y se la tomó en el mostrador, dándole la espalda.
12
Tenemos un escape de agua en la cocina —comentó Musa con cansancio—, Bernstein quiere que lo arregles.
Después se detuvo y la miró con atención. Como todos los que se le acercaban —Te dieron fuerte, ¿eh? ¿Te atacó alguien? Bet negó con la cabeza.
—Fue en el taller. Traté de rebobinar un cable y se me enredó.
Era la mejor mentira que se lo ocurrió, algo que pudiera explicar un golpe en la cabeza y un labio cortado.
—Eh —dijo Musa, preocupado—, ten cuidado, Bet, y no te pelees con los cables, ¿OK?
Claro que Musa se creía la historia...
—Estoy bien, no te preocupes.
Se puso a reparar la maldita gotera arrastrándose por un acceso que apenas tenía cabida para un cuerpo, después se puso de espaldas contra un compresor de refrigeración muy ruidoso en un espacio que apenas daba para sacar una llave. Joder, Bernstein había acabado los trabajos necesarios y ahora empezaba con los difíciles. Debía ser eso.
—Hijo de puta —repetía una y otra vez entre dientes, solamente para estar segura de que seguía respirando mientras el agua caliente le caía sobre la cara.
Desconectó la línea, localizó la conexión que fallaba. Los dedos apenas podían alcanzarla pero tomó el repuesto del bolsillo y se quedó parpadeando en el agua caliente, tratando de lograr que se secara el tubo para poder poner el adhesivo sobre la conexión.
Mierda de tuberías. Sí, una porquería, siempre la misma desde que los seres humanos salieron de la atmósfera. O tal vez desde antes. Las jodidas naves estelares modernas y esa mierda de tuberías se estropeaban siempre en la sección de la cocina. Había que colocar esas jodidas juntas por todas partes, siempre pequeñas y difíciles de manejar. Si no se colocaban, todo se iba al diablo.
El goteo no se detuvo en ningún momento. Le corría sobre la cara, los ojos y las mejillas hasta empaparle el cabello, y mientras tanto aquella cosa tenía que meterse de esa forma y solamente así, ¡mierda!, el comunicador aullaba en su oído, el conector se soltó y casi cayó a un sitio del que ningún ser humano podría sacarlo jamás..., era preciso usar esa cosa ruidosa de mil demonios, eran las normas cuando se trabajaba en un agujero como aquél.
—Yeager —decía la cosa, buscándola personalmente en esa línea.
—Sí —dijo ella, pero tampoco podía alcanzar el micrófono por la forma en que había tenido que inclinar la cabeza para hacer que la luz de la banda iluminara lo que estaba haciendo—. Sí, estoy trabajando, un minuto...
Era Bernstein, que verificaba.
—Yeager.
—¡Tengo las manos ocupadas, cono! —aulló.
—¡Yeager! ¡Ahora mismo!
Tomó la línea con una mano y la conexión con otra, temblando de pies a cabeza hizo un movimiento desesperado para coger el comunicador.
—¡Aquí Yeager! —gritó. Y oyó la voz de Bernstein:
—... cuarenta segundos para el disparo... Oh, Dios mío.
—Dígalo de nuevo. —Como una tonta buscó la conexión y la acopló en su lugar sobre el anillo de ajuste.
—¡La nave se mueve, Yeager! ¡Treinta segundos!
Buscó la válvula de paso, la abrió y dio una docena de vueltas con la mano. La conexión aguantó.
—¡Yeager!
Bet empezó a deslizarse fuera del acceso usando los talones, las manos y las caderas, tan rápido como pudo. El timbre de aviso empezó a sonar.
—¡Emergencia! —aulló en el comunicador—. ¡No llego a la puerta de acceso!
—Mierda, ¿dónde está usted, Yeager?
Se arrastró hasta ponerse de pie, aferró el cinturón E y el anillo D amarillo brillante, volvió a colocarlo en la pared de la cocina, cerró el sujetador de hombro y poniéndose la mano sobre la cabeza bajó los hombros.
—¡Lista! —gritó—. ¡Lista!
La Loki se agitó, los músculos del cuello de Bet se tensaron, los pies perdieron contacto con el suelo y todo el cilindro de la cocina crujió mientras se reorientaba hasta que la tensión se convirtió en un peso sobre sus pies. El comunicador general voceaba:
— Vamos a saltar. Muévanse con precaución. Tienen tiempo para asegurar puertas y objetos que puedan causar daño. El impulso aumentará un doscientos cuarenta y cinco por ciento en los próximos tres minutos...
Desató el broche del cinturón E y lo dejó rebobinarse solo, se arrodilló, buscó el acceso y cerró los cerrojos uno a uno, a mano, luchando contra el impulso que trataba de destrozarle los dedos.
Después, arriba, con un peso que era más del doble del normal. Arrastrándose para levantar ese peso puso la mano sobre el asiento de salto para poder bajarlo, ajustarlo, volver a sacar el anillo amarillo D, ponérselo por encima e insertar la lengüeta.
En la cubierta de impulso, vacío absoluto..., la tripulación estaba junto a los broches E que habían encontrado, o contra superficies sólidas en compartimentos internos: no había tiempo para sacar las hamacas.
Era mucho más cómodo boca arriba, en la cubierta interna de impulso, que sentada sobre un asiento de salto en una sección que giraba.
—La nave está a punto de saltar...
Tenemos un problema, Dios, tenemos un problema, algo nos está persiguiendo por la cola...
Me entretuve con lo de la válvula de paso, joder podría haberme quedado atascada allá adentro...
Dios, Dios, sí que nos movemos..., esta nave tiene un impulso de mil demonios..., ¿dónde estará mi paquete de trank?
Luchó por respirar, sintió el peso en el estómago y en las articulaciones, levantó una mano para buscar el trank en el bolsillo superior, y cuando lo encontró, cerró el puño alrededor y apretó el gatillo contra el cuello, el único lugar de piel desnuda que tenía a mano.
¿Vamos a dispararle a esa hija de puta o qué?
¿Dónde está NB? ¿Y Musa, y Bernstein?
¿Todo el mundo está bien?
Quiero un té caliente cuando lleguemos.
Cuando lleguemos adonde sea...
... saliendo de nuevo, la sirena... —Estaciones de batalla, alerta roja, alerta roja... La nave está en estado inercia! ahora... Espera...
—La tripulación puede atender emergencias tomando las debidas precauciones...
La situación sigue siendo de alerta roja...
Casos médicos al 23...
Vaya mierda ser la primera en la línea, pensó mientras ayudaba al cocinero a repartir paquetes de trank y de c a la tripulación que se acercaba al mostrador. Distribuían paquetes de diez para que otro los llevara a amigos que todavía no estaban del todo bien. Mientras el comunicador emitía consejos y órdenes...
—Es posible que haya un segundo salto, pero no inminente. Estamos en silencio de transmisiones...
— Sufrimos una baja. El técnico de rastreo John Handel Thomas...
—¡Mierda! —gruñó Johnson.
—... muñó instantáneamente por el impacto. El capitán expresa sus condolencias personalmente.
—Jefes de estación y monitores de área, los médicos están atendiendo a dos heridos graves: no envíen heridos leves a la enfermería. ..
— Yeager—sonó su comunicador personal. Era Bernstein, vivito y coleando.
—Sí, señor —respondió sin detenerse.
— Quiero hablar con usted cuando estemos estables.
—Sí, señor. —El tono anunciaba problemas. El estómago de Bet tenía una razón más para descomponerse.
—Les habla el capitán. Una fantasma tipo carguero ha entrado en el Sistema. Nuestra salida en un ángulo opuesto nos da un tiempo considerable de ventaja en este Sistema, esperamos que ese tiempo sea suficiente para dificultar un encuentro. Nos hallamos en baja y los cálculos posicionales están casi completos. Doy permiso a la tripulación para que abandone las posiciones de batalla en situación amarilla. La tripulación fuera de turno debe estar lista para un salto. Permaneceremos en condición amarilla hasta nuevo aviso...
—Haremos un cambio de turno en cinco minutos —le llegó la voz precisa, dura, que había aprendido a identificar como la del comandante del día alterno, Orsini... La oía por el comunicador general mientras se comía un sándwich, un privilegio por estar encerrada en rec con los de principal—. La tripulación de día alterno debe preparar sus listas.
—¿Qué hago respecto a lo del cambio de turno? —preguntó a Bernstein por el comunicador.
—Llámelo suerte —respondió Bernstein—. La próxima vez la voy a desollar y dígale a Jim Merrill que venga aquí.
—¿Se lo tengo que decir yo? —protestó. Probablemente Merrill pensaría que la presencia de Bet en rec con un sándwich, significaba que había hecho medio turno en temporal y que era él quien iba a tener que sacrificar un poco de su tiempo de rec.
—Dígale que traiga las cosas que usted dejó —añadió finalmente Bernstein.
Tuvo que ir hasta Merrill, que estaba sentado tranquilamente con otro sándwich y decirle:
—Hay que terminar el trabajo de fontanería de la cocina. Bernstein me ha llamado para que te diga que te presentes y lleves las cosas.
—¡Mierda! —exclamó Merrill.
Bet se desató las herramientas, se sacó el comunicador y se lo entregó todo junto con la hoja de trabajo.
Pero antes de que pudiera regresar al mostrador, tenía a Liu—la—perra encima, diciéndole que era la de menor rango en Ingeniería y que estaba jugando con Bernstein, consiguiendo privilegios especiales como hacer medio turno o comerse ese sándwich y dando a entender vagamente que lo hacía confraternizando con algún oficial sin nombre.
Era mejor no discutir con Liu, eso decían. Liu era casi oficial en Ingeniería de principal, una mujer morena, chiquita con ojos almendrados, y que al manos en cubierta llevaba cuchillo. Bet bajó la mirada y sopesó las posibilidades de esa mujer que no le llegaba ni al hombro, escuchó pacientemente los gritos agudos y después dijo:
—No me importa que te preocupes por eso, compañera. Pero me he pasado el salto en ese cubículo de mierda de la cocina y he acabado mi trabajo para que tú puedas bañarte con agua caliente si quieres; el sándwich fue gratis y no pienso rechazarlo. En realidad, era yo quien estaba allá arriba distribuyendo paquetes y sándwiches con el cocinero porque era mi turno. Así que no vuelvas a decir que no he hecho nada, por favor.
Liu se achicó, furiosa. Merrill bajó la vista. Otros los miraban, todo un turno de gente que Bet no conocía..., gente que la asustaba, gente que se había divertido con una escena en lugar de pensar en otro disparo y otro salto.
La observaban como si la estudiaran, y Bet logró captar algunas palabras sueltas:
—Es Yeager. Será mejor que Liu se cuide. ¿Qué te apuestas? El otro hombre siguió el juego, como era obvio. Había oído eso desde que era pequeña y resultaba gracioso. A la mierda.
—¡Cambio de turno!¡Nada de retrasos, nada de hablar!——La voz de Fitch directa a los huesos—. Orden inversa de turnos. ¡Ahora mismo, ahora!
Todo el mundo obedeció, principal a las posiciones y alterno a los dormitorios o al corredor, donde principal había colgado las hamacas. Vio a Musa y a NB y se sirvió una cerveza, el cocinero le había dicho que tenía crédito y les invitó a una cerveza, nadie podía reprocharle que fuera amable con su turno.
—Vamos, sentaos —les invitó mientras cogían las cervezas—. Por Dios santo, NB, puedo invitar a cerveza a mis compañeros, no seas tan desconfiado... —Ingenuo para cualquiera que quisiera oírla.
—Sí, NB, siéntate —dijo Musa—. Esta mujer quiere invitarte a una cerveza, no seas descortés con ella.
NB se sentó, preocupado, al otro lado de Musa. En ese momento había mucho trajín en rec, gente que iba y venía, comía y se acomodaba.
Nadie lo notaría.
—¿Salió todo bien? —preguntó.
—La prensa estaba funcionando —respondió Musa—, tuvimos el corte general del salto y nos quedó material trabado en el molde. Principal va a protestar...
Liu era quien reemplazaba a Musa en el otro turno. Bet sonrió y dio un sorbo a su cerveza.
NB estaba tranquilo y no la miraba a los ojos. Nunca.
—Bernie no va a poder ayudarte —supuso que habría bastantes problemas en Ingeniería.
—Con ese compresor de mierda en el oído —dijo Bet—, no pude oír el timbre. Al parecer Bernstein quiere verme, y supongo que me reprenderá o algo peor.
—Bueno, mirad quién está aquí —se burló un técnico llamado Linden a espaldas de NB. Estaba sentado con algunos de sus amigotes y Bet pensó que NB lo había oído como ella misma; pero Musa se inclinó sobre NB y dijo, en voz bien alta:
—¿Es Linden el que está ahí? Ah, hola, Lindy... ¿Cómo te va?
—¿Qué tal, Musa? —llegó la respuesta; ahora que Linden sabía quién se sentaba junto a NB, la voz sonaba mucho más amable.
—Digamos que bien —respondió Musa y se reclinó de nuevo. Linden Hughes se calló y evitó la conversación. NB mordió un gran pedazo de sándwich para terminarlo y tomó un trago de cerveza con rapidez.
—Me voy a mi hamaca —dijo—. Gracias.
—Mierda —murmuró Bet—. NB, espe...
—Déjalo —cortó Musa, y le puso una mano sobre la rodilla. NB fue a lavarse las manos y desapareció.
—No es justo —dijo Bet.
—Cállate.
Bet calló porque sabía que los consejos de Musa valían su peso en oro.
13
En general fue una noche tranquila. El timbre de la mañana los despertó mientras el comunicador general los inundaba de anuncios:
—Habla el capitán. Hemos superado nuestros parámetros de alerta sin incidentes. Se reduce el grado de alerta a «espera». Estamos vigilando sin movernos. Hemos comunicado lo que vimos a una nave aliada que saltó durante la última guardia...
A Bet le recordaba la dinámica de la Flota. Los tripulantes recibían la información cuando todo había terminado y si morían antes solía ser por sorpresa.
Las hamacas seguían colgadas pero se podía volver a los dormitorios y darse una ducha, lo cual era prioritario después de un salto porque la piel solía sudar un poco y la ropa irritaba los pliegues, eso sin mencionar que todo el cuerpo olía a sábanas mal lavadas. Se duchó con rapidez, se puso un suéter y unos pantalones y se fue a tomar el desayuno..., pero no vio ni a Musa ni a NB, de lo cual dedujo que era tarde o que estaban en las duchas.
El cronómetro del mostrador le confirmó que era tarde. Tomó con prisas una tostada, el té y un vaso de jugo de naranja y se fue hacia Ingeniería.
Musa estaba allí, y haciendo un gesto con la mandíbula, señaló con los ojos hacia Bernstein. Bet se frotó las manos en los pantalones y fue hasta allí.
—Señor.
Bernstein la miró detenidamente.
—¿Tiene algo que decirme sobre el comunicador?
—No, señor.
—Explíquese, Yeager.
—Sí, señor. Se me cayó de la oreja, señor.
—No oyó el timbre.
—No, señor, y gracias por avisarme.
Bernstein la miró unos segundos que se le hicieron eternos.
—Se quedó ahí con todo ese agua en la cara. Estúpida. Si esa línea no funcionaba podríamos haber vaciado el tanque en la cubierta de rec.
—Sí, señor. No entiendo de calderas. Sólo de tuberías, señor. No quería que estallara nada, por eso seguí.
—Ese es el problema que tienen ustedes, los que se entrenaron en naves grandes. No sabe mucho de calderas... Sabe de tuberías... Todo el mundo es especialista en esas naves, joder.
—Sí, señor.
—¿Qué hacía como contratada?
—Guardia, señor. Reparaciones en maquinaria pequeña. Eso fue lo que dije cuando me contrataron aquí, señor, que no iba a meterme con un sistema que no conociera bien. Pero no pensé que una caldera de cocina pudiera ser crítica para la nave.
Bernstein la miró fijamente, como si pensara en pisarla como a una cucaracha.
—¿En qué condiciones estaba la línea cuando recibió mi llamada?
—No estaba enganchada en el extremo, señor. Le oí, la ajusté, abrí la llave de agua y me fui, señor.
Un largo silencio. Largo, un suspiro profundo.
—¿Yeager?
—Señor.
—Usted llegó aquí sin documentos y tiene el entrenamiento más raro que he visto nunca..., debería mandarla directamente con Orsini y dejar que la pusieran en Servicios.
—Sí, señor.
—Sí, señor. No, señor. ¿Nunca tiene una opinión propia, Yeager?
—Preferiría seguir en Ingeniería, señor.
—Dígame la verdad, Yeager. ¿Alguna vez tuvo documentos?
—Los perdí en la Guerra, señor.
—No me mienta.
—No, señor. Otro silencio.
—El entrenamiento más raro que he visto nunca —repitió Bernstein—. Pero tiene manos y nervios. ¿Se le ocurre algo que pueda confiarle, Yeager?
—Hidráulica, señor. Electrónica.
—¿Qué más?
Bet lo pensó detenidamente.
—Sistemas pequeños de comunicación. Todos los sistemas pequeños. Motores. Bombas. Bernstein frunció el ceño.
—Una especialista. No hay duda. ¿En qué clase de cargueros trabajó?
—Naves pequeñas, señor. Algo de trabajo en las estaciones. —Bet suspiró y dio el paso porque quería tener una coartada—. También hice algo en la milicia antes de eso.
—¿Dónde? —saltó Bernstein.
—Pan—paris. —Los archivos habían volado en pedazos allí y ahora era territorio de Unión. No había forma humana de controlar la información que diera sobre ese sitio.
—¿Ha trabajado alguna vez en sistemas de armamento?
—Un poco. —A Bet le faltaba el aire. Se aclaró la garganta—. Sobre todo en cargueros mercantes, señor. Y en sistemas de estación. Maquinaria pequeña.
Bernstein se quedó sentado mirándola de arriba abajo y asintió lentamente.
—Le voy a decir lo que haremos, Yeager. Tendré en cuenta lo que me ha dicho, pero no vuelva a crearse problemas. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—¿Seguro?
—Sí, señor. —Le dolía la mano pero no la movió. Descubrió que tenía los hombros tensos y suspiró para relajarse; fue hasta el Registro y firmó la entrada, hizo el cambio con Jim Merrill que la estaba esperando malhumorado junto a Ernst Freeman.
—No te des prisa, ¿eh? —dijo Merrill.
—Lo lamento.
—No te he dejado nada pendiente, solamente limpiar el taller.
—De acuerdo —asintió ella—. Gracias, Merrill.
—¿Dónde está NB? —preguntó Freeman.
—No tengo ni idea —Freeman era el que reemplazaba a NB en principal y si estaba allí no era porque esperara a Merrill, que ya se había ido—. Voy a ver.
La mirada de Bet se clavó en la puerta. Quince minutos tarde. El corazón se le aceleró de pronto. Se acercó a Musa, que estaba en el mostrador del otro pasillo.
—Musa —murmuró—. ¿Dónde está NB? En ese momento llegó Bernstein.
—¿Alguno de ustedes ha visto a NB esta mañana?
—No, señor —respondió Bet.
—Lo he visto en los dormitorios —dijo Musa con el ceño fruncido.
—Mierda —gruñó Bernstein, y dirigiéndose a Freeman—: Vaya, está relevado. Yo lo cubro. Freeman se fue.
—Mierda —repitió Bernstein—. Musa, vaya a ver al taller.
—Sí, señor —dijo Musa y se fue.
Era lo mejor que podían hacer, pensó Bet. Turno corto, tableros que cubrir, NB sin aparecer y Musa buscándolo..., sólo quedaban ella y Bernstein.
Tomó el tablero, efectuó cuidadosamente las verificaciones de NB, anotó los números y llamó a Bernstein para que comprobara la fluctuación.
—Está dentro de los parámetros —afirmó Bernstein. En ese momento, volvió Musa.
—No está en el taller.
—Voy a ver en los dormitorios —sugirió Bet.
—No está allí —replicó Bernstein—, ya lo hice llamar. Seguro que se ha metido en un agujero. ¡Mierda, mierda, mierda! —Voy a ver si lo encuentro —dijo Musa—. Si usted me lo permite, señor.
—Este departamento tiene trabajo, caray... Haga las verificaciones o tendremos a Orsini aquí abajo en un minuto. Mierda con ese hijo de puta...
—Iré yo —dijo Bet.
—Usted no sabe dónde buscar...
—Conozco algunos lugares de esta nave, señor. Por favor.
—Si le encuentra...
—Si le puedo hacer volver...
—Tiene una hora. Intente en el acceso al núcleo, en las taquillas y en los almacenes...
Bernstein indicaba los lugares con los dedos, algunos más de los que le había dicho NB.
—La última vez que lo vi estaba en los dormitorios —comentó Musa—. Se estaba vistiendo y no noté nada anormal.
—Nadie nota nada anormal, nunca —masculló Bernstein entre dientes—. Vamos, fuera. Haga que venga como sea, aunque tenga que golpearlo cuando lo encuentre. ¡Fuera, Yeager!
Fue hasta el depósito del taller y miró en el hueco que habían usado. Mala suerte.
Mierda.
No noté nada anormal...
Era imposible que se hubiera metido en el territorio de los oficiales, eso no se hacía, nunca. Había varios accesos al núcleo, pero estaban en baja G y más fríos que el hielo, era imposible que un hombre se escondiera allí a menos que estuviera desesperado.
Las taquillas no eran el sitio favorito de NB, considerando lo que le había pasado, pero cabía una posibilidad y además le quedaban de camino; apenas un control rápido en el hueco del ascensor del núcleo, tampoco.
Empezó a abrir puertas. Era imposible saber lo que podía encontrar a esa hora, ya que era el tiempo de rec de principal. Tenía miedo de buscar hasta el fondo, pero el caso era desesperado.
Zona uno, zona dos, zona tres, negativo. Sintió una punzada en el costado, suavizó su respiración y decidió ir a ver en el de limpieza. Era un lugar estrecho y oscuro. A la luz que llegaba de afuera, Bet pudo ver las piernas de alguien.
—Perdón —empezó a decir, y después se dio cuenta de que ese alguien no se movía. Corrió a agacharse y encendió las luces. Era NB. En esa posición era imposible que durmiera.
—Dios. NB... Le tocó la pierna.
—¿NB? —Tenía miedo de moverlo. Buscó el pulso en el tobillo, le dio una bofetada—. NB... Hubo un pequeño movimiento.
—¡NB, cono!
El levantó la pierna y se movió despacio, hasta que Bet pudo ver el estado en que estaba, la cara toda ensangrentada, sangre sobre la cubierta...
—¡Dios mío! —Lo sujetó del brazo para sostenerlo y que no cayera boca abajo otra vez—. Quédate ahí, voy a por Bernstein.
—Estoy bien... —murmuró buscando el pomo de un armario para sostenerse. Cuando vio que ella se iba la sujetó del brazo—. ¡No! ¡Estoy bien!
—¡Qué cono vas a estar bien...! ¿Quién te hizo esto? Él meneó la cabeza, se levantó como pudo hasta ponerse de rodillas y se aferró a los armarios un momento.
—Voy a buscar a Bernstein.
—¡No!
—¡Bernstein está histérico, joder! Tengo que decírselo, y no hagas ninguna tontería hasta que vuelva..., ¿me oyes?
—¡No! —Se levantó tambaleándose y Bet lo sostuvo del brazo—. No puedo ir a los meds. Ve a hablar con Bernstein, dile que me limpio y voy para allá apenas pueda.
—¡Por supuesto que no! ¡Quédate ahí!
Salió disparada, buscó el primer comunicador general que encontró y pulsó el botón de Ingeniería.
—Señor Bernstein, aquí Yeager. Lo encontré.
—¿Dónde? —instantáneamente, por lo visto el jefe debía de haber estado esperando en una estación de comunicador o con uno en el oído.
—Armario de suministros, señor. Alguien lo golpeó a conciencia.
—Llévelo a los meds.
—No quiere, señor.
—Consiga un med como sea; Yeager, ¿va a buscarme problemas ahora? —Él dice...
—No me importa lo que diga, Yeager, ¡hágalo!
—Sí, señor. ¿Cuál es el número?
Bernstein se lo dio y Bet hizo la llamada. Volvió al depósito y encontró a NB en el gabinete de limpieza tratando de lavarse en la pileta. El agua que corría era completamente roja.
—Ahora vendrá un med. Me lo ordenó Bernstein. Traté de convencerlo, pero...
—¡Mierda! —estalló NB y se reclinó sobre la pileta.
—¿Quién ha sido? ¿Los viste? NB meneó la cabeza.
—¿Por qué lo hicieron? ¿Empezaste tú?
—Anoche —la voz todavía era confusa—. Te lo advertí.
—¿Qué? ¿Por qué te sentaste con nosotros?
—No te metas.
—¿Fue Hughes?
—¡No te metas! ¡No te metas!, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? Llama a los meds y diles que fue un error, que me golpeé la cabeza con un armario. Por Dios...
—Bernstein no quiere. Ya lo intenté.
—Has hablado por el comunicador general —murmuró NB lentamente—. Mierda...
—No tiene nada roto —afirmó la doctora de pie al otro lado de la camilla. NB estaba entre las dos mientras la med hacía brillar luces de sus ojos y metía sondas en lugares que NB hubiera preferido no hacer públicos; pero el cubículo de cirugía no ofrecía más intimidad que la de una lámina de plástico—. Tiene una contusión leve. ¿Y dice que ha sido con la puerta de un armario?
—Sí —dijo NB.
—¡Pues vaya armario! —exclamó la doctora. Se llamaba Fletcher, una mujer mayor. Nada menos que doctora—. Será mejor que no lo haga enfadar de nuevo.
—Sí, señora —asintió NB—. Preferiría volver al trabajo.
—Puedo darle una baja temporal.
—No, señora, gracias.
Fletcher frunció el ceño. Y luego anotó algo en una libreta.
—Le voy a recetar un calmante, un relajante muscular, búsquelo en la cocina esta tarde y tome uno con cada comida. Le he inyectado un analgésico local. El efecto debería durarle hasta ese momento. Nada de alcohol con las pastillas, ¿entendido?
—Sí, señora. —Sumiso, se sentó con lentitud, con la ayuda de Bet y de Fletcher.
Luego se detuvo, helado, mirando la puerta.
Camisa caqui, galones de oficial. No era Fitch: era un hombre alto, enjuto y con barba.
—Me dijeron que teníamos un herido. Orsini, la voz no podía ser de otro.
—Señor —saludó NB y se deslizó de la camilla para ponerse de pie.
—¿Cómo pasó? —preguntó Orsini.
—Un accidente, señor.
—¿Usted es testigo? —preguntó Orsini a Bet.
—No, señor. El señor Bernstein me pidió que fuera a buscarlo.
—Accidente en Ingeniería, entonces.
—En el almacén, señor —corrigió NB—. Con la puerta del armario.
Un largo silencio.
—¿Ha habido alguna otra víctima de esa puerta, Fletcher?
—Todavía no —respondió Fletcher.
Orsini asintió con un gesto lento y las manos detrás de la espalda. Caminó hasta la cabecera de la camilla mientras NB reunía sus ropas ensangrentadas.
—Quiero una copia del informe.
—Estoy en ello —dijo Fletcher—. Cuando termine se la mando.
—¿Se va a cumplir la guardia?
—Lo ha pedido —respondió la doctora. Orsini miró a NB.
—Puede irse, y límpiese. También usted, Yeager.
—Sí, señor —asintió NB.
—Señor —saludó Bet y salió tras NB que caminaba solo por el corredor mientras seguía acomodándose el traje—. Está bien Ramey. Todo va a salir bien.
—Nada está bien y nada va a salir bien. Aléjate de mí.
—Eso no lo conseguirás, amigo.
NB no agregó nada. Caminó hasta los dormitorios y entró. Los de principal dormían y en silencio se cambió de ropa mientras ella esperaba en la puerta a que volviera.
Llegaron juntos a Ingeniería.
—Mierda —dijo Bernstein y lo miró de arriba a abajo moviendo la cabeza.
Musa calló, puede que ya le hubiera comentado algo a Bernstein. En cualquier caso, Bet confiaba en que Musa haría lo correcto.
NB firmó en la hoja del registro y no rechistó cuando Bernstein lo puso a trabajar en el escritorio.
—Haga su propio informe del accidente —ordenó Bernstein—. No es asunto mío.
Pero llevando a Bet aparte le preguntó:
—¿Quién fue?
—No lo sé, señor. Tengo mis sospechas, señor..., Orsini estuvo allá arriba.
—Ya lo sé. Oí la llamada. Escúcheme, Yeager. Si entra alguien más herido en la enfermería, NB se verá envuelto en graves problemas. Pelear es una acusación muy seria aquí. ¿Me oye?
—Ya lo sé, señor.
—¿ Qué es lo que sabe?
—Musa me lo dijo. Lo de NB. Lo que pasó.
—Será mejor que se cuide, Yeager. Será mejor que sepa lo que supone invitar a NB a una cerveza. ¿Me oye? Porque esta tripulación sabe quién y qué es nuevo en la nave, esta tripulación sabe quién empieza las cosas y se puede meter en problemas si sigue con esas ideas independientes, ¿entiende lo que le digo, Yeager?
—Sí, señor. Claro. Bernstein suspiró.
—Seguro que lo entiende, ¿eh? Estoy tratando de salvarle la vida a ese hombre, Yeager, y de mantenerlo cuerdo. Ahora ha pasado esto. Puede pasar algo mucho peor. En realidad esto es una caricia comparado con lo que puede pasar. Lo único que tienen que hacer es mentir. Y pueden. ¿Me comprende? Pueden decir que fue en defensa propia.
—Yo también puedo mentir si es necesario, señor. Ese hijo de puta de Hughes me saltó encima y NB me defendió. Eso fue lo que pasó, señor. Si hace falta.
—No sea estúpida.
—Sí, señor.
—¿Fue Hughes?
—No lo sé, señor.
Bernstein la miró de arriba a abajo, con ojos fríos.
—¿Va armada, Yeager?
—No en este momento, señor.
—¿Qué lleva en los bolsillos?
Bet sacó la tarjeta y un destornillador grande.
—¿Qué hace con eso?
—Voy a ponerlo en su lugar, señor.
—Hágalo. Y usted y Musa... vayan siempre con él, vaya donde vaya. No uno. Los dos. ¿Me oye?
—Entendido, señor. Bernstein se fue a hablar con Musa. Bet dejó escapar un suspiro largo y tembloroso. £5 un juego que conozco, señor. Un juego duro, sí. Pero lo conozco, señor.
14
Tengo novedades —dijo Bet, inclinada sobre la silla de NB mientras le ponía una mano en el hombro. Él se encogió, en un intento leve de no dejarla acercarse, pero ella estaba en un ángulo que no lo favorecía—. Musa y yo iremos contigo esta noche...
—Ya tengo bastantes problemas.
—Todavía no lo sabes todo. Musa y yo te acompañaremos mañana en el desayuno, en la cena, en los dormitorios, en todo momento; siempre nos tendrás detrás.
—¿Y cuánto va a durar eso? —Se volvió en la silla, todo lo que pudo sin golpearle la rodilla—. Te dije que no te metieras.
—¿Quiénes fueron?
—No es cosa tuya, joder.
—Va a ser cosa mía. Mía y de Musa. Ya nos pusimos de acuerdo.
—¡Te digo que me dejes tranquilo! ¿Qué pretendes? ¿Que anoten algo en mi informe?
—¿Qué pueden anotar? ¿Que caminas por un corredor?
—Ellos saben lo que hacen. —NB no estaba bien. Hizo un gesto con una mano temblorosa—. Vete a la mierda. Ya tengo bastantes problemas.
—¿Qué vas a hacer la próxima vez? —Se deslizó sobre su pierna y se sentó junto a él en el mostrador, sin dejar de mirarlo; se inclinó hacia adelante, con las manos sobre las rodillas—.¿Qué vas a hacer, navegante de mercantes, si no dejan de pegarte?
—Es cosa mía.
—Mmm. —Apoyó un pie contra el descanso de la silla para que no se levantara—. No. Son órdenes de Bernstein. Idea suya. Y yo no soy una estúpida. No vengo de una nave de Familia y puede que conozca el juego, ¿qué opinas?
—No son sólo ellos...
—Sí, sí, de acuerdo. ¿Qué vamos a hacer Musa y yo? Estabas tomando una cerveza. Un grupo de estúpidos se cabrea por eso. Y ¿qué hacemos?, ¿mirar para otro lado? ¿Hacer como que no nos damos cuenta de que A va con B? ¿O que somos demasiado tontos y no sabemos que cuando uno provoca algo tiene que estar listo para seguir adelante? Hay muchos en esta tripulación que no están de acuerdo con lo que pasa, muchos a los que les importas un rábano, muchos que no piensan en ti más de una vez por semana..., porque no significabas nada, ¿me oyes?, nada. Hasta que te golpearon, y ahora parece que Musa debe decidir si le importa o no. Y también yo, porque soy nueva. Así que ahora tienes una organización, ¿entiendes lo que te digo?
—¡Fitch te va a matar!
—No me estás escuchando, navegante de mercantes. No estás jugando el juego como corresponde.
—Mierda.
Se iba. Bet apretó el pie y lo sujetó del brazo.
—Y ese de ahí es uno de los problemas, compañero.
—Sácame el brazo de encima antes de que te lo rompa.
—Muy bien. No quieres delatar a los tipos que te pegaron pero vas a romperme el brazo a mí. Realmente interesante. NB la zarandeó.
—Ya me dijo Muller que tienes una forma muy rara de pagar a los que hacen algo por ti...
Él empujó la silla hacia otro lado, le pateó la pierna y se levantó. Justo frente a Musa.
—Siéntate —ordenó Musa.
—¡No, hostias!
—Parece que vamos a tener que sacudirlo un poco —comentó Bet a Musa—. Es la única forma de que te tome en serio.
—¡Dejadme en paz! —NB empujó a Musa y se fue hacia la puerta.
—¡NB! —gritó Bernstein desde el otro extremo de la habitación.
NB dio dos pasos más hacia la puerta y se detuvo allí, como si algún tipo de cable invisible lo retuviera.
—Son mis órdenes —dijo Bernstein—. Será mejor que hagas lo que te decimos.
NB se metió las manos en los bolsillos con un movimiento que fue casi un temblor, luego se volvió con la mandíbula tensa.
—Sí, señor.
NB salió de la habitación y ellos detrás... Bernstein los había tenido esperando hasta que llegaron todos los de principal; NB fue a rec a buscar sus pastillas y los otros se sirvieron unas cervezas y se sentaron.
—Mierda —murmuró NB cuando estuvieron instalados uno a cada lado.
Musa le palmeó la rodilla.
—Está bien. Todo va bien. —Y lo miró inclinándose un poco sobre el banco—. Ese ojo se te va a poner de todos los colores, ¿eh?
La gente que entraba, los miraba. Aparentemente iban a lo suyo hasta que creían que no podían oírlos, y entonces echaban miradas descaradas a NB. Naturalmente se preguntaban qué le había pasado a su cara, y, como el asunto tenía que ver con Fitch y era de todos conocido en la nave, los comentarios se hacían con morbo. Seguro que sí.
—Tú te quedas aquí —dijo Musa, palmeando de nuevo la rodilla de NB—. Voy a buscar otra cerveza.
Musa se puso a hablar con Muller apenas llegó al mostrador. Mientras tomaba su cerveza, miraba a NB por el rabillo del ojo, intentando ver si reaccionaba contra alguien en particular esa tarde.
Linden Hughes se azoró al entrar y verlo allí, sentado.
Eso sí fue una reacción.
—¿Es ése el tipo? —preguntó Bet sin volver la cabeza.
—Ya tengo suficiente ayuda.
—Claro. La suya y la de sus amigos. Tienes muchísima ayuda. Silencio.
—Lo has entendido todo mal —dijo ella—, todo al revés, compañero. Los que te ayudan son tus amigos.
—Eres una imbécil —le soltó él, y levantándose se fue hacia los dormitorios.
Bet lo siguió y lo alcanzó dentro, bajo la débil luz. NB se detuvo de pronto.
—Deja de seguirme —le ladró.
—Vale, sí.
—Mira —empezó NB volviéndose con las manos abiertas—, mira, Bernie ha tenido una idea maravillosa que funcionará hasta que aparezca una emergencia y Bernie tenga que enviar a Musa a un sitio y a ti a otro...
—Lo único que tienes que hacer es ser medianamente astuto, y hasta ahora no lo has sido.
—Musa no va a seguir con esto más de tres días. Desaparecerá apenas Bernstein le dé una excusa, y eso te dejará a ti sola, ¿me entiendes?, a ti en ese maldito armario. ¿Te gusta la idea?
—Musa y yo hemos hecho un pacto, un pacto que...
—¿Qué clase de pacto?
—Exactamente lo que estás pensando. Igual que contigo. Or-ga-ni-za—ción, navegante de mercantes. ¿Entiendes lo de las Familias? Claro que sí. Bueno, pues esto es lo mismo. Lo mismo.
NB la miró como si acabara de pegarle en la cara y se fue a su litera.
Un segundo después, Musa entraba por la puerta.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó.
Seguro que es de una nave mercante de Familia, pensó Bet. Apuesto lo que quieras.
Mientras señalaba a NB con un gesto del cuello y los brazos cruzados respondió:
—Fue a buscar algo a su litera. Musa se rascó el hombro.
—No está contento, ¿verdad? No lo entiendo.
—Tengo que decirte la verdad. Me acosté con él.
—¿Y cómo se pone cuando lo hace? —preguntó Musa.
—Algo nervioso y muy dulce algunas veces. Musa lo pensó un segundo.
—Hace tiempo yo también lo hubiera hecho. Eres una mujer bonita. No lo culpo.
Ella sonrió. Se sentía un poco más bonita y nadie le había dicho eso excepto Bieji cuando estaba borracho.
Era lo que convenía hacer, encontrar un lugar y un grupo de tres en quienes confiar. Ése era el problema de la Loki, que había muy pocos así y eso se olía en el aire. No se había sentido segura allí hasta que sintió el brazo de Musa rodeándole la cintura.
Musa también fue bueno en la cama. Estaban pasando un vídeo, mientras los malos y los buenos se disparaban en la pantalla al otro lado del dormitorio, se oía el ritmo de los gritos de aliento de los borrachos y los jadeos de las parejas detrás de las pantallas de plásticos.
NB no estaba ni borracho ni tenía pareja. NB dormía si podía. O probablemente estaría sufriendo, pero al menos estaba seguro junto a la litera de los dos. Era el último de la fila hacia el vídeo y Musa, el siguiente.
Era un arreglo que Musa había hecho a instancias de Bernstein al pasar NB a alterno. Musa ocupaba una litera muy requerida en la mitad de la línea y Muller no había tenido ningún inconveniente en cambiarse. Por otra parte, nadie hablaba con NB, excepto Musa. O por lo menos eso decía él.
Y así fue como Musa acabó cerca del vídeo, con borrachos gritones sentados del otro lado de la pantalla, sobre cubierta, a pocos pasos de la litera que compartía en ese momento. Resultaba divertido preguntarse si gritaban por el vídeo o los alentaban a ellos.
—Tontos —susurró Musa entre un jadeo y otro.
—Da igual —dijo Bet y se rió porque era divertido. Se rió y consiguió que Musa se riera también bajo las mantas que había arrojado por encima.
—Eres una buena mujer. —Musa olía nada menos que a jabón perfumado y tenía las sábanas muy limpias. Había sacado una vieja botella de whisky auténtico, whisky de la Tierra, y le había servido un buen trago. Era algo que Bet sólo conocía de oídas, de boca de soldados del África que eran lo suficientemente viejos como para recordarlo.
—¿Dónde lo conseguiste? —le preguntó y Musa, contento, le habló de recuerdos del hogar.
Así que Musa era de Tierra. La Flota había luchado por Tierra y el África había vuelto a pelear allí. Era algo así como una conexión oscura, ni siquiera de amistad, pero la hacía pensar en las vueltas que la vida había dado para que una mujer del África y un hombre como Musa estuvieran en la misma cama.
Cosas así sucedían a veces.
El vídeo proyectó una serie de explosiones y los borrachos aullaron. La voz de Musa repitió las siguientes líneas de memoria, resultaba de lo más divertido, al menos borracha como estaba ella. Le sirvió otro trago.
El vídeo enmudeció de pronto. Los borrachos gruñeron y se callaron.
—Habla el capitán —tronó el comunicador—. La nave saltará a las 06 00 del día principal.
Después, la película volvió a pasar, pero la charla se había acallado mucho.
—Mierda —exclamó Bet—. Otra vez. ¿Adonde vamos ahora?
—Eso es fácil —dijo Musa.
—¿Adonde?
—Adonde nos lleven.
—Vale —sonrió ella y le dio un golpecito.
—En realidad —siguió Musa acomodándose para charlar con tranquilidad un rato—, no es difícil de imaginar. La Flota recibió una buena paliza dos veces, en Tierra, y ahora han vuelto a saltar de nuevo..., nadie sabe adonde..., tal vez a la vieja estación Beta.
Sus comentarios le hacían sentir escalofríos. Siempre había habido rumores en la Flota, murmullos sobre el hecho de que Mazian tenía un agujero donde esconderse y el nombre de la estación abandonada, el viejo centro en Alfa, había surgido en varias oportunidades... Era conocida como la estación de la mala suerte, la segunda estrella que había recibido una nave humana y una colonia..., y que, según decía la historia, había desaparecido de las transmisiones un día cualquiera. El flujo constante de datos hacia otras estaciones... se había detenido, simplemente, sin razón, sin explicaciones. Cuando una nave de velocidad menor a la luz llegó a investigar, no quedaba ni una clave/Entonces cerraron la Estación
Beta, sistemáticamente, y el módulo que podría haberse llevado a la gente ya no estaba...
Ni siquiera quedaron restos, ni parásitos electrónicos en las transmisiones, nada que diera una pista sobre lo que había pasado.
—Serían unos imbéciles —comentó Bet, y pensó que ése era el tipo de rumor que Mazian podía haber hecho correr para confundir a todo el mundo.
—Saltaron hacia algún otro lugar en esa dirección —añadió Musa—. Eso es lo que oí.
—Puede que sepan de algún punto de masa que nadie más conoce.
—Tal vez. O quizá saltaron a la vieja Beta y se quedaron quietos ahí, sin hacer nada. Beta les conviene, toda esa minería, esa biomasa, anticuada sí, pero si el polvo no es lo único que queda... Es probable que lo hicieran.
—¿Es ahí donde vamos?
—No. Nosotros no.
—¿Entonces qué hacemos?
—Mantener las pistas abiertas. No dejar que ese hijo de perra nos corte el camino hacia Tierra. No dejar que tome las Estrellas Hinder. Podría empezar una guerra otra vez, aislar a Tierra y obligar a Pell a entrar en Unión o hacer tratos con él. Pell no puede mantenerse independiente si Mazian tiene a Tierra en su bolsillo. Además las Estrellas Hinder no son nada, apenas un almacén de seres humanos. Eso lo sabes tú por experiencia.
—Sí —asintió ella.
El vídeo no volvió a alborotar: ni lo que pasaba en la pantalla ni la multitud que miraba. Mucha gente se fue a rec a tomar una cerveza—y charlar mientras que otros se sentaron en las literas a beber.
—Debería ver qué tal está NB —dijo Bet y se inclinó por el borde de la litera para poner la cabeza por debajo del nivel de la pantalla.
—¿Está bien? —preguntó Musa.
—Parece dormido. Discúlpame un momento.
Bet se arrastró, agachándose, y se sentó junto a la litera de NB.
Estaba medio dormido, las pastillas lo habían atontado. La miró con cansancio.
—¿Has oído? —le preguntó—. Salto por la mañana.
—Tengo que despertarme —murmuró NB.
—No, duerme. Musa y yo te pondremos en la hamaca. No hay problema. Puedes confiar en nosotros. —Le apretó la mano—. Buenas noches. ¿Estás bien?
Silencio. Los dedos no la apretaron. Pero estaba bien. Musa y ella habían supervisado las pastillas..., por si había algo raro. Si la Loki iba a algún sitio por la mañana, fuera donde fuese, todo estaría en orden esta vez. Sin sorpresas.
Se agachó y volvió a la cama de Musa con frío, temblando.
Un hombre a quien no le importara eso era un caballero.
