EL MUERTO Y YO (Brent Haywood)
Publicado en
marzo 11, 2012
El campo petrolífero paga bastante bien, así que puedo permitirme tener un buen coche, un Cutlass de dos puertas que parece nuevo y marcha bien hasta cuando llueve. También tengo un cassette para cuando conduzco solo, que suele ser casi siempre. Esta vez también iba solo, si exceptuamos al muerto.
Y aunque no lo exceptuáramos, seguiría yendo solo. No estaba allí. Estaba muerto. Para el caso, podía estar en Cleveland. Tal vez sea allí donde vamos al morir. La única cosa que sabía con certeza era que primero estuvo en la carretera, luego en mi coche y ahora ya no estaba. Probablemente, estuvo en el pantano, el pantano Lafourche, antes de llegar a la carretera. Traía las ropas mojadas y chorreantes, más mojadas aún que la lluvia que caía, y se pegaban a su cuerpo. Tal vez debería decir al cuerpo. Cuando estás muerto no posees nada, ni siquiera un cuerpo. Es totalmente cierto. Puedes preguntárselo a un abogado. Hay muchos en las páginas amarillas por si no me crees.Llevaba al tipo a un hospital cuando me dejó. Fue exactamente así: estaba ahí, no hacía ruido ni nada, pero estaba ahí, y al momento siguiente se había ido. No dejó escapar un gemido, ni tuvo espasmo alguno, ni nada de eso que sale en las películas. Simplemente, se marchó, dejando el cuerpo atrás para que me ocupara de él.Lo primero que hice fue apagar el cassette. Me sentía raro escuchando a Tammy Wynette con un muerto.Así que fui a By Pass y busqué la oficina del sheriff. Estaba al lado de la autopista. Dejé el cuerpo en el coche y me metí dentro. Detrás de un gran mostrador de fórmica había un escritorio, alrededor del cual se sentaban dos tipos, uno joven y el otro viejo. La luz de los fluorescentes me hizo bizquear.—¿Necesita algo? —me preguntó el joven.Parecía aburrido. Cuando entré, estaba conversando con el viejo en francés del Cajún.—Necesito ayuda. Tengo un muerto en el coche.Te diré que, después de esto, se les pasó el aburrimiento. El joven corrió a mi coche y el viejo me sentó en una silla de madera y empezó a hacerme preguntas.—¿Nombre?—Andrew Norton.—¿Profesión?—Ayudante de perforación.—Ya veo. Un chico del petróleo. ¿Para quién trabaja?—Para Perforaciones Gulfpride. Torre 93.—¿Sí? Tengo un primo trabajando para la Gulfpride. Está en la 48, en medio del pantano de Baton Rouge. ¿Conoce al viejo Freddie Lebeaux? Le llaman Mr. T y...En ese momento volvió el joven. Y no parecía muy contento. Me miró y le dijo al viejo:—Tenemos aquí a un tipo listo, sheriff. No hay nada en el coche, excepto una bolsa llena de ropa de trabajo.Imagínate mi sorpresa.El joven se acercó a donde estaba sentado y empezó a golpearme el pecho con su índice mientras decía un montón de cosas desagradables sobre mi madre y sobre mí. Después, me advirtió sobre lo que me pasaría si iba a los pueblos de los demás intentando que todos quedaran como tontos. Y cuanto más hablaba, más se calentaba. Normalmente, no suele gustarme que me golpeen con un dedo en el pecho mientras dicen cosas desagradables y, para ser sinceros, tampoco me gustó esta vez. Estuve a punto de hacer algo pero, de repente, me sentí muy cansado. Tal vez el viejo sheriff se dio cuenta de lo cansado que estaba o quizá no se dio cuenta, pero el caso es que apartó al chico.—¿Acaba de salir?—Sí, señor. Hace un par de horas.—Con este tiempo habrá tenido un buen viaje en bote, ¿eh?Asentí con la cabeza. La tormenta había impedido que despegaran los helicópteros y habíamos hecho un viaje de diez horas en bote. Todo un balanceado y mareante día, tras una noche dedicada al trabajo más duro del mundo: abrir camino para una barrena. Apenas si puedo describírtelo. Imagínate algo realmente duro, sucio y peligroso y, sea lo que sea lo que hayas imaginado, abrir camino para una barrena es peor aún. Sí que estaba cansado, sí.