KUWAIT: CRÓNICA DE UNA INVASIÓN
Publicado en
marzo 18, 2012

La guerra del golfo Pérsico no empezó el 17 de enero con el bombardeo de Bagdad. Se inició más de cinco meses antes, el jueves 2 de agosto, cuando el ejército de Saddam Hussein irrumpió implacablemente en Kuwait, el diminuto país situado al sur y vecino de Irak. Asombrado ante la guerra relámpago de Saddam, el mundo se preguntó: ¿sería Arabia Saudita la siguiente víctima? Estados Unidos y sus aliados enviaron de inmediato a la región numerosas fuerzas, a fin de impedir tal posibilidad. Mientras, Saddam dio comienzo al saqueo sistemático, brutal y homicida del postrado Kuwait. Quien entienda la terrible fatalidad de esta nación, en otro tiempo próspera y pacífica, entenderá por qué estalló la guerra contra Hussein.
Por Ralph Kinney Bennett y Rachel Flick.
Fotos: © J. PAVLOVSKY/SYGMA; © MAHER/SIPA PRESS; ©AP/WIDE WORLD; © JIM CALVIN/SIPA PRESS.A SÓLO 200 metros de la frontera con Irak, la torre número 11 de la Compañía Perforadora Kuwaití se alzaba sobre los matorrales del desierto. Los trabajadores palestinos, egipcios y jordanos del turno de noche, y un ingeniero estadunidense laboraban en la plataforma, ajenos a todo lo que ocurría más allá de su ruidoso capullo profusamente iluminado por reflectores. El supervisor estadunidense Ed Hale dormía muy cerca de allí, en una casa rodante, cuando, a las 3:50 de la madrugada, el responsable de la maquinaria, Charlie Amos, entró de improviso en la casa rodante de Hale gritando: ¡Hay helicópteros por todas partes!
Hale salió corriendo y, al levantar la vista, percibió, pasmado, las oscuras siluetas de numerosos helicópteros iraquíes que pasaban en oleadas con rumbo al sur. Saddam Hussein había invadido Kuwait.Dos horas después, a las 5:45, las tropas iraquíes, en uniformes camuflados especialmente para el desierto, ocuparon el campo de perforaciones petroleras. A Hale, a Amos, a otros tres estadunidenses y a un mecánico inglés los metieron en unos vehículos y se los llevaron lejos de ahí. A las 8:00 se encontraban en la aldea iraquí fronteriza de Safwan.Hale vio boquiabierto el espectáculo que se ofrecía ante su vista. El carril que iba al sur estaba atestado de camiones llenos de soldados y de remolques que transportaban tanques. En el otro carril, el que se adentraba en Irak, se apiñaban autos RollsRoyce , Mercedes-Benz y Jaguar. Apenas habían transcurrido tres horas desde la invasión, y ya había comenzado el pillaje:EL ENFRENTAMIENTO NO FUE EN VANO
Maureen Meiers, estadunidense radicada en Kuwait desde hacía 23 años, miró su reloj de pulsera cuando su esposo kuwaití salió rumbo al trabajo: eran las 6:50. Decidió permitir a los niños dormir un poco más. En eso oyó un agudo traqueteo, como una andanada de cohetes, procedente de uno de los palacios reales vecinos. Quizá fuera el tronar del escape de un auto. De repente, una bandada de pájaros espantados pasó frente a su ventana, y Maureen supo de pronto qué estaba ocurriendo. Es Irak, pensó.
Despertó a sus tres hijos y los llevó al pasillo de la planta baja, que carecía de ventanas. Al rato vio con alivio que su marido regresaba a casa. Unos soldados iraquíes habían pasado corriendo frente al auto de su esposo y uno de ellos se había echado sobre la tapa del motor. Su esposo dio marcha atrás, viró para esquivar a otros vehículos, y regresó a su hogar.A las 7:30 el estadunidense Tom Kreuzman entró en su coche a los terrenos de la base de misiles defensivos Hawk, donde trabajaba como asesor técnico. Unos cuantos minutos antes, los ladridos de su terrier de Yorkshire lo habían despertado a tiempo para ver los helicópteros iraquíes que sobrevolaban velozmente su casa. Mientras Kreuzman se detenía en el estacionamiento de la base, cerca del campo petrolero de Ahmadi, al sur de la Ciudad de Kuwait, varios misiles Hawk salieron disparados por los aires e interceptaron a tres helicópteros iraquíes, que estallaron en llamas. El entrenamiento no fue en vano, dijo para sus adentros Tom. Se incorporó inmediatamente a la febril tarea de reunir el equipo de apoyo para las baterías de los Hawk, para organizar la defensa contra fa siguiente incursión.En el ínterin, la Ciudad de Kuwait se había convertido en un mosaico de combates callejeros, incendios y destrucción, mientras que en otros sectores las madres servían el desayuno a sus hijos y los esposos salían a trabajar, ignorantes de lo que ocurría. Un hombre fue al Ministerio de Salud a registrar a su hija recién nacida. "¿Está usted loco ?" , le dijeron. "¡Nos han invadido!"
MASCARADA ABSURDA
Al mediodía, se vivían en Kuwait muchas escenas surrealistas. A lo largo de la zona portuaria, junto a los hoteles de lujo, las tropas iraquíes cavaban trincheras y las cubrían con parasoles de playa para protegerse del quemante sol. En medio de aquel caos, los vehículos de la policía recorrían las calles como si hicieran rondas rutinarias. Se saqueaban las tiendas. Los soldados iraquíes acordonaron rápidamente el fabuloso mercado de oro de la ciudad para poder saquearlo a sus anchas. Los kuwaitíes, recordando el generoso apoyo financiero que su país había dado al nacionalismo palestino, se enfurecieron al ver que muchos palestinos participaban ávidamente en el pillaje.
Cientos de autos obstruían las calles céntricas, donde sus dueños los habían dejado, obligados por los soldados invasores. Se ordenó a los transeúntes congregarse en las aceras, ondear banderas iraquíes y agitar entre vítores fotos del presidente Saddam Hussein, mientras los camarógrafos filmaban la "espontánea" manifestación de bienvenida.El viernes por la mañana había cesado la mayor parte de la resistencia militar kuwaití. Kuwait era ya un país ocupado. Su pueblo, acostumbrado a conservar limpias y en orden las calles, caminaba con recelo entre las carrocerías humeantes de los vehículos civiles y militares, y entre algunos cadáveres que hedían en el calor. En los días siguientes, la urbe fue adquiriendo poco a poco cierta apariencia de normalidad. Los supermercados abrían unas cuantas horas al día, imponiendo el racionamiento. Varios grupos de vecinos quitaron los letreros de nombres de algunas calles y los números de las casas para confundir a los invasores. Pero muchos kuwaitíes, profundamente consternados, se recluyeron en sus casas, negándose a creer que su país hubiera desaparecido.Enfureció a los iraquíes que ningún kuwaití, ni siquiera los integrantes de los grupos políticos de la oposición, quisiera prestarse a figurar en la "fachada" del nuevo gobierno impuesto por Bagdad. Y en una absurda mascarada, algunos iraquíes se vistieron torpemente a la usanza kuwaití y aparecieron en televisión para anunciar la formación del nuevo gobierno.Los iraquíes que llevaban mucho tiempo viviendo en Kuwait se transformaron de la noche a la mañana. Un ex mensajero de comercios del centro de la ciudad se presentó al día siguiente de la invasión en uniforme de oficial iraquí, con las hombreras cubiertas de galones. En un edificio de apartamentos, un médico iraquí, viejo residente en Kuwait, comunicó a sus vecinos que ahora era "consejero" del gobierno iraquí. El hombre aquel empezó a saquear los apartamentos abandonados por personas que habían huido de la invasión. A muchos residentes les daba miedo hacerle frente, por las conexiones que tenía en el gobierno. A la postre, sacó de un edificio tres camiones llenos de objetos robados.La vanguardia de soldados iraquíes profesionales se vio pronto reforzada por una turba de conscriptos, en gran parte analfabetos, a quienes tenía deslumbrados la riqueza de los kuwaitíes. Durante el robo de un departamento, uno de ellos se quedó pasmado al entrar a un cuarto lleno de brillantes aparatos. "¡Es la cocina, tonto!", lo criticó uno de sus compañeros. Un ciudadano estadunidense se sobresaltó al ver a dos muchachos iraquíes de 15 y 16 años que, riéndose, se apuntaban a la cabeza con los rifles de asalto AK-47, cargados.El temor de los kuwaitíes se fue convirtiendo en terror a medida que cundían los actos de violencia desenfrenada. Cinco soldados iraquíes violaron a una muchacha jordana que andaba de compras en el mercado, y luego la dejaron tirada en una esquina. A punta de pistola, los invasores obligaron a un padre a presenciar la violación de sus cuatro hijas. En la estación de policía de Sabah al-Salem retuvieron desnuda a una joven y abusaron de ella repetidas veces en las semanas siguientes.
EJECUCIONES CAPRICHOSAS
La tortura era cosa de rutina. A algunos jóvenes los castraban, y luego los colgaban para que murieran desangrados. A otros les aplicaban descargas eléctricas en las orejas, los labios y los genitales, o los obligaban a sentarse sobre botellas rotas. A otros más les arrancaban las uñas de los pies y las manos, o les apagaban cigarros en los ojos. Y al enterarse de que muchos kuwaitíes habían jurado no afeitarse hasta ser liberados, comenzaron a arrancarles con pinzas los vellos faciales.
Cuando Mubarak Faleh al-Noot, gerente de una tienda de víveres, se negó a colgar en su establecimiento el retrato de Saddam, lo mataron de un tiro ante la vista de los empleados y los transeúntes. Al doctor Abd alHamid al-Balhan, director administrativo de un importante hospital oncológico, lo torturaron y le dieron un balazo en la cabeza por rehusarse a ayudar a los iraquíes a saquear el equipo médico. Al parecer, era lo más normal ejecutar a alguien a las puertas de su casa. Según un médico de la Media Luna Roja de Kuwait (equivalente a la Cruz Roja), los soldados llevaban a los prisioneros a su hogar, llamaban a todos para que salieran, y "entonces les disparaban a la cabeza, en presencia de sus familias". Este médico examinaba diariamente de cinco a diez víctimas. Una de ellas fue una niña de 12 años.Muchos de estos asesinatos eran brutales y caprichosos. Un hombre que esperaba el pan en la panadería del barrio se quejó a uno de los guardias republicanos de Saddam: "Ustedes nos han arruinado la vida". Sin más, el guardia lo mató de un balazo. A un automovilista lo sacaron de su vehículo en un puesto de vigilancia y, como le encontraron moneda kuwaití en la billetera, lo ametrallaron allí mismo.Deborah Hadi, ciudadana estadunidense casada con un kuwaití, llevó a toda prisa a su prima, que ya presentaba dolores de parto, al Hospital de Maternidad de Sabah. Allí vieron a otra mujer que, a punto también de dar a luz , gritaba porque los soldados le cerraban el paso en la puerta. Ante el horror de Deborah, uno de los soldados "le atravesó el vientre con la bayoneta, y la clavó en la pared". Deborah y su prima huyeron; el niño nació en su domicilio.No tardaron en formarse pilas de cadáveres en espera de que los identificaran. A algunos los almacenaban en los refrigeradores de los hospitales; a otros los sepultaban en fosas comunes, 30 a 40 cada vez. Los afligidos familiares que lograban recuperar los cuerpos de sus seres queridos afrontaban otras dificultades. Un empleado de la Media Luna Roja declaró a Amnistía Internacional: "Los iraquíes habían robado el equipo para entierros; hasta las mortajas en que se envuelven los cuerpos". En un cementerio, los soldados les pedían 100 dinares iraquíes (unos 350 dólares) a las familias que querían enterrar a un ser querido.
ROBO A GRAN ESCALA
Cada día que pasaba desde la ocupación iraquí, la ciudad, antes próspera, iba perdiendo vida y llenándose de escombros. Las calles estaban destrozadas por el paso de los tanques. La basura formaba pirámides en las calles. Subía humo de los edificios incendiados o alcanzados por el cañoneo; algunos ardieron varios días.
Y con la mirada fija en las ruinas se hallaba el rostro de Saddam Hussein, cuya efigie, reproducida en cerámica, en carteles o en estatuas hechas en serie, se alzaba por toda la ciudad. En una de ellas se leía: "Regalo del pueblo de Kuwait al gobierno iraquí, como felicitación por su llegada a este, su país".Durante mucho tiempo, los civiles iraquíes, empobrecidos por la estricta economía de la dictadura socialista de Saddam, habían observado con envidia a sus prósperos vecinos. Ahora bajaban en tropel, por avión, autobús o automóvil, a saquear. Innumerables taxis de Bagdad, con sus colores anaranjado y blanco, serpenteaban por las calles kuwaitíes con los portaequipajes cargados de televisores, acondicionadores de aire y alfombras orientales. Había tanques de combate deambulando por toda la ciudad; sus cañones sobresalían entre un caos de muebles, colchones, aparatos electrónicos y otros objetos de pillaje apilados en lo alto de las torretas. Quedaron vacías las agencias de autos, y muchas de ellas fueron quemadas.Pronto resultó evidente que gran parte del pillaje estaba organizado en gran escala por el gobierno de Saddam. Se calcula que se sustrajeron de las cajas fuertes de la Tesorería de Kuwait unos 4000 millones de dólares en efectivo y en oro. Se llevaron en camiones computadoras, copiadoras y máquinas de escribir, robadas de oficinas gubernamentales y de compañías privadas. Desmantelaron muchas fábricas. Se llevaron miles de tubos de aprovisionamiento de agua. Se robaron hasta los semáforos. La mayoría de los autobuses del transporte urbano se enviaron a Bagdad, y poco después se habilitaron rápidamente para dar servicio en las calles bagdadíes. Desapareció la maquinaria pesada para construcción. En una fábrica cercana a Basora, Irak, entraron día tras día camiones cargados de maquinaria, materiales de construcción, equipos de cocina y muebles de oficina procedentes de Kuwait. Los guardias señalaban entre risotadas los camiones y exclamaban: "¡Ali Babá! ¡Alí Babá!''Quizá lo peor haya sido que se despojó a los hospitales de su equipo médico. Una mujer que había dado a luz cuatrillizos prematuros encontró a sus hijos acostados en el piso de una sala desvalijada, de la que habían desaparecido las incubadoras. Tomó a los bebés en brazos y se los llevó a casa, donde murieron. Una mujer jordana y un hombre de negocios kuwaití fallecieron cuando les quitaron los aparatos de sustentación de la vida. Si algo no podía trasladarse, los iraquíes lo destruían, sin más ni más.
RECOMPENSAS POR ENTREGAR A OCCIDENTALES
Aunque, en general, no los molestaron el día de la invasión, los occidentales temían por su seguridad. Las mujeres se disfrazaban con vestidos árabes cuando tenían que salir. Otras personas pedían a sus amigos árabes que las acompañaran.
Los peores temores de los occidentales parecieron confirmarse el 16 de agosto, cuando los iraquíes les ordenaron concentrarse en dos hoteles de Kuwait. Ofrecieron recompensas por entregar a los occidentales y amenazaron con matar a quien los ocultara.A los occidentales que se presentaron voluntariamente los convirtieron, en recompensa, en "escudos humanos", y los apostaron en blancos probables de ataques aéreos estadunidenses. Sin embargo, la mayoría no respondió al llamado de Saddam. Tal fue el caso de Beth Hanken, estadunidense de 31 años, y de otros muchos que se escondieron.Una mañana, diez soldados iraquíes saltaron la reja del patio de la familia Hanken y tocaron a la puerta de la casa. Mientras su marido, Iffam, fue a abrir a los soldados, Beth corrió a la habitación de la criada, situada en el tercer piso. Vestida sólo con su camisón, Beth se acurrucó en el suelo del armario, se cubrió con un colchón y atrancó la puerta con una caja.Temblando, oyó que un soldado se ufanaba de que Irak había liberado a Kuwait. Luego obligaron a Iffam a subir por las escaleras. En la oscuridad, Beth oyó a su marido explicar a los invasores que la puerta del armario era una salida hacia la azotea, clausurada. ¡Por favor, Señor!, oró la mujer, ¡haz que se vayan! Después de registrar durante 15 minutos, los soldados salieron de la casa.Viendo perdida la defensa de la base de misiles Hawk de Ahmadi, Tom Kreuzman se escondió en el edificio de apartamentos en que vivía; no quedaba otro inquilino. Observó durante semanas cómo se desplazaban los soldados en su barrio, de casa en casa, saqueando y deteniendo a las personas. Había desprendido la parrilla del conducto del acondicionador de aire en el cielo raso de su departamento, y la aparejó con ganchos y sogas para poder cerrarla desde arriba. Una noche de octubre en que una docena de soldados rodeó su edificio, cogió a su terrier de Yoskshire y se metió en su escondite. A través de la parrilla vio que cuatro soldados desmantelaron sus dos aparatos estereofónicos y su computadora, empacaron el televisor y hurgaron entre su ropa.VALVULA DE PRESION
Kreuzman eludió durante los 23 días siguientes las oleadas de saqueadores. En una ocasión en que salió a buscar comida, no logró subir a tiempo al cielo raso y tuvo que ocultarse debajo de la cama; las botas de un soldado iraquí quedaron a unos cuantos centímetros de su cara. Una semana después, otros soldados regresaron con un hombre vestido de verde safari, el cual acudió después al departamento acompañado de dos mujeres civiles iraquíes. Con impotente furia, Kreuzman observó desde su escondite cómo desvalijaban el resto de su hogar. En unos cuantos días, no sólo robaron los fregaderos, los gabinetes y los baños, sino que incluso arrancaron los alambres de las paredes. A la postre se enteró de que aquellas mujeres eran prostitutas que habían "comprado" el derecho a llevarse lo que aún quedaba en su departamento.
Las penosas pruebas de quienes permanecieron ocultos terminaron de diversas maneras. Muchos huyeron osadamente a través del desierto. Beth Hanken y otras mujeres occidentales salieron del país gracias al decreto de Saddam de los primeros días de septiembre. Hombres como Tom Kreuzman y algunos "escudos humanos", como Ed Hale y Charlie Amos, salieron del país cuando el presidente iraquí, posiblemente apremiado por la presión internacional, dejó en libertad a todos los occidentales, a principios de diciembre.La mayoría de quienes huyeron no habían visto la Ciudad de Kuwait desde que se escondieron, y la desolación y la destrucción que reinaban allí los dejaron pasmados. Vieron edificios quemados por bombas incendiarias y departamentos con agujeros en las paredes, de donde se habían arrancado los acondicionadores de aire. Perros hambrientos que habían sido mascotas corrían por las calles en manadas aullantes. La arena del desierto se amontonaba en las calles, en otro tiempo limpias.Con sus instituciones saqueadas, sus comercios quemados, sus pozos petroleros minados y su pueblo desarraigado, torturado y masacrado, Kuwait se había convertido en "la provincia 19" de Irak; en un Estado-guarnición repleto de tanques, tropas, casamatas y trincheras..., en espera de su liberación.