15
Saltaron de las literas y se dirigieron hacia las posiciones de trabajo. Su turno era el que había tenido la suerte de estar de guardia en ese salto: apenas tuvieron tiempo de pasar por la ducha; una galleta y algo caliente mientras Servicios estiraba las hamacas para principal. NB casi no funcionaba, renqueaba y no quería salir de la ducha caliente, pero Musa era el que seguía en la cola y Bet lo sacó llevándolo a desayunar, decaído y con el ojo negro como estaba.
—He dicho que me dejéis en paz —murmuró NB mientras pasaban por la puerta—. Vigilar no quiere decir colgarse de mí todo el tiempo.
—Eh, no estarás enojado por lo mío con Musa, ¿no?
—¡Por supuesto que no!
—Entonces, vete. —Lo empujó con el codo—. Recoge el desayuno tú solo.
Tenía muy mal aspecto, un ojo hinchado y la boca el doble del tamaño normal. La expresión de esa mañana no contribuía a mejorarlo mucho. Murmuró algo, cojeó en la línea frente a Bet.
Hughes y sus amigos. Los vio venir antes que NB, justo medio segundo antes de que Hughes lo empujara haciéndole perder el equilibrio.
—¡Fíjate por dónde andas! —chilló Hughes.
—¡Fíjate tú, cabrón! —masculló Bet entre dientes sujetando a Hughes de la manga—. Si quieres pelear, amigo, ya tienes pelea.
Hughes intentó cogerle la muñeca pero no pudo... no iba a volverse loco, al menos en ese lugar. Era poco probable. Pero el resto de rec se había quedado de pronto en silencio.
—¿Qué? ¿Eres amiga de ése? —preguntó Hughes. Lo único que se oía en la sala era el rumor de la nave.
—Tal vez —dijo ella—. Y no sé lo que te pasa a ti con él, ni me importa, pero lo vigilo por órdenes del jefe, que está cansado de que su tripulación se golpee con las puertas de los armarios. No es nada personal.
—Ah, y ya puestos, te acuestas con él por orden del jefe.
—Eso es asunto mío, y tu pregunta, una impertinencia. No me hagas preguntas así, amigo. Yo también puedo ser asquerosa. Todo estaba en calma.
—No pelees —dijo NB.
—De acuerdo. No estoy peleando. Este tío tiene un pequeño problema, eso es todo. Probablemente de tipo glandular. ¿Quieres acostarte conmigo, tío? Ve al almacén apenas se termine el salto. Tú y tus compañeros de ahí, los dos. Podemos arreglar las cosas con tranquilidad.
—Eh, Lindy —Musa apareció entre el público. Gracias a Dios. Todavía húmedo de la ducha, la voz baja, como siempre—. ¿Tenemos problemas?
—El problema es tu nueva chica —contestó Hughes—. El problema es esta basura que dejas sobre la cubierta.
—El problema —machacó Bet con voz alta y cortante — es que hay algunos cables cruzados por aquí. Ese es el mismo gilipollas que apareció ayer mientras nuestro turno estaba sentado con toda tranquilidad tomando una cerveza. Aparte de eso me importa un carajo cuál sea el problema de este tipo. Alguien se vengó por esa cerveza, en la oscuridad y por la espalda, así es como yo lo veo. La pregunta es: ¿fuiste tú, Lindy Hughes?
Silencio. Algunos miembros de principal aparecieron por la puerta de regreso de sus obligaciones. Más espectadores.
—Alguien le hizo un favor a esta nave —afirmó Hughes.
—¿Ah, sí? Ya me han explicado unas mil veces lo que hizo NB, pero yo no veo más que a un buen ingeniero que acude a su puesto todos los días, alguien que hace su trabajo y el de muchos otros, y te recuerdo que la única vez que no apareció estaba casi muerto en el depósito, así que no me hables de responsabilidad, tío; hay más responsabilidad en NB Ramey que en el estúpido que golpeó al hombre que mantiene los Sistemas justo cuando esta nave está por saltar en cualquier momento...
Un aplauso lento, mesurado, desde algún lugar de la multitud. Eso molestó a Hughes.
—¿Queréis acostaros con esta basura? —preguntó a la tripulación en general haciendo un gesto amplio con la mano—. Una novata de mierda viene y nos dice qué gran tipo es NB Ramey. ¡A la mierda con ella!
—Basta, Lindy —ordenó Musa.
—Una novata de mierda.
—He dicho que basta. Son órdenes de Bernstein. Alguien golpeó al de Sistemas y tenemos órdenes de mantenerlo entero. No es cuestión de preferencias, ni mías ni suyas.
—¡No pienso hacerle caso a esa puta!
—Cállate, Lindy.
Hubo un largo silencio. Después, Hughes pasó con rapidez y tras él, sus amigos.
—Lo lamento —se excusó Bet entre dientes—. Empujó a NB.
Musa le puso una mano en el hombro y la empujó en dirección al mostrador. NB todavía estaba allí de pie, en un estado de ánimo que Bet prefería no imaginar. Fue a buscar el trank, la c y el desayuno. Johnson, el cocinero, estaba allí trabajando con el personal de la cocina. Organizaban las cosas para después del salto. La miró de una forma extraña, con los ojos bajos.
—Estás loca —le susurró, y Bet lo tomó como una advertencia amistosa.
—Puede que sí. Pero juzgo según lo que veo.
También pidió los paquetes de NB y otro desayuno y se los llevó.
NB los aceptó sin inmutarse, sin mirarla directamente. Tomó los paquetes, los puso debajo del brazo y se tragó la galleta y el té. Ella lo imitó a pesar de llevar demasiada adrenalina en la sangre para permitirle sentir apetito; tenía el estómago hecho un nudo, pero había que comer mientras hubiera comida. A la mierda con Lindy Hughes.
Quedaba un par de ingenieros de principal, Walden y Farley, que tal vez habían estado en el momento del problema. Ya no vio a Hughes.
Había sido una estupidez, pensó con la boca llena de galleta. Estaba llamando la atención más de lo que convenía en rec.
Yeager has metido la pata a fondo. Acabas de iniciar una pelea de la que tal vez no salgas viva...
Mejor que otras...
Me he pasado toda la vida luchando en la guerra de la Tierra, y mira cómo nos pagan. Por una vez no está mal entrar en una pelea que elijo yo, no está mal irse así si es necesario.
Lo único que necesito son blancos, diría Teo.
Miró a NB, que tomaba su té de pie con la boca lastimada. Le sonrió..., o algo parecido.
Él la miró como alguien a quien han acorralado.
—Tienes una actitud terrible —bromeó Bet y lo tocó en las costillas—. Arriba ese ánimo, NB.
Se fue solo a tirar la taza en la papelera y después salió hacia el trabajo. Bet no lo perdía de vista y Musa los siguió tragándose el último pedazo del desayuno.
Rodearon Ingeniería. NB, unos doce pasos adelante, Musa y ella detrás. Bet llevaba las manos en los bolsillos y sentía una alegría completamente fuera de lugar. En cambio, NB parecía furioso.
Llegaron tal como les había indicado Bernstein: no hubo un sólo momento en que NB no estuviera a la vista de ambos: entraron y verificaron los sistemas y los datos. Bernstein llegó para reemplazar a Smith..., venía de una reunión general para oficiales, al menos eso era lo que decía.
Bernstein y Smith hablaron un momento en la privacidad que permitía el sonido de la nave mientras hacían las verificaciones de rutina; Bet los vio por el rabillo del ojo y sintió que empezaba a sudar por causa de los nervios...
Tranquila, tranquila, se decía. No habrá lucha después del salto, sólo otra espera como ésta. Así es como trabaja esta nave, es lo único que hace...
Pero las manos tenían cierta tendencia a temblar y el estómago se le anudaba de ansiedad por tenerlo todo preparado a tiempo.
Mierda, no estoy a la altura de esto, tienen a NB que está contra las cuerdas y además loco, me tienen a mí que no soy ingeniera; y además de nosotros sólo tienen a Musa y a Bernstein, ¿qué manera de llevar una nave es ésta?
No puede ser una guerra, pensó de nuevo, no pondrían a la tripulación de alterno si hubiera peligro de disparos.
Bernstein acabó de hablar con Smith y fue a ver lo que hacía NB. La alarma empezó a sonar, era el aviso de que los motores empezaban a funcionar.
—¿Dónde estamos? —preguntó, curiosa—. ¿Adonde vamos?
—Secreto —respondió Bernstein directamente. Lo había intentado.
—No luchamos —añadió Bernstein—. Pero estamos listos para huir. Eso es todo.
—Sí, señor.
—Lo que hemos hecho siempre —dijo Bernstein—. Tenemos media hora. El impulso está a punto de empezar. Tome la silla tres. ¿Cómo está, NB?
—Sin problemas —dijo NB, frío y concentrado mientras movía interruptores.
Al parecer Bet era la única que tenía el estómago revuelto cuando se instaló en su sitio y se preparó; el paquete de trank, el de c y el micrófono en la oreja. Después, nada más que hacer: principal había sido amable asegurando el taller y sellándolo.
El impulso empezó de pronto, un empujón autoritario de los motores que crecía con fuerza. La cubierta dio una sacudida y toda la sección del comando de
Ingeniería crujió sobre sus goznes mientras se reorientaba. Un temblor que agitaba los huesos y los nervios.
Ahí vamos.
—Vigile esos números —ordenó Bernstein por el micrófono y conectó las tres pantallas de la estación—. Aquí tiene el botón de alarma roja. Si alguna luz empieza a titilar, apriete el botón de alarma roja y páseme el sistema a mí o a Musa. ¿Me ha entendido, Yeager?
—Sí, señor.
—¿Conoce los parámetros de contención? El corazón de Bet saltaba en su pecho.
—Sí, señor.
—Ése es el número uno, ahí, a la derecha. Si los números empiezan a mostrar una tendencia que no le gusta, apriete el número uno y el de alarma al mismo tiempo. ¿Comprendido?
—Sí, señor, lo comprendo, pero por Dios no me diga que soy la única que controla esto.
—Por supuesto que no. Pero me gusta tener a más de uno vigilando. Mire las pantallas, Yeager, y no me moleste que tengo muchas cosas entre manos... Estarnos en cuenta atrás. Empiece con el trank.
Tomó el paquete y lo apretó, sintió el pinchazo en la mano y una tensión familiar en el estómago. Podía ver el puesto de NB, y vio cómo tomaba el trank con la mano derecha y lo aplicaba. Tenía la cara serena todavía, pero se le había manchado el traje de sudor y se le veía la piel perlada.
Ahora viene el impulso más duro.
—Cinco minutos —anunció Bernstein.
Sentía que las ideas se le escapaban mezclándose. Hughes; NB, Musa anoche; las lecturas de contención, los números; y la posibilidad de que hubiera problemas afuera.
Mira los números, joder. No hay tiempo para otra cosa.
¿Y NB? ¿Está bien?
¿Cuánto tiempo hace que no tiene que pasar un salto sentado?
Una visión momentánea del espacio tras las latas del almacén; NB enloquecido con las manos en su cuerpo, golpeándole el labio...
¿Le pasará a menudo ?
Justo cuando sonaba el último timbre y el salto iba a empezar, pensó:
¿Sabe Bernstein realmente lo que le está haciendo a NB?¿Sabe lo que le pide? ¿Lo que supone para él trabajar en un salto?
Ese hombre nos puede matar a todos...
Afuera otra vez. Oyó la charla electrónica en la oreja.
Trató de centrar su atención buscando los números que recordaba. Miró el ritmo de variación del número uno y vio que decrecía bruscamente.
Dios mío.
Golpeó los botones con el corazón en la boca.
—Lo sé —dijo Bernstein—, ya lo sé. Siempre ocurre. El sudor cubrió la cara de Bet. Se desplomó mientras sentía un temblor en los músculos que la recorría de pies a cabeza. NB comentó:
—Todo es correcto, Bet. Un poco de parálisis en el brazo, eso es todo.
Sentía que iba a desmayarse. Se quedó sin aliento un momento y la sacudió un calambre en las tripas, un calambre que no había experimentado en años, como si el tratamiento estuviera acabándose de pronto.
O tal vez era por la edad.
Inversión de V entonces. Sintió el pulso a través del trank que se desvanecía de su sangre mientras apretaba otra vez el tubo y tomaba otro poco.
Segunda inversión. Muy dura, Dios, Dios...
Los números...
—¡Otra vez esa variación! —Había apretado el botón.
—Lo sé, lo sé —esta vez fue Musa.
Dios.
Se limpió el sudor y volvió a tomar trank mientras pensaba que lo habitual en ese turno era hacer todo eso con uno menos en el personal. El viejo juego de asustar a la novata. En ningún momento habían dejado de controlar el sistema. ¡Mierda! No era un problema técnico, era una mentira, le habían escondido información. No sabía de qué jodido brazo hablaba NB ni si tenía que ver algo con el magnetismo; tampoco sabía qué cono estaban haciendo para que los números hubieran vuelto a la normalidad.
Ea nave funcionaba, eso era todo, maldita sea. Los tees la hacían funcionar. Una nunca debía pensar que la nave pudiera estallar, perder los frenos o la dirección porque unos estúpidos números no daban lo correcto en una pantalla cualquiera.
Estaba temblando. Necesitaba un trago y una ducha. Quería descansar. Había estado mirando la pantalla, así, sentada, hasta quedarse casi ciega. NB hablaba con Musa y Bernstein, frío, tranquilo, hasta que Bernstein comentó:
—El puente nos da permiso para desabrocharnos el cinturón. Yeager, ¿quiere cinco minutos de descanso?
—Sí, señor. —Bet tuvo que arrancarse literalmente de la silla. Fue directamente afuera, hacia la sección I, entre Ingeniería y la oficina del sobrecargo. Ni siquiera le asustaba pensar que la nave podía cambiar de idea, saltar de nuevo e incrustarla contra el panel; eso no le daba la mitad de miedo que esos malditos números que fluían como si la nave estuviera desangrándosele entre los dedos y ella no tuviera con qué detener la hemorragia.
Mierda, mierda, si los demás podían quedarse sentados y tranquilos, si incluso NB podía hacerlo y seguir trabajando con temblor y todo...
Ella también podía, cojones.
Treinta y siete años y empezar de nuevo como novata. No era de extrañar que tuviera temblores.
Era la adrenalina que no sabía dónde meterse, simplemente. Pero una aprendía, claro que sí, aprendía qué hacer con esa carga que le había dado la naturaleza. La cabeza le trabajaba y lo hacía, eso era todo, fuera lo que fuese. Bernstein no iba a confiarle algo real sin un control extra, y al menos nadie le disparaba mientras estaba aprendiendo.
Pero por Dios, que no fuera a darle algo real y dejarlo sólo en sus manos...
¿Qué le digo si lo hace? ¿No sé de qué cono me habla, señor?
Preguntas sobre los documentos y el camino a la oficina del capitán, ahí es dónde la llevaría la sinceridad. Quizá la perdonaran por ser una estúpida y la pusieran a hacer trabajo de cadete raso, eso era todo. Pero Bernstein podía decirle al capitán que era demasiado buena para algunas cosas y demasiado tonta para otras, que algo no encajaba bien. Ahí es adonde llegarían si empezaban las preguntas.
Aprender, eso era todo lo que podía hacer, decir que no cuando hacía falta, y no aceptar nada que no entendiera del todo.
—¿Temblores? —le preguntó Bernstein, que se había detenido a su lado.
—No, señor.
El palmeó el respaldo de la silla.
—Lo ha hecho muy bien. Solamente tuvimos un pequeño problema en un servo, siempre se va un poquito cuando salimos. ¿Sabe por qué?
Lo miró desesperada.
—No, señor.
—Sugiero que se lo pregunte a alguien y pronto, Yeager.
—Sí, señor. Gracias, señor.
Bernstein volvió a palmear el respaldo de la silla y siguió con su trabajo. Se quedó sentada un segundo mientras dejaba que su corazón se calmara un poco.
16
Era una tarde tranquila en recreo, el vídeo zumbaba en los dormitorios y gran parte del turno dormía en las literas.
Hubo mucha cerveza, pero era una forma de beber callada que se convertía en dolores de cabeza al día siguiente.
El grupito de tres se reunió al final de un banco en la cocina y nadie los molestó. Como dos buenos ingenieros de Sistemas dibujaron diagramas en una pizarra y trataron de meter lo que sabían en la cabeza dura de una novata muy tonta.
Tenía sentido, pero sólo a medias.
—¿Pero por qué hace eso? —preguntó Bet.
—Es Dios —respondió NB, exasperado—. Acéptalo y listo.
—No, no, no —dijo Musa—. Vamos, por una vez dale una respuesta lógica.
NB borró la pantalla y dibujó de nuevo sus pequeños círculos esquemáticos, con paciencia, meticuloso como siempre.
—Él muchacho es de lo más inteligente —comentó Musa, acercándose—. Nunca entendí esa parte.
—Vete al diablo —murmuró NB mirando a Musa con rabia y volvió a explicar de nuevo cómo y por qué funcionaba así el impulso de una nave cuando había una inversión de V.
Cuando Bet empezó a comprender lo que podía salir mal, lo que significaba esa tendencia a decrecer en los números y lo que podía pasar si las cosas no salían bien, creyó que iba a desmayarse.
—Bueno, ¿vamos a arreglar esa porquería o no?
—En cuanto podamos.
—Tenemos que hacerlo pronto —insistió ella.
—No hay instalaciones —dijo Musa—, no en el sitio al que vamos. Debemos esperar y hacerlo en otra parte.
—No podemos perder la nave en el... Musa la hizo callar con un gesto.
—Esos asuntos no tienen nada que ver con rec. Toma tu cerveza y cállate.
Bet tomó un traguito. NB, uno más grande.
Ahora que notaba la mirada en los ojos de NB, deseó no haber empezado a decir nada sobre perder la nave en el hiperespacio.
Al ver esa mirada...
Más allá estaban sentados Lindy Hughes y sus dos amigotes, mirándolos.
—Hughes está ahí —comentó con un segundo escalofrío en el estómago.
—Hughes pertenece a este turno —afirmó Musa—. Tiene derecho.
—Vaya mierda. —Levantó la pizarra, la borró y se la dio a Musa, pensando que si la cosa no hubiera sido tan fácil de rastrear y tan dañina para NB, ella misma hubiera podido encargarse de Hughes: un pequeño accidente...
—Es un estúpido —prosiguió Musa—. Bernstein está por encima de todos los tees, y ese hombre acabará teniendo problemas. Si fuera inteligente, pediría un traslado.
NB se quedó sentado sin decir nada.
—Voy a llevar a éste a la cama —dijo Bet a Musa mientras ponía la mano sobre la rodilla de NB.
—No —saltó NB, se levantó y arrojó la taza a la papelera. Se fue solo a los dormitorios, pasando junto a Hughes y su grupo.
—Está amargado —lamentó Bet.
—Sí —reconoció Musa.
—Debo vigilarlo —estaba preocupada por NB y por Musa. Mierda, ya tenía bastantes locos alrededor. Pero Musa giró su mano llena de callos y le apretó la suya.
—Ten cuidado con Hughes, ¿me oyes? Hay algunas cosas que yo no controlo.
—Sí.
—Anda.
Se fue. Tiró la taza y caminó por los pasillos a media luz hacia los dormitorios; oyó un pequeño griterío desafiante procedente del grupo de Hughes y de repente se encontró cara a cara con McKenzie en el umbral.
¡Mierda!, pensó y retrocedió cuando McKenzie, tomándola de la mano, la empujó dentro y dijo que tenía que hablarle.
—Tengo trabajo.
—Lo que tienes son problemas —respondió McKenzie. La estaba lastimando—. Problemas graves. —La empujó hacia la primera litera que había con pantalla junto a la puerta—. Escúchame.
—El brazo es mío, compañero.
La fuerza de las manos disminuyó. McKenzie estaba muy cerca, empujándola contra el rincón.
—¿Era con NB con quien tenías una cita?
—¿Y qué pasa si era con NB?
—Que serías muy estúpida. Muy, muy estúpida. —Otro tirón cuando trató de zafarse—. ¡Escúchame! Ese hombre va a conseguir que te maten. La gente está tratando de avisarte y...
—¿Estás con Hughes?
—No tengo nada que ver con eso, diablos. Estoy tratando de decirle algo a una tonta. Tú no conoces esta nave.
Dio un tirón para liberarse y él volvió a aflojar. Hubiera podido soltarse del todo, pero había un matiz de honestidad en las cosas que le decía McKenzie.
—Cumplo órdenes —dijo ella.
—¿Y eso incluye dormir con él?
—¿Te parece que eso en particular es problema tuyo?
—Vete al diablo —la empujó—. Si quieres terminar mal, adelante.
Esta vez fue ella la que lo tomó del brazo antes de que cruzara la puerta.
—McKenzie. ¿Has oído algo?
—Te digo que en esta nave hay formas de hacer las cosas y formas de pagar lo que haces. Y tú eres una tonta, mujer. No juegues con fuego.
—Gracias por el consejo, de veras, gracias. ¿Qué quieres a cambio? Silencio.
—Sí —dijo ella.
—No seas tonta. Te lo digo, eso es todo. Tómatelo como quieras.
McKenzie la confundía. Al principio mal rollo y ahora le venía con esto...
—En esta nave hay pocas mujeres, joder —dijo McKenzie con tranquilidad, como razonando—. Muy pocas. Es un desperdicio, Yeager.
—¿Que yo esté con él?
—Eso también.
De pronto, sintió que McKenzie le gustaba mucho más que antes..., quizás estaba algo apurado y ansioso por empezar una relación, pero era más cuerdo que otros que conocía. Le tocó el brazo con el dorso de la mano.
—La verdad es que puede que tengas razón, Gabe. Eso espero.
El le puso una mano en la cadera. ¡Dios!, pensó ella, confundida.
—Te repito que si te dedicas a remover el agua que estaba tranquila, te pueden pasar ciertas cosas.
—¿Es una amenaza?
—No. —Le tomó la mano—. Ya te he dicho que...
—Me pones nerviosa, amigo. En serio. Pero tal vez me equivoqué.
—¿En qué?
—En pensar que estabas con Hughes.
—¡No estoy con ese tipo, maldita sea!
—¿A qué juega Hughes?
—Es un hijo de puta. Un hijo de puta y nada más, no gana nada con todo esto. Tiene su grupito selecto. Tal vez esté a las órdenes de Bernstein, pero tiene conexiones con el puente. Goddard está de su lado. Compañía de la nave. Y Goddard es compañero de póquer de Kusan y de Orsini, ¿entiendes?
—Sé quién es Orsini.
—Goddard es un... —McKenzie se calló de pronto—. Ten cuidado. Te estoy dando un buen consejo.
—Y yo te estoy escuchando.
—Eso es todo. Apártate del problema. Figi y Park, Rossi, Meech y yo mismo intentamos no meternos en eso.
—¿Tenéis miedo de Hughes? ¿O es que hay otras conexiones con los de arriba? ¿Y los de operaciones y control?
—Hughes no me asusta. Pero no me interesa meterme en los problemas de otro. Te digo que te apartes antes de que te marquen, la gente ya ha empezado a hablar.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué dicen?
—Que eres una estúpida. Llegas aquí, cruzas las líneas y revuelves el avispero de un asunto que ya estaba muerto..., no sé cuál es el juego de Musa, tal vez lo conseguiste como a alguno de los hombres de este turno, y no voy a decir que no te creo lo de las órdenes de Bernstein: ése ya le salvó la vida a NB, de lo contrario no estaría vivo. En esta nave hay gente que se siente molesta por lo que le pasó, pero eso no significa nada. No van a meterse cuando empiece el baile.
—¿Y tú?
—Yo no soy idiota. Te digo que te estás buscando problemas graves. Y no me gustaría verlo, mierda, te aseguro que no me gustaría.
—Gracias. En serio. —Le palmeó el hombro—. Estás en mi lista de tíos buenos por lo que dijiste. Y te aseguro que me doy cuenta de la razón que tienes para hacer oídos sordos si quieres, pero Musa y yo no podemos.
McKenzie se burló:
—¿Qué vas a ganar?
—Puntos a mi favor. Con Bernstein tal vez, ¿quién te dice...?
—Te aseguro que los puntos que da Bernstein no llegan al puente. Sigue que vas por buen camino...
—Ya lo he comprendido. No necesitas repetirlo, te entendí perfectamente bien.
—Me alegro. —La tocó, en realidad no le importaba.
—Oye, Gabe, ¿sabes dónde está mi litera? Tengo una botella, y otras cosas. Puedes venir. Cuando quieras. Tú, Park y Figi.
—¿Qué más viene con la botella?
—Puede que mucho más. ¿Quieres una fiesta? Yo traigo a mi grupo.
Un largo silencio.
—Estás buscándote problemas.
—Busca a otros. Y si quieres, trae bebidas, no tenemos prisa; de momento no hay aviso de alertas que yo sepa. ¿Qué te parece?
—Mierda...
—Tengo fotos buenas. Y también tengo un visor. Escucha: yo llevo a NB un rato, digamos media hora, tú pasas como por casualidad, y después que vengan los otros..., de uno en uno.
—Estás tan loca como él.
—Vodka.
—Bueno, al diablo, de acuerdo.
Sonrió, le dio una palmada en la mejilla y se fue por el pasillo.
17
Tenemos un pequeño problema —le dijo a NB cuando lo alcanzó en la penumbra junto a su litera, cerca del vídeo—. No hagas preguntas, ven, rápido.
Lo llevó hasta la escalera:
—Vamos, no te preocupes, no es nada grave.
—Mierda —parecía confundido.
Subió delante de ella por la escalera..., mucha confianza por parte de un hombre al que habían emboscado hacía poco.
Lo tomó del brazo y lo llevó hacia su litera; él empezó a resistirse.
—¿Dónde está Musa? —preguntó.
—Musa está donde tiene que estar. Cállate, quédate tranquilo y no me des problemas. —Se adelantó entre él y la pantalla de plástico, inclinó la litera y sacó la botella, el visor y las fotos de Ritterman. Lo puso todo en el suelo y después bajó la litera de nuevo—: Siéntate. Y no llames la atención, cono. —Cuando NB se sentó, ella se dejó caer a su lado, buscó la botella y tomó un trago—. Toma.
Él aceptó. Tomaron un segundo trago y ella se le acercó acomodándose con una pierna en la litera y la otra sobre sus rodillas.
—Caray —dijo él, comprendiendo.
Hizo un gesto como para darle la botella y levantarse, pero Bet cruzó una rodilla en su camino y pasándole los brazos alrededor del cuello, le dijo bajito cerca del oído:
—Nadie ha dicho que no podamos divertirnos. Se trata de no hacer ruido ni volcar la botella.
Se quedó inmóvil. En unos segundos se tranquilizó y empezaba a calentarse. Volvió a la litera. Ella también y se las arreglaron para no volcar el vodka.
—¿Dónde está Musa? —preguntó él mientras se quitaban la ropa.
—No lo sé. Ordenando algunas cosas. Yo me encargo de tenerte donde no puedas meterte en problemas.
—Mierda. —Lo repitió varias veces, pero después ya no pudo decir mucho más.
Los hombres siempre tienen problemas primarios con el sexo y las prioridades, o quizá fuera porque tenía la vida destrozada, el caso es que NB estaba muy ocupado cuando apareció McKenzie.
—¿Molesto?
—Adelante —invitó ella y aferró a NB, que intentaba salir de la litera—. No pasa nada. McKenzie, viene a pedirme prestado el visor.
—¡Claro, claro! —farfulló NB.
—Es cierto —dijo McKenzie y tomando el aparato se sentó sobre la cama—. ¿Eso es vodka?
—Sí.
—Disculpad —se excusó NB; estaba frío de arriba abajo, pero Bet lo tomó del brazo antes de que pudiera escaparse.
—No, no —insistió ella—. NB, Gabe es un amigo.
—¡A la mierda con eso!
—No hay ningún problema —dijo McKenzie tranquilo, y Bet enredó una pierna alrededor de la de NB para ayudarlo a sentarse. McKenzie buscó el botón de encendido del visor, puso una ficha y miró.
—¿Qué te parece?
—¡Guaaau! —exclamó McKenzie—. Esto sí que es algo.
—Déjame ver. —Bet cogió el aparato. NB seguía sentado allí como un cubo de hielo. Miró un segundo y le pasó el visor a NB.
—No me interesa.
—No seas pesado. —Bet buscó el vodka y le devolvió el visor a Gabe—. Toma.
—¿Dónde está Musa? —preguntó NB sin expresión en la voz, mientras rechazaba el trago.
—Musa está bien. Toma un poco.
—Me voy de aquí, cono.
—¿Quieres salir por ahí y meterte en problemas?
—El único problema está aquí.
—Te aseguro que no. —Empujó la botella con las manos—. Vamos. Gabe sólo me hace una visita, nada más. Silencio absoluto. Pero al menos no se iba.
—¿Cómo te va, Gabe? —preguntó Bet con un brazo bien colocado alrededor del cuerpo de NB.
—Bien —respondió McKenzie. Tomó otro trago y lo volvió a pasar.
Después llegaron Park y Figi al pasillo, apenas unas sombras detrás de la pantalla.
—Hola —saludó Park.
—Ah, no, cojones —dijo NB—. ¿Pero esto qué es?
—Una fiesta —contestó Bet reteniéndolo—. Y estás invitado, así que deja de resistirte.
—¡No quiero!
—Tranquilo. No hagas tanto ruido. No pasa nada. Tómate algo. Gabe es amigo mío y conoce a esos dos.
—¿Qué cono te crees que estás haciendo? —Su voz era terriblemente tranquila—. Bet, ¿qué me estás haciendo?
—Lo único que te pido es que seas amable. Son amigos que vienen a ver mis fotos, ése es todo el problema. Nos conocemos todos, así que siéntate, toma un trago y...
—Quiero irme —repitió en el mismo tono. Tenía los músculos muy tensos y la voz justo por debajo del límite de la histeria—. Bet, me voy.
—No, no te vas. Musa se cabreará. Siéntate. Park y Figi agregaron su peso a la litera, que se ladeó un poco.
—¡Hay vodka! —exclamó Figi. Bet pasó los brazos por la cintura de NB, y se acomodó de nuevo.
—Basta —murmuró él entre dientes.
—Pórtate bien, Ramey... —No lo empujó ni lo obligó a nada, sólo tomó la botella cuando era su turno y luego se la pasó. NB tomó un trago bien largo mientras el visor pasaba de mano en mano. Park y Figi hacían ruiditos de satisfacción. NB estaba tenso como un cable recién colocado, listo para estallar, pero Bet le hizo tomar otro trago y le pasó el visor que miró sin ganas y que no le ayudó mucho por cierto.
Después aparecieron Rossi y Meech con su propia botella y se sentaron en el suelo, en un lugar que quedaba libre justo en el pasillo de salida. Más tarde se sumaron un par más al grupo.
NB, que estaba en el rincón con ella, atrapado contra la pared, se relajó un poco cuando vio que nadie le prestaba atención..., Bet se enrolló a su alrededor y puso una mano entre las suyas; eso mantuvo el clima suave y relajado durante un rato.
—¿Qué cono es...? —empezó Musa que venía desde detrás de la cortina. NB se tensó de nuevo.
—Tranquilo, está aquí —dijo Bet y McKenzie agregó:
—Tómate un trago —mientras le ofrecía la botella.
—Vaya, vaya... —sonrió Musa, pero se quedó allí de pie y aceptó el trago.
—¿Lo ves? —susurró Bet a NB en el oído—. Todo marcha bien.
Él no dijo ni una sola palabra. Nada. Sólo un ligero temblor. Después se apoyó contra la pared y se quedó muy quieto. Bet intentó relajarlo de nuevo.
—Déjame en paz.
—Vamos. Son amigos.
—¡Que me dejes en paz, joder! —aulló él y la empujó, pero Bet lo sujetó de la espalda y gritó—: ¡Gabe, que no salga!
NB pisó a Meech y se enredó con los brazos de Bet, que le rodeaban el cuello. Gabe lo agarró por el frente y Meech y Rossi le sostenían los pies.
Entonces, se volvió loco, se revolvía retorciéndose para liberarse...
—¿Dónde lo quieres? —preguntó Gabe, no demasiado sobrio, por supuesto. NB gritaba:
—¡Por Dios, dejadme solo! —Y peleaba por soltarse mientras toda la mesa caía de nuevo sobre la cama.
—¿Quieres que lo retengamos o no? —preguntó Park.
—Ese hombre está loco —dijo Rossi—. Te dije que está loco.
Musa no comentó nada, era uno más de los que se aferraban a NB hasta que casi lo ahogaron entre todos. Se lo oyó jadear intentando conseguir aire.
—Basta —gritó Musa. Se soltó para impedir que Rossi salpicara de vodka a NB y empujó a Bet con fuerza—. Basta, Bet, carajo.
—Él está bien. —No se había tomado el empujón en serio, se dejó ir y apoyó una mano sobre el hombro de NB mientras los otros se calmaban y recuperaban el aliento—. ¿NB? Nadie te va a lastimar. Nadie.
—Vete al diablo. —Le castañeteaban los dientes.
—Basta ya. —Esta vez era Bet quien soltó a McKenzie, a Rossi, a Figi y a Musa, uno por uno. Dios, si se me va de las manos y algún borracho decide que NB también es propiedad de todos, como las botellas...
Tomó la botella de manos de Rossi y se la ofreció a NB; tenía miedo de que fuera a estallar y arruinarlo todo.
—Vamos, venga. —Era como si estuviera convenciendo a un chico para que saliera de un escondite—. ¿NB?
La miró con los ojos muy abiertos. Sólo eso. Musa lo palmeó en el hombro diciéndole que todo estaba bien, que respirara hondo y se recuperara.
—Te está hablando un amigo —murmuró McKenzie, borracho y muy amistoso. Apretó la rodilla de NB—. ¿Lo has oído? Estos compañeros están tratando de ayudarte, hijo de puta. Tómate algo.
—Dejadme en paz —aulló de nuevo entre jadeos—. Por favor.
—Soltadle —pidió Musa—. Que lo tenga Bet.
—Que alguno le dé más bebida —comentó alguien de alrededor. Bet ya no sabía quién más se había incorporado a la fiesta. Se estaba reuniendo una multitud..., peligroso, muy peligroso. Si perdía el control...
—Ya lo tengo —dijo—. Dadme la botella. Rossi se la pasó y ella tomó un trago primero y se la ofreció a NB.
—Tranquilo.
Él dio un trago largo, bebió dos veces, jadeando, y de nuevo se la pasó a ella que, después de tomar otro, se quitó el traje y se sentó en la litera con NB. La botella daba vueltas y todos se alegraron de nuevo.
NB dejó de pelear. No estaba en forma para nada. Estuvo temblando algo y después empezó a relajarse. Al rato puso los brazos alrededor de Bet, mientras ella le decía al oído:
—Muy bien, navegante de mercantes.
Y mierda, casi lo consiguió en ese momento, con testigos y todo, cuando un tonto, ella no supo quién, empezó a soltar la pantalla de plástico de la otra litera, la de Mel Jason. Jason no estaba cerca y le estaban desordenando sus cosas.
—Eh, ¡cuidado con esas cosas! —gritó Bet—. Es mi vecina.
—Dejad eso —ordenó Musa, autoritario.
McKenzie, Park y Figi hicieron que la cosa parara mientras NB se recostaba sobre un brazo para ver qué pasaba y luego se dormía así como así, pumba, enroscado sobre el costado.
Había más gente en el asunto de la que ella había previsto... y varias botellas dando vueltas..., a no ser que las dos primeras fueran interminables... Reunió las ropas y se inclinó contra NB. La cabeza le daba vueltas y le zumbaban los oídos. Mientras, Musa, McKenzie y los otros del grupo controlaban el alcohol y los borrachos. Empezaban un juego de dados.
Ya nada era excitante, excepto que el visor seguía dando vueltas entre comentarios y gritos, la botella seguía pasando de mano en mano y alguien decía que Mel Jason estaba furiosa con toda esa gente tan cerca.
La gente no paraba de llegar. Había mucho ruido y pensó que las cosas podían ponerse feas. Empezó a fingir que bebía cuando alguien le pasaba la botella y al cabo de un rato estaba algo más sobria. Se reclinó en la cabecera de su litera sobre un cuerpo que debía ser el de NB, aislada por la gran espalda de Figi. Se sentía bien allí, protegida por una pared de amigos y con NB a salvo.
Poco a poco todo se tranquilizó. Musa estaba borracho como una cuba y limpió a todos en el juego mientras contaba algo increíble sobre que había servido en la Gloriaría.
En la Gloriaría, por Dios..., una nave de velocidad menor a la de la luz...
Era un hombre mayor y puede que fuera posible...
Ella sintió un temblor en los huesos, como si se encontrara con Dios pensando en la posible edad de Musa. Si la dilación del tiempo afectaba a los navegantes de su generación, eso no era nada comparado con lo que habían pasado los viejos navegantes de las naves más lentas que la luz. Y aunque todas esas naves estuvieran modificadas para ser MRL ahora —las que quedaban de las nueve originales— la tripulación todavía podía estar viva...
Musa tenía una botella de whisky auténtico en su bolsa...
Musa había aprendido ingeniería a trancas y barrancas, sabía cosas prácticas que no tenían explicación teórica o al menos él no la conocía. Ni conocía las palabras técnicas como los que habían crecido en naves MRL...
Musa había visto la Tierra...
Sonó el timbre del toque de queda.
—Se acabó la fiesta —dijo alguien, y la gente gruñó preguntándose si podrían bajar la escalera.
—¿Quieres que lo dejemos? —preguntó Musa.
—Sí —respondió ella y abrazó y besó a Musa. Después dio un beso pegajoso a McKenzie, un beso torpe—. Hasta luego —tenía las manos de McKenzie sobre su cuerpo—. Te debo una.
—Una bien grande —bromeó él.
—Tendré que ordenar las cosas —comentó, recordándolo. Pero la gente había sido considerada y le habían apilado las fichas y el visor sobre la litera, llevándose las botellas vacías con ellos. Recogió las fichas, las puso en un bolsillo y guardó el visor bien abajo entre las sábanas.
Después se dejó caer junto a NB luchando con un solo brazo para poner la red sobre los dos, la cerró y se durmió.
—¿Qué cono...? —murmuró NB poco después. Sacó un brazo fuera o puede que hiciera rato que lo intentaba y por eso a Bet le dolía el hombro.
—No pasa nada. Estás conmigo. Duérmete.
—¡Sí, claro! —Empezó a pelear de nuevo y la golpeó con la rodilla tratando de levantarse. Después soltó el broche de seguridad y la red, al enroscarse, golpeó a Bet, que trataba de abrazarlo y razonar con él.
—Pero si no pasa nada... Estás en mi litera, tranquilo...
—¡Callad! —llegó una voz femenina desde la otra litera.
—Shhhh, shhhh —murmuró Bet tratando de retenerlo—. Hace mucho rato que sonó el toque de queda. Quédate.
—Me voy a mi litera —insistió NB, moviendo las piernas y soltándose.
—Estás arriba —siseó ella rápido, para que pudiera oírla. Imaginó que en su situación podía empezar a caminar recto sin acordarse de la escalera.
Se fue. Bet se levantó y lo siguió tropezando y enderezándose hasta que vio que terminaba de bajar la escalera. Luego volvió, se dejó caer en la litera y puso la red con el piloto automático porque era lo único que podía hacer.
No había duda de que Mel Jason estaba disgustada. Pasó junto a Bet hecha una furia mientras ella intentaba comprender el hecho de que no tenía que ponerse el traje de salto del día anterior para ir a las duchas: lo llevaba puesto.
De hecho, Jason siempre estaba disgustada.
Se pasó una mano por el cabello, se levantó y anduvo a tropezones hasta el borde del balcón. Una vez allí se colgó de la red de seguridad y fijó la vista tratando de ver si Musa estaba levantado y cerca de NB. Pero NB ya estaba afuera y parecía que había ido a las duchas antes que los demás porque no tenía las ropas arrugadas. Volvió y arregló la litera. Encontró un bulto entre las sábanas: era el visor, que tenía que guardar debajo; además tenía el bolsillo lleno de fichas aplastadas que milagrosamente se habían salvado. Todo parecía estar bien, excepto el intenso dolor de cabeza que sentía.
Cuando bajó ya era tarde. Casi todos estaban allí y supuso que NB y Musa ya debían de estar desayunando.
El casi hacía referencia a Lindy Hughes.
No le gustaba estar en la fila esperando frente a ese hombre; ni le gustaba estar en las duchas con él cerca y los dormitorios casi vacíos.
Pero era mejor no amilanarse.
Siguió aguardando, y cuando alguien salió, entró en la ducha libre y se desnudó para bañarse con rapidez y secarse; tranquila, Yeager, tú a lo tuyo, se decía, mientras se enjabonaba. Se abrió la puerta. Hughes estaba en el umbral.
—Me han dicho que lo haces con cualquiera.
—¿Quieres comprobar si es cierto? ¿O prefieres guardarte lo poco que tienes?
Trató de sujetarla por el cuerpo. Ella lo agarró de la ropa y Lindy Hughes siguió hacia delante por el impulso, derecho contra la pared y el grifo de la ducha.
—¡Dios mío! —gritó Bet mientras le golpeaba la cabeza con el codo y la cara con la rodilla, después lo dejó caer al suelo y cuando intentó moverse, le pateó otra vez la cara con el pie. Luego pasó frente a su cuerpo y se encontró con Davies, de Cargas, que estaba en el pasillo, desnudo como ella; y con Gypsy Muller—. Ese estúpido vino corriendo y se llevó la pared por delante. Ha sido terrible. Llamad a enfermería, por favor.
—¡Mieeerda! —dijo Davies y recogió su ropa del suelo.
—Claro que es una mierda. —Era Gypsy mirándola primero a ella y después a las piernas encogidas de Hughes frente al umbral de la ducha.
Presley, el amigo de Hughes, apareció en la puerta.
—Será mejor que llames a enfermería —le aconsejó Bet—. Tu amigo ha resbalado.
—¡Perra, hija de puta! —masculló Presley entre dientes.
—No ha sido culpa mía, amigo —pasó junto a Davies por el pasillo apenas más ancho que una persona—. Dios, estoy llena de jabón. Discúlpame por favor.
—¡Perra de mierda!
—Creo que tienes problemas —le advirtió Davies.
—En efecto.
Presley intentaba levantar a Hughes, que se estaba despertando y sangraba por la frente. Un corte muy, muy feo.
—Sé bueno —le dijo ella—, y yo no diré que ha sido un intento de violación.
Hughes la miró completamente furioso.
—Diremos que estábamos bailando algo exótico en la ducha, ¿te parece? Y que tú resbalaste con el jabón. El asunto estaba claro: dos testigos y Presley.
—Puta de mierda.
—Si quieres, podemos ir los dos a la oficina del capitán. Yo estoy dispuesta. ¿O prefieres ir a enfermería y decirles que pisaste el jabón y te resbalaste? Te estoy salvando el pescuezo. Me debes una.
Tal vez Davies y Gypsy la apoyaran, tal vez no. No lo esperaba, al menos en el caso de Gypsy.
—¡Hija de perra! —repitió Hughes, secándose la frente. Nadie dijo nada, pero Presley ayudó a Hughes a levantarse. Cuando estuvo de pie, Gypsy agregó:
—A mí me pareció un resbalón. Nadie quiere problemas, Lindy.
—Así es —apoyó Davies.
Hughes los miró con los ojos encendidos y se secó la frente de nuevo con el dorso de la mano..., la sangre goteaba sobre los azulejos.
Después empujó a Presley y se fue.
Bet dejó escapar el aire que había estado reteniendo.
—Gracias. —Gypsy esperó mientras Davies buscaba la toalla.
—Es tarde —gruñó Davies—. Mierda, vamos a llegar tarde.
Bet fue a quitarse el jabón antes de que le lastimara la piel, secó la sangre del suelo, se llevó la ropa limpia y puso la sucia en una lata.
Ella no estaba manchada de sangre. Ni una gota.
Un hombre de principal abrió la puerta, era el primero del turno saliente.
—Buenas noches —saludó incómoda por su mirada.
Pero llegaron otros seis por lo menos, y más de uno la miró fijamente al salir. Sintió los ojos clavados en su espalda durante todo el camino hasta llegar a la puerta del pasillo.
18
Por supuesto que llegaba tarde. Irrumpió corriendo en Ingeniería.
—Aquí estoy, señor. —Bernstein la miró un momento con los ojos muy abiertos. A Bet se le revolvió el estómago.
—Como todo el mundo. ¿No cree?
