UN CASO MÁS QUE ZANJADO (Hy Conrad)
Publicado en
abril 01, 2012
¡Dando un paseo! Ese es el tipo de coartada que me hace chasquear
la lengua y limpiar la lupa. Las cárceles americanas deben de estar llenas
de pobres diablos que pensaron que dar un paseo era un buen cuento. Pero
esta vez la coartada había funcionado. El detective Cavanaugh soluciona un
caso complicado.No sé qué es lo que espera encontrar aquí, Cavanaugh. —Una sonrisa poco amistosa asomó a sus labios—. Si quiere saber mi opinión, ha sido un desplazamiento inútil. Lo mejor sería que volviera a su casa.
Ésa fue la bienvenida del sheriff Horace Kiley. Los ciudadanos del lugar se quedarían más tranquilos al saber que se encargaba del caso semejante idiota.—No quisiera parecer poco sociable —mintió Kiley, recostándose en la silla y poniendo una bota llena de barro sobre la mesa—. Pero déjeme decirle de entrada que sus clientes están pringados hasta los ojos.—A.P.I. sobrevive gracias a los clientes culpables. —Intenté recordar la última vez que me sentí humilde para reproducir dicha expresión en la cara—. Yo sólo vengo a cobrar, sheriff.—Bien —dijo, crispando otra sonrisa en su anguloso rostro. Tendría la misma edad que yo, pero su extrema delgadez hacía que le resaltasen las arrugas—. No quiero que se tome tantas molestias por un caso zanjado.Max, mi ayudante. Maxine Blair, se había empeñado en aceptarlo, pero yo ya me estaba arrepintiendo. Max considera cualquier cosa que se desarrolle fuera de Manhattan casi como unas vacaciones pagadas. Estaba pasando la mañana con un viejo amigo suyo del periódico del pueblo, The Sentinel, a base de té y bollos, mientras yo estaba allí sentado poniendo en práctica caras de humildad y pensando que el año próximo sería mucho mejor darle sencillamente dos semanas libres.Eché un vistazo al despacho, pequeño y provinciano: el búho disecado junto a un viejo diploma, los retratos de una mujer y unos niños en la mesa, el fiel rifle de ardillas colgado encima de la puerta, un perchero con una pistola en su funda colgando... y pensé que aquello se parecía más a un decorado que a una auténtica oficina de sheriff. The Sentinel ya le había bautizado como una mezcla de Sherlock Holmes y Will Rogers, y los lugareños me habían dicho que Kiley estaba promocionando activamente dicha imagen.La víctima era Derrick Reardon, un industrial que vivía con su mujer y un hermano más joven en una pequeña finca frente a Long Island Sound. Tendría poco más de cincuenta años, el tipo de hombre con quien no resulta demasiado difícil convivir cuando se cree que algún día morirá y le dejará a uno su dinero. Y eso fue lo que hizo. Le encontraron una fría noche de marzo, en su dormitorio, con veneno en el estómago y una bala en el cerebro.—Supongo que me dirá que todo empezó con Pamela. —Kiley entrelazó sus huesudos dedos por detrás de la nuca y empezó la representación que debía haber emocionado a una docena de reporteros—. Aunque en realidad ella no está metida en el asunto, salvo para darle más peso al móvil de los otros dos. —Puso la otra bota embarrada encima de la mesa y comprendí que sería una mañana muy larga—. Pamela Reardon es hija de Reardon. Había estado buscándola durante los últimos años. Nosotros la ayudamos, fue una investigación exhaustiva. Era hija de un matrimonio fracasado, un matrimonio de juventud, y Reardon no había vuelto a verla desde hacía catorce años. ¿Me está escuchando, Cavanaugh?—Claro. Me concentro mejor con los ojos cerrados.—No pienso explicárselo más que una vez. —Gracias a Dios—. Así que será mejor que me escuche. La ex esposa de Reardon le abandonó llevándose a la niña. Más adelante nos enteramos de que la mujer había muerto en un accidente, y claro, Reardon estaba ansioso por recobrar a la chiquilla. Es su única hija. Estuvo recorriendo orfanatos hasta que por fin la halló. Pamela era una dulce jovencita de diecisiete años. Se mudó a la mansión de la familia hace unos meses, y entonces fue cuando empezaron los problemas.—De acuerdo con su versión.—De acuerdo con los hechos. —Kiley intentó enderezarse, pero claro, no resulta fácil con los dos pies encaramados a una mesa.Se retorció como sacudido por un espasmo. La silla giratoria se inclinó mientras me dedicaba una de esas miradas de «atrévete a reírte».Tomé la sabia decisión de no hacerlo.—¿Puede probar que Reardon intentó cambiar su testamento en favor de Pamela?—Pues claro. También podemos probar que la actual esposa de Reardon, la viuda, o como quiera llamarla, tenía relaciones con su hermano menor. Lo han admitido. ¿Puede usted fiarse de esos estúpidos?Los dos estúpidos eran mis clientes y tenían un móvil fantástico en su haber. Ambos heredaban según el testamento vigente y su asunto amoroso podría progresar tranquilamente con Derrick fuera de combate.La esposa se llamaba Elisa, y era la típica mujer hacia la que las madres de los millonarios sienten mayor prevención, lo cual probablemente explica por qué tantos hijos de millonarios se casan con ellas. Era demasiado joven —sus buenos veinte años menos que Derrick—, demasiado guapa y demasiado inquieta para ser una esposa segura. En cuanto se cansó de redecorar la mansión, dedicó toda su atención al hombre de su vida. Por desgracia, ese hombre no era su marido.Se trataba de Tom Reardon. Tom parecía bastante simpático, un atractivo señor de cuarenta y dos años, sólo diez mayor que Elisa, agradable, tal vez un poco voluble, pero nadie es perfecto. (Si la descripción parece demasiado genérica es porque sólo he visto a mis clientes en dos ocasiones, la primera como un favor del sheriff Kiley y la otra al día siguiente cuando volví a abrir su caso zanjado.)—El truco consistía en reproducir cuidadosamente aquella velada. —Kiley estaba en vena, haciendo círculos en el aire con un cigarrillo apagado—. Asistieron cuatro personas a la cena: la víctima, los dos sospechosos y la hija recién encontrada, Pamela.—¿Interrogaron a los criados?—No. Esperamos a que llegara un flamante detective de Nueva York a sugerírnoslo. Claro que interrogamos a la servidumbre. Aparte de que no tenían motivos y que llevan en la casa Dios sabe cuánto tiempo, ninguno tuvo la menor posibilidad de manipular la botella.—Entonces, ¿es seguro que colocaron el veneno en la botella, y no en la copa de vino?Lo más probable era que Kiley se hubiera planteado esa pregunta docenas de veces. Cogió un sobre de papel manila con la mano derecha y me puso el informe del laboratorio delante de las narices, aun antes de que acabara la frase. No tuve que fingir aspecto humilde después de leer aquella perla.