—Y habrá tomado un par de cervezas, ¿eh?—Sí, señor. En el bar que hay al pasar Golden Meadow. Tomé dos o tres...—¡Golden Meadow! Jesús, hijo. Alégrese de no haber parado en ese pueblo con su historia del cadáver. En Golden Meadow no se andan con bromas.En eso tenía razón. Su voz era suave y cálida, lo bastante amistosa como para hacerme pensar que nunca hubo un cadáver en mi coche.—Siento mucho todo esto, sheriff. Debo de estar bastante cansado. Si no le importa me iré a casa.—Vamos, cálmese. No ha pasado nada. Puede marcharse. Todo el mundo tiene derecho a colocarse un poco, ¿eh? Vaya con cuidado. ¿Vale?Le dije que lo tendría y me dispuse a salir. El joven no parecía muy contento, pero mira, eso era algo que yo no podía evitar. Me daba la impresión de que había un montón de cosas que no podría evitar.La lluvia había amainado, convirtiéndose en una llovizna que me refrescó agradablemente la cara mientras caminaba hacia el coche. No me preocupaba haberla agarrado tras una semana en alta mar, pero prefería no alucinar con muertos. Uno es así.Me metí en el coche y encendí el motor. El viejo sheriff de Cajún se había portado muy bien conmigo y me sentía agradecido. En la mayoría de los pueblos que bordean los pantanos no trataban tan bien a los forasteros, sobre todo si son gentuza del petróleo. Me volví en el asiento para dar marcha atrás y mi mano rozó un hombro húmedo.Era el muerto.Aún estaba ahí, y aún estaba muerto. O él no estaba ahí pero sí estaba su cuerpo. O el cuerpo.Lo que fuera. No iba a permitirme el perderlo de vista. Apreté la bocina, fuerte y durante mucho rato. Seguramente, me habrían oído en Cleveland si se hubieran preocupado en escuchar. La puerta de la oficina del sheriff se abrió y vi al chico en la puerta, enmarcado por la luz del interior. El viejo iba detrás. Seguí con la bocina. El joven llegó corriendo, el viejo le seguía cojeando. Dejé descansar la bocina.El joven rodeó el coche hasta llegar a mi lado y se cogió a la ventanilla. Me agarró del cuello de la camisa y volvió a gritarme cosas feas sobre mí y sobre mi madre. Abrí la puerta con fuerza. La manilla le golpeó en la cadera y se vino abajo. Salí del coche antes de que pudiera recuperar el equilibrio y se me echó encima, balanceándose. Esquivé su primer puñetazo y se oyó un disparo.El sheriff había disparado al aire.—León, hijo, ¿por qué no vienes aquí? —dijo cuando consiguió nuestra atención.El chico rodeó el coche hasta ponerse en el otro lado. Respiraba pesadamente.—Y ahora, ¿por qué no le echas una miradita al coche, eh? —dijo cuando le tuvo a su lado—. Y cuéntale a este viejo cojo lo que estás viendo.El chico también vio el cadáver. Tenía mis dudas, pero ahora éramos tres los que habíamos visto el cuerpo, y eso quería decir que estaba realmente allí.El sheriff miró a su ayudante. —¿Qué hay ahí dentro, León, hijo? —¡Es un muerto, sheriff! —dijo por fin el muchacho. —¡Muuuy bien! Ahora, ve por una camilla para poder meterlo dentro.El ayudante volvió a la oficina y el sheriff abrió la puerta del pasajero.