—Sí, señor —respondió rápida y con voz severa, y fue a revisar la planilla de control.
Estuvo un rato sin hablar con nadie. NB y Musa estaban haciendo las rondas y los informes. Nada de trabajos en el taller, ni de arreglos; últimamente alterno no hacía reparaciones, principal era el turno que se ocupaba de ese trabajo ya que contaba con tres veces más personal que alterno. La lista que Bernstein había escrito debajo de su nombre era corta: ayuda en el control de calibración. Ver a Musa.
Y eso fue lo que hizo.
—Te aseguro que no está contento —le comentó Musa, y no se refería a Bernstein precisamente.
—Ya, bueno —el tema le producía una leve sensación de desasosiego. Se centró en lo suyo, pensando que NB podía apañárselas y que lo importante en ese momento era la buena voluntad de Bernstein—. Ayuda en el control de calibración. La lista dice que te consulte.
—Te lo mostraré —Musa la llevó a los tres tableros de la estación—. Está furioso —dijo entre dientes—. He tratado de hablar con él pero se niega. No razona bien y Bernie se ha dado cuenta de que pasó algo. Le he pedido un poco de tiempo y dijo que bueno pero me miró..., puedes imaginar cómo. No sé cuánto va a aguantarlo.
—Ya comprendo, por cierto... Hughes me quiso golpear en las duchas esta mañana y ha tenido un accidente.
—Mierda.
—No se ha roto nada. Gypsy y Davies estaban ahí y dicen que seguramente pisó el jabón y resbaló.
—¿Y él piensa decir lo mismo?
—No sé qué, otra cosa puede decir. Yo estaba desnuda de arriba abajo y él vestido, tenemos tres duchas y éramos cuatro, él, Gypsy, Davies y yo. Hasta los ofis saben contar.
Mierda. Ojalá no hubiera dicho «ofis». Por un momento, Musa la miró de manera extraña.
—Ya —asintió Musa—. Hablaré con Gypsy esta noche.
Le explicó la rutina, la mayor parte se refería a los ordenadores: se lanzaba el programa de Calibraciones y se le indicaba el sistema a revisar. El programa hacía verificaciones durante unos minutos y después informaba si había algo fuera de los parámetros preestablecidos.
Era tan fácil como cambiar filtros.
NB andaba por ahí cerca como si fuera a matar a alguien, sin cruzar la mirada con nadie.
Mientras Hughes estaba en enfermería contando todas las mentiras que se le ocurrían.
Recordó a Orsini preguntándole a la doctora, la mañana en que atendió a NB: ¿Alguien más tuvo problemas con esa puerta? Y a la med diciendo, con la expresión más seria y dura que hubiera visto nunca: Todavía no.
Corrió a atender el programa de control, principal ya se ocupaba del taller, el mantenimiento y los arreglos en el núcleo, con los viajes incómodos que suponía, el control de sincronización y otros tantos trabajos horribles. A esas alturas, principal seguramente estaría deseando cortarles el cuello. Mientras una novata de lo más tonta, cuya experiencia real era con armas de campo y armaduras, estaba tratando de aprender a diferenciar los tableros. Bernie no la molestaba ni exigía demasiado a su personal.
No le pedía a nadie en alterno que echara una mano en nada que no fueran operaciones de Ingeniería en tableros o mantenimiento de la cubierta y el taller, sólo eso, tampoco hacía nada que obligara a algún miembro de su tripulación a caminar por lugares solitarios sin compañía.
Y eso significaba algo. Bet estaba asustada, en primer lugar porque quizá la nave no estuviera atendiendo la rutina de mantenimiento correctamente, lo cual podía depender de muchas razones, por ejemplo, que estuvieran a punto de atracar en algún puerto; o que estaban en el espacio y corrían riesgos.
Era posible que Bernie hubiera hecho un pacto con Smith en principal porque no quería que hubiera más accidentes como el de NB.
¿Hasta cuándo?, pensó. ¿Cuánto tiempo va a seguir con esto? ¿Durante cuánto tiempo puede seguir haciéndolo? Recordó lo que había dicho NB, que tarde o temprano Bernie tendría presiones o Musa se cansaría de cuidarlo y Hughes o cualquier otro conseguirían su objetivo.
NB todavía no sabía lo que le había pasado a Hughes esa mañana y debía saberlo. Cuando lo vio al final de la consola principal trabajando, inventó una excusa para acercársele. Mientras, Bernstein y Musa hablaban de algo apasionadamente..., por algún motivo, Bet tenía la incómoda sensación de que ese algo no era precisamente la lectura de los controles.
Era un ofi. Pero un ofi en el que se podía confiar..., en el que había que confiar si es que estaba tratando de saber qué había pasado en las duchas en realidad.
—Musa me ha dicho que estás furioso conmigo. —Rozó el brazo de NB y él retiró la mano instantáneamente.
—Por supuesto que no. ¿Qué motivos tengo? Quería contarle lo de Hughes inmediatamente. Pero no parecía el mejor momento.
—Lo hiciste muy bien.
Parecía que a NB le faltaba el aire, la empujó con fuerza con el hombro, pero Bet se puso frente a él. Fue un milagro que no la golpeara.
—Estuviste muy bien anoche —le susurró Bet entre dientes por encima del rumor constante de la nave—. Todo el mundo estuvo bien, y sobre todo, todos pudieron darse cuenta de que tú estabas bien. De eso se trataba. Anoche fuiste realmente humano.
Las cosas no iban bien. Ramey tenía una mirada absolutamente enloquecida. O se marchaba o la pegaría y no estaba preparada para eso.
Pero NB no hizo nada de eso. Se quedó quieto hasta que el aliento se le hizo más pausado.
—Sí. Me alegro.
—¿Es que no te das cuenta?
No podía hablar, y Bet lo notaba. No quería quebrarse frente a ella ni comentar lo que había pasado, y esa mirada herida la enfermaba como un dolor de estómago.
—La gente se comportó bien contigo anoche, ¿me entiendes?
No, no entendía nada. Nada de nada, joder, estaba..., avergonzado, pensó. Era algo más que la sensibilidad herida de un tripulante de nave mercante consciente de que no podía permitirse el lujo de mostrarla en la Loki. Sabía lo que pasaba, pero no pensaba reconocerlo, no pensaba darse por enterada.
No, lo que le molestaba era otra cosa, pensó Bet recordando cómo se había puesto la noche anterior, totalmente aterrorizado durante un minuto..., y no quería que la gente lo viera así.
Pero, ¡qué cono!, tenían que verlo, formaba parte del asunto; los demás tenían que ver lo que le pasaba, y sobre todo, verlo recobrarse y dominarse. Ella no podía ni quería arreglar esa parte del problema.
—Tengo que hablarte —lo llevó hacia un rincón que estaba apenas a un metro de Musa y Bernstein—. ¿Tienes algún problema en especial?
Nada.
—Lo hiciste bien; nadie montó bronca, la gente se sentía cómoda, ¿entiendes? McKenzie, Park y Figi, todos están a bien contigo. Vinieron porque yo se lo pedí, estuvieron ahí todo el tiempo y se portaron bien desde el principio, o de lo contrario habría cortado la situación en seco antes de que pasara a mayores, puedes creerme, todavía me queda algo de sensatez. Cerca de ti sólo estaban McKenzie, Park, Figi y Musa, nadie más. Solamente bebieron un rato y miraron el visor..., no son malos, NB.
Supongo que más allá estaban Gypsy, Davies y tal vez otros seis u ocho... Le dije a McKenzie que trajera a sus amigos, y él sabía que tú ibas a estar ahí igual que el resto de la gente, y si no lo sabían, te aseguro que pudieron verte al llegar y se quedaron de todos modos. Éramos cinco compañeros, nada más... ¿Crees que soy tonta? ¿Que hubiera empezado algo así sin conocer las posibilidades?
Se quedó de pie. No decía nada.
—NB, estuviste bien, muy bien.
Era como si todo fuera un gran galimatías para él. Al menos parecía confundido y perturbado, como si no estuviera entendiendo nada.
O tal vez, en el fondo, era que no recordaba quiénes ni cuántos habían estado o quizá le asustaba pensar en lo que podía haber pasado. Lo habían aislado durante demasiado tiempo como para confiarse en estado de borrachera en presencia de cualquiera; incluso de alguien en quien había confiado a medias estando sobrio.
—No dejé que nadie te tocara —siguió Bet—. Sabes que no lo haría. Te lo prometo.
NB retrocedió hacia la pared, la miró un momento como si Bet fuera una especie de monstruo. Después reclinó la cabeza, volvió la cara y miró al espacio uno o dos segundos sin rabia alguna. Aparentaba estar abatido y cansado, aunque tranquilo, pero en el fondo estaba furioso. Le delataba la rigidez de su mandíbula.
—Tengo cosas que hacer —dijo con voz distante, un poco mareada, un poco en ninguna parte. Se enderezó e hizo un gesto como para irse, pero ella no le dejó.
—¡Aún no he terminado! —exclamó Bet rápidamente, mientras él todavía la escuchaba—. Hughes vino a verme esta mañana, ¿me oyes? Y le devolví una cosa.
De pronto la miró con atención. Estaba asustado.
—No cometas ninguna estupidez —le advirtió Bet—. No te me pierdas de vista, ¡por Dios! Tal vez estés furioso conmigo, pero no hagas nada de lo que te puedas arrepentir.
—Eres tonta, Bet, te van a matar.
—Mmmm, no, te aseguro que no. No te preocupes por mí.
—Fitch... —Bajó la voz hasta que el sonido de la nave la hizo imperceptible, por si Musa y Bernie habían terminado de hablar al otro lado. De momento no podían oírles—. Te lo dije desde el principio, vas a conseguir que te maten, Bet.
No sería bueno para el orgullo de un hombre decirle que Bet había mandado a la enfermería al hombre que acababa de darle una buena paliza... Aunque los de la paliza hubieran sido Hughes y dos más. Lo habían pillado en un almacén de suministros, donde sintió un horror especial ante la idea de quedar atrapado, recibiendo golpes en un lugar cerrado.
—Siempre estuve en naves como ésta —dijo Bet tranquilamente. Era mentira, aunque no del todo—. Te lo dije: hay maneras de golpear a la gente sin ponerles una mano encima, y hay un momento en que puedes hacerlo sin que te cojan. Conozco el juego de Hughes. Lo conozco, y muy bien. Puedes confiar en mí, NB, de verdad. Sé lo que hago.
Todo esto era muy difícil para él. Pero Bet vio en sus ojos que lo comprendía, a pesar de estar asustado y disgustado, vio que no quería llegar a esa conclusión, aunque no le quedaba otra salida.
No. NB no podía llegar tan lejos. Al menos era honesto con ella y dejaba que se diera cuenta.
—Yo estuve ahí —le explicó Bet—. Estuve ahí más de una vez. Es como si te amenazaran con un cuchillo en el vientre. Pero hay que jugársela y aprovechar la oportunidad que se tiene mientras dura. Un grupo de individuos llegó a la fiesta en la que estabas, anoche, y te hicieron bromas, sí, pero amistosas. Ahora tienes que saludarles y no tomártelo a mal. Ellos también tienen su orgullo, y te aseguro que hicieron mucho por ti, mucho. Por lo menos, deberías hacer lo mismo por ellos.
—No pienso hacer nada.
Ella tenía ganas de pegarle. Pero dijo con calma y voz suave:
—No sé qué tienes en contra de ellos, ni por qué. Pero te aseguro que me debes un favor, amigo, y si les das la espalda después de lo que hice, me harás quedar como una idiota. Tú eres quien hará que me maten.
Eso le hirió; no sabía hasta qué punto, pero le había afectado. NB se calló y la miró con furia; se sintió de nuevo acorralado.
Bet temblaba como una novata porque se estaba peleando con un estúpido tripulante de nave mercante que apenas si era un chiquillo cuando ella se presentó como voluntaria en el África. Apenas era un chiquillo cuando ella sabía cosas que él todavía estaba aprendiendo.
A la mierda con él... Ya me doy cuenta de la razón por la que tienes tantos amigos en esta nave, caray.
No lo llegó a pronunciar. Se fue a su puesto demasiado furiosa para razonar con tranquilidad, pero Bernstein la estaba esperando y se merecía verla llegar con una cara tranquila y la cabeza lúcida.
Se dirigió a la estación tres y consultó el ordenador para ver cuál era el trabajo que tenía que hacer ahora.
Quiero verla, decía el mensaje.
Apagó el Sistema y se volvió para irse, pero un oficial del puente se hallaba en el umbral, y el corazón le dio un vuelco.
Era Orsini, y no en viaje de turismo, precisamente.
Orsini saludó a Bernstein con cortesía. Bernstein la miró y le hizo un gesto para que se acercara. Bet se aproximó. Y Musa desapareció por un lado, como si tuviera mucho trabajo que hacer.
—Yeager —dijo Orsini.
—¿Señor?
—Hubo un accidente en las duchas esta mañana.
—Sí, señor.
—¿Usted lo vio?
—Sí, señor.
—¿Qué pasó?
Ojalá Hughes hubiera seguido sus indicaciones sin decir nada más, ni hacer acusaciones...
—No había cola fuera. Supongo que Lindy pensaba que había una ducha libre. Entró cuando me estaba secando y me asustó, o yo lo asusté a él. Debió pisar algo húmedo.
—Se resbaló.
—Supongo que se resbaló, señor.
Hubo un largo silencio de Orsini, y una mirada totalmente inexpresiva mientras el sudor corría por el cuerpo de Bet.
Después, el oficial escribió algo más que una frase en el traductor que llevaba, y dijo:
—Eso es todo, Yeager. Y Bet:
—Señor —mientras él se alejaba.
No quería mirar a Bernstein. Pero no podía marcharse sin saludarlo, era un oficial y estaba esperando.
—Lo lamento, señor.
—¿Qué hizo?
—Trató de golpearme —dijo. Como Bernstein no parecía furioso, prosiguió—: A una mujer enjabonada. Y él estaba vestido. Debió caerse, señor.
—Yeager. —Bernstein respiró profundamente—. Tenga cuidado, maldita sea. Tenga cuidado, por favor.
—Sí, señor. —Bet tembló por segunda vez aquella mañana.
—Tiene un trabajo que terminar en el taller. ¿Quiere ocuparse de ello, por favor? Durante una hora, más o menos. Esta tarde, simulación en estación tres, lo máximo que pueda.
Simulaciones. Sims de Ingeniería. No le ayudaba a relajarse, en absoluto.
Un encontronazo con Orsini, Hughes y sus amigos no iban a acobardarla ahora. Pensar así no era inteligente. Musa creía que ella era una tonta, NB quería matarla y Bernie esperaba que una maquinista sin licencia hiciera funcionar los tableros en una nave de anillo como la Loki.
Perfecto.
Empezó el trabajo de electrónica, hojeó el manual como pudo y descubrió que el problema estaba en la interfase del casco. ¡Oh, Dios!
Una especie de hágalo—usted—mismo... ¿Y si una no sabía dónde iba cada cosa? Lo verificó todo tres veces, fue a ver a Bernie para preguntarle si el aparato estaba dentro de la instalación o si lo dejaba ahí, y él contestó:
—Es el sustituto del recambio, pero tiene que haber una razón para que dejara de funcionar. Principal todavía la está buscando.
Eso sí que daba confianza.
Esta nave de mierda se está haciendo pedazos.
NB todavía no hablaba mucho en el cambio de turno..., como si cada palabra que decía en voz alta le costara dinero, pero al menos se comportaba de forma civilizada y dócil. Un NB que se sentaba en los tableros y estaba siempre en lo suyo.
—Tienes que ayudarme un poco con eso de los tableros —le pidió Bet—. Bernie me persigue y no sé por qué.
El asintió con un gesto poco comprometido para que no se molestara. En realidad no la miraba.
Estaba segura de que Musa se daba cuenta y que estaba furioso porque NB actuaba de esa manera, pero NB no iba a echarles una mano a ninguno de los dos, sino un no—estoy—aquí, no—me—importa, haced—lo—que—queráis.
Conseguía que una tuviera ganas de estamparlo contra la pared, pero no podía hacerlo porque NB haría lo mismo que había hecho cuando vio a Hughes y a sus amigos.
Así pues, NB caminó alrededor del anillo seguido por ellos, y fue hasta el final de la cola de la cena en el rec, sin hablar con nadie, ni mirar a nadie, ni siquiera cuando la gente empezaba a observarle para ver en qué estado de ánimo se hallaba.
Bet y Musa se pusieron en la cola detrás de él, y no se volvió a mirarlos. No parecía vivo.
A la mierda con él.
¿Qué se podía hacer con alguien así?: golpearlo en cubierta. Si hubieran estado en el África, alguien lo habría hecho, sin lugar a dudas.
Pero allí no hubiese sobrevivido.
Recordaba el destello, el horror, el olor de la carne quemada, y el hombre con la granada.
Recordaba a tipos que ya no se escondían.
El hombre se está suicidando. No, ni siquiera eso. Se acaba de ir, se ha ido. No quiere pelear. No quiere pelear y no va a hacerlo hasta que alguien lo empuje.
Peligroso. Sí, es un hombre muy peligroso.
En los tableros.
O en cualquier otro lugar que pueda enfrentarlo con una situación crítica.
—¿Qué tenemos hoy? —le preguntó a NB. Y como él no le respondía y parecía a punto de huir, le tocó en la espalda—. ¿Eh?
Primero no se inmutó. Luego dijo con calma:
—Creo que es carne.
—¡Carne!, y, ¡qué más! —dijo Musa—. Tiene aletas. NB lo miró y Bet apuntó:
—Tenemos que acercarnos a una estación, porque la cosa se pone cada vez peor. —NB reaccionó un poco; como si hubiera vuelto en sí.
—Todavía no habéis llegado al guiso. Eso es lo peor —se lamentó.
Como si él estuviera intentándolo realmente.
—El guiso, o esa cosa con huevo y tocino —dijo—. La verdad es que todavía se notaba que ese jamón había sido un cerdo.
Bet también recordaba haber comido algo que antes tenía sangre caliente en las venas y caminaba, en lugar de lo que crecía en los tanques. Una sola vez en su vida. Arrugó la nariz, un poco molesta.
—Una vez lo probé. El sabor es bueno, pero se siente algo especial...
Avanzaron en la cola.
—¿Dónde lo comiste? —preguntó Musa. No es que desconfiara, era puro interés.
—Un compañero lo consiguió en el mercado negro —le dijo Bet.
Ahí era donde lo había obtenido el África, aunque por otro lado no lo habían pagado. Había sido en el espacio, entre las estrellas, donde se encontraban las naves y los cargueros cogían lo que querían.
Sangre salpicando la pared. Era ese tipo de disparo que no dejaba mucho de un hombre. Lo conoció la primera vez que había estado con el grupo de abordaje.
Esa noche había cerdo. La cocina lo presentó en pedacitos pequeños para toda la nave. Aunque era de imaginar que los del puente tenían rebanadas enteras.
La cola avanzó otra vez.
—Pescado —dijo Musa—. Te advertí que era pastel de pescado.
NB se encogió de hombros. Se quedó de pie ahí, delante de ella, con las manos en los bolsillos, mirando hacia el suelo como si se fuera a marchar de nuevo. Bet alargó una mano y le estiró de la manga.
—¿Estás bien?
La miró extrañado durante un instante. Tal vez asustado, pero al menos se sentía vivo.
—No me dejes sola —le pidió.
No contestó. Los miró hasta que se movió la cola, y Musa lo empujó para que continuara.
NB la miró por segunda vez, como si tratara de confirmar algo que estaba fuera de su alcance, pero cercano, al mismo tiempo.
—¡Oye! —dijo Bet—. No soy el enemigo, ya lo sabes.
Le salió una voz rara, como si un frío le recorriera las venas.
—¡Vamos! —gritó alguien desde atrás—. Eso hacedlo en el almacén, no aquí.
Les llegó el turno. Les dieron la ración. A Musa también le trajeron lo suyo. Era poco espeso, casi gris y olía a pescado incluso por debajo de los condimentos que le habían puesto para realzarle el gusto, disimulados entre las salsas del cocinero. Todo crujía con unas espinas que uno trataba de eludir.
Bet intentaba hacer caso omiso de la manera en que la gente los miraba mientras comían. De cómo cuchicheaban unos con otros. Hughes estaba al otro extremo. Parecía confuso y muchas miradas apuntaban hacia él. Hughes estaba con sus dos compañeros. Mel Jason sentada con Kate y otras mujeres más, todas ellas agrupadas, haciendo comentarios...
Existía un abismo entre ella, NB, Musa y todos los demás, no demasiado grande, pero el grupo era de tres, no cabía duda de eso. Se encontraban al final del banco, hasta que McKenzie, Park y Figi atravesaron la cola y se sentaron allí, deliberadamente.
Tío, pensó Bet, mirando a McKenzie, te debo una.
—Hughes no está hoy muy contento —dijo McKenzie para romper el hielo mientras tomaba un trago de cerveza.
—Lo lamento —dijo Musa.
NB estaba más tenso que una cuerda. Ella lo percibía.
—¿Qué le pasa?—le preguntó a Gabe McKenzie.
—Dice que va a saldar sus cuentas —dijo McKenzie.
—Entonces estás corriendo un riesgo.
—Sí —dijo McKenzie.
Bet pensó en lo que debía y a quién, y en cómo iba a reaccionar NB ante la compañía. ¡A la mierda con él! Justo cuando iba a abrir la boca. Musa dijo:
—Ve y prepara algo para todos. Jugaremos.
Musa tenía buenos modales y sentido común, gracias a Dios.
—Tal vez —dijo McKenzie.
—Sí —dijo ella y empujó a NB con la rodilla—. ¿De acuerdo? NB asintió y murmuró:
—Perfecto.
Fueron a jugar a las cartas en las literas de Park y McKenzie que estaban juntas. Tomaron algo, charlaron; NB y Park eran igual de locuaces. Sin embargo, Figi era, sin duda alguna, un artista con las cartas. Mientras las mezclaba, sonreía, y demostraba que tenía cerebro. Podía recordar todo cuanto aparecía en la mesa.
NB tampoco era malo, lo descubrió entonces. Y Musa era agudo como cabía esperar de un tipo que había hecho grandes viajes con muy poco rec a bordo.
—Con vosotros me voy a quedar pelada —se quejó ella, pensando que había perdido ya dos cervezas y media con Figi.
—Así es como ha llegado a tener ese tipo —dijo McKenzie—, con todas las cervezas que gana.
Figi sonrió y se tomó lo que quedaba en el vaso.
En ese momento se apagó el vídeo y se encendieron las luces en los dormitorios, alumbrando como si fuera de día. Una voz sonó por el interfono:
—¡Inspección!
—¡Dios mío! —dijo McKenzie, disgustado.
—¿Qué cono es eso? —preguntó Park—. Todavía no hemos llegado a puerto.
—¡Todos al pasillo central, inmediatamente! ¡No hablen! ¡No aseguren materiales!¡Si están bebiendo, comiendo o cualquier otra cosa, déjenlo y salgan fuera! ¡No hablen, ni discutan! ¡Muévanse!
—¡Mierda! —murmuró NB y los nervios de Bet se tensaron.
—¡Cállate! —dijo ella entre dientes, asustada por razones que no comprendía del todo. Cuando NB decidía portarse como un estúpido, lo hacía a conciencia, cuidadosamente, y ella tenía miedo de esa actitud. Cogió la cerveza y se fue al pasillo, dejando todo como habían dicho los oficiales. Había seis, todos de pie, juntos. Musa siguió tomando cerveza, otros también y pensó que todo debía ir bien. Llegó el grupo de oficiales y empezó por el otro extremo.
Cuando hacían una inspección en los dormitorios de las tropas, no se podía tomar cerveza, había que tragársela y estar listo para entrar en acción. Escupías todo dentro de la bolsa que colgaba en la litera, y se quedaban de pie en el pasillo en posición de firme sin que se les pasara por la cabeza tomar cerveza mientras los oficiales lo revisaban todo y anotaban lo que no parecía estar en orden. Que Dios se apiadara del que tuviera drogas o armamento sin declarar en el armario.
La gente hablaba entre dientes en voz muy baja y se movía un poco para murmurar, en los sitios donde no estaban los oficiales. Bet oía ese murmullo por encima del ruido que hacía la nave.
Después entraron dos oficiales más: Orsini y Fitch, juntos.
—¡Dios mío! —dijo alguien.
Bet echó una mirada a NB, había tensión en su mandíbula, mientras tomaba un trago deliberado y lento de la cerveza que tenía en la mano y miraba con rabia hacia Fitch.
Permanecieron así hasta que la charla murió por completo en el área.
Fitch hacía su ronda de cada mañana, y Orsini estaba de guardia en el período de rec, los dos revisaban todas las literas, una por una, y todo el equipaje, el de principal y el de alterno.
La búsqueda había empezado cerca del vídeo, por cuatro oficiales jóvenes que Bet no había visto nunca, aunque probablemente formaban parte del personal del puente, incluso del de alterno. Las literas crujían al momento de dárseles la vuelta: los oficiales revisaban los depósitos, cosa por cosa, pero con bastante rapidez.
Un momento muy raro para buscar drogas —como decía Park—. No tenía sentido empezar a rastrear algo que hacía ya tiempo que habría subido a bordo. Quizá se había perdido alguna cosa, tal vez una botella de los oficiales, o el capitán no encontraba su reloj. Seguramente era un control de objetos robados —si es que realmente iban a puerto— para cerciorarse de que no se sacaba nada de la nave para cambiarlo por alcohol. Sí, debía de ser eso.
De todos modos una se ponía una muy nerviosa y empezaba a revisar mentalmente todo lo que había subido a bordo por si tenía algo que estuviera prohibido.
No, nada de lo que ella había traído era prohibido, estaba segura, se había leído esa lista con mucho, mucho cuidado. Por suerte acababan de pasar la litera de NB sin problemas.
Ahora les tocaba el turno a ellos. Los seis se quedaron de pie sin hablar, mientras los oficiales daban la vuelta a la litera de McKenzie, a la de Park, a la de Figi, y a la de los que estaban al otro lado del pasillo. Continuaron hacia los dormitorios.
Ahora arriba, por la escalera.
Nada de lo que tengo es ilegal, por favor, Dios mío, suplicaba Bet.
Tomó un traguito de cerveza, se sentía rara, la nave era un infierno para ella por muchas cosas. No podía dejar de preocuparse, sobre todo sabiendo que tenía enemigos: algún hijo de puta con conexiones a nivel del puente y que quería arreglar cuentas con ella acababa de pasar el mensaje.
— Yeager —llamó el interfono—. Al área de su litera.
¡Mierda!
Bet respiró hondo y empezó a pedir disculpas para pasar. Sintió que alguien le palmeaba la espalda y otro le apretaba el brazo.
Uno era Musa; el otro, NB. Lo miró y se encogió de hombros.
—Debe de ser el visor —dijo esperando que así fuese.
La dejó ir. Subió la escalera y se dio cuenta de que los dos oficiales de guardia la seguían. Ni siquiera les miró por encima del hombro; caminó directa hasta donde se habían reunido los cuatro inspectores que se hallaban colocados alrededor de su litera, a la que habían dado la vuelta, con el depósito a la vista.
La caja que olfateaba droga se había vuelto loca, la luz roja parpadeaba sin cesar y había un paquete de cápsulas esparcidas sobre sus cosas, delante de todo el mundo.
—¿Es su litera? —preguntó uno.
—Sí, señor —dijo ella—. Pero yo no puse eso ahí.
En el momento en que aparecieron Orsini y Fitch, la tripulación de inspección les contaron cómo lo habían encontrado en su taquilla, claro. Orsini le preguntó si tenía alguna receta:
—No, señor, pero no es mío.
—¿De quién?
—De Hughes, señor. Me dijo que tenía algo para mi dolor de cabeza y que me lo iba a dejar en la litera.
—¿No pensó en ir a la farmacia, Yeager?
—No sabía que hiciera falta receta, señor, tal vez la consiguió esta mañana. Usted sabe que tuvo un accidente; supongo que pensó que las cápsulas no eran demasiado fuertes y que no valía la pena preocuparse.
Orsini sujetó el paquete entre las manos.
—Queda por ver si es una prescripción médica.
—Sí, señor.
—Quiero saber dónde estuvo Hughes —dijo Fitch.
Pero no tenían un olfateador de presencias, ¡qué lástima! No había forma de rastrear en manos de quién había estado eso antes.
—Me gustaría señalar, señor, que si estuviera pasando contrabando, lo haría en un envase mejor.
—¿Quiere que anote eso, Yeager?
—Sí, señor. Sé cómo se pasa y cómo no se pasa la droga. Una bolsa de plástico no sufre ningún control.
—¿Quiere decirnos algo más? —preguntó Orsini.
—No me importa ofrecerme a una prueba, señor. No tengo nada en mi Sistema, excepto la última dosis de trank.
Fitch levantó el visor y metió una ficha. Se quedó callado un momento, mirando. Después apartó el aparato y la miró con frialdad.
—Será mejor que venga a Administración, Yeager.
—Sí, señor. —Y fue a donde le indicaron. Atravesó el pasillo, y bajó por la escalera, unos pasos por delante del resto.
La tripulación murmuraba, pero cuando pasó Bet, se callaron. Vio a NB, y la mirada de pánico en su cara. No estaba donde esperaba, y tampoco Musa, que se hallaba aferrado de su brazo. Lo que NB pudiera hacer la asustaba, así que le echó una mirada de no—te—conozco y siguió caminando, tan tranquilamente como pudo, porque Fitch estaba allí, e iba a tener en cuenta cualquier tipo de comunicación que intentara con él, lo anotaría en su informe.
Llegaron a la puerta, caminaron por el rec y el transmisor general empezó a ordenar a Lindy Hughes que se presentara en la oficina de Orsini.
Eso al menos le daba alguna satisfacción. Si iba a terminar como se imaginaba, empezando con preguntitas sin importancia y concluyendo con preguntas que ella no quería responder, entonces no le preocupaba tanto quién lo hubiera hecho, pero quería hacer disparos certeros y llevarse con ella a los más importantes.
Le hicieron detenerse en enfermería para hacer las pruebas. Se alegró.
—No tengo nada en el Sistema. Sólo el trank —le dijo al med—. Eso es lo que va a encontrar.
—Eso espero —dijo Fletcher.
Estaba tranquila. Pero no respecto a la entrevista en la oficina de Orsini.
Al llegar, apareció Bernsteín y preguntó:
—¿Qué demonios es todo esto, Yeager?
—Ojalá lo supiera, señor —pensando que eso era mucho decir en esas circunstancias, estando aún fuera de la oficina de Orsini mientras éste abría la puerta para dejarla pasar.
Procedimiento civil. Oficiales civiles con prerrogativas no muy claras, superposición de poderes hacia arriba y hacia abajo. Eso la ponía nerviosa, pero tener a Bernstein cerca era un alivio, incluso pensando que el hecho podía provocar a Orsini.
Entró y se quedó de pie en una posición informal. Orsini entró, se sentó en su escritorio y tocó un botón de la consola.
—Estamos grabando.
—Sí, señor.
—Sigue diciendo que las pastillas son de Hughes.
—Tengo razones para creerlo, sí.
—¿Por qué?
—Me las prometió.
—Después del accidente con la puerta.
—De la ducha, señor.
—No se haga la lista.
—Sí, señor.
—¿Es amigo suyo?
—No, señor, no mucho. Pero si me dice que me va a dar algo, no tengo por qué desconfiar.
Orsini anotó en su traductor, la miró.
—Usted es muy lista, Yeager.
—Lo lamento, señor.
—¿Le gusta Hughes? ¿Tiene quizá algún problema personal con él?
—Si me puso una trampa, sí, señor, entonces tengo un problema personal con él, pero todavía no lo sé.
—Insiste en que sólo le prometió pastillas para el dolor de cabeza.
—Digo lo que dije antes, señor.
—Usted sube a esta nave, Yeager, y se mete en peleas, creando discordia en mi turno, e inventándose problemas continuamente, ¿no le parece?
—No, señor. No hubo peleas, señor.
—Lindy Hughes se resbaló, entonces...
—El baño estaba enjabonado, señor. Probablemente estaba jugando. Supongo que así fue, señor.
Hizo otra anotación en el traductor, siempre en silencio, pero hubo un cambio en esos ojos negros que la miraban de nuevo.
—¡Dios!, odio a los que se pasan de listos. No era el momento de decir nada. Bet esperó con las manos en la espalda.
—Dígame, Yeager..., ¿usted es inteligente o solamente lista?
—Espero ser inteligente, señor.
—¿Sabe cómo la llaman en el puente?
—No, señor.
—Siempre lista. La mierda no se le queda pegada, ¿no es cierto?
—Trato de no pisar mierda, señor.
—Otra vez la espabilada...
—Lo siento, señor.
Orsini inclinó la silla hacia atrás, con las manos cruzadas en el medio y la miró un rato largo.
—Usted entró en esta nave con papeles firmados por su último capitán. No tiene el grado que dice tener, ¿verdad?
—Maquinista, señor.
Mantuvo una larga mirada con sus ojos negros observándola atentamente, muy larga.
—¿Hughes trató de golpearla? Sintió que transpiraba.
—No me atrevería a afirmarlo, señor.
El transmisor sonó de pronto con un sonido agudo. Orsini lo cogió en privado, con el auricular, y mientras seguía mirándola, escuchaba.
—Gracias —dijo a quien quiera que fuese—. Dolor de cabeza, ¿eh?
—Sí, señor.
—No es una prescripción para Hughes. Es nieve. ¿Conoce el término?
Era peor de lo que pensaba, entonces.
—Sí, señor.
—Todavía cree que es de Hughes.
Meditó un momento, con el corazón en la boca, mientras Orsini la miraba con dureza.
—Creo que si eso es lo que quiere... entonces no es mi amigo.
—¿Alguna vez pensó en entrar en la diplomacia?
—No, señor. —Odiaba los ataques por la espalda. Orsini era de ese tipo.
—¿Está limpia?
—Sí, señor.
—¿De dónde cree que vino el paquete?
—Alguien me quiere meter en graves problemas, señor. Otra vez se hizo un silencio muy largo.
—¿Por qué?
—No lo sé, señor.
—Siempre lista. ¿Dónde aprendió a comportarse de esa forma?
—He estado en muchas naves, señor. —Se obligó a cambiar el peso de pierna, a estar más tranquila, como lo haría un civil—. Y en la milicia de estación. Pan—paris.
Tal vez se lo creería. Tal vez no. La miró con la ceja levantada, y prosiguió:
—Milicia, ¿eh?
—Sí, señor.
—¿Qué rango?
—Especialista.
—¿En qué?
—Técnico en armas, señor.
Caviló, mientras se movía en la silla.
Finalmente, dijo:
—¿De qué tipo?
—De lo que pudiéramos conseguir.
Demasiado cierto, sí, sobre todo en los últimos años en que todo se venía abajo. Bet sintió que el pulso en su cabeza cambiaba de ritmo, mientras Orsini seguía con su movimiento leve y tranquilo sobre la silla.
—Puede esperar fuera.
No sabía cómo quedaba la cosa. Con Orsini era imposible saber nada.
—Sí, señor. —Y abrió la puerta para salir.
—Que venga Hughes.
Hughes estaba fuera, sentado en el banco contra la pared. También Bernstein y Fitch, que hablaban en voz baja.
—Tu turno —le dijo a Hughes.
Hughes se levantó y la miró con furia cuando se cruzaron. Ella se sentó en el lugar que él había dejado vacante, mientras Bernstein y Fitch seguían hablando. Bernstein estaba tan tranquilo y razonable como si estuvieran hablando del menú de la cena, y no de NB Ramey.
—... no hay duda —decía Bernstein ante las objeciones de Fitch—, está mucho mejor, nada de informes de enfermedad, nada de problemas...
—Ese hombre siempre es el centro de algo, no me sorprende que esté en medio de todo lo que pasa. —Fitch hizo un movimiento con la mano y se llevó a Bernstein más lejos para que ella no pudiera oírlos.
Dejó de oír las voces. La cara de Fitch seguía enojada, la de Bernstein, llena de preocupación.
Tenía que estar oscureciendo para alterno, faltarían unos treinta minutos más o menos, y eso quería decir que el período de superposición de noche de alterno y amanecer de principal se estaba terminando. Y lo mismo pasaba con la jurisdicción de Orsini, a menos que Orsini pensara quedarse despierto todo el día, cosa que no era muy probable.
Tampoco Bernstein podría hacerlo, sobre todo si tenía a un miembro de su equipo arrestado y a NB bajo consideración de arresto, sólo Dios sabía con qué cargos, pero Bernie tendría las manos llenas al día siguiente, atendiendo los tableros él solo, a menos que sacara a alguien de principal ya mismo y lo volviera a meter en la cama o a menos que Orsini dejara que alguien trabajara veinticuatro horas seguidas en los tableros...
Fitch acababa de empezar a hacer preguntas.
Por ejemplo acerca de NB.
¿Qué coño puede haber hecho ?
Dios mío, ¿lo persiguen por culpa mía?
Si Fitch lo acorrala, ¡quién sabe lo que puede llegar a hacerle, tal vez buscarle, en uno de sus ataques tan raros y que al final lo saquen de los tableros, y lo encierren! Eso lo mataría, terminaría con él de una vez por todas...
Eso si no le salta encima a Fitch y...
Y si Fitch no lo induce... pero, sí, Fitch lo haría.
Se quedó allí, mirando la pared mientras pasaban un par de miembros de la tripulación del puente y un técnico de administración de principal, escuchando las pocas palabras que llegó a oír de Fitch o de Bernstein. Por lo que podía ver por el rabillo del ojo, Bernstein parecía preocupado; pensó que, en realidad, Bernstein no debía tener derecho a estar allí una vez que sonara el toque de queda y la guardia pasara a manos de Fitch, porque podía ordenarle que se fuera; Fitch podía ordenar lo que quisiera a quien quisiera..., excepto, quizás, a Orsini.
¿Que Orsini siga en el caso!
Bernstein y Fitch dejaron de hablar.
Bernstein se quedó ahí con mala cara, pero Fitch caminó un poco anillo arriba y dio una orden por el transmisor de bolsillo dándole la espalda para que no lo escuchara ni le leyera los labios.
Bernstein caminó hasta ella.
—Ese paquete era nieve.
—Sí, señor, me lo dijeron.
—Están sacando a la mitad de Ingeniería de principal y poniéndolos en alterno.
—¿Qué van a hacer? —Sintió que el pánico le invadía la cabeza y luchó contra él. No tenía sentido dejar que le corriera la adrenalina por el cuerpo, no la ayudaría a pensar, no había nada contra qué pelear—. No pusieron nada en las cosas de NB —añadió ella.
—Musa está limpio, y eso ayudará. Tranquila. Usted tiene un buen testigo.
—¿Arrestaron a NB?
—Para interrogarlo. Unas preguntas, nada más.
Era como si alguien le hubiera dado una patada en el estómago. Por un segundo no pudo respirar. Pero su mente siguió elucubrando, pensando en él, en los espacios cerrados y pequeños, en él y en su temperamento y en Fitch metiéndolo en su oficina. Maquinó la forma de detener eso y se le ocurrió sólo una cosa.
—¿Qué resulta si le digo a Orsini que el paquete es mío?
Bernstein frunció el ceño, e hizo un gesto rápido y duro; Bet pensó en ese mismo momento que «resultar», así, no era una forma civil de hablar, y que tenía que haberlo notado. Bernie estaba haciendo cuentas en alguna parte, en medio del lío en que estaban metidos. Estaba muy, muy preocupado y a punto de matar a Hughes con sus propias manos.
Porque los habían metido en una trampa, y ella debería haberle roto el cuello. ¡A la mierda con la posibilidad de que la atraparan, a la mierda con todo! La posibilidad de que Lindy Hughes se vengara era de un ciento por ciento, y aunque lo sabía. ¡Mierda!, aunque lo había sentido en el intestino mismo, no había hecho lo que debía hasta que llegaron Gypsy, Davies y Presley. Entonces era demasiado tarde para hacerlo.
Así que cuando te equivocabas, lo cubrías, Bet Yeager. Lo mismo que en medio de una batalla.
—Es un cargo con detención —dijo Bernstein en voz baja—. Si tiene suerte. No se puede salir de esta nave, Yeager. No hay salida, ¿me entiende? Usted no tiene antecedentes, tiene un buen informe de trabajo, pero ya sabe lo que le pasó a NB.
—Estoy preparada para sobrevivir. Y me voy a vengar de Hughes, se lo haré pagar...
Se lo estaba diciendo a un ofi. Pero Bernie lo entendía, era alguien al que se le podía confesar eso y saber que mantendría la boca cerrada el día que Hughes tuviera un feo accidente.
—Creo que será mejor que hable con Orsini —dijo Bet—, antes de que suene el toque de queda.
—Mierda —dijo Bernstein—. Mierda...
—Sí —dijo ella, respiró hondo y se sintió un poco mejor—. Pero los espacios cerrados no me molestan. —Hizo un gesto hacia la puerta—. Tengo que hablarle. ¿Cuánto tiempo tenemos?
Bernstein controló la hora en su cronómetro.
—Tres minutos.
—¡Dios mío!
Bernstein se acercó a la puerta de la oficina, dudó medio segundo.
—Señor Bernstein —dijo Fitch desde detrás de los dos.
Bernstein tocó el botón.
La puerta estaba trabada, claro.
—Señor Bernstein.
Mientras, sonaba el toque de queda.
—Qué estupidez —pensó ella. Son juegos de poder en la cima del mando, pero era válido.
Había pasado el turno de alterno, Bernie miró en dirección a Fitch y dijo con lentitud deliberada:
—Sí, señor Fitch.
—Yeager —dijo Fitch invitándola con un movimiento de la mano. No se podía decir que no. Ni siquiera Bernstein podía hacerlo. Bernstein no podía hacer nada con Orsini que se negaba a abrir la puerta. Había un guardia de Seguridad armado en el pasillo, mirando todo lo que ocurría; es más, había dos de ellos, hombres que Fitch mismo debió elegir en los muelles, o donde fuera.
Probablemente Orsini pensaba que el que llamaba a la puerta era Fitch, y no pensaba abrir para charlar con él. Más juegos de poder entre los oficiales de guardia, ¡diablos!, nada de Wolfe, todo el comando ocupado con su propia política y un tonto como Hughes tenía a su favor el oficial del puente, el oficial de los tees, ese hijo de puta con el que seguramente se acostaba. Lo suficiente para salvarse de un cargo de homicidio.
O Fitch había estado persiguiendo algo con que eliminar a Bernstein hacía mucho, mucho tiempo y lo que hacía era su forma de vengarse por haber tenido que esperar tanto.
Por eso, dijo, con docilidad:
—Sí, señor —se levantó del banco y fue a donde le indicaba Fitch. Esperaba que Bernie hiciera algo por ella.
La oficina de Ficth era la puerta contigua.
19
No era mío, señor —respondió Bet otra vez en el interrogatorio.
—¿Piensa que soy tonto? —preguntó Fitch.
—Nunca pensaría eso, señor.
—A mí me parece que sí, me parece que piensa que en esta nave todos somos tontos. Joder, yo la saqué de ese agujero., Yeager, yo firmé para que subiera a la nave, y no me ha dado más que problemas. ¿Se da cuenta o no?
—No lo creo, señor.
—Usted no lo cree, claro, no lo cree, puñetas... ¡Me está llamando mentiroso, Yeager! ¿Me está llamando mentiroso?
—No admito los cargos, señor.
Estaban grabando, estaba segura; y no pensaba decir nada que Fitch pudiera convertir en otra cosa con un buen trabajo de montaje de cintas.
Tal vez Fitch estaba furioso, tal vez no; puede que estuviera mucho más controlado de lo que parecía y estaba tratando de hacer que ella reaccionara. Se levantó del escritorio, caminó por la oficina, le gritó en la cara, se inclinó y le chilló en el oído.
Y Bet pensó: lo han intentado otros mejores que tú, y tomó una actitud de total inmovilidad y docilidad. Era igual que mantenerse firme en presencia del viejo Junker Phillips cuando le gritaba, pensando únicamente en las preguntas y en seguir afirmando lo que se había dicho al principio, fuera como fuese, a pesar de los intentos del hijo de puta del ofi por desviar el argumento hacia otro lado. Si una no decía nada distinto, y repetía siempre lo mismo, no podían sacarle nada y entonces se enfurecían, o se aburrían y le endilgaban a una lo que podían, dándose por vencidos. A veces hasta se olvidaban del asunto con el tiempo.
