• 10
  • COPIAR-MOVER-ELIMINAR POR SELECCIÓN

  • Copiar Mover Eliminar


    Elegir Bloque de Imágenes

    Desde Hasta
  • GUARDAR IMAGEN


  • Guardar por Imagen

    Guardar todas las Imágenes

    Guardar por Selección

    Fijar "Guardar Imágenes"


  • Banco 1
    Banco 2
    Banco 3
    Banco 4
    Banco 5
    Banco 6
    Banco 7
    Banco 8
    Banco 9
    Banco 10
    Banco 11
    Banco 12
    Banco 13
    Banco 14
    Banco 15
    Banco 16
    Banco 17
    Banco 18
    Banco 19
    Banco 20
    Banco 21
    Banco 22
    Banco 23
    Banco 24
    Banco 25
    Banco 26
    Banco 27
    Banco 28
    Banco 29
    Banco 30
    Banco 31
    Banco 32
    Banco 33
    Banco 34
    Banco 35

  • COPIAR-MOVER IMAGEN

  • Copiar Mover

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1 seg)


    T 2 (3 seg)


    T 3 (5 seg)


    T 4 (s) (8 seg)


    T 5 (10 seg)


    T 6 (15 seg)


    T 7 (20 seg)


    T 8 (30 seg)


    T 9 (40 seg)


    T 10 (50 seg)

    ---------------------

    T 11 (1 min)


    T 12 (5 min)


    T 13 (10 min)


    T 14 (15 min)


    T 15 (20 min)


    T 16 (30 min)


    T 17 (45 min)

    ---------------------

    T 18 (1 hor)


  • Efecto de Cambio

  • SELECCIONADOS


    OPCIONES

    Todos los efectos


    Elegir Efectos


    Desactivar Elegir Efectos


    Borrar Selección


    EFECTOS

    Bounce


    Bounce In


    Bounce In Left


    Bounce In Right


    Fade In (estándar)


    Fade In Down


    Fade In Up


    Fade In Left


    Fade In Right


    Flash


    Flip


    Flip In X


    Flip In Y


    Heart Beat


    Jack In The box


    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


    Wobble


    Zoom In


    Zoom In Down


    Zoom In Up


    Zoom In Left


    Zoom In Right


  • OTRAS OPCIONES
  • ▪ Eliminar Lecturas
  • ▪ Ventana de Música
  • ▪ Zoom del Blog:
  • ▪ Última Lectura
  • ▪ Manual del Blog
  • ▪ Resolución:
  • ▪ Listas, actualizado en
  • ▪ Limpiar Variables
  • ▪ Imágenes por Categoría
  • PUNTO A GUARDAR



  • Tipea en el recuadro blanco alguna referencia, o, déjalo en blanco y da click en "Referencia"
  • CATEGORÍAS
  • ▪ Libros
  • ▪ Relatos
  • ▪ Arte-Gráficos
  • ▪ Bellezas del Cine y Televisión
  • ▪ Biografías
  • ▪ Chistes que Llegan a mi Email
  • ▪ Consejos Sanos Para el Alma
  • ▪ Cuidando y Encaminando a los Hijos
  • ▪ Datos Interesante. Vale la pena Saber
  • ▪ Fotos: Paisajes y Temas Varios
  • ▪ Historias de Miedo
  • ▪ La Relación de Pareja
  • ▪ La Tía Eulogia
  • ▪ La Vida se ha Convertido en un Lucro
  • ▪ Leyendas Urbanas
  • ▪ Mensajes Para Reflexionar
  • ▪ Personajes de Disney
  • ▪ Salud y Prevención
  • ▪ Sucesos y Proezas que Conmueven
  • ▪ Temas Varios
  • ▪ Tu Relación Contigo Mismo y el Mundo
  • ▪ Un Mundo Inseguro
  • REVISTAS DINERS
  • ▪ Diners-Agosto 1989
  • ▪ Diners-Mayo 1993
  • ▪ Diners-Septiembre 1993
  • ▪ Diners-Noviembre 1993
  • ▪ Diners-Diciembre 1993
  • ▪ Diners-Abril 1994
  • ▪ Diners-Mayo 1994
  • ▪ Diners-Junio 1994
  • ▪ Diners-Julio 1994
  • ▪ Diners-Octubre 1994
  • ▪ Diners-Enero 1995
  • ▪ Diners-Marzo 1995
  • ▪ Diners-Junio 1995
  • ▪ Diners-Septiembre 1995
  • ▪ Diners-Febrero 1996
  • ▪ Diners-Julio 1996
  • ▪ Diners-Septiembre 1996
  • ▪ Diners-Febrero 1998
  • ▪ Diners-Abril 1998
  • ▪ Diners-Mayo 1998
  • ▪ Diners-Octubre 1998
  • ▪ Diners-Temas Rescatados
  • REVISTAS SELECCIONES
  • ▪ Selecciones-Enero 1965
  • ▪ Selecciones-Agosto 1965
  • ▪ Selecciones-Julio 1968
  • ▪ Selecciones-Abril 1969
  • ▪ Selecciones-Febrero 1970
  • ▪ Selecciones-Marzo 1970
  • ▪ Selecciones-Mayo 1970
  • ▪ Selecciones-Marzo 1972
  • ▪ Selecciones-Mayo 1973
  • ▪ Selecciones-Junio 1973
  • ▪ Selecciones-Julio 1973
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1973
  • ▪ Selecciones-Enero 1974
  • ▪ Selecciones-Marzo 1974
  • ▪ Selecciones-Mayo 1974
  • ▪ Selecciones-Julio 1974
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1974
  • ▪ Selecciones-Marzo 1975
  • ▪ Selecciones-Junio 1975
  • ▪ Selecciones-Noviembre 1975
  • ▪ Selecciones-Marzo 1976
  • ▪ Selecciones-Mayo 1976
  • ▪ Selecciones-Noviembre 1976
  • ▪ Selecciones-Enero 1977
  • ▪ Selecciones-Febrero 1977
  • ▪ Selecciones-Mayo 1977
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1977
  • ▪ Selecciones-Octubre 1977
  • ▪ Selecciones-Enero 1978
  • ▪ Selecciones-Octubre 1978
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1978
  • ▪ Selecciones-Enero 1979
  • ▪ Selecciones-Marzo 1979
  • ▪ Selecciones-Julio 1979
  • ▪ Selecciones-Agosto 1979
  • ▪ Selecciones-Octubre 1979
  • ▪ Selecciones-Abril 1980
  • ▪ Selecciones-Agosto 1980
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1980
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1980
  • ▪ Selecciones-Febrero 1981
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1981
  • ▪ Selecciones-Abril 1982
  • ▪ Selecciones-Mayo 1983
  • ▪ Selecciones-Julio 1984
  • ▪ Selecciones-Junio 1985
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1987
  • ▪ Selecciones-Abril 1988
  • ▪ Selecciones-Febrero 1989
  • ▪ Selecciones-Abril 1989
  • ▪ Selecciones-Marzo 1990
  • ▪ Selecciones-Abril 1991
  • ▪ Selecciones-Mayo 1991
  • ▪ Selecciones-Octubre 1991
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1991
  • ▪ Selecciones-Febrero 1992
  • ▪ Selecciones-Junio 1992
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1992
  • ▪ Selecciones-Febrero 1994
  • ▪ Selecciones-Mayo 1994
  • ▪ Selecciones-Abril 1995
  • ▪ Selecciones-Mayo 1995
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1995
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1995
  • ▪ Selecciones-Junio 1996
  • ▪ Selecciones-Mayo 1997
  • ▪ Selecciones-Enero 1998
  • ▪ Selecciones-Febrero 1998
  • ▪ Selecciones-Julio 1999
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1999
  • ▪ Selecciones-Febrero 2000
  • ▪ Selecciones-Diciembre 2001
  • ▪ Selecciones-Febrero 2002
  • ▪ Selecciones-Mayo 2005
  • CATEGORIAS
  • Arte-Gráficos
  • Bellezas
  • Biografías
  • Chistes que llegan a mi Email
  • Consejos Sanos para el Alma
  • Cuidando y Encaminando a los Hijos
  • Datos Interesantes
  • Fotos: Paisajes y Temas varios
  • Historias de Miedo
  • La Relación de Pareja
  • La Tía Eulogia
  • La Vida se ha convertido en un Lucro
  • Leyendas Urbanas
  • Mensajes para Reflexionar
  • Personajes Disney
  • Salud y Prevención
  • Sucesos y Proezas que conmueven
  • Temas Varios
  • Tu Relación Contigo mismo y el Mundo
  • Un Mundo Inseguro
  • TODAS LAS REVISTAS
  • Selecciones
  • Diners
  • REVISTAS DINERS
  • Diners-Agosto 1989
  • Diners-Mayo 1993
  • Diners-Septiembre 1993
  • Diners-Noviembre 1993
  • Diners-Diciembre 1993
  • Diners-Abril 1994
  • Diners-Mayo 1994
  • Diners-Junio 1994
  • Diners-Julio 1994
  • Diners-Octubre 1994
  • Diners-Enero 1995
  • Diners-Marzo 1995
  • Diners-Junio 1995
  • Diners-Septiembre 1995
  • Diners-Febrero 1996
  • Diners-Julio 1996
  • Diners-Septiembre 1996
  • Diners-Febrero 1998
  • Diners-Abril 1998
  • Diners-Mayo 1998
  • Diners-Octubre 1998
  • Diners-Temas Rescatados
  • REVISTAS SELECCIONES
  • Selecciones-Enero 1965
  • Selecciones-Agosto 1965
  • Selecciones-Julio 1968
  • Selecciones-Abril 1969
  • Selecciones-Febrero 1970
  • Selecciones-Marzo 1970
  • Selecciones-Mayo 1970
  • Selecciones-Marzo 1972
  • Selecciones-Mayo 1973
  • Selecciones-Junio 1973
  • Selecciones-Julio 1973
  • Selecciones-Diciembre 1973
  • Selecciones-Enero 1974
  • Selecciones-Marzo 1974
  • Selecciones-Mayo 1974
  • Selecciones-Julio 1974
  • Selecciones-Septiembre 1974
  • Selecciones-Marzo 1975
  • Selecciones-Junio 1975
  • Selecciones-Noviembre 1975
  • Selecciones-Marzo 1976
  • Selecciones-Mayo 1976
  • Selecciones-Noviembre 1976
  • Selecciones-Enero 1977
  • Selecciones-Febrero 1977
  • Selecciones-Mayo 1977
  • Selecciones-Octubre 1977
  • Selecciones-Septiembre 1977
  • Selecciones-Enero 1978
  • Selecciones-Octubre 1978
  • Selecciones-Diciembre 1978
  • Selecciones-Enero 1979
  • Selecciones-Marzo 1979
  • Selecciones-Julio 1979
  • Selecciones-Agosto 1979
  • Selecciones-Octubre 1979
  • Selecciones-Abril 1980
  • Selecciones-Agosto 1980
  • Selecciones-Septiembre 1980
  • Selecciones-Diciembre 1980
  • Selecciones-Febrero 1981
  • Selecciones-Septiembre 1981
  • Selecciones-Abril 1982
  • Selecciones-Mayo 1983
  • Selecciones-Julio 1984
  • Selecciones-Junio 1985
  • Selecciones-Septiembre 1987
  • Selecciones-Abril 1988
  • Selecciones-Febrero 1989
  • Selecciones-Abril 1989
  • Selecciones-Marzo 1990
  • Selecciones-Abril 1991
  • Selecciones-Mayo 1991
  • Selecciones-Octubre 1991
  • Selecciones-Diciembre 1991
  • Selecciones-Febrero 1992
  • Selecciones-Junio 1992
  • Selecciones-Septiembre 1992
  • Selecciones-Febrero 1994
  • Selecciones-Mayo 1994
  • Selecciones-Abril 1995
  • Selecciones-Mayo 1995
  • Selecciones-Septiembre 1995
  • Selecciones-Diciembre 1995
  • Selecciones-Junio 1996
  • Selecciones-Mayo 1997
  • Selecciones-Enero 1998
  • Selecciones-Febrero 1998
  • Selecciones-Julio 1999
  • Selecciones-Diciembre 1999
  • Selecciones-Febrero 2000
  • Selecciones-Diciembre 2001
  • Selecciones-Febrero 2002
  • Selecciones-Mayo 2005

  • SOMBRA DEL TEMA
  • ▪ Quitar
  • ▪ Normal
  • Publicaciones con Notas

    Notas de esta Página

    Todas las Notas

    Banco 1
    Banco 2
    Banco 3
    Banco 4
    Banco 5
    Banco 6
    Banco 7
    Banco 8
    Banco 9
    Banco 10
    Banco 11
    Banco 12
    Banco 13
    Banco 14
    Banco 15
    Banco 16
    Banco 17
    Banco 18
    Banco 19
    Banco 20
    Banco 21
    Banco 22
    Banco 23
    Banco 24
    Banco 25
    Banco 26
    Banco 27
    Banco 28
    Banco 29
    Banco 30
    Banco 31
    Banco 32
    Banco 33
    Banco 34
    Banco 35
    Ingresar Clave



    Aceptar

    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
  • Código Hexadecimal


    Seleccionar Efectos (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Tipos de Letra (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Colores (
    0
    )
    Elegir Sección

    Bordes
    Fondo

    Fondo Hora
    Reloj-Fecha
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Avatar (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    LETRA - TIPO

    Desactivado SM
  • ▪ Abrir para Selección Múltiple

  • ▪ Cerrar Selección Múltiple

  • Actual
    (
    )

  • ▪ ADLaM Display: H33-V66

  • ▪ Akaya Kanadaka: H37-V67

  • ▪ Audiowide: H23-V50

  • ▪ Chewy: H35-V67

  • ▪ Croissant One: H35-V67

  • ▪ Delicious Handrawn: H55-V67

  • ▪ Germania One: H43-V67

  • ▪ Kavoon: H33-V67

  • ▪ Limelight: H31-V67

  • ▪ Marhey: H31-V67

  • ▪ Orbitron: H25-V55

  • ▪ Revalia: H23-V54

  • ▪ Ribeye: H33-V67

  • ▪ Saira Stencil One(s): H31-V67

  • ▪ Source Code Pro: H31-V67

  • ▪ Uncial Antiqua: H27-V58

  • CON RELLENO

  • ▪ Cabin Sketch: H31-V67

  • ▪ Fredericka the Great: H37-V67

  • ▪ Rubik Dirt: H29-V66

  • ▪ Rubik Distressed: H29-V66

  • ▪ Rubik Glitch Pop: H29-V66

  • ▪ Rubik Maps: H29-V66

  • ▪ Rubik Maze: H29-V66

  • ▪ Rubik Moonrocks: H29-V66

  • DE PUNTOS

  • ▪ Codystar: H37-V68

  • ▪ Handjet: H51-V67

  • ▪ Raleway Dots: H35-V67

  • DIFERENTE

  • ▪ Barrio: H41-V67

  • ▪ Caesar Dressing: H39-V66

  • ▪ Diplomata SC: H19-V44

  • ▪ Emilys Candy: H35-V67

  • ▪ Faster One: H27-V58

  • ▪ Henny Penny: H29-V64

  • ▪ Jolly Lodger: H55-V67

  • ▪ Kablammo: H33-V66

  • ▪ Monofett: H33-V66

  • ▪ Monoton: H25-V55

  • ▪ Mystery Quest: H37-V67

  • ▪ Nabla: H39-V64

  • ▪ Reggae One: H29-V64

  • ▪ Rye: H29-V65

  • ▪ Silkscreen: H27-V62

  • ▪ Sixtyfour: H19-V46

  • ▪ Smokum: H53-V67

  • ▪ UnifrakturCook: H41-V67

  • ▪ Vast Shadow: H25-V56

  • ▪ Wallpoet: H25-V54

  • ▪ Workbench: H37-V65

  • GRUESA

  • ▪ Bagel Fat One: H32-V66

  • ▪ Bungee Inline: H27-V64

  • ▪ Chango: H23-V52

  • ▪ Coiny: H31-V67

  • ▪ Luckiest Guy : H33-V67

  • ▪ Modak: H35-V67

  • ▪ Oi: H21-V46

  • ▪ Rubik Spray Paint: H29-V65

  • ▪ Ultra: H27-V60

  • HALLOWEEN

  • ▪ Butcherman: H37-V67

  • ▪ Creepster: H47-V67

  • ▪ Eater: H35-V67

  • ▪ Freckle Face: H39-V67

  • ▪ Frijole: H27-V63

  • ▪ Irish Grover: H37-V67

  • ▪ Nosifer: H23-V50

  • ▪ Piedra: H39-V67

  • ▪ Rubik Beastly: H29-V62

  • ▪ Rubik Glitch: H29-V65

  • ▪ Rubik Marker Hatch: H29-V65

  • ▪ Rubik Wet Paint: H29-V65

  • LÍNEA FINA

  • ▪ Almendra Display: H42-V67

  • ▪ Cute Font: H49-V75

  • ▪ Cutive Mono: H31-V67

  • ▪ Hachi Maru Pop: H25-V58

  • ▪ Life Savers: H37-V64

  • ▪ Megrim: H37-V67

  • ▪ Snowburst One: H33-V63

  • MANUSCRITA

  • ▪ Beau Rivage: H27-V55

  • ▪ Butterfly Kids: H59-V71

  • ▪ Explora: H47-V72

  • ▪ Love Light: H35-V61

  • ▪ Mea Culpa: H42-V67

  • ▪ Neonderthaw: H37-V66

  • ▪ Sonsie one: H21-V50

  • ▪ Swanky and Moo Moo: H53-V68

  • ▪ Waterfall: H43-V67

  • SIN RELLENO

  • ▪ Akronim: H51-V68

  • ▪ Bungee Shade: H25-V56

  • ▪ Londrina Outline: H41-V67

  • ▪ Moirai One: H34-V64

  • ▪ Rampart One: H31-V63

  • ▪ Rubik Burned: H29-V64

  • ▪ Rubik Doodle Shadow: H29-V65

  • ▪ Rubik Iso: H29-V64

  • ▪ Rubik Puddles: H29-V62

  • ▪ Tourney: H37-V66

  • ▪ Train One: H29-V64

  • ▪ Ewert: H27-V62

  • ▪ Londrina Shadow: H41-V67

  • ▪ Londrina Sketch: H41-V67

  • ▪ Miltonian: H31-V67

  • ▪ Rubik Scribble: H29-V65

  • ▪ Rubik Vinyl: H29-V64

  • ▪ Tilt Prism: H33-V67

  • OPCIONES

  • Relojes

    1
    2
    3
    4
    5
    6
    7
    8
    9
    10
    11
    12
    13
    14
    15
    16
    17
    18
    19
    20
    Dispo. Posic.
    H
    H
    V

    Estilos Predefinidos
    Avatar
    AVATAR

    Desactivado SM
  • ▪ Abrir para Selección Múltiple

  • ▪ Cerrar Selección Múltiple

  • FIJAR

    Por Reloj

    En todos los Relojes (s)

    IMÁGENES

    Deporte


    Halloween


    Navidad


    Religioso


    San Valentín


    Varios

  • TAMAÑO
    Actual:
    10%

  • Más - Menos
  • 10-Normal

  • POSICIÓN

  • ▪ Sup.Izq.