—Venga aquí, señor Andrew, y cuénteme cómo llegó este muerto a su coche.Se lo dije. No me llevó mucho tiempo. Eran cosa de las nueve cuando el bote consiguió llegar al embarcadero. Conduje todo el rato por la autopista 1, escuchando la cinta de Tammy Wynette, hasta llegar a Golden Meadow, tal y como ya le había contado. Al pasar Galliano, el tipo apareció a un lado de la carretera haciéndome señas. Estaba empapado y llovía tanto que paré. Dijo que estaba herido y yo le dije que le llevaría. Eso fue todo lo que dijo el tipo y todo lo que dije yo. Poco después, murió.León llegó con la camilla y la cargamos con el cuerpo. Tenía los ojos abiertos. Lo llevamos a la oficina del sheriff. Cuando nos acercamos al iluminado porche, me di cuenta de que le habían disparado. Tenía un claro boquete en el pecho y la camisa y el pantalón estaban teñidos de rojo. Le habían disparado por la espalda y la herida que dejó la bala al salir por el pecho era horrible. Era un milagro que hubiese sido capaz de hacerme señas para que parara el coche. Le metimos dentro y colocamos la camilla bajo el mostrador de fórmica.—¡Se lo juro, sheriff! —desvariaba León—. ¡Cuando miré en el coche no había ningún cadáver! ¡Le juro que...!—Vale, León, vale. Ahora ve atrás y trae alguna sábana para cubrirle.—¿Qué piensa de eso de que no viera el cadáver, sheriff? —pregunté cuando salió.—Diablos, yo qué sé. Estos chicos de hoy son tan alocados que rozan la estupidez. De todas formas, no por eso deja de ser un buen chico. Se pondría nervioso y se le pasaría. Perdone, tengo que hacer una llamada. El sheriff estaba haciendo la llamada cuando León volvió con la sábana. La explicación del sheriff no tenía sentido. El chico podía ser joven y excitable, incluso alocado, pero había visto mi bolsa. ¿Y cómo pudo ver una bolsa y no un muerto? No lo sabía, pero había montones de cosas que no sabía. Cuando trabajas en la perforación te acostumbras a no saber nada. Te pagan para que trabajes, no para que sepas.El sheriff colgó el teléfono y se acercó al mostrador.—Era el forense de la zona, vive en Larose. No le importará esperar por aquí hasta que pueda venir a echar un vistazo, ¿eh?Le dije que no me importaba y me senté. Podía oír la lluvia arreciando afuera. El sheriff volvió a la mesa y siguió con sus llamadas.—Vaya tormenta, ¿eh? —le dije, a León.León agitaba la cabeza mientras colocaba la sábana.—¡Se lo juro! Miré en el coche y le juro que no vi ningún cadáver. Y miré muy bien. Muy, muy bien.Y siguió así. Tal vez era sólo cansancio pero, cuanto más tiempo estaba ahí sentado, más le creía.El forense llegó cuarenta y cinco minutos después. Tenía el aspecto que tienen todos los médicos de pueblo en las películas: gafas sin armazón, maletín de cuero y gestos afanosos. Probablemente trajo al mundo a León y le dio el cachete para que respirara por primera vez. El forense habló con el sheriff y le quitó la sábana al cadáver.—¡Vaya! Si no me equivoco es el chico de Willy Terrebonne.Se inclinó sobre él para echarle un vistazo más de cerca. Apartó el pelo mojado y le quitó algo de porquería de la cara. El sheriff también se acercó.—Vaya, creo que tiene razón. Ahora sí que parece el chico del viejo Willy. Se llamaba Raymon, ¿verdad?—Mmmm —respondió el forense, abriendo el maletín.Mientras examinaba el cadáver, el sheriff le contó lo que había pasado. León pareció aliviado cuando el sheriff olvidó mencionar la parte en la que él miraba el coche sin ver el cadáver.Al rato el forense se enderezó.—Bueno —dijo—, parece que le dispararon con algo de un calibre respetable. Y parece que fue mientras nadaba. La sangre de sus ropas parece desteñida, ¿ven? La bala que le atravesó debe de estar en el fondo del pantano.El sheriff agitó la cabeza.—Será mejor que llame al viejo Willy para que se acerque por aquí.El forense asintió y volvió a colocar la sábana sobre el cadáver. Cuando terminó su triste tarea, el sheriff se acercó a mí.—Llamé a Gulfpride hace un rato y me confirmaron que trabaja para ellos. Ya puede irse a casa, pero antes escriba aquí su dirección y su teléfono. ¿De acuerdo?Rellené la tarjeta que me tendía y se la devolví, dispuesto a largarme.El sheriff leyó lo que había escrito.