Sí, señor; no, señor; no, señor, no admito los cargos.
Y si el cabrón no podía asustarte, te incitaba a que tú le pegaras, empujándote y molestándote lo suficiente para que saltaras si eras tonta. Pero como no lo era, no le respondía.
No, señor.
Siga todo el día, si quiere, ofi, hasta que cambie el turno y empiece la guardia de Orsini otra vez. Tengo tiempo.
Al menos no es NB el que está aquí.
—¿Me oye?
—Sí, señor.
Fitch la agarró del traje por delante y la sacudió con fuerza. Ella le dejó hacer, quedándose como floja.
—Le di una oportunidad. La saqué de ese agujero y ahora trata de meterse en otro. La saqué de ahí y resulta que trae contrabando. ¿ O no?
—No, señor.
Se dio cuenta de que Fitch iba a golpearla. La zarandeó de nuevo y se inclinó hasta casi tocarle la cara.
—Tengo otras fuentes, Yeager. Sé quién arma líos en esta nave y sé dónde ir cuando hay algo que anda mal y nadie quiere hablar del tema en las cubiertas.
Este hombre está loco, absolutamente loco pensó Bet Habla de NB.
—¿Quiere pensar en eso? —le preguntó Fitch—. ¿Quiere pensar en eso? —La sacudió hasta los pies y la hizo perder el equilibrio, pero ella no hizo lo natural, no se aferró a él ni le golpeó, sino que pisó atrás y se dio con la pierna contra la silla. Él la pegó, la sacudió y la golpeó en la cabeza.
Los golpes no se ven ahí, pensó, mientras sentía cómo empezaba a dolerle.
Levantó la rodilla.
La golpeó, dos veces más antes de que volara contra la parecí y le diera de frente. Pensó que iba a ponerse de pie, pero tropezó y el suelo se le vino a la cara.
Todavía estaba mareada, pero se movió para enroscarse y protegerse al ver las botas de Fitch, porque pensó que debía seguir lo bastante furioso como para volver a pegarla, dejándole moratones por todas partes.
—Levántese —le ordenó. Pero ella no reaccionó. La levantó agarrándola por el traje y la puso en pie.
Ella le miró a los ojos, pensando: ¡te he cogido, hijo de puta!
¡Te he cogido!, si existen reglas en esta nave.
La llevó a la silla, la sentó, y después se acomodó en el borde del escritorio, mirándola.
Bet se chupó la sangre del labio cortado y siguió mirándolo.
—Usted se lo ha buscado —dijo Fitch. Ella no dijo nada.
—Respire, ¿Quiere un trago?
—No, señor.
Fitch cortó la grabación y la hizo retroceder un minuto aproximadamente, y no volvió a ponerla en marcha. Eso la preocupó.
—Yo soy el que se ocupa de los informes —dijo Fitch—. ¿Ve lo lejos que le lleva su astucia? Viene a la nave y se junta con los que crean problemas. Ha sido condenadamente útil, Yeager. Cree que es inteligente. Pero no me hace falta mucho para acabar con usted. Por cierto ahora no estamos grabando. Solamente necesito que usted exista, ¡perra de mierda!
Ahora empezaba todo. Pensó que Fitch se vengaría y que mucho de lo que había hecho hasta entonces por NB había sido un error.
—Ahora —dijo Fitch—. Quiero que piense alguna forma de serme útil, para que yo quiera salvarla, porque ésta es su única oportunidad. La única. Quiero que piense cómo seguir siéndome útil y entonces la ayudaré, ¿me oye?
—Sí, señor.
¡Mierda! No es un hijo de puta fácil...
Vas a sufrir por esto, Yeager...
Así que miente. Pero ¿qué es lo que quiere en realidad?
—Lo único que tiene que hacer es llevarse bien conmigo. —Sí, señor.
Se levantó del banco, volvió a cogerla del traje como antes. Ella hizo un movimiento para defenderse, cosa que la enfureció, aunque los nervios instintivamente le recordaban que el cuerpo debía protegerse, y si una se defendía, terminaba caminando en el espacio, de eso no cabía duda.
La abofeteó una, dos, tres veces y se detuvo. La seguía sosteniendo. Le dolían los huesos, le zumbaban los oídos y se le nublaba la vista. Él podía golpearla como quisiera, y ella se veía obligada a aguantarlo...
La sacudió otra vez lastimándole en el cuello.
—¿Quiere más?
—No, señor.
—¿Son suyas esas drogas?
—No, señor.
La volvió a golpear.
—¿Le parece que me es útil?
—No lo sé, señor—. Le irritaba hablar corno si estuviera con la boca llena; era sangre, seguro—. Lo intento.
—¿Cómo?
—Lo intento, señor. Coopero, en serio.
—Creo que me miente, Yeager. ¿Me mentiría usted si pudiera?
—No, señor.
La tensión se aflojó en su ropa. Ella se puso alerta, porque esperaba un golpe más, pero Fitch la dejó sentada.
—Quiere que sus amigos estén bien, ¿verdad?
—Sí, señor.
—Hay un baño allí atrás. Vaya a lavarse y después ya se puede ir.
Ella le miró.
—Quiero que quede claro —dijo Fitch—. No hay pruebas suficientes para el informe sobre las drogas, pero será mejor que no la atrape por otra cosa, Yeager. Ni a usted, ni a sus amigos, ¿está claro?
—Sí, señor —dijo Bet. Se levantó tal como él le había ordenado, y mareada se las arregló para ver dónde estaba la puerta. En el baño fue a la pila del lavabo y abrió el agua fría. El espejo reflejaba una cara mejor de lo que ella había esperado. La sangre de la boca y la nariz desaparecieron con un poco de agua, pero el color rojo de las sienes, no.
Se secó con la toalla, levantó la vista y vio a Fitch en la entrada.
Se le encogió el estómago. No podía impedirlo, y menos cuando tuvo que darse la vuelta, mirarlo y pasar junto a él, que se movió apenas para dejarla pasar y tuvo que rozarlo. ¡Mierda!, ese hombre sabía lo que se hacía. No se sorprendió cuando él le puso una mano en el hombro, suavemente pero con fuerza suficiente para que Bet sintiera ganas de vomitar.
—Le irá mucho mejor en el futuro —dijo él—. Y nos llevaremos muy bien... ¿Me oye?
—Sí, señor.
Se dirigió hacia la puerta. Llegó como pudo, la abrió y anduvo por un pasillo vacío. El frescor del agua se le iba un poco de la cara. Le dolían los huesos. Todavía tenía la vista nublada. Caminaba alrededor del anillo y tenía que descansar y levantarse de nuevo. Cuando por la mañana sonara el timbre del amanecer de alterno, tendría que volver al trabajo. De pronto se dio cuenta de que no sabía dónde estaban ni NB ni Musa, lo que les habría pasado, ni si era NB el que seguía en la oficina de Fitch.
Le pareció perder el conocimiento durante un momento. Se encontró en la zona rec caminando hacia los dormitorios, casi llegó hasta allí, pero se mareó y tuvo que agarrarse a algo durante un instante. Se soltó de un empujón y caminó por la oscuridad junto a la tripulación dormida, hasta las literas de NB y de Musa. Las dos, estaban vacías.
¡Dios mío!
Tenía que sentarse. Eligió la litera de Musa, se sentó y después se acostó, pensando que si cualquiera de los dos volvía, iría allí. Por otra parte, no creía que pudiera subir por las escaleras, estaba demasiado mareada y descompuesta para eso.
El mareo se le fue después de encontrarse un rato en posición horizontal. Pero el miedo no.
Exactamente lo que le había hecho Fitch a NB.
Exactamente eso.
Pero podía ponerse peor, claro. Y una tenía que estar a buenas con Fitch, o Fitch se ocupaba de que hubiera accidentes, y tenía los suyos a bordo para estar seguro de provocar acusaciones. Con razón las conexiones de Hughes y los suyos eran tan sólidas.
¡Goddard!, Goddard, en navegación... el operador de Hughes. Es amigo de Fitch.
Fitch elegía el personal.
Había conseguido a una tipeja con dos muertes en su haber en Thule, y gracias a la bondad de su corazón y a su fe en la humanidad la había llevado a bordo y la había dejado libre.
Claro, Fitch era el que llevaba la nave...
O trataba de hacerlo.
Bernstein debía de ser una molestia para él, porque había estado en principal hasta que se hartó de Fitch y pidió la transferencia a alterno...
... como todos los que podían pedirla.
Alterno era el sitio al que uno iba cuando no podía trabajar bien con Fitch y tenía algo de poder, sólo un poco, como había hecho Bernstein con NB y Musa; o cuando Fitch lo elegía a uno para hacer de espía...
... como a Lindy Hughes.
Debería haber matado a ese hijo de puta.
Lo haré.
Excepto que... Los hechos estaban claros ahora y también cuáles eran las verdaderas reglas en la nave. Eso significaba que una estaba en contra de Fitch y eso quería decir...
Fitch le había dado un adelanto de lo que quería decir...
Él estaba ahora con NB. Había sucedido otro accidente con la puerta de un armario, eso era todo. Pero era más valioso si estaba vivo.
Uno no se dedicaba a fabricar mártires, los golpeaba y los devolvía a la cubierta para seguir con la campaña.
Pequeños accidentes al personal y otros personalizados, bastaban para que uno supiera que si se defendía iba a terminar en la oficina de Fitch, incluso en el almacén en medio de un salto.
Otra posibilidad eran los pequeños accidentes a los amigos de uno. Y los «amigos» se alejaban y preferían evitar los problemas, lo hacían si eran realmente inteligentes.
O simplemente humanos. Uno siempre le dejaba una salida abierta al enemigo; en la dirección en que uno quería que fuese, claro. Eso le había dicho el Viejo. Eso era lo que hacía Fitch, no debería haberla asustado. El viejo Phillips una vez la había atado en un pasillo, pero Junker Phillips no trataba de matarla, sino de mantener a su gente con vida.
Fitch sí, trataba de matar, o de eliminar a los que se le resistían. Ésas eran las dos opciones. Un ejemplo de ello era NB.
Pero NB estaba demasiado loco para doblegarse y era demasiado valioso para asesinarlo.
No iba a asesinarlo cuando era un camino hacia Bernstein...
Y Fitch realmente no la necesitaba a ella ahora, excepto como una puerta de acceso a NB.
No estaba tan loco como parecía, ni la mitad de loco teniendo en cuenta que todavía estaba vivo y también Bernstein.
Y el hombre llamado Cassell tampoco estaba loco.
Cassell había tenido un accidente fatal, en Ingeniería.
Y NB Ramey cargó con el muerto por ese accidente. Le echaron la culpa.
Cassell era amigo de NB. Y de Bernstein.
Bet descubrió que tenía los puños apretados y que estaba tragando sangre. También se dio cuenta de que si Fitch la detenía en un pasillo después de aquella noche, se pondría a temblar de pies a cabeza.
Temblar como en el infierno de una armadura, pensó, e imaginó lo que se sentía con el cuerpo envuelto en cerámica. Los servos chirriando cuando una se movía y la presión de las bandas en el cuerpo, las bandas que le decían al traje lo que el cuerpo quería que hiciera. Y los malditos servos se confundían mucho cuando una temblaba y todo el mundo se daba cuenta por qué todos los servos empezaban a chillar y charlar como gallinas...
Era vergonzoso. Y una desarrollaba cierto sentido del humor sobre el tema porque no podía hacer otra cosa y sabía que temblaría cada vez que se la pusiera.
Una carga de adrenalina. Un tartamudeo y un zumbido...
El olor del aceite, el metal y el plástico. El sudor humano y el aliento dentro del casco.
Una era entonces como una máquina. Una tripa humana dentro de una máquina con forma humana. Y el disparo que pudiera destruir eso tenía que ser muy afortunado.
¡Claro que a veces extrañaba el traje que había tenido que dejar en ese corredor de Pell!
El temblor se detenía cuando una seguía adelante. Los servos se suavizaban y una flotaba, casi sin esfuerzo, y nada podía detenerla.
Pero la armadura no tenía cerebro, ni estómago. £50 lo eres tú, tonta, tú eres el Sistema Operativo. La armadura signe caminando aunque te mueras, pero no dispara, no vale nada en esas condiciones. Tú eres el cerebro, y los redaños, el valor, recuérdalo.
Tenías razón, Junker Phillips.
Alguien golpeó la cama. Se despertó con el corazón agitado, e inmediatamente se dio cuenta de que estaba en los dormitorios, en la litera de Musa, esperando a sus compañeros. Había dos hombres haciendo sombra contra el brillo nocturno, uno con forma de Musa y el olor de Musa, y otro con los de NB, tocándola y levantándola, cuando ella trató de moverse. La abrazaron hasta hacerla arder de dolor.
—Estoy bien —dijo Bet—. ¿Y tú?
—Bien —dijo NB, y ella los retuvo un momento entre sus brazos sin importarle el dolor que sentía. NB le acarició la cara y sus dedos se detuvieron sobre el labio partido y la mejilla derecha. Por la forma en que le dolía y lo hinchado que estaba todo, se hizo una imagen mental de lo que debía de parecer a la luz. La misma imagen que debía de tener NB.
Pero él no dijo nada. Y NB era peligroso cuando no decía nada.
Ella lo tomó de la mano, con fuerza.
—Escúchame —murmuró—. Escúchame bien. Aquí no vamos a hablar, pero lo que quiere Fitch es de locos, ¿me oyes?
NB permaneció en silencio. Desplegó la mano para que ella no se la aplastara.
—Me voy a la cama —anunció Musa, poniéndole una mano en la espalda dolorida y empujándola un poquito—. A tu litera, ¿me oyes?
—Sí —respondió Bet, y sintió un nudo en la garganta. Se inclinó y apretó la boca contra la mejilla de Musa—. Te amo —le dijo—. Te amo, compañero.
Musa la empujó de nuevo y ella se agachó para seguir a NB.
NB la asió por los hombros y la mantuvo a distancia.
—Te va a matar —siseó—. Te va a matar, ¿entiendes lo que te digo?
Bet se tambaleó y se aferró a él. NB no tuvo más remedio que llevarla a la cama y meterse con ella entre las sábanas, abrazándola con la ropa puesta y todo.
—Yo sé cómo manejarlo —le dijo ella en el oído con la voz más baja que pudo. Pero no lo sabía en realidad. Nunca se sabía. Fitch podía haber puesto un micrófono en la almohada. Ella le pasó una pierna alrededor del cuerpo hasta que los dos se acomodaron. Era la única forma de dormir dos en una litera. Le dolía la espalda. Le ardía la cabeza—. Conozco estas tonterías —dijo esperando que esta vez Fitch la oyera—. No es nuevo para mí. Shhh, tal vez nos hayan puesto micrófonos. —Se movió para acercarse a él, despacio, pensando que tal vez él también tenía el cuerpo dolorido y eso era algo que podía molestarle. Pero no parecía lastimado, tampoco parecía interesado, al menos en ese sentido. La besó en la cara y le hizo el amor de esa manera, muy suavemente, con sumo cuidado. Ni siquiera era sexo del todo, pero a ella le gustó.
Le gustó y se dio cuenta de que estaba preocupada por él como no lo había estado nunca por nadie. Había conocido hombres. Hacía conocido gente que moría y compañeros de cama que morían, como Teo, a veces de una forma horrible. Pero ninguno de los que había perdido había muerto por su culpa y ninguno de ellos había tenido que arriesgar lo que NB estaba arriesgando por ella.
Dormitó lo que parecieron apenas unos minutos y luego sonó el timbre de la mañana. Tenía que moverse, cambiarse de ropa y aguantar que le vieran la cara y oír murmullos a su espalda.
También tendría que enfrentarse a NB y Musa, con las luces encendidas.
—Mal, ¿eh? —les preguntó.
Musa hizo una mueca y meneó la cabeza, y NB dijo:
—Hijo de puta.
También tuvo que enfrentarse a Hughes, a Presley y a Gibbs, que la miraron con furia y se le rieron en la cara.
—Oye, Yeager —dijo Hughes—. ¿Tu hombre te estuvo pegando?
—Claro que no —chilló ella—. Fue Fitch. Quería que le besara las botas. ¿Qué fue lo que quiso que le besaras tú?
Se hizo un silencio absoluto en los dormitorios. Miradas.
—Tienes una bocaza tan grande como el mundo, perra.
—Tú eres todo boca, imbécil. Tú dejaste las drogas en mi litera. O fue uno de tus amigotes. Mira qué raro, y yo que había pensado que te olía cuando entré.
Silencio mortal.
—Ya vas a recibir lo tuyo, perra.
—Sí, por la espalda. Como con NB. Lo intentaste de frente en las duchas y te golpeaste la cabeza, ¿recuerdas? Un imbécil que se dedica a resbalarse en el baño. Que irrumpe en duchas ajenas... ¿Eso es lo único que te excita?
Un corte muy feo en la frente de Hughes y un ojo que se le estaba poniendo negro no le daban muy buen aspecto.
Algunos caminaban a su alrededor, hacia las duchas, tratando de ignorar los gritos.
Pero uno de los que miraban era Gabe McKenzie, que empujó a los del otro grupo y se paró junto a ella. NB y Musa estaban con las manos en los bolsillos.
El otro era Gypsy Muller, que caminó lentamente hasta el centro del dormitorio y dijo:
—Tú eres quien recibió lo que mereces, Hughes. Que te aproveche.
Después llegaron Park y Figi, quienes se pusieron junto a McKenzie. Después Meech y Rossi, Mon y Zilner, los amigos de Gypsy y luego... ¡Dios! una de las mujeres era Kate Williams, de Cargas, que se plantó al frente del grupo con los brazos cruzados.
Nadie se movió, hasta que Hughes murmuró entre dientes:
—Hijos de puta. —Empujó a sus dos compañeros y se fue.
—No sabes cuánto me alegro de que te vayas —comentó McKenzie.
Ésos no eran los planes de Fitch. De eso no cabía duda.
Había caras nuevas en el dormitorio. Freeman, Walden, Battista y Slovak, de Ingeniería, de principal. También Weider y Keene. Bet los reconoció entre el tumulto. Vio que todos la miraban a ella y a sus amigos. A McKenzie y a los suyos. Todo estaba silencioso, tan en silencio que se podía oír el rumor de la nave.
—Lo lamento —dijo ella a todos en general—. De veras lo lamento. Odio las peleas.
Fue como si el dormitorio entero se relajara. La gente empezó a movilizarse. Vieron que era tarde y que la línea de duchas no estaba completa.
—Gracias —dijo ella a algunos en particular, y después descubrió que temblaba. Levemente pero temblaba—. ¡Mierda!
—Ya era hora de que nos libráramos de ese maldito —dijo Park. Eran malas noticias para alguien que descubre que la gente de su turno piensa así de él. Hughes tenía que darse cuenta. No era tonto, al menos no tan tonto.
—¡Qué desastre! —dijo McKenzie, mirándola. Ella se puso una mano en la mejilla hinchada, que no le dejaba abrir bien los ojos.
—Sí —dijo, y supuso que él se refería a su cara. Durante un segundo se sintió serena, sobria... y asustada. El desastre en el que estaba pensando no era el de su cara precisamente.
—Lo más seguro es que haya ido a ver a Fitch —dijo Musa—. No creo que se quede ni a desayunar.
No podían estar en medio del dormitorio y gritar cosas así sobre los oficiales. Las reglas tenían un nombre para ese tipo de actividad y nadie quería que lo señalaran como líder. Pero ella deseaba que lo que había dicho se supiera, y había suficiente gente en el círculo como para asegurarse de que las noticias llegarían al último rincón y rápido.
—Si tienen micrófonos en los dormitorios —dijo ella, mirando la cubierta y murmurando—, él ya lo debe saber.
Los demás no lo habían pensado. No lo esperaban. Había tradiciones y había derechos, e incluso contra toda evidencia, la tripulación no había pensado en eso..., ni siquiera Musa, y eso que era muy astuto en esas cosas.
—Tengo algo que decir —añadió—, pero no es el lugar ni el momento.
Después de las duchas, en rec, en la cola del desayuno, que se movía con rapidez y donde el ruido hacía que fuera mucho más difícil captar una conversación específica, se acercó a NB y Musa y les dijo:
—Escuchad. Escuchad que no hay mucho tiempo. Hughes no tiene nada que ver con lo que pasó anoche. Tal vez podría haber sido el centro. Pero ahora lo es Fitch. Y creo que él está intentando provocar a alguien más, aparte de nosotros.
—¿Bernie? —Musa no era lento.
—Creo que sí. Quiere que uno de nosotros estalle; NB, ¿me oyes? Yo acorralé a Hughes con algo de su propia mierda y anoche acorralé a Fitch. Ahora él me está acorralando a mí. Tratando de hacerme caer en una trampa, como hizo contigo. ¿Qué pasó anoche?
NB dudó un segundo, como si le costara hablar. Musa respondió:
—Nos llamó para interrogarnos. Nos dejó sentados en Ops alrededor de dos horas. Nos hizo preguntas, —¿A los dos a la vez? —Bet esperaba que hubiera sido así. Que Fitch no hubiera presionado todo lo que podía.
NB asintió. Musa también, y ella respiró más tranquila.
—¡Así que soy yo la que tiene que estallar! —exclamó ella—. Él no piensa ponerte la mano encima, en realidad quiere que pierdas el control por mí y cometas alguna estupidez. Así, tal vez, también Bernie cometa un error.
Los ojos de Musa se iluminaron de pronto por esa idea. NB contestó con voz grave y desgarrada:
—Te va a meter en ese almacén, Bet, eso es lo que pasará...
Ella sintió frío. Se quedó helada en su sitio. En ese momento supo que McKenzie y Williams, que estaban al principio y final de la cola, tenían que estar oyéndolo todo, incluso sin que hubiera otro micrófono.
—Ya lo sé. Lo tengo bien claro. Pero no tenemos otra alternativa. Fitch no nos va a dar ninguna oportunidad, así que hay que mantener la calma. Puede arrestarnos, a cualquiera de los tres. Puede preparar algo como lo de la droga, y eso significa presionar a Bernie, ¿me oís? Los tíos como nosotros no importan allí arriba. Ni tú ni yo pasamos por la mente de Fitch ni una vez al mes. La guerra de Fitch es con Bernie, no sé nada más, pero eso está claro. Algunos de los de la tripulación de alterno, en el puente, deben de ser gente transferida, como Bernie. Gente que no quiere saber nada de Fitch. Los otros deben de ser los protegidos de Fitch. Y lo mismo pasa en las cubiertas. Lindy Hughes está apunto de irse de este turno, ahora; pero si Fitch no tiene aliados aquí, encontrará a alguien que pueda asustar o comprar. ¿No os parece?
No contestaron. Pensaban. Williams se tomó su galleta y su té y les llegó el turno de tragar algo y tratar de armar las piezas dispersas del rompecabezas.
—Está arruinando el funcionamiento de Ingeniería —explicó Musa—, está sacando a la gente de su turno, molestando a Bernie en sus operaciones y forzando transferencias, pero no nos toca a nosotros. La gente está loca, la cosa está que arde y no hay válvulas para aflojar la tensión.
—Tenemos que ser amables con ellos —dijo Bet, y se tomó un gran trago de té para bajar el desayuno, pero el té caliente le lastimó el labio. Empujó a NB con el codo—. Tenemos que ser especialmente amables. Incluso si se ponen pesados. Los estamos metiendo en algo espeso, muy denso, y tenemos que facilitarnos las cosas al máximo.
—Están hasta la coronilla —dijo Musa—, y tal vez estén furiosos, pero no son tontos. Tienen contactos con principal. Tengo que hablar con Freeman.
NB asintió, más tranquilo. Se había metido la galleta en el bolsillo y solamente tomaba té. Tiene el estómago revuelto —pensó ella— está sin apetito; pero estaba allí, seguía las ideas con la mente, eso por descontado. Confiaba en él a pesar de que veía que le temblaban las manos.
—Tengo dos preguntas rápidas —dijo Bet—. ¿Dónde está Orsini ahora? ¿Dónde estaba el capitán anoche?
—Buena pregunta —dijo Musa después de pensarlo.
—¿Qué cono hace Wolfe en esta nave? ¿O es que Fitch es el dueño de todo?
Era una pregunta que asustaba, que podía tomarse como parte de una acusación de motín. Y Bet pensó en la posibilidad de que sus palabras cruzaran el límite de ese círculo de tres.
—No es un activista —dijo Musa con la voz tan baja como pudo.
—¡Mierda! —dijo ella, con asco e irritada. ¡Dios! Tenía nostalgia por el África. Tal vez podía decirse que Porey era un hijo de puta y un perro, pero no había ninguna duda de quién estaba al mando.
Daba miedo pensar lo que estaría pasando en el mando de la Loki, y trató de relacionarlo con el hombre sutil pero frío que había conocido una vez en aquella oficina de la estación.
Ese hombre no era ningún estúpido. No parecía dispuesto a esconderse en su cabina. Era ese tipo de hombre capaz de dispararle a cualquiera a sangre fría.
Era un buen capitán, sí. Tenía que serlo para poder mantener entera una nave como la Loki durante los años de la Guerra. Pero una no sabía por qué bandos había apostado, ni cuántas veces. Ni siquiera a qué bando pretendía apoyar ahora.
Capitán de una nave fantasma, fantasma sin duda alguna. A Bet no le gustaba nada.
Era realmente extraño no ser los únicos que se dirigían a Ingeniería. Freeman, Walden, Battista y el resto fueron hacia el anillo en dirección opuesta a la acostumbrada y firmaron con Ely y su tripulación al mando de Smith... Liu estaba seria, como preocupada, y contestaba con palabras breves y en voz baja. Smith estaba un poco triste, se notaba por el gesto de su boca después de hablar con Bernstein, como hacía todas las mañanas.
Bernstein los vio llegar y se acercó furioso, incluso antes de ver los daños de cerca.
—¡Mierda! —exclamó.
—Estuve discutiendo con una pared —dijo Bet—. ¿Puedo hablar con usted, señor, en privado?
—Cinco minutos —dijo Bernstein, y acto seguido fue con Smith a arreglar algo, mientras los demás se acomodaban y Musa se llevaba a Freeman, Battista y los otros transferidos hacia el rincón. Habría conversaciones rápidas y tensas allí abajo.
NB le puso la mano en el hombro y lo apretó con dulzura.
—No se te ocurra hacer estupideces —le advirtió Bet—. ¿Me oyes?
El era capaz de entrar en la oficina de Fitch y matarlo. Bet ya pensaba hacerlo si la cosa llegaba al punto de que la encerrara en un almacén sin trank. Había que acabar con el problema principal y dejar la nave en manos de Orsini. Por lo menos, Orsini les daba a todos una oportunidad.
Se podía pensar así cuando una sabía que, de cualquier forma, estaba sentenciada.
—¿Me oyes? —insistió Bet.
Él asintió, hizo un ruidito forzado que parecía un «sí», como si estuviera tan asustado que no pudiera decir nada y no supiera cómo hablar con la gente sin llegar a enloquecer.
—Es trabajo de equipo —le dijo. Él respiró hondo y asintió como si realmente se lo creyera. Cogió la planilla de datos y se fue a hacer su trabajo solo. Como siempre.
—Señor —dijo Bet cuando Bernstein volvió con ella. Se metieron en el rincón—, ¿Fitch tiene algún problema con usted?
No era lo que Bernstein había esperado oír. Era impertinente y tal vez no fuera una información que quisiera compartir con el primero que le preguntara.
—¿Dio señales de algo por el estilo?
—Tengo esa sensación.
—¿Qué pasó? —preguntó Bernstein.
—Me hizo quedar de pie, me preguntó sobre las drogas, me golpeó un buen rato y al final dejó que me fuera. Pero tengo la sensación de que no ha terminado, y de que no tenía nada que ver con Hughes. Tengo la impresión —agregó casi con un suspiro tenso— de que está decidido a ir contra este turno, y no es por NB... No le pido que me informe, pero quiero decirle que eso es lo que pensamos y que estamos preparados. Y algo más, señor: no es un secreto en los dormitorios. Se sabe lo que pasó anoche y hay muchos que no quieren a Hughes y a otros muchos no les gusta el señor Fitch, señor. Con su permiso, señor, pero muchos no creen que lo que pasa en este turno sea justo y sienten que están abusando de esta tripulación.
Bernstein apoyó las manos en su cinturón, miró la cubierta un momento y después la miró a ella.
—¿Y Fitch la rescató?
—Sí, señor. —Ella se sentía cada vez más acorralada; se preguntaba si debía explicar más o si eso empeoraría las cosas—. Me arrestaron con un cargo. Luego buscaron y encontraron a ese tipo...
Se dio cuenta de que Bernstein no le estaba prestando atención. No le importaban ni sus antecedentes ni el asesinato. Lo que le preocupaba realmente era la conexión con Fitch y la cuestión de para quién trabajaba ella, ahora que estaba tan metida en el asunto y tan cerca de él. Se calló y esperó a que él lo pensara.
—Mejor será que ahora sea inteligente —dijo Bernstein—. Muy inteligente. ¡Quiero la verdad! ¿Usted es de Mallory?
Eso la hirió tanto que le pareció que se le venía el mundo encima.
—No, señor.
—Orsini tenía esa idea.
Iba a temblar de nuevo, pero trató de no demostrarlo, y de contenerse para que no le temblara la voz.
—¿Esta nave tiene problemas con Mallory? —preguntó ella.
—Orsini se lo preguntaba. Nada más... Con que milicia en Pan—paris, ¿eh?
—Sí, señor.
—¿Me está mintiendo, Yeager?
—No, señor. —Mientras le corría el sudor por el pecho y el aire le parecía muy caliente y muy frío al mismo tiempo—. Hice muchas cosas, y las costumbres no se olvidan.
—Yo creo que me está engañando.
Lo observó desesperada. Pensaba que ya no había posibilidad de volver atrás desde el punto en que estaba. Con esa pregunta ya no se podía retroceder. Si él desconfiaba de ella, era la muerte. Así de simple.
—África —dijo entonces, con la boca muy seca—. África, señor. Me separé de mi nave en Pell. La miró.
—¿Tripulación?
—Tropa.
El silencio se quedó suspendido en el aire.
—No tengo nada contra esta nave, señor —le dijo—. Es verdad. Lo único que quería era salir de las estaciones. —Hubo otro silencio, todavía más largo—. Le doy todo lo que tengo, señor. Usted es un buen oficial. Me ha preguntado y le he contestado. Es lo único que puedo hacer, señor.
—¿Alguien más lo sabe?
—No, señor.
Bernstein se frotó la nuca de nuevo. Meneó la cabeza. Después la miró de reojo.
—¿Obedece las órdenes?
—Sí, señor. Las suyas.
—¿Golpeó a Fitch?
—No, solamente lo asusté, lo irrité, señor, porque pensaba que me iba a dejar marcas. Es la única defensa que tengo, señor, que la gente sepa lo que hace ese hombre, es lo único que se me ocurrió. Tal vez, hacer que se redacte un informe sobre su forma de comportarse. No sé si fue una actitud inteligente.
—Muy inteligente —dijo Bernstein—. Hasta ahora. De ahora en adelante... Mierda, tiene que tener cuidado, Yeager, ¡mucho cuidado!
Bet respiró hondo.
—Sí, señor. Eso lo tengo bien claro, como todos. Pero hay otros que nos apoyan en el asunto de Hughes, como McKenzie y su grupo, Williams, Gypsy Muller y sus amigos. Nadie está a favor de Hughes ahora. No en los dormitorios. Eso hemos ganado, señor.
Bernstein digirió esa novedad sólo durante un segundo. Después:
—¿Fue a la enfermería?
—No, señor.
—Vaya inmediatamente.
—Puedo...
—Ha de llevar la documentación necesaria.
—Sí, señor. —De pronto lo comprendía—. ¿Pero qué les digo?
—Que la puerta del armario de NB la pilló. Que Musa y Freeman vayan con usted. Quiero testigos.
—Musa... —protestó.
—NB está de guardia, y no puede ir a ninguna parte. No quiero que usted se quede por el camino.
—Sí, señor —dijo en voz baja—. Gracias, señor.
Pero por dentro tenía miedo. Miedo de ir con los meds, y dejar a NB a cargo de la situación. Pensó en montones de cosas que podían salir mal y dispararse de pronto, y sintió ese tipo de inquietud supersticiosa que le sobrecogía antes de dar un salto. Si se dejan las cosas sin acabar, después se vuelven contra una misma. Te vienen problemas que ni siquiera hubieras soñado.
Casi siempre el destino era lo que podía acabar contigo. Y si dejabas un hilo sin atar, estabas perdida.
Se detuvo como si fuera una cobarde y miró a Bernstein. Quería... Dios sabía que lo que quería era preguntarle qué pensaba, que la consolara. Pero eso no era lo más importante. Si Bernstein decidía que no confiaba en ella, eso no iba a ser lo peor que podía pasarle.
Lo peor era lo irracional. Ese tipo de cosas que iban mal justamente porque confiabas en ellas y entonces... la muerte.
—Señor..., lo que le dije de mí..., no creo que a NB le gustara, si se enterase.
—Yo tampoco lo creo —dijo Bernie.
20
Pasaron junto a los depósitos, alrededor de la gran curva, hacia la zona de rec, donde ya estaban sirviendo el desayuno de alterno, y los de principal tomaban sus cervezas nocturnas.
—No te detengas —dijo Musa cuando entraron.
Y con razón, pensó Bet, consciente de la expresión de su cara y de la razón por la que la miraban. ¡Dios!, estaba Liu—la—perra, con Pearce, el hombre más importante de Sistemas, los compañeros de Freeman del día anterior. Liu y Pearce la miraron. Musa hizo un gesto y siguió hacia adelante. Freeman miró, claro. Tenía que mirar. Era un hombre que se veía obligado a caminar junto a sus compañeros sin detenerse y tenía que perderse las cervezas y la charla, el compartir la cama y las diversiones y todo lo demás que la situación había creado de la mano de Ingeniería principal.
Era como si te secuestraran y te violaran. Claro que ni Liu ni Pearce parecían felices cuando Musa y ella pasaron por allí, por órdenes de Bernstein.
No era una tripulación feliz la de rec. No eran miradas felices las que los seguían. Principal estaba perturbado, Ingeniería era, con diferencia, el grupo más importante en las cubiertas, y si habían transferido a compañeros, si el señor Smith no estaba contento y el señor Fitch estaba furioso, entonces no serían una tripulación precisamente feliz durante bastante tiempo.
Freeman, ¡pobre hombre! Los miraba como si sufriera un poco y Bet deseó poder decirle que lo lamentaba, pero no pensaba que Freeman quisiera escucharla, sobre todo no de labios de ella.
—La puerta del armario, ¿eh?
—Sí, señora —le dijo a Fletcher mientras Musa y Freeman esperaban fuera. Estaba sentada desnuda sobre la camilla, dejando que la luz de Fletcher le deslumbrara en los ojos mientras buscaba sangre en los oídos.
—No hay contusión, creo —murmuró Bet, que quería que terminara el examen y la dejaran vestirse de nuevo. El consultorio estaba frío y las manos de Fletcher le parecían todavía más gélidas—. Una vez tuve una contusión. Pero no es el caso.
—Parece que tiene razón —dijo Fletcher, apagando la luz y apartando el aparato hacia otro lado. Le puso una mano en el hombro para mantenerla firme.
Le examinó la espalda. Bet se enderezó y se tragó un ¡mierda! porque casi se le sale el desayuno de la sorpresa.
—Está bien, ¿verdad?
—¡Estaba frío! —dijo ella con los nervios de punta. Fletcher corrió el aparato por toda la espalda.
—Debería haber venido anoche —dijo—. Supongo que fue entonces cuando ocurrió.
—Sí, señora. —A Bet le parecía que los ojos se le saltaban de las órbitas. Le faltaba el aire—. Sí, es cierto. Se iba a desmayar.
—Así que se acostó así. ¿Con quién?
—Solamente me acosté.
—¿Sola? —Unos dedos le examinaron los puntos dolorosos—. Mierda, no podía haber venido directamente, claro. Tenía que esperar, y llamarme ahora, cuando estaba en mi tiempo de rec.
—Lo lamento.
—Debe lamentarlo, se lo aseguro. —Fletcher fue al armarito, miró las imágenes del escáner de nuevo, anotó algo y trazó unas líneas que Bet no entendía. Después empezó a buscar en los estantes, intentando encontrar algo. Era buena señal. Quería decir que había una pastilla que podía arreglar las cosas.
—Debió ser justo después de verla anoche —dijo Fletcher.
—Sí, señora.
—¿Cuándo?
Bet desconfiaba de ese tipo de preguntas. Bernie lo llamaba Documentación. Todo era una porquería, incluso lo que ella contó acerca de la historia sobre Fitch. Eso era lo que constaba en los papeles y Bet quería bajarse de la camilla. Quería poner los pies en el suelo y quitarse ese peso de encima. Pero sobre todo, quería estar con Musa, afuera, y volver a Ingeniería. Si alguien llamaba a Bernstein al puente o algún otro lado, seguro que NB se quedaría solo ante media docena de hombres transferidos y furiosos.
Fletcher encontró lo que buscaba y sacó una jeringa. La llenó.
—No necesito una inyección —dijo Bet. Pensó en Fitch, en que tal vez Fletcher quería terminar con ella, que tal vez trabajara para Fitch...
Entrabas en una nave y ya estabas en manos de sus meds, como si de Dios se tratara. Tenía que ir a enfermería para una revisión de rutina y ni siquiera Bernstein podía impedir que Fletcher le administrara esa inyección...
Y Fletcher lo sabía, no cabía duda de eso.
—Yo soy la que prescribe aquí, señora Yeager. Y eso quiere decir que usted es la que obedece las órdenes. No debe ir al núcleo en las próximas dos semanas. Ni limpiar la cubierta. Ni inclinarse en el trabajo. Ni levantar pesos. Es una orden. Voy a apuntarla en la lista.
Dicho esto, la pinchó en el hombro y en tres lugares más, muy dolorosos en la espalda, y le dijo, mientras ella hacía un esfuerzo por no vomitar, que iba a ingresarla en enfermería durante cuarenta y ocho horas.
—Tengo cosas que hacer.
—Lo que tiene, señora Yeager, es una espalda resentida, eso sin mencionar los golpes.
—Señora, tengo órdenes que cumplir. Puedo estar en mi puesto, en los tableros, sentada. El departamento no tiene personal y ha venido gente nueva para el turno...
Fletcher se giró y buscó en el armario de las drogas.
¡Dios mío!, a lo mejor realmente estaba con Fitch.
—Doctora Fletcher, se lo juro. No necesito estar en enfermería... Por favor, por favor, mire, me puedo sentar bien, y no pienso caminar demasiado.
Fletcher desenvolvió un paquete y anotó algo.
—De acuerdo, haré un trato con usted. No haga ninguna de las cosas que le he prohibido. No utilice los brazos. Siéntese, vigile y punto. O la encierro aquí, le doy un tranquilizante y la hago descansar como sea.
—Sí, señora —dijo ella.
La documentación, al infierno. Por Dios, Bernie. ¿ Qué me estas haciendo?
Puede pasar cualquier cosa si me encierran en enfermería. Mierda. NB está solo allá abajo con esos tipos, y en los dormitorios lo único que faltaría es que alguien distrajera a Musa, que volviera la cabeza y perdiera de vista medio minuto a NB, estando cerca de Hughes y sus amigos.
En las duchas o algún lugar parecido...
—Su test de drogas ha dado negativo —dijo Fletcher dándole dos pastillas y una taza de agua. Se las tomó. La doctora agregó como de pasada—: Ahora la prueba daría positivo. ¿Me entiende?
La miró un momento, con los ojos muy abiertos, repasando la conversación y tratando de entender si lo que le decía Fletcher era una forma de salvarla o de hundirla...
Ahora no podría hacerle una prueba antidoping legal, en caso de que se le ocurriera intentarlo de nuevo.
—¿Se siente lo suficientemente fuerte para caminar?
—Sí, señora. —Bet se levantó como pudo de la camilla, decidida a parecer fuerte, y empezó a ponerse la ropa con rapidez. Lo que le había dado la doctora estaba empezando a hacerla sudar y tenía miedo de que Fletcher tomara eso como excusa y la retuviera en enfermería por más tiempo.
Lo único que quiero es salir de aquí... rápido...
El escáner, la lectura del escáner. Las inyecciones. Las pastillas. Cuanto más tiempo llevara todo eso, más tiempo estaría Musa de pie en el pasillo.
Y eso significaría más tiempo sin poder ayudar a Bernie y NB.
Fletcher le dio un papel y dos paquetes de pastillas.
—No se meta en problemas —dijo—. Siga mis indicaciones. Aquí tiene una orden escrita que la exime de realizar ciertas tareas. Llévela con usted. Llámeme si le duele más. Y ¡por Dios! no lo pase por alto.
—Sí, señora.
—Uno de esos paquetes es para NB. No vino a buscarlo a enfermería. Asegúrese, de que lo va a tomar, ¿me oye?
Fletcher estaba con ellos; se dio cuenta de pronto. Sabía lo que estaba haciendo Fletcher con esos papeles y esas inyecciones. Y por qué NB no podía ser un buen blanco para un intento de acusación de drogas.
—Sí, doctora —dijo.
Fletcher no contestó. Solamente le hizo un gesto como para despedirse con la mano y siguió escribiendo.
—Váyase. Sea inteligente y no pierda la cabeza. Tenía razón —pensó Bet y se fue, con la cabeza más aliviada, hacia el pasillo, al encuentro de Musa y Freeman.
Pero Musa y Freeman no estaban solos. También estaba Liu.
Bet se detuvo estupefacta, a punto de perder el equilibrio. Pensaba, ¡Ay, madre mía!
—¿Todo bien? —preguntó Musa.
—Me ha dado unas pastillas —dijo, aferrando los paquetes y el papel que le había dado Fletcher mientras el pasillo parecía flotar ante sus ojos y la cabeza se le
iba. Liu, que era oficial de principal, la miró de arriba abajo y le dijo como si acabara de pensarlo:
—Es lo máximo que podemos hacer.
Secretos. El pasillo cambió y se enderezó ante la cara consumida de Liu. Musa cogió a Bet por el brazo y la llevó hacia la cocina.
—¿Qué pasa? —preguntó ésta.
—Nada, nada —dijo Musa, y la dejó marcharse por las escaleras en el lugar donde el pasillo se hacía más angosto, a través del cilindro de la cocina hacia la zona de rec caminando despacio.
Liu fue detrás de ellos hasta ahí. Entonces se apartó hacia el mostrador de la cocina y Freeman se quedó con ella un segundo. Después los volvió a alcanzar.
El lugar olía a cerveza. Los dormitorios tenían otra vez el vídeo encendido, podía llegar a entender las palabras leyendo en los labios. Podría haber sido el rec de alterno, donde esperaba ver a McKenzie, a Gypsy y al resto, pero eran otras caras. Eran los que llegaban de mañana y se iban de noche, que llenaban las camas durante el tiempo del día alterno. Estaban de pie, mirando, y no conversaban entre ellos. Había una quietud inquietante.
Tal vez era la maldita pastilla de Fletcher que le hacía ver todo tan extraño, tan peligroso y antinatural. O las inyecciones, que todavía le dolían, la descomponían y la asustaban.
Tal vez todos la estaban mirando a ella y a los suyos, ya que el rumor había llegado a principal. El rumor de que había una tonta que había provocado a Fitch y causado todo el problema.
No estaba navegando bien cuando llegó a Ingeniería. Miró por todos lados porque quería localizar a NB, asegurarse de que estaba a salvo y de que la guerra no había estallado todavía. Entonces murmuró:
—Tengo que sentarme, señor.
Después de que Bernstein le preguntara lo que le había dicho Fletcher. Las cosas se le confundían un poco pero al menos oía las voces y los ecos de las cosas.
—Creo que no me encuentro bien —dijo, sin fuerzas, sin miedo, ya que no podía sentir. Ahora estaba segura de que la habían drogado y por eso ya no sufría dolores ni siquiera en la espalda. Podría haberse puesto a trabajar, podría haber hecho cualquier cosa, incluso flotar a través de la sección, pero vino el tonto de Bernie y le llamó la atención con una mano en el hombro y le preguntó si quería almorzar...
... es decir, tomar esa tacita de té con bollos que traían los de Servicios, y que le parecía tan apetitosa como masticar goma de pegar. Generalmente no probaba bocado, pero Bernie dijo que le iba a sentar bien comer. Bet no recordaba dónde estaban sus instintos normales frente a la gente que quería manejar su vida, así que aceptó.