—¿Lo ve, Cavanaugh? Tuvo que ser Elisa. Estuvieron tomando una copa antes de la cena, ¿de acuerdo? Tom está sentado con un combinado. Pamela está tomando un Shirley Temple. Elisa y la víctima, vino de la misma botella. Todo el mundo se encuentra bien. Ningún problema. Se van al comedor y Elisa, la amante esposa, se empeña en llevarse la botella en vez de dejársela al mayordomo o a quien sea. Se sientan a cenar y, de pronto, ella deja de beber vino, sólo Derrick sigue tomándolo. Nadie vuelve a tocar la botella más que Derrick. Sólo Derrick se queja de indigestión; sólo Derrick fallece a causa de una neurotoxina, sinónimo de veneno. Llegan los chicos del laboratorio, registran en todo lo que sea comestible, y encuentran una información muy interesante en la botella. Muy bien, señor Listillo, ¿quién más pudo hacerlo?—Maldita sea, espero que sea inocente. Si no, me pagaré el viaje a Sing Sing y me ofreceré voluntario para apretar el botón.Tuve que concederle un punto a Tom Reardon. Pocos extraños consiguen interpretar mi sentido del humor. Sonrió:—El sheriff Kiley se lo ha puesto difícil, ¿no?—Sobreviviré.Tenía media hora para visitar a mis clientes en la prisión del condado, mi premio por haberme tragado el orgullo con Kiley. Llevaban su propia ropa y se cogían de la mano por debajo de la mesa, como adolescentes asustados. Era una habitación interior sin ventanas, sólo con una abertura cuadrada en la puerta. El sonido de unos pies arrastrándose por el corredor me advirtió que la conversación sería del dominio público.Con la mano libre, Elisa se alisaba el pelo, largo y oscuro. Parecía llevarlo bien. Si en circunstancias normales tenía un aspecto aún mejor, no creo que ningún hombre pudiera resistírsele.—Está consiguiendo que algunas pequeñas cosas se vuelvan contra nosotros, señor Cavanaugh; por ejemplo, que yo no tomara vino con la cena. Sólo bebo agua durante las comidas. El vino me da más sed.—¿Y qué me dice del hecho de llevar usted personalmente la botella al comedor?—No me educaron con un mayordomo pisándome los talones. Cuando necesito algo, lo cojo. Desde luego, no tuve tiempo para poner ningún veneno.—No conozco demasiado bien a Kiley, señora Reardon, pero estoy seguro de que no haría afirmaciones de este tipo sin confirmar todos los puntos.—Ella no lo hizo, Cavanaugh. ¿Va usted a perder el tiempo acosándola o piensa intentar averiguar lo que ocurrió en realidad?—Está bien, Tom. La tarea del señor Cavanaugh consiste en ser escéptico. Estoy convencida de que no somos uno de sus casos más fáciles. —Elisa dio unas palmaditas en la mano de Tom—. Otra de las cosas que parece peor de lo que era —levantó la vista para mirarme a los ojos— es que Derrick se quejaba a menudo de malas digestiones. Y eso mismo ocurrió aquella noche. Solía llamar al doctor Morfield con bastante frecuencia.—¿Cuántas veces le visitaba el médico? En un mes, pongamos por ejemplo.Dos o tres. Una vez le sugerí que cambiáramos de cocinero, pero Derrick se echó a reír. Eso de las malas digestiones como norma no me parecía nada bien.Ni a mí tampoco. Tras oír aquella noticia, la primera reacción hubiera sido investigar el tipo de veneno, por si el asesino había estado administrándoselo en pequeñas dosis durante varios meses. Pero el sheriff de sonrisa felina ya me había enseñado el informe del laboratorio. Aunque los expertos no habían podido identificar la fórmula exacta del veneno, no existían dudas acerca de su toxicidad. Derrick Reardon murió una hora después de probarlo por primera vez. Una hora o menos.En mitad del postre, al parecer, el millonario empezó a quejarse de indigestión; El mayordomo llamó al doctor Theodore Morfield, que vivía a cinco minutos de distancia en coche. Era un antiguo amigo de la familia, pero eso no le impidió testificar en la investigación en contra de mis clientes.Según Morfield, llegó a la mansión sobre la ocho y media:—Examiné al paciente, Derrick Reardon, en la biblioteca. —Luego prosiguió—: Estábamos solos. Su mujer quiso estar presente en la visita, pero, por alguna razón, Derrick no aceptó. El paciente se quejaba de dispepsia aguda. Tras un examen superficial, diagnostiqué gastroenteritis, una inflamación general del estómago y le di... hum, algo así como una tableta antiácido. A primera vista no había ninguna razón para sospechar un envenenamiento. Derrick se tomó la medicación y convino en que sería buena idea retirarse temprano. Su hermano Tom se reunió con nosotros en el vestíbulo. Parecía preocupado por la salud de Derrick e insistió en acompañarle a su dormitorio. Serían las nueve menos diez. Mientras me ponía el abrigo, se me ocurrió que debía quedarme por lo menos unos minutos más. Se me pasó por la cabeza que podía existir una intoxicación en la comida. Me senté en el salón con la esposa de Derrick, Elisa. Le estuve preguntando sobre la cena, y me aseguró que habían comido todos lo mismo y que nadie más parecía sufrir dolor de estómago. Alrededor de las nueve, Tom bajó de la habitación de Derrick. Tenía una expresión extraña en la cara. Considerándolo desde la perspectiva actual supongo que podía ser de ansiedad. Le pregunté cómo se encontraba Derrick y me dijo que parecía encontrarse mejor. Elisa me había servido un bourbon y yo estaba sentado con ellos en el salón, disfrutando de la bebida y su compañía. Como he dicho, Tom estaba un poco nervioso. Le pregunté si pasaba algo malo. Me dijo que no, pero que quería hablar con Elisa a solas unos minutos. Se palpaba un drama doméstico en el ambiente, y me alegré de librarme de los detalles. Les dejé a solas y me dirigí a la biblioteca, cerrando la puerta para darles un poco de intimidad. Menos de un minuto después oí el disparo. La biblioteca está justo debajo del dormitorio de Derrick. La chimenea de la biblioteca tiene el mismo tiro que la del piso de arriba, así que no tuve la menor duda sobre el lugar de procedencia del estampido. ¿Saben?, había lumbre en la chimenea de la biblioteca, o sea que el tiro estaba abierto. El ruido procedía del cuarto de Derrick. Salí corriendo al vestíbulo. Aproximadamente al mismo tiempo, Elisa y Tom salieron del salón. Les dije de dónde venía el disparo y los tres subimos las escaleras. La habitación de Derrick da al mismo rellano. Llamamos a la puerta y gritamos su nombre, pero no hubo respuesta. Finalmente, abrí la puerta.»No había más luz que la del fuego, un resplandor tenue, pero que bastaba para permitirnos vislumbrar un cuerpo boca abajo junto a la cama. Advertí un leve olor al entrar, como si hubiera ardido algo fuera de lo común. Me acerqué al difunto. Estaba de espaldas a Tom y a Elisa, examinando el cuerpo, así que no puedo decir qué estaban haciendo exactamente durante esos primeros minutos, si es que hacían algo más que asumir la situación. Derrick estaba muerto, sin lugar a dudas. Me coloqué al otro lado del cadáver y entonces fue cuando descubrí la causa de la muerte, un pequeño orificio de bala en la sien izquierda. Cuando se lo dije, Elisa pareció muy trastornada. No puedo recordar sus palabras, pero fueron algo así como «¿Cómo puede ser?» o «¡Es imposible!»