  • ▪ Sup.Der.

  • ▪ Inf.Izq.

  • ▪ Inf.Der.

  • ▪ Borrar Posiciones

  • MOVER - DIRECCIÓN

  • ( Der - Izq )
  • ( Arr - Aba )

  • MOVER

  • Más - Menos

  • QUITAR

  • ▪ Quitar

  • Bordes - Curvatura
    BORDES - CURVATURA

    Bordes - Sombra
    BORDES - SOMBRA

    Borde-Sombra Actual (
    1
    )

  • ▪ B1 (s)

  • ▪ B2

  • ▪ B3

  • ▪ B4

  • ▪ B5

  • Sombra Iquierda Superior

  • ▪ SIS1

  • ▪ SIS2

  • ▪ SIS3

  • Sombra Derecha Superior

  • ▪ SDS1

  • ▪ SDS2

  • ▪ SDS3

  • Sombra Iquierda Inferior

  • ▪ SII1

  • ▪ SII2

  • ▪ SII3

  • Sombra Derecha Inferior

  • ▪ SDI1

  • ▪ SDI2

  • ▪ SDI3

  • Sombra Superior

  • ▪ SS1

  • ▪ SS2

  • ▪ SS3

  • Sombra Inferior

  • ▪ SI1

  • ▪ SI2

  • ▪ SI3

  • Colores - Posición Paleta
    Elegir Color o Colores
    Fecha - Formato Horizontal
    Fecha - Formato Vertical
    Fecha - Opacidad
    Fecha - Posición
    Fecha - Quitar
    Fecha - Tamaño
    FECHA - TAMAÑO

    Fondo - Opacidad
    Imágenes para efectos
    Letra - Negrilla
    LETRA - NEGRILLA

    Ocultar Reloj
    OCULTAR RELOJ

    No Ocultar

    FIJAR

    Por Reloj

    En todos los Relojes
  • ▪ Ocultar Reloj y Fecha

  • ▪ Ocultar Reloj

  • ▪ Ocultar Fecha

  • ▪ No Ocultar

  • Ocultar Reloj - 2
    Pausar Reloj
    Reloj - Opacidad
    Reloj - Posición
    Reloj - Presentación
    Reloj - Tamaño
    RELOJ - TAMAÑO

    Reloj - Vertical
    RELOJ - VERTICAL

    Segundos - Dos Puntos
    SEGUNDOS - DOS PUNTOS

    Segundos

  • ▪ Quitar

  • ▪ Mostrar (s)


  • Dos Puntos Ocultar

  • ▪ Ocultar

  • ▪ Mostrar (s)


  • Dos Puntos Quitar

  • ▪ Quitar

  • ▪ Mostrar (s)

  • Segundos - Opacidad
    SEGUNDOS - OPACIDAD

    Segundos - Posición
    Segundos - Tamaño
    SEGUNDOS - TAMAÑO

    Seleccionar Efecto para Animar
    Tiempo entre efectos
    TIEMPO ENTRE EFECTOS

    SEGUNDOS ACTUALES

    Avatar
    (
    seg)

    Animación
    (
    seg)

    Color Borde
    (
    seg)

    Color Fondo
    (
    seg)

    Color Fondo cada uno
    (
    seg)

    Color Reloj
    (
    seg)

    Ocultar R-F
    (
    seg)

    Ocultar R-2
    (
    seg)

    Tipos de Letra
    (
    seg)

    SEGUNDOS A ELEGIR

  • ▪ 0.3

  • ▪ 0.7

  • ▪ 1

  • ▪ 1.3

  • ▪ 1.5

  • ▪ 1.7

  • ▪ 2

  • ▪ 3 (s)

  • ▪ 5

  • ▪ 7

  • ▪ 10

  • ▪ 15

  • ▪ 20

  • ▪ 25

  • ▪ 30

  • ▪ 35

  • ▪ 40

  • ▪ 45

  • ▪ 50

  • ▪ 55

  • SECCIÓN A ELEGIR

  • ▪ Avatar

  • ▪ Animación

  • ▪ Color Borde

  • ▪ Color Fondo

  • ▪ Color Fondo cada uno

  • ▪ Color Reloj

  • ▪ Ocultar R-F

  • ▪ Ocultar R-2

  • ▪ Tipos de Letra

  • ▪ Todo

  • Animar Reloj
    Cambio automático de Avatar
    Cambio automático Color - Bordes
    Cambio automático Color - Fondo
    Cambio automático Color - Fondo H-M-S-F
    Cambio automático Color - Reloj
    Cambio automático Tipo de Letra
    Restablecer Reloj
    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.2

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.3

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.4

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días


    Programar Estilo
    PROGRAMAR ESTILO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desctivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

    H
    M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.2

    H
    M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.3

    H
    M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.4

    H
    M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días

    Programar RELOJES
    PROGRAMAR RELOJES


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Cargar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    Borrar

    ▪1 ▪2 ▪3

    ▪4 ▪5 ▪6
    HORAS
    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS
    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    RELOJES #
    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


    Programar ESTILOS
    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Cargar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar

    ▪1 ▪2 ▪3

    ▪4 ▪5 ▪6
    HORAS
    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS
    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    ESTILOS #

    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m
    (s)
    (s2)

    Estilo:
    h m
    (s)
    (s2)

    RELOJES:
    h m
    (s)
    (s2)

    ESTILOS:
    h m
    (s)
    (s2)
    Programación 2

    Reloj:
    h m
    (s)
    (s2)

    Estilo:
    h m
    (s)(s2)

    RELOJES:
    h m
    (s)
    (s2)

    ESTILOS:
    h m
    (s)
    (s2)
    Programación 3

    Reloj:
    h m
    (s)
    (s2)

    Estilo:
    h m
    (s)
    (s2)

    RELOJES:
    h m
    (s)
    (s2)

    ESTILOS:
    h m
    (s)
    (s2)
    Ocultar Reloj

    ( RF ) ( R ) ( F )
    No Ocultar
    Ocultar Reloj - 2

    (RF) (R) (F)
    (D1) (D12)
    (HM) (HMS) (HMSF)
    (HMF) (HD1MD2S) (HD1MD2SF)
    (HD1M) (HD1MF) (HD1MD2SF)
    No Ocultar
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
    X
    Guardar - Eliminar
    Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
    ---------------------------------------------------
    Slide 1     Slide 2     Slide 3




















    Header

    -------------------------------------------------
    Guardar todas las imágenes
    Fijar "Guardar Imágenes"
    Desactivar "Guardar Imágenes"
    Dar Zoom a la Imagen
    Fijar Imagen de Fondo
    No fijar Imagen de Fondo
    -------------------------------------------------
    Colocar imagen en Header
    No colocar imagen en Header
    Mover imagen del Header
    Ocultar Mover imagen del Header
    Ver Imágenes del Header


    Imágenes Guardadas y Personales
    Desactivar Slide Ocultar Todo
    P
    S1
    S2
    S3
    B1
    B2
    B3
    B4
    B5
    B6
    B7
    B8
    B9
    B10
    B11
    B12
    B13
    B14
    B15
    B16
    B17
    B18
    B19
    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
    Widget 1 Widget 2 Widget 3
    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    EL TIEMPO PERDIDO (José Donoso)

    Publicado en mayo 27, 2012
    Cualquier cosa que no hayamos descifrado
    y clarificado mediante nuestro esfuerzo personal, cualquier cosa que haya estado clara
    antes de nuestra intervención en ella, no es nuestra ni nos pertenece.

    MARCEL PROUST, Le temps retrouvé


    Las cosas, por desgracia, jamás suceden como deben suceder, es decir, como en la buena literatura, y la realidad se empeña en no asumir su papel de tributaria de la ficción: el duque de Guermantes no murió durante mis años de ausencia en Francia —después de tanto mendigar en fundaciones y embajadas yo fui el único proustiano que obtuvo una beca para estudiar en París—, y la deslumbrante Oriane yace bajo la tierra del cementerio de Zapallar. A escasos metros de su tumba el Pacífico estremece los acantilados planteando la pregunta que es la esencia de la literatura: ¿cuánto durará esto antes de que el océano derribe las fortificaciones de rocas encanecidas por las gaviotas, erosionando las tumbas cubiertas de flores en su arrogante simulación de lo silvestre, donde los macrocarpas sumisos al viento protegen los huesos de Oriane y de otros privilegiados como ella?



    Me cuentan que al principio la muerte de Oriane dejó desconsolado a Basin, que, como se sabe, le había sido tan infiel. Pero después, con su segundo matrimonio, contravino el orden que le petit Marcel dejó establecido, que es como lo hubiéramos preferido nosotros, los fieles proustianos de entonces, pese a que descalificábamos al desechado príncipe —amo de oficinas de cristal y acero; puro rango, cero colorido; ajeno a la imaginación, a la poesía y a esta historia—, a quien no conocíamos ni de vista.

    No es que conociéramos muy bien al duque. Pero él y Oriane eran figuras fulgurantes para nosotros, protagonistas absolutos del Olimpo de nuestra juventud, the glass of fashion, the mould of form, observer of all observers. Era raro el día en que alguno de los ociosos proustianos de aquellos tiempos que pululábamos por la calle Ahumada a la hora del paseo matutino —los zapatos dignamente reparados con media suela; nuestros trajes virados; el calañés, robado del ropero paterno, audazmente ladeado sobre un ojo— no pronunciáramos, para bien o para mal, sus nombres. Ocasionalmente, en el momento de la dispersión a la hora del almuerzo, Oriane me regalaba la gracia de su sonrisa al treparnos a un atestado tranvía 34. O Basin se detenía en la esquina de la calle Huérfanos, por ejemplo, a pedirme fuego para su Richmond, compartiendo, al hacerlo, alguna observación maliciosa acerca de alguna conocida, al saludarla. Todos nos asignábamos destinos brillantes: premios Goncourt, un Hamlet dirigido por Giorgio Strehler en el Piccolo Teatro di Milano, sesudos ensayos publicados en la revista Sur, conciertos en el Royal Albert Hall. Pero nuestro valor era todavía potencial, no reconocido más que por el fervor calenturiento de nuestra fantasía durante el paseo por esas escasas cuadras ahogantes de tanto que sucedía en ellas. Sin embargo, todos los observers ansiábamos escapar de allí para sacudirnos el pegajoso polvo de la provincia que amenazaba cubrirnos, sin saber cómo hacerlo y sin contar con medios. Los únicos seres que parecían cumplir con sus existencias reales, no virtuales como nuestras pobres existencias, eran los pocos como Basin y Oriane, cuya prestancia y vestidos y trajes avalaban el esplendor mundano con que nuestra imaginación los dotaba.

    Mi contacto definitivo con Basin de Guermantes se produjo la noche que pasamos juntos en la comisaría de la calle San Isidro a raíz de una pelea de borrachos en El Bosco en la que el duque tomó parte, quedando con un ojo en tinta. Todo esto sucedió cuando su matrimonio ya se había deteriorado, y el declive hacia el matonaje y la brutalidad, con tanta frecuencia latente en personajes de la especie de nuestro blasonado amigo, se aceleró como reacción al estado francamente catastrófico de su vida privada, buscando amigos pendencieros y vulgares en sus momentos más sombríos, y frecuentando sitios que no tenía para qué frecuentar. Estas francachelas —después de las cuales llegaba a su casa al amanecer, en un estado deplorable de deterioro externo e interno— ponían frenética a la pobre Oriane, ya bastante frenética con los chismes acerca de la nueva amante de su marido, por lo general «una china indecente, te diré, crespa, de trutros gordos y piernas cortas...», lo más distinta a su estilizada persona que es posible imaginar. La verdad es que Oriane tampoco soportaba que el pobre Basin se divirtiera ni con el más tradicional flirt con la mujer de cualquiera de sus amigos del Club de Polo.

    Los proustianos recorrimos de un extremo a otro el barrio alto, hablamos durante horas por teléfono con nuestras amigas que podían ser amigas de Oriane, o por lo menos amigas de sus confidentes, para procurarnos datos acerca de los preámbulos de la pelea en El Bosco. Averiguamos, por fin, que al terminar el baile del sábado en el Club de Polo —Oriane lucía su consabido vestido rojo, aunque con zapatos negros que, como Basin no había leído A la recherche, no la hizo cambiarse— su marido la llevó de regreso a casa sin lograr que le dirigiera la palabra y ella le cerró la puerta en sus ducales narices. Basin, entonces, harto, se dedicó a pasar lo que quedaba de la noche recorriendo los sitios que por esos años estaban de moda, el Charles, el Capulín, el Jai Alai, el Tap Room Ritz, encontrándose y bebiendo con amigos y despidiéndose para partir a otro lugar en busca de otros amigos con quienes beber más, hasta recalar, ya muy tarde, completamente borracho, en el siniestro Bosco, lleno de corrientes de aire, de desganada música proporcionada por los ancianos de la orquesta, y de escasa aunque vociferante clientela. Basin hizo su entrada con empaque de dueño del mundo, insolente al pisar ese territorio de nuestras fantasías, que dejaban de consumarse al ser invadido por un habitante del mundo real. Sentimos su oleada de arrogancia en el momento mismo en que se disponía a anunciar su llegada con una impertinencia, pero Odette de Crécy —que aún no lo era; todos habitábamos, alrededor de ella, una etapa aún previa a «la dama de rosa»; pero a veces servía de musa transitoria en nuestra mesa proustiana, pese a que ahora oficiaba en la mesa rimbaudiana, contigua a la nuestra y por cierto enemiga—, desde el centro mismo del círculo de sus compinches, agredió a Basin levantando sobre el bullicio del restorán su voz teatral, ronca de cigarrillos y enriquecida por el vino ordinario:

    —¿Qué se viene a meter aquí ese pije de mierda?

    Morel, nombre que le asignamos a un rimbaudiano amor de Odette durante esa temporada, intentó hacerla callar. Pero incluso nosotros, que con cuchicheos de sorpresa y admiración identificamos al duque en el momento mismo en que hizo su entrada —los sucios y pedantes rimbaudianos no tenían idea de quién era el duque; se pasaban la noche en su coin de table sumidos en el espeso vino de sus discusiones, mientras nosotros, los proustianos, atildados y compuestos, observábamos para no perder detalle de los acontecimientos—, sí, aun nosotros nos sentimos identificados con el rechazo de Odette, si bien no con su manera de expresarlo: a su modo, ella protegía el coto de nuestra imaginación para que «no se pusiera de moda», ya que tal como era ese lugar, con el mercurio desescamándose del revés de sus espejos y los «locos mayo» inmasticables como neumáticos, nos resultaba modesto y barato. No ansiábamos más que esa cómoda atalaya para otear el horizonte de nuestra pequeña capital, y ensalzar, descuartizar o demoler nuestro mundo. Basin, que como es de público conocimiento no tenía ni una pizca de sensibilidad, oyó a Odette, pero se fue acercando, sonriente, a nuestras mesas, deteniéndose a saludarme porque yo era el único que lo conocía de presentación. Después de palmotearme, me tomó del brazo, arrastrándome hasta la vecina mesa de los rimbaudianos, que se silenciaron ante nuestra presencia. Detenido junto a Odette, Basin esbozó, cortesano y tambaleante, una reverencia:

    —¿Bailamos este cha-cha-cha?
    —Oye, Chuto, ¿por qué no me hacís el favor de sacar a patadas de aquí a este pije? —dijo Odette sin siquiera mirar al duque, dirigiéndose a Morel, que se puso de pie.

    Morel era por lo menos tan alto como Basin. Por desgracia para nosotros, que intentábamos olvidarlo, había sido no violinista sino luchador de catch, oficio ostensible en la ondulación de sus pectorales y sus bíceps bajo la olisca polera negra. Lento, preciso, pesado como un gato salvaje, apoyado en el respaldo de plástico de la silla de Odette, y en medio del silencio tanto de proustianos como de rimbaudianos, dio vuelta por detrás de la silla de su amiga para enfrentarse con el duque, que obsequioso, y mirándolo directo a los ojos, le preguntó:

    —¿Molesto?
    —Claro... —repuso Morel, que no era diestro con la palabra pese a la reciente publicación de su librito de versos en que aparecían evidentes retoques de Odette.
    —Lo siento —declaró Basin—. Pero me encanta este ambiente y no tengo ganas de irme.
    —¿Sabe quién soy? —le preguntó Morel, ofreciéndole su rostro infinitamente reproducido en la sección de deportes de los periódicos, insensible a que Basin no necesitaba salir en los periódicos para que todo el mundo supiera que él era el duque de Guermantes.
    —Mucho gusto de conocerte, pero te recomiendo que no te metas conmigo
    —continuó, siempre afable, Basin.
    —¿Qué esperáis, maricón, para sacarle la cresta a ese pije concha de su madre? —chilló Odette, volcando vino y congregando la atención de las mesas cercanas con su vozarrón de contralto.

    Morel disparó su derechazo, que sólo rozó, aunque enrojeció, un ojo de Basin. El duque, sin embargo, que se había venido preparando para la pelea desde que se sintió interpelado por Odette, o quizá desde antes, inmediatamente pegó un puñete certero y brutal medio a medio en la boca del luchador, astillándole sin misericordia y con un solo golpe los dientes y la mandíbula.

    El local —antes parecía despoblado— se llenó de tumulto y chillidos alrededor del caído, que sangraba como un chancho: parroquianos y mozos intentando separar a los que se lanzaban a la riña, un músico de la orquesta blandiendo su violín, el concesionario entre sillas derribadas clamando por la policía, y nosotros sujetando a Basin que roteaba a medio mundo y quería seguir golpeando a quien fuera, hasta que alguien llamó a la Asistencia Pública.

    ¡Que vinieran a llevarse al Chuto Farías hecho añicos, como un florero el pobre, por un solo combo del pije! ¡Pobre Chuto! ¡Tan pelotudo! Años atrás fue rescatado de debajo del puente de Purísima —¡Purísima, qué risa!— por un anciano polígrafo barrigudo que asumiendo el papel de Charlus lo prohijó, lo bañó, lo instruyó, pero después el Chuto quiso pasarse al catch con tan poca suerte que tuvo que volver a frecuentar los márgenes de lo que iba quedando de la bohemia santiaguina, agarrándose de quien pudiera, no ya para trepar como podía haberlo hecho al amparo del polígrafo, sino apenas para sobrevivir.