No había duda, estaba drogada. Se quedó sentada allí, con el asiento echado un poco hacia atrás, mirando y escuchando con una placidez total, oyendo cómo la gente hablaba de ella a su alrededor.
Y por fin, después de comer, las voces empezaron a aclarársele, y los tableros parecieron ponerse en foco.
Tenía que tranquilizarse. Se daba cuenta de que no se encontraba bien y se quedó ahí, sentada, mientras pudo. En cuanto la incomodidad fue mayor que el mareo, entonces se levantó y caminó.
Alguien la tomó por la cintura. Era NB. Ella le miró, parpadeando y dijo:
—Tengo unas pastillas para ti. Me las dio la doctora...
Hacia la media tarde, se sentía de lo más avergonzada, ahora que tenía la mente fría de nuevo. Se dio cuenta de pronto de que estaba sentada en la estación tres de Ingeniería y de que la gente hablaba a su alrededor. Uno era Freeman; otro, Musa, y el otro, Bernstein.
—¿Despierta? —dijo Bernstein.
—Sí, señor. —Bet buscó el brazo de su asiento y se levantó, un poco mareada todavía, mientras trataba de recordar por qué estaba allí. Todo ese día era un blanco total. Simplemente, no había existido. Y Bernstein no la había sacado de la guardia, sólo la había dejado dormir en la silla.
—Mierda —murmuró ella—. Espero no haber insultado a nadie.
Bernstein arqueó una ceja y le sonrió. Parecía de buen humor. ¡Por Dios! Después de todo lo que ella le había dicho, después de todo lo que había pasado. Se reclinó contra el asiento y miró a los demás: a Walden, a Slovak y a Keane, juntos. También vio a NB en la estación uno, entero.
No había tomado las pastillas de Fletcher.
—Ha sido un día tranquilo —dijo Bernstein, y miró a Freeman—. ¿Por qué no se va al rec más temprano?
Tal vez Bet estaba drogada, pero no era tonta. Se quedó de pie, aferrada al respaldo de la silla, con un poco de dolor en la espalda, con una sensación de estar envuelta en algodón, sobre todo en las piernas que parecían sugerirle que no era el momento de una caminata larga. Pensó que no era por cuestión de simples prioridades confundidas que Bernstein dejaba que una mujer drogada del África se quedara frente a los tableros, todo el día, y prefería enviar a un hombre sano de Sistemas a los dormitorios.
Había rumores, charlas entre Ingeniería de alterno y el equipo de Liu, en un nivel y en el otro. Musa se había acercado a él, y Freeman volvió temprano. No parecía que hubiera alborotos en el bar durante el cambio de turno, y Bernstein no estaba enojado con nadie. Siempre se daba cuenta si él se enfadaba, y ese día no parecía que fuera a ser así.
Las cosas no estaban aconteciendo como Fitch se imaginaba. La situación era delicada. Fitch dormía todo el día. Cuando se levantara y descubriera el estado de cosas, no se iba a sentir muy feliz.
Ellos se irían a dormir y Fitch se quedaría despierto pensando en cómo arreglarlo todo a su manera.
Era una guerra muy especial y asquerosa, pensó, y se quedó ahí mirando cómo Freeman firmaba para retirarse y volver a los dormitorios, donde tendría tiempo para desayunar con sus compañeros.
—¿Le duele algo? —le preguntó Bernstein, como si ella estuviera a buenas con él, como si todo fuera bien.
—No mucho —contestó lentamente, pensando que algo andaría tramando. Pero Bernstein no iba a soltar prenda, y ella no pensaba arruinarlo todo con preguntas, claro que no.
Se sentó de nuevo, sin molestar a nadie, sólo ejecutó las simulaciones y miró las luces de colores. Todavía estaba un poco ida, no había recuperado del todo el sentido común. Y por otro lado creía que debería estar más asustada de lo que estaba.
No estaba demasiado mal para el rec, pero sí lo suficientemente bien para tomarse una cerveza o 3os, y sentarse con los nuevos en el banco, con NB y Musa,
McKenzie, Park y Figi; NB tampoco se encontraba mal, un poco afectado por el trank plácido gracias a las pastillas de Fletcher.
Fletcher había confeccionado un informe oficial sobre la espalda de Bet. Con eso justificaba la dosis que le había dado, no importaba que no le hubiera dolido hasta que Fitch se la tocó y que Fletcher le hubiera administrado distintos medicamentos. Así se aseguraba de que no había ninguna prueba que pudiera demostrar nada: ni drogas ni ninguna otra cosa. Ni en ella, ni en NB...
NB daba lástima, así, tan abatido, sentado en el banco entre ella y Figi, recostado contra la pared. Los ojos con las pupilas muy dilatadas y ese tipo de mirada ausente en la cara, como si se hubiera ido del todo y la gente pudiera hacer lo que quisiera con él, como si a él no fuera a molestarle nada.
—¿Estás bien? —le preguntó Bet, y él murmuró que sí, tomando otro traguito de cerveza.
En esas condiciones eso no era importante. Bet estaba tomando los tragos de él, ya que no se podía conseguir nada de alcohol, excepto esos tragos ligeros y la cerveza. Probablemente NB no lo notaba. No parecía ser de los que solían beber.
Se quedaron sentados, charlando. La gente se acercó a saludar a Freeman y a sus compañeros para darles la bienvenida y a decir qué bien está NB...
Meech, el hijo de puta, incluso se acercó y sacudió el hombro de NB con un:
—Jamás lo vi tan simpático!
Y NB, que era perfectamente consciente de lo que pasaba, pudo haberse enojado, pero lo tomó con una mirada de sorpresa.
Nunca se debe confiar en una receta que tiene una sola pastilla.
—¿Está bien? —preguntó Gypsy.
—Fletcher le dio un calmante —dijo Musa—. Receta.
Ni Hughes ni ese par de hijos de puta aparecieron por ninguna parte desde la cena. Tal vez estaban viendo el vídeo. No era tan fácil hacer un cambio de turno cuando toda la tripulación tec de alterno de la nave pedía ese cambio al mismo tiempo. Eso era lo que decía Musa... los tees del puente estaban acostumbrados a sus operadores y viceversa. Principal tenía mayor rango que alterno. Los operadores de principal no aceptarían a Hughes y compañía y no iban a cambiar de turno con alterno solamente porque Lindy Hughes les hiciera un truco sucio.
Así que Lindy Hughes estaba por ahí, muy callado esta tarde. Era sorprendente lo agradables que estaban todos los demás: gente como Liu, Freeman y todos ellos, aunque tenían razones para estar furiosos, se les veía tan amables que hasta resultaban empalagosos.
No hacía falta mucha inteligencia para darse cuenta de que habían atacado y provocado a alterno y los oficiales habían salido corriendo hacia los dormitorios detrás de lo que iba a ser una trampa, gracias a la palabra de algún soplón.
Habían zurrado a alguien a quien no podían probarle nada.
Eso, según la humilde opinión de las cubiertas, era ir demasiado lejos.
A hora no me atrevo a decir lo que es ilegal y lo que no, lo había oído por la línea de Musa, pero sí digo que si alguien cree que puede provocarnos o si cualquiera de nosotros se decide a ser firme en eso, va contra las reglas, pero no somos máquinas en esta nave, no somos cosas a las que se pueda insultar para descargar la adrenalina, y tal vez tengamos que dejarlo claro en la mente de algunos, a los que parece que se les haya olvidado.
De modo que los Liu, los Musa, los McKenzie y los Gypsy Muller de las cubiertas sonreían y les decían a sus compañeros y compañeras que sonrieran también y que fueran amables. Bernie estaba muy amable con Freeman. Según Musa, se inclinó y se acercó para darle la bienvenida. Y compraron cervezas para los demás. La gente deambulaba y era deliberadamente a-ma-ble con los demás.
Era gracioso, empezaban a divertirse realmente y a sentirse bien, como si flotara algo irónico en el aire. Como NB estaba drogado, la gente se acercaba para verlo.
NB estaba muy drogado, así que primero se había sentido sorprendido y ahora se lo estaba pasando realmente bien, especialmente cuando una delegación encabezada por Meech y Rossi le trajo la segunda cerveza, pero Bet no pensaba dejársela tomar. Rossi la puso entre las manos de NB, le avisó con un roce en la cara. Dijo que necesitaba otra cerveza y que un grupo de tees del puente habían decidido comprarle una.
NB miró a Rossi con la boca abierta. Rossi se alejó y finalmente NB empezó a beber del vaso, totalmente sorprendido.
—¡Oye! —dijo ella—. Traguitos cortos, ¿eh?
Bebió un poco, lo suficiente para que no se desmayara ahí mismo. Figi estaba en el otro lado, por si se caía. Figi era una roca, probablemente ni lo notaría.
No podía sentarse en la cubierta de rec. Sólo estar en cuclillas, por si alguien tenía que entrar por una emergencia. Meech, Rossi y otros trajeron dados. Se pusieron en cuclillas y jugaron apostando créditos.
¡Mierda!, incluso se les unieron Freeman y los suyos, hasta que perdieron todo y quedaron en bancarrota. Más tarde, Battista y Keane se fueron hacia las literas o a una fiesta en un almacén, y había tanto ruido en rec que nadie oyó el primer alerta de los oficiales.
El ruido cesó de repente en el momento en el que apareció alguien de la tripulación del puente: un tipo pequeño de tez oscura. Los que estaban en cuclillas se pusieron en pie y le abrieron paso.
—Kusan —dijo Musa entre dientes.
Era el número dos en persona. El capitán de alterno.
Kusan miró a su alrededor, examinó las caras y dijo:
—Yeager.
De pronto, todo estaba en silencio. Sólo se oía el ruido del final de la zona de rec y de los dormitorios, donde estaba el vídeo funcionando.
No había mucho que hacer, así que le dio su cerveza a Musa y levantó el hombro de NB para que no pareciera que estaba tan mal, y mientras se incorporaba, dijo:
—Sí, señor, soy yo.
—Señora Yeager —dijo el número dos, haciendo un gesto para que le siguiera. Y al resto, ordenó—: ¡Sigan con lo que estaban haciendo!
Se quedaron todos callados, excepto NB, que en un brusco estallido preguntó:
—¿Qué pasa? —Y trató de levantarse, pero Musa se lo impidió.
—¡Cállate! —tuvo que decirle, con dureza.
—No pasa nada —dijo Bet.
Ojalá fuera verdad. Era otra vez la guardia de Fitch, el final de la de Orsini.
Esperaba que Musa llamara a Bernstein. Que alguien lo llamara —¡Bet! —gritó NB furioso, con la voz enloquecida. Estaba consiguiendo meterse en problemas. Pero la gente debió de hacerlo callar, y ella tuvo miedo de mirar hacia atrás para comprobarlo.
21
Todavía estaba un tanto mareada cuando caminaba junto a Kusan por los corredores. Demasiada cerveza mezclada con una de las pastillas de Fletcher contra el dolor: una combinación que no le dejaba sentir ningún dolor real, pero eso no significaba que no recordara lo que era el dolor y quién podía causárselo. Aunque no había ninguna regla que impidiera beber y jugar en el rec, sí que la había y bien firme contra la borrachera y el desorden. Así que se estiró un poquito su traje de salto, se pasó los dedos por el cabello y desplegó parcialmente la cinta de seguridad para ver si funcionaba. Como si estuviera de guardia. ¡El olor de la cerveza y la mancha en la rodilla! Bueno, no podía arreglar eso, y probablemente Fitch pensaría en tres o cuatro acusaciones solamente con mirar su aspecto.
Sería como escupir sobre la cubierta principal si a Fitch se le ocurría que ella lo había hecho. La acusaría por borrachera y desorden, lo tenía muy fácil.
Pero Fitch no era el que la esperaba en el puente. Quien la esperaba era Orsini.
—¿Está borracha, Yeager?
—A decir verdad, no estoy sobria, señor. —Estaba medio desconcertada. Había pensado en las cosas de una manera y ahora estaba frente a Orsini. Era tonto si la llamaba a esa hora, ya que podía repetirse lo que había pasado la noche anterior.
Si es que a Orsini le importaba.
Orsini la miró de arriba abajo.
—Pasó gran parte del día en esas condiciones, ¿verdad? ¿Qué es esto? ¿Una acusación moral?
Pero si había sido Fletcher, Fletcher, que era amiga de Bernstein..., ¿o no?
—Sí, señor. Me disculpo, señor.
—Venga —dijo Orsini, y la llevó por los cilindros del puente, más allá de operaciones de principal, más allá del Casco, más allá...
Fitch estaba en el puente, y los miró pasar. No detuvo a Orsini. Bet no sabía si les seguía o no. No oía el ruido que hacen los pies sobre una cubierta en medio del ruido general de la nave, entre el murmullo de miles de ventiladores de refrigeración y circulación y de otra gente que camina en misiones desconocidas. Se quedó con Orsini, preguntándose qué querría, diciéndose a sí misma que todo estaba bien, que Bernstein no había dado señales de enojo, ni de preocupación por lo que ella le había revelado.
Como si a pesar de saber que había algo malo en mí, siguiera de mi parte.
Pero Orsini pensaba que yo era de Mallory.
No miró hacia atrás para ver dónde estaba Fitch. No estaba detrás, ni cerca, pero no había duda de que Fitch sabía adonde iban y a lo mejor estaba esperando el cambio de turno, o sabía que cuando el tiempo de Orsini se terminara, habría llegado el suyo.
Espero que sepa cómo detenerlo, señor Orsini.
Espero por Dios que se preocupe por esto.
Espero que usted y Bernie hayan llegado a un acuerdo sobre lo que pasa.
Orsini pasó junto a su oficina y junto a la de Fitch.
¿Adonde vamos?, pensó ella. Y después: Dios mío.
Se detuvieron frente a una puerta con un cartel que ponía: Wolfe, J. y nada más, igual que la puerta de Fitch y la de Orsini.
Orsini apretó el botón, la puerta se abrió mostrando una oficina con un hombre que estaba en el interior y Orsini exclamó:
—¡Yeager, señor!
Era un lugar lujoso: alfombra, paneles, un gran escritorio negro. El capitán la esperaba: un hombrecito rubio vestido de color caqui, con ojos claros a los que no parecía importarles la excusa del otro para existir, sólo el hecho de que hubiera algo para cruzarse en su camino durante cinco segundos y molestarlo.
La puerta se cerró tras ella. Orsini se iba. Wolfe se acomodó en la silla y cruzó los brazos.
Luego dijo:
—Maquinista, ¿eh?
Bet sentía que todo lo que la rodeaba quedaba muy lejos. Nada parecía tener sentido, excepto en el caso de que lo que le había dicho a Bernie ya lo supieran tanto Orsini como Wolfe. Pensó, entre fuertes latidos: Bernie, ¡mierda! Bueno, tuviste que hacerlo, ¿verdad?
—Trabajé en ese puesto, señor. En la Ernestina.
—¿Rango?
—Sargento mayor Elizabeth A. Yeager, señor. —Y agregó, porque era una tonta y odiaba que la provocaran—: Retirada.
A Wolfe no pareció hacerle gracia. Se quedó sentado mirándola, sin ninguna expresión.
—Estuvo en el África, ¿no es cierto?
—Sí, señor, tiempo atrás. —No había más que decir, evidentemente Bernie lo había dicho todo.
Y pensar que ella había tenido la absurda esperanza de que Bernie no creyera que ella era una amenaza, de que tal vez en la cima del mando de una nave que sacaba reclusos de las cárceles en las estaciones, no importaría mucho quién formara parte de la tripulación.
Pero nunca había pensado en Wolfe.
Qué estupidez, Yeager, qué estupidez. ¿Para quién creen ellos que trabajas si no para Mallory?
Muy obvio, Yeager.
—Usted me mintió —dijo Wolfe.
—No, señor. Lo dije todo tal y como es. Lo único que quería era un lugar en la tripulación y es lo único que sigo queriendo ahora.
Se hizo un largo silencio. El rostro de Wolfe nunca mostraba nada. Ella se quedó de pie allí y se adentró un poco en sí misma. Pensó que de todos modos harían con ella lo que quisieran. Si el comando había decidido mandarla a Pell, a Mallory, o hacerla caminar por el espacio durante una hora, no podría hacer nada al respecto.
Pero ese hombre sí. Wolfe podía ayudarla si quería, si es que lo que pasaba en cubierta realmente le interesaba y si no dejaba que la tripulación sufriera la
guerra privada que había entre Orsini y Fitch y las maniobras de ambos por el poder...
En la Flota había naves así.
—¿Cuándo abandonó su nave?
—Fue en Pell, señor. Cuando la Flota se marchó. Estaba en el muelle. —Agregó sin que nadie se lo preguntara, e insistió, por si Wolfe no lo había oído ni la primera ni la segunda vez—: Esa ya no es mi nave, señor. Mi nave es ésta.
No estaba segura de que Wolfe no estuviera loco. No estaba segura de lo que debía hacer frente a él. Posiblemente nadie era de fiar en la nave, y Wolfe no podía entenderla. Tenía esa clase de mirada dudosa, en esos ojos azules, fríos como el hielo.
Tal vez consintiera en arrojarla de nuevo en manos de Fitch y Orsini y así dejaría que ellos decidieran.
¿Qué cono hace Wolfe en esta nave?, le había preguntado a Musa. Y él le respondió, incómodo: No es un hombre realmente activo.
Quizá se daba cuenta de que no estaba totalmente del todo a salvo, de que si quería suicidarse, podía querer llevárselo con ella.
Pero se quedó sentado allí. Volvió a echar la silla hacia atrás, y la miró un largo rato.
—¿Cuál fue su último contacto con la Flota? Ésa era la pregunta. Ésa era la verdadera cuestión.
—Cuando se me rompió el comunicador en Pell. No hay nada desde entonces. —Bet podía imaginárselo hablando con Fitch: «Descubra lo que sabe esa mujer.» Y contestó con tranquilidad—: Los tripulantes de cubierta no sabían nada, no más que aquí se sabe, señor.
Hubo un largo silencio, y Wolfe ahí sentado. Sólo eso.
—Era sargento mayor, ¿no?
—Sí, señor.
—¿Y mecánico?
—Con mis aparatos sí, señor. Algunos de nosotros sí que lo éramos.
—Táctica.
—Escuadrón táctico, señor.
—¿Y antes?
—Subí a bordo a los dieciséis años, señor. Nací en una nave minera.
Wolfe empujó la silla hacia atrás, se levantó y caminó hacia el lado del escritorio. No estaba armado, aunque había pensado que lo estaría.
El hombre dio la vuelta al escritorio y se colocó detrás de Bet. Ella no sabía lo que haría un civil bajo esas circunstancias, un tripulante raso tenía que saber sobrevivir en las cubiertas y saber cambiar de una actitud vivaracha a adoptar modales correctos frente a un oficial. Y esos modales conllevaban el quedarse quieta y mantener la boca bien cerrada mientras el oficial está pensando qué diablos va a hacer contigo.
Lo que usted diga, señor.
Hasta que me convenza de que usted es un tonto, señor.
Hasta que sepa que no tengo salida, señor. Entonces, me llevaré a algunos conmigo.
Pero...
Dios, ¿qué harían con NB entonces?¿Qué haría el mismo NB?
Wolfe caminó hasta la mesita y los almohadones que estaban a un lado de la oficina. Se puso a trabajar con algo como si la hubiera olvidado.
Quizá la había olvidado realmente, o estaba un poco loco. Iba a comprobar cuánto aguantaría una mujer como ella, ahí, de pie, sin ponerse nerviosa ni cometer tonterías.
Indefinidamente. Señor.
—Siéntese —dijo Wolfe. Bet le miró. Le ofrecía una silla en la mesa de la oficina.
Eso la desconcertó más de lo que la hubiera asustado un grito.
—Sí, señor —dijo. Fue hasta allí y empezó a sentarse. Rápidamente pensó en su ropa de trabajo, en las manchas de cerveza, el polvo de la cubierta o algo peor sobre ese hermoso tapizado blanco. Se sacudió como pudo, por lo menos eso, aunque no creía que hubiera mejorado mucho, y como Wolfe ya se había sentado, le vio abrir la pequeña cajita que tenía entre las manos.
Aquello era un juego de ajedrez, uno real, no simulado. Un tablero real, con piezas reales. Sólo Dios sabría lo viejo que era.
—Juega? —le preguntó.
—Algo —dijo ella. En las cubiertas se jugaba a todo, a cualquier cosa.
—¿Blancas o negras?
¡Dios mío!, estaba loco. Bet sentada allí en manos de un loco.
—Elija usted, señor.
El dio la vuelta al tablero y le dio las blancas.
Así que ella debía mover primero.
Le ganó un par de veces, y Wolfe se lo tomó con la misma mirada fría y observadora con que la había mirado mientras ella contestaba las preguntas, mucho después del cambio de turno.
¿Qué nave minera?
¿Cómo es Porey?
Finalmente: ¿Cuánto tiempo de tránsito para el Punto Triple de Pell?
Esa era una pregunta que podía matar una nave. Matar a todos los que habían trabajado con ella, si ella sabía lo suficiente de técnica como para contestarla con exactitud. Era una pregunta que informaba sobre la capacidad de carrera del África.
Pero había que saber cuánta masa llevaba en ese momento.
Wolfe se lo preguntó también. Y ella de veras no lo sabía. Sí el tiempo de tránsito, con una exactitud de media hora, pero nada sobre la masa...
—¿Hizo muchos viajes por las Estrellas Hinder?
—Un par. Sobre todo Pell, Mariner, Pan—paris, Wyatt, Vi—kins.
Usted debería recordar eso, señor. Debería recordarlo muy bien, ya que estuvo en una nave fantasma durante la guerra.
Con unos finos dedos, Wolfe movió una pieza para amenazar a un caballo y una torre en unas cuantas jugadas más.
—¿Recuerda la Gull? El nombre le sonaba. Había conocido muchos nombres. Una vez subió a la Gull, una nave pequeña, pero claro que no recordaba si ésa era la que habían hecho estallar o una de las que habían usado como refugio para personal cuando operaban en el Punto Triple.
Los pasillos de las naves vistas a través de la máscara, pasado el brillo verde de las señales luminosas. Caras asustadas. Sobre todo caras asustadas.
Excepto las de los tontos que trataban de luchar. Una lucha cuerpo a cuerpo con una nave de guerra, con soldados profesionales en cubierta.
—No lo sé, señor. La tomamos. En Punto Triple. Recuerdo el nombre. ¿ Tiene algo que ver con usted, señor?¿O con esta nave?
Wolfe no dijo nada más.
Ella se comió un peón, preocupada porque tal vez no debía hacerlo. Wolfe era mejor jugador e iba varias jugadas por delante, marcando el camino que quería que ella siguiera.
Como ahora.
—La... —empezó a decir Bet, pero se calló a tiempo.
—Escuadrón de táctica —dijo Wolfe, mientras movía un peón—. Escuadrón de abordaje. Estaciones o naves.
—Sí, señor.
—¿Conoce entonces el equipo de puerto?
—Sí, señor.
—¡Sistemas de armas!
—Sí, señor.
Bet perdió un peón. Iba a perder un caballo. Se daba cuenta. Movió la torre. ¡Mierda!
—¿Armaduras?
—Sí, señor.
—¿Qué piensa de esta nave, sargento Yeager?
—Ya no soy sargento, señor.
—¿Qué piensa de esta nave?
—Tengo amigos.
—En el África también los tenía. Eso era difícil; y la pregunta era clara.
—Sí, señor. Pero esta nave no podría atacarla. Y si pudiera, la realidad es que tengo amigos aquí, amigos queridos. —Movió el caballo amenazado—. Por otra parte, no sé si los que conocí están vivos. Aquí sé que sí. Yo estoy viva, por ejemplo.
—¿Y si no estuviera a bordo?
Bet reflexionó realmente. Se situó de nuevo en el África, con la Loki como blanco. Dejó la mano colgada en el aire sobre un peón y perdió la concentración. Se vio a cargo de la nave y vio la cara del viejo Junker Phillips...
—Al diablo —exclamó, y movió. Le dio el peón servido al capitán—. No lo sé, no sé si podría llegar a eso, señor. Pero tengo gente aquí..., hay mucha gente a la que quiero en esta nave.
—Eso me han dicho.
Ya había oído hablar de NB y de mí. ¡Dios! En cuántos problemas lo metí. Tal vez también a Musa. Si Musa no fuera lo que es...
McKenzie..., Park, Figi..., todos ellos.
Quizá también Bernstein.
Wolfe se comió el peón. Ella se comió el caballo de Wolfe.
Lo veía venir. La torre de él se comió la reina en cuatro movimientos. Jaque mate. Ella se mordió el labio y miró el tablero.
Sabía que Wolfe estaba varios movimientos por delante, en ese juego y en el otro.
—Se puede ir —dijo Wolfe.
—Gracias, señor. —Bet se levantó con cuidado, como si todo ese cuarto estuviera sembrado de explosivos. Sudaba. Tan sólo sentía el dolor de la espalda, pero no en exceso.
¿Qué digo? ¿Le pregunto si le gustó el juego, señor?
Wolfe la dejó ir hacia la puerta, dejó que la abriera y saliera de la sección restringida por sí misma.
Bet atravesó el puente, cruzó el territorio de Fitch en dirección al pasillo del área médica a través de la cocina hacia el rec y los dormitorios oscuros.
0258 alterno.
Fue a ver a Musa, para decirle que había vuelto. Musa estaba completamente despierto y le preguntó:
—¿Estás bien, Bet?
—Sí —murmuró ella, y sólo entonces empezó a temblar. Fue hasta la litera de NB pero Musa la siguió y le dijo:
—Está durmiendo la mona.
¿Durmiendo la mona? ¡Un carajo! Estaba atado a la litera y se encontraba frío.
—Mierda. —Lo golpeó suavemente en la mejilla y empezó a deshacer los nudos, temblando tanto que casi no podía meter los dedos entre las cuerdas, sobre todo cuando NB se despertó un poco y empezó a tirar de ellas.
—¿Qué le has dado?
—La pastilla para dormir de Figi. Está bien. Lo estuve vigilando todo el tiempo.
—¡Mierda! ¡Tranquilo!
—Bet.
NB no estaba loco. No estaba ni la mitad de loco de lo que lo había estado ella. Lo soltó y él la abrazó hasta que le hizo daño en la espalda; pero a Bet no le importaba. Bet tenía los músculos resentidos. Él una borrachera de mil diablos, eso era obvio, porque sacó una voz terrible y trató de retener el aliento.
—¿Fitch? —le preguntó.
—No. Wolfe.
Dejó caer las manos. Musa, que estaba junto a Bet, dijo:
—¿Y qué pasó?
—El capitán quería un compañero para jugar al ajedrez —dijo ella, y por poco deja escapar lo que Wolfe le había estado preguntando durante tres horas. Estaba demasiado cansada y bastante sacudida. Pero se dominó a tiempo y recordó que nadie en la tripulación sabía lo que sabían los oficiales. Y menos NB, pero Bet desconocía cuánto duraría esa situación y lo que haría él cuando lo supiera.
Un tripulante de nave mercante, que había perdido su propia nave. Y eso solamente le podía haber pasado de una forma: en la Guerra.
—Eso es todo —dijo ella—. Jugamos al ajedrez.
22
¿Qué pasó? —fue la pregunta que le hicieron muchos en la cola de las duchas y en el desayuno. Todos, desde McKenzie hasta Masad, de Cargas. Venían a verla y después acercaban las cabezas para murmurar sobre el tema en otra parte.
La primera vez la cogieron un poco por sorpresa. Ella dijo:
—El capitán se metió en el asunto —como si fuera sobre el lío con Fitch, lo cual era en el fondo una mentira. De pronto, deseó no haber sido tan estúpida, porque parecía que estaba desafiando a Fitch y usando el nombre de Wolfe como arma. Puede que el rumor llegase a Fitch y eso le hiciera pensar dos veces. Quizá también haría que hablara con el capitán sobre el asunto y ella no quería eso, claro que no.
Así que ahora deseaba no haberlo dicho. Intentó arreglarlo como pudo la siguiente vez y dijo:
—El capitán quería preguntarme algo, pero dijo que no comentara nada.
Qué estupidez, Yeager. Esa boca te va a matar.
Tomó el desayuno con sus compañeros, quienes estaban angustiados por Fitch. Pensaban en Wolfe y trataban de comprender de qué lado estaba. Eso era lo único que les interesaba.
—Yo estaría muerto —había dicho NB en la oscuridad, antes de que Bet durmiera las pocas horas que pudo sacarle a la noche—, si no fuera por Wolfe. No sé por qué lo hizo. Es un favor que le hizo a Bernie, supongo. En realidad no lo entiendo.
Y eso era todo lo que Bet había logrado sacarle a NB sobre el tema, esa docena de palabras. Nada más.
Y cuando lo pensó por la mañana, suponía que Fitch debía de estar muy preocupado y debería sentirse feliz por eso y agradecida de que Wolfe hubiera intervenido. Debería estar mucho más contenta de lo que estaba.
Pero Fitch quería matarla. Wolfe parecía haber decidido algo la noche anterior. La había dejado ir y la había anotado como ventaja o como problema; pero Bet no sabía en qué columna.
En cualquier caso, era prescindible.
Mierda, pensó, tomándose el té de la mañana, otra vez entre la espada y la pared. ¿En qué cambiaron las cosas?
Tenía la respuesta hasta que vio a NB mirando a los demás, mirándola a ella y a Musa, y prestando una atención especial a los seres humanos, igual que la que prestaba a los malditos tableros, pero más cuerdo de lo que lo había visto nunca.
Se había emborrachado con unos amigos la noche anterior, la gente se había preocupado por él lo bastante como para ahogar su estupidez, y ella había vuelto sana y salva, porque Dios había intervenido en la persona de Wolfe para que Fitch no la matara. Tal vez las cosas no iban a ser tan terribles como eran desde hacía tres años.
Sí, claro.
Nada podía herirlo antes. Ni siquiera Fitch. Cuando llegué a bordo no estaba lo suficientemente cuerdo para que lo lastimaran, y ¡mira lo que le hice! Lo ayudé muchísimo, ¿no es cierto?
Ese hombre hubiera muerto por mí anoche, era todo lo que podía hacer pero lo hubiera hecho.
Tal vez tenga la estúpida idea de que tiene la culpa de mis problemas. Tal vez crea que es responsable de mí, como se siente responsable de lo de Cassell.
Si es que alguna vez lo fue.
No voy a poder probar eso jamás, ni siquiera puedo hacerlo por él.
¿ Y qué va a pasar cuando sepa con qué comparte la cama?
Manejar a NB en una situación pública era como jugar con una granada... Una tenía que prestar todo el tiempo mucha atención, hasta en las cosas más pequeñas, como la forma en que saltaba cada vez que alguien lo tocaba sin aviso, o el modo de ponerse tenso cuando la gente se le acercaba, rígido cada vez que veía que alguien iba a dirigirle la palabra. Había que conocerlo bien para darse cuenta de que siempre estaba alerta y muy nervioso, pero ahora estaba lo suficientemente cuerdo para tener miedo de que alguien lo asustara y de no poder dormirse. Se aferraba a ella y a Musa como si fueran su vida. Lo hacía en el desayuno, mientras la gente le preguntaba cómo se sentía.
Hughes no había aparecido temprano en el trabajo, gracias a Dios.
NB se encontraba bien, sobrio, y aceptaba los acercamientos de la gente. Con Freeman, hasta intentó una sonrisa, pero no la sonrisa de pillo, sino la otra, la que era ancha y abierta.
Todo iba bien hasta que llegaron a Ingeniería y Bernstein los recibió con un:
—Yeager, el señor Orsini quiere verla.
—Todo está bien —le dijo a NB tocándole el brazo—. Sé de qué se trata. No pasa nada.
—¿Qué es? —le preguntó NB directamente, reteniéndola en la puerta—. ¿Fitch?
—Solamente tratan de entender algunas cosas. —La mejor mentira que podía imaginar—. Fitch no me pondrá ni un dedo encima. Confía en mí.
Así que libró de Ingeniería antes de haber entrado y no le dijo nada a Bernstein sobre la noche anterior. Bernstein tampoco le dijo nada a ella.
Probablemente Bernstein y Orsini habían hablado. Con toda seguridad. Tal vez el capitán y Fitch..., anoche, en el turno de Fitch, después de que ella se hubiera marchado.
Así que fue hasta la oficina de Orsini en el puente, se sentó y recibió lo que sabía que vendría: pregunta tras pregunta mientras Orsini anotaba en el traductor.
No, señor; sí, señor; no, señor; no, señor. No sé nada de operaciones, señor.
Al menos Orsini no actuaba como si él también quisiera matarla.
—Tiene un problema con el señor Fitch —dijo Orsini.
—Espero que no, señor.
—Tiene un problema —dijo Orsini.
—Sí, señor.
—Espero que no sea tonta al respecto.
—No pienso serlo, señor.
Orsini la miró un largo rato. Empezó a hacerle otras preguntas, el tipo de pregunta que ella no quería contestar.
Detalles específicos, sobre el África, sobre la capacidad de la nave, lo que llevaba, cuánta gente tenía...
—No lo sé —decía ella. A veces escondía cosas, aunque sabía que no debía hacerlo. Tenía que traicionar y ser de la Loki. O eso o negarse del todo a hablar.
¿Qué puedo decirles que Mallory no sepa?¡Mierda! Tienen a una capitana renegada de la Flota que les da toda la información que quieren. ¿ Y qué más pueden pedir?
Así que contestó, se sentó allí y dijo cosas que podían ayudar a destruir a su nave, un detallito y otro, más y más serios... traicionó tanto como podía traicionar alguien del personal de cubierta...
Ahora estaba aquí, se repetía eso una y otra vez, porque la guerra estaba perdida, fueran cuales fuesen las razones. Teo estaba muerto y la nave en la que se encontraba era lo único que debía importarle.
Ya no podía volver atrás. Piratas, llamaban a la Flota. Y tal vez era un buen nombre.
—La guerra terminó —dijo Orsini—. Mazian no puede ganar. Ni siquiera a la larga. Lo único que va a lograr es que haya más destrucción inútil. Más víctimas, más bajas. Lo mejor que podría hacer por los suyos es entrar, firmar el armisticio, aceptar lo que le va a pasar tarde o temprano y salvar a los pobres tipos que tiene encerrados en esas naves. Pero no quiere.
Bet vio las cubiertas de nuevo, pensó en las estaciones, en hacer trabajo de estación permanentemente, eso si no te borraban el cerebro y te dejaban indefenso. O Thule quizá; era un gran agujero al que arrojar todos los problemas de Alianza, como habían arrojado la basura anterior en la zona Q.
Claro que no iban a entrar. Por supuesto que no.
—Vayamos a lo nuestro —dijo Orsini. Pero ella no quería hablar, seguía pensando en Teo y se preguntaba si Beiji todavía estaría vivo en el África.
Beiji la habría observado con una de esas miradas vacías y le habría dicho que no le guardaba rencor, pero habría tratado de matarla. Hay que sobrevivir, solía gritarles Junker Phillips. Sobrevivir, estúpidos miserables, ustedes son una inversión demasiado cara.
—¿Yeager?
—Sí, señor —dijo Bet. Estaba aquí de nuevo y era la hora de la verdad, en esta nave y con estos compañeros. Nada personal, Beiji.
Se quedó sentada allí, con la garganta seca de tanto hablar y Orsini volvió a tomar notas.
Bet pensaba: lo que hice no se puede hacer a medias. No puedo traicionar a estos compañeros y a los otros también.
Sólo quería irse y tomar una pastilla para el dolor de espalda y de cabeza. Quería bañarse, ver la cara de NB y la de Musa. Estar otra vez en el rec con su turno y recordar lo que quería a esta nave. Porque ahora no lo recordaba. Ahora no recordaba nada que no fuera el África, no veía nada excepto los rostros de Beiji y Teo y la forma en que habían pasado las cosas...
Pero ésos habían sido los buenos tiempos, los años anteriores a dejar el África, antes incluso de la Ernestina, antes de haber viajado de Pell a Thule. Donde quiera que estuvieran ahora.
Se sentía más vieja, cansada. Tal vez iba a aceptar cualquier salida que le ofreciera la suerte. A menos que volviera a sentir lo que había sentido en esta nave en esos últimos días, no estaba segura de poder librarse de los fantasmas que había conjurado Orsini.
Orsini dejó el lápiz y se levantó del escritorio. Quería enviarla de nuevo a Ingeniería, pensó Bet: todavía había tiempo antes de que cambiara el turno.
¡Dios!, tenía que volver y fingir que no había pasado nada, que no había problemas...
Tenía que decírselo a NB de alguna forma..., antes de que él lo supiera por boca de otro.
—Quiero mostrarle algo —dijo Orsini e hizo un gesto hacia la puerta.
—¿Señor?
Él no contestó. La llevó afuera, hacia el puente, hasta un almacén cerrado. Abrió la puerta y encendió las luces.
Estaba lleno de cadáveres, cuerpos pálidos quemados por el fuego, aferrados a la pared de la izquierda.
Armaduras.
África decía una inscripción. Europa, otra. Y nombres.
Walid..., el señor Walid.
Recordó a un hombrecillo oscuro que sonreía. Siempre de broma.
¡Dios...!
Orsini la miraba. Bet fue hasta el depósito y puso la mano sobre una armadura.
—Conocí a este hombre —dijo. Y después se asustó porque tal vez Orsini iba a tomarse eso como una amenaza—. Solamente de vista.
—Las conseguimos en Pell —dijo Orsini.
—Podría haber sido la mía —dijo ella—. La dejé allí.
—Tal vez su amigo tuvo suerte. Ella meneó la cabeza.
—No están bien —dijo Orsini—. Pensábamos usarlas en alguna emergencia. Ya que eran gratis, ¿por qué rechazarlas? El sistema de soporte vital funciona a medias, la mayoría de los servos también. Se mueven, pero nadie tiene tiempo para arreglarlas.
—No son cómodas —dijo Bet, pensando. Dios qué tontos eran, con las entrañas sacudidas por el recuerdo de lo que se sentía en las articulaciones, cuando un servo tiraba demasiado y preguntándose si Mallory, que debía de haberles dado todo eso, también les había enviado los manuales. Tocó las superficies, probó la tensión del brazo, sintió que se le revolvía el estómago porque toda la información que creía olvidada emergía ahora a la superficie, en su cerebro, como los restos de un naufragio: parámetros, conexiones...
... sintió que las manos le empezaban a temblar. Era el vientre del África, el taller de armaduras, las voces que no había podido recordar hasta ese momento, los olores, los sonidos...
—¿Tienen arreglo? —dijo Orsini.
—Sí, señor —dijo ella, y lo miró, tratando de ver los armarios de plástico blanco y la cara de Orsini en vez del espacio gris, lleno de ecos, que estaba recordando. Dijo, sabiendo que él no iba a escucharla—: Pero no quiero hacerlo.
—¿Por?
No quiero manejar esto de nuevo. No quiero pensar en esto.
Pero añadió, al percatarse de que él estaba sospechando:
—Pensé que había terminado con estos aparatos. —Después, otra razón le oprimía en la boca del estómago—. Y no quiero que la gente sepa de dónde vengo.
—¿Puede hacerlas funcionar de nuevo? —preguntó Orsini.
—Sí, señor. Probablemente.
El hombre no le prestaba atención. Ella le importaba un comino, aunque, en realidad, Bet no había esperado otra cosa.
—No es necesario que todos lo sepan —dijo Orsini—. Estamos dentro de un sistema; vamos despacio, atracaremos aquí y llenaremos tanques. Puedes subir y bajar por el ascensor. Tiene suficiente nivel de cubierta aquí.
Ella miró el ascensor cerca de la entrada y pensó en lo que podría llevar a ese almacén.
—Sí, señor. —Sin entusiasmo. Él hablaba de trabajo de cubierta, no de permiso en puerto. Pero ella no había esperado permiso alguno, al menos bajo esas circunstancias—. No es fácil. Pero podría hacerlo.
—No toda la tripulación tiene permiso —dijo Orsini—. Se necesitan cinco años de antigüedad y la aprobación del capitán.
—Sí, señor.
—Tal vez con esto consiga un puesto mejor —dijo Orsini—. Si muestra buena disposición.
Bet se quedó de pie, maquinando. Buena disposición. ¡Mierda! Y pensó que los oficiales tal vez creían que eran los dueños de esas armaduras, pero no sabían que no se puede entrar en una y tener todo listo y dominado en un segundo. No dijo: ¿para quién tengo que arreglarlas?, no explicó esa parte del problema. Ni pensó que tuviera que decir nada si Orsini tampoco le decía nada. Puede que Orsini lo llamara «mala disposición». Pero ella se limitó a decir:
—Veré lo que puedo hacer, señor.
23
La noticia de que estaban llegando a puerto estaba en el comunicador general cuando Bet volvió a Ingeniería, unos cuarenta minutos antes del cambio de turno.
—¿Está todo bien? —preguntó Bernstein. Pero estaba preguntando más que eso, pensó Bet, y frunció el ceño porque no podía olvidarse de lo que había pasado. No, sin hacer algo que obligara a Bernstein a pensar cosas sobre ella, porque Bernstein la vigilaba, e informaba regularmente a Orsini y a Wolfe, y tal vez a Fitch. Ella lo sabía. Si una le pide a un tipo que sea un traidor, tiene que vigilarlo, al menos si lo respeta.
Tiene razón, señor.
No hay que confiar en los traidores cuando sonríen.
—No lo pasé bien, señor —dijo Bet.
Bernie pareció triste al oírla. Pero no la miró con enojo.
—¿Pasa algo? —preguntó NB. Él fue el primero que se le acercó sin que nadie lo llamara, y eso que, en general, no se ponía al frente de nada.
—Parece que no tengo permiso —dijo ella pensando con rapidez.
Sin embargo, no era lo que le preocupaba a NB. Parecía perturbado y le tocó el brazo con suavidad.
—Mierda, a mí nunca me dieron permiso. Yo voy a quedarme.
Eso le llegó a Bet al corazón. No pudo pensar en nada durante un instante, ni recordar lo que había decidido decir hacía un momento, ni siquiera podía organizar sus pensamientos. NB va a estar a bordo. Él y yo. ¡Dios mío!
—No lo esperabas —dijo Musa a su espalda.
—No lo sé. No lo pensé hasta que me lo anunciaron y Orsini me dijo que eran cinco años. Mierda, Musa...
No quería pensar en meses ni en años. Una semana era bastante, y NB iba a preguntarle qué hacía arriba mientras estaban en puerto o por qué Orsini la tenía lejos de Ingeniería, siempre entre el taller y el puente.
¡Mierda!
Musa le apretó los hombros con cariño. A Bernie no le importaba y NB no añadió nada, según su costumbre de no hacer comentarios. Bet trató de alegrarse y pensó que lo había hecho bastante bien.
Mierda. Mierda. Mierda.
Hubo un impulso antes del cambio de turno; después, otros.
—Llegaremos a la estación Thule —dijo Wolfe por el comunicador general.
Ella sintió que se desintegraba.
Me pregunto si Nan y Ely todavía estarán allí. ¿ Cuánto estuvimos fuera, en tiempo real?
Contó los saltos y calculó que tal vez había sido un año de la estación.
Guardó todo lo que no iba a necesitar, armó un equipo con lo que le parecía que tenía que tener a mano, como los otros que iban a la estación.
—Lo lamento, Bet —venían a decirle. Y algunos, incluyendo a McKenzie, estaban con humor suficiente como para decir:
—Bueno, sí; pero tú y NB tenéis literas libres y toda la cerveza del mundo. ¿Quieres que te compre algo?
Bet fue a ver al sobrecargo y descubrió que podía sacar el dinero del permiso aunque se quedara a bordo, y que NB era realmente rico porque nunca había usado sus créditos de estación excepto para comprar cervezas en la nave.
—Vodka —le pidió a McKenzie, y le dio una cantidad considerable—. Walford es barato, muelle verde; escucha, necesito algunas cosas, te doy tres botellas si me las traes.
—Claro —dijo McKenzie—. Dame la lista. No hay nadie más en puerto, vamos a tener que arreglarnos sólo con los de la estación y ya sabes que Figi va a estar jugando a las cartas desde el momento en que entre. Park y yo podemos ir de compras y traerte lo que quieras.