... Alguna reacción de incredulidad. Tuve miedo de que se pusiera histérica, y le pedí a Tom que la sacara de la habitación. Lo hizo, se la llevó abajo.»Pasé cosa de otro medio minuto en el cuarto, sin tocar nada, salvo el cadáver. La mano izquierda de Derrick estaba aprisionada debajo del cuerpo. Lo volví lentamente y advertí que asía una pistola, así que mi primer pensamiento, naturalmente, fue el de suicidio. No podía hacer nada más que cerrar la habitación con llave y llamar a la Policía, que fue exactamente lo que hice.—Ha transcurrido su media hora. —El sonido de pasos del exterior de la celda tenía voz.—Kiley me dijo que podía quedarme una hora; pregúnteselo si no se lo cree.Los pies se alejaron, arrastrándose.Pensé que tardaría dos minutos en corroborarlo, comprobar que estaba mintiendo, y luego echarme a la fuerza; dos minutos de intimidad.—Muy bien, Tom, deprisa. ¿Qué pasó cuando acompañó a Derrick a su cuarto?—Nada. Nada que no haya dicho ya a la Policía.Elisa le miró con cara de enfado.—No seas chiquillo, Tom. El señor Cavanaugh debe saberlo. —Se volvió hacia mí con una sonrisa de disculpa por la tontería de Tom, que no sabía en quién confiar—. Tom creyó que yo había envenenado a Derrick. Por eso, al bajar, le pidió al médico que nos dejara solos. Por supuesto, yo no había envenenado a mi marido, y se lo dije. No estoy segura de si me creyó. En cualquier caso, fue entonces cuando oímos el disparo.—No sabía qué pensar —siguió Tom, deprisa, dándose cuenta del límite del tiempo—. Cuando le dejé en su habitación, tenía dificultad para respirar. Estaba a punto de bajar a avisar al doctor Morfield cuando Derrick consiguió pronunciar una palabra, la palabra que me detuvo.—No te pongas dramático, cariño, se nos acaba el tiempo. Mi marido dijo «veneno», señor Cavanaugh.—Fue un susurro, pero clarísimo. Sólo se me ocurrió que Elisa le había envenenado —la miró como disculpándose—. Ahora ya lo sé, pero en aquel momento... tenía que hablarlo con ella lo antes posible, naturalmente. Cuando le dejé arriba, Derrick estaba vivo... a duras penas. Me sorprendí tanto como todos cuando oí el disparo, créame.Dos pares de pies, unos arrastrándose y los otros decididamente furiosos, se acercaban a la celda.—Muy bien, Cavanaugh, ya está bien de bromitas —bramó la voz de Kiley. Había subestimado la velocidad de los pies que se arrastraban.—¿Tienen algo más que decirme? ¿Tom?—Se acabó la charla. Ya han tenido tiempo de sobra.Se oyó girar la llave en la cerradura.—¿Algo sobre el testimonio del doctor Morfield? ¿Cuidadoso?—Muchísimo. Es muy observador.—¿Advirtió algo que ustedes no vieran?La puerta de la celda se abrió y un segundo más tarde me agarraron por los brazos, retorciéndomelos por detrás de la espalda.—Espere un minuto —gritó Elisa. Y pueden creerme o no, pero esperaron. Todo se inmovilizó.Elisa parecía molesta por la repentina atención.—El olor que comentó —dijo mansamente—. El doctor dijo algo sobre un intenso olor a quemado.—Exacto, la almohada quemada —respondió Kiley—. Olía toda la habitación, lo olí yo mismo en cuanto entré.—Precisamente. Yo estaba dentro del cuarto la primera vez, cuando encontramos el cuerpo, pero...—¿Qué piensa contarnos ahora, señora Reardon, que no olió nada? ¿Que no ardió, una almohada en la chimenea?—Eso es lo que digo, sheriff, que yo no olí nada. Había lumbre en el hogar, pero no olía a nada.—Perfecto —resopló Kiley al retomar las riendas de la acción. Él y el tipo que arrastraba los pies me obligaron a salir de la celda y me empujaron por el corredor—. El chico protege a la chica y luego la chica intenta proteger al chico. Ésos son los clientes que ha conseguido, Cavanaugh. Me cogieron desprevenido mientras la puerta de hierro se cerraba a nuestras espaldas. Me desasí los brazos con una hábil pequeña maniobra y me dirigí decidido hacia la salida de aquella imitación provinciana de cárcel, a través del despacho de recepción, la oficina del adjunto, hasta la calle. ¿Quién ha dicho que no se puede ser arrojado de un sitio y, al mismo tiempo, conservar la dignidad?—¡Eh, Cavanaugh!Me di la vuelta, sólo para demostrar que no rehuía el enfrentamiento. Kiley estaba en lo alto de la escalinata del Palacio de Justicia con mi abrigo colgado del brazo y mi sombrero en la mano.—No se olvide de sus cosas. —Hizo ademán de tendérmelas mientras asomaba otra asquerosa sonrisa a sus labios—. No podemos permitir que coja frío por ahí fuera mientras se dedica a perseguir gansos salvajes.—Guárdemelas, Kiley. —¿Qué otra cosa podía decir, después de semejante salida?—. Las recogeré cuando le traiga al asesino.Correspondí a su asquerosa sonrisa y me alejé paseando, como sin darle importancia, procurando no parecer tan helado ni tan estúpido como me sentía. Las cosas que hay que hacer para mantener un poco el orgullo...—¿Por qué no llevas abrigo?No cabe duda de que Max trabajaba para un detective. Se da cuenta de pequeñas cosas como ésta. Me abrí camino tiritando hacia el único reservado del Mary—Lou's Coffee Shop y me senté frente a ella. Mary—Lou (o la esposa de Lou, Mary) se acercó inmediatamente a socorrerme, con una cafetera en la mano y una taza en la otra.—Es que he hecho la promesa de ir sin abrigo hasta que concluyamos el caso.Sonrió de oreja a oreja, una distancia bastante notable. Max no había perdido la gordura infantil, una verdadera hazaña para una mujer treintañera.—Bueno, pues esperemos que se adelante la primavera.Le dirigí una sonrisa forzada mientras me calentaba las manos sobre la estufa. Evidentemente, Max llevaba esperando unos dos minutos por lo menos. Es el tiempo que tarda en convertir la superficie de una mesa en un revoltijo de papeles. Esa particular confusión Tiene algún parecido con el archivo de un periódico: recortes encima del azucarero, colecciones encuadernadas de fotocopias abiertas por lugares estratégicos...