—Muy bien —dijo—, es la misma dirección que me dieron en la Gulfpride. Conduzca con cuidado. Le llamaré si le necesito.—Sí, señor —dije, y salí por la puerta.Diluviaba otra vez y en el trayecto hacia mi coche me quedé empapado. Pude haber corrido, pero no tenía ganas. Conduje hasta Nueva Orleáns sin parar. Al llegar a mi apartamento, tenía un espantoso dolor de cabeza. Aún llovía cuando me arrastré hasta la cama.Cuando me desperté, el día era seco y soleado. Tenía la mente turbia, pero había desaparecido el dolor de cabeza. El cambio de tiempo hacía que cualquier cosa que hubiera sucedido la noche anterior pareciera un sueño. Miré el reloj de mi cama. Eran las dos y media de la tarde.Me duché, me afeité y repasé la cocina. Como de costumbre, mi semana en alta mar había dejado el contenido del frigorífico con un aspecto algo rancio. Hice café y me lo bebí en el porche trasero mientras intentaba alegrarme ante la perspectiva de una borrachera-de-vuelta-de-alta-mar. Me la había ganado. El aire estaba limpio tras la tormenta, agradable y cálido. Decidí llamar a un amigo y volví al interior, al aire acondicionado y al teléfono.Mi amigo no estaba en casa, pero sabía dónde paraba. Se llama Mike Prophet y es un tipo inteligente, aunque no lo bastante como para ganar dinero con ello. Trabaja en el desvío al cementerio como guardia de seguridad de un edificio de oficinas de Poydras. Cuando no está trabajando o durmiendo, juega al ajedrez o bebe cerveza en un bar llamado La Hoja de Arce. Es un jugador de ajedrez espantoso, cosa bastante rara, porque es muy listo para todo aquello que no le proporciona dinero alguno.Pensé en acercarme a La Hoja de Arce y localizarle allí. Mike es un buen tipo al que arrimarse; se haría cargo de mi historia con el muerto. Me puse el traje de tomar copas y fui por el coche.El Cutlass. Cuando lo vi, sentí que me golpeaban el estómago. Tenía un aspecto infernal. Las dos puertas estaban abiertas y tenía fuera la capota. La ventanilla del lado del pasajero estaba astillada y los sillones acuchillados. El relleno estaba por todas partes. El asiento trasero estaba fuera de su sitio y el motor era un asco. Y habían descerrajado la guantera. No parecía faltar nada (el estéreo aún estaba allí), pero todo estaba destrozado.Lo reconstruí lo mejor que pude. La cinta de la noche anterior estaba aún en el aparato y Tammy Wynette cantaba a pleno pulmón cuando me introduje entre la circulación. Mi estómago se calmaba poco a poco.Aparqué frente a La Hoja de Arce y vi a Mike ante el tablero de ajedrez que había al lado de la puerta. Estaba jugando con un viejo irlandés llamado Murphy que siempre le ganaba. Me metí dentro y Mike levantó la cabeza del tablero.—¿Qué hay, Andy? ¿Cuándo has llegado?—Anoche, y aún estoy sobrio.—Tienes el coche hecho un asco. ¿Qué ha pasado?—Ahora te cuento —dije, acercándome al bar.—Jaque en dos jugadas —oí decir a Murphy mientras el camarero me servía las cervezas.Puse las tres cervezas en el tablero. Ya estaban colocando las piezas para otra partida.—Gracias, Andy —dijo Murphy—. ¿Por qué no echas una?—Vale —respondí sentándome en el sitio de Murphy. Se acercó a la barra mientras yo movía dos pasos el peón del rey. Mike movió uno el de su reina.—¿Qué le ha pasado al Cutlass?—Vándalos. Alguien lo destrozó para divertirse. No falta nada. Debió de ser esta mañana temprano.—¿Sí?Mike utilizaba una defensa que me enseñó en otra ocasión; siciliana, se llamaba. Juego un poco al ajedrez cuando estoy en alta mar, y normalmente no tengo más problemas que Murphy en derrotar a Mike, pero es más fácil todavía si utiliza la siciliana. Mike lee demasiados libros de ajedrez.