—Eres un amor. —Y se sintió un poquito mejor. Llevó a McKenzie al rincón e intercambió unos veinte minutos de concentración por los puntos que McKenzie se había ganado a su favor.
Fue realmente especial esa vez, a pesar del aprieto. Era difícil saber por qué, tal vez porque los dos estaban desesperadamente apurados y a pesar de todo se tomaban el tiempo necesario para ser amables el uno con el otro. O porque ya no eran simples conocidos sino que se buscaban mutuamente.
Eso era lo que Bet quería, alguien que no fuera complicado, y que se preocupara por ella. Le dolió la espalda al hacerlo, pero no se arrepintió, después, cuando sonó la alarma y arrastró los treinta kilos de asiento y equipo hasta el área del almacén, para fijarla y meterse allí con el resto de alterno y la mayoría de principal.
Los oficiales no. Los oficiales y algunos de los tees de principal tuvieron que ir en el ascensor desde el puente hasta la esclusa de aire, excepto los pocos con suerte que estaban de guardia o tenían que responder a la llamada a puerto.
Espero, por Dios, que Fitch tenga un permiso muy largo. Espero que ese hijo de puta se acueste con alguna mujer por lo menos una vez. Eso le mejoraría el humor.
Sobre todo le preocupaba que Hughes y sus amigos estuvieran allí fuera con Musa, en cambio ella y NB, no.
—Cuídamelo —le dijo a McKenzie, y McKenzie le juró que lo intentaría.
Atracaron con bastante suavidad, sin dientes rotos, sin golpes. La tripulación se quedó en los asientos, esperando el permiso para moverse, haciendo planes grandiosos para los bares en los que pensaban entrar..., sí, claro, compañero, en Thule...
Les dieron permiso, se separaron, se reunieron en grupos o se instalaron con el equipo, verificando los créditos que tenían. Johnny Walters había dejado su equipo arriba. Generalmente había alguno que se lo olvidaba, pero siempre había un voluntario que se ofrecía a conseguirlo en el cambio de turno.
—Sí —dijo Bet—. Yo. O NB. ¿Quién más? Haced una lista. La lista siempre crecía cuando la gente descubría que había olvidado cosas en los dormitorios.
—¡Venga! ¡Escribid! Voy a tener un año de favores en mi haber, compañeros...
Excepto Dussad, de Cargas en principal, que murmuró algo sobre que no le gustaba que NB le tocara las cosas...
—¿Quieres el favor? —preguntó Bet, dándose vuelta para leer el nombre en el bolsillo y agregó—: ¿Dussad? ¿Quieres el favor o tienes algún problema conmigo y con mi amigo?
—Tienes muy mal gusto para los amigos —dijo Dussad, y lo interrumpió nada menos que Liu:
—Tranquilo. Y McKenzie.
—No hay ningún problema con NB. Es sólo que le cuesta hablar.
—Pregúntale a Cassell —dijo una mujer de principal. ¡Dios!, no podían moverse, no podían salir sin permiso. NB estaba allí de pie y nadie podía salir de la habitación.
—Ya pagó por eso. Se hizo sus guardias y bien que comió mierda. Y por bastante tiempo —dijo Gypsy.
—Estalló una válvula —dijo Musa—. Ann, sacas la cabeza y pasas. No importa que tengas o no un compañero ahí dentro. El resto no importa, además, pasó hace demasiado tiempo y ya no se puede investigar.
—¿Qué? ¿No sabe hablar solo?
—Déjalo tranquilo —dijo Bet y miró a NB. No pudo dejar de mirarlo. NB estaba observando algo con atención, con los ojos muy abiertos y la mandíbula contraída. ¡Dios! no podía hablar, no podía, ahora estaba en otro lado—. Déjalo en paz, cono.
—Sé lo que dicen sus amigos. Quiero saber qué tiene él que decir al respecto. Hay demasiados problemas.
—Te voy a invitar a una copa, Dussad. Y hablaremos —dijo McKenzie.
Silencio durante un minuto o dos. Tensión. Arriba en el puente, el ascensor crujió y se movió. Los oficiales hacían lo suyo en el puerto.
—Basta —dijo Liu—. Basta, Dussad. Más tarde, ¿vale?
—¿Y mi equipo? —dijo Walters en el silencio—. ¿Alguien lo va a ir a buscar o no?
Terminaron la lista, los oficiales salieron a ocuparse de la aduana. Había mucho ruido en el ascensor y en la salida de aire. Esperaron, hablaron y se quejaron...
Hubo una queja general: por qué «tal» tenía que quedarse, por qué «el otro» tenía que levantarse y pedirle a los demás que se tomaran un trago por él, mientras la voz del capitán salía por el comunicador general y daba permiso para salir e informaba de cuándo era la llamada general a bordo.
—Tengo un par de amigos aquí —le dijo ella a Musa—. Por favor, pasa por el Registro y saluda a Nan Jodree y Dan Ely por mí. Págales una copa si tienen tiempo.
Se quedó deprimida cuando todos se alejaron con un ruido espantoso y les dejaron en el pasillo inferior a los dos. NB prestaba atención de nuevo, pero sin decir palabra y con la cara triste. ¡Mierda, con ese Dussad!
—¿Y? —dijo mirándolo. Suspiró y levantó el equipo y el asiento—. ¿Dónde lo ponemos?
NB miró el pasillo, levantó la vista y vio las curvas en las dos direcciones. Finalmente suspiró y dijo, en esa especie de cerrazón suya, horriblemente tranquila:
—El almacén está bien.
Sacaron el equipo de Walters, era un trabajo difícil en el que había que trepar por la curva con las sogas de segundad, con las cosas de Bala, Causen y Cierra..., las de Dussad. NB fue el que lo hizo, dio toda la vuelta trepando por la parte más peligrosa, donde uno podía caerse desde muy arriba, si se descuidaba.
—Te vas a fastidiar la espalda —le dijo a Bet—. Yo trepo, tú quédate y coge las cosas.
Actuaba bien. Ella deseó saber qué decirle sobre Dussad y principal, que había sido el turno de NB durante un tiempo..., y el de Cassell. Deseó saber lo que pasaba por su cabeza y deseó que Musa estuviera allí, aunque sólo fuera para hablarle a NB. O Bernstein. Bernie podía hacerse escuchar por NB. Ella no estaba segura de su habilidad para eso ni de querer hablar del tema con él.
\A la mierda con Dussad! Hughes no se había metido, debía de estar atento a lo que pasaba para decir algo..., y no había duda de que hablaría en los bares y los muelles durante cinco días, y haría todo el daño que pudiera, hablando a oídos que sabía receptivos y más estando de permiso. Los turnos se mezclaban desde el primer día hasta el último.
Tenía que contárselo todo a NB. Tendría que decirle lo que estaba sucediendo, tarde o temprano. Los dos solos en la guardia de alterno. Podría haber sido un buen momento porque había pasado lo de ese Dussad y esa maldita de principal..., Thomas, le parecía que se llamaba. Ann Thomas, navegante, la que reemplazaba a Hughes en el otro turno. La navegación de principal y la de alterno, las dos, eran una desgracia —decidió—, debía ser algo típico en el grupo. En cambio, Dussad, de Cargas, era un hijo de puta cabeza dura y nariz alta. Un pedante, pero no había que echarle demasiado la culpa. Sólo romperle el cráneo y listo.
—¡Arriba! —aulló NB desde el techo—. ¡Esto es frágil!
No eran los únicos que no tenían permiso en la tripulación: Parker y Merrill estaban de guardia en principal de Ingeniería, y Dussad y Hassan tenían un parcial y salían para los suministros y los tratos de comercio para la nave. Tenían solamente el tiempo libre que pudieran ganarse con su eficiencia; mientras que Wayland y Williams tenían tres días y debían volver y supervisar la carga de los suministros. Un grupo de la tripulación del puente, a suertes, se turnaban para salir de la nave a dormir y hacer el tiempo de rec que pudieran, en las pocas horas que les quedaban. Eran responsables del llenado de tanques, vigilaban los indicadores y la comunicación con la Central de Thule. En definitiva, una rutina de operaciones que ella conocía: desde la complejidad de los cables y las conexiones, los nombres de las líneas y los peligros. Lo había tenido que aprender porque había que preocuparse mucho por el sabotaje en la guerra, y cuando el África estaba en puerto, el escuadrón siempre estaba allí armado hasta los dientes, con todo el equipo, controlando los puntos claves, haciendo guardia...
¡Mierda!
Seguía recordando sin querer. Ahí arriba estaban esas armaduras muertas, esperándola, como fantasmas...
NB iba a hacer preguntas. Tenía derecho, era natural que quisiera saber adonde iba todos los días y por qué.
Por lo menos, tuvieron toda la noche.
—No voy a hacer el amor en un asiento —avisó Bet a NB mientras se instalaba, después de consultar por el comunicador a Parker y a Merrill sobre lo que sería el dormitorio de cuatro miembros de la tripulación, por turnos alternos, en el almacén. Extendieron los dos asientos en la cubierta para estar cómodos y mientras lo hacían, consiguieron una nueva botella de vodka, porque apareció Walters con algunos de los muchachos para pagar algunas de las deudas por la búsqueda del equipo.
—No os estáis perdiendo gran cosa —dijo Walters, que se retrasó para hablar con ellos—. Este lugar está muerto, está todo cerrado. Solamente hay dos bares y un hotelucho, eso es todo. Aquí lo único que queda son ecos.
Eso la puso triste, tal vez porque allí había un fragmento de su vida, aunque fuera un fragmento miserable, o bien porque ahora había algo fantasmal en la idea de conocer personalmente a una parte de la humanidad que se moría, o porque, tal como se había previsto, la oscuridad estaba tomando lentamente las primeras bases que habían construido los seres humanos al dejar el Sistema Solar.
Como esos nombres que había pintados en el baño. Polaris y Golden Hind. Dios, Musa seguramente recordaba Thule en sus días de gloria.
Y ahora volvía para verla morir como parte de la tripulación de una nave MRL.
—¿Bet? —le preguntó NB. Le tiró del brazo cuando la puerta se hubo cerrado y John Walters se alejó hacia los muelles. Bet, pensó, sin razón: Todo lo que hicimos..., la Guerra, todo, ahora lo están borrando con pintura, pintan encima como si nunca hubiera existido, como si ninguno de nosotros hubiera muerto nunca...
Mazian no se da cuenta. Todavía sigue peleando...
¡Mierda! ¿ Qué importa ganar? ¿ Qué importa ganar cuando las cosas están cambiando con tanta rapidez que nadie puede predecir lo que tendrá valor dentro de un mes?
Sintió la mano de NB sobre su hombro. Seguía viendo los muelles de Thule, el apartamento de Ritterman, el Registro...
Sintieron el calor nuclear de la estrella sombría de Thule.
Sonó el toque de queda.
El vodka de Walters, la cama, la intimidad, toda la cerveza que se podía tomar sin volverte loco y todos los sándwiches congelados del mundo, estaban en Servicios, al otro lado de la puerta.
No estaba mal dejar de pensar en el mañana, pensó ella, ya había aprendido a hacerlo, a pensar solamente en la noche que tenía por delante, la noche en la que ella y NB lo pasarían realmente bien...
Decírselo, sí, pero y ¿después? El pobre hombre necesitaba un período de tiempo sin sufrir.
Así que se comieron los sándwiches con cerveza, los acompañaron con vodka e hicieron el amor.
No hicieron falta las fotos. No hizo falta absolutamente nada. NB fue muy civilizado y tuvo mucho cuidado con su espalda.
Bet pensó que no valía la pena. Se puso ruda y le mostró un truco que hacía con Beiji en la cubierta.
—Dios —dijo él. Y le pasó la mano por la nuca.
Nadie tenía esas manos. Nadie la había hecho temblar así. Nadie, nunca.
Él era el que siempre sentía claustrofobia, pero por un segundo fue ella, la que no pudo respirar.
Estás aquí y ahora, Yeager, en esta nave.
Con este hombre, este compañero.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
—Muy bien —dijo ella y pronunció un suspiro apenas audible—. Es que no puedo dejar de pensar en ciertas cosas.
Después de un minuto o dos, pareció sentirse mejor y empezó a respirar profundo y a pensar en los plazos más cortos. NB tenía una ventaja: no hacía muchas preguntas y sabía lo que era tener nervios. Y sabía qué podía curárselos, al menos temporalmente.
Cuando Bet tuvo suficiente coraje, se atrevió a decirle:
—Bernstein me dejó una porquería de trabajo. Arriba, parece que yo soy la de mecánica y tú tienes los tableros. —Trató de decir lo que era. Pero le dio otro ataque de cobardía, cobardía pura y despreciable. No tenía confianza. No podía predecir la reacción de NB. No le apetecía un estallido hasta haber estado un día o dos a solas con él, y lo hubiera ablandado y comprendido con más profundidad en qué estado se encontraba—. Es horrible. Vas a estar solo aquí abajo.
—Estoy acostumbrado —dijo él—. Siempre estoy solo en los puertos. Desde hace años.
No le preguntó cuál era el trabajo. Se dijo que si él le hubiera hecho la pregunta, habría seguido adelante y lo habría soltado. Pero no preguntó. Ni siquiera parecía tener curiosidad.
Gracias a Dios.
24
Señora Yeager —dijo Wolfe cuando llegó por el puente y miró a su alrededor para localizar al oficial que estuviera a cargo. No esperaba precisamente al capitán.
—Señor —y como explicación—: El señor Orsini... Wolfe asintió.
—Vaya, señora Yeager.
—Gracias, señor.
Bet inclinó la cabeza y llevó consigo su equipo de herramientas hacia el almacén número uno de la parte superior de la nave, donde pensaba que podía respirar mejor.
No era Fitch el que estaba a cargo, gracias a Dios.
Ojalá no estuviera a cargo de nada en ninguna parte. Esperaba que no se hallara en la nave, pero no había forma de estar segura sin preguntar directamente, y no creía que una pregunta así fuera conveniente. Los oficiales eran los que lo manejaban todo. Tenían sus propias maneras de ahorrarse problemas. Si Fitch estaba realmente a bordo, se iba a poner el doble de nervioso si le habían dado órdenes de no meterse con ella.
No quería provocar problemas. Ni siquiera se atrevía a preocuparse por el asunto.
Así que se puso a trabajar. Subió a gatas por los peldaños interiores para poner una oruga de expansión de 200 kilos entre dos montantes, colocó una polea, hizo correr un cable y un par de ganchos por los anillos auxiliares de la mejor de las dos arma duras y levantó la cosa en el aire para poder trabajar sin pelearse constantemente con ella.
Uno podía imaginarse cómo había muerto Walid, ya que no había ningún daño visible en la armadura, ningún orificio de penetración que pudiera haberlo matado, pero los hombres que terminaban flotando en el espacio no eran prioridad de rescate. Ninguna autoridad de Pell se había preocupado demasiado por la supervivencia de los miembros de la tropa, y el oxígeno solamente duraba seis horas.
Seis horas flotando en la oscuridad del espacio o en la luz infernal de la estrella de Pell.
Los brazos no llegaban a las perillas. La posibilidad de que fuera un suicidio era imposible. La armadura tenía algún pequeño impacto, que podía haber recibido cuando salió volando por las grietas abiertas de la estación hacia el vacío; había sobrevivido al choque, pero era un golpe grande, lo suficiente para que las junturas le hicieran juego..., en el sello de circulación en la muñeca derecha y una presión en ese mismo hombro. A la mierda las seis horas. Se podía perder un sello en la muñeca y vivir sin una mano, pero cuando se perdía un sello del cuerpo principal, lo único que se podía hacer era desear un congelamiento rápido en lugar de una cocción lenta, y lo que pasara dependía de la cercanía al sol.
—Oye, Walid. —Con un golpecito a la corteza vacía—. Deberías haberte agachado.
¡Qué horrible sentido del humor, Bet!
Se acordó de la voz de Walid, del crujido de las poleas y de todo el mundo quejándose por los pasillos, mientras él se ponía esas cosas. Recordó el olor repugnante de algo que les habían puesto dentro.
Sintió una ráfaga en la memoria cuando miró los sellos. Después de una muerte, aunque la armadura hubiera estado meses y años arrinconada en un depósito congelado, el interior seguía oliendo a jabón de tocador.
Revisó la armadura de la Europa. Era simple, pero tenía un gran pinchazo en el vientre, justo debajo del sello de la ingle. Lo llevaba un tipo grande, de nombre W. Graham, que pertenecía al equipo B del escuadrón táctico de la Europa. Willie. Lo recordaba fuerte como un toro, pero no invulnerable a un apretón o un impacto tan fuerte como para atravesar cuatro capas de Flexina.
Dios.
Así pues, para asegurarse del grado de deterioro de las junturas, lo mejor era desnudarse y levantar la armadura, congelarse el culo y el resto de lugares sensibles, porque el calefactor interno no funciona hasta que se conecta la armadura, y no quería conectar nada hasta que hubiera hecho los ajustes de tensión. Había que arreglárselas como fuera con esas llaves y destornilladores horribles que eran del tamaño de una tijerita y trataba de no perder los dientes con el temblor, mientras ponía la llave o el destornillador en agujeros diminutos y difíciles de encontrar. Poner de tres a cinco por juntura, darse una vuelta tras otra y luego probar la tensión en ese lugar y en el otro, hasta que parecía que estaba bien.
Mientras tanto, te goteaba la nariz.
Pero al final una se calentaba, uniendo juntura tras juntura, lentamente, desde las botas, la armadura se unía a su alrededor y se levantaba, enganchando los contactos. Pesaba como el plomo y apenas se podía levantar la rodilla para probar la tensión y llegar hasta el cuerpo.
Las cintas de tensión estaban entre dos capas de cerámica, cada una con pequeñas tapas de acceso y tornillitos de difícil ajuste, cuatro o cinco por segmento, unos tornillitos que estiraban los sensores de contacto sobre la piel desnuda para llevar las señales al sistema hidráulico. Había que estirar o soltar todo eso hasta que adquiriera la flexibilidad correcta en el momento de tirar de la llave para salir de la armadura, para que volviera a la configuración buscada al entrar y mover la llave principal: una sentía todos esos puntitos de contacto que no tenían que apretarse con demasiada fuerza, ni tampoco perder contacto y la cobertura que impedía que una se golpeara contra esos contactos estaba demasiado tensa en algunos sitios y había que aflojarla o soltarla con otro equipo de destornilladorcitos y llavecitas de mierda.
Y encima un idiota acababa de entrar y encender los Sistemas. Probablemente se había caído de culo o había tirado algo tratando de levantarse.
Bet esperaba que fuera Fitch.
Tal vez fue esa idea la que lo condujo hasta ella.
Se abrió la puerta. Allí estaba, en el escritorio, medio desnuda y medio metida en la armadura. Fitch de pie bajo un cálido marco de luz, en la puerta.
La miró un momento y ella le devolvió la mirada con el corazón agitado. ¡Mierda! Aquel hombre todavía le causaba pánico.
—Sí, señor —dijo—. Discúlpeme si no me paro, no tengo energía en este momento.
—¿Cómo va la cosa? —preguntó Fitch. Una pregunta directa, normal. Apoyó sobre la rodilla la pesada muñeca con armadura y todo.
—Es un desastre —dijo—. Pero se puede arreglar. Me va a llevar tiempo. Serán unos días. Silencio.
—¿Escuadrón táctico, eh?
—Sí, señor.
Si una tenía una pelea con un oficial, después no actuaba y no se hacía la lista, sino que ponía cara de inocente y voz relajada y profesional, pensara en lo que pensase.
—¿Eso es insubordinación, señora Yeager?
—No, señor.
—¿Guarda rencor contra mí, señora Yeager?
—Tuve a peores que usted, señor. Fitch lo pensó un minuto.
Una estupidez, Yeager, había sido una estupidez, ten cuidado con lo que dices, por Dios.
—¿Otra vez va de lista, Yeager?
—No, señor. No tengo intenciones de hacerlo.
—¿Está segura, señora Yeager?
—Estuve veinte años en el África, señor, y nunca tuve cargos por insubordinación.
—Me alegro, señora Yeager. Me alegro muchísimo.
Después de esa declaración, Fitch cerró la puerta y se fue.
Mierda, Yeager, qué brillante eres.
Dios, NB está trabajando solo allí abajo. ¿Dónde está Wolfe?
¿Quién más está de guardia?
Se sacó rápidamente todos los broches manuales de los guantes, los del cuerpo, las botas y las pantorrillas, y se levantó como pudo. Puso las líneas de seguridad sobre las piezas desarmadas y luego tomó la ropa común al vuelo.
—Tengo que verificar unos suministros —fue la excusa que dio en el puente cuando pasó—. Vuelvo en cuanto pueda.
Con el ascensor bajó hasta la cubierta inferior, subió por la curva inferior hasta el otro lado, lo más rápido que pudo, y pasó frente a operaciones inferiores, ahora desierta, y se fue por el anillo hacia el taller.
Naturalmente pasó por Ingeniería.
—Hola —dijo a la espalda de NB, por encima del ruido de las bombas que trabajaban llenando tanques; él se asustó.
—Dios —dijo él.
—Se trata de Fitch —le previno—. Pensé que sería bueno que lo supieras.
Se reclinó sobre la mesa. Y Bet subió a la primera de las secciones suspendidas, que convertían a Ingeniería en un rompecabezas lleno de escalones.
—No es que haya problemas —siguió explicando, y levantó un dedo hacia arriba, como quien no quiere la cosa—. El capitán está allí también por lo que yo sé.
—Vienen y van —dijo NB, preocupado—. Quizás el capitán bajó al puerto. No entres en ningún lugar solitario sin testigos.
—Estoy trabajando junto al...
Se oía el ascensor sobre el latido regular de las bombas de combustible.
—...puente. Mejor será que vaya al taller. Voy a buscar algo por si Fitch te pregunta.
—Seguro que va a preguntar —dijo NB, con la cara seria. Bet volvió a bajar al pasillo y se detuvo con un miedo terrible de que Fitch intentara hacer que todo se supiera, para empezar.
—Tengo algo que decirte —dijo—. NB...
Él parecía asustado. Ella, sin duda, lo estaba. Se contagiaban uno al otro. El ascensor había pasado el núcleo. Siempre hacía un extraño ruidito cuando atravesaba esa parte de la nave.
—Va a tratar de hacernos daño —dijo ella—. Diga lo que diga, eso es lo que quiere. Y pase lo que pase, no le creas hasta que yo hable contigo. ¿Me oyes, NB? Tienes que confiar en mí.
—¿Qué es lo que pasa?
—Yo... —Bet oyó que el ascensor se detenía, abajo. No había tiempo para hacer nada, excepto enredar más las cosas si se lo tiraba a la cara en frío. Como lo hubiera hecho Fitch—. Por el amor de Dios, NB, está tratando de jodernos. Haga lo que haga, diga lo que diga, recuerda que ése es el juego. ¿Me entiendes?
La miró con los ojos muy abiertos.
Bet se deslizó por su lado y salió, corrió hasta la entrada del taller de máquinas, golpeando las luces por el camino.
Qué frío, Dios, se le congelaba el aire en la boca. Sentía el frío hasta en las botas, sobre las placas de las cubiertas y el aire le mordía tanto la piel desnuda, como la revestida. Encendió la calefacción maldiciendo a los que querían ahorrar energía y se apresuró a coger algunos cables de seguridad extra. Tecleó: ¿Flexinal en el terminal y consiguió el inventario y la localización de los tubos y las láminas.
¡Flexibori!
Localización. Se sopló los dedos, tomó seis cables de seguridad y se preguntó qué estaría pasando al lado, si debía volver, si era Fitch el que había bajado, o si estaba con NB. ¡Qué cono estaba pasando allí!
Sabía que había dicho tonterías, que se había equivocado, que había cometido un error muy grave...
Tienes que confiar en mí.
¡Dios! Si esa frase no obligaba a un hombre a revisar sus bolsillos. ..
Se mordió el labio y se quedó allí, de pie, temblando durante un minuto. Se decidió a salir al pasillo de nuevo y por la curva volver a Ingeniería. La puerta estaba abierta y Fitch se hallaba allí. Lo vio hablando con NB, que estaba de pie prestándole toda su atención, que era lo que había que hacer con Fitch si uno quería evitarse problemas.
Bet no oía nada y no sabía leer los labios: NB decía algo, pero la cara de Fitch estaba de espaldas. Siguió adelante hasta el ascensor y luego subió al puente.
Cuando llegó, el oficial responsable apenas la miró. Ella no estaba muy segura de saber quién era. Tuvo un impulso momentáneo y desesperado, de ir directa a la oficina del capitán y decirle la forma en que Fitch los estaba molestando, pero se reprimió. No era una buena idea.
Se detuvo, dio media vuelta y respiró hondo.
—Disculpe, señor, ¿está el señor Bernstein o el señor Orsini?
—Ninguno de los dos está en este momento —le dijo el oficial.
—¿Le importaría llamarlos, señor? Tengo un problema con la reparación.
—El señor Fitch está de guardia.
—Sí, señor, pero el señor Orsini me ordenó que lo llamara a él personalmente.
—Le preguntaré al señor Fitch. Mierda.
—Gracias, señor —tuvo que obligarse a no hacer el saludo militar y se fue caminando con mucha tranquilidad hacia el almacén.
No era inteligente tratar de hablar con Wolfe, justo después de que el hombre le había dicho directamente que no. Era mejor seguir trabajando, para que pareciese que realmente tenía un problema, y después bajar otra vez.
No era muy probable que Wolfe estuviera a bordo, a menos que estuviera en operaciones y no quisiera que nadie lo supiera. Pero el almacén y la enfermería eran las únicas áreas de la zona superior que estaban en giro como el puente, los únicos lugares a los que se podía ir, y a los que uno podía querer ir, ya que mientras la nave estaba en puerto, los dormitorios de los oficiales estaban cabeza abajo o de lado y el anillo estaba cerrado. Es decir, las puertas comunes estaban al revés y un paso más allá de las secciones de giro podía acabar con uno haciendo equilibrios sobre la cabeza. Wolfe debía de tener un catre abajo, en operaciones o en la oficina del sobrecargo; los capitanes no solían quedarse en los hoteluchos de los muelles como simples mortales. Generalmente pasaban su tiempo en puerto en lugares como la residencia de la Estación, donde el servicio era lujoso y los poderosos no tenían que cruzarse con la tripulaciones en tiempo de permiso.
Si Wolfe estaba en su propio viaje de permiso, comiendo cerdo y tomando whisky auténtico, o lo que tomaran los capitanes, cosa que las tripulaciones nunca llegaban a ver..., bueno, ¡a la mierda!, no le iba a caer en gracia enterarse de que Bet Yeager tenía problemas con el señor Fitch.
Mierda, Orsini sabe que Fitch está en la nave ahora, y Bernie tiene que saberlo, y debería importarle, es lo suficientemente inteligente para darse cuenta de lo que puede pasar.
El miedo es estúpido. Fitch nunca hace nada que pueda traerle problemas, es más inteligente que eso y ése es el problema. Si Bernie fuera lo suficientemente listo para conseguir una orden de no—hablar y de no—tocar de Wolfe, Fitch no se atrevería ni a acercarse a NB.
¿Ojalá lo haga!
Cerró otra vez la puerta del depósito, ató las líneas al broche de seguridad más cercano y se sentó a trabajar de nuevo en la armadura. Le producía una sensación familiar, un olor que le despertaba recuerdos, y las viejas formas de enfrentarse a las cosas. Le venían ideas agradables sobre cómo hacer que Fitch apareciera muerto por ahí... pero, ¡mierda!, cualquiera en la nave sabía quién tenía mayores razones para desear la muerte de Fitch: NB Ramey dirían todos; incluso si a nadie le importaba que Fitch diera el gran salto, no se podía acabar con alguien que estaba en una posición tan alta en la nave, a menos que pudiera hacer pasar por un accidente creíble y absolutamente convincente.
Dios, ¿no piensa volver arriba, ese Fitch?
¿ Qué estará pasando ahí abajo ?
Mientras ella se sentaba ajustando las malditas válvulas de tensión.
Y ese hijo de puta de oficial del puente no se iba a molestar en llamar a Orsini. Tendría suerte si se molestaba en llamar a Fitch.
Bernie, por Dios, vuelve. Tienes que saber que Fitch quiere sangre. Vuelve desgraciado. Y que vuelva Orsini.
Nada de nada. Iba ajustando tornillos y sacaba piezas y las volvía a colocar con el estómago revuelto, pensando y pensando en posibles maneras de acabar con Fitch o de herirle donde más le doliera.
Podría hacer que la golpeara y llevarlo un poco más cerca del límite de seguridad por el pasillo.
Lo lamento, capitán, me estaba atacando y me moví.
¿ Y si no muere?
Oyó de nuevo el ascensor, se sentó y siguió ajustando tornillos con una paciencia infinita. Tengo que ira buscar Flexina, el taller debe de estar más caliente ahora, puedo ir y buscar tubos para tener oportunidad de hablar con NB. Ni siquiera sé si es Fitch el que sube, pero no puede seguir abajo hablando todavía.
Mierda. Si bajo, tendré que decírselo todo a NB. Yantes que eso, encontrarlo de buen humor.
Espero que no le haya pegado a Fitch.
Enganchó el riel izquierdo con el brazo izquierdo, flexionó los dedos. Tenía todo el brazo exhausto por el esfuerzo.
Si trato de prepararme lo que voy a decir, lo voy a arruinar todo, tengo que decírselo todo, y listo. No importa si Fitch no ha hecho nada, tengo que inventarme algo que lo explique o destaparlo todo y acabar de una vez.
Se aseguró la manga con una línea y cerró la tapa de la caja de herramientas.
Se abrió la puerta. Era Fitch, que entró y miró lo que estaba haciendo con todas las piezas esparcidas por el suelo.
—¿Tiene problemas, señora Yeager?
Se abrió la esclusa de aire y hubo un eco distante en la nave. Trató de dominarse y de recordar lo que le había dicho al oficial de fuera.
—El señor Orsini no me indicó si quería una reparación provisional o permanente, señor.
—¿Cómo van las cosas hasta ahora?
¡Vaya!, era una pregunta civilizada y tranquila, para venir de quien venía; sin embargo, la asustó. Hizo un nuevo intento de dominarse y logró respirar mejor.
—No lo sé, señor, no le pasa nada en particular, pero debe de haber golpeado algo con bastante fuerza...
—¿Cuánto tiempo le llevará repararlo?
—No lo sé, señor, depende de si quiere una reparación provisional o permanente, señor.
—¿Cuánto puede tardar una provisional?
—Lo mismo, señor, es cuestión de...
—¿Pero cuánto?
... hacerlo bien, había estado a punto de decir. El orgullo le salía así. Pero la actitud de Fitch la enfurecía.
—En ésta..., unas ochenta o cien horas. Tengo que llegar a las bombas, verificar...
—¿Y la otra?
—No lo sé, señor. Más.
—¿Necesita ayuda?
—No creo que haya quien me ayude, señor —contestó—. De esto se sabe, o no se sabe y si alguien se hace un lío con los tornillos de las junturas, se estropea todo. Si la persona que lo arregla sabe lo que hace, existe una posibilidad; pero si alguien mezcla los tornillos o toca lo que no entiende, se terminó, señor.
Le empezó a doler un músculo en la rodilla por el ángulo en que estaba sentada; y tenía uno en el brazo que empezaba a molestarla.
Quizás era el frío. O Fitch ahí de pie, mirándola.
—Quiero que funcione esta noche —dijo Fitch—. Y quiero la otra..., mañana. ¿Necesita ayuda, señora Yeager? Escúchame, ¡hijo de la gran puta! Pero no pensaba decirlo, claro.
—No es posible, señor. No puedo prometer eso.
—No me importa cómo lo haga, señora Yeager. Quiero el equipo listo ya, aunque sea una reparación provisional. Quiero que las dos funcionen para mañana. ¿Me ha entendido, señora Yeager?
—No es posible.
—No estamos hablando de dormir, señora Yeager. Ni de tomarse tiempo de rec. Quiero eso arreglado ahora mismo.
—No sé si la otra puede volver a funcionar, señor. Todavía no sé si alguna de las bombas están rotas o no, no sé cuántas líneas de circulación se rompieron cuando la golpearon, no tengo ni idea de si todos los motores funcionan o algunos de esos tornillitos de mierda están hecho pedazos. Si es así, señor, esta armadura tal vez no se pueda arreglar hasta que se me ocurra algo y la desarme totalmente.
—Hágalo, Yeager, hágalo. Es una orden. Se quedó sentada en el suelo, mirándolo demasiado furiosa para decir nada en ese momento, mientras se preguntaba si Fitch pensaría acusarla de algo, o si solamente se estaba portando como el hijo de puta que era.
—¿Existe algún problema, señor?
—No es cosa suya, Yeager. Digamos que tenemos una pequeña diferencia de opinión con la Central de la estación.
—Entonces será mejor que olvide la idea de hacer que la armadura no vuelva a funcionar.
—Digamos que tenemos un serio problema —dijo Fitch entre dientes—. Digamos que ese equipo es absolutamente necesario, señora Yeager. Necesitamos que funcione perfectamente.
El pulso de ella se tranquilizó. Latía a un ritmo lento y pesado. Sus sensores de problemas funcionaban a varios niveles. Ahora ya no estaban enfocados solamente en Fitch.
—¿Le importaría decirme qué pasa, señor?
Fitch la miró como si fuera una mancha en la cubierta. Bet le devolvió la mirada con la mandíbula tensa, pensando que, tal vez, ella era realmente importante para Fitch. También pensó que a Fitch no le gustaba ella ni lo que estaba pasando, pero sabía que era lo único que tenía.
—¿Le gusta la gente de esta tripulación, señora Yeager?
—Algunos, no todos.
—¿Se acuesta con Ramey, señora Yeager? Bet lo miró con los ojos muy abiertos y fríos, pensando: ¡Dios!, ¿qué es lo que quiere?
—Sí —dijo—. Sí, señor.
—Hagamos un trato, señora Yeager. Usted me consigue lo que quiero para mañana, y limpiamos los antecedentes del señor Ramey. ¿Le gusta la idea?
Está loco, loco del todo.
—¿Qué le parece, señora Yeager?
—Lo pensaré, señor, pero necesito ayuda. Un buen maquinista, tal vez alguien que sepa armar cuatro capas de Flexina, para... —Mentira, porque lo que decía era sólo lo que ese hombre quería oír. Empezó a marcar los puntos con los dedos sin dejar de cavilar con desesperación. ¿Le creo? Es un hijo de puta. ¿Puedo creerme cualquier cosa que me diga?¿Qué es lo que quiere? ¿ Qué está tramando ?
¿ Y qué pasa ahí afuera?
—Voy a traerle a Merrill.
—... y un cuerpo vivo. —Con un gesto hacia la armadura Europa—. Para ésa, señor.
—Haga un ajuste general.
—No funciona así. —Abrió el equipo de herramientas y metió la mano en el guante y sacó la palanca manual. Hizo un puño—. Tiene que estar ajustado a la persona que va a usarlo. O uno se cae de culo, o termina vomitando, señor. ¿Quién va a usarla?
Se produjo un largo silencio en el depósito, con el latido distante de las bombas en el fondo.
—Usted y yo, Yeager —dijo Fitch.
Las piezas del rompecabezas se desordenaron en la mente de Bet. Miró hacia arriba y lo único que vio fue a Fitch, loco.
—Sí, señor —dijo con esa sensación terrible que asociaba al olor y la imagen de las armaduras. Eran muy distintas de los trajes que se usaban para otro tipo de operaciones. Y lo que los oficiales ordenaran no tenía por qué tener sentido. Si le decían a una que matara a unos hijos de puta, iba y lo hacía antes de que ellos la mataran a una primero. No había que preguntar por qué. Simplemente había que hacerlo.
Pero, tengo amigos en esa estación.
Y compañeros de tripulación que están fuera, en medio del fuego.
NB está abajo y no sé lo que le ha dicho Fitch.
—¿NB lo sabe? —le preguntó a Fitch—. ¿Usted le ha contado de dónde vengo?
Fitch la miró con los ojos fríos.
—Le gustaría que hiciera eso, ¿no es cierto?
—¿Qué le dijo?
—Que si quería sobrevivir sería mejor que se quedase sentado en ese tablero hora tras hora. Tenemos a seis personas en esta nave y todo está en juego, en un plazo de veinticuatro horas. De lo contrario esta nave morirá aquí, y él con ella. Sus amigos están en peligro. Y usted. ¿Me oye?
—Sí, señor —dijo ella—. Lo entiendo perfectamente.
—Entonces, repárela, Yeager.
Fitch se fue. Cerró la puerta y ella cogió el guante y el antebrazo. Empezó a unir las líneas y colocar las válvulas de empuje, pensando en cómo le dolía la espalda y en lo que le dolería después.
¡Ojalá eso fuera lo único que la preocupaba!
¡Mierda!, vas a morir de ésta, Yeager, todo este asunto huele a muerte. Todo el mundo está angustiado. ¿Dónde están todos, cono? ¿En qué lío nos metió la estación?, ¿y por qué todavía siguen con esa bomba si tenemos problemas más graves?
¡Fitch me está mintiendo! ¡Fitch me está mintiendo!, joder. ¿Cuándo hizo algo que no fuera en su beneficio?
Esta vez vas a morir. ¡Vas a morir!, y ¿qué mierda va a pensar NB?
Pensará que lo engañé, eso es lo que pensará. ¿Qué más podría pensar?
Maldita sea.
Aseguró el brazo terminado, se levantó de rodillas y se puso en pie. Atravesó la puerta y luego el puente mientras ponía otra vez las mangas en su lugar.
—¡Yeager! —gritó Fitch tras ella.
Bet llegó al ascensor, tocó el botón y lo vio venir hacia ella. Levantó una mano con los dedos extendidos.
—Necesito estar cinco minutos abajo, señor. Si quiere que arregle esa armadura, no me toque y no toque a mis amigos.
Se abrió la puerta.
Entró y se dio la vuelta. Fitch se quedó allí con la cara enrojecida de rabia.
Se cerró la puerta y el ascensor empezó a descender.
Fitch podía detenerlo desde el puente y ella lo sabía. Había muchas cosas que se podían hacer en el puente.
Pero arreglar las armaduras, no. De ninguna manera.
25
Bet llegó al pasillo inferior corriendo, saltó por la cubierta curvada hacia arriba, y fue hacia Ingeniería. Subió los escalones de placas de la cubierta con tanto ruido, que atrajo a NB a la puerta con una cara pálida y asustada, antes de que ella entrara.
—Tengo sólo cinco minutos. Vengo a decirte algo. Fitch cree que la nave tiene problemas, necesitan que arregle eso...
¡Mierda!, no era lo que quería decir. Se quedó muda, muerta, mientras NB la miraba con cara de sorpresa.
Se asustó por ella, y le dio como un ahogo al darse cuenta.
—Fitch y yo hicimos un trato. —Empezó a decir. Pero eso tampoco era lo que le importaba—. Tienen un problema con... Era la tercera vez que lo intentaba en vano.
—NB..., no sé si te has dado cuenta... Mierda, no pertenezco a una nave mercante, ¿me entiendes?
Casi dijo milicia, como la última mentira desesperada. Pero lo omitió. Una mujer puede hacer quedar a un hombre como un tonto una sola vez. Dos, nunca.
No, si quiere que la perdone.
—... estuve con Mazian.
Quería saber qué sentía él antes de seguir adelante, pero no reaccionaba, solamente la miraba con los ojos brillantes y asustados.
—Nunca quise mentirte —le dijo—. Nunca quise que cargaras con la idea del sitio de donde vengo. Supongo que eres el que tiene más razones para odiarme en toda la nave y el que tiene más motivos para querer mi cabeza.
Parecía como si NB se hubiera alejado de ella. Tal vez ni siquiera la escuchaba ya. No parecía enojado, sólo mudo y sordo, sin hacer un movimiento.
Ella alargó una mano y le rozó el brazo. Estaba frío como la mesa en la que estaba apoyado.
—Quería que supieras —dijo— que nunca te mentí sobre ninguna otra cosa, nunca hice nada que pudiera hacerte daño. Al menos conscientemente. Jamás lo haría. ¿Me oyes? —Le sacudió el brazo—. NB. ¿Me oyes?
Tal vez sí, tal vez no. NB estiró la mano y no la miró.
Bet podría haberle dicho el nombre de su nave. Era un orgullo, pero el África tenía mala reputación entre los mercantes. Se lo dijeron en los muelles de Pell. NB todavía no tenía por qué saber eso. Tal vez prefería no saberlo.
Él no dijo nada, ni miró a ningún lado durante un segundo. Después vio la pizarra en su mano izquierda y la observó como si fuera a encontrar respuestas en ella.
Era lógico. Algunas cosas tenían que hacer ruido un rato, antes de que pudieras siquiera empezar a pensar en su existencia.
Así que Bet pensó que lo mejor iba a ser irse en silencio, dejarlo solo para que las cosas se tranquilizaran por sí solas. Pronto llegarían Merrill y Parker. Iban a trabajar abajo, así NB no estaría tan solo, gracias a Dios.
Pero cuando ella ya se iba, él la tomó del brazo. Bet se detuvo. Quería abrazarlo pero él no parecía querer, solamente le puso la mano en el hombro y dijo con la voz tranquila:
—... no te odio, Bet...
Era como si le hubiera dicho: «Tampoco puedo decirte nada más.”
NB la dejó ir. Bet se giró cuando llegó a la puerta, y dijo, porque no quería dejar ese silencio:
—¿Está Merrill? Fitch dijo que iba a llamarlo.
—Fitch ha dicho que hay trabajo en el taller, y que tenemos veinticuatro horas seguidas de trabajo. Bet asintió. Podía ser civilizado, hacer el trabajo como correspondía y dejar de lado un asunto personal, hasta que su mente lo aceptara. Podía enfrentarse a todo. Era un alivio saberlo.
—¿Qué pasa ahí fuera? —preguntó NB.
—No lo sé, tienen esas armaduras destrozadas y como hay algún problema, creen que las necesitan urgente, según Fitch. Pero no todo lo que dice tiene sentido...
—¿Me oyes?
—... Fitch dice que hay problemas con la estación. Que sólo somos seis en la nave, el resto está abajo. Tengo la terrible sospecha de que no es ninguna casualidad que seamos nosotros los únicos que quedamos a bordo.
Su cara volvió a crisparse por el miedo.
—Haz lo que te diga Fitch —le aconsejó Bet. La adrenalina le subía por el cuerpo—. He de irme. Fitch me ha dado cinco minutos. Tengo que volver. No te metas en problemas. Te necesito, ¿me entiendes? Por Dios, te necesito.
—¿Qué trato? —dijo él, como si de pronto pudiera pronunciar esas palabras.
Luego sí la había estado escuchando, y con más atención de la que pensaba. A Bet le dio un vuelco el corazón. Empezó a mentir.
Y recordó a tiempo lo que acababa de decirse a sí misma sobre las mentiras.
—Tengo antecedentes limpios —dijo casi automáticamente y paralizada, mientras trataba de pensar si él lo entendería, si lo que llegara a decirle en dos segundos podía ayudarle en algo—. Tú y yo tenemos antecedentes limpios. Eso dice Fitch. Por lo visto hay un problema con la estación. Pero, entonces, ¿por qué mierda sigue funcionando la bomba?
—¡Yeager! —sonó amenazante la voz de Fitch por el comunicador general.
Miró la cara de NB, congelada, asustada, mientras ella se volvía para salir corriendo hacia la puerta y bajaba por el pasillo lo más rápido que podía.
Fitch me ha oído. Creo que me ha oído.
—¡Ha tardado diez minutos! —exclamó Fitch cuando llegó.
—Lo lamento, señor. Pero tenía que arreglar un asunto con NB. Está bien, se lo aseguro. Fitch solamente la miró.
—Tiene veinticuatro horas, Yeager.
—Sí, señor.
Bet se alejó hacia el depósito y siguió con lo suyo. Un trabajo provisional, había encargado Fitch.
Una hacía cualquier cosa con tal de que pareciera que el resultado iba a durar seis horas. Que era lo máximo que podía durar de todos modos sin una carga de reserva.
Evidentemente no la tenían.
Una de las bombas de circulación estaba rota, ya lo esperaba, y gracias a Dios la válvula siguiente de la línea se había cerrado antes de que se congelara todo. Jim Merrill tendría que arreglar eso. Merrill echó una dura mirada alrededor cuando abrió la puerta del almacén superior número uno y descubrió exactamente para qué era la Flexina y de dónde venía la bomba que tenía que arreglar.