—Veo que tu amigo de The Sentinel no nos ha fallado. —Tras recobrar algo de sensibilidad en los dedos, los sumergí en el revoltijo—. ¿Hay una carta por ahí?Tardé un minuto largo en dar con ella. Es probable que hubiera otra en alguna parte, pero no estaba seguro de que nos diera tiempo. Mary, o Mary—Lou, regresó con la cafetera y le pedí comida caliente para los dos.—Somos objeto de la curiosidad local, jefe. En The Grange se aceptan apuestas sobre quién se llevará el gato al agua.—¿A cuánto están las apuestas?—Los más sagaces se han volcado en Kiley. —Max sacó un montón de recortes y los depositó sobre la carta—. Mejor será que hagas los deberes. Parece un caso difícil.Empecé con los primeros titulares: MILLONARIO LOCAL SE SUICIDA CON UNA PISTOLA. Desde luego, no había ninguna posibilidad de que fuera cierto, pero la primera noche el suicidio era la explicación lógica. Al fin y al cabo, estaba en el piso de arriba, solo; las ventanas estaban cerradas, selladas por el invierno; y tenía la pistola en la mano.Al día siguiente cambiaron los titulares: DERRICK REARDON ASESINADO. TODAVÍA NO HAY SOSPECHOSOS. Fantástico. Cualquier niño de cinco años podía ver que era un asesinato, pero supongo que debía darle crédito a Kiley; acaso uno de cuatro no lo entendiera.Clave número uno: le habían matado con veneno. Alguien le había metido una bala en la cabeza en un vano intento por disfrazar el método. En cuanto Kiley se enteró, mandó un batallón de chicos del laboratorio a la mansión y encontraron la botella.Claves dos y tres: Derrick Reardon era diestro. Pero el orificio de la bala estaba en la sien izquierda y la pistola en la mano izquierda. Además, no había pólvora quemada alrededor de la herida, lo cual indicaba que la pistola no fue disparada contra la cabeza. Me dio risa al leer eso. El pobre Derrick estaba como el mármol cuando le dispararon, y Kiley se preocupaba por los rastros de pólvora... Conmovedor.Clave cuatro: la habitación del crimen. Todo el mundo, menos Elisa, había advertido el olor a quemado. Obviamente, procedía de la chimenea. Recogieron y examinaron las cenizas, descubriendo fragmentos de plumón. Alguien había quemado recientemente una almohada.Y allí estaban todas las claves que uno podía necesitar. Kiley las reunió, las barajó y luego bordó una teoría. Era una teoría decente, inteligente y plausible. Casi me convenció de que estaba equivocado.Según Kiley, Elisa envenena a su marido. Tom le lleva a su habitación. Los síntomas empeoran y Derrick se muere en pocos minutos. Tom llega a la misma conclusión que Kiley sacaría un día después: ha sido Elisa.Tom no sabe qué hacer. Si llama al médico, la Policía atará cabos con él, y a lo más que puede aspirar es a ver a su amor una vez a la semana en la sala de visitas. Así que se inventa el modo de hacerlo parecer un suicidio.Coge una almohada de la cama, una pistola del 22 de Dios sabe dónde y le dispara, utilizando la almohada para apagar el sonido (al contrario que en un revólver, el estallido de las pistolas sale principalmente por el cañón). Tira la almohada al fuego y le pone la pistola en la mano a su hermano. Para dejarle tiempo para suicidarse, Tom saca una bala de la recámara y la echa a la chimenea; luego se reúne con Elisa y el doctor en el salón.Unos minutos más tarde, la bala de la chimenea explota por el calor, de acuerdo con el estampido que se oyó por el tiro de la chimenea. Mientras el doctor Morfield examina el cuerpo, Tom saca la bala disparada de las cenizas. Voilá.Max me observó cuando levantaba la vista de los recortes. Dejó el tenedor, era la primera vez, que la veía hacerlo en mitad de una comida y se enjugó los labios con la servilleta.¿Que le parece? ¿Algún cabo suelto, aunque sea para la primera cuña?—Unos cuantos, muy chiquititos.—¡Sabía que lo lograrías!. Le brillaba la cara de emoción mientras revolvía en el batiburrillo y sacaba una libreta y un lápiz. Cuanto más le tomo el pelo, más la necesito—. De acuerdo, jefe, dispara.Reprime tu entusiasmo. Son, en su mayor parte, curiosidades, como lo de la mano izquierda. Evidentemente Tom sabía que su hermano era diestro. La mayor parte de la gente es diestra. Entonces, ¿por qué le disparó el asesino en la sien izquierda y le puso la pistola en esa mano? Debe de haber alguna explicación.»La siguiente, la propia pistola: una 22 de origen desconocido, con el número de serie limado. ¿De dónde sacó Tom un arma semejante con las prisas del momento? No es coleccionista, ni tirador. Ni tampoco Derrick.—Eso indica algún grado de premeditación.—Exacto. Después, la botella. Hasta la mañana siguiente, el forense no dio la voz de alarma y no fueron a buscarla. Si Elisa realmente envenenó a su marido, tuvo todo el tiempo que quiso para tirar el vino y lavarlo todo bien.—Esto no es una clave. No te ofendas, pero... —Max se calló, con la boca abierta, cogió el lápiz y se rascó la cabeza—. Ah, ya veo. Quien envenenó el vino quería que la Policía lo encontrara.—Podrías hacerlo sin mí, ¿no? —Ninguno de los dos lo creía—. El problema siguiente es la chimenea. Parece improbable que, en unos segundos, Tom recuperara el casquillo vacío en una habitación casi oscura.—Pues Kiley piensa que le dio tiempo.—Eso es porque Kiley no lo ha encontrado. De veras. Max, cribar unas brasas y encontrar un casquillo al rojo... Y no me hables de guantes de amianto, que no estoy de humor.Los ojos de Max volvieron a posarse en el plato de carne.—¿Algo más, jefe?—Sí. —No tenía demasiada hambre y estaba cansado de estar sentado—. Toda esta información me la dio Elisa. ¿Hasta qué punto podemos confiar en ella? —Saqué el dinero de la cuenta, me levanté y me pasé cinco segundos examinando el perchero hasta que recordé.—Tienes que creerla. Es el cliente. —Max recuperó el tenedor—. Voy a terminar esto y devolvérselo al periódico. ¿Qué es lo que ha dicho Elisa?—Dice que Derrick no era ningún novato en indigestiones y que a ella le cuesta mucho trabajo captar el olor a almohada quemada.Esperé la reacción de desconcierto de Max, y le guiñé un ojo.—Ah, bueno. —Asomó una sonrisa a sus labios, seguida inmediatamente por un pedazo de asado—. Te estás poniendo críptico —masculló entre dos bocados—, lo que significa que vamos por buen camino.Me levanté el cuello de la americana y bajé por la calle Principal. Era como cualquier otra calle Principal: escaparates en ambas aceras y, por el rabillo del ojo, vi a los curiosos atisbando desde la entrada de las tiendas. Dos hombres en una barbería, tres señoras y un dependiente en un drugstore. Era ir de tiendas, pero al revés. Yo era la exhibición detrás del cristal, «el detective sin abrigo» y, de repente; comprendí cómo deben de sentirse los maniquíes.Al torcer por una esquina, vi un letrero escrito a mano, colgado con un cordel de una farola: prohibido aparcar. Quité el papelito del parabrisas de mi Chevrolet marrón. No hace falta decir que la farola ya estaba cuando aparqué, pero la señalización casera era de nuevo cuño. Deposité la multa en la guantera y arranqué. Pensé que las cosas podían ir mucho peor. Si Kiley me odiase realmente, hubiera hecho algo más sustancial, como poner una boca de incendio.Fue un paseo corto y agradable. Por alguna razón, los ricos disfrutan viviendo codo con codo con las granjas, aunque en general suelen elegir lugares a barlovento y con suficiente extensión como para encontrarse aislados. Pero no podía entretenerme con el panorama. Estaba demasiado ocupado siguiendo las instrucciones que me había dado Tom. Y estaba pensando en Pamela. Era la pieza que no encajaba en el rompecabezas.—Avisaré a la señorita Pamela de su llegada.El mayordomo salió con ese paso arrogante que alguien debe de admirar porque, si no, los mayordomos no andarían así. Me instaló en el salón, y me acerqué de inmediato a la espléndida lumbre que crepitaba en la chimenea.Pamela era un rompecabezas, de acuerdo. Considerándolo objetivamente, no había razones para sospechar de ella. Si Derrick estaba planeando modificar el testamento en su favor, y Kiley, al parecer, tenía pruebas de ello, la muerte de Derrick ocurrió en mal momento.Aunque, de un modo u otro, estaba involucrada. Derrick, Tom y Elisa habían vivido juntos en una situación relativamente estable durante los últimos cinco años. Hasta el lío, parecía estable. Llevaba funcionando en paz y tranquilidad desde la noche de los tiempos. ¿Entonces, qué había cambiado en casa de Reardon? ¿Por qué tenía que morirse Derrick de repente? El único cambio aparente era la llegada de Pamela dos meses atrás.—Lo lamento pero, al parecer, la señorita Pamela no está en su habitación. —Había reaparecido el mayordomo y se dirigía hacia mí con su rutinaria arrogancia—. ¿Estaba usted citado?—No exactamente. ¿Sabe a qué hora volverá?—No la vi salir. Su coche está en la entrada, no obstante, y... ¿qué hace usted? ¿Adónde va?Yo estaba subiendo los escalones de mármol de dos en dos.—Voy a echar un vistazo al dormitorio del señor Reardon, si no tiene inconveniente. —Oí unos pasos apresurados a mi espalda, pero no me volví a mirar si andaba de otra forma cuando perseguía a alguien—. Puedo ir adelantando trabajo mientras espero, ¿no le parece?—Señor, por favor, no puede usted hacer eso...Llegué al rellano y busqué una puerta con mucho espacio a su alrededor, algo que se pareciera a la habitación principal. Sólo había dos puertas cerca de la escalera, y sólo una cumplía los requisitos. Empuñé el picaporte y entré, con Jeeves pisándome los talones.Era el dormitorio de Derrick. Acerté. En una de las paredes, una gran cama con dosel y dos mesillas de noche; en el centro había bastante espacio para montar una pista de baile, sobre la inmensa alfombra persa. Había varios asientos de coro colocados en estudiado desorden, evidencia de la afición por las antigüedades europeas, y un maravilloso escritorio justo enfrente de la chimenea. Los cajones del escritorio estaban abiertos, y una joven de pelo corto castaño estaba sentada en el suelo, revolviendo en una pila de papeles y sobres.—Lo siento, señorita Pamela. Este señor, el señor Cavanaugh, quería verla. Pensé que había salido y le he dicho...—Bien, Hennesey, El señor Cavanaugh es el detective privado que ha contratado tío Tom. Encantada de conocerle. —Se volvió hacia mí. Tenía la cara bonita, franca, con la línea de la mandíbula demasiado dura para ser atractiva. Llevaba una blusa blanca con una falda y una chaqueta escocesas, el uniforme del colegio—. ¿Quería hablar conmigo?—Si tiene unos minutos...—Lo que sea para ayudar a tío Tom... y a mi madrastra. Puede marcharse, Hennesey. Estoy segura de que el señor Cavanaugh sabe comportarse perfectamente.Hennesey salió sin rechistar, aunque advertí que dejaba la puerta entreabierta. Me hice el caballero y me senté a medio camino, en una de las sillas de coro.—¿Ha leído algo interesante últimamente? —No pude resistirme. —¡Oh! ¿Se refiere a esto? —Su voz tenía un tono amistoso, natural—. Debe de parecer extraño. Cuando era niña, nunca pude gozar del secreto placer de registrar en el escritorio de mi padre. –Sacó los últimos papeles del cajón inferior y los añadió a la pila—. Supongo que estoy recuperando el tiempo perdido. ¿Nunca ha registrado los cajones del escritorio de su padre, señor Cavanaugh?—Puede llamarme Stew. Mi padre no tenía escritorio.—Stew, Stewart. —Se llenó la boca con esa palabra, saboreándola. Me pregunté si lo de la adolescente de ojos límpidos era una característica de una estudiada personalidad—. Me gusta Stewart. En cualquier caso, no hay nada demasiado interesante. Debe de ser mucho más divertido de niño, cuando las cosas parecen más misteriosas.—¿Está buscando algo en particular?—No, no. —Se levantó del suelo, se limpió las manos en la falda escocesa y se sentó junto a mí en otra silla de coro—. Hubiera sido mucho mejor si papá me hubiera incluido en el testamento. En fin, menos da una piedra. —Me miró a los ojos, intentando captar mi reacción—. No sé si se ha escandalizado o no. No tiene por qué. Ya estoy acostumbrada a ser huérfana.Le dije que no me había escandalizado, pero que necesitaba su cooperación para ganarme el sueldo. Me contestó que le encantaría ayudarme y me preguntó por dónde quería empezar. Le dije que por la noche del crimen, una semana y media atrás.No fue largo. Su versión apenas difería de la línea oficial. Sí, luisa llevó la botella al comedor, y luego bebió agua. Sí, Derrick se quejó de indigestión y avisaron al médico.—Me temo que es todo lo que puedo decirle, Stewart. Salí después de cenar. Seguro que ha oído hablar de mi deportivo rojo.Por supuesto. El estúpido deportivo rojo era su coartada. Se lo había regalado su papá la semana anterior, su primer coche. Era emocionante salir a la carretera, y aquella noche lo disfrutó especialmente, devorando la oscuridad con los faros. Salió zumbando por la verja unos minutos antes de que llegara el doctor, a las ocho y media. Cuando volvió a pisar la grava de la entrada eran más de las diez, y el coche del sheriff estaba aparcado en el lugar que solía ocupar su deportivo.Ahora bien, ése es el tipo de coartada que me hace chasquear la lengua y limpiar la lupa. ¡Dando un paseo! Las cárceles americanas deben de estar llenas de pobres diablos que pensaron que dar un paseo era un buen cuento. Pero esta vez, gracias a la afortunada mala suerte de Pamela, la coartada funcionó.Era una multa por exceso de velocidad, firmada por un motorista a las nueve y cinco. Pamela conducía a más de ochenta por hora en una zona residencial. Se detuvo en la cuneta e intentó librarse de la multa pero, al ver que el oficial seguía escribiendo, le ofreció una muestra de lo que más tarde él calificó de «un lenguaje indigno de una señorita».Todo ello sucedió uno o dos minutos más tarde, y a unos treinta kilómetros de distancia del lugar del disparo: aquella bala fascinante que alguien había disparado contra el cadáver de su padre.—Siento mucho no serle de más ayuda. —Tenía los ojos fijos en la falda y estaba siguiendo los cuadros con un dedo—. Aquella noche, la Policía nos retuvo durante varias horas. Recuerdo al pobre doctor Morfield vagando por la casa, intentando apartarse del camino de Elisa. Nunca se cayeron bien. Ni ahora tampoco.—¿Por qué?—Pues no lo sé. Debería hablar con alguien que lleve más tiempo aquí. Seguramente lo sabrá.—Buena idea. —Me volví y estiré el cuello hacia la puerta abierta—. ¡Hennesey! —Un roce de tejido y un crujido del parquet del rellano le delataron—. Entre, Hennesey, quiero hacerle una pregunta.Una de las cosas buenas de los mayordomos es que saben manejar las situaciones embarazosas. Hennesey avanzó dos pasos desde su puesto de escucha en el rellano y apareció en el marco de la puerta con la dignidad intacta.—¿Señor? —Justo como si acabáramos de llamarle—. Sí, señor. Creo que desea saber por qué el doctor Morfield y la señora Reardon no se llevan bien.Pamela sonreía.—Apuesto a que usted lo sabe todo, ¿verdad, Hennesey?—He trabajado para el señor Reardon durante muchos años. —Era su forma de decir que sí—. El doctor Morfield y él eran viejos amigos. Antes de que la señora Reardon se convirtiera en la señora Reardon, el señor Reardon...—¿Por qué no utiliza los nombres de pila?—Gracias, señor. —Hennesey se relajó medio minuto—. El señor Derrick y el doctor solían pasar una o dos noches a la semana jugando al gin—ramy, fumando puros, esas cosas que les gustan a los caballeros. Cuando la señorita Elisa entró en la vida del señor Reardon, en la vida del señor Derrick, desaprobó tales veladas. Podría sugerirse una especie de celos, aunque no en el sentido que se le da habitualmente. Discutió con el señor Derrick sobre sus pasatiempos habituales. La señorita Elisa podía ser muy testaruda. En vez de pelearse, él cedió.—Y por eso Elisa y el médico no se soportan. Parece razonable.Me levante y empecé a caminar por la habitación, mi truco para poner a la gente nerviosa. Acababa de ocurrírseme el motivo de las malas digestiones reiteradas de Derrick y necesitaba confirmarlo.Aunque, si yo hubiera estado en su lugar, Hennesey, creo que no hubiera consentido que mi descontenta esposa me impidiera pasar un rato agradable con un antiguo amigo.Es la verdad, señor.—Hubiera encontrado el modo de hacerlo a espaldas de ella. Por ejemplo, como fingir una indisposición digestiva un par de veces al mes, para que mi viejo amigo, es decir el doctor, pudiera venir con su maletín negro. Y, tal vez, dentro de dicho maletín hubiera una baraja de cartas e incluso un par de puros.—¡Señor! —Me encantaba Hennesey. Completamente inmutable, aunque le hubiera descubierto—. El señor Reardon proveía el tabaco, como buen anfitrión.Esbozó una leve sonrisa.Tiene razón. No me parecía de mi incumbencia revelar ese pequeño secreto, pero ahora que lo ha adivinado... Tenían su código, algo inofensivo, ¿sabe? El señor Reardon se quejaba de alguna indisposición sin importancia y llamaba al doctor Morfield. El examen médico, por así decir, tenía lugar en la biblioteca. Se divertían mucho con aquella pequeña trampa.Y en cuanto a usted, Hennesey, ¿participaba de la pequeña trampa?Bueno, oficialmente, no. Pero un buen mayordomo siempre sabe lo que ocurre bajo su techo. —Se le borró todo rastro de sonrisa en el rostro—. Si me permite anticiparme a su próxima pregunta, le diré que no, no mencioné tal hábito a la Policía. —¿Por qué no?—Me parecía que no valía la pena. El examen de la biblioteca solía durar un par de horas. Sin embargo, la noche del crimen, estuvieron juntos sólo unos quince minutos, apenas lo suficiente para una partida. Parece más plausible que el señor Reardon estuviera padeciendo un auténtico dolor de estómago y que el doctor le atendiera, justo como testificó. Al fin y al cabo, señor, encontraron el veneno en el vino de la cena.—Sí. Y me imagino que no hay nada mejor que el veneno para producir una indigestión.—Exacto, señor.En los labios del mayordomo se dibujó otra tenue sonrisa. Podría decirse que había conseguido que se desternillara de risa...Había entornado los ojos un segundo, cansado de mirar las fichas, cuando el enojoso pequeño cucú tocó las nueve de la noche. ¿Qué clase de sádico habría puesto relojes de cuco en un motel? Supongo que era el ambiente. El reloj, las paredes de madera oscura, y los pequeños adornos rústicos debían de justificarle el nombre, Black Forest Motor Lodge. Max había hecho las reservas por teléfono. Es un lince con los nombres atractivos.Docenas de fichas estaban diseminadas por encima de la colcha de chintz, cada una con un hecho, un nombre o una idea. Hay gente que trabaja con libretas, otros se sientan a mirar el techo. Pero yo sólo consigo resolver un problema con fichas. Las coloco como soldaditos de plomo y las voy ordenando hasta que encuentro una teoría que encaja. Entonces grito «¡Bingo!» y las tiro.El bingo había salido hacía horas. No era ése el problema. El problema era demostrarlo. El asesino de Derrick había tenido suerte y, además, había pensado deprisa. Y por más que intentase reorganizar las cosas, era evidente que iba a necesitar la colaboración del sheriff Kiley.Se estaba acercando un automóvil, la luz de los faros se colaba por la ventana de mi habitación. Como un crupier recogiendo las fichas con su raqueta, reuní las mías y las metí debajo de la cama. Me daban un poco de vergüenza.Max entró sin llamar.—Le he traído, jefe. Sin problemas. Anda, si tú también tienes un reloj de cuco. Qué sitio tan mono, ¿eh?—La damita dice que quiere que hagamos un trato.El sheriff Kiley entró en el cuarto detrás de Max y cerró la puerta. Sólo un completo imbécil se referiría a Max como a una damita así que, al parecer, no tendría que modificar mi primera impresión.—Gracias por venir. Bien, siéntese.Adelanté una silla, uno de esos chismes rústicos hechos con ramas de árbol y almohadones, uno para el asiento y otro para el respaldo. Se sentó.Quiero aclarar una cosa desde el principio —dijo—. Si continúo con usted, Cavanaugh, y si resulta que su teoría llega a ser cierta... y no quiero decir que tenga razón, sino que siempre existe alguna posibilidad... lo haremos a mi modo. No quiero que interfiera, ni que hable con la prensa, ni que se ponga medallas.Sólo pretendo sacarles de la cárcel y cobrar mi cheque.Estupendo. Kiley cruzó sus larguiruchas piernas. Entornando los ojos, parecían otras dos ramas más de la silla arbórea—. La única razón por la que he considerado su oferta es la información que me ha sugerido la damita. Para serle sincero, es como si me hubiera echado el lazo.Max es una maravilla, de acuerdo. La media hora de conversación con Pamela me avivó la curiosidad. Al abandonar la mansión, la foto escolar de la muchacha ya no estaba en el marco de plata del vestidor de Derrick. Estaba escondida en mi chaqueta.Fui a The Sentinel a buscar a Max, la puse al corriente y le dije lo que pretendía. Un minuto después había acaramelado a su amigo para que nos prestara un despacho y un teléfono, prometiéndole que les rembolsaríamos las llamadas de larga distancia. Me limité a darle la foto y un puñado de información, y no es que le pidiera un milagro a cambio. De veras. Sólo quería hallar una laguna en el pasado de Pamela.A la hora en que empezaban a cerrar las oficinas de la costa Este, Max ya lo había logrado, y no era precisamente una laguna pequeña. Tuvimos que enviar copias de la foto y esperar contestación, pero había muchas posibilidades de que los Reardon tuvieran un impostor entre sus filas.Kiley seguía dudando, pero era un hombre a quien le gustaba agotar lodos los recursos. Cuesta creer que sea un engaño. Recuerdo cuando la interrogamos en el orfanato. Conocía todo lo relativo a su madre, cómo era, incluso algunos recuerdos difusos de su papá, cosas que había hecho con él, qué aspecto tenía el lugar. Podían haberla aleccionado.Supongo que sí. Pero, ¿por qué matarle ahora? No hubiera recibido nada hasta que modificara el testamento.Pero imagínese que Derrick la hubiera descubierto. Lo que hizo era un crimen, ¿no?Adopté una expresión de humildad sólo para que no se ofendiera—. Luego le conté el plan para la mañana siguiente. Considerándolo retrospectivamente, tal vez hubiera podido llevarlo a cabo sin confiar en aquel cateto. Pero estaba en juego la vida de una mujer y hacía mucho tiempo que había aprendido a no darle prioridad a mi ego sobre los clientes.Acompañé a Kiley por el polvoriento aparcamiento y nos estrechamos la mano junto a su coche.—Hasta mañana, Cavanaugh. Me acercaré a la mansión de camino a casa y cambiaré unas palabras con Hennesey. Le diré que puede existir un nuevo desenlace y que tiene que cooperar con usted.—Pero no le insinúe nada.—Claro que no. Ah, debería ocuparse del asunto de la bala ahora que dispone de un funcionario público. ¿Qué le parece allí, entre los árboles? Y podríamos usar mi pistola y una bala del calibre de la Policía para hacerlo más oficial.No entendí su lógica, pero probablemente era buena idea. Avanzamos unos treinta metros por el bosque y Kiley sacó el arma. Apuntó a un grueso roble desde una distancia oportuna y apretó el gatillo. El tío sabía disparar, tuve que reconocerlo.El eco resonó a través de los árboles y me figuré que se asomarían algunas almas curiosas del motel. Pero todo permaneció inmóvil como un cuadro.Kiley sonrió de su maña.—¿Tiene alguna navaja? —Negué con la cabeza—. Eso es lo que pasa con ustedes, los tipos de la ciudad. Nunca vienen preparados.Manteniendo la sonrisa cadavérica, Kiley sacó su navaja mientras nos dirigíamos hacia el viejo roble herido.Me dirigí a la mansión de los Reardon a las nueve menos diez de la mañana siguiente, tras dejar a Max enfadadísima en la oficina del sheriff. Le hubiera gustado asistir al entierro, por llamarlo de alguna manera, pero yo temía que la presencia de tanta gente lo echara todo a rodar.Le di las explicaciones a Hennesey, que pareció comprender. Me encontraba en la biblioteca cuando apareció el doctor Morfield, unos minutos después. Hennesey nos presentó y, cuando iba a salir, le detuve.—Antes de que se me olvide, quería hacerle una pregunta sobre las chimeneas. ¿Cada cuánto tiempo las limpian?Todas las mañanas, señor, si se han encendido la noche anterior.Miré la chimenea de la biblioteca y advertí que seguía llena de ceniza y leños carbonizados.Hennesey siguió la dirección de mi mirada.Bueno, sí. Por desgracia, las cosas han estado un poco patas arriba desde la muerte del señor Reardon. Como sólo está la señorita Pamela en la casa, he pensado que sería preferible despedir a algunas de las criadas. Me temo que algunas pequeñas tareas, como vaciar las chimeneas, se han quedado atrasadas.—Ya veo. —Cogí un atizador y, como por casualidad, estuve revolviendo en las cenizas—. Entonces, la última vez que se limpió el hogar fue...—No se ha hecho desde el día del asesinato. Por supuesto, la Policía vació la chimenea del dormitorio del señor y buscó entre la ceniza. Y se han encendido todas las noches las chimeneas del salón y del cuarto de la señorita Pamela. O sea, que las han limpiado regularmente. Pero las otras...—Comprendo. Gracias, Hennesey.Se inclinó en el mejor estilo de arrogancia —ya me estaba acostumbrando— y cerró la puerta de la biblioteca al salir.Era la primera vez que veía al doctor Morfield. Tendría unos cincuenta años y una hermosa mata de pelo blanco peinada hacia atrás, con un aire muy distinguido. Iba recién afeitado y tenía pocas arrugas, sólo en las comisuras de los ojos. Su aspecto era el de un hombre amigable.El pueblo entero no habla más que de usted, señor Cavanaugh. Supongo que ya lo sabía. Cuando estuve haciendo las visitas anoche, no escuché más que su nombre. ¿Piensa quedarse mucho tiempo por aquí? —Antes de que pudiera contestarle, se rió como con simpatía y cierto aire de disculpa—. Bueno, lo que quería decir en realidad era si había adelantado algo. La duración de su estancia estará determinada por los progresos en el caso, ¿correcto?Los progresos podrían ir más deprisa. Por eso quería hablar con usted. He leído su declaración en el informe y quería preguntarle un par de cosas.Vacilé un momento, y Morfield se apresuró a recoger la pelota.—Mi querido señor, no debe sentirse violento. Comprendo que su tarea consiste en encontrar alguna otra explicación. Y mi testimonio resultó completamente irrefutable. —Se sentó en un sillón—. Estaré encantado de repetírselo tantas veces como desee.—Perdone, señor Cavanaugh. —Hennesey apareció en el umbral—. Ha llegado el sheriff Kiley y quiere hablar con usted. Le he dicho que estaba con el doctor, pero dice que es urgente.—No se preocupe, vaya, vaya. Esta mañana no tengo prisa. —La mirada del médico reflejó cierto brillo de emoción—. Le esperaré aquí. Salude al sheriff Kiley de mi parte. Y tómese todo el tiempo que quiera.Me excusé y salí de la biblioteca con Hennesey, cerrando la puerta. El sheriff Kiley estaba esperándome en el vestíbulo. Me puse un dedo delante de los labios durante unos segundos, hasta que oímos girar la llave en la cerradura.—Se ha encerrado por dentro —susurró Kiley.—Volverá a abrir cuando termine.—Mordió el anzuelo, ¿no? No sé si fiarme de esa idea suya tan descabellada, Cavanaugh.—Ha picado, sí. No contaba conmigo para escurrir el bulto.—Tuvo que ser él, ¿verdad? —Kiley había recuperado su sonrisa de cadáver—. ¿Quién si no habría falsificado el certificado de nacimiento de Pamela y los informes médicos? También tenía que ser alguien que conociera a la familia y pudiera enseñarle lo que debía decir.Hennesey empezó a hablar en voz baja, como nosotros:—¿Quiere decir que fue el doctor Morfield, señor, y no la señora Reardon?Kiley dio un resoplido, cogió al mayordomo por el hombro y se lo llevó al salón.—Déjeme que le cuente cómo lo he resuelto. —Aquello no era más que un ensayo. La representación tendría lugar ante un puñado de periodistas—. Nunca me satisfizo la idea de encerrar a Elisa Reardon, pero las evidencias no me dejaron otra opción, y además debía dejar que Morfield se confiara.»¿Sabe?, el plan inicial era colocarle la chica a Reardon, convenciéndole de que era su hija Pamela. En cuanto la nombrara heredera, el viejo doctor de la familia le mataría y se repartirían la herencia. Eso era lo planeado. Pero Reardon lo descubrió.—Entonces, ¿la indigestión del señor Reardon era sólo una de sus claves? —Hennesey se volvió hacia mí, desconsolado—, Lo siento muchísimo, señor.—No se preocupe —dije—. Su jefe quería confrontar a Morfield con los hechos, por eso le llamó. El vino no fue envenenado hasta mucho después de la cena—Cavanaugh —gruñó el sheriff—, yo manejaré esto. —Volvió a coger por el hombro al mayordomo y se lo llevó más lejos—. Desde luego, el doctor debía de tener ciertas sospechas de que el asunto se había ido al traste; si no, no hubiera traído la pistola ni el veneno en el maletín. No sé qué ocurrió exactamente cuando Reardon se lo planteó, pero el médico consiguió de alguna manera darle el veneno mientras estaban solos.—¿Y el disparo, señor?Creo que, en eso, acerté. Quiero decir –Kiley se recobró rápidamente—, que había una bala en la chimenea, como dije, pero en la de la biblioteca. Morfield estaba solo allí, ¿recuerda?Me gustaría poder decir que mi ego no estaba sufriendo, pero así era. La explicación de la solución es siempre lo que más me gusta. —Desde luego, las pistas principales fueron lo de la mano izquierda y la almohada quemada —una pequeña pulla por mi parte. Explíqueselo, sheriff.Hubo un momento de silencio mientras Kiley se quedaba con la boca abierta. Pero la cerró en seguida con un chasquido.—No, Cavanaugh —la voz le sonaba gélida—, cuénteselo usted. Suena mejor.—Encantado. —Ya que no podía conseguir que Kiley pareciera idiota, al menos sí le haría sentirse como tal—. Morfield fue el único que se acercó al cuerpo. Dijo que le habían disparado y le pidió a Tom que se llevara a Elisa abajo. Cuando se quedó solo, sacó la pistola y disparó a Derrick en el otro lado de la cabeza, el izquierdo. Luego tiró al fuego la almohada que había usado para amortiguar el estampido.La revelación se pintó en la cara de Kiley.Por eso la señorita Elisa no percibió el olor. Sólo estuvo en la habitación antes de que el doctor Morfield quemara la almohada.—¿No ve lo brillante que es el sheriff, Hennesey? —Estaba pasándomelo en grande.Kiley se puso como la grana.—Gracias, Cavanaugh —dijo con entusiasmo, sin mucha sinceridad, y tardó varios segundos en calmarse—. En cualquier caso, ésa es la historia. Morfield quería que todo pareciera un suicidio. Pero, cuando aparecí en escena... bien, sabía que ordenaríamos la autopsia, y entonces envenenó el vino. Tenía que conseguir que el envenenamiento pareciera anterior a su llegada.—Fantástico, señor. —Hennesey estaba debidamente impresionado—. Y me figuro que el montaje de esta mañana es una trampa o algo así para conseguir probarlo...Con esas palabras, nos recordó que debíamos volver a la biblioteca. La puerta ya no estaba cerrada con llave. Morfield estaba sentado en una butaca, muy pagado de sí mismo y muy distinguido, a menos que se observara atentamente sus manos. Kiley le puso las esposas a las cenicientas manos y luego le registró los bolsillos. El casquillo de la bala de la Policía estaba en la americana de tweed, poniendo punto final.Si Morfield hubiera podido pensar con claridad, hubiera comprendido que Hennesey era un mayordomo demasiado eficiente como para dejar una chimenea sin limpiar durante una semana.Volvimos a la oficina del sheriff en dos coches. Mis clientes estaban en libertad y un funcionario acudió al colegio de la localidad a buscar a la presunta Pamela.Kiley nos estaba acompañando a la puerta cuando llegó el primer periodista, el amigo de Max. No hice el menor comentario.Se hizo una pequeña celebración en la mansión. Hennesey sirvió champán y todo el mundo bebió, aun a aquella temprana hora. Tom estaba radiante, besando a todo el mundo y hablando de matrimonio, mientras Elisa le iba quitando importancia. Comprendí cómo se sentía. Cuando uno se vuelve rico de repente, el compañero millonario deja de tener el mismo atractivo que antes.Max estaba sentada junto a la ventana, con la copa vacía en la mano. Tenía una sonrisa en los labios, pero no era más que por educación. Cogí una botella abierta de champán y me dirigí hacia ella, jugando a los mayordomos.—Gracias, jefe. —Echó un trago y se le borró la sonrisa—. Te dije que Kiley se llevaría todas las medallas.—¡Hey! —exclamé, sentándome en el brazo del sillón. Mis «heys» son muy elocuentes, pero esta vez no funcionó. Me saqué el cheque de Tom del bolsillo trasero del pantalón y lo agité en el aire—: ¿Qué tal unas vacaciones pagadas? Podrías tomarte unas.Lo conseguí. Max estuvo de un humor excelente durante todo el viaje de regreso a casa. Y yo también, hasta que llegamos a Manhattan. Entonces fue cuando recordé que mi abrigo y mi sombrero se habían quedado en la oficina del sheriff. Fin
Título original: Murder rewrapped