—Sí. Los chicos del vecindario. Algunos son un poco salvajes, pero espera que te cuente lo que pasó anoche.Mike se quedó quieto un minuto mientras pensaba su próxima jugada.—¿Qué pasó anoche? —preguntó después de mover.—Tuve un muerto en el coche —respondí tras mover a mi vez.Mike levantó la cabeza del tablero. Tiene una manera especial de mirarte, como si pensara que estás loco. Gira la cabeza hacia adelante y te mira desde arriba, mientras en su rostro se dibuja una media sonrisa afectada.—No es una broma, Mike —le dije cuando me miró así—. Un muerto.Y le conté toda la historia. Es más fácil jugar cuando estás contando algo que cuando lo estás escuchando y, cuando terminé mi historia, estaba a una jugada de cargarme la reina de Mike.Miró al tablero más tiempo del normal y le dio una palmadita a su rey.—Vamos a tu casa —dijo—. Tengo ganas de beber algo.—Claro —respondí, pero me pareció extraño.No me extrañaban las ganas de beber. A Mike siempre le apetece beber algo. Me extrañó lo de hacerlo en mi casa. Tengo aire acondicionado y Mike odia beber allí. «Me gusta sudar cuando bebo», solía decir.De todos modos, dejamos el ajedrez y montamos en el Cutlass. En la avenida Carrolton paramos en una tienda para comprar cervezas. Mike estaba muy callado, fumaba cigarrillos y miraba hacia adelante, al vacío. No lo tomé como ofensa. A veces, se pone así.Pero, cuando llegamos a mi casa, Mike salió del coche de un salto antes de que parara. Corrió hacia la puerta sin ofrecerse siquiera a llevar las cervezas. No tenía sentido. Tal vez tuviera unas ganas locas de ir al baño. Pero, si era así, correr no iba a servirle de nada. La puerta del apartamento estaba cerrada y la llave descansaba en mi bolsillo.Me equivocaba, la puerta no estaba cerrada. Mike desapareció en el interior. Supuse que había olvidado cerrarla con la sorpresa de ver mi coche destrozado. Me reí de mi despiste, saqué la cerveza y le seguí. Lo que se veía por la puerta abierta me cortó la risa de golpe.Mi apartamento estaba destrozado.Mike no me dio tiempo a enfurecerme.—¿Falta algo? —me ladró—. ¡Compruébalo! ¡Rápido!Me quitó la cerveza y se dirigió a la cocina. Miré alrededor.El equipo estéreo estaba, no en su mueble, pero sí en el suelo. Los discos, tirados por todas partes, igual que los cojines del sofá y las sillas. Habían movido todos los muebles, algunos estaban boca abajo. Por lo que podía ver, no se habían llevado nada.El dormitorio estaba igual: ropa, almohadas y sábanas por todas partes. Ni se habían molestado en robar el televisor.Mike examinaba la ventana de la cocina.—Debieron de entrar por aquí y se largaron por la puerta delantera. ¿Falta algo?—Nada —respondí. La cocina también estaba destrozada—. Malditos críos.—No han sido los críos. Éstos eran muy creciditos. Igual que los del coche. No han sido ni muy corteses ni muy listos, pero buscaban algo.—¿El qué? ¡Jesús! Si todo lo que tengo son cintas de Tammy Wynette —exclamé cogiendo una cerveza del frigorífico.—Podría adivinarlo. O saberlo sin lugar a dudas. Tendríamos que acercarnos a los pantanos.—No te entiendo.—A By Pass. A donde encontraste el muerto antes de que lo estuviera.—Sigo sin entenderte.—Yo tampoco estoy muy seguro de entenderlo, pero quedarnos aquí no va a solucionar nada. Se está haciendo tarde y necesitaremos luz del día. Pon la cerveza en la nevera portátil, si es que puedes encontrarla entre todo este barullo y vamos a mi casa. Necesitamos mi coche. —Diablos, Mike. Ese Valiant tuyo ni siquiera tiene radio.