—Mierda —dijo—. ¿Esperan que arreglemos esto?
Al menos parecía que nadie le había dicho nada a Merrill. Era posible que gran parte de la tripulación supiera lo que había en ese depósito desde hacía años. Quizá desde este viaje. Le entregó lo que le había traído, Bet se levantó y le pasó la bomba desmontada.
—Hazlo tan rápido como puedas —dijo y tuvo que preguntar—: ¿Cómo está NB ahí abajo?
—Tan hijo de puta como siempre, ¿te parece que podría cambiar algún día?
—¡Mierda!
—Me dijo... —Merrill sonaba como si no estuviera seguro de a qué se arriesgaba con lo que iba a decir—. Me dijo que te preguntara qué cono pasaba aquí arriba.
Bet lo miró con una súbita esperanza, y a la vez absurda, sobre la situación y deseó tener una respuesta. Pero NB le había preguntado algo, mierda; al menos le dirigía la palabra a Merrill y todavía seguía trabajando.
—Dile —dijo ella—, dile que él sabe todo lo que yo sé. Dile que no se meta en problemas, que se mantenga al margen. Dile también que no tengo intención de morir en este lugar.
—¿Pero qué pasa? —preguntó Merrill.
—Fitch dice que hay un problema con la estación. Llega tú mismo a una conclusión. ¿Todavía está ahí, Fitch?
—En el puente —dijo Merrill—. Afuera. ¿Pero qué tipo de problemas, por Dios?
—No lo sé. No tengo ni idea. El capitán no está desde esta mañana, la tripulación está de permiso...
—Todos locos —dijo Merrill—. Locos.
Y como Bet no agregó nada, se fue. Oyó el ascensor que bajaba mientras medía la nueva línea.
La bomba de Thule seguía enviando combustible. Thule todavía volcaba sus pequeños tanques en los de la Loki, todo lo rápido que le permitía una maquinaria antigua. Zump, zump, zump.
Nadie volvió a la nave. Lo más lógico era pensar que la tripulación volvería para guardar lo que había comprado. Eso, si no pasaba nada malo... Todo el mundo sabe que se roba en los muelles de Thule. Nadie lleva nada encima,, sólo los créditos que son absolutamente imprescindibles.
«Tenemos problemas», había dicho Fitch, y la estación todavía seguía abasteciéndoles como si el problema no tuviera nada que ver con ese departamento...
Tal vez alguien golpeó a alguien. Quizás haya un problema legal y van a tratar de sacar a alguien de la prisión por la fuerza. La Loki no aceptaría ninguna estupidez de la ley de la estación y menos en una estación abandonada como ésta...
Pero ¿por qué tener a bordo sólo a Fitch?, ¿dónde está el otro oficial que vi?, ¿dónde está el capitán ?, ¿por qué carajo mandaron a todos abajo menos a NB, a mí, a Parker y a Merrill? Los de Ingeniería...
Justamente a nosotros, que no estamos en la lista de los «buenos» de Fitch.
¿Han enviado a todos tal vez para dar una demostración de fuerza en los muelles?
¿ Y quién dice que Fitch no dice la verdad o al menos parte de ella ?
Fijó la línea y el sello. Colocó la bomba que había sacado de la armadura de la Europa, pensando que, por lo menos, podía asegurarse de tener una de las dos en funcionamiento. Encendió la sección de la coraza. Comprobó el funcionamiento de las válvulas en los puntos de sellado y vio que los sistemas lo soportaban bien.
Me juego la, vida a que van a funcionar, pensó.
Era una simple broma de soldado.
Merrill le trajo un sándwich y se lo iba comiendo mordisco a mordisco mientras seguía trabajando. Se durmió unos minutos sin querer, hasta que acabó dándose de narices contra el casco que tenía en las manos. Se preguntó dónde cono estaba y qué hacía ahí, medio congelada, con un casco sobre el regazo.
No estaba contando las horas, sólo trabajaba lo más rápido que podía sin provocar más problemas de los que ya tenía encima. Había hecho marcas con un lápiz especial sobre la cubierta, para verificar los sistemas que había dejado en funcionamiento y los que todavía le faltaba revisar. Ésa era la memoria de una técnica, en lugar de una pizarra informatizada con estímulos previstos y controlados; tenía muchos repuestos preparados y hechos a mano, porque el área de suministros no podía darle otros. Se le resbalaba una tuerca de tensión en el hombro derecho, así que tomó prestada una de la cadera izquierda; un par del codo derecho también se soltaban, así que las sacó del izquierdo.
Hacía ajustes de ese tipo todo el tiempo.
Se levantó para pedirle al señor Fitch un té caliente y otro tubo de Flexbond. Fitch, desde su tablero, le ladró y le gritó que se pusiera a trabajar de nuevo. Pero el té apareció después. Se lo trajo Merrill.
Acabo de conseguir un favor de Fitch.
Merrill le trajo otra cosa. Se inclinó sobre ella y le dijo rápidamente en voz baja:
—Fitch tiene los Sistemas conectados. —Y le dio una nota escrita a lápiz y doblada unas veinte veces.
Decía: Lo que funciona mal no es secundario. Tienes que salir como puedas. Pregúntale a Merrill.
Y: Lo otro, creo que, en realidad, ya lo sabía. Está bien.
NB.
Bet miró a Merrill con frialdad real y aparente.
—¿De qué mierda habla? —murmuró. Él acercó la boca a la oreja de Bet.
—Hace mucho que Sistemas le dice al puente que tenemos un problema. Sistemas dice que esta nave va a volar en pedazos si seguimos corriendo así. Ahora tenemos una carga de combustible para cinco días. Hay una cantidad de masa considerable en esos tanques. Lo que estamos tratando de entender es qué cono está haciendo el capitán...
No era secundario lo que pasó cuando llegábamos.
—¿Pero qué se puede hacer? Sé que tenemos un problema. Pero aquí no lo van a arreglar, te lo aseguro.
—No necesitamos un tanque lleno para llegar a Pell. Se suponía que iba a haber una parada aquí y llevarnos luego a Pell, con una carga ligera. Allí podríamos arreglar esa jodida cosa. Eso era lo que Mike entendió de la situación y lo que Smitty y Bernstein entendieron. ¿Qué cono es esto de los cinco días? Era lo que se preguntaba Sistemas en principal. ¿Por qué vaciaron la nave como si allí afuera no supieran que el llenado seguía adelante? ¿Creen que Sistemas no va a hablar o que Ingeniería no se da cuenta de la masa que vamos a arrastrar? Sistemas dice que... no están seguros de quién está a cargo. El puente está patas arriba. Sistemas dice que... tal vez haya que atascar la esclusa de aire. Eso nos sacaría de la nave...
Bet se sentía cada vez más fría. Rompió el trozo de papel en mil pedazos, con mucho cuidado. Se jugaba la vida por lo que había allí escrito.
Murmuró:
—No sé, no sé. Dile a NB..., di le veinticuatro horas. Dile que, por Dios, espere, que espere. Que confíe en mí. Voy a averiguar qué pasa.
Merrill suspiró.
—Se lo diré —dijo. Y abrió la puerta para irse cuando se topó cara a cara con Fitch.
—¿Tenemos problemas, señor Merrill? ¿Señora Yeager?
—No, señor —dijo Merrill y se encogió para salir.
—Tenemos casi todo listo con la primera —dijo Bet, rápidamente antes de que Fitch le hiciera otra pregunta—. Estoy con el segundo ahora. Voy a hacer los ajustes más generales, señor, los que pueda, para que usted no tenga que estar parado tanto tiempo. Después necesitaré el cuerpo que lo va a usar, unas dos horas, más o menos. Es todo lo que puedo hacer.
Fitch se quedó mirándola. Y se preguntó si percibía algún atisbo de doble juego.
—¿Está segura de que no tiene ningún otro problema, señora Yeager?
—Sí, señor —dijo ella. Se le iba la voz. Justo cuando la quería firme y decidida—. Sí señor. Todo está bien.
—¿Está segura de que Ingeniería no tiene ningún problema?
—No, señor. No hay problema.
—Estamos atrasados —dijo Fitch—. ¿Me comprende, señora Yeager?
No tenía sentido.
—Sí, señor —respondió pensando tengo que dormir, tengo que dormir, ya no puedo más.
Estaba temblando cuando Fitch cerró la puerta. Cogió la taza de té y se la bebió.
Me miente. Me está mintiendo.
¿Qué cono quiere?, ¿por qué cono Wolfe me ha puesto en manos de Fitch y se ha ido?
Voy a cometer un jodido error haciendo esto para Fitch y ajustándolo para él... mierda, podría...
Tenía miedo de que Fitch sacara un revólver y la matara inmediatamente después de que terminara, y se llevara la armadura para otro.
¿Quién tiene mi talla?¿Quién, de los que están con Fitch?
Podría matarlo a él primero. ¡Sí!, podría matar a ese mal bicho, salir de aquí y hacerle un favor a todos.
Pero el capitán me puso aquí. El capitán sabe todo eso que dice NB.
Mierda. ¡Mierda! ¿Qué prisa hay con estas armaduras? ¿Qué cambió desde que entramos en este puerto?
¿Quién se arriesgaría a volar la nave cuando lo único que se tiene que hacer es romperle el cuello a Wolfe, promover a su propia facción y después dirigirse a Pell?
26
Se durmió de nuevo, tan sólo un ovillo sobre la cubierta, mientras esperaba que Merrill le trajera el trabajo terminado. Se dejó caer apoyando la mejilla sobre la superficie congelada de la cubierta durante un precioso cuarto de hora, o media hora. Excepto eso, todo lo demás estaba hecho.
Tal vez fue un error porque se despertó con una sacudida de Merrill y durante unos segundos no pudo recordar dónde estaba y no podía mover los brazos para levantar la cara del suelo, porque la espalda no aguantaba su peso. Estaba como muerta. Lejos. Le dolía la espalda y las articulaciones, y el frío la paralizaba.
—¿Estás bien? —le preguntaba Merill—. ¿Estás bien, Yeager?
Después de un rato, pasó de estar asustada porque iba a morirse, al deseo de terminar con todo. Se arrastró sobre la nariz, los codos sobre la cubierta y se quedó así un momento mientras Merrill le contaba que NB estaba bien y que iba a esperar, y Mike Parker también, pero por si acaso, iban a ir afuera a trabajar en los controles de las esclusas, ya que había dos tipos de Sistemas, acostumbrados a manejar giga—números; iban a meterse con un circuito de seguridad. ¡Dios!
—Fitch se va a dar cuenta —dijo Bet con furia, con miedo de que hubiera puesto micrófonos. Él permanecía fuera—. Mierda, ¿dónde está ese capitán? —Merrill estaba abajo, con Ingeniería en obras, cerca de la esclusa y seguramente sabría si alguien entraba o salía de la nave.
—No hay noticias —dijo Merill—. Nada. Como si no hubiera nadie ahí fuera.
—La tripulación tiene que saber si esta nave está cerrada, ¿cómo no se dan cuenta? ¿No preguntan? ¿Qué cono hacen allí fuera?
—Nadie sabe nada —dijo Merrill—. Llamamos al puente y Mike pidió una llamada exterior. Al menos lo intentó. No funcionó. Había dos en el puente y nosotros.
—¿Fitch está allá fuera?
—Goddard.
El operador de Hughes.
—¡Mierda! —Bet se sentó, se dio en la cabeza con fuerza contra la pared—. ¡Fitch está durmiendo!. ¡A la porra! Dile que lo necesito, dile a Goddard que lo despierte, es necesario arreglar esa armadura.
Había que desnudarse para meterse en la armadura. Empezando por las botas y luego el resto, pero allí hacía frío, mierda, hacía frío. En ninguno de los almacenes de la nave había buena circulación de aire.
Eso la hizo sentirse mejor. Imaginar a Fitch de pie, en ropa interior, no era una mala imagen, a pesar de que era un hijo de puta. Se mantenía en forma a base de golpear a la tripulación contra las paredes. Tendría unas pocas cicatrices y una muy grande en las costillas, probablemente una cuchillada en algún hotelucho de estación. Merecido, sin duda, pensaba ella, mientras ajustaba las tuerquitas y tornillitos.
Sólo faltaba poner un poco de grasa negra en las abrazaderas. En la bota, cerrar la bota y ajustaría hasta que las tres abrazaderas dejaran una marca en la piel. No era pesado. Torturaba la superficie del traje pero si se había de ajustar para un novato, era más fácil que preguntarle si los contactos le tocaban la piel: siempre parecía que tocaban hasta que se tenía experiencia.
Además, era Fitch.
Bota izquierda, bota derecha, pantorrilla izquierda, pantorrilla derecha, rodillas y muslos.
Mientras, Fitch estaba de pie con un comunicador en la oreja, escuchando algo que Bet hubiera dado cualquier cosa por conocer. No prestaba ninguna atención a la incomodidad, como si lo que estuviera oyendo fuera mucho más interesante para él.
Parte inferior del cuerpo. En un minuto, tendría que sentarse y descansar. Le temblaban tanto las manos que no podía mantener el destornillador dentro de los malditos agujeritos.
De pronto, Fitch se movió, le quitó el destornillador de las manos, dolía, carajo, así que ella se sentó bruscamente, sin saber si él iba a salir caminando y la iba a dejar sola.
Pero con ese peso no se podía caminar rápido. Fitch activó el comunicador y le dijo a quien quisiera que le estuviera hablando:
—No responda. ¡No responda, cono! ¡Haga lo que le digo!
Bet se levantó como pudo y le golpeó en la pierna de la armadura para que le prestara atención. Empezó a trabajar de nuevo: aflojar aquí, dar vueltas allá, señor, estese quieto, por favor...
Empuje, señor, o no lo vamos a poder mover de aquí.
Mierda, le hubiera gustado ajustarlo un poquito más flojo.
Pero había que reconocerle algo a Fitch: tenía la cabeza donde estaba, y si uno le decía que se quedara quieto, se quedaba, sin quejarse y sin moverse. Era evidente que él tampoco estaba tranquilo. Se le veía en los ojos.
—Creo que esta cosa va a funcionar —le dijo ella con lo que le quedaba de voz—. Verifiqué los sistemas y salió bien. —Y pasó a la pregunta que quería hacer—. ¿Nos preparamos para una batalla, para el vacío, o qué?
—Cualquier cosa —dijo Fitch—. Cualquier cosa.
—¿Alguna vez estuvo dentro de una armadura de éstas, señor?
Silencio absoluto.
—Se conecta y hay que relajarse. Ese es el secreto. Si uno se pone tenso, la armadura recibe órdenes, y tiembla todo como si te fueras a caer. La armadura reacciona cuando no debe y no hay control. Algunos prefieren ajustaría muy poco, floja, pero otros no, para que tenga un tiempo de reacción muy rápido. Así que... elija, señor. Tal como la estoy poniendo, ésta va a ser rápida o puedo aflojarla a la mitad.
—Acepto su consejo en esto —dijo Fitch totalmente amable con ella.
—¿Cuánto tiempo tiene para practicar con esto?
—No lo sé —dijo Fitch. Nunca la miraba mientras ella trabajaba y Bet nunca se tomaba libertades dada la situación—. Tal vez no tenga tiempo. —Fitch respiró y dijo en el comunicador—: Ya entiendo.
—Tenemos una interfase para armas, señor —dijo ella—. Podemos conectarla a los sistemas de la armadura. Si tiene un arma con una conexión I/O, para apuntar y rastrear con fuego automático, para cualquier cosa que tenga.
Era pura arrogancia. Tendrían suerte si la nave llevaba armas que fueran la mitad de buenas.
Por supuesto, Fitch no pensaba decirle nada sobre el tipo de armas que llevaban...
—Tenemos armas comunes —dijo después de un momento—. Y vamos a tener mucha suerte si aparece un blanco.
Parecía un Fitch muy diferente a los que ella había conocido antes. Un hombre cansado, civilizado, con un tic muscular en el brazo derecho y la piel fría como la de un cadáver.
Hacían una curiosa pareja... Hasta que Fitch se quejó, con la voz muy ronca:
—¿Qué cono cree que está haciendo, Yeager? —Porque ella temblaba tanto que parecía que no podría seguir manejando el destornillador.
—Lo lamento, señor —dijo. Temblaba de cansancio, y él, de frío, y la cosa llevaba tiempo. Fitch estaba doblado en una postura muy incómoda mientras ella trataba de ajustar las junturas del cuerpo principal.
Para entonces, Bet estaba como un piloto automático, se movía sin saber cómo. Así ajustó la coraza, la manga derecha y el guante derecho y siguió ajustando tornillitos hasta que Fitch mismo llamó por el comunicador a Goddard para que trajera algo caliente y algunos sándwiches.
¿Desayuno o cena?, ni siquiera recordaba lo que tocaba. Mike Parker fue quien lo trajo. No dijo nada. Bet recordaba vagamente que Parker y NB estaban juntos abajo, participando en un motín. Lo único que Fitch tenía que hacer era descubrir que alguien había estado trasteando en la esclusa exterior...
Cinco oportunidades para decidir a quién acusaría.
Ya no tenía apetito. Masticó y tragó grandes pedazos de sándwich que acompañó con la bebida caliente, que deseó hubiera sido cerveza.
Deseó que fuera un buen trago de ese vodka que tenía en el dormitorio improvisado del almacén. Pero sabía que si el alcohol le tocaba el sistema digestivo, desaparecería y se hundiría en un desmayo en menos de diez segundos.
Por el intercomunicador, llegó algo que a Fitch no le gustó. Ella lo vio escuchando a Goddard, o el que fuera, con el ceño fruncido, meneando apenas la cabeza.
—Ya entiendo —dijo a Goddard y era lo único que había dicho hasta el momento.
—¿Qué pasa, señor? —preguntó finalmente. Fitch la miró con frialdad:
—El mismo problema. Terminemos ya con esto. Le prometo que si esto funciona, tendrá un descanso para dormir.
Si no funciona... pensó ella, y pensaba en bombas y servos saltando en pedazos, en los filtros que se derraman sobre la armadura, entonces, será mejor que me suicide con un buen disparo.
—Sigamos entonces —dijo en voz alta y levantó la manga derecha—. Todas esas diminutas junturas, los tornillitos, hasta el codo, la muñeca y los dedos.
Estaba medio ciega cuando terminó. Pensó conectar adrede la armadura sin avisar a Fitch, porque estaba medio tembloroso también y ella sabía lo que podía pasar si sus temblores le hacían tocar los sensores.
No lo hizo. No quería empezar una guerra donde no la había, no quería convertir a un Fitch casi civilizado en un pelele tonto.
—Tengo que decirle algo, señor —dijo con un gruñido que le quedaba por voz—. Ya ha estado de pie demasiado tiempo, mejor será que descanse. Si la conectamos ahora que está temblando, lo tirará al suelo.
—¿Dónde está la tecla de encendido?
Se la mostró. El la hizo funcionar y la volvió a apagar con mucha rapidez porque todo el aparato tembló.
—Funciona —dijo ella—. El que tiembla es usted y usted es el que hace ruido. —Y para ser diplomática, como Teo—: La mayoría se cae, directamente. Sería mejor que no le pasara a usted, señor. Creo que debe dormir un poco.
—Cuando funcione —dijo Fitch—. Funcionar quiere decir funcionar, Yeager. Ha de funcionar para mí, así que enséñeme las teclas, la técnica... los sistemas, para que los dos sepamos que funcionan, después hablaremos de descanso. ¿Me oye?
Mierda, sí, le oigo, señor.
—Sí, señor. Entiendo.
Lo primero que se hace cuando se está instruyendo a alguien es ponerse la armadura.
Fitch no estuvo de acuerdo.
—No hace falta —dijo. Y ella:
—Sí, hace falta, señor, si no voy a tener que darle las instrucciones desde el pasillo hasta que pueda controlar la armadura, señor.
Había que ser sincero. Fitch entendió lo que Bet quería decir, por eso escuchó cuando le dijo que se relajara, y se quedó de pie mirando mientras ella se desnudaba y se metía en la armadura, tal como había que hacerlo.
Ella también hizo ruido cuando la puso en marcha. Luego se amortiguó.
—Éste es el ajuste, tecla número tres, sensibilidad en los puntos clave. Si uno tiembla, tiene que ajustaría más, hasta que se detiene el ruido. Si se tiembla demasiado, el aparato se puede incendiar.
A Fitch no le pareció gracioso.
—Tiene algunos giroscopios que mantienen el equilibrio —dijo ella. Fitch se había convertido en una forma con casco, sin cara, enmarcada en los dispositivos y los números verdes de sus propios indicadores. Era una visión de 360 grados comprimida y proyectada en una banda de sombra verde, sobre el fondo, en la parte superior de la placa que tenía sobre los ojos. Veía los leves movimientos de Fitch, que movía la mano con el cuerpo enmarcado en una luz intermitente y amarilla. Los sonidos amplificados y un dispositivo de lectura de los decibelios que tableteaba y brillaba a la izquierda. Bet le cogió la mano y la guió hasta el primero de los controles, bajo el cuello.
—Puede ver su propia mano por la imagen de 360. Tiene que acostumbrarse a la distorsión. Eso es el control de esclusa, eso es el giroscopio, ése es para el movimiento libre, una tecla de tres posiciones: la primera, vea la luz blanca intermitente a la derecha de la pantalla. Le dice que la tecla dos, posición B, se está estabilizando. A es esclusa, C es libre, ¿entiende, señor?
—A, esclusa; B, giros; C, libre.
—La armadura se siente siempre como algo en desequilibrio. El centro de gravedad es diferente pero no se olvide de que tiene esas botas enormes por debajo. Póngala en B, el giros lo mantiene en equilibrio y no se puede caer aunque quiera, excepto si hace mucho esfuerzo por conseguirlo. Le aconsejo que lo deje en B un rato. La tecla tres es su sensibilidad. Yo la pondría en 85. Le cansará un poco, pero es mejor que caerse. Yo tengo la mía en 150. La amplificación máxima es de 300, pero hace veinte años que no uso estas cosas. No necesita la tecla cuatro, no tenemos estación base, así que no sirve. ¿Se siente mejor en 85?
—Molesto —dijo Fitch—. Duro.
—Puede designar las sesiones para las distintas amplificaciones, pero es muy incómodo y molesto. Ponga la tres en 90, y un punto o dos, como le guste, pero tenga cuidado cuando empiece a pasar de cien. Cuanto más alto ponga esa tecla, la armadura leerá con mayor sensibilidad sus temblores musculares. En cien se mueve mucho más rápido, golpea mucho más fuerte, aprieta mucho más. Se incrementa. En 150, un tipo puede quebrar el cañón de un arma con un movimiento muy leve; la mayoría no pone nunca la armadura a más de 250. Hay que moverse con mucha delicadeza y tratar las cosas como si fueran de vidrio, no moverse con brusquedad. Todo lo que usted haga estará amplificado. La masa aumenta. Cuando se mueve, tiene que tener en cuenta que hay que darse bastante espacio para detenerse. Correr es como flotar leve como una pluma; caminar, lo mismo. Hay que ser leve con los pies. Si se cae, no pelee, no tiemble, no se defienda, la caída no lo puede lastimar, acéptela y póngase en pie de nuevo. Ahora voy a quitar el giros. Relájese. Quédese quieto, nada más. Levante el brazo. Despacio.
—¡Mierda! —dijo Fitch cuando la armadura resonó y se flexionó. Sintió un pequeño temblor. El brazo de Bet y el de él rozaron uno con otro y él rompió un asa del armario al tambalearse.
Ella lo cogió y lo aseguró en el suelo. Podía oír el jadeo. Una respiración muy pesada a través del comunicador del casco.
Aquel hombre no estaba acostumbrado a controlarse.
Estaba exhausto, furioso y tal vez un poco asustado.
Tembló. Sonó un crujido y un tartamudeo en todas las articulaciones. Una vez se liberó, movió el brazo más de lo que quería, pero se detuvo a tiempo.
—Bastante bien —dijo Bet—. Si se tambalea así tiene que frenar más de lo que le parece al principio. Otra vez la masa... ¿Contra quiénes vamos a usarlas si me permite preguntarlo, señor?
Fitch no dijo nada durante un minuto. Pero ella oía su jadeo.
—Suponga que se limita a hacer su trabajo —dijo Fitch—. Explíqueme el resto de las teclas y no se salga del tema.
—De acuerdo, señor, pero tenemos cientos de teclas. Supongo que el tiempo es limitado, y si supiera con quiénes tenemos que vérnoslas, señor, podría imaginarme qué es lo más cétil.
Hubo un silencio. Después:
—Suponga que no se pasa de lista, Yeager, y piense en seguir respirando. Aprendamos cómo se mueve «esta cosa».
—Sí, señor —dijo ella, ronca, mientras sentía que le temblaban todas las articulaciones y se le nublaban los ojos con los números verdes. Hacía un gran esfuerzo por dominarse—. Tiene un buen equilibrio inicial. ¡Tratemos de caminar!
Fitch se las arregló bien en 95 y en 100. Llegó a 110 y lo hizo pasable. Pudo mantenerse la primera vez, usando el giros, en 110. La segunda vez no fue tan bien. Golpeó los armarios sin darle a ella, al menos no dio fuerte.
—Tiene buenas aptitudes para esto, señor —dijo ella y ajustó la amplificación a 130. Se golpeó otra vez con los armarios. Bet lo hizo rebotar hacia atrás y él se controló mejor de pie.
—¿Quiere ver cómo se hace para apuntar, señor? ¿O usar las armas?
Lo siguió, desconectó el traje y por fin descansó. Le explicó las cosas más básicas, a veces con los ojos cerrados, y se aburrió con la conferencia estándar para el novato. Pero él no se daba cuenta.
—Tiene cuatro posiciones, una es para los diestros; otra, para los zurdos; otra, para los ambidiestros. El número uno es fuego automático, olvídelo, no lo tenemos, póngalo en dos, vea cómo se abre un paréntesis amarillo en el pie, ahí, es la fibra óptica de su guante derecho, le da una idea aproximada de adonde apunta su arma. Puede ajustar el foco, la armadura entiende órdenes habladas, usted dice Programa, Blanco, Manual, y Cancelar para detenerla. —Sonó un crujido de parrilla y marcadores a través de su propia pantalla, que terminó con Cancelar—. Puede decirle izquierda/derecha, arriba/abajo, dígale listo cuanto esté satisfecho.
—Lo tengo —dijo Fitch. Tampoco él parecía enfocado.
—Pienso que ya tenemos los elementos básicos —dijo Bet. Esperaba que fuera así—. La próxima vez, si tenemos tiempo, le doy las órdenes verbales. Las órdenes son mejores, más fiables: no sé cómo nadie puede hacer un programa que le haga distinguir entre sentar y sentir. ¿Quiere terminar ahora, señor? —No esperó una confirmación, no quería oír la palabra «no», se acercó a él y lo guió con la mano hasta la tecla de salida—. Estas son sus cintas de tensión. La izquierda está conectada, la derecha no, súbala y puede soltar los broches, es como con un traje muy duro, una vez que está unido y preparado, hay que seguir la misma dirección de los broches. Primero las mangas, la parte superior, las botas y los pantalones. Quieto ahora, déjeme coger los broches, señor.
Destornilló las mangas, le ayudó a soltar la derecha, él soltó la izquierda, se sacó el casco y el cuello, aunque tuvo que esperar a que ella lo agarrara y después se agachó para salir. Estaba lleno de sudor y grasa hasta la cintura, mientras le soltaba la armadura por los hombros.
Fitch parecía a punto de caerse de boca, estaba pálido, sudoroso y temblaba. Se secó la frente y empezó a vestirse.
Nada de simpatías, hijo de puta. La espalda le recordaba viejas deudas. Dios mío, cómo deseaba una cerveza.
Fitch se secó la cara, con la mitad de ropa en las manos, mientras ella se ponía la suya.
—De acuerdo, Yeager, puede irse. Tiene seis horas. Ella parpadeó, demasiado aturdida para comprender.
—¡Fuera! —dijo él.
Bet se subió el cierre del traje.
—¿Puedo ir a por una cerveza, señor?
—Haga lo que quiera, carajo, beba si quiere; duerma, lo que quiera, siempre que pueda volver bien sobria cuando yo la llame. ¿Me ha oído?
—Sí, señor. Gracias, señor.
—¡Fuera!
Metió los pies en las botas y salió temblando al puente, donde Goddard todavía estaba de guardia, se metió en el ascensor, se apoyó contra la pared y se inclinó, temblándole la cabeza y las rodillas. Quería desaparecer.
Ni siquiera fue hasta el almacén donde estaba el dormitorio provisional, pasó tambaleándose por la curva, entró en Ingeniería, donde trabajaba NB, que se asustó muchísimo al verla.
—Tengo seis horas —dijo—. Fitch nos ha dado las buenas noches. ¿Cómo te va?
27
No estaba navegando bien, iba a caerse en el asiento del tablero tres y con eso rompía una docena de reglas.
Bernie se moriría, pensó mientras se tomaba una cerveza fría que NB le había traído de Servicios, cerveza y no vodka, porque la cerveza se parecía más a una comida. También había más cerveza que vodka. Le habrían dolido las manos si no las hubiera tenido medio paralizadas, pero la espalda le dolía mucho. Tenía miedo de tomar una de las pastillas de Fletcher con tanto cansancio y tenía la sensación de que le dolerían muchas cosas si se quedaba sentada o quieta durante un rato.
NB estaba allí. Eso era lo que más deseaba. NB todavía le hablaba, estaba de pie junto a la mesa con una mirada desesperada, como si quisiera que las cosas tuvieran más sentido del que tenían.
Ese almacén estaba abajo, y era una opción por la que él arriesgaba el cuello.
—Tenemos una salida —le había murmurado antes de irse a Servicios a buscar la cerveza—. Es algo que puede funcionar.
—Todavía no —dijo Bet no muy segura de por qué lo decía.
—¿Cuándo? ¿Cuando estés atrapada allá arriba?
—No lo hagáis —había dicho ella—. No es tan simple. Algo anda mal ahí fuera, realmente mal. Lo oí por el comunicador.
NB no parecía contento. Pero la escuchaba. Se reclinó sobre la mesa.
—¿Mejor?
—Mucho —dijo Bet mientras él se quedó ahí, de pie, esperándola.
Porque ella se lo pedía.
Hombre, nunca me preguntaste de qué nave vengo, qué hice, dónde estuve, ¿no es cierto? Nunca hablabas de ti mismo.
¿Qué crees?¿Qué puedes olvidar todo eso? Pues el pasado nunca es pasado, hombre. El pasado es, y eso es todo. Es lo único que tienes. Es el ahora y el será.
Lo descubrirás cuando salgas afuera. ¿O es que nunca has estado allí?
Porque yo sí.
Se dio cuenta de que le costaba sostener la taza de cerveza entre las manos: necesitaba concentrarse para mantener los dedos cerrados sobre la taza, estaba a punto de desmayarse.
La tripulación averiguaría lo que ella era y algunos sentirían rencor. Muchos lo harían... muchos, una nave fantasma. Se le ocurrió un truco espantoso: sacar a NB de su agujero, convertirlo en alguien respetable y que después, todos, descubrieran que les había mentido...
¿A dónde conduciría eso...?
Pero NB esperaba. Estaba sentado en esa nave de la que se quejaban los miembros más cuerdos de la tripulación como Parker y Merrill. Ya estaba preparado para esconderse. Toda la tripulación estaba lista para el motín. Eso, si no había estallado ya. Ahora, todos estaban sentados esperando, porque Bet decía que esperaran, aunque no sabía por qué lo decía. Seguro que todos estaban preocupados y pensaban en lo que ocurriría si ella se equivocaba. Pero si NB decidía tomar una actitud dudosa, no iba a esperar ni cinco minutos. ¡Por supuesto que no iba a trabajar en equipo con nadie.
Al menos no lo había hecho hasta ahora.
Se le resbaló la taza. Bet cerró los dedos, que parecían paralizados y la acercó hasta la boca.
Sorbió los últimos tragos y apoyó el brazo, mirándolo.
No me preguntes lo que voy a hacer.
No me puedes decir nada de lo que pasa afuera, donde está la tripulación.
Merrill y Parker, se oyó la voz de Goddard por el comunicador general. Al muelle.
Bet se sacudió, despertándose de pronto, repasando lo que acababa de oír. Merrill y Parker se habían levantado en medio de un montón de mantas en el rincón, sorprendidos.
—¿Qué cono...? —preguntó Mike Parker, mirándola como si ella estuviera guardando un secreto.
—No tengo ni idea —dijo ella, tratando de inclinar la silla y levantarse con ayuda de NB.
Parker fue hasta el comunicador de la estación y le preguntó a Goddard qué cono pasaba.
Goddard repitió la orden, le dijo que los dos tenían que coger sus cosas y salir de la nave.
—¿Y Yeager y NB? —preguntó Parker. Gracias Parker, pensó ella, sobre todo porque sé que estás furioso—. ¿Tienen permiso, señor? ¿Tenemos algún problema en la nave, señor?
—Se quedan —llegó la respuesta.
Parker siguió intentándolo. Goddard cortó el comunicador. Parker los miró y dijo:
—¡Hijo de puta!
Bet se aferró al hombro de NB, con las manos y los pies tan ateridos que no podía estar en pie sin apoyo.
—Voy a hacer unas cuantas preguntas cuando llegue ahí fuera —dijo Mike Parker.
Bet se quedó ahí pensando: Las preguntas no importan, lo que la tripulación piense no importa, o no sacarían a Merrill y a Parker ahora que terminaron con ellos. Saben demasiado de lo que está pasando aquí.
Y pensó: Somos los últimos, ¿no es cierto? Los favoritos de Fitch.
Mientras, Parker y Merrill salían por la puerta antes de que alguien cambiara las órdenes. El ruido de sus pasos se perdió en el rumor de las bombas de combustible. En un minuto, se cerró la esclusa y NB y Bet se quedaron solos en la parte inferior de la Loki.
—Todavía podemos salir de aquí —dijo NB, abrazándola.
—Nos matarían —replicó ella. Era lo único que podía decir—. No tenemos defensas. No sé qué cono pasa fuera, pero algo anda muy, pero que muy mal.
No fue una buena idea decir esas palabras. NB la llevó hasta una silla y le hizo sentarse. La rodeó la cintura con los brazos. Ella le puso las manos sobre los hombros y se quedó así con la cabeza que se le iba.
—De algo esto y segura —dijo—. Están todos locos.
Pero durante un ratito, supo que no estaba todo lo asustada que debería estar. No estaba ni la mitad de asustada de lo que su sentido común le exigía. Tal vez porque había visto que, aunque las cosas no tenían sentido arriba, la nave, seguía adelante.
Fitch, civilizado y amable.
Fitch, diciéndole a Goddard: No hay respuesta.
Y Goddard mandaba a uno de sus ingenieros de Sistemas y al único maquinista en el que confiaba a los muelles. De cabeza hacia el problema que se suponía que tenían, y dejaba la nave, con los dos miembros de la tripulación que habían recibido la medalla más grande por causar problemas.
Tres, contando a Fitch.
Cuatro, si contaba al hijo de puta de Goddard. Un hombre de Sistemas, el jefe de ordenadores de la nave, un ex sargento del escuadrón táctico de los marines y el primer oficial del turno del día principal.
—Goddard es de ordenadores —murmuró contra el hombro de NB. Después levantó la vista y lo miró a la cara—. Pero eso es para rastrear, ¿no? Están todos los condenados tableros de ese lado encendidos.
Le pareció que NB la había comprendido.
Estaba asustado y tenía razones para estarlo.
—Si hay una alerta —dijo Bet—, ¡sal de la nave, inmediatamente! ¿Me oyes? Tenemos dos armaduras arriba y funcionan bien. Busca los trajes en ese almacén que sabes. Trae uno aquí. Si hay una alerta, te lo pones, y si hay aviso de choque, sales corriendo al muelle. Punto. No pienses en nada. En ese momento, nadie se va a fijar en lo que hagas. Ni siquiera Fitch. Todos van a estar demasiado ocupados.
Se percibía la negrura del espacio detrás de una ventana sellada. Remolinos de papel, remolinos de basura, un rastro de polvo y aire congelado que salía de un agujero, con tanta velocidad que era imposible verlo más de una vez.
Sentía la explosión, la sentía en la oscuridad, la sentía cuando cerraba los ojos por la noche, incluso cuando estaba demasiado cansada y también sola. Entonces empezaba a recordar.
—Así pues, ¿crees que es una nave? —dijo NB.
—Claro que es una nave. Quieren esa armadura, por eso estoy aquí. Ellos no confían en mí, en absoluto. Nunca hubo problemas con la estación. Por eso Fitch habla de seis horas, de veinticuatro horas. Saben que esa otra nave está ahí fuera. Saben la velocidad que trae. Fitch hablaba con alguien y le decía «No hay respuesta». Estamos parados en este muelle como si fuéramos una mercante con problemas y no decimos nada. Una táctica fantasma, clara como el agua.
—Hasta que nos vean. Y nos pueden ver de lejos, perfectamente. Somos un blanco inmóvil y les importa un comino si hay mil o más personas inocentes en la estación.
—No creo que podamos huir. Tú crees que la nave no puede hacerlo, ¿verdad?
—Existe el cincuenta por ciento de posibilidades —dijo NB. Había una mirada especial en sus ojos, el hombre recordaba algo que el trank impide que recuerden los seres humanos en un salto—. No lo sé. Trabajé hasta que me quedé ciego para resolver el problema y no lo sé. Tenemos una deformación cuando nos vamos, traté de hacer un programa que consulte los tableros e investigue la diferencia, pero hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que los sensores estén rotos. Se lo dijimos a Wolfe, no hay garantías, tiene que ser con poca masa y una resistencia mínima.
Los detalles se mezclaban en la mente de Bet. Toda la habitación le daba vueltas, solamente sabía que él estaba asustado y ella también, y que no encontraba respuesta, tal vez no la había.
No podían hacer una demostración de fuerza por eso solamente, NB tenía razón, no podían confiar en que una nave de la Flota no dispararía sobre ellos porque estaban inmóviles en el muelle de una estación. No estaban tratando con alguien que tuviera mucho que perder, por ninguno de los dos lados. La Flota no tenía mucho que perder: no podía mantener un lugar como Thule, le faltaban naves y no le interesaba. Y a la Alianza tampoco. Para la Alianza, Thule no era más que metal que habría de eliminar de alguna forma; y la gente provenía de la zona Q: Alianza hubiera preferido no tenerlos. Solamente algún abogado de Pell protestaría si la volaban en mil pedazos, pero eso no ayudaría mucho, después de los hechos.
En una estación vieja no hay nada que rescatar.
—Una sola bomba —recordó Bet, de pronto. Thule. El muelle. Los bollos de queso. Ritterman. Ella y Nan Jodree de pie en el Registro mirando la pantalla—. Hay una sola bomba en esta estación que pueda proporcionar combustible a una nave estelar. Y estamos junto a ella. Más que eso, nuestro tanque puede vaciar esta estación por completo y luego se necesitarán semanas para llenarse de nuevo. Si eso es lo que está pasando ahí fuera, si hay una nave y si tiene los tanques tan bajos como los nuestros, nos volarán en pedazos. Estallará la bomba, volarán lo que nos tragamos y además están atrapados aquí. Eso es más que sacarnos de aquí. Lo que quieren es tomar la nave, ¡tomarla! ¿entiendes?
Ese hijo de puta de Wolfe sabía lo que se jugaba cuando nos trajo aquí. Los tanques estaban casi vacíos. Un problema mecánico importante con la propulsión. No hay dónde recurrir.
Así que se mete en la estación, gasta todo el combustible que hay y desafía al hijo de puta que nos sigue a venir a cogerlo.
Y ¿se supone que vamos a defender una estación con dos armaduras y las armas de la Loki, esas armas del año del...?
¡Mierda! Jodido asunto!
28
Bet durmió un rato, ni siquiera recordaba haberse acostado. Se despertó en una silla con el respaldo bajado, y una manta encima, mirando las luces de arriba.
Entonces recordó demasiado. Se retorció para ver dónde estaba NB y lo descubrió doblado en dos en el otro tablero, durmiendo también, probablemente con la alarma conectada. Le había dejado el equipo y la ropa sobre el tablero, al alcance de la mano. Se levantó con cuidado, tiesa y dolorida, tomó las cosas y fue hasta la cabeza de la nave. No era fácil limpiarse bien en un recipiente con poca agua después de ese trabajo, pero de todos modos, se sintió mejor.
NB se había ocupado de sus cosas, la había cuidado, NB, que nunca reparaba en nada que no fueran sus propias necesidades...
Tal vez estaba más preocupado de lo que le demostraba, y estaba tratando de que todos se relajaran y tuvieran confianza en él para poder hacer algo tan estúpido corno atacar a Fitch.
Pero un hombre con ideas retorcidas en la cabeza no se comporta con la firmeza con que él se estaba portando, no prestaba atención a su trabajo de la forma en que él lo estaba haciendo, desde que se había dado cuenta de que ni ella, ni Musa, ni Bernie lo iban a dejar solo.
Como si hubiera estado flotando en su propio espacio hasta que hizo pie... Hay alguien más ahí, tío, alguien sólido, presta atención, tengo nueva información para ti.
Tal vez también había sido así para ella en los últimos años, pensó. Quizá eso era lo que hacía que le fuera imposible abandonar a NB: él también era para ella como una voz en la oscuridad, esa voz que le decía: Comprendo de dónde vienes, lo que has visto. No tiene por qué tener sentido. No tienes nada que explicar. Aquí eso no importa...
¡Qué momento para descubrir de qué manera estaban las cosas, Yeager!
Volvió a Ingeniería pensando en eso y se inclinó sobre la silla de NB para despertarlo y decirle, al menos, cómo se sentía.
Pero le daba vergüenza. Seguía sintiéndose confusa cuando pensaba en explicarlo todo en palabras. Tal vez él no se sentía así. Puede que lo que sintiera fuera de locos o de cuerdos, pero no era justo cargarlo con problemas personales. La gente abría la boca y ya estaba cargando pesos sobre las espaldas de los demás. Se avergonzaba de eso, aunque no podía tolerarlo ni arreglarlo; lo único que se lograba con esas conversaciones era eso. Todo marchaba bien tal como estaba, y podía seguir así, si nadie decía más tonterías.
Así que mantén la boca cerrada, Yeager. Despiértalo y sé buena con él. Tienes que irte pronto. Lo menos que puedes, hacer es despedirte.
Así que se inclinó, le apartó el cabello de las sienes y se movió cuando él se despertó, para no darle un golpe.
—Te quería dar un despertar hermoso —dijo ella—. Pero te moviste demasiado pronto.
Él se frotó la cara. No parecía estar bien. Murmuró algo. Se levantó como pudo. Le dio una palmada en el hombro y fue a buscar su equipo, que estaba en la puerta, y fue hacia las duchas.
Así que Bet se quedó sentada, a solas. Miró los numeritos en las pantallas hasta que él volvió. No tardó mucho. No se había afeitado: solamente se había lavado un poco y traía un par de bebidas sin alcohol y un par de sándwiches del almacén en la estación uno.
Ella se bebió la bebida. No podía pensar en comer y se metió el sándwich en el bolsillo.
—Me lo guardo para después —dijo y deliberadamente miró la hora.
Cuídate, quería decirle. Pero eso sonaba demasiado a adiós. Quería charlar esas cosas con él, asegurarse de que él estaba de acuerdo con ella, pero todo era por sus propios nervios, no por los de él, que no se sentirían mejor por eso.
Yeager —dijo el comunicador—. Arriba. Cinco minutos.
—Mierda —dijo ella.
NB se estiró y le cogió la mano durante un segundo.
—Tengo que irme —dijo ella. Se puso de pie y se apartó antes de que él hiciera o dijera algo que después no tuvieran tiempo de arreglar—. Tengo que preparar a Fitch...
—No confíes en él, por favor.
—¡Yeager! ¡Alarma de batalla! ¡No hay tiempo, carajo!
—¡Mieeerda! —El corazón de Bet latió en su pecho, su cuerpo saltó, dejó la silla, se volvió y tomó a NB por la cintura, con dureza y le dijo—: Ahí está. ¡Sal de la nave ahora mismo!
La sirena empezó a sonar. Ella se soltó y corrió, golpeó el marco de la puerta, saltó hacia la cubierta del pasillo y entró en el ascensor. No le dijo adiós, ni siquiera volvió la vista atrás, hasta que fue demasiado tarde, y solamente un tonto se retrasaría para echar una mirada ignorando esa sirena.
Quería decirle que se pusiera el traje, quería estar cerca y asegurarse de que lo hacía. Era muy capaz de portarse como un tonto, joder. Le había dicho demasiadas cosas.
Dios, el reloj de Ops mostraba que habían pasado menos de seis horas; tal vez había algo que el rastreo no había visto o no había anticipado y sabido a tiempo.
¡Mierda con Goddard! ¡Mierda con Fitch! Si se estaban enfrentando a la Flota, desafiaban a cargueros y naves de carrera. Había demasiadas piezas sueltas en una situación como ésa, no se podían correr tantos riesgos.
Llegó al ascensor, golpeó el botón y, después, el aparato se movió a su propio ritmo. No había nada más que hacer, excepto quedarse ahí mientras trepaban atravesando el núcleo...
Zump, zump, zump, sonaba la bomba del combustible con más fuerza que la sirena. Durante unos segundos, todo el suelo del ascensor tembló...
¿Y si ese hijo de puta de Fitch me está mintiendo y lo único que quiere es que vaya rápido?
La nave tembló y sonó como si un martillo la hubiera golpeado. Bet buscó el riel de seguridad y se golpeó con él, el sabor de la sangre entre los labios donde se había mordido...
¡Dios!¿Nos dieron, o es un disparo nuestro?
¡Una nave pequeña, aferrada a la estación! Tal vez somos nosotros los que disparamos...
Tal vez...
El ascensor se detuvo arriba. Se abrió sobre el puente. Bet salió justo en el momento en que la sirena dejaba de sonar y pasó junto a Goddard, que le aullaba algo, sentado en su puesto. Tenía una mancha caqui en los ojos mientras corría. Iba hacia el depósito. La puerta estaba abierta. Fitch ya estaba allí poniéndose la armadura.
—¿Qué fue eso? —jadeó ella. Abrió el cierre y empezó a desnudarse con rapidez.
—Amigos suyos —dijo Fitch.
—¡Mierda! ¿Es el África} —Usaron todas las identificaciones del libro. No estamos seguros de quiénes son. ¡Mierda!
—Despacio, retroceda... Se van a romper esos jodidos sellos —Bet se estiró para resolver el problema de Fitch, pero él ya lo había hecho solo y la empujó. Ella se metió en su propia armadura. Levantó el pestillo que cerraba la parte inferior. Acto seguido metió los pies en las botas y los dedos en la marca correspondiente, mientras se colocaba bajo la sección superior que colgaba de su gancho y encogía el cuerpo y los brazos para meterse el casco.
Era sólido. Ahí estaban los ganchos. Las mangas al final y la conexión en la mitad del hombro, a la izquierda y a la derecha. Había que atornillarla para que tuviera tensión aunque no demasiada.
Se anticipó a Fitch por un segundo, con sellos y todo. Oyó su propia respiración y la de Fitch. Sintió un impacto en la nave y vio que la lectura del audio saltaba por las nubes.
—¿Fueron ellos o nosotros? —preguntó.
—Nosotros —contestó Fitch, con los pies en el suelo como todos los novatos cuando aprendían a moverse, mientras encendía el aparato y buscaba el equilibrio.
Disparaban cada vez que la rotación de la estación les proporcionaba un blanco.
—¿Suponemos que quieren el combustible que tenemos?
—Digamos que es una buena suposición.
—¿Qué es? ¿Carrera, carguero o los dos?
—Suponga que deja las ideas para otro, Yeager.
—Lo que van a hacer, señor, es acabar con la estación y dejarnos con un problema acuciante, señor. Unas dos mil personas sin apoyo de Sistemas para la vida humana.
—Eso nunca la preocupó antes, ¿no es cierto, sargento Yeager?
Jadeó una vez, mantuvo el cuerpo relajado y siguió adelante:
—Van a evitar el fuego, señor y después de eso van a hacer un agujero bien grande en Thule y todas las armas que tenemos no van a servir para nada, señor.
—Comprendemos la situación, Yeager, sabemos cuáles son las opciones.
—Estuve veinte años en el África, y fui sargento de escuadrón táctico, señor, yo dirigí este tipo de operaciones desde el otro lado. Tiene una situación que va a terminar en abordaje, señor, y mi consejo...
—Veinte años en esta nave, peleando contra usted y sus amigotes asesinos. Puede llevarse sus consejos al infierno, Yeager.
—Mi consejo, señor, es que se prepare para hacer volar los tanques y la bomba. Que les diga lo que piensa hacer y que salgamos al muelle, señor. Consigamos algo de espacio porque a ellos no les costará nada entrar en esta nave, desde adentro o desde afuera. Eso se lo puedo jurar, señor.
Se oyó sólo la respiración. Después:
—La nave de allí fuera, probablemente, es la India. Está usando una ID de mercante. También hay una nave de carrera, tal vez dos.
—Son el Ganges o Tigris, señor, y nosotros tenemos dos AP y dos armaduras. Cualquiera de ésas tiene al menos treinta y un escuadrón táctico con armas que no tenemos. No son tontos. Pueden usar el muelle de sistema interno. Meter el escuadrón en la estación, en el núcleo o en el borde si conocen Thule. Pasar a través de las esclusas de sección y, mientras tanto, la otra nave vendrá por debajo de la nuestra y otro escuadrón podría atravesar el casco hasta Personal, dentro de la Loki, con otros treinta tipos. Eso es lo que va a pasar.
A Fitch no le gustó. No respondió nada.
—Así que usted da las órdenes, señor. Usted sabrá lo que hace.
Aparecieron dos pequeños puntitos en la pantalla de la estación. Uno más en la pantalla de detalle, dando solamente una idea de su posición exacta. Era verdad. A Goddard no le gustaba que Bet estuviera de pie detrás suyo. Probablemente tampoco le gustaba estar ahí.
—Vamos al muelle —le dijo Fitch con el interlocutor—. Se quedará usted solo. Use los tanques a su discreción.
—Sí, señor —dijo Goddard y miró durante un segundo hacia el lado—. Buena suerte, señor.
Ella no había oído que se cerrara la esclusa. Generalmente se oía el sistema hidráulico, incluso por encima del ruido de las bombas de combustible, pero no lo había oído. Seguía pensando: Está esperando. Todavía estamos disparando. Piensa esperar hasta el último momento.
Por Dios, NB, ¡sal de ahí!
—¿Dónde está la tripulación? —le preguntó a Fitch cuando entraron en el ascensor—. ¿En el refugio de la estación?
—Lo más lejos posible. —El ascensor empezó a bajar—. Tienen a los de Central bajo vigilancia. Con armas. Hay algunos corazones débiles por aquí. Debería sentirse como en su casa con este tipo de situación.
—Bueno —dijo ella, calma, tranquila—, sí, señor. —Y disparó un tiro a la vez—. ¿Usted se presentó como voluntario para esto?
—Yo elijo a los que trabajan —dijo Fitch.
—¿Los tanques están equipados?
—Sí. Goddard se ocupa de eso.
—¿Goddard va a salir de la nave? Silencio.
Hijo de puta, pensó ella. Y no dijo nada. No podía. El ascensor llegó abajo. Ella seguía maquinando mientras caminaba detrás de Fitch. Podría matar a este hijo de puta. Deshacerlo. Miembro por miembro.
—¿Va a ordenar a Goddard que salga de la nave, señor?
—Goddard está al mando allá arriba. Él decide. —Fitch abrió el depósito de armas—. Esto es lo que tenemos.
Varios AP—200, cápsulas, fulminantes y remotas. Eligió una remota y un rollo de cable fino, vio una caja de fulminantes Gibbs y se irguió para alcanzarla. Fitch le interrumpió el movimiento con una mano y se quedó con la remota.
—¿Tenemos carga de destrucción pesada? En la estación seguro que hay suministros para minas.
Fitch no le contestó. Le pasó una AP y un puñado de cápsulas.
—Destrucción —repitió ella—, señor. ¿Dónde?
—Nos estamos ocupando de eso.
—Mierda, señor, ¿está tratando de suicidarse?
Fitch se dio vuelta y la miró, como si fuera torpe, y Bet no era torpe. Claro que no era torpe aun dentro de esa armadura. Tal vez Fitch estaba pensando eso. Probablemente pensaba en eso constantemente.
—¿Estas armaduras tienen una conexión de comunicación con las de ellos?
Una pregunta oportuna.
—Sí, señor, pueden hacerlo. Las naves de carrera probablemente están tratando de captar lo que pasa dentro de la Loki. Tal vez capten algo. Usted manténgase en el canal B. Probablemente no tienen los micrófonos que necesitan para llegar a interceptarnos. No en una nave de carrera.
—¿Puede entrar en contacto con ellos? Segunda pregunta razonable.
—No puedo copiar la ID, señor. Puedo hablarles. Puedo oír lo que dicen, pero apareceré con otro número en sus tableros apenas entre en el comunicador de la Flota y constaré como África. Ya pensaron en eso hace mucho tiempo.
—¿No cree que le darán la bienvenida?
—No, señor. Mis códigos ya no están al día y me mandarán al infierno como prioridad uno. ¿Eso le alivia, señor?
—Totalmente —dijo Fitch. Levantó sus cosas, puso una mano en el hombro de ella y la empujó—. ¡Afuera!
Bet se movió. Se colgó las AP y las cápsulas en el hombro izquierdo. Suspendió el cable y lo demás de una cuerda y se alejó hacia la compuerta, pensando que, en realidad tenía una buena oportunidad, afuera. Si podía entrar en el comunicador de la India, conocía nombres y amigos de borracheras. Allí la conocían a ella, a Teo y a Beiji Hager.
Tal vez decidiría esperar y ver qué ocurría, mierda, podía entrar en esa banda y Fitch no lo sabría nunca...
Les diría que buscaran a un hombre de Sistemas, que lo apresaran vivo.
Y lo llevaran a la India. A las cubiertas.
Y él le daría las gracias por eso. Ah, sí.
Siguió a Fitch por la esclusa y la rampa, hacia los muelles que poblaban sus pesadillas.
Las esclusas de la sección estaban en su lugar, firmes como paredes a los dos lados. El acceso del personal estaba cerca del borde del núcleo y el pasaje de salida de aire en el arco de las puertas de las esclusas. En Thule había cuatro secciones selladas para separar los muelles y evitar que se extendiera la descompresión. Arriba, vio el brillo amarillo y constante del movimiento de las
mangueras, porque la bomba todavía volcaba su carga dentro de las entrañas de la Loki.
Decían que Mazian tenía medios para seguir en el espacio, que tenía una base en el espacio profundo, tal vez la vieja estación Beta, donde ninguna persona cuerda quería poner un pie, pero ese apoyo no podía durarle mucho y Fitch había dicho que la India estaba desesperada. Eso quería decir que también a ella la estaban acorralando, que la perseguían, para hacerla huir de sus puntos de suministro, y eso quería decir que las naves de Alianza confiaban en mantenerla lejos de las estaciones.
La pequeña Loki podía haber seguido como estaba y esperar en silencio mientras la India llenaba sus tanques y se aprovisionaba en Thule, y en lugar de eso se metía en graves problemas. Posiblemente no supo que la India estaba en camino, solamente había tenido la mala suerte de estar en el muelle y haber dejado .un rastro de calor que la India podía detectar como el olor del asado en una cocina. Y una vez en el muelle, la Loki no podía escapar.
Pero también podía ser que Wolfe supiera que la India estaba en el juego. Posiblemente, cuando se escabulleron del Sistema con esa precipitación que había matado a un hombre, y Wolfe apareció por el comunicador general diciendo que tenían un carguero detrás, sabía con qué estaban jugando.
Habían hablado con alguna nave de Alianza. Eso había dicho Wolfe. Intercambiaron información y después la Loki saltó a Thule.
Una nave, que era fantasma desde hacía años, con los Sistemas a punto de desintegrarse y casi vacía. Estaba lista para la demolición.
Una ecuación fácil para la matemática de los puentes de mando.
—¿Sabe algo? —dijo Bet a Fitch—. Se supone que aquí vamos a recibir ayuda y nos quedamos quietos, esperando. Necesitamos combustible. No podemos sacar la nave de aquí sin combustible, así que nos movemos solos. Entramos y sacamos el combustible de ese tanque. Luego volamos la bomba y ¡nos vamos a la mierda con los de la estación! Pero no fue nuestra ayuda la que apareció, sino la India, ¿tengo razón?
Nadie responde, pensó Bet. Y tras un instante, él le dijo:
—A medias. Entramos en aproximación inercial. Tan cerca, despacio y en silencio como pudimos. Podríamos haber hecho estallar esa bomba. Podríamos haberle ordenado a la estación que lo hiciera. Si hubiéramos podido sacar a ese maldito carguero de la ecuación, la última vez que nos vimos, tal vez habríamos podido llegar a Dorado. Pero no estaba ahí y por eso no pudimos. Así que empezamos con problemas, señora Yeager, y las cosas no han hecho más que empeorar. Ahora tenemos esas naves de carrera que vienen a baja velocidad. Por la forma en que actúan y la rapidez que usaron para venir, tenemos razón. Tienen los tanques de combustible muy, pero que muy bajos. No hay masa en esos tanques. Así que intentamos pasar por una nave mercante sin importancia y hacerles creer que pueden entrar con rapidez y sin problemas. Pero ahora, ya nos han visto y nos han reconocido. Ahora saben que tienen un grave problema, a menos que nos aborden. Saben que, en realidad, lo de la nave mercante es una trampa para acorralarlos. ¿Eso es lo que quería saber?
Tenía sentido. Por primera vez, le pareció que Fitch hablaba con la verdad por delante.
—Es decir, que ¿tal vez llegue ayuda?
—Es decir, que capturamos un carguero de la Flota y ese hijo de puta de Keu va a toda velocidad hacia esta estrella. Vamos a volar todos los aparatos de Thule y desmontaremos las esclusas de sección. Vamos a llevarnos esa bomba.
Desde aquí arrojaremos misiles contra esas naves de carrera y ellas no pueden contestar porque no quieren volar la bomba, ni los tanques de la Loki. Ya hemos recibido varias peticiones para que nos reunamos a discutir un armisticio.
Fitch la sorprendía. Si una lograba hacerlo empezar, sabía hablar y largaba las cosas con facilidad.
—Keu no cumple sus promesas —dijo ella—. Kreshov tal vez; él es un capitán de la Flota que cumple, pero Keu no. ¿Usted confía en Mallory?
—Ni loco —dijo Fitch.
Es extraño. Un oficial de una nave fantasma y una tripulante del África con la misma opinión. Durante medio segundo, casi apreció a Fitch.
—Tampoco confío en usted —dijo Fitch—. Pero usted tiene que pensar en Ramey. Lo peor que puede pasarle a Ramey no es que la nave estalle. No con sus problemas personales. Ese chico no obedece órdenes. ¿Cuánto cree que duraría en la India?
Ella no contestó. No hacía falta.
—Sólo quiero asegurarme de que usted lo entiende —dijo Fitch. Fueron hasta la esclusa de aire de la puerta sellada, el acceso más indicado con las puertas grandes, que la Central había hecho desarmar. Fitch hizo un gesto con la mano en dirección a la salida, invitándola a acercarse y a tratar de abrirla—. Si quiere criticar el trabajo, Yeager, adelante.
—No, señor, si el señor Bernstein o el señor Smith tuvieron algo que ver con los controles de las compuertas, me quedo tranquila. Lo único que quiero es conectar algunos cables, señor. Una docena de AP. Poner las cápsulas y sacarles la parte posterior.
Fitch levantó las cápsulas del hombro.
—Entonces voy a andar un poco. Ella casi sonrió.
—¿Sabe qué quiere decir «ofi», señor?
—Sí —dijo él, y se fue caminando. El comunicador sonaba—: Quiere decir que yo me quedo parado aquí y usted es la que pone los cables, Yeager.
29
Algo había estallado, lo notó en las placas de la cubierta, y ahora que trabajaba sin el guante para hacerlo con más rapidez estaba más nerviosa. \Odiaba, ese tipo de ruido!
Pero al menos seguía habiendo aire, cosa que agradeció.
Gracias a Dios por esos favores.
A pesar de lo cual, tenía el gancho de seguridad atado a la primera viga de metal, porque la descompresión era una posibilidad amenazante y había muchas probabilidades de que llegara algo parecido a un misil, a través de una pared o de las placas del muelle, un «regalo» de la nave dos de la India que estaba allí fuera, esperando.
Un trabajo muy difícil, había dicho Fitch y con razón; se llamaba un racimo, nadie sabía por qué: un pequeño conjunto de cápsulas de AP con la parte posterior al aire y el cable desnudo debajo de los sellos, por encima del puntito del contacto. Había que hacer retorcer las colas para que hubiera un buen contacto, inclusive en el mismo grupo y terminar con una pequeña cápsula Gibb en mitad de los cables. Después darle la vuelta a la cola retorcida hasta el grupo y engancharla en algo conveniente.
Casi siempre había que ponerlos boca abajo, sobre las vigas o algo parecido. Para finalizar, con colas retorcidas muy largas y un buen nudo sólido en las colas para asegurarse de que no cederían.
Se oyó a lo lejos otra explosión, en otra sección.
Bet siguió trabajando, con la mano desnuda, casi congelada porque la energía de Thule estaba muy baja y llegaba un aire helado por los conductos de ventilación; porque tenían seis horas y un poco más, si no le pedían nada al sistema de circulación, y más aún, porque ella no estaba pidiéndole nada a la armadura, mientras se quedaba sentada allí haciendo colitas de cable y preocupándose más por las cargas estáticas de lo que se preocupaba por las bombas y los estallidos en el borde de la estación.
Al menos Fitch no la agobiaba. El hombre se había sentado y no abría la boca; miraba, tal como había dicho que haría, cuidaba la energía con la placa de la cara levantada, mientras hablaba con Goddard, o con Central, donde debían de estar Wolfe u Orsini. Usaba el teléfono de línea protegida de la Loki, en la estación de bombeo.
Bet tomó otra cápsula, giró el dial y lo colocó en el número tres. Lo envolvía ya cuando la cubierta tembló y Fitch se puso de pie tambaleándose.
Ella envolvió la punta del cable sobre sí misma, la colocó en el suelo, destrabó la línea de segundad y se sacó el guante derecho, después cogió el arma y el resto de las cápsulas.
—Programa —dijo—. Sello de ventilación, 220 amp, giros.
La segunda explosión llegó cuando ella ya estaba de pie. La lectura decía que esta vez venía desde el frente; del muelle de la Loki, ya fuera en la Loki misma o en la pared de la estación, a su alrededor.
¡Maldita sea!
Bet corrió hacia la posición de Fitch, detrás de la cobertura de la bomba principal, entró con los pies pesados de la armadura y tuvo que usar el giros para detenerse.
—Están dentro, señor, ésa fue la nave. ¡Que salgan Goddard y NB, dígales que salgan de la nave!
—Ya lo hice —dijo Fitch—. Goddard está saliendo. Su maldito muchachito mercante no contesta al comunicador, Yeager.
—¡Mierda!
—Nos queda el teléfono. Usted está conectada al comunicador general, dígale usted que mueva ese culo y que salga de ahí.
Bet aferró el teléfono, destrabó la línea y metió el macho en el comunicador general.
—¿NB? NB, soy Bet. ¡Contesta, cono!
La cubierta tembló. Los dispositivos se lo indicaban detrás de ella. Pensó en la esclusa de aire. Vio que Fitch se escondía detrás de la bomba, pensó que si el escuadrón valía algo, investigarían lo que había en la compuerta antes que mandar a alguien que atravesara las capas, una tras otra. Llevaba un minuto más o menos.
—¿NB? No me contestes, pero ponte el traje y empieza a moverte, mierda. ¡Ahora mismo, cono!
Un brillo de alguien en la rampa, en un traje rígido. Esperaba que fuera NB, pero no creía que lo fuera. La voz de Goddard dijo:
—No puedo sacar a ese hijo de puta.
A lo mejor se había escondido antes, cuando nadie prestaba atención. Tal vez estaba ya en los muelles y tenía miedo de contestar.
O se había metido en algún agujero de la nave y no estaba pensando en el aquí y ahora.
¡Ese maldito agujero en el armario del depósito!
¡Dios!
—NB, ¡sal de esa nave!
Un brillo que reflejaba movimiento cuando Goddard se cubrió junto a Fitch: llevaba un AP y un par de tiras de cápsulas; por lo menos había cogido eso, el hijo de puta.
Bet tenía ganas de matarlo...
—¡NB!
Quería ponerle las manos encima en ese mismo momento, y sacudirlo hasta que le doliera, ¡a la mierda con sus locuras del diablo!
—¡NB! ¡Fuera de ahí!
¡Más saltos bruscos en las lecturas! El punto marcador brilló sobre la compuerta, a su espalda. No hacía falta mirar hacia atrás si una estaba dentro de una armadura. Pero ella siguió mirando hacia la rampa, esperando que apareciera aquel estúpido.
El punto rojo todavía brillaba. Ya llegaba la lectura de sonido: un punto secundario e intermitente con un signo de paréntesis alrededor, mientras Goddard cargaba el arma.
No había tiempo. Ya no había tiempo. Bet desenchufó la línea. Se puso en cuclillas con Fitch y Goddard, tiró de la línea de seguridad y la ató al soporte de la cerradura de la bomba de combustible. Era lo único que veía alrededor que pudiera sostenerla. Fitch lo siguió y luego, Goddard.
NB, cono, venga...
Saltó una llamarada de fuego en la esclusa de aire, luego un poco de vapor.
—¡Dios! —la voz de Fitch.
El aire se congelaba al encontrarse con el vacío, Y en ese momento, la cubierta voló hacia la compuerta.
Bet se cogió del saliente con la mano, mientras veía pasar el polvo y la basura. Los sistemas de la armadura registraban un aullido agudo de aire que se escapaba.
—¡Hay que acabar con ellos en cuanto aparezcan! —dijo a Fitch y a Goddard—. Tenemos a la Loki detrás y otro escuadrón por ese lado...
Las cosas saltaban del suelo y salían volando. Algo golpeó la pared de los sellos y se trabó con la presión del viento. Todo resbalaba y rodaba por la cubierta: un par de latas abiertas cruzaron el espacio como si fueran papel. Las anticuadas luces de Thule empezaron a apagarse con el vacío y otros aparatos explotaron. A medida que se iba el aire, los estallidos fueron cada vez menos audibles.
No tenía sentido pensar que el escuadrón pudiera meterse en el boquete mientras durara esa tormenta. Estaban agarrados y agachados, lejos de la compuerta de aire en el momento del estallido; esperaban que Thule se desangrara hasta morir.
Como ellos.
Entrarían en cuanto fuera todo más seguro. Ella tenía la remota, Fitch y Goddard tenían las AP y cuando llegara el equipo de la India encontrarían una barricada y empezarían a disparar mientras buscaban lugares para cubrirse en las vigas de alrededor.
Ella dejó que sucediera. Disparó un 001 en los cables que había preparado y las cargas estallaron. Todas. Justo en el momento en que llegó la segunda onda, directa al fuego de la AP, y los tres del equipo pasaron.
002, 003.
No quería mirar lo que había hecho.
Lo peor era cuando esas armas daban en las placas de la cara.
—Los tenemos —jadeó Goddard.
—¡Los tenemos en el culo, cono! —dijo ella. Se destrabó, cogió la tira de cápsulas y el arma y se puso de pie—. Tenemos una nave ahí fuera y vienen más por la espalda, han alcanzado la nave, tienen que venir aquí, ¡maldita sea...!
No le importaba adonde fueran Fitch y Goddard. Oyó decir a Fitch:
—Espere, Yeager. —Pero no se detuvo a discutir, colocó la armadura a máximo y salió por la rampa hacia la Loki.
La compuerta volaba por el aire, y la presión de la Lokile dio en el cuerpo como un puño gigante, la arrojó al suelo, el giros la levantó y logró caminar sobre los movimientos de sus propios miembros y levantó el arma antes que el resto. Estaba en la mitad del camino cuando la vibración de la rampa le avisó de que alguien venía hacia ella corriendo.
Las entrañas le decían que era una armadura, el cerebro no tenía tiempo de pensarlo. Las manos sabían dónde tenían que poner la cápsula y el cerebro logró entender que el blanco estaba donde debía estar antes de saber que ya se había hecho funcionar el gatillo.
El cerebro se preguntó si era una armadura o un traje rígido antes de que la explosión volara la cara del hombre.
Antes de darse cuenta de que un impacto la había alcanzado y la estaba derrumbando, la armadura la ponía de nuevo de pie, directo hacia el interior de la Loki.
No se detuvo a dar el tiro de gracia.
Tampoco lo hizo cuando llegó a la esclusa con la mitad de un equipo de táctica que, durante un segundo, no supo si el que venía era parte de la expedición o de la nave fantasma. Hasta que uno atacó al otro, le sacó la cápsula y gritó: Fuera el programa de giros, mientras se preguntaba si tendría una pierna rota o si la estaba moviendo mal.
Disparó y le dio a su oponente en el vientre. Lo hizo volar por la puerta, hacia el interior. Mientras su AP disparaba y ella no veía nada con el humo.
Basura y humo sobre la visera de la cara. Todavía se movía. Todavía le funcionaba la pierna, aunque suelta, sin control, pero funcionaba. Notaba frío en ese sitio y tal vez estaba también funcionando el autosellado. Realmente, no lo sabía. Oyó decir a Fitch muy cerca:
—Goddard ha muerto.
Fue hacia la cubierta inferior de la Loki. Sonaba un ruido extraño en la armadura. No estaba segura de que fuera una tuerca de tensión perdida en el hombro izquierdo. Tampoco lo estaba de que su pierna no se hubiera congelado en el vacío. Tenía el gráfico en la placa que le indicaba los problemas con la armadura, y allí vio que toda la pierna titilaba en rojo, el hombro estaba amarillo...
Llegaron al ascensor. La puerta se hallaba abierta y el ascensor no estaba en su lugar, sólo los cables colgando en la oscuridad. Tal como los dejaban los soldados cuando querían bajar desde un sitio muy alto.
—Núcleo —le dijo a Fitch—. Entraron por el núcleo.
Quería detenerse y hablar por el comunicador, mierda, ver si podía ir a Ingeniería, pero no había tiempo, podía pasar cualquier cosa.
Hubo una explosión en alguna parte. La nave tembló.
—Tal vez fueron los tanques —dijo Fitch.
—¡Mierda! —Bet cogió uno de los cables que colgaban, levantó el gancho del hombro izquierdo y lo ató al cable—. Me voy al núcleo. —Acercó un cable para Fitch, le ató la armadura, envolvió su cable alrededor de su pierna derecha y tiró del otro.
Los dientes se deslizaban un poco sobre el cable y eso era peligroso cuando se estaba a mitad de camino.
Daba miedo pensar que alguien pudiera mirar desde arriba o desde abajo y disparar contra el cable. Tuvo que usar los guantes de noche, no podía ver en la oscuridad y en el frío, no veía ni lo que hacía ni adonde iba, y eso era suficiente ventaja para alguien con acceso al núcleo y un arma en las manos.
Fitch subía bien, vio el otro cable en tensión, y las ataduras que subían por encima de ella sobre los tensores de apoyo, para el acceso a la cabeza del núcleo. Era un buen sostén, no hacía falta ser muy atlético. Colocó a la armadura en giros, levantó los pies y plantó las botas en el labio de la cubierta, se inclinó, subió y se encontró ante una completa oscuridad más allá del acceso semiiluminado.
Había inscripciones en las paredes, algo pintado.
Fitch se tropezó con ella, casi cayó, pero Bet lo sujetó. Por suerte se estaba agarrando de la viga. La armadura se vio afectada por el esfuerzo y se le resbaló el brazo izquierdo, pero logró levantarlo y los giros lo enderezaron.
La oscuridad era total. No se percibía ningún sonido excepto el de sus respiraciones. Nada aparecía en los sensores. Vacío total.
El acceso al núcleo estaba totalmente abierto. Alguien había usado un gato de emergencia para abrir las puertas de ese modo. Apareció un gran círculo blanco pintado con aerosol desde los controles de la compuerta.
Aquella inscripción sólo podía verse desde esta dirección.
Fitch la agarró por el brazo. Fue un brusco choque de armadura contra armadura.
¿La firma de Goddard tal vez, cuando arregló los tanques para la explosión?
¿Un aviso para que la tripulación de la Loki se apartara?
Ya no se oía la bomba de combustible, pensó Bet. No había vibraciones en la cubierta. Todo se había detenido.
El núcleo se extendía desde allí hacia atrás, a lo largo de la nave. Era como un gran vacío negro. El brillo y la visión nocturna de las armaduras captaban sólo el principio de los conductos y de la parrilla que formaba la acera de peatones, en el lado inferior.
Ella se quedó quieta, extrañada. Fitch tampoco se movía.
Surgió un destello de luz en el núcleo. Era luz de la nave atacante, pensó durante un doloroso segundo. Después, se dio cuenta de que era la luz de la estrella que entraba por una herida en la cubierta exterior de la Loki. Un haz de luz cegadora que saltaba sobre las superficies, a lo largo de la acera, danzando y encandilándolos al chocar contra el hielo, en un baile que la pantalla y los sensores trataban de comprender con filtros de contraste. La luz formaba grandes sombras en los conductos gigantes, mientras la rotación de Thule llevaba al sol más allá del cénit. Rayos de luz y de sombra tocaban la acera y mostraban formas blancas que yacían en ella. La propia acera estaba doblada y fundida... y luego congelada...
Los ojos no podían comprender ese espectáculo.
El brillo de la estrella pasó al otro lado. Se movió trepando por la pared, y se convirtió, muy pronto, en un crepúsculo.
Bet tomó un pedacito de metal de un repuesto en su armadura y lo arrojó sobre la acera.
No hubo chispas.
Fitch se aferró a su brazo, no hizo fuerza contra la armadura, solamente ruido, un crujido de cerámica contra cerámica.
—Yeager, no tenemos nada que hacer aquí, dejémoslo. Tenemos dos naves y un carguero que no estamos teniendo en cuenta, ¡vámonos, Yeager!
No se podía gritar para ver si alguien estaba todavía vivo, no había nada que hacer, no había aire para transportar el sonido y todo el núcleo era una trampa. Todo un escuadrón táctico arrasado, excepto los primeros que habían logrado cruzar las líneas y bajar.
No era trabajo de Goddard, no podía haberlo hecho Goddard.
La energía a esa escala... un trabajo infernal. Un cable con todo el sistema eléctrico de la Loki, directo a esa conexión.
—¡Yeager!
—Programa —dijo ella a la armadura—. Comunicador de la Flota.
Recibió algo. Un ruido, el zumbido de voces lejanas, no era la transmisión clara de una nave de carrera que se acerca:
—¿Número uno?¿Número uno?
Había un pobre tipo perdido ahí fuera, lejos de la estación. Oyó, más lejos todavía, lleno de estática:
—Charlie noveno primero, cuarenta. Y después de unos segundos:
—Leemos cuarenta...
Ella cortó de nuevo el canal B puesto en manual y le dijo a Fitch:
—Acabo de entrar en el comunicador de la Flota. Están lejos los unos de los otros. Se mueven. Retirada rápida.
Operaciones estándar. El capitán de la nave de carrera daba las órdenes, siempre... cubrían al carguero. Si la situación se iba a la mierda, los escuadrones tácticos tendrían que cubrir al carguero.
Ya no tienen salida. Están atrapados. Y lo saben. El carguero está atrapado en este sistema.
—Ya es hora de volver a la estación —dijo Fitch—. Ahora sabremos algo más acerca de ese carguero. Volverá y pronto. Keu no se tomará esto con tranquilidad. Vamos, Yeager.
Bet no entendió el porqué del empujón en el brazo y murmuró:
—¡Váyase al infierno!, señor. —Y trató de pensar. Trató de recordar en dónde estaban los cables principales y cómo se podía fijar ese tipo de trampa y hacerla saltar sin estar cerca, sin ver dónde saltaba la llave de contacto...; y ¡si se pudiera, desde Ingeniería! Pero habría que monitorear el núcleo y el núcleo no tenía lugar para monitores y no habían tenido tiempo para construir un monitor. Así que tendría que ser de la otra manera, de la manera más sucia, menos perfecta. Sería un trabajo con las manos, desde donde se pudieran ver los blancos y tenerlos donde se quisiera: y sólo entonces, hacer pasar la energía. Posiblemente cabía el riesgo de morir haciéndolo.
Caminó por la parrilla. Encendió la luz del casco y oyó:
—Idiota. —Era Fitch. Siguió caminando, sudaba y deseaba entre dientes que el cable se hubiera quemado con la energía tal como suponía que había pasado.
Rastreó en las sombras, pasó la luz de un lado a otro, asustada, por quedarse sobre la parrilla, que tal vez estaba fundida y suelta. Tal vez tenía conexiones rotas que podría pisar sin querer. Pensaba con horror en la idea de sacar un pie fuera del saliente, en la oscuridad, y arriesgarse a tocar el cable...
El sol volvió a pasar por encima. Luz y sombras sobre el núcleo destrozado. La parrilla, las tuberías y el brillo del sol sobre el hielo estaban justo en el sitio en el que un conducto había volcado algún líquido sobre las superficies. El brillo glacial sobre los cuerpos muertos. El hielo cubría las armaduras.
Había formas alargadas colgadas de uno de los grandes bultos del núcleo, pedazos de cobertura quemada.
O cables colgando llenos de energía...
Las superficies brillaban con el hielo. Los cuerpos se habían sepultado en él. Aparecieron sombras de nuevo cuando el sol abandonó el área otra vez.
Bet miró a su alrededor, paseó la luz sobre la forma amenazadora de los cables, vio un movimiento enmarcado por los sensores para dar la alerta y giró con la AP en la mano, apuntada y casi disparada por la mano en un movimiento automático.
¡Un traje rígido de civil! ¡Dios!
El disparo la golpeó y la derribó. El humo formó una nube mientras se levantaba de nuevo. Se juntaron el humo de su disparo y el humo del de él.
Ella se quedó inmóvil apuntando con el arma. Él con la suya. Un movimiento nervioso era todo lo que hacía falta, una figura contra la gran cabeza del núcleo y un hombre con un arma y sin luz, sólo con el resplandor leve del sol sobre las vigas y la superficie de su traje, un traje rígido que nunca hubiera sobrevivido a un disparo directo.
Él tenía que haberlo comprendido o estaba sin balas, porque ya no disparaba. Estaba allí, cubriéndose como podía detrás de la cabeza del núcleo y las sombras de los soportes.
—¿NB? —intentó Bet con la frecuencia de la Loki. No estaba segura de que pudiera oírla, ni de que estuviera escuchando nada que no fuera de otro tiempo, hacía bastantes años, en otro abordaje.
Bajó el arma, levantó la mano izquierda y caminó por la parrilla provocando un crujido a cada movimiento. Todas las junturas estaban sueltas.
Hizo señas. Sal.
Lo vio levantar el arma de nuevo y detenerse.
Volvió a hacer señas. Lentamente NB empezó a levantarse bajo el peso del traje rígido.
Los sensores de ella le indicaron otro movimiento: Fitch, de pie en el acceso del núcleo; esperaba que fuera Fitch.
NB se tambaleó hasta la acera. Ella lo cogió del brazo, lo ayudó a subir y le palmeó en el hombro mientras lo llevaba hacia la puerta de acceso.
—¡Moved ese culo y salgamos de aquí! —dijo Fitch.
La verdad era que Fitch no sabía hacer funcionar la palanca de retroceso y estaba furioso por eso.
Bajaron y cruzaron la mitad de los muelles y tuvieron contacto con Orsini por el comunicador. Les decía que algo grande había aparecido en el Sistema con la ID de Mallory.
Bet cogió a NB de los hombros, atrajo su casco hasta que hizo contacto con el de ella y gritó hasta que él la comprendió.
—La Noruega entró en el Sistema. Las naves de carrera desaparecieron. Tenemos ayuda, ¿entiendes? La India está a baja velocidad. Keu no tiene ninguna posibilidad.
Por primera vez, NB estaba seguro de quién era el que iba en cada traje.
Obviamente no le hubiera puesto los brazos en la cintura a Fitch.
30
Una vez más, colas de refugiados, gente asustada que seguía las indicaciones y avanzaba hacia el tubo remendado que cruzaba el muelle verde. Esperaban con sus pobres pertenencias en la mano. Una fila que se movía sólo de vez en cuando, porque no había ningún otro lugar para esperar. Eran gente que tenía una nave que iba a llevárselos y que no quería obedecer las instrucciones ni sacar número para esperar el otro transbordador. Se quedaban ahí, amontonados, formando colas y no querían apartarse.
Y si uno trataba de obligarlos, podía provocar un motín. Wolfe dijo: ¡déjenlos! También lo dijo Neihart, que tenía la nave más grande. Nadie sabía dónde estaba Mallory.
La multitud en el corredor molestaba al personal que trataba de pasar de un lado a otro. Había que empujar a la gente y eso hacía que los habitantes de la estación se aterrorizaran. Pero por el contrario, la gente se apartaba del camino de la tripulación de la Loki, pensando, suponía Bet, que estaban mucho más nerviosos que los del grupo de Mallory y quizá sólo menos que los de Keu.
Se apartaron para dejarla pasar cuando iba hacia los muelles. Movieron el equipaje y le abrieron camino.
Pero Bet se detuvo cuando reconoció a un hombre de la fila, y a la mujer que tenía junto a él.
El hombre levantó la vista, preocupado.
—Señor Eíy —dijo ella. No levantó la mano hasta que él lo hiciese antes. Muchos de los de la estación no querían hacer buenas migas con los otros.
—Señora Yeager —dijo él, y después—: Mi esposa, Hally Kyle.
—Señora Kyle, encantada de conocerla. —Vio cómo Nan Jodree le ofrecía la mano y se volvió para recibir un apretón firme, pero frío como el hielo.
—Me alegro de verla —dijo Nan—. Realmente me alegro de verla, Bet.
—He tratado de encontrarlos —dijo ella—. Un compañero mío me informó de que los había visto en la lista, pero las cosas están tan enredadas,..
—Nos vamos de nuevo —dijo Nan.
—Tengo que saltar antes que ustedes —dijo ella—. Realmente lo lamento pero tengo que estar en el primero. También nosotros vamos a Pell, van a llevarnos, por lo menos la parte delantera de la nave, que es lo único que importa. Por cierto... ¿están bien?
—Supongo que vamos a estar bien —dijo Ely—. ¿Y usted? Nos preocupamos mucho por usted, Bet.
—Estoy muy bien —dijo ella. Ya sonaba la sirena para subir a bordo—. Mierda, tengo que irme... ¡Nos veremos en Pell! Encantada de conocerla, señora Kyle.
Bernstein estaba furioso. Había que repararlo todo. Habían hecho unas malas reparaciones, muy provisionales, en el casco de transporte, habían tardado tres semanas para lograr la conexión. Smith decía que estaba bien, Bernie decía que era un desastre y Musa que había visto cosas peores...
Pero sobre todo, pensaba ella, era mejor que lo que habían pensado hacer ellos, a solas.
Mejor que lo que habían hecho para llegar a Thule.
Muchas de las planchas estaban cerradas. Los Sistemas estaban casi todos muertos. La mayor parte de la nave no estaba allí: la cola entera iba directa hacia el sol de Thule, junto a la Estación Thule.
Un pedazo de historia borrado del mapa.
Bet fue hasta donde estaba NB y le preguntó:
—¿Cómo van las cosas?
NB hizo su típico gesto de frustración con los hombros y dijo:
—Lo que todavía nos queda está bien...
Eso era precisamente lo más extraño. NB había tenido una oportunidad. Neihart había sabido lo del núcleo y le había ofrecido un contrato. Según Bernie. En la Confines del Universo.
Y NB había dicho:
—No, gracias.
Bernie se había sentido un poco ofendido: ¡eso de que Neihart tratara de robarle a su hombre de Sistemas!, pero les confesó a Bet y a Musa:
—No entiendo por qué no se fue.
NB nunca lo explicó a nadie. Ni a ella, ni a Musa, ni siquiera lo mencionó.
Y ahora, por fin, porque le remordía la conciencia, Bet le dijo:
—Oí que te hicieron una oferta. Y él, meneando la cabeza, contestó:
—Bernie me ofreció más.
FIN
Sobre el autor
Carolyn Janice Cherry, nacida en 1942, ha hecho famoso su pseudónimo C. J. Cherryh desde la aparición de su primera novela GATE OF IVREL (1976), que le mereció el premio John W. Campbell de 1977 al autor más prometedor. El éxito de sus primeras obras le llevó a abandonar su trabajo como profesora de latín en la Universidad de Oklahoma (1965-76) y pasó a dedicarse completamente a la escritura. En su formación se incluyen las humanidades cursadas en la Universidad de Oklahoma (antropología, arqueología, historia clásica y lingüística) y una sólida autoformación en física, genética y otras ciencias que también se hace patente en sus obras.
La primera y prometedora novela se extendió hasta una trilogía conocida hoy como The Book of Morgaine formada por GATE OF IVREL (7976) WELL OF SHIUAN (1978) AFIRES OF AZEROTH (1979), para llegar a convertirse en tetralogía con EXILE's GATE (1988). Otra de sus series de los primeros años es The Faded Sun compuesta por THE FADED SUN: KESRIT (1978), THE FADED SUN: SHON'JIR (1978), y THE FADED SUN: KUTATH (1979).
Se trata de una autora muy prolífica (dos o tres buenas novelas al año), que posee una envidiable habilidad para zambullir al lector en el corazón de culturas extrañas y ajenas y, por ello, ha sido comparada a Úrsula K. Le Guin. Capaz de utilizar un ágil ritmo narrativo, ha recreado la clásica space opera a la que ha incorporado un tratamiento maduro y completo de los personajes, a menudo femeninos y de culturas no humanas. Destaca en este aspecto EL ORGULLO DE CHANUR (1982), finalista del Hugo, cuyo gran éxito de ventas llevó a la aparición de la tetralogía de la Saga de Chanur, formada además por LA AVENTURA DE CHANUR (1984), LA VENGANZA DE CHANUR (1985) Y EL REGRESO DE CHANUR (1986).
Obtuvo el premio Hugo por su novela LA ESTACIÓN DOWNBELOW (1981), en cuyo universo se ambientan también MERCHANTER'S LUCK (1982), FORTY THOUSAND IN GEHENNA (1983) y la reciente CYTEEN (1988), monumental y fascinante novela de un millar de páginas que, casi inevitablemente, obtuvo tanto el premio Hugo como el Locus de 1989. También utiliza el mismo trasfondo argumentáis u más reciente novela de ciencia ficción: RIMRUNNERS (1989).
Su carácter prolífico se manifiesta también en la fantasía con la serie formada por The Dreamstone (1983), The tree of Swords and Jewels (1983) y otras obras de gran éxito como la reciente THE PALADÍN (1988), en la que aborda una novedosa fantasía heroica con una mujer como protagonista. Su renovado interés por la fantasía se ha hecho también patente en Rus ALKA (1989) ^CHERNEVOG (1990), donde trata con gran éxito la leyenda de las «rusalkas» rusas.
En ÁNGEL CON LA ESPADA (1985) establece el punto departida de una serie genérica en la que otros escritores crean historias con personajes y ambientación comunes; lo que se llama un «universo compartido». El título genérico es Merovingen Nights y hasta ahora se han publicado cuatro volúmenes bajo los auspicios editoriales de la misma C. J. Cherryh. Más recientemente, la inagotable imaginación de Cherryh ha creado el universo de The Sword of Knowledge (La espada del conocimiento) de la que han aparecido ya tres volúmenes en 1989, escritos conjuntamente con otras autoras especializadas en la fantasía.
Con estos títulos (y muchos más que no cabe citar aquí) tiene en su haber más de una treintena de novelas de una calidad media sorprendente. Y todo ello sin contar sus relatos cortos, algunos de los cuales están recogidos en la antología Visible Light (1986) que incluye, entre otros, el relato Cassandra que obtuvo el premio Hugo de 1979.
Y esta fecundidad no parece estar reñida con la calidad. Su obra, amena y muy apreciada por el público, es también muy reconocida por críticos y estudiosos, principalmente por su gran imaginación, la cuidada y minuciosa descripción de culturas extraterrestres y su tratamiento del rol de los sexos en otras culturas. Destaca su interés por las fuerzas que conforman la historia y por ello sus novelas están marcadas por los conflictos morales, culturales, políticos y tecnológicos que se hallan en la base de los acontecimientos históricos.