    —¿Y qué más quiere ese roto de mierda? —supe unos días después, en un té chez Mme Verdurin, que se habían quedado comentando los perversos proustianos de El Bosco mientras llevaban a la posta al pobre Morel hecho un guiñapo, y a la comisaría de la calle San Isidro a Basin, a mí porque me vieron de su brazo, y a Odette con la cabellera oxigenada ferozmente revuelta e insultando a quien se pusiera a su alcance. La verdad es que —después me lo comentaron— en las mesas reconstituidas después del incidente decían que hasta quedar hecho papilla por un puñete del duque de Guermantes era un galardón que el imbécil del Chuto no merecía.
    —¡Si el Chuto ya no sirve ni para pegar un buen puñete! ¡Lo único que le va faltando es la peineta! —dicen que se quedaron comentando los que volvieron a las mesas después de la pelea.

    No dudo que estos comentarios de los proustianos fueron causados por la envidia, sentimiento que se propaga como la peste en nuestro encierro provinciano. Soñábamos que fuera menos virulenta en las capitales europeas, pese a que esa virulencia constituía para nosotros la sal misma de la vida. En los tiempos de que hablo los viajes a Europa eran largos, y los viajes en avión arriesgados y costosísimos, de modo que las distancias que nos separaban de la civilización nos parecían insalvables. En ningún sitio, en todo caso, encontrábamos las facilidades para construir un facsímil de la Europa soñada por nuestra remota hambruna, y en ninguna casa podíamos dar curso tan libre a nuestra envidia, transubstanciada en bons mots que creíamos a la altura de los de La Raspeliére, como en casa de Mme Verdurin, donde los proustianos, y ocasionalmente algún rimbaudiano redimible, solíamos congregarnos.

    —¡Ése sí que tiene reflejos! —dicen que comentó Mme Verdurin cuando al día siguiente de los sucesos le detallaron el cuento del puñete del duque.

    La verdad es que yo, temeroso por la envidia dirigida a mí debido a que pasé una noche de cárcel con el duque de Guermantes, y porque estimé necesario rodearme de cierto misterio en relación con este episodio, evité durante unos días los sitios proustianos domésticos, como El Bosco y La Raspeliére de la Avenida Macul, donde supuse que ya habían comenzado la mitificación de la pelea y sus posibles secuelas. Quería que, en la incertidumbre de los proustianos acerca de estas secuelas, sus imaginaciones efervescentes afirmaran mi papel protagónico en el drama puesto en escena por sus conjeturas. Cuando me llamaban por teléfono yo me negaba... por estar a punto de caer con una gripe a virus, porque mis maestros me exigían una revisión de mi memoria de licenciatura, porque me tocaba turno en el periódico. Por el momento prefería alejarme de ellos para que bajo la metralla de sus interrogatorios no se hiciera evidente que no había pasado toda esa noche en íntimo coloquio con el duque, sino menos de media hora, después de la cual, debido a que ninguno de los tres fuimos acusados de agresión, porque Morel pegó el primer puñete, nos soltaron. Y mientras Basin tomaba un taxi para ir a dejar a Odette a su casa porque estaba hecha una miseria, bajo los árboles de la plazuela de San Isidro encendí mi último cigarrillo, decidiendo irme a mi casa en vez de regresar a El Bosco.

    De este modo los proustianos creerían que mi ausencia se debía a que estaba pasando una fracción importante de la noche en la más ilustre compañía.

    ¿Cuál de ellos iba a tener esta oportunidad mundana que tan gratuitamente se me brindaba a mí, noticia que al día siguiente y para humillación de la bella Oriane, aparecería en La Opinión o en Las Noticias Gráficas? Ninguno. Tanto, que yo mismo no opuse excesiva resistencia a los carabineros que me arrastraron acusándome de compañero de farra del distinguido malhechor. Pero no fuimos ni siquiera fugazmente «inmortalizados» por la prensa. Era preferible evitar todo contacto con los proustianos, por lo menos por unos días. Y resistí la tentación de ponerme al alcance de sus ojos implacables que no tardarían en percibir la verdad. Lo único digno de recordarse que ocurrió durante nuestra permanencia en la comisaría —y su importancia vino a madurar un mes después, lo que me hace recordar con toda claridad cada palabra de ese diálogo— fue que, esperando al cabo de guardia que nos iba a interrogar, Basin vomitó su estupendo Palm Beach color cáscara, y echándole la culpa de este percance a la indignación histérica con que en la celda vecina Odette protestaba su inocencia, murmuró:

    —¡Por qué no hacen callar a esa huevona de mierda! ¡Me está dando vueltas la cabeza!

    Mientras lo ayudaba a limpiarse, le expliqué que Odette tenía ese vozarrón porque era una actriz de carácter de gran talento, lo mejor que se daba en nuestra pobre escena nacional. Si lograba adquirir la disciplina y el entrenamiento que le proporcionaría una temporada de estudio en Europa, por ejemplo, o en Nueva York, llegaría a ser uno de los grandes nombres de nuestras tablas.

    —¿Por qué cresta ustedes se lo llevan hablando de Europa y de Nueva York todo el tiempo? ¿Qué creen que hay allá que no hay aquí? ¡Si el Moulin Rouge es igual al Burlesque, no más, un poco más grande...!

    Me abstuve de explicarle que los cánones que regían nuestra sensibilidad no emanaban ni del Burlesque ni del Moulin Rouge, al último de los cuales no consentiríamos en asistir a no ser que nos llevara de la mano Toulouse-Lautrec mismo. Comenté, en cambio, que el ambiente de aquí era tan chato y limitado que salir de él sería importante para tomar una perspectiva sobre lo que en ese tiempo llamábamos «la cosa nuestra», ya que aquí todo quehacer positivo se nos enredaba en envidia, falta de medios y rivalidades y competencias provincianas.

    —Pero —observó Basin, ducalmente pese a su borrachera— los más provincianos de todos son ustedes que se creen tanto y no saben que las cosas, allá, no son distintas..., tienes que ir a convencerte por ti mismo...
    —¿Y quién me va a pagar el pasaje? —le pregunté riendo.
    —¿Qué cresta sé yo, si apenas sé cómo te llamas?

    Un tiempo después, sin embargo, pude comprobar que lo sabía perfectamente, incluso mi segundo apellido.

    No tuve paciencia para prolongar mi deserción de La Raspeliére de la Avenida Macul por muchos días: a mi regreso, resistí los interrogatorios, aunque no a dar mi versión de los acontecimientos para prolongar, por lo menos por un tiempo, el intrigado respeto de los proustianos. El duque, intenté explicarles en el primer té de La Raspeliére después de mi ausencia, había quedado como en silencio en la comisaría, metido hacia adentro, como si por primera vez sintiera y viera algo en su interior que yo no podía sino calificar de... bueno... ¿de conciencia de un gran vacío?

    —¿Juanito Irisarri con problemas existenciales? —preguntó, sarcástica, Mme Verdurin.
    —No, no, no... —me contradijeron los fieles que asistieron a ese té—. Una crisis existencial desfigura a Basin, que siempre fue igual a sí mismo.
    —¿Para qué dejaste que se la llevara en taxi y no la fuiste a dejar tú? Sabes lo arribista que es la Picha Páez, capaz de hacerse íntima. Y si la Picha Páez se dedica a la vida social, en el Club de Polo y en Reñaca, con el grupito de Juanito Irisarri, yo no la voy a convidar más a mi casa porque es una lata. No hay nada en el mundo que me aburra más que gente como ésa... —y Mme Verdurin arriscó su bonito labio superior, activo y bien maquillado, al decir «gente como ésa».
    —Olga Fuad —le advertí yo, que ahora me consideraba dueño del personaje—, tú no puedes opinar porque no conoces a «gente como ésa», y a Juanito Irisarri no lo conoces ni de vista...
    —Mentira. El otro día me tocó comer un sandwich de pollo con alcachofa en La Novia al lado de él..., vieran cómo me miraba las piernas, como si me fuera a comer a mí, no a su sandwich...
    —Pero no has leído a Proust, así que...

    Lo que no dejaba de ser una ventaja para poder llamarla Mme Verdurin con impunidad y observar cómo, sin que lo supiera, cada acción suya la iba calzando más y más dentro del prototipo en torno al cual los fieles nos congregábamos. Nadie temía que leyera a Proust, porque una de las teorías favoritas de nuestra Mme Verdurin del Cono Sur, tan apasionadamente adicta a «la cosa nuestra», era que el exceso de lectura de autores extranjeros «estetizantes» —y A la recherche, en siete tomos, según ella era «demasiado largo, y la vida demasiado corta», y por lo tanto puro tiempo perdido— ponía en peligro, con su nefasta influencia, con el canto de sirena de sus refinamientos a los que no debíamos aspirar, la autenticidad del estilo sencillo y del pensamiento de nuestros creadores. En secreto, los malévolos proustianos murmurábamos que el estilo del reciente libro de prosas poéticas firmado por Olga Fuad mostraba huellas —si no llagas— de absolutamente todas las epidemias literarias del momento, cosa que me guardé muy bien de decir en el artículo que sobre ella me vi comprometido a publicar. ¿Cómo iba a decirlo, por Dios, si eso hubiera hecho tambalear la hegemonía del grupo proustiano en casa de Mme Verdurin, dando paso, seguramente, a los malditos rimbaudianos que llenarían los queridos salones con su suciedad, consignas y clamor, y que andaban aun más hambrientos que nosotros? No puedo negar que nos reíamos del gusto dudoso de esta hija de industriales palestinos en el alhajamiento de los salones en que nos recibía: era la época en que nuestros «turcos» no abandonaban aún su ghetto de mansiones art-déco en Macul y Nuñoa para invadir la capital con sus nuevos capitales y sus bellas hijas. Aún conservaban el temor a la risa de gente como Juan Irisarri, gente que ya no los rechaza sino, más bien, sabiamente busca casar a esas hijas con los herederos de sus nombres.

    Los tés de Olga, servidos en la tetera de plata más aparatosa que jamás he visto, eran abundantes, generosos, exquisitos. Mantenía su casa siempre abierta para nosotros —la conocimos en un curso de estética al que asistió como oyente y después abandonó, aunque no nosotros a ella—, pobres estudiantes de castellano y de filosofía y de teatro y de música, que íbamos a ser poetas o actores o pintores o compositores dodecafónicos. En sus salones siempre bien calefaccionados nos refugiábamos contra la fetidez a parafina habitual, en el mejor de los casos, en nuestros cuartos de pensión o casas de familia. La presencia de M. Verdurin era ocasional y emblemática en el horizonte de estos mullidos ámbitos que le pertenecían con toda su población de bibelots más o menos auténticos, entre los que parecía incluirnos: nos aseguraba que no errábamos transformándolos en el centro de reunión de nuestro grupo de fieles, si tener corte era lo que a Olga la divertía, puesto que la guardaba dentro del harem. Mme Verdurin era un poco mayor que nosotros, que, claro, estábamos enamorados de ella, ingenua, encantadora, preciosa con su tez traslúcida, los rizos cortos de sus cabellos retintos apretándole como un casco la cabeza, y sus grandes ojos azules bajo sus cejas espesas endulzados por pestañas excesivas en párpados demasiado carnosos. Ella —lo habíamos ido comprobando uno tras otro— se mantenía inaccesible, cruelmente sorda a los requerimientos de los proustianos que se habían aventurado a tanto: Nissim Fuad podía no ser más que una presencia tácita, menos aun, el simbólico propietario tradicional, pero era una presencia autoritaria. Y si bien quedaba suficientemente claro que toleraría escarceos literarios y políticos, incluso tal vez sentimentales, era clarísimo que no estaba dispuesto a tolerarlos de otra índole por mucho que Olga Fuad, en la intimidad de la chimenea encendida en una tarde lluviosa, pareciera martirizarnos con el señuelo de lo imposible.

    Prefiero no saber, y ya no me importa porque al fin y al cabo salí triunfador, qué se comentó detrás de mi espalda durante los días en que anduve desaparecido. Pero toda sospecha, toda conjetura molesta o humillante quedó inutilizada cuando una buena tarde aparecí rutilante por La Raspeliére

    —me di el trabajo de convocar por teléfono a todos los proustianos para destrozarlos de una sola plumada con las nuevas acerca de mi éxito y de la futura transformación de mi persona— a participar el notición: el agregado cultural de la embajada de Francia me había otorgado, finalmente, la ansiada beca. El diplomático recalcó con gentileza que mi amistad con su noble contrincante en el campo de polo había pesado en forma definitiva en mi favor.

    Me guardé muy bien de aclarar en La Raspeliére que el duque le había advertido a su amigo deportista que no requería mis agradecimientos personales. ¿Qué importaba ahora ese detalle si mi buena suerte dejó boquiabiertos a los proustianos, no sólo por la envidia de la ilusión de todos hecha realidad en mí, sino por este hecho comprobable que parecía avalar lo verídico de mi relación amistosa con el duque de Guermantes? ¿No redondeaba con esto mi futuro, no hacía coherente mi vida entera, colocándome dentro de un plano de posibilidades en todo sentido superior al de ellos? Yo había emergido, por fin, de la prisión virtual del espejo dando un paso definitivo con que ingresar al mundo de los seres reales. Sentí el exquisito ardor de sus envidias al darse cuenta de que ahora el canon proustiano, ese orden que la lectura había introducido en nuestras imaginaciones para configurar un mundo que sólo apoyado en ella resultaba tolerable, no era ya una manifestación de nuestra —de mi— ansia sin fundamento: dentro de un mes, cuando yo partiera, iba a ser un mundo tangible al que me incorporaría dejándolos a todos ellos, con sus trajes virados y el ceceo de sus dicciones provincianas , dentro del fanal de lo que propuso nuestro admirado genio, que era el único orden en el cual podíamos refugiar nuestra ya desesperanzada espera. En mi caso, pensé arrogante, no se hablaría más de familia exigente de título académico y trabajos remunerados, de miserables préstamos de dinero, de esporádicos trabajos humillantes, del retorno del vencido a su oscuro pueblo de provincia, de la imposibilidad neurótica de completar estudios universitarios, o nuestra novela, o nuestro poema contra Goering o sobre el pastel de choclo, que, insistíamos, algún día íbamos a completar. Mi mundo —lo vi reflejado en sus ojos y ellos lo vieron reflejado en los míos— iba a transformarse en un maravilloso mundo de promesas cumplidas. El mozo de Mme Verdurin acababa de retirar la tetera, los platillos con restos de scones, las tostadas, los despojos de la torta de milhojas.

    En la tarde de que hablo lloviznaba afuera. Nosotros, junto al fuego de troncos que ardía en la chimenea, hablábamos chisporroteantes, excitados, todos, ellos, yo, ellos porque a pesar de su envidia una parte suya se iba a cumplir en mí, y todo iba a ser entonces un poquito menos remoto.

    —¿Y Odette? —pregunté.

    No había vuelto a aparecer por La Raspeliére de la Avenida Macul desde la famosa noche. Olga aprovechó para reprocharme ser el causante, al no acompañarlos en el taxi en esa ocasión, de haberla lanzado a las peligrosas garras del beau monde —en esos años de que hablo no existía el jet set; claro, no existían los jets transcontinentales, ni tampoco la industria periodística basada en la nostalgia por los ungidos de belleza y poder—, perdiéndola para La Raspeliére, que no acreditaba dentro de las filas de sus fieles a quien mantuviera relación con ese mundo de insignificantes.

    —Vamos a buscarla —exclamó Mme Verdurin poniéndose de pie—. No podemos celebrar la noticia de tu viaje a París sin ella.
    —¿Dónde piensan celebrar? —preguntó M. Verdurin, atajando a su mujer con la mirada que alzó de las ilustraciones de una inmensa Divina comedia numérotée recién adquirida en un remate oligarcón: había emergido de las profundidades de su biblioteca para exhibirla ante nosotros por creer, ingenuamente, que nos conquistaría con este objeto carente de otra cualidad que la opulencia.
    —En El Bosco... supongo... —repuso ella.
    —¿Por qué no la va a buscar cualquiera de ustedes y celebran aquí en la casa, mejor? —propuso M. Verdurin, y cerrando el gigantesco volumen con que había interrumpido nuestras risas y divagaciones, comenzó a alejarse otra vez hacia la biblioteca; agregó—: Hace frío afuera y dijiste que estabas un poco resfriada.
    —Vamos a buscarla a su casa —insistió Mme Verdurin, pidiéndole al mozo que hiciera bajar su abrigo de pelo de camello y un paraguas—. ¿Ha visto alguno de ustedes qué asco es su cama?

    La habíamos visto todos, claro, desde una perspectiva o desde otra, pero no lo dijimos por temor a que M. Verdurin lo oyera desde su escritorio y lo interpretara mal, es decir, correctamente. En todo caso, los proustianos declararon que hacía días que andaban en busca de Odette, tocando inútilmente el timbre de su departamento en pleno centro, donde se acababa de instalar porque, alegaba, no podía dormir sino arrullada por el ruido infernal del tráfico. Alguien había logrado entrevistarse con el director de Los bajos fondos, puesta en escena por el teatro universitario que en aquellos años comenzaba a surgir: confirmó que Odette no había aparecido durante toda la semana, pero en caso de que la viéramos, nos dijo, que le rogáramos que volviera porque la sustituta era pésima. Por otro lado —lo que espesaba la intriga—, los proustianos más encarnizados habían logrado averiguar, a través de amigas de amigas de Oriane, que Basin «anda en Buenos Aires por asuntos de negocios», lo que proclamaba que el asunto era de lo más elementary, Watson posible, sobre todo ahora, después de saber por boca mía, y yo había sido actor en el drama, que Basin se había llevado a Odette sola en un taxi.

    —Y las cosas que la Picha Páez es capaz de hacer adentro de un taxi en la noche, no necesito dejárselas a la imaginación de nadie porque un porcentaje bastante alto de la población lo sabe por experiencia propia.
    —¡Pero si la Picha y Juanito estaban como sacos de curados! —protesté yo.
    —¡Ah! ¿No vas a decir que adoleces de la falta de cultura de no conocer cómo es la Picha Páez en la cama cuando está curada? ¡Es un fenómeno de la naturaleza...! —observaron varios proustianos que se las daban de cognoscenti.

    Seguramente se las arregló para hacer reaccionar como un rey a Juanito Irisarri.

    —...y su cama es una cochinada, las sábanas sin cambiar. Y las paredes con posters de cantantes, igual que una chiquilla chica —agregó Mme Verdurin mientras metía los brazos en las mangas de su abrigo sostenido por uno de los fieles.
    —¿Adónde la vamos a buscar, entonces?
    —A El Bosco.
    —Dicen que han visto al Chuto Farías por allá otra vez, con la cara vendada. Parece Frankenstein.
    —¿Qué importa el Chuto? ¿Vamos? —insistió Mme Verdurin.
    —¿No es demasiado temprano para El Bosco? —pregunté yo.

    Nos dimos cuenta de que la pobre Mme Verdurin, harta con su marido, quería salir a toda costa de su casa ahora mismo. Tal vez resultara divertido llevarla un rato a una exposición de arte popular amenizada por un payador con su guitarra —para nuestra Mme Verdurin vernácula «la novena» era cualquier cosa de Violeta Parra; y «la Victoria», que le producía jaquecas estéticas, las lozas de Pomaire o Quinchamalí.

    —¿Cómo no va a pasarlo mal con el pelotudo de Nissim, que puede ser su papá, si los turcos casan a sus hijas con quienes quieren, como en la Edad Media?

    Por esos años mi hermano menor iba a terminar su carrera de leyes, cosa que recuerdo muy bien porque mis padres no cesaron de echármelo en cara hasta que Basin me consiguió la beca a Francia y todo cambió. Compartíamos la misma habitación en la pequeña casa familiar llena de olor a comida porque nuestros aposentos quedaban —y quedan— detrás de la cocina: un postizo que le agregó mi padre al minúsculo bungalow original cuando logró comprarlo, no hacía mucho tiempo, y pese a que yo lo consideraba una pocilga indecente, y lo criticaba todo, mis padres se mostraban repugnantemente ufanos de su propiedad. Con el propósito de ahuyentar tanta cosa criticable en la casa, yo había decorado mi mitad del dormitorio con una red de pescador, con la reproducción de un interior de Vuillard muy proustiano, con un retrato de Olga Fuad luciendo un vestido de encaje en una suntuosa foto de Jorge Opazo, y una divertida foto de la Picha Páez hecha por un proustiano que iba a ser el Avedon del futuro —¿teníamos conciencia de Avedon en aquellos tiempos?; creo que no— una tarde en que no había nada que hacer: la disfrazamos de Odette Swann con una sombrilla malva «como bajo un cenador de glicinas en una esquina de la Alléé des Acacias», sí, recuerdo muy bien el color de esa sombrilla aunque la foto era en blanco y negro. La mitad de la habitación que correspondía a mi hermano, en cambio, estaba más sobriamente decorada con un retrato de su polola y otro de mi madre, y su diploma de licenciado en derecho en un marco dorado, según mi opinión demasiado pretencioso.

    Recuerdo la tarde antes de mi partida a París, cuando encima de mi cama preparaba mi maleta metiendo mis camisas de botones cosidos con «el hilo/ que se irá haciendo ropa/ para los que no tienen sino harapos...» por mi hermanita menor, que ya tenía edad para ayudar en los menesteres de la casa.

    Yo contestaba los gritos de mi madre que desde el otro lado del tabique me preguntaba si me faltaba algo, pero yo, para mis adentros, repetía irracional, iracundo, que dijera lo que dijera Neruda, jamás después de esta comida volvería a probar caldillo de congrio, que era lo que en la cocina preparaba mi pobre madre como festejo de despedida, y cuya abominable fetidez canonizada en una oda colmaba mi cuarto, impidiéndome volar en este mismo minuto a París: el caldillo de congrio podía ser todo lo «grávido y suculento» que el vate quisiera; y la cebolla una «luminosa redoma» de sabores y perfumes cuajados sobre el «callado bandolero» del fuego. «Sencillez, qué terrible lo que nos pasa» cuando no hay otra opción que la sencillez; cuando se desvirtúa por ignorancia y falta de medios esta moda de «la cosa nuestra» con que Mme Verdurin se llenaba la boca y los santones predicadores de las cosas simples porque no conocen otras cosas —Neruda, al fin y al cabo, venía de vuelta de la Tour d'Argent— quieren que absolutamente todo sea de greda de Quinchamalí, mientras yo, en mi cuartucho detrás de la cocina, me ahogaba de asco con la sencilla fetidez del caldillo de congrio que llenaba mi dormitorio. Llevaría hasta París el olor indeleble de «la cosa nuestra» abominada por ser única en nuestro horizonte de posibilidades. En el momento de cerrar mi maleta temí transportarlo eternamente dentro de ella, pegado a mi pelo y a mi ropa, junto con los calcetines zurcidos por mi hermanita que decididamente no tenía «manos de pastora», pero que transformarían mis pies para siempre en «dos gigantescos mirlos» que me harían avergonzarme de ellos en París por la simple razón de que mi madre no conocía nada mejor con qué festejar que el caldillo de congrio.

    Estaba cerrando mi maleta cuando sonó el timbre de la puerta de la calle.

    Mi hermanita corrió a abrir. Volvió a comunicarme que «una señora rubia, muy grande y muy elegante» me buscaba. En el umbral, delante de mis padres sorprendidos por esta criatura de puro oropel que por vez primera producía el contacto de mi fantasía proustiana con mi origen, Odette se lanzó a mis brazos, besándome, los ojos teatralmente maquillados rebosando emoción bajo el velito de su sombrero, sin mirar a mi madre que, sacándose el delantal y tirándolo detrás de la puerta, la acogió:

    —Pase no más, está en su casa.
    —Gracias, señora, pero no puedo, me están esperando.

    Y a mí me dijo:

    —Te vas y no nos vamos a ver nunca más en la vida.
    —No exageres, pues Picha.
    —O peor: cuando vuelvas cargado de premios, publicaciones y condecoraciones, yo voy a estar horrible y pasada de moda, hecha una zapatilla vieja, y ni siquiera me vas a mirar, no me digas que no..., sí, sí, no me lo niegues, todos los hombres son iguales, ¿no es cierto, señora?

    Junto a la vereda esperaba un Packard Clipper verde oscuro: el inconfundible Packard de Basin, desde cuya ventanilla el duque me agitó una amistosa mano. Avergonzado, retrocedí en la puerta para disimular ante él mi relación con mi madre tal vez hedionda a cebolla, con la modestia de mi casa, con lo poco distinguido del barrio donde unos chiquillos jugaban a la pichanga en la calzada, y hacerle la desconocida definitiva al insoportable olor a caldillo de congrio que era mi destino, y que seguramente llegaba hasta Basin en su auto, hiriendo sus delicadas narices.

    —¿Vamos? —me gritó desde su auto.
    —Sí, vamos, mi amor —me rogó la Picha—. Un ratito, no más, señora, a tomarnos una botellita de champán de despedida con unos amigos en El Bosco.

    Me comprometo a traérselo de vuelta en el auto en media hora, no, en tres cuartos de hora más, mientras usted termina de hacer la comida... mmmm, tiene un olor exquisito...

    Miré a mi madre, que se alzó de hombros. Recogió su delantal del suelo y poniéndoselo de nuevo se retiró a la cocina, donde, mientras en mi dormitorio yo anudaba mi corbata, la oí cuchichear con mi padre, con mi hermana y con mi hermano. Mi padre me acompañó muy serio hasta la puerta:

    —No vas a dejar plantada a tu mamá, ¿no es cierto?
    —¿Cómo se le ocurre, pues, papá? Además tengo que acostarme temprano para dormir bien y estar en Los Cerrillos a las seis y media en punto para tomar el Air France de las siete y media de la madrugada.
    —Cuento con que vas a cumplir.
    —Hasta un ratito más, papá.
    —Hasta luego, entonces.
    —Hasta lueguito.

    Estaban todos —Elstir, Charlus y Jupien, un fracasado aspirante a Swann a quien le concedimos ese nombre por no disponer de un Swann más verosímil, Bergotte, Norpois, Albertine, Saint-Loup antes de que se le diera vuelta el paraguas, y Mme Verdurin, que se había escapado de su casa aprovechando que su marido había tenido que viajar a Osorno para la compra de un fundo—, todos, en fin, reunidos con el propósito de celebrarme en ese Fouquet versión chilensis, y hacer votos para que mi contacto con la douce France me transformara de un simple Héctor Muñoz de la Barra en un auténtico petit Marcel, quien, incluso a costa del peligro de contraer el asma fatal de los genios, estaba dispuesto a inmortalizarlos a todos en un gran panorama que sería como un fresco literario de un mundo —el nuestro— y de una época. Hasta los rimbaudianos, asombrados —o porque el duque de Guermantes, sobrio, amable, lujoso de sonrisas y lociones y con Odette decorando su lado, encargó innumerables botellas del mejor vino—, para esta ocasión abandonaron su hostilidad, y acercándose a nuestra mesa me contemplaban con el halago de los ojos borrosos de envidia de los que se quedan, y sospechan que quizá se queden para siempre.

    Sí. Estábamos todos salvo la protagonista, Oriane. Dos días antes, en Gath & Chávez, hurgando en un mostrador de camisetas en rebaja que me disponía a comprar como parte de mi equipo de viaje, levanté la vista y con un vuelco del corazón reconocí el bello rostro de pájaro rubio de Oriane al otro lado, que hurgaba entre las mismas camisetas que yo. Levantó su mirada azul de vitreau que cruzó con la mía —no puedo negar que durante un minuto especulé con la posibilidad de que se detuvo allí no porque le interesaran las camisetas sino porque me vio a mí—, iluminando con su repentina sonrisa dorada su rostro maravilloso, y el mío, y el ámbito entero del gran almacén.

    —¿Cuándo se va? —me preguntó sin preámbulos.
    —Pasado mañana.
    —¡Qué lástima!
    —¡Yo estoy feliz!
    —Es que me hubiera gustado convidarlo a tomar té. El agregado cultural de la embajada de Francia tiene grandes esperanzas puestas en usted, y quizás hubiéramos podido reunirnos los tres...

    ¡Como si tomar té solo con ella, que era pura poesía, no fuera la más eficaz de las tentaciones, y me ofrecía al pedestre attaché como anzuelo! Me dijo que éste, gran amigo suyo, le había comentado mi viaje —era evidente que Basin no se lo mencionó jamás—, contándole que partía con el fin de estudiar, conocer, quizás escribir una novela, o mejor, una obra de teatro, para lo cual sería conveniente que viera todos los espectáculos de París.

    —¡Qué envidia! —exclamó Oriane, levantando una camiseta para examinarla.

    ¿La duquesa de Guermantes envidiándome a mí? Me pareció una situación incongruente con la otra realidad, tanto mayor, de la fantasía. ¿Qué era lo que me envidiaba? ¿Mi beca, igual que tantos estudiantes pobretones que habían aspirado a ella? ¿Mi viaje a París, si su fortuna le permitía viajar cuando quisiera? ¿Estudiar, ver, escribir novelas, obras de teatro, ella, que era sobre todo mundana y tenía el deber de seguir siéndolo porque así «estaba escrito», y no traicionarnos a nosotros los proustianos, ni al creador de la atmósfera en que su existencia era radiante? Salimos charlando de Gath & Chávez con nuestros paquetes de camisetas debajo del brazo y tomamos el tranvía 34. Colgados de las agarraderas de cuero porque no quedaba asiento, después de enderezarse la boina de terciopelo que alguien al pasar le desacomodó, pasamos parte del trayecto quejándonos de este incómodo medio de locomoción, harto primitivo.

    —En París el metro es regio —comentó Oriane.

    Yo jamás había tomado un metro. En toda mi vida. Pensar que en unos cuantos días iba a poder hacerlo por primera vez aceleró mi pulso con la perspectiva de experiencias distintas a la experiencia exclusivamente cultural, transformándome en el clásico turista boquiabierto de admiración ante progresos desconocidos en su pueblo: allí mismo tomé la determinación de no acercarme jamás a la torre Eiffel.

    —¿Es muy rápido? —le pregunté a Oriane.

    Calculó:

    —Por ejemplo, para un trayecto como éste, desde el centro hasta mi casa en Avenida Lyon..., bueno, serán, supongo, unos cinco minutos. ¿Usted vive por aquí?
    —No, cerca de la Plaza Egaña.
    —Este carro lo deja bastante lejos, entonces.

    Me abstuve de confesarle que prefería este itinerario en vez de uno más directo porque el tranvía 34 pasaba por un barrio más «Faubourg St. Germain» que los tranvías que me llevaban directamente a Nuñoa y a la Plaza Egaña.

    —En ese caso, ¿por qué no almuerza conmigo? A la suerte de la olla..., estoy sola —me invitó Oriane.

    La casa de Oriane, me doy cuenta ahora, era demasiado «estilo bombonera». Pero ese día me pareció el recinto más refinado del mundo. La sensación de silencio reposado, de privacidad buscada sin sentimiento hostil, de pasos acogidos por las alfombras, de funcionamiento perfecto sin necesidad de mandar a nadie a toda carrera al boliche de la esquina porque llegó visita, me fue rodeando como una marea de aguas exactamente de la misma tibieza que mi cuerpo: yo había nacido para esto. No puedo negar que cuando, después del salpicón de pavo hecho con sobras de la cena de anoche a la que había asistido el agregado cultural francés, apareció un charquicán, estuve a punto de tomar las de Villadiego, insultado por ese plato de tan mezquino abolengo, similar al que aparecía con demasiada frecuencia en la mesa de mi familia: los seres emblemáticos que imperan en el reino de la fantasía y que deben seguir sus reglas no podían alimentarse con manjares como éste. Al probar el charquicán, sin embargo, me pareció sentir en el paladar que se trataba de una concepción de ese plato totalmente distinta, un mundo de sabores concertados con una delicadeza insospechada en la Plaza Egaña, lo que me hizo perdonar a Oriane ese guiso que de otro modo hubiera sido un error suyo: aquí representaba la buena tradición de la comida criolla mantenida viva por otra Francoise.

    Hablamos de Basin.

    Sin necesitar que Oriane me lo dijera, comprobé lo infeliz que era con él. A la hora del postre —restos de una tarta de la víspera— hablamos de lo insufribles que son los hijos, lo exigentes, lo ahogadoramente ubicuos; y lo mimada y agresiva que era su hija de once años, todo lo cual le producía una desazonante sensación de ya no tener vida propia. Después del almuerzo, al sentarnos en el sofá de toile de Jouy con escenas pastorales en tonos de celeste, me confesó algo que para mí tuvo los efectos de un golpe muy rudo: que había decidido tomar clases de teatro. Le gustaría, dijo, ser actriz, meterse en la piel de otras personas para no seguir con la monotonía de su vida, y ella —¿cómo no iba a saberlo si su vida entera no era más que una farsa de la mañana a la noche?— era muy buena actriz.

    Esta tremenda confesión tuvo efectos variados en mí. Los fui rumiando mientras Oriane, incontrolable, gárrula, sin preguntarme absolutamente nada sobre mis proyectos que al fin y al cabo habían sido la razón ostensible por la cual me dirigió la palabra tal vez por segunda vez en su vida y me convidó a almorzar —¡qué iban a decir los proustianos cuando les contara!—, seguía y seguía confiándome el secreto de modistilla de sus frustraciones. Me dio ira que desde la perfección de su Olimpo inaccesiblemente mundano deseara descender a las aspiraciones de cualquier alumna bien parecida de tercer año de Pedagogía: la gente como Oriane se aburre, me dije. Ésa es la terrible verdad. Y por eso, aunque antes apenas se dignaba saludarme desde lejos, ahora, debido a esta mínima notoriedad mía, se lanzaba sobre mí para devorarme con una supuesta admiración, aunque sólo para que le sirviera de espejo. Su vida, me di cuenta con pena, era vulgar, igual —sólo que escrita en una tessitura distinta— a la vulgar fatiga de mi madre junto a la cocina, y a la de mi tía que trabajaba en la Intendencia quejándose de que a ella nunca le pasaba nada más divertido que las sorpresas deparadas por el Electrolux. Al descender de tal manera ante mi vista, Oriane se transformaba en mi par; no sólo en mi par, también en mi odiada, en mi amada pareja. Era incluso probable que le hubiera sido infiel a Basin, por ejemplo con el agregado cultural francés. ¿Y si era tan indiscriminada, tan caliente para decirlo de una vez —me hablaba con la voz más suave, más confidencial, inclinándose un poquito hacia mí en el sofá celeste, y sentí su aliento—, por qué no iba a hacer cattleyas conmigo? Me di cuenta de que esto, más que una fantasía, era una locura, una situación por completo anti-proustiana y por lo tanto descabellada. Oriane tenía su mano de duquesa, con el adorno singular de un zafiro muy oscuro, extendida entre ella y yo sobre unas ovejas retozonas en la toile de Jouy. Yo dejé caer mi mano sobre la pastora que las apacentaba: adieu, pastourelle, cantaba mi corazón incontrolable como el niño castigado por los sueños de su culpa transformados en una horrible y bella pesadilla..., mi pulso latía rapsódico, incapaz de detener mi mano que iba a avanzar hasta cubrir el olmo que separaba a la pastora de su rebaño.

    —¿Conoce a una tipa que se llama Picha Páez? —me preguntó Oriane.
    —Claro que la conozco.
    —¿Es regia ?
    —Nnnnnnooo..., más bien vistosa...
    —¿Qué tal persona es?
    —Estupenda actriz.
    —Bah, yo la vi en Los bajos fondos y no la encontré tan estupenda, le diré.

    ¡Cómo se rebajaba hasta insinuar sus celos por alguien como la Picha!, pensé sufriendo por ella y por mí. Y no sólo sus celos: lo peor era que en el interior de esos celos, y disimulada por ellos, discerní envidia por la Picha, querer ser lo que la Picha era, rebajándose con esto a un nivel inferior a ella —lo que era mucho decir—, y terminando con la existencia de la inaccesible Oriane para transformarla en lo que era: la caricatura de una burguesa frustrada del barrio alto que hablaba demasiado sobre sí misma y estaba, por lo tanto, al alcance de cualquiera, y de mí, que era menos que cualquiera. Moví mi mano incontrolable hasta cubrir la suya y la apreté un poco, adelantando hacia Oriane mi cuerpo. Mi sangre cantaba preparándose para las cattleyas. Sentí su perfume emanando de su piel mate, de la desconsolada aureola de su pelo un poquito rojizo que en un momento más yo iba a acariciar. Ella me miró directamente a los ojos con sus maravillosos ojos azules de mártir, de santa, donde, después de un momento, apareció la chispita de risa que no tardó en extenderse por toda su cara, concluyendo con una bondadosa pero terrible carcajada —pienso ahora que fue sólo una risita nada hiriente—, pero que a mí me lesionó para siempre: no sólo no retiró furiosa su mano de debajo de la mía, sino que la apretó, comprensiva, amistosa, condescendiente, antes de quitarla para tomar su cartera y sacar un pañuelo con que enjugar las lágrimas de su risa, que sólo vidriaron sus ojos. Yo, tremolante frente a esa carcajada fantaseada que me volvía a una perspectiva realista, me puse de pie:

    —Me tengo que ir.
    —¿Tan temprano?
    —Sí, fíjese...
    —Qué pena, yo no tengo nada que hacer en toda la tarde.
    —Con esto del viaje tengo muchas diligencias que hacer.

    Me acompañó hasta la puerta, que abrió ella misma para que yo saliera con mi paquete de camisetas debajo del brazo. Al caminar largamente bajo la suntuosa bóveda verde de los plátanos de la Avenida Lyon, sentí que el principal móvil de mi viaje a Francia no iba a ser, ahora, «proustear» —verbo acuñado en el Fouquet de la Alameda para describir mis pesquisas acerca del itinerario del petit Marcel en París—, sino para huir lo más lejos posible del odiado escenario de mi paso en falso, de mi error de sensibilidad y de cálculo, que por suerte «no estaba escrito» y, por lo tanto, sería muy difícil que lo creyeran cuando ese chisme, puesto a rodar a partir de la gloriosa carcajada de Oriane, se propagara.

    ¡Con razón Basin la detestaba!

    Esa carcajada, igual que las desdeñosas carcajadas que reaparecen en flou en ciertas películas y definen el destino mediocre de los antihéroes martirizados por sus propias sensibilidades exacerbadas, me persigue hasta ahora, años después de mi regreso, cuando la recuerdo. Y la sigo oyendo aunque Oriane yace bajo la tierra de un cementerio costino, al mismo nivel que todos los muertos, por muy privilegiado que sea el lugar donde descansa de todo lo que durante su brevísima carrera teatral tuvo que sufrir: abandonar a Basin por un actor de bastante menor edad que ella y demasiado moreno —«roto de ojos verdes, roto malo», dicen que comentó Odette—, además de ser una vulgaridad imperdonable, fue una tontería que sólo podía conducirla a la tragedia.

    Pero antes de partir —¡ah, esa noche...!—, al entrar triunfante en El Bosco del brazo de Odette y escoltados por el duque, el desdén de esa carcajada se apagó por un rato en mis oídos. Desde la puerta del establecimiento noté que nuestra llegada producía una reacción curiosa en la mesa a la que nos dirigimos: varios proustianos se pusieron de pie no sólo con la intención de darme una calurosísima bienvenida a mí, sino más bien con el objeto de prolongar el momento de presentar al duque a mis congéneres, y proteger a alguien, desviándonos hacia otra mesa. Pero como Basin era mucho más alto que todos los demás, esta tentativa resultó infructuosa, porque por entre sus cuerpos arremolinados alrededor nuestro el duque distinguió, en la mesa que generalmente ocupábamos, al Chuto Farías, con la cabeza inclinada hacia atrás y vendada como la de una momia que sólo descubría sus ojos y un hueco para la boca, y a Mme Verdurin, que con una mano metía en ese hueco un embudo mientras con la otra vertía en el adminículo el contenido de una botella de vino tinto.

    Al ver esta escena el duque lanzó una carcajada que hizo volver la cabeza a muchos parroquianos: Basin se abrió paso entre nosotros, se sentó a la mesa pese a que el Chuto quiso reaccionar agresivamente frente a su ex contrincante, pero él lo retuvo con sus palabras afables y su risa. Y mientras Mme Verdurin ayudaba al duque, él tomó la botella y siguió vertiendo más vino en el agujero entre las vendas y el yeso. El duque se reía. Nos reíamos nosotros y Mme Verdurin. Y se reía el Chuto, que de pronto se atragantaba y tosía, o se quejaba de dolor al reírse demasiado, todo lo cual producía más y más hilaridad en el duque y en todos nosotros, y en el Chuto mismo, que se ahogaba y reía pero también lloraba con su cabeza inclinada hacia atrás, ante la gente que se iba juntando en torno al espectáculo, intentando, también, intervenir en la divertida operación. Más tarde esa noche, Mme Verdurin me contó que al principio el pobre Morel estaba tan aterrorizado como furioso con la aparición del duque en El Bosco, a quien no veía desde la noche aquélla, y a quien se la tenía jurada.

    Continuó comentándome que el duque se acercó al deportista profesional con tanto tino, hablándole con tal «señorío y sencillez», según me dijo, y «en su mismo idioma, que debe ser el de los bajos fondos», que el pobre Chuto, que tenía corazón de señorita sentimental, se derritió al instante, sobre todo cuando el duque le prometió pagar sus cuentas de médico y de clínica, reconociendo que en la ocasión de la pelea él estaba borracho e incapaz de dosificar su fuerza, ofreciéndole, incluso, conseguirle trabajo en el banco de su hermano, el príncipe. Mme Verdurin, que por lo chismosa parecía más proustiana que todos nosotros, pese a no haber leído jamás A la recherche y a obstinarse en quedar pegada en el guitarreo balbuceantemente popular de las Odas elementales, me comentó que ante esta perspectiva el Chuto se había mostrado bastante menos entusiasta. En todo caso bebimos rápidamente las buenas botellas de vino pedidas por Basin, brindando por la maravillosa aventura de mi viaje. Al despedirme de los proustianos, uno a uno, con un apretón de manos o con un abrazo, conjeturaron que cuando regresara de París quizá llegaría convertido no en el petit Marcel —para empezar, ya no sería tan petit—, sino por fin en un Swann de alas desplegadas, personaje que habíamos buscado por todas partes en nuestra remota ciudad para darle por lo menos un poco de coherencia a nuestra fantasía, sin encontrar a nadie en nuestro medio digno de encarnar un papel tan difícil. Apresuré la despedida, diciendo que mi familia me esperaba a comer, y pese a que en el momento de partir el reloj de San Francisco ya había dado las once de la noche, dije que más valía tarde que nunca, ya que hoy prefería no defraudar a mis padres.

    —Yo te llevo en auto. Nos demoramos diez minutos —exclamó el duque, poniéndose de pie—. ¿Vamos, Chuto?

    Salí de El Bosco pensando que salía para siempre, y agité una mano triunfal para decir adiós aunque todos prometieron estar a las ocho de la mañana al día siguiente —no me hice ninguna ilusión respecto a esto; conocía demasiado bien los horarios noctámbulos de la bohemia santiaguina— en Los Cerrillos. Llevaba a Odette enlazada por el talle. Nos seguían el duque del brazo, a un lado, de Mme Verdurin, y al otro del brazo del Chuto. Cruzamos desde la Pérgola de las Flores hacia la Alameda, bordeando los grandes grupos que todas las noches se reunían frente al diario La Opinión para discutir de política y apostrofar pacíficamente contra las autoridades. Al frente, bajo el letrero de neón de La Opinión, Basin abrió su Packard Clipper, que nos acogió.

    En cuanto el auto se puso en marcha, noté que el duque no lo dirigía hacia mi casa en Nuñoa sino hacia la Plaza de Armas.

    —¿Adónde me llevas? —pregunté alarmado.
    —Te tengo una sorpresa.
    —Es que me están esperando a comer en la casa...
    —Shshshshsh, ya es demasiado tarde... —dijo Mme Verdurin, que parecía estar en el secreto.
    —No, tengo que irme.
    —¿No me vas a dejar a mí, no, con la comida preparada? —me preguntó en forma amenazante.

    Comprendí que el duque señalaba mi ingratitud por su trascendental gestión, insinuándome, al mismo tiempo, el orden de precedencias que era mi deber acatar. Estacionó el coche en la Plaza de Armas. Basin nos dirigió hacia el restorán La Bahía. Los mozos lo recibieron con grandes muestras de respeto, y el maitre, charlando amistoso con mi anfitrión, nos condujo a una mesa ya lista.

    Al entrar en tan lujoso como desconocido establecimiento, no pude dejar de pensar en mi pobre madre inclinada sobre «la consumación/ ferviente de la olla», o picando «la redonda rosa de agua/ sobre/ la mesa/ de las pobres gentes». Me excusé para ir al teléfono a avisar a mi casa que me atrasaría. Ya solo, junto al teléfono, pensé: ¿no era el momento de huir de las garras nefastas de mis compinches para cumplir con mi deber de hijo? ¿De alejarme de mis amigos, que ya no vería en tantos años más, para volver a mi familia y así no cargar con la culpa con que cargan las madres a sus hijos cuando por primera vez se alejan del hogar? Era sólo cuestión de salir a la calle Monjitas sin despedirme de nadie y tomar un taxi: solución muy fácil. Sin embargo, mi mano irrefrenable marcó el número de teléfono de mi casa. La voz de mi padre era seca. «Muy bien», me dijo. «Comprendo. No me expliques tanto.

    Comprendo que le debes toda clase de agradecimientos al señor Irisarri porque él te consiguió la beca. Sí, por cierto, si te organizó una comida de despedida en un restorán como La Bahía no lo puedes desairar..., pero no te olvides de que mañana en la mañana tienes que estar en Los Cerrillos a las seis y media para que te facturen el equipaje, si no, vas a perder el avión...»

    —Nosotros te llevamos las maletas desde aquí —concluyó.
    —¡Pero papá, si no voy a quedarme aquí más que una hora más, para cumplir!

    Fue mi padre quien colgó. ¿Pero por qué será que, pese a que no la nombró durante toda nuestra conversación, tuve presente la imagen de mi madre encorvada bajo el peso de mis maletas, cargando mi equipaje para meterlo en el taxi que llamarían para ir a Los Cerrillos? Es una imagen tan dolorosa que me atormenta hasta hoy. Yo sabía muy bien que mi hermano, que es fortachón y suele cumplir con estos menesteres, cargaría mi maleta. Sin embargo fue a ella, a mi madre, a quien vi haciendo fuerza bajo el peso de mis posesiones materiales, llorosa, silenciosa, dolorida, ofendida, pensando más en el caldillo de congrio desperdiciado que en mis posibilidades de transformarme en el Swann de la calle Ahumada, y así pasar del mundo de las reproducciones de Vuillard al de los Vuillard verdaderos para codearme con los Guermantes, con la opulencia y con el arte. Con el propósito de borrar esta imagen dolorosa volví rápidamente a la mesa donde mis amigos bebían los primeros pisco-sours, que después, cuando aparecieron las bandejas de ostras sobre el mantel de granité de hilo, dieron paso, entre los vítores del grupo, a botellas de Chablis Tarapacá-ex Zavala helado; y más vino aun con el chupe de locos que el Chuto, es decir, nuestro averiado Morel doméstico, ya tan desdibujado y sin embargo tan Morel, desde entre sus vendas de momia que apenas lo dejaban hablar, miraba con ojos doloridos de un hambre que la fragilidad de sus maxilares le impedía saciar con nada sólido. Odette pidió de nuevo un embudo y se lo caló en la boca: fue vertiendo en él pisco-sour, vino blanco y por fin coñac. Le convidaba chupadas del puro que estaba fumando, ante el escándalo de los parroquianos: para consolarlo, decía.

    Odette le relataba al Chuto las maravillas de Buenos Aires, contándole que ella y Basin fueron a ver en el Luna Park no sé qué luchadores gloriosos, entre millones de luces y aplausos, aconsejándole ir a tentar suerte allá una vez que le quitaran yesos y vendas, no conformarse con el hoyo siniestro que era el teatro Caupolicán, donde estaba perdiendo la vida. El duque y Mme Verdurin, entretanto, entablaron un coloquio privado, o más bien una discusión, porque el duque alegaba muy proustianamente, aunque no hay ni qué decir que jamás había leído a Proust, que esos Irisarri a quienes Mme Verdurin decía conocer no eran de los Irisarri buenos, parientes suyos, sino otros Irisarri que nadie sabía de dónde salieron. La turca se dio vuelta hacia mí, cuchicheando:

    —¡No van a ser! ¡Hay que ver que se cree tu amigo Juanito...!

    Y él, poco después, cuando Mme Verdurin se distrajo porque el humo del puro de Odette había hecho toser de tal manera al pobre Chuto que daba alaridos de dolor, me murmuró al oído:

    —¡Estas siúticas! Siempre meten la pata nombrando a alguien que tiene nombre de gente conocida, pero después resulta que es alguien que nadie conoce y tiene parcela en Olmué, por ejemplo. Pero harto buena la turca..., vamos a hacerle empeño...

    Y vi que por debajo de la mesa le agarraba una mano. Más tarde, cuando salimos de La Bahía, yo ya había desesperado de triunfar en cualquier intento de desprenderme del dichoso duque, que nos arrastró primero al Patio Andaluz, que encontró aburrido, y después a La Posada del Corregidor, con sus músicos ciegos y su vino tinto caliente con especias, donde bailaban parejas insondables en las tinieblas casi completas. Allí, por fin, tuve que aceptar mi realidad triste de hijo desagradecido de sus padres —quienes, como nunca se cansaban de repetírmelo, tanto se sacrificaban para darme una educación— que termina en esto: solo, a las dos de la mañana, adormeciéndome medio borracho en mi silla en un rincón de la ventana colonial. Odette bailaba con un desconocido —el Chuto quién sabe dónde estaría—, y Mme Verdurin lo hacía abrazada del duque, protegidos por la oscuridad. Yo pensé en la cabellera heráldica de Oriane, en la suavidad de su mano que, pese a haberla gozado sólo durante un segundo, vivía para siempre, pero sobre todo en este instante, en las yemas de mis dedos, que besé. Fue este acto de amor, esta cópula con mi imaginación, lo que de pronto me despertó en mi rincón de la ventana: un repentino terror de que todo este mundo remoto pero de alguna manera seguro, ya que le petit Marcel nos proporcionó los cánones para nuestra difícil juventud —cánones proporcionados a otros por otros, por Rimbaud, por Mallarmé, por Nietzsche, por Sartre, que por ese entonces comenzaba a ser novedad entre los más enterados, por Neruda—, iba a desaparecer dentro de pocas horas debido a mi viaje, y este espacio, tal como era, pobre, siniestro, sin horizontes, carente de dimensión e información, con escasa belleza y menos oportunidades, constituía al fin y al cabo el espacio de mi juventud, que ahora iba a caer derribado como el consabido castillo de naipes. Eran las dos de la mañana. Yo estaba sumamente borracho. Éste era el momento preciso para aceptar el reto del miedo y huir a buscar cobijo por última vez como un niño en el abrazo de perdón de mis padres.

    Iba saliendo de La Posada con el propósito de tomar el primer taxi que pasara, cuando brotaron, como dos fantasmas de la noche ciudadana, el Chuto y Odette. Me agarraron cada uno de un brazo. Me acompañaron, tambaleándonos por la calle Esmeralda, asegurándome al ingresar en la Allée des Acacias —vale decir por la avenida de ceibos— del Parque Forestal que comprendían mis lágrimas, que era la pura verdad que uno no deja a su familia y a sus amigos de toda la vida todos los días para irse tan lejos y en avión, solidarizando con mi urgencia por encontrar un taxi que me llevara a dormir aunque fuera una fracción de mi última noche antes del anhelado viaje, bajo el techo de mis padres: «...ah/ viajero/ no es niebla/ ni silencio, ni muerte/ lo que viaja contigo, sino/ tú mismo con tus muchas vidas...». Éste, me dije, era el último momento atado por la coherencia aprendida de otros, antes de asumir quién sabe cuál de esas muchas vidas en las tardes invernales de París, acechantes de los diversos avatares de Odette bajo su sombrilla malva, o de Albertine con su bicicleta, o de Saint-Loup comprensivo de mi fragilidad, o de Swann para enseñarme el secreto definitivo del refinamiento... o tal vez de otras acechanzas para las cuales tendría que buscar otras reglas en otras páginas todavía desconocidas. ¿Por qué, con tan amplia perspectiva como ésta que se me abría, de continente a continente, no iba a poder constituirme en mi propio petit Marcel, desechando facsímiles de Odette y Saint-Loup? Pero la verdad era que ahora resultaba demasiado difícil solucionar el acertijo de cómo narrar la historia del Chuto Farías con su cara vendada, y de la Olga Fuad con su gusto detestable y su marido imposible, y de la Picha Páez, glorioso resumidero de todas las miserias de esta ciudad, y que, bajo los ceibos del parque por cuya sombra lunar marchábamos a trastabillones, iba recitando con su admirable voz de túnel, de animal en celo: «...la noche transparente/ gira/ como un molino, mudo/ elaborando estrellas...», aunque era de lo más probable que las estrellas giraran sólo en el vino que trastornaba nuestros corazones en este momento inefable de despedida de tantas, tantas cosas...

    Habíamos caminado dos cuadras en dirección al Palacio de Bellas Artes en cuyas gradas nos proponíamos sentarnos a cantar el Himno a la alegría, cuando sentimos, más allá de nuestros poéticos lamentos en espera del taxi que no llegaba o que dejábamos pasar para llegar al final de una estrofa particularmente bella, sí, sentimos un coche deslizándose junto a la cuneta: tocó la bocina con tal fuerza al alcanzarnos que cuando frenó justo a nuestro lado casi nos desmoronamos sobre él:

    —Súbanse... —mandó el duque.

    Me negué a hacerlo. Nos negamos.

    —No seas tonto, te vas a resfriar y mañana, no, hoy, ¿o será mañana?, no te vas a poder ir —dijo Mme Verdurin, incoherente pero maternal pese al rouge borroneado por sus cattleyas con Basin.

    Supongo que ya nunca lo sabré porque están dispersos los personajes que podrían dar fe, y para ellos esos lejanos sucesos carecen ahora de la significación infinita que entonces tuvieron, pero me gustaría comprender por lo menos cómo logramos llegar en el Packard Clipper, conducido por el duque en su estado de borrachera, desde el Parque Forestal hasta el Burlesque en la calle Diez de Julio. Lo cierto es que sólo puedo decir que me dormí profundamente en cuanto me senté en una silla de ese establecimiento. Tengo la impresión de que Odette también se durmió en la suya cuando el Chuto nos remeció a ambos para que miráramos lo que estaba ocurriendo en la escena iluminada por cambiantes focos de color: el duque, abandonándonos, había subido al proscenio donde al son de «me gusta el mambo» bailaba con Gilda, la Mulata de Fuego, la vedette frívola nudista que por ese entonces gozaba de mayor prestigio entre cierto público.

    Pese a la fiebre con que Gilda ofrecía sus curvas a los aplausos y gritos de sus admiradores que llenaban de bote en bote el Burlesque, parecía estar algo molesta con la intervención en su trabajo de este señor que con la torpeza de la borrachera, aunque también con gracia y agilidad, se movía y se agitaba frenéticamente con ella, sin chaqueta, la corbata baja, los faldones de la camisa volando.

    —Ya, huevón, quítate de ahí... —le gritaban al duque desde abajo.
    —No te vinimos na a ver a ti, preciosura.
    —Deja que se empelote la Gilda.
    —Que muestre las tetas.
    —Déjala, desgraciado...

    El dueño del local, junto al escenario, rogaba a Basin que permitiera actuar a su luminaria que tantas noches había elevado la temperatura de la concurrencia al Burlesque hasta el rojo vivo. Pero Basin, transportado, no hacía caso de sus respetuosos «por favor, señor Irisarri», «tome asiento, pues, caballero». La frívola nudista procedió, lenta, insinuante, con toda la picardía requerida de tan admirada representante de su arte, a despojarse, primero que nada, de sus guantes. Sin dejar de bailar con ella y remedando sus gestos, Basin se quitó, también lentamente, la corbata, lo que causó la hilaridad de la concurrencia. Pese al negro antifaz emplumado de la artista, no pudo dejar de notarse que esta caricatura suya hecha por el duque producía la indignación de la frívola que, sin embargo, muy profesionalmente, siguió su baile: morosa, fue despojándose de su baby doll de encaje negro —¿existía en aquella época el concepto de baby doll?; creo que no, pero en fin, eso es exactamente lo que Gilda se iba quitando— y ante los vítores de la concurrencia reveló la extensión bruñida de su piel desnuda, sus largos pechos arriscados de mestiza retenidos por un mínimo sostén de lamé, sus amplias ancas duras que giraban titilantes para el regodeo de los ruidosos juerguistas, mostrando todo salvo aquello que puede ocultar un bikini de plata: siguiéndola, Basin se despojó de su camisa sin detener su baile mientras la frívola, furiosa, le gritó al propietario que qué estaba haciendo parado ahí como un huevón en vez de ir a buscar a alguien que se llevara preso a este concha de su madre que le estaba estropeando su trabajo.

    Fue cuando Gilda se quitó la mitad izquierda de su diminuto sostén, y con picardía volvió a cubrírselo al instante sólo para desnudar el otro pecho sudado con su monedita de mostacillas brillando en su ápice, que el Burlesque casi se vino abajo con los rugidos del público. Olvidaron a Basin, aunque se estaba abriendo el cinturón y bajándose los pantalones que le trabaron el baile al caer.

    Triunfal con su éxito, la Mulata de Fuego, la vedette frívola nudista más cotizada de los escenarios capitalinos, entusiasmada ella también con los aplausos y los aullidos, se despojó totalmente del sostén, revelando el dual milagro rítmico de sus pechos bamboleantes untados de brillo en la punta. Al tirar a un rincón del escenario su decorativa prenda, ésta quedó enredada en el cogote de Basin, que se puso a seguir a la vedette a saltitos, los pies maneados por el pantalón caído mientras ella gritaba que lo sacaran de ahí, jetón de mierda molestoso, sin respeto, pero el duque alcanzó a dar un manotazo que le arrebató el taparrabos, revelando las partes pudendas de la frívola cubiertas apenas con un lengüetazo de mostacillas: pateó al duque sin alcanzarlo en el momento en que el propietario seguido de varios carabineros nos apresaba a nosotros, sus desordenados aunque desfallecientes compañeros de juerga, al Chuto, a la Picha, a mí, a la Olga Fuad gritando y pataleando más que nadie ante los flashes del fotógrafo de Las Noticias Gráficas, que acudió llamado para publicitar este mínimo escándalo que envolvía a un distinguido agricultor colchagüino, molinero y viñatero, a la esposa de uno de los más conocidos industriales árabes de la capital y a varios otros personajes más o menos anónimos que turbaban la confianza de la tranquila noche santiaguina.

    En el furgón me debo haber dormido otra vez porque recobré mis sentidos sólo dentro de la comisaría: un deja vu que fue lo único claro en el mundo de espejos mutuamente reflejantes y cimbreantes de la borrachera atroz en la que el tiempo actual podía ser el de ayer o el de hacía un mes o el de mañana, pero esto, esta comisaría —claramente se trataba de una comisaría—, y estos personajes, carabineros, cabo de guardia moreno bajo la visera de su gorra verde, la luz mortecina de la ampolleta impar y de la madrugada que no se alegraba con los chillidos de Odette, ni con el duque cantando «me gusta el mambo/ qué rico el mambo», todo esto era tan archiconocido que me despertó la certeza de que el fotógrafo iba a publicar mi imagen en la prensa amarilla de mañana, y mi nombre, aún insignificante, aparecería junto a los personajes ilustres con que me detuvieron: sí, verían mi rostro en ese periódico que todas las tardes compraba mi hermano..., que compraría en la tarde de ese mismo día que apenas iba asomando su promesa de llevarme a salvo, cruzando los aires rumbo a París: Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Pernambuco, Dakar, Madrid, París. Sí, hoy mi familia avergonzada leería mi nombre. Se dolería de tener un hijo juerguista, quejándose de que pese a sus sacrificios había salido un bueno para nada que por suerte se quedaría con una beca, renovable por varios años, en París.

    —¿Qué hora es? —pregunté en algún momento en que logré traspasar la inconsciencia y relacionarme con el mundo exterior.
    —Las cinco y media de la mañana —contestó el cabo de guardia desde detrás del escritorio frente al cual los cinco esperábamos en fila—. Parece que a ustedes les quedó gustando esta comisaría.
    —¿Es San Isidro esto? —pregunté.
    —Claro, ya está bueno que vayan aprendiendo el camino para que otra vez se vengan solitos y no tengamos que ir a buscarlos —dijo el cabo; y luego, poniéndose más serio—: Ya están grandecitos para que anden revolviéndola tanto.
    —¿A qué hora tienes que estar en el aeropuerto para tomar el avión mañana..., no, hoy?... —me preguntó Odette, de repente terriblemente despierta, mientras el cabo anotaba nuestros datos.
    —A las seis y media de la mañana para facturar... —repuse yo, sin atreverme a discurrir soluciones ni consecuencias posibles.

    Odette, entonces, cuya vida le había enseñado a estar a la altura de las circunstancias más desesperadas de la calle, comenzó a envolver al cabo con el relato de toda la situación, la necesidad absoluta de que yo volviera a mi casa al instante y prepararme para tomar el avión que partiría a París dentro de una hora, no tres cuartos de hora: yo iba a ser un gran escritor, sacaría a mi familia de la oscuridad, mi talento pondría muy en alto el nombre de mi país en el mundo entero...

    —Si sigue portándose como se ha estado portando hasta ahora, va a dejar al país a la altura del unto —observó, demasiado agudo, el cabo ante la risa de los demás.

    Ante el escepticismo hiriente del cabo de guardia, Odette retomó con más fervor el alegato de la libertad por lo menos para mí que la necesitaba con tanta urgencia, mientras Mme Verdurin sollozaba, el Chuto gruñía con la venda hecha un asco soltándosele como el celuloide de una película vieja y enredándolo, y el duque, dormido, no sé por qué arte se mantenía en pie frente a la autoridad.

    —¿Y qué piensa escribir? —me preguntó el cabo.
    —Teatro —respondí conciso para no prolongar mi tortura.
    —Claro —lo urgió Odette—, una obra de teatro genial que tiene pensada, para que yo sea la actriz que lo lleve a la fama, pero por favor déjelo irse al tiro que si no, va a perder el avión, o por lo menos déle permiso para llamar a su padre y advertirle... en menos de una hora más tiene que estar en Los Cerrillos para que le facturen el equipaje y entonces, adiós...
    —¿Qué equipaje le van a facturar cuando este gallo ni chaqueta tiene?
    —Su papá se lo va a llevar a Los Cerrillos.
    —¿Y para qué se agita tanto, entonces, si el papá sabe que tiene que llevarle la maleta a esa hora a Los Cerrillos?
    —Pero es que... —alcancé a balbucear, infantil, lloroso, sin saber cómo continuar.

    En realidad, no tenía para qué continuar yo porque Odette, hecha una hoguera con mi causa, pintaba el patético cuadro de las lágrimas de incertidumbre de mi pobre madre, subrayando, además, lo mal que le iba a parecer todo esto al agregado cultural francés que en vista de este desagradable percance ya no otorgaría más becas para que los chilenos fueran a estudiar en París.

    —Bueno, señora, ¿por qué no se calla un ratito para que siquiera pueda anotar los nombres, aquí en el libro?
    —Señorita, por favor —lo interrumpió Odette.

    El cabo, mirándola fijo y luego bajando la vista al libro, sólo repitió:

    —Señorita.

    Y escribió los nombres. Dijo:

    —Siéntense ahí a esperar.
    —¿A esperar qué? —gritamos Odette y yo mientras nos obligaban a sentarnos, Odette desembarazándose a rasguños de las manazas del policía que la quería arrastrar.
    —A esperar, punto —respondió el cabo, sosteniéndole la vista—. No tengo por qué dar explicaciones. Y agradezca que no les hago un sumario.

    Aceptando el reto de la mirada del cabo, Odette lanzó uno de esos aforismos absolutos que la habían ayudado a andar por el mundo y salir entera, su dicción cuidada, teatral, para que todos la oyeran:

    —Roto de ojos verdes, roto malo... —y se sentó lentamente junto a nosotros, con la vista fija en el gran reloj de pared que colgaba junto al retrato del Presidente de la República, don Juan Antonio Ríos.
    —¿Qué dijo? —le preguntó el cabo, fijándola con su mirada.
    —No se haga el leso, que me oyó muy bien.
    —No me venga a rotear usted, oiga.
    —Si era broma, no más —dijo Odette, coqueteándole con su mejor sonrisa, a ver si conseguía deshacer el desaguisado que podía seguir a su aforismo lanzado quizá demasiado impulsivamente y que zahirió al cabo más de lo que pudo calcular.
    —Y si usted se cree tanto y es tan señorita como dice —continuó el cabo de los ojos verdes—, pague la multa, a ver si así puedo dejarlos irse.
    —No nos queda ni un cobre.

    Impresionado por primera vez, el cabo no pudo refrenar su pregunta de admiración:

    —¿Y cómo diablos pagaron la tremenda farra, entonces?
    —El duque.
    —¿Quién?
    —Basin.
    —¿Ba... quién?
    —Claro —le lanzó Odette—. ¡Qué va a haber leído usted A la recherche!

    Los policías se miraron entre ellos sin comprender ni una palabra de lo que esta arpía de maquillaje añejo estaba hablando. Odette dijo, señalando al duque:

    —Tiene crédito en todas partes.
    —Aquí no.

    Odette celebró con su risa más forzada el mal chiste del cabo.

    —Pero debe tener cheques —agregó.
    —Aquí en la comisaría no se aceptan cheques. Además, mírelo cómo está, no creo que ni siquiera si lo despertáramos sería capaz de firmar. Y perdió la chaqueta, y hasta la camisa.

    Uno de los policías dijo:

    —Debe tener frío.
    —Está calefaccionado de adentro con tanto trago —dijo otro.

    Otro policía, que parecía nervioso y no dejaba de mirar el reloj, le preguntó al cabo:

    —¿Cuánto demora un taxi de aquí a Los Cerrillos?
    —A esta hora, unos veinte minutos —dijo el primer policía.
    —Que esperen, entonces —dijo el cabo concentrado en su libro, donde escribía las sentencias de nuestra perdición.
    —¿Ni siquiera le da permiso para que llame por teléfono a su mamá? —preguntó Odette unos instantes después, en voz muy baja y dedicándole al cabo una sonrisa especialmente abundante en hoyuelos.
    —No.
    —Roto de ojos verdes, roto malo —repitió Odette subiendo el diapasón de su voz hasta hacer retumbar los vidrios.
    —¿Qué dijo?
    —Me oyó.
    —Cuidadito.
    —Ojos verdes y pestañas largas y sedosas que los sombrean —murmuró Odette con voz acariciadora, empeñada en salvarme fuera a costa de lo que fuera.
    —Si no tiene más respeto los dejo aquí hasta pasado mañana.

    Ante lo cual Mme Verdurin comenzó a sollozar de nuevo, a exponer, entre lágrimas, su tragedia, cómo no se iba a compenetrar con ella, mi cabo, el marido celoso que podía llamarla de larga distancia, o llegar de repente, la necesidad de acallar su nombre frente al público lector de la prensa difamatoria, sus padres... qué iban a decir sus hijitos, que por suerte eran demasiado chicos para sufrir con el escándalo, insistente, la Olga Fuad, desesperada, exasperante.

    —Su marido el turco le va a sacar la cresta a patadas —oímos que Basin intervenía como de ultratumba.

    Odette lo interrumpió para dirigirse al cabo:

    —Por favor, le ruego, son las seis cinco, y usted mismo nos dijo que nos demoraríamos veinte minutos en taxi, y en menos de media hora este chiquillo tiene que estar allá.
    —Claro que dije en veinte minutos. Pero no dije que los iba a soltar.
    —¿Qué voy a hacer, entonces, por Dios? —lloriqueé—. Voy a perder mi avión y en la embajada se van a enfurecer... y mis padres...
    —No sé, mire. Es usted el que anduvo de farra, no yo. Ya está grandecito para saber lo que hace, sobre todo si dice que va a ser escritor. ¿Cómo va a haber un escritor irresponsable? ¿Qué le va a enseñar a la juventud, entonces?

    Consideré muy brevemente la posibilidad de rebatirle con argumentos bien fogueados su ingenua concepción de la literatura. Pero pensándolo mejor me pareció que no era ni el lugar ni el momento para hacerlo, aunque Odette no pudo dejar de esgrimir algún argumento de crítica literaria más bien subjetiva.

    Sí, aunque ganáramos con mucha distancia cualquiera argumentación libresca, no cabía duda de que el carabinero tenía razón: ya estábamos grandecitos para saber lo que hacíamos. El Chuto se quejaba de dolor enredado en sus vendas, la Olga preparándose, moralmente por lo menos, para una paliza, y Basin, algo resucitado, quiso comenzar su baile otra vez. El reloj de pared avanzaba ante la vista imperturbable del Presidente de la República, don Juan Antonio Ríos: las seis y diez, las seis y cuarto, las seis y veinte. Cuando el puntero grande marcó las seis veintiocho el cabo se puso bruscamente de pie, llamando a otro carabinero:

    —¿Está listo el furgón?
    —Sí, mi cabo.
    —No puedo tenerlos más aquí. Voy a mandarlos a la Penitenciaría.

    Hizo señas para que nos arrearan hacia afuera. Por mucho que infructuosamente nos resistiéramos, nos condujeron hasta el furgón que esperaba con las portezuelas de atrás abiertas bajo los tristes árboles de amanecida de la plazuela de San Isidro: el reloj de la parroquia inconcluso desde hacía casi un siglo daba las seis y media.

    —¿Adónde es la fiesta? —preguntó Basin, subiendo.
    —En la Peni —dijo el cabo.
    —¿No ve que con esto va a destruir la vida y el futuro, y quizá la vocación misma de este pobre? —preguntó Mme Verdurin, que de repente se hizo cargo de una situación aun más extrema, por lo inmediata, que la suya. En el momento en que el cabo se disponía a cerrar con sus propias manos las portezuelas de atrás, gritó, dirigiéndose al chofer:
    —A Los Cerrillos, Adriazola, en cinco minutos tenis que estar allá.

    Nos sonrió con la sonrisa más luminosa que he visto jamás en rostro alguno, y Odette alcanzó a besarlo en los labios mientras el cabo cerraba las puertas, gritándome:

    —¡Adiós, cabro! ¡Y cuidado con los pacos de allá, que dicen que son malazos!

    Se quedó haciéndonos afectuosas señales de despedida con la mano bajo los árboles de la plazuela de San Isidro.

    A esa hora de la mañana, y con la sirena del furgón aullando, llegamos a Los Cerrillos, si no en cinco minutos, en ocho o en diez, no importa. El hecho es que el vehículo se detuvo ante la escalinata del aeropuerto donde estaban angustiados y confundidos mis padres y hermanos, y si bien a esa hora no el agregado cultural mismo de la embajada de Francia, un edecán. Adriazola, muy compenetrado con el asunto, nos abrió la puerta y nos ayudó a bajar delante de ellos, a Odette despintada y despeinada, a Mme Verdurin con su linda blusa en jirones y su sombrero en la mano, a Morel con sus vendas flotando en la brisa matinal, al duque sin camisa y perplejo antes de darse cuenta de dónde estaba y a mí, por fin, que me lancé llorando a los brazos de mi madre. También mi padre me abrazó sin preguntarme nada, y el pesado de mi hermano, que es pesado porque todo el tiempo está dando ejemplo de conducta, y mi hermanita cuyas manos a tan temprana edad ya servían para remendar tantas cosas.

    Mientras todos tratábamos de explicar la situación para descargar nuestra culpa, mi padre, corriendo conmigo de la mano, como quien arrastra a un niño a quien ya es inútil interrogar, me llevó hasta el mesón de Air France donde ya había hecho facturar mi equipaje y donde tenían mi pasaje y mi pasaporte listos, esperándome. Después de besarlos a todos entre fragmentos de explicaciones que no explicaban nada, con mis papeles en una mano y en la otra una bolsa de camotillos que mi madre sabe que me gustan y por eso me los trajo para el viaje, me dirigí entre los demás pasajeros hasta el avión.

    Al subir, miré hacia atrás desde la escalerilla. Los vi a todos desde lejos haciéndome señas de despedida: adiós, papá, gracias; adiós, mamá, gracias por los camotillos; adiós, hermano pesado y hermanita bordadora y zurcidora; adiós, diplomático; adiós, Picha, amiga del alma; adiós, Olga, pueda ser que el turco de tu marido no te mate a patadas cuando lea el diario de esta tarde; adiós, Juanito, que Dios o quien sea que te ampara proteja tu hígado heroico, y dale un beso de mi parte a la inaccesible Oriane que con una carcajada rechazó mi beso, y a quien amo con todo mi corazón fantástico; adiós, pobre Chuto, quién sabe qué irá a ser de ti..., adiós, Adriazola, adiós al otro policía sin nombre que nos acompañó y que también agitaba su mano despidiéndome y deseándome buena suerte... buena suerte... Entré, entonces, con el corazón apretado de miedo, por primera vez en mi vida, en el vientre del gigantesco pajarraco metálico que me iba a transportar a otro continente para cumplir mi destino y saltar más allá de mi sombra y de todas las sombras que dejaba atrás poblando mi territorio. Al acomodarme en mi butaca mientras rugían las hélices me dije que, pese a que la ausencia de éstos era previsible, jamás en toda mi vida les iba a perdonar a los proustianos el El Bosco no haber venido a verme bajar triunfante del furgón policial y subir, también triunfante, a la aeronave de Air France.

    Es curioso que cuando el avión de Air France aterrizó trayéndome de regreso tres años más tarde —¿por qué será que siempre siento la necesidad de decir que fueron «tres años» en vez de la verdad, que fueron dos y un mes?—, contrario a la ocasión de mi despedida, varios proustianos se congregaron en Los Cerrillos para darme la bienvenida: correctamente peinados, afeitados y trajeados, y hasta uno que creo que en el fondo era rimbaudiano pero no lo recuerdo claramente, apareció con su esposa y un hijito de un mes. Durante mi ausencia me había escrito con algunos que, como buenos estudiantes, tenían mucho tiempo para extraviarse en los vericuetos de la fantasía. Escribir una carta a un amigo en Francia, al fin y al cabo, cuesta poco si uno considera que las noticias que yo les enviaba en mis respuestas, si bien no relataban triunfos deslumbrantes —no los hubo; ni siquiera alcancé a terminar mi memoria de doctorado sobre la «Influencia del impresionismo en la visión novelística de Marcel Proust», aunque traje abundante bibliografía con la intención de completarla—, en cambio eran pródigas en noticias de exposiciones y conciertos y obras de teatro a que mi pase universitario me daba acceso; y sus respuestas, siempre, me traían el desolado aire de estancamiento, el hambre de los que permanecieron en el terreno de nuestra sequía. Porque, ¿qué se saca, me preguntaba yo, con tener toda la sensibilidad del mundo, con amar la cultura, con estudiar —y ésta era la razón con que justificábamos nuestra pereza—, si las oportunidades para ganarnos la vida eran tan extremadamente mezquinas en nuestro futuro? El destino en la tarima de profesor en un liceo de provincia como nuestra mejor opción, no le apetecía a nadie; como tampoco algún cargo vergonzante y mal pagado en los escalones más bajos del periodismo. La bohemia, entonces, cuando la juventud deja de ser una excusa hermosa, era, además de una forma de pereza, la manifestación de nuestra desesperanza. Y sin embargo, pese a lo poco apetecible de las perspectivas, los proustianos —ya no eran proustianos—, que cumplieron conmigo presentándose en Los Cerrillos para recibirme hablando de sus nuevas familias y de sus nuevos empleos, repetían:

    —¡Qué se le va a hacer, hombre! ¡Hay que vivir!

    La impecunidad, me explicaron en cuanto llegué, ponía fuera del alcance de todos los que no tuvieron el golpe de suerte que tuve yo la posibilidad de salir de esta isla. Sí, isla cruel y ahogante y arrogante y envidiosa, que no soporta que alguien sobresalga sin buscar dentro de su perímetro armas para destruirlo; isla huraña, remota, que el acontecer del mundo ha ido dejando atrás en su orgullosa miseria que data desde siempre, la pobreza y timidez de nuestra pequeña y defensiva cultura sólo aceptable si se acepta su limitación; donde el aislamiento fabrica dogmas transitorios y agresivos, valores de dimensión minúscula con escasa vigencia a un kilómetro de las fronteras de ese dogma, sin aire que respirar, sin torrente sanguíneo que conecte a los habitantes de nuestro medio con las tendencias más vitales de afuera, lo cual además de hacernos comprender el verdadero valor de lo nuestro nos daría la medida de nuestra dimensión, destruiría mitos engañosos, fantasmas que toman la forma de temas recurrentes, disolviendo por fin el encono de la envidia: isla, isla a la que yo llegaba de regreso, isla cada vez más pobre y remota y autofagocitante pese a la nubarada de palabras nerudianas cuyo bautismo de melaza ungía nuestras cosas transformándolas entonces en nuestro único alimento..., sí, sí, que enviara noticias, por favor, que enviara noticias, me escribían desesperados los proustianos que ya comenzaban a dejar de serlo, aquí nadie sabía aceptar la máscara como una forma leal de existencia, los palacios eran de mármol simulado, de cartón piedra; y los esfuerzos por estar á la page, totalmente inútiles; que les enviara lo que pudiera, cartas —que pronto dejé de escribir—, folletos, libros, programas, menús, pero sobre todo cartas contando cómo eran los Guermantes verdaderos, sí, el yeso podía ser una elección de la frivolidad, una moda pasajera, no el disfraz de la pobreza, como nuestros trajes virados, no la metáfora de la verdadera miseria, que era la de nuestros ricos. Cuando me pidieron estos detalles dejé de escribirles. No conocía ni Gilbertes ni Saint-

    Loups. Me callé humillado por mi falta de acceso a nada remotamente emparentado con los Guermantes y los petits Marcels de verdad.

    Lo cierto, debo decirlo de una vez, es que jamás conocí a nadie que habitara en un palacio de mármol verdadero: tanto, que ni sabía por dónde paseaba esa gente para verla desde lejos, ni qué restoranes frecuentaba para esperarla a la puerta y sentirla entrar envuelta en perfume. La gente de allá, contrario a la de nuestra tierra, es de difícil acceso. Las casas, descubrí de inmediato, no se abren a todos. Las Orianes desconocidas no invitan a almorzar «a la suerte de la olla» a alguien con quien se encuentran en el mesón de un gran almacén comprando camisetas. Desde mi habitación en un sexto piso sin ascensor pero por lo menos cerca del Jardin des Plantes, compartida con un estudiante chileno y con un colombiano incongruente que pese a estudiar sofisticadísimas matemáticas en la École Normale des Études Superieurs, para todo lo que no fuera su ramo tenía la sensibilidad de un mono recién bajado de su cocotero..., no, desde allá yo no podía escribirles una verdad tan triste a los proustianos que ya no iban a El Bosco. ¿Cómo explicarles que jamás me presentaron a nadie tan distinto a nosotros como para construir una leyenda?

    Las leyendas, al fin y al cabo, no se construyen en la soledad vergonzante, son luminosos fenómenos del alma colectiva. Aquí, pese a vivir con dos estudiantes más, jamás formamos un «grupo», y era inútil contarme el cuento de que constituíamos algo ni remotamente parecido a una coterie. Iba a ver el último Anouilh, el último Giraudoux, y a Marie Bell en Fedra, igual que Marcel iba a ver a la Berma en la Comédie Frangaise, y a Gérard Philippe en Lorenzaccio: de éste se decía que estaba enamorado de una chilena muy hermosa que era amiga de otra chilena que para mí podía resultar más accesible..., un estudiante que vivía más cerca que yo del ojo de la tormenta me la iba a presentar, pero jamás me la presentó, recluyéndome así en un mundo habitado por ecos de ecos.

    ¡Tantas cosas fuera de mi alcance! ¡Tan poco, tan difícilmente y tan insatisfactoriamente conseguido! La pereza, entonces, la inacción o atrición, que es otra forma de la humillación y del miedo, me hacía permanecer durante días enteros en mi sexto piso, desde el cual por lo menos se divisaban las copas de los castaños del Jardin des Plantes. Tomaba té aguado. Dormía siestas interminables que empalmaban con la noche. Iba a ver cualquier película que dieran en el cine de la esquina. Alguna vez escuchando a alguien que viniera a casa a tocar la guitarra invitado por uno de mis compañeros, igualmente desplazados que yo. La verdad es que Proust, para mí, ya se había disuelto en la gigantesca olla efervescente de esa cultura inmensa con la que me tenía que enfrentar: un mundo insondable, tan insondable que terminé de hacer todo esfuerzo para relacionarme con él. «Cualquier cosa que no hayamos tenido que descifrar nosotros mismos y clarificar mediante nuestro propio esfuerzo, cualquier cosa que poseía una existencia sólida antes de que interviniera en ella nuestro yo, nunca nos pertenece», dijo le petit Marcel en el último tomo de A la recherche. Yo adquirí, en cuanto llegué, una conciencia clarísima y dolorosa de que París tenía una existencia estupendamente nítida antes de mi arribo, de que mi presencia allí no marcaría a esa vieja ciudad ni con el más ligero rasguño.

    Nada mío podía conmover, ni sorprender, ni alterar la majestuosidad de lo que habían ido construyendo los siglos. ¿Cómo entablar un diálogo, cómo perdonar siquiera, a aquéllos que no participaban en la terrible nostalgia de ese rechazo?

    No sentirse conmovido por este rechazo, ¿no delataba una falta de sensibilidad imperdonable? Era la nostalgia que ni yo ni mis congéneres habíamos sentido en nuestra pequeña, remota, odiada, amada isla, donde de una manera u otra todo parece tan a la mano que sentimos cómo nuestro absurdo deber interviene con el fin de mejorar nuestra comunidad. Esa nostalgia producida por la impotencia se instaló en nuestro sexto piso sin ascensor como una pereza desesperada: me propuse leer a Saint-Simon, por ejemplo, pero jamás alcancé más allá del primer tomo; nunca llegué a ir a Illiers-Combray, lo que siento como una vergüenza. La triste verdad es que era un gasto, y prefería ahorrar el centavo con el centavo para comprar una bufanda de falsa seda como regalo a mi hermana o a mi madre en el Prisunic, y enviársela con algún viajero como quien envía la dádiva no solicitada de un poco de tierra de París. Debo confesar que durante mi permanencia allá no llegué a «proustear» casi nada, porque no había nadie con quien «proustear», y compartir la fantasía es la esencia de este ejercicio. ¡Mientras, ay, en la calle Ahumada, o en La Raspeliére de la Avenida Macul, o en El Bosco de otros tiempos, qué potente era el impulso para «proustear» porque, precisamente, era tan imposible que todo eso fuera verdad!

    Así, los duques de Guermantes me habían alucinado al verlos comiendo una medialuna de pollo caliente en el Lucerna mientras miraban pasar la gente conocida por la calle Ahumada; y, carcajada o no, yo había tenido la mano de Oriane durante un minuto en la mía. Aquí alguien como yo no podía ni imaginarse cómo eran los personajes de ese mundo. Me quedé ciego, a la intemperie, solitario con mi acento francés que no tardé en comprobar que era pésimo, con mis citas literarias anacrónicas, con mis gustos literarios correspondientes a décadas pasadas que fueron las de mis maestros, con modismos de texto escolar que me incapacitaban tanto para incorporarme a la fantasía como para formar parte de la marea vital de la vida parisina. No quedaba, en aquella época, para nosotros, los oscuros estudiantes latinoamericanos de París —antes de que los distintos martirios políticos de nuestros países nos hicieran protagonistas de la protesta, y sus exiliados llevaran la nostalgia como su galardón por Europa entera—, otra opción que otra nostalgia: aquélla por el lugar de donde tanto habíamos luchado por salir.

    Incluso para ir a comer en los baratos y excelentes restoranes universitarios, los tres estudiantes que vivíamos hacinados en nuestra habitación cerca del Jardin des Plantes nos dábamos cita en una esquina cerca del restorán universitario a cierta hora y entrábamos en ese establecimiento juntos, defensivos, aterrados, calculando cuántos francos equivalían a cuántos pesos antes de comprometernos en cualquier transacción culinaria. Ni nos planteábamos como propósito hacernos amigos de los asistentes.

    Con esta sensación de impotencia frente a la majestad de Francia, se fue postergando cualquier esfuerzo mío por salir de la protección de nuestro cuarto y nuestra amistad —que no lo era; jamás sentí cohesión con mis compañeros, a los que no volvería a ver después de este período que nos reunía protegidos por el consenso de nuestras quejas contra el ambiente que nos rodeaba—, y así, a la pereza por el estudio y a la negativa a asistir a clases se fue sumando la impotencia para escribir nada, ni cartas, y finalmente hasta para leer. Mi país, en cambio —logré plantearme las palabras correctas en la soledad de París, y comprenderme y aceptarme por fin—, tenía aquello de provisional, de improvisado, de estar improvisándose, que lo hacía accesible a todos los seres improvisados como yo, tanto, que por muy modestas que fueran mis circunstancias familiares y profesionales yo sabía cuál era mi lugar, y si me proponía «subir» sabía tanto cuál era mi punto de partida como cuál mi meta.

    Regresé al cabo de tres años —no, de dos años y un mes— exactamente como había salido: terno virado, espinillas, los anteojos de carey de mi miopía sólo una metáfora de mi inseguridad; y en esto igual a le petit Marcel, cargando toda la culpa de ni siquiera haber comenzado la obra literaria que me abriría las puertas. Si en París alguien me preguntaba cuándo iba a comenzar a escribir, yo respondía: —Allá.

    ¡Eran tantos los ex proustianos que me esperaban en Los Cerrillos! Charlus ya no se llamaba Charlus sino Roberto Alvarado y vendía autos de segunda mano con su sobrino, el ex Saint-Loup, del que me dijeron que ahora definitivamente se le había dado vuelta el paraguas; y Charles Swann había perdido toda traza de su derecho a ocupar ese nombre, ni interinamente; y Norpois, que lo sabía todo, entró por fin en el Ministerio de Relaciones Exteriores; y Bergotte, ufano con su reciente publicación; y alguien que en algún momento postuló a ser Gilberte pero sólo por sus desgraciados amores con Saint-Loup y pronto se disolvió; y despojos fraccionados de personajes que en otro tiempo tanto amé: igual que yo, que no había podido llegar a ser el petit Marcel de sus sueños. Todos mis amigos habían dejado de ser personajes para ser horribles, aburridas personas, como si al desprenderse de la exaltación de sus máscaras quedara sólo el residuo de sus facciones cotidianas, genéticamente determinadas, comprimidos dentro del estrecho contorno de sus destinos.

    Mientras mi padre y mi hermano se ocupaban de mi equipaje y demás trámites, nos sentamos, los ex proustianos que ya no nos atrevíamos a pronunciar su nombre, en una mesa del restorán del aeropuerto a tomar algo fresco porque hacía calor. Al principio, quizá porque la presencia de mi madre llorosa y de mi hermana, ya púber, que se maquillaba demasiado y lucía un sombrerito con velo extemporáneo a esta hora de la mañana, hacía difícil hacerlo, no pregunté por aquéllos de quienes realmente me interesaba saber algo. ¿Los duques, Odette, Mme Verdurin, Morel... Nissim? Vuelto a mi remota isla, de pronto fueron personajes ausentes los únicos que me parecieron eternizados en mi fantasía porque me acompañaron en aquella última gloriosa noche: se me hicieron presentes en esa circunstancia de espléndida enjundia imaginativa. ¿En qué etapa de las múltiples transfiguraciones que el tiempo perdido les había asignado con tan precisas reglas se encontraban ahora? Tuve la certeza, no sé por qué, de que ellos no habían traicionado esas reglas.

    Nombraron, de paso, a la Picha Páez, diciendo que se había dejado de teñir de rubio el pelo, y resultó ser una morena de ojos azules de lo más distinguida ahora que había perdido tantos kilos..., pero decidí no mostrar mi interés por los ausentes, no fuera que los presentes se ofendieran. Mientras bebían sus Bilz o cualquier otro refresco anterior al advenimiento nivelador de la Coca Cola, los oí hablar de sus cosas, de cosas que los preocupaban, como por ejemplo de algo muy paranoico que se llamaba «la perseguidora», de las esposas que no habían podido venir, pero que me esperaban a cenar cualquier noche, de la excitación de las próximas elecciones de senadores y diputados, del quehacer diario, de los sueldos endémicamente bajos, de los alumnos idiotas, de la falta de revistas literarias, la falta de teatros, la falta de libros, la falta de todo. No me preguntaron nada acerca de mí. No demostraron ningún interés por lo que me había sucedido allá, si es que me había sucedido algo: era como si su carencia de curiosidad no me permitiera haber evolucionado —evolución que, por otra parte, no se había operado en mí más que en lo que se refiere a aceptar la tristeza de mi mayor hábito de soledad— durante mis años parisinos.

    Mi madre me agradeció haber adelantado cuatro meses mi regreso y terminar aquí —la tenía apenas comenzada— mi memoria, con el fin de asistir al matrimonio de mi hermano. Esta noche, después de dormir una buena siesta, estábamos invitados a cenar en la casa de los futuros suegros de mi hermano, en uno de los mejores sectores de Ñuñoa. Pero ella tampoco, ni mi madre, ni mi hermanita, me preguntaron absolutamente nada sobre mi maravilloso viaje y mis transformaciones, que no tenían por qué saber que no se habían operado.

    Al llegar a la casa de siempre tuve la impresión de no haber salido jamás de allí.

    Mi futura cuñada, compartiendo con nosotros el caldillo de congrio de la bienvenida antes de mi siesta, me extendió la invitación de sus padres para esa noche. No logré recordar los versos de Neruda que celebraban el caldillo de congrio, tan añorado allá como repudiado aquí. La Picha Páez los recordaría.

    ¿Cómo vivir sin la Picha Páez? ¿A quién preguntarle por ella? ¿Y por el Chuto, y por Juanito Irisarri, y por Oriane, y por la Olga Fuad y Nissim, que nunca logró ser M. Verdurin? No puedo negar que me extrañó no encontrar a ninguno de ellos en el aeropuerto a mi llegada. Los nombré durante la cena familiar en casa de los futuros suegros de mi hermano, pero me di cuenta al instante de que él enrojecía furioso, diciéndome cuando nombré a Oriane y a Basin:

    —Puchas, viejo, ni con todos los años fuera se te ha quitado lo siútico.

    Callé. ¿Proust sería Proust sin este inalienable ingrediente de arribismo, siutiquería? No. Y era preferible un Proust siútico, que un no-siútico no-Proust.

    En todo caso, era un universo al que mi hermano no tenía acceso por carecer de valor: se requiere coraje para querer ser otra cosa que lo que uno es, pese al riesgo de caer en una cursilería que puede no resultar genial: «C'est l'asymétrie qui fait le phénomene», sí, por lo menos aprendí esa frase de Pasteur en París. En mi hermano no vi fisura, ni coraje, ni asimetría, ni arribismo, ni nostalgia..., claro: no había phénomene. ¿Para qué recordarle que pasé mi última noche antes de partir justamente con Juanito Irisarri y la Olga y los demás en la Comisaría de San Isidro, que me fueron a dejar a Los Cerrillos en un ululante furgón policial cuya sirena rompió las sagradas reglas del tránsito para que yo llegara a mi destino? El padre de la novia me sirvió una copa de vino para minimizar la rudeza de mi hermano, me llevó a ver la casita que le estaba construyendo a la novia en el fondo del jardín. Después, al regresar a casa, pensé ir a dar una vuelta por El Bosco esa noche. Pero estaba cansado..., una especie de gran miedo por esta pequeña ciudad: ¿lo familiar que se iba a transformar en mi «siempre»? Agotado, me acosté a dormir lleno de compasión por mi hermano que desconocía todos los niveles de la asymétrie. Por sugerencia de mi padre, a la mañana siguiente fui a saludar al agregado cultural de la embajada de Francia: era otro. Al regresar a la casa a la hora de almuerzo, mi hermano, mirándome con rencor delante de su novia, me transmitió un mensaje:

    —Te llamó por teléfono la señora de Irisarri. Te espera a comer esta noche.

    ¿Es, con justeza, una forma de asymétrie el rencor? Pensé en la mezquindad de la envidia, llegando a la conclusión de que cuando la siutiquería está desprovista de ese elemento destructivo, es creación, es fantasía a un nivel desconocido para los que niegan sus propias asymétries. Pasé el día en estado larvario, encerrado en mi cuarto. Medité con alegría que dentro de una semana, después del matrimonio de mi hermano, ya no compartiríamos dormitorio.

    Incluso pensé en la posibilidad de cambiarle este dormitorio a mi hermana, y trasladarme al suyo, más estrecho pero lejos de los aromas culinarios y con una bonita ventana abierta al abutilon poblado de picaflores del antejardín. Me bañé, me peiné y me vestí con cuidado, calculando llegar a la morada de la Avenida Lyon diez minutos, bien calculados, después de la hora de la invitación. La casa ya no era una bombonera de toile de Jouy celeste. Imperaban, ahora, grandes posters con la paloma de la paz de Picasso, bordados folklorizantes, gredas de Quinchamalí y Pomaire, pinturas de autores nacionales que traslucían la preocupación por «la cosa nuestra»: una presencia totalmente extraña me esperaba en esta casa tan distinta, en su seriedad, de la acogedora casa que conocí. Mi imaginación no podía hacerla congruente con Oriane.

    Juanito Irisarri, que bajó a recibirme —me maldije por mi error de cálculo y haber llegado muy temprano—, no había cambiado nada: campechano, inconsciente, era pura risa, pura elegancia y generosidad al servirme el piscosour, pura respuesta directa, pura pregunta sin revés. Dijo que venían a cenar dos parejas amigas, y el nuevo agregado cultural de Francia, que era menos simpático que el anterior y no jugaba polo.

    Recordó, glorioso, la noche de nuestra despedida. La Picha, a quien hubiera invitado porque me quería tanto, ahora vivía en Viña del Mar casada con un importante corredor de la Bolsa de Valparaíso, muy amigo suyo, y se dedicaba, como todas las señoras de Viña, a organizar tés-canastas de caridad.

    Noté cierta pena de Juanito al contarme esto. Le pregunté por qué.

    —La Picha ya no es como antes —me dijo—. Le revienta que le recuerden cómo era.
    —¿Esa loca suelta?
    —Está transformada en una señora bastante fruncida. La amiga de nosotros está muerta.
    —¡Muerta!
    —Y el pobre Chuto también se murió.
    —¡Muerto!
    —Claro. De una pulmonía que le complicó la cirrosis... y como la Picha está transformada en señora viñamarina, no tuvo a nadie que lo cuidara...

    Claro, pensé: el ángel de la guarda que cuida tu cirrosis está demasiado ocupado para cuidar la del pobre Chuto. Llegaron los demás invitados pero Oriane no bajaba aún. Cuando vi bajar la escala a la señora de Juanito Irisarri de pronto pensé que era una lástima que Oriane estuviera más basta, aunque siempre elegante y bonita. Un minuto después, sin embargo, tres, cuatro escalones más abajo, me di cuenta de que no se trataba de Oriane sino de Olga Fuad, como si hubiera tratado de disfrazarse de Oriane aclarándose el pelo, adelgazando sin llegar a la estilización de Oriane, e imitando su alegre manera de vestir. Saludó a sus invitados. Nos abrazamos. Después nos sentamos aparte, en el famoso sofá, ahora tapizado con una especie de arpillera, a tomar nuestros pisco-sours.

    —¿Te extraña?
    —Imagínate...
    —¿Sabes que Oriane murió, no?
    —¡Oriane muerta!
    —Todos muertos.
    —Sí: el Chuto, muerto.
    —Y Nissim, muerto.
    —¿Cómo...?
    —Se suicidó cuando quebramos.

    Me condolí, agregando:

    —Dicen que la Picha está como muerta.

    Me contó el fin de su primer marido con respeto pero sin pena.

    En cuanto comenzó el relato del divorcio de Basin y Oriane la voz se le endulzó de sentimiento, no de explicaciones convincentes: que Oriane estuviera celosa de ella —Oriane era celosa de todo el mundo, así le fue a la pobre— no me pareció satisfactorio como motivo, sobre todo cuando pretendí ahondar en las circunstancias de su muerte. En ese momento nos avasallaron los invitados con sus tragos en la mano y pronto pasamos al comedor, donde me mantuve en silencio durante casi toda la comida pese a los esfuerzos de la ex patrona por incluirme en conversaciones que versaban sobre personas y situaciones de los últimos años, que yo no conocía. Me despedí en cuanto las buenas maneras me lo permitieron, conducido amablemente hasta la puerta por Juanito y la Olga: melancólicamente me di cuenta de que, por un tácito acuerdo entre ellos y yo, y que excluía el odio, yo ya no volvería a ver lo que antes Olga Fuad, y ahora Olga Irisarri, llamaba, arriscando su adorable labio carnoso, a «gente como ésa».

    La «gente como ésa» ya no era «gente como ésa» porque Oriane, su emblema, había muerto, despojando a mi mundo de su hechicera. Olga Irisarri me contó que la habían sepultado en el cementerio de Zapallar, que era tan bonito. Me propuse emprender una excursión solitaria a esa playa para rendir homenaje con una lágrima a la mujer que me rechazó como compañero de cattleyas con una carcajada inexistente, carcajada que logré fantasear tan vivamente que aún sonaba en mis oídos. Sin embargo fueron pasando los años, y mucho tiempo después, por razones que nada tienen que ver con esta historia, ni con Oriane, me encontré bajo un negro macrocarpa torcido sobre una piedra casi cubierta de pasto, que con su nombre inscrito miraba al mar.

    ¿Cómo, en qué circunstancias, había muerto Oriane? Eso es lo que me iba preguntando a medida que avanzaba bajo la bóveda nocturna de los plátanos de la Avenida Lyon. Llegué a Providencia y tomé el carro 34 de toda la vida, casi vacío a esa hora. Desde mi ventanilla pude creer que nada había cambiado pese a los cambios, que esto, por lo menos, el mundo físico, era eterno, inalterable. Me bajé del 34 en la Pérgola de las Flores. San Francisco, desde una eternidad que continuaría, daba las once y media de la noche. En la vereda de enfrente, en la Alameda, bajo el letrero de neón del diario La Opinión, raleaban las filas de los que apostrofaban contra el gobierno, que continuarían siempre apostrofando sin que nadie amenazara sus distintas parcelas de rencor. Crucé a El Bosco. Allí busqué caras conocidas, sonidos conocidos. Pero habían cambiado la decoración. Ya no existían ni pianista ni violinista, sino discos, y la velocidad del servicio, y los «locos mayo», y los mozos y el nuevo dueño que no me conocían, eran otros. Me dirigí, sin embargo, a la mesa del rincón más apartado, que solíamos ocupar nosotros, los proustianos. Estaba vacía. Mientras pedía una jarrita de tinto de la casa, noté que en la mesa contigua unos muchachos, que por lo descuidados parecían otra promoción de rimbaudianos

    —cambian las caras; las máscaras permanecen—, discutían a voz en cuello mientras Elvira Ríos cantaba Vereda tropical. Hablaban de Nastasia Filipovna, del Príncipe Myshkin, de Aliosha, de Stavrogin: dostoievskianos, no rimbaudianos. Alguien comentó, no recuerdo a propósito de qué, haber visto «hace muchos años» —no: sólo tres, podía haberlo corregido yo— una puesta en escena de Los bajos fondos de Gorki realmente estupenda, como ya no se hacían. Me di vuelta. Toqué el hombro del muchacho que hablaba y le pregunté, mientras el resto de la mesa se silenciaba:
    —¿La puesta en que trabajó la Picha Páez?
    —Sí. Era estupenda.
    —¿Y qué es de la Picha?
    —Vive en Viña, dicen. ¿Era amiga suya?
    —Era. Hace cuatro años que vivo en Francia y sólo volví ayer.

    Mientras la conversación se cerraba sobre sí misma en el resto de la mesa, el muchacho, que era moreno y de ojos verdes, vino a sentarse a mi lado. Dijo que después la Picha anduvo con Juanito Irisarri, y su mujer, cuando lo abandonó, se fue a vivir con la Picha mientras estudiaba teatro.

    —¿Con la Picha?
    —Con la Picha.

    Esto sucedió, siguió contándome el muchacho, justo antes de que la señora de Irisarri —y aquí pronunció el sagrado nombre impronunciable de Oriane— se fuera a vivir con él, abandonando a sus hijos y a su marido. Era histérica, celosa, insoportable, dijo el roto de ojos verdes, roto malo: no le importaban ni sus hijos ni su marido de tantos años, ni su fortuna —¿la asymétrie de Oriane, inversa pero semejante a mi propia nostalgia?—; luego se peleó con la Picha y se fue a vivir con él. No lo dejaba respirar con sus celos y con su preocupación por «realizarse». Después, cuando él se deshizo de ella, porque él era mucho más joven y tenía derecho a vivir su vida sin que se la hicieran un infierno, Oriane volvió a vivir con la Picha, y le comenzó a ir tan mal en el teatro, para el que no tenía el menor talento, que quiso volver donde su marido. Pero a él ya no le interesó recibir a Oriane de vuelta porque se había hecho otra vida, una de las «muchas vidas» que cada uno intenta hacerse para sí mismo, algunos con éxito, otros, como la pobre Oriane, sin. ¡Mala cueva! Era linda, pero un poco vieja, y muy tonta...

    Pagué y salí. Crucé la Pérgola de las Flores y caminé por el otro lado de la Alameda hacia arriba: la gran mole de la Biblioteca Nacional, como un mausoleo de lujo, me repitió la certeza nocturna de que jamás nada escrito por mí encontraría lugar entre esos volúmenes. Oriane muerta. ¡Qué fácil sería fabricarme la historia de mi gran amor desgraciado, que me impedía escribir porque me destrozó el corazón! ¡Pero no fue amor, sólo deslumbramiento, tocar el cielo, sentir su aliento como emblema de los otros seres que existen de veras!

    Yo... ¿Cómo pretendía existir —pensé, doblando hacia adentro por la calle que hace esquina con el Teatro Santa Lucía— si nadie, absolutamente nadie, durante el tiempo transcurrido después de mi regreso de París, me había preguntado absolutamente nada sobre mis tres años de ausencia, sobre cuál de las «muchas vidas» era ahora la mía, sobre qué pensaba escribir? Llegué a la plaza arbolada.

    Oí el reloj de la iglesia inconclusa que daba la una de la mañana. Bajo los árboles me detuve a buscar un cigarrillo en mi bolsillo: encontré uno, suelto, bastante torcido y con poco tabaco adentro, que de todas maneras encendí, como había encendido otro cigarrillo aquí mismo otra vez, porque si bien las personas tienen muchas vidas distintas y cortas, los sitios no tienen más que una sola vida muy larga: era la plazuela de San Isidro. Me acerqué al carabinero que hacía guardia en la puerta de la comisaría.

    —Buenas noches —le dije.
    —Buenas noches, señor.
    —¿Estará Adriazola?
    —Adriazolaaaaaaa —gritó el carabinero de guardia hacia el interior del cuartel, sin moverse de su lugar.

    Cuando salió Adriazola —que había cambiado tan poco como los objetos físicos—, me miró, exclamando:

    —¡Buen dar, si es usted...!

    Nos abrazamos con gran efusión. Me invitó a entrar. Sí, sí, el cabo de guardia era el mismo que hacía dos años. Sí, claro que estaba. ¡Qué gusto le iba a dar verme!

    Cuando llegó el cabo, la confianza y el afecto fluyeron fáciles entre los tres.

    Nos sentamos en el banco, yo en el medio. Me ofrecieron cigarrillos. Me interrogaron acerca de cómo se me había ocurrido pasar por aquí, pregunta que por discreción dejé sin contestar. Me preguntaron cuándo había llegado, en qué avión, de qué compañía, cómo era volar, si no daba miedo, si era buena la comida, el trago, las señoritas que atendían. Me preguntaron cuánto tiempo anduve afuera, qué estudié, cómo había encontrado a mi familia, a mis amigos, cómo eran las francesas, si eran mejores que las del Burlesque —me informaron que ahora existían, también, un Picaresque y un Humoresque: Santiago estaba adelantando mucho—, si el vino era barato, y cómo era el metro, y la torre Eiffel, y qué iba a escribir, y me rogaron que cuando mi obra se estrenara les mandara unas entraditas de favor, que no fuera desgraciado, ya que me había acordado de ir a saludarlos a mi llegada que les mandara unas entraditas para la obra de teatro, ellos eran los únicos que creían que yo era capaz de escribir, que no me olvidara de mis viejos amigos.

    Hablamos de todo lo mío, hasta muy tarde esa noche. Hasta que finalmente el cabo le dijo a Adriazola que para callado y sin sirena me fuera a dejar a mi casa en el furgón que Adriazola todavía manejaba.


    FIN

    No grabar los cambios  
           Guardar 1 Guardar 2 Guardar 3
           Guardar 4 Guardar 5 Guardar 6
           Guardar 7 Guardar 8 Guardar 9
           Guardar en Básico
           --------------------------------------------
           Guardar por Categoría 1
           Guardar por Categoría 2
           Guardar por Categoría 3
           Guardar por Post
           --------------------------------------------
    Guardar en Lecturas, Leído y Personal 1 a 16
           LY LL P1 P2 P3 P4 P5
           P6 P7 P8 P9 P10 P11 P12
           P13 P14 P15 P16
           --------------------------------------------
           
     √

           
     √

           
     √

           
     √


            
     √

            
     √

            
     √

            
     √

            
     √

            
     √
         
  •          ---------------------------------------------
  •         
            
            
                    
  •          ---------------------------------------------
  •         

            

            

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            

            

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  • Para cargar por Sub-Categoría, presiona
    "Guardar los Cambios" y luego en
    "Guardar y cargar x Sub-Categoría 1, 2 ó 3"
         
  •          ---------------------------------------------
  • ■ Marca Estilos para Carga Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3
    ■ Marca Estilos a Suprimir-Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3



                   
    Si deseas identificar el ESTILO a copiar y
    has seleccionado GUARDAR POR POST
    tipea un tema en el recuadro blanco; si no,
    selecciona a qué estilo quieres copiarlo
    (las opciones que se encuentran en GUARDAR
    LOS CAMBIOS) y presiona COPIAR.


                   
    El estilo se copiará al estilo 9
    del usuario ingresado.

         
  •          ---------------------------------------------
  •      
  •          ---------------------------------------------















  •          ● Aplicados:
    1 -
    2 -
    3 -
    4 -
    5 -
    6 -
    7 -
    8 -
    9 -
    Bás -

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:
    LY -
    LL -
    P1 -
    P2 -
    P3 -
    P4 -
    P5 -
    P6

             ● Aplicados:
    P7 -
    P8 -
    P9 -
    P10 -
    P11 -
    P12 -
    P13

             ● Aplicados:
    P14 -
    P15 -
    P16






























              --ESTILOS A PROTEGER o DESPROTEGER--
           1 2 3 4 5 6 7 8 9
           Básico Categ 1 Categ 2 Categ 3
           Posts LY LL P1 P2
           P3 P4 P5 P6 P7
           P8 P9 P10 P11 P12
           P13 P14 P15 P16
           Proteger Todos        Desproteger Todos
           Proteger Notas



                           ---CAMBIO DE CLAVE---



                   
          Ingresa nombre del usuario a pasar
          los puntos, luego presiona COPIAR.

            
           ———

           ———
           ———
            - ESTILO 1
            - ESTILO 2
            - ESTILO 3
            - ESTILO 4
            - ESTILO 5
            - ESTILO 6
            - ESTILO 7
            - ESTILO 8
            - ESTILO 9
            - ESTILO BASICO
            - CATEGORIA 1
            - CATEGORIA 2
            - CATEGORIA 3
            - POR PUBLICACION

           ———



           ———



    --------------------MANUAL-------------------
    + -

    ----------------------------------------------------



  • PUNTO A GUARDAR




  • Tipea en el recuadro blanco alguna referencia, o, déjalo en blanco y da click en "Referencia"

      - ENTRE LINEAS - TODO EL TEXTO -
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - Normal
      - ENTRE ITEMS - ESTILO LISTA -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE CONVERSACIONES - CONVS.1 Y 2 -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE LINEAS - BLOCKQUOTE -
      1 - 2 - Normal


      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Original - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar



              TEXTO DEL BLOCKQUOTE
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

              FORMA DEL BLOCKQUOTE

      Primero debes darle color al fondo
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - Normal
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2
      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -



      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 -
      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - TITULO
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3
      - Quitar

      - TODO EL SIDEBAR
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO - NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO - BLANCO - 1 - 2
      - Quitar

                 ● Cambiar en forma ordenada
     √

                 ● Cambiar en forma aleatoria
     √

     √

                 ● Eliminar Selección de imágenes

                 ● Desactivar Cambio automático
     √

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar




      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - Quitar -





      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Quitar - Original



                 - IMAGEN DEL POST


    Bloques a cambiar color
    Código Hex
    No copiar
    BODY MAIN MENU HEADER
    INFO
    PANEL y OTROS
    MINIATURAS
    SIDEBAR DOWNBAR SLIDE
    POST
    SIDEBAR
    POST
    BLOQUES
    X
    BODY
    Fondo
    MAIN
    Fondo
    HEADER
    Color con transparencia sobre el header
    MENU
    Fondo

    Texto indicador Sección

    Fondo indicador Sección
    INFO
    Fondo del texto

    Fondo del tema

    Texto

    Borde
    PANEL Y OTROS
    Fondo
    MINIATURAS
    Fondo general
    SIDEBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo Widget 4

    Fondo Widget 5

    Fondo Widget 6

    Fondo Widget 7

    Fondo Widget 8

    Fondo Widget 9

    Fondo Widget 10

    Fondo los 10 Widgets
    DOWNBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo los 3 Widgets
    SLIDE
    Fondo imagen 1

    Fondo imagen 2

    Fondo imagen 3

    Fondo imagen 4

    Fondo de las 4 imágenes
    POST
    Texto General

    Texto General Fondo

    Tema del post

    Tema del post fondo

    Tema del post Línea inferior

    Texto Categoría

    Texto Categoría Fondo

    Fecha de publicación

    Borde del post

    Punto Guardado
    SIDEBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo Widget 4

    Fondo Widget 5

    Fondo Widget 6

    Fondo Widget 7

    Fondo los 7 Widgets
    POST
    Fondo

    Texto
    BLOQUES
    Libros

    Notas

    Imágenes

    Registro

    Los 4 Bloques
    BORRAR COLOR
    Restablecer o Borrar Color
    Dar color

    Banco de Colores
    Colores Guardados


    Opciones

    Carga Ordenada

    Carga Aleatoria

    Carga Ordenada Incluido Cabecera

    Carga Aleatoria Incluido Cabecera

    Cargar Estilo Slide

    No Cargar Estilo Slide

    Aplicar a todo el Blog
     √

    No Aplicar a todo el Blog
     √

    Tiempo a cambiar el color

    Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria
    Eliminar Colores Guardados

    Sets predefinidos de Colores

    Set 1 - Tonos Grises, Oscuro
    Set 2 - Tonos Grises, Claro
    Set 3 - Colores Varios, Pasteles
    Set 4 - Colores Varios

    Sets personal de Colores

    Set personal 1:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 2:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 3:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 4:
    Guardar
    Usar
    Borrar
  • Tiempo (aprox.)

  • T 0 (1 seg)


    T 1 (2 seg)


    T 2 (3 seg)


    T 3 (s) (5 seg)


    T 4 (6 seg)


    T 5 (8 seg)


    T 6 (10 seg)


    T 7 (11 seg)


    T 8 13 seg)


    T 9 (15 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)