—Tendrás que conformarte. Conocen tu cacharro y es preferible que no nos hagamos notar.Esto me hizo sonreír. Mike estaba tocado, pensando y hablando como Philip Marlowe o alguien por el estilo. Le he visto así antes y no hay manera de frenarlo. Hay que dejarle e intentar mantenerte a su altura. Y esperar que lo resuelva todo antes de venirse abajo.Cogí la nevera y la llené. Montamos en mi coche y nos dirigimos hacia la calle Oak. Mike miraba todo el rato por la ventanilla trasera. Cuando estuvimos ante La Hoja de Arce, me dijo que saliera.—¿Por qué? ¡Vives a tres manzanas de aquí!—Maldita sea, sal fuera. Ten confianza en mí. Vamos a tomar una copa.—No lo entiendo, Mike —respondí, frenando.—Sal y échale una mirada a ese camión, pero no te pases.Salí y miré a mi alrededor mientras cerraba el coche. Un Chevrolet verde con manchas rojas nos pasó de largo a escasa velocidad. Entramos en el bar y cogimos dos cervezas. Mike me llevó hasta el jardín de atrás. Resulta agradable tomar una cerveza al atardecer o en una noche cálida. Aire fresco, un par de plataneros en el patio y una valla delimitándolo todo. No nos sentamos en el patio. Cogimos una silla cerca de la salida, desde donde podíamos ver la calle Oak, a través del bar y la cristalera del frente.—Observa —dijo Mike.Observé. A los pocos segundos, pasó el mismo camión. Seguí observando. Al minuto o así pasó otra vez.—¿Reconoces a esos tipos? —preguntó Mike. Ante mi negativa, siguió hablando—. Empezaron a seguirnos a dos manzanas de tu casa. Saltemos la valla.Así lo hicimos. En el patio había una pareja bebiendo, pero no parecieron darse cuenta. Pasan montones de cosas en Nueva Orleáns sin que nadie se dé cuenta. Caminamos tres manzanas por la calle Zimple y volvimos a Oak, donde Mike tenía aparcado el coche. Me eché al suelo y Mike puso en marcha el viejo Valiant entrando en la circulación. El camión estaba aparcado a cierta distancia de mi coche, esperando que saliéramos de La Hoja de Arce. Un par de manzanas más adelante, Mike dijo que podía levantarme.—Jesús, Mike, nos hemos dejado dos cervezas en La Hoja de Arce y una caja casi entera en mi coche. A este paso no conseguiré una buena borrachera antes de volver a alta mar. ¿Y qué pasa con esos tipos que nos siguen?—No te preocupes. Pararemos para coger más. Ahora, cuéntame toda la historia otra vez, empezando antes de que el muerto estuviera muerto.Así lo hice. Paramos por cerveza en la avenida Claiborne y nos encaminamos hacia el puente de Huey Long. Yo bebía y hablaba y Mike conducía y escuchaba, fumando Chesterfield y echando el humo por la ventanilla. Una vez pasado el puente, a los pocos kilómetros, nos metimos en el pantanoso paisaje que parece adueñarse de todo el sur de Luisiana. Desde la autopista no parece gran cosa, pero adéntrate por uno de esos pantanos de aguas estancadas un par de recodos y te encontrarás en la tierra de los dinosaurios. Cada arroyo y cada sauce llorón son exactamente iguales a los demás. A veces, encuentras alguna gasolinera semiabandonada y, si no fuera por eso, te sentirías como el único ser humano que queda en el mundo. Es una sensación fantasmagórica. Y ya puedes olvidarte de salir. Todos esos pantanos son de un solo sentido; a no ser que hayas crecido en Cajún. Y no es mi caso.Le conté a Mike la historia entera tres veces. Me interrumpía de vez en cuando para comprobar si había entendido algún detalle, o para asegurarse de que se lo contaba bien. Casi todo el rato se limitó a conducir, a beber y a escuchar. Yo, mientras, me dedicaba a beber, y acabé cansándome de contar la misma historia una y otra vez.En Raceland dejamos la interestatal 90 y nos metimos en la autopista 1, la que conducía al pantano Lafourche. Mike dejó de hacer preguntas. En Larose se desvió y paró en una pequeña gasolinera. En una ventana se leía un letrero: carne de caimán: $ 6/KG. Pensé que iba por cigarrillos, pero volvió con un periódico y me lo dio.—Échale un vistazo. Mira a ver si mencionan a tu muerto.Sí que lo mencionaban. Traía su retrato en primera página, bajo un titular que decía: hombre asesinado en el pantano lafourche. Le leí en voz alta el artículo. La historia estaba contada con pelos y señales. Incluso pusieron bien claro mi nombre. Lo único que no mencionaban era lo de que el ayudante no vio el cadáver la primera vez que se acercó al coche. No podía culparles por eliminarlo, era un detalle demasiado estúpido. Al final del artículo, citaban un comentario del sheriff. Creía que el asunto estaba «relacionado con drogas».Mike soltó un «Hum» y no dijo más. Seguimos viajando.Un par de kilómetros después, me dijo que me tirara al suelo.—¿Por qué?—Sólo hasta que pasemos By Pass. Por ahora, será mejor que el viejo sheriff no sepa que andamos por aquí. Así que escóndete abajo, con la cerveza.Así lo hice. Mike parecía tenerlo todo muy pensado. Atravesamos By Pass y pude levantarme.—¿Crees que puedes encontrar el sitio donde recogiste al tipo? —me preguntó.—No sé, Mike. Es posible. Estaba en las afueras de Galliano, creo. Llovía y estaba muy oscuro, pero suelo pasar mucho por allí.—Bueno, iremos hasta Galliano y volveremos. Lo localizarás con más facilidad yendo hacia el norte.Parecía buena idea. Intenté recordar la noche anterior, oscura y lluviosa. La carretera 1 no se desvía mucho en dirección al sur. Si así fuera, uno se acordaría. Ignoré el paisaje y me concentré en la carretera. Dejé que los ojos se me cerraran un poco. A veces creía que tenía localizado el sitio, pero luego descubría que no era así. Avanzamos un largo trecho recto, luego una curva, y entonces lo supe.—Aquí es, Mike. Justo aquí.—¿Sí?—Sí, es aquí. Aquí es donde le recogí. Puedo cerrar los ojos y aún lo veo.Mike salió de la carretera y se metió en el terraplén blanco y crujiente que la bordeaba. Media Luisiana está pavimentada con pequeñas conchas blancas que salen de los lagos y pantanos. Crujen cuando las pisas. Mike y yo caminamos por el terraplén hasta donde empezaban la hierba y la vegetación. Caminamos por el pantano a través de más hierba, más conchas y otra carretera. Empezaba a oscurecer y la cerveza se estaba calentando.—Por cierto, Mike, ¿qué estamos buscando?—Probablemente, cocaína.—Vale.Nada tenía sentido, pero estaba empezando a acostumbrarme. Soy ayudante de perforación, un eslabón de la cadena, trabajo siete días y descanso otros siete. No me pagan para pensar, así que no tengo mucha práctica. Vagamos por la espesura hasta el final del pantano. El agua era de color marrón oscuro y estaba casi estancada. El agua de un pantano siempre es negra y, a veces, se estanca del todo. Pensé en el muerto, antes de que muriera, nadando en esta agua, recibiendo varios disparos y, pese a todo, nadando. Lo imaginé saliendo del agua y corriendo, corriendo por esta misma hierba hasta llegar a la carretera. Tengo que admitir que el tipo tenía aguante. No era muy listo, a los listos no les disparan, pero tenía aguante.Ahora, no tenía nada.Caminé bordeando el pantano. La orilla era alta y cortada en seco por el agua corriente. Era una escalada difícil para cualquiera con lo que llovía, más difícil aún para alguien con un agujero de bala. Más lejos, a un centenar de metros, destacaba un viejo roble entre unos matorrales. Las raíces estaban al aire y la orilla había desaparecido. El tipo debió de subