Publicado en
diciembre 09, 2012
En la India, un grupo de mineros oyó un gran estruendo y sintió que una impetuosa ráfaga de aire pasaba a su lado. De pronto, un muro de agua de dos metros de altura se precipitó hacia ellos.
Por Mohan Sivanand.
PANNA LAL BANERJEE, funcionario de seguridad en la mina de carbón de Mahabir, despertó sobresaltado al repiquetear el teléfono. Cuando levantó el auricular, su reloj marcaba las 4:30 de la mañana, hora en la que no suelen recibirse buenas noticias. Y en efecto, no eran buenas. Banerjee sintió que el corazón se le salía del pecho cuando Faujdar Singh, el capataz, le informó con gritos de pánico, desde su puesto ubicado a 86 metros de profundidad:
—¡El agua entra con gran fuerza! ¡La mina está inundándose!
—Procura sacar a todos —ordenó Banerjee—. Ahora voy para allá.
Aquella mañana del lunes 13 de noviembre de 1989, 221 hombres trabajaban en tres secciones de la mina de Mahabir, cuya superficie abarca seis kilómetros cuadrados. Una de esas secciones, la NKM-2, situada a sólo 400 metros de los ascensores o "jaulas", era en esos momentos la única salida de la mina, pues las otras dos, la del nivel 21 y la del nivel 42, quedaban por lo menos a dos kilómetros de allí y, debido a la inundación, cada segundo contaba.
Cuando Banerjee llegó a la entrada de la mina, las cuatro jaulas ya habían sacado a más de 80 hombres que se encontraban en el inundado nivel 42. Inmediatamente se informó a Banerjee que una explosión de rutina para extraer carbón había liberado el agua atrapada en una excavación abandonada. Banerjee sabía bien que las inundaciones en una mina podían resultar catastróficas. La ocurrida en 1975 en la mina de carbón de Chasnalla, a 100 kilómetros de Mahabir, había cobrado 375 vidas. Nada de eso sucederá aquí, se prometió Banerjee. Tengo que sacar a mis hombres. Y, a pesar del peligro, entró en una jaula para descender.
A muchos metros bajo tierra, el capataz Faujdar Singh esperaba al funcionario de seguridad. "Ya informamos a los hombres de la NKM-2, pero nadie contesta el teléfono del nivel 21", le informó el capataz. Ambos atravesaron corriendo el pasadizo que conducía al nivel 21, pero pronto tuvieron que regresar: un torrente de agua inundaba el camino que tenían ante ellos.
Banerjee ordenó a Singh que saliera de la mina. Luego, para bloquear la distancia más corta entre el agua y las jaulas, cerró tres lumbreras de ventilación en uno de los pasadizos principales. Mientras corría hacia la sección NKM-2, se encontró con unos 50 mineros que calmadamente se dirigían a los ascensores. Ya se habían enterado del accidente, pero ninguno se había dado cuenta de su gravedad. "¿Qué pasa con ustedes?", les gritó Banerjee. "¡Salgan cuanto antes!", e inmediatamente corrió a inspeccionar una zona de descanso. En eso oyó el retumbo del agua que arrastraba las compuertas. Más me vale irme mientras pueda, pensó. Al llegar al fondo del pozo ya habían escapado todos los de la sección NKM-2. Metiéndose a toda prisa en la jaula, le dio tres golpes de martillo, que era la señal para que la subieran.
Mientras tanto, en el nivel 42, Devkali Pande oyó el incesante estruendo del agua que irrumpía a borbotones en algún sitio, cerca de donde él se encontraba. Buscó a sus dos ayudantes, Pannalal Tewari y Sitaram Dusadh, pero no había nadie a la vista. Pande echó a correr hacia las jaulas. En ese momento, a la luz de su lámpara, descubrió al taladrador Muso Kol que, aterrorizado al verse solo; se había detenido en el pasadizo. Pande lo instó: "¡Ven! Tenemos que salir de aquí". Kol se negó a seguirlo, argumentando que había perdido el casco equipado con lámpara, y que sin él no se atrevía a correr.
No había tiempo que perder. El estruendo del agua, cada vez más intenso, le indicó a Pande que se estaba inundando el pasadizo, la única vía para llegar a las jaulas. Luego vio el nivel que había alcanzado el agua. Haciendo de tripas corazón, chapoteó tropezando con piedras y cascajo de carbón. Pronto le llegó el agua a la altura del pecho, y se le dificultó avanzar contra la corriente.
En eso estaba cuando vio unos vagones descarrilados que le cerraban el paso, y se desanimó. ¡Estoy perdido!, pensó, pero logró pasar por encima de ellos y, flotando, pudo impulsarse hacia los elevadores con ayuda de los cables y puntales de madera del pasadizo. La jaula estaba casi sumergida. Encaramándose en el techo del artefacto, gritó: "Uthao!" ("¡Arriba!"), y un instante después se desplomó, desmayado.
PUSHPENDRU, el telefonista, logró comunicarse tras muchos intentos con los mineros del nivel 21, poco después de las 5 de la mañana. Les gritó: "¡Salgan de la mina! ¡Corran!" A la cabeza del grupo de 56 hombres que corrieron hacia las jaulas iban Bisu Hazam, transportador de explosivos, y Rajneet Roy, responsable de instalar las cargas. Varios minutos después oyeron un fuerte rugido, y una ráfaga de viento pasó a su lado. Luego, "como un océano incontenible", un oleaje espumoso se precipitó hacia ellos.
" Retrocedan!", les gritó Shaligram Singh, empleado del pozo, y el hombre de mayor antigüedad entre los presentes. "Por aquí nadie saldrá vivo". El grupo huyó en la dirección opuesta a la que llevaba, pero fue demasiado tarde para Hazam y para Roy, que fueron arrasados por el agua.
Cuando el resto de los hombres llegó al nivel 21, aún seco, Shaligram Singh se dirigió al grupo: "Quizá estemos atrapados y no sabemos qué vaya a pasar. Pero oremos, porque hay un Dios en los cielos".
A LAS 5:15 DE LA MAÑANA, los angustiados familiares de los mineros empezaron a reunirse a la entrada del pozo de la mina. Vieron que tres funcionarlos de la empresa intentaron bajar, pero la jaula en que iban tocó agua y hubo que sacarlos de prisa, completamente empapados. Además, se estaban inundando los cubos de los ascensores. A las 5:35, los que se hallaban a la entrada del pozo oyeron un grito de Banerjee: "¡Suban la jaula!" Cuando al fin llegó el ascensor, Devkali Pande estaba acurrucado en el techo, con las manos aferradas a los cables y con cortadas en la frente, en el pecho y en las piernas.
SETENTA Y UN HOMBRES seguían atrapados en la mina: 56 del nivel 21, y 15 del 42, quienes no habían oído las voces de alarma. Entre los últimos se encontraban Narayan Rai y otros cinco responsables de las cargas, quienes, por laborar en un sitio muy aislado, sólo se dieron cuenta de que algo andaba mal cuando un compañero suyo —a 100 metros de ellos—, agitó frenéticamente su lámpara y comenzó a correr en dirección de las jaulas. Inmediatamente, Rai y los demás emprendieron la carrera hacia allá.
Minutos después, el agua ya les llegaba al pecho. De pronto, desaparecieron los dos hombres que iban a la cabeza. Los demás, muy impresionados, retrocedieron y lograron llegar a un lugar seco, donde repiqueteaba un teléfono. Era Benerjee. "Quédense donde están", les ordenó el funcionario de seguridad. "Se inundaron los cubos de los ascensores". Aquellos cinco hombres, mudos de sorpresa, se miraron unos a otros.
Entretanto, otros cuatro mineros del nivel 42 habían estado buscando la forma de llegar a las jaulas. Bregando entre el agua, habían derribado obstáculos con picos y barras de hierro y se habían abierto paso hasta el teléfono del nivel 33. Se asombraron al encontrar allí a Narayan Raí y su grupo. Ya habían dado las 10 de la mañana. Poco después, a tientas porque había perdido su lámpara, se unió a ellos Muso Kol, con lo cual llegó a diez el número de los que integraban ese grupo.
El suelo de la mina de carbón de Mahabir desciende en declive gradual de sur a norte. Rai y sus compañeros sabían que se hallaban en el extremo más elevado, relativamente seguro; pero también estaban conscientes de que el agua no tardaría mucho en alcanzarlos. Rai colocó una piedra cerca de la orilla del agua, y esta la cubrió en cuestión de minutos. Lenta, pero irremisiblemente, la muerte se acercaba a ellos.
LA MINA DE CARBÓN de Mahabir, situada 200 kilómetros al noroeste de Calcuta, está cerca de Raniganj, una de las poblaciones mineras más importante de la India. Desde el alba, los funcionarios de las minas próximas se habían estado trasladando a Mahabir. Pronto empezó a tomar forma un plan de rescate. Primero, los ingenieros comenzarían a bombear el agua de las galerías. Luego abrirían un agujero por donde pudiera descender una jaula hasta donde estaban atrapados los hombres. Simultáneamente, se excavaría un túnel en declive que llegara hasta la mina propiamente dicha.
Para hacer esa horadación se necesitarían taladros especiales. Uno de los hombres a quienes se comisionó para conseguir uno fue Binay Samanta, joven ingeniero de minas. Su búsqueda fue infructuosa. Empero, desde que se enterara del accidente, había estado pensando en un artículo que había leído hacía años sobre el desastre ocurrido en una mina de Alemania Occidental. En él se describía cómo se rescató a 11 hombres atrapados utilizando una cápsula metálica en forma de cohete, que se hizo descender por una perforación hecha con ese propósito. (La cápsula ofrecía mayor seguridad que una jaula y, por ser más angosta, se requeriría de menos tiempo para horadar.) Nunca se había intentado un rescate de este tipo en la India. Entre la serie de imágenes que cruzaron velozmente por la mente de Samanta estaba el rostro de Anantha Ramulu, antiguo profesor suyo y experto en técnicas de rescate minero, que en alguna ocasión había trabajado en Alemania. Él es la persona indicada para esta operación, decidió Samanta, quien no tardó en encontrar a su maestro en casa, en Dhanbad, a 80 kilómetros de la mina. Ramulu encontró los documentos sobre la cápsula alemana, y se ofreció voluntariamente a trasladarse a Mahabir.
COMO EXISTÍA EL PELIGRO de que se inundara el nivel 21, Banerjee había dicho a Shaligram Singh y a su grupo que intentaran regresar al nivel 33; pero no habían logrado avanzar, debido a la fuerza de la corriente.
—¿Cuántos son ustedes? —preguntó Banerjee.
—No falta ninguno de los 56 —mintió Shaligram Singh, a fin de no alarmar a las familias de Bisu Hazam y de Rajneet Roy.
—Permanezcan juntos —recomendó Banerjee—. Para que duren más las pilas, no tengan encendidas al mismo tiempo más de una o dos de las lámparas de sus cascos. Los sacaremos a todos.
Sin embargo, las palabras de Banerjee no dieron gran consuelo a muchos de aquellos mineros.
—Qué momento tan triste para morir! —dijo Joginder Paswan a Kodo Pandit—. Dentro de tres meses se casará mi hija Rekha. Si al menos hubiera podido yo vivir hasta entonces...
—Yo también tengo una hija ya grande —repuso tristemente Pandit.
Entretanto, Rajneet Roy vio que iba bajando el nivel del agua. Cuando él y Bisu Hazam habían caído en la corriente, esta había arrastrado a Roy hasta que una pierna se le atoró debajo de un riel, lo que impidió que corriera la nefasta suerte de Hazam. Había logrado asirse de una grieta en la pared y destrabar su pierna. Durante tres horas permaneció en ese sitio, mientras el agua pasaba rugiendo junto a él. Cuando esta ya le llegaba sólo a la cintura, Roy se guió por un cable telefónico fijo en el muro, y pudo llegar al nivel 21. Shaligram Singh y los demás se alegraron al ver a Roy, pero les aterrorizó enterarse de que Hazam se había ahogado.
Por espacio de tres horas, Shaligram Singh, Roy y sus compañeros formaron una cadena asidos de las manos, y procuraron abrirse paso a lo largo de más de un kilómetro, con el agua hasta el pecho, a fin de alcanzar el nivel 33. En muchos pasadizos la corriente era intensa. Hubo que auxiliar e infundir nuevos ánimos a algunos hombres que se cayeron durante el recorrido. Por fin, a las 3 de la tarde, se reunieron en el nivel 33 con los otros diez mineros atrapados.
Aquella noche hacía un calor insoportable. Todos tenían sed, pero pocos se atrevían a beber aquellas aguas que quizá estuvieran contaminadas. Por vía telefónica, varios funcionarios mineros de alto rango se turnaban para decirles palabras de aliento. "No se preocupen", los exhortó M. P. Narayanan, presidente de la nacionalizada industria del carbón. "Los sacaremos a todos". Sin embargo, los hombres sabían lo precaria que era su situación. Un minero atrapado puede morir de hambre y sed, o a causa de las explosiones de polvo de carbón, o por los gases tóxicos.
A las 2 de la mañana del martes, Banerjee indicó a sus compañeros que se trasladaran a un punto cercano al extremo más alto, donde se había localizado una ventila de 15 centímetros de diámetro, abierta cuatro años antes. Por ella, una vez libre de escombros, se bajaron alimentos. Banerjee les advirtió: "Coman porciones pequeñas, para que no les haga daño la comida".
Poco después, el sistema telefónico, saturado de agua, dejó de funcionar. Sin empargo, gracias a la ventila, los mineros pudieron hablar con las personas que estaban a la entrada. Shaligram Singh, uno de los pocos que no eran analfabetos, escribió mensajes que los demás enviaban a sus familiares. Singh, padre de ocho vástagos, escribió a su esposa: "Me encuentro bien. Cuida bien a los chicos".
CONFORME pasaban las horas iba en aumento la muchedumbre que se agolpaba en las inmediaciones de la mina; hubo que recurrir a la policía para que la controlara. El martes, al atardecer, estaban funcionando seis bombas sumergibles, y en el taller de la empresa se estaba construyendo una cápsula. Los mineros atrapados podían percibir el continuo rumor del taladro.
De pronto, la madrugada del miércoles, cesó ese ruido tranquilizante. Banerjee explicó a gritos por la ventila lo que había pasado: "Se rompió la barra perforadora; continuaremos en cuanto logremos sacar la pieza rota del agujero que estamos abriendo".
Pero para los atemorizados mineros, el silencio era un tormento atroz. "Nos van a dejar morir", musitó uno de ellos. Al cundir el desaliento, varios recordaron historias sobre tentativas de salvamento que hubo que abandonar. Otros, al borde de la histeria, enviaron un mensaje escrito donde aseguraban que no comerían ni beberían mientras no se reanudara la perforación.
Shaligram Singh se esforzó por alentarlos: "Sean valientes. Portémonos como soldados. Un soldado no llora cuando se enfrenta a la muerte".
Pasaron cuatro interminables horas antes de que un joven trabajador, Tapeshwar Singh, pudiera descender por el agujero, donde afianzó una abrazadera y una cuerda a la pieza rota para que pudiera sacarla una grúa. Como Tapeshwar no podía doblar la cintura, tuvo que acomodar la barra perforadora valiéndose de los pies. Una vez reanudada la perforación, tardaron otras 14 horas en llegar a donde estaban los mineros. Para entonces ya estaba lista la cápsula, pero el presidente M. P. Narayanan insistió en que se revistiera la abertura antes de introducir la cápsula. Exasperada por el nuevo retraso, la multitud comenzó a gritar: "Nikalo, Nikalo!" ("¡Sáquenlos, sáquenlos!"); pero, prudentemente, Narayanan no cedió.
Por fin, a las 2:15 de la madrugada del jueves, casi tres días después de iniciarse la inundación, quedó terminado el revestimiento, y Jaswant Singh Gill, ingeniero de minas, entró en la cápsula. Mientras esta descendía, Gill pudo oír las invocaciones que la multitud dirigía a los dioses hindúes: "Jai Mata, jai Bhajrangbali!".
Al cabo de quince minutos los que estaban arriba oyeron los tres toques acordados con Gill. El primero en salir fue Shaligram Singh, a quien siguieron Munshi Turi, Kaila Turi, Muso Kol... Todo funcionó bien hasta el décimo viaje, cuando se soltó la grúa manual y se desplomó la cápsula. Banerjee y varios otros se lanzaron sobre la cuerda que se iba deslizando y la atraparon, y la cápsula resistió. Se sustituyó la grúa manual con otra, accionada por un motor diesel, y el jueves 16 de noviembre, a las 8:50 de la mañana, se rescató al último minero.
En cuestión de horas bajaron varias partidas de rescate en busca de los seis que se habían perdido; entre ellos, Sitaram Dusadh, Pannalal Tewari y Bisu Hazam. El 11 de diciembre, cuando se desaguó la mina, aparecieron los cadáveres de Tewari y de Dusadh. Una semana después se recuperó el cuerpo de Hazam, junto con otros dos. Cuarenta días después del accidente se pudo sacar el último de los cadáveres. Fue un momento muy triste. Pero los otros 65 sobrevivieron, y el salvamento llevado a cabo en Mahabir constituye un hito en la historia de la minería. Como dice M. P. Narayanan: "En ninguna parte del mundo se ha podido salvar a tantos hombres atrapados en una mina inundada hasta ese grado".
ILUSTRACION: STEVEN STROUD