Publicado en
diciembre 09, 2012
Este hombre reveló lo que nadie había visto; algo que muy pocos podrían olvidar.
Por Paul Gray (Presidente de la junta de gobierno del Instituto de Tecnología de Massachusetts).
FINES de los setentas, frente al cabo Hatteras, en Carolina del Norte, unos científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts participaron en la búsqueda del acorazado Monitor, hundido en la época de la Guerra de Secesión. Esperaban localizarlo con toda precisión mediante un aparato de sonar, pero fracasaron.
—¡Qué desperdicio! —comentó un científico—. No descubrimos nada.
—¿Cómo que no descubrimos nada? —replicó una voz animosa: la del profesor Harold Edgerton, inventor del aparato de sonar—. ¡Descubrimos que no estaba allí!
Así era "Doc" Edgerton: ¡siempre optimista! Hallaba un placer casi perverso en cualquier experimento fallido. "¡Bravo!", exclamaba con alegría. "Ahora realmente vamos a aprender algo".
Incansable inventor, era dueño de 47 patentes, no sólo del equipo de sonar, sino también de cámaras para tomar fotos a color y sistemas de iluminación adaptados a las profundidades marinas, y de su más reconocida aportación a nuestra vida actual: la fotografía ultrarrápida con flash electrónico, que permite "congelar" la acción. Él concibió la luz estroboscópica: un destello rápido y brillante que se produce al pasar corriente eléctrica a través de un tubo al vacío de gas xenón. Doc la llamaba "el relámpago de Dios Todopoderoso en un recipiente". Usada en cámaras fotográficas y rascacielos, en las pistas de muchos aeropuertos, en las copiadoras y en los distribuidores de encendido de los automotores, la luz estroboscópica fue por completo obra de "Doc" Edgerton.
En exposiciones de sólo una millonésima de segundo, utilizó la luz estroboscópica para fotografiar balas en el momento en que perforaban naipes; la hermosa corona formada por una gota de leche al hacer contacto con una superficie; un colibrí esculpido en pleno vuelo. Gracias a las revolucionarias fotos de Doc Edgerton, sabemos que un gato lame la leche con ambos lados de la lengua; que los murciélagos atrapan a su presa con las membranas caudales y que el culatazo de una pistola al ser disparada no altera la puntería, porque no ocurre sino después de que la bala ha salido del cañón.
A través de los años, las impresionantes fotografías de Doc se han convertido en obras clásicas de la ciencia y del arte modernos. Las han elogiado los famosos fotógrafos Edward Steichen y Ansel Adams, y el Museo de Arte Moderno, de Estados Unidos, las ha exhibido casi con tanta frecuencia como las pinturas de Picasso.
"No me consideren un artista", decía Doc Edgerton. "Soy ingeniero, y busco los hechos; únicamente los hechos". No obstante, descartó montones de fotos de aquella gota de leche hasta que logró una en que los remates de la corona eran estéticamente agradables. Aunque se quejaba de no haber obtenido la imagen perfecta, hizo que le imprimieran una gran cantidad de tarjetas postales con esa foto, y las regalaba a todas las personas que conocía.
Por encima de todo, Doc era esa ave rara, el maestro a quien se recuerda toda la vida. Para él, compartir conocimientos significaba trabajar juntos para descubrirlos, sin tener en cuenta al ego. Uno de sus alumnos recuerda haber expuesto con mucho orgullo una idea nueva sobre el flash estroboscópico automático. Edgerton le dirigió la sonrisa ladeada que lo caracterizaba y enarcó la ceja. "Es una idea magnífica", opinó. Hasta después no se enteró aquel estudiante de que Edgerton había descubierto hacía años ese concepto.
Experimentador nato, Edgerton rehuía las etéreas abstracciones para concentrarse en las tareas concretas, las cuales gustaba de compartir activamente con sus alumnos. "Si logramos que nos ayude la gente lista", solía decir, "las cosas resultarán más fáciles". Veamos, por ejemplo, el experimento de los murciélagos. Doc no daba con la manera de ofrecerles como alimento animalitos vivos a la vertiginosa velocidad que desarrolla el murciélago al cazar. ¡Pero un discípulo suyo inventó el cañón disparador de gusanos!
En verdad, la mayoría de los logros del inventor se debieron a su asociación espontánea e informal con sus alumnos, muchos de los cuales llegaron a ser sus socios en prósperas empresas científicas. Con frecuencia, tales asociaciones se formalizaban sólo con un apretón de manos. "Aquí no tenemos secretos", le gustaba comentar acerca del torrente de inventos electrónicos que salían de Strobe Alley —la sala de exposición contigua a su laboratorio—, "a excepción de los que ignoramos".
El mundo era el laboratorio de Doc. Durante medio siglo estudió el lecho oceánico en compañía del explorador naval francés Jacques Cousteau y de la tripulación del Calypso (allí lo apodaban "Papá Flash"); siguió de cerca desde el Sáhara el eclipse total de Sol más largo del siglo; útilizó el sonar para sondear el canal de San Marcos, en Venecia, en busca de la legendaria columna de Luxor; fotografió varias explosiones de bombas nucleares en Eniwetok, atolón de la región noroccidental de las islas Marshall; sondeó también el Caribe en busca del oro de galeones españoles y —convencido de que era necesario explicar algo— investigó una y otra vez el enigma del monstruo del lago Ness, en Escocia. Era tanta su energía, que a menudo bajaba, deslizándose por el pasamanos, los tres pisos que había de su oficina a la calle. Solía decir: "Si no despierta uno a las tres de la mañana con ganas de hacer algo, está perdiendo, el tiempo".
HAROLD EUGENE EDGERTON nació en 1903 en Fremont, Nebraska. Su padre, abogado y periodista en una población pequeña, lo crió inculcándole honradez, rectitud y amor al trabajo tesonero. A sus diez años Harold construyó un reflector de luz con una lata de estaño de cuatro litros de capacidad, y de su fracaso aprendió una valiosa lección: en la vida, cuentan mucho más los resultados limitados, que las expectativas ilimitadas.
Devoto cristiano como su madre, Harold frecuentaba su iglesia, no fumaba y rara vez bebía alcohol o decía groserías. Se pagó sus estudios en la Universidad de Nebraska trabajando de electricista y tendiendo cables en los postes de energía eléctrica; también fue repartidor de carbón y operador de cabina en un cine. Luego ingresó en el Instituto de Tecnología de Massachusetts.
Mientras hacía su maestría, inventó una luz cronométrica de intenso brillo, para contar las revoluciones de los motores. Esta luz estroboscópica (que gira rítmicamente) cambió su vida. Con su modestia característica, Doc atribuyó a su colega Stark Draper la observación que fue la clave del invento. "Stark me preguntó: ¿Por qué no haces algo útil con esa luz, en vez de perder el tiempo con motores? Le repliqué: ¿Qué podría hacer con una luz destellante? Y él sugirió: El mundo entero está moviéndose. Entonces miré a mi alrededor, vi el agua que salía de un grifo, le tomé una foto y, después, todo fue resolver un problema tras otro".
Pero cuando Doc intentó fotografiar objetos que se desplazaban a mayor velocidad, se sintió en un callejón sin salida. Podía aumentar la velocidad del flash para que correspondiera al movimiento del objeto, pero no lograba que el obturador mecánico de la cámara funcionara con igual rapidez. Una noche se le ocurrió la solución. "¡Qué tonto he sido!", se dijo. "Si se puede hacer que la luz destelle con tal rapidez, se puede mover continuamente la película a cualquier velocidad y en un cuarto oscuro no se necesita obturador". Esta intuición, tan modestamente expresada, era su sello distintivo.
Durante la Segunda Guerra Mundial lo enviaron a Inglaterra a perfeccionar luces superpotentes para los vuelos nocturnos de reconocimiento sobre la Europa ocupada por los nazis. Viendo que los pilotos se resistían a realizar una tarea tan prosaica, Doc demostró que conocía la primera regla de la buena pedagogía: despertar el interés de los alumnos. Cerca de Londres encontró un campamento nudista sobre el cual podrían practicar los pilotos la fotografía aérea... y fue asediado por ávidos voluntarios.
Conocí a Doc Edgerton en 1953, cuando yo estudiaba en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y él daba un curso de instrumentación electrónica. Después, tras un breve lapso en el ejército de Estados Unidos, llegué a ser su adjunto en la docencia y huésped asiduo en la hospitalaria casa donde él y Esther, su esposa, fundaron un grato ritual para dos generaciones de graduados. Siempre había en su mesa cubiertos adicionales; se daba una destellante bienvenida con luz estroboscópica en la puerta y, después de la cena, cantábamos a coro acompañados por la guitarra de Doc.
El interés de Doc por sus alumnos no se limitaba a alimentar sus pasiones intelectuales. En una ocasión, cuando mi segundo hijo venía en camino, "inventó" un trabajo durante el verano en una de sus empresas; y eso no fue nada en comparación con lo que hizo por otros. En cierta ocasión, un auxiliar comentó con la secretaria de Doc que había oído decir que Edgerton pagaba de su propio bolsillo el sueldo de un ayudante de laboratorio. Imaginemos su asombro cuando ella replicó: "¡Pues también está pagando el tuyo! ¿No lo sabías?"
En 1968, llegado el tiempo de su jubilación obligatoria, Doc Edgerton se retiró... ; sin embargo, nadie se percató de ello. Siguió durante otros dos decenios en Strobe Alley, silbando música de Beethoven y de Brahms, mientras se afanaba en explorar la luz estroboscópica y sus muchas maravillas.
En los ochentas, siendo él ya un anciano, una apoplejía y un infarto cardiaco se combinaron para entorpecer su mente y su cuerpo. Por las tardes lo veía sentado en una banca del patio del instituto, agotado, a medio camino entre su oficina y su apartamento. "Ahora ando en etapas", bromeaba con voz débil.
No obstante, conservó su ánimo casi hasta el final. Aunque tuvo que guardar cama los dos meses anteriores a mi nombramiento como presidente del Instituto de Tecnología de Massachusetts, Doc me anunció con fuego en la mirada: "Voy a asistir a tu discurso de toma de posesión". Y en efecto, así lo hizo, aunque acudió apoyándose en un bastón.
En diciembre de 1988, en su conferencia anual sobre la luz estroboscópica, sufrió una laguna mental y comenzó a tartamudear. Se hizo un penoso silencio, tras el cual Doc sonrió y declaró: "¡Bueno! Yo sabía eso. Es más: escribí un libro sobre el tema, pero soy viejo y tengo derecho a olvidarlo. Por tanto, consulten el libro". El público lo ovacionó de pie.
Aquel mismo año, en otra ocasión, Doc vio llorar a una estudiante japonesa. Tomándola del brazo, la llevó a su casa a que cenara con Esther. ¡Cuál sería la sorpresa de la muchacha cuando la invitó a meterse con él debajo de la mesa! La estudiante vio que el dorso del mueble estaba lleno de firmas. Doc le pidió que escribiera su nombre en japonés. Al concluir la velada, los Edgerton la llevaron al dormitorio de la universidad y luego regresaron a casa caminando lentamente, tomados de la mano.
El 4 de enero de 1990 Doc estaba almorzando en el club de profesores cuando se tropezó con otro cliente, que se alejaba de la caja. Debe de haberse sobresaltado, porque retrocedió y se cayó, desmayado. Falleció pocas horas después en el hospital. Tenía 86 años.
En las exequias, después de todos los homenajes, ocho trombonistas interpretaron "Setenta y seis trombones", al estilo del jazz de Nueva Orleans. Luego encabezaron el desfile de los concurrentes por la explanada del Instituto de Tecnología de Massachusetts.
No sé qué le habría agradado más a Doc Edgerton: si esa alegre despedida musical o una bandeja llena de tarjetas postales con la famosa gota de leche, y a un lado este recado: "Tome una. Si Doc estuviera aquí, él mismo las repartiría".
ILUSTRACIÓN: CHRISTOPHER CALLE; FOTOS: © 1990 POR LOS HEREDEROS DE HAROLD E. EDGERTON, CORTESIA DE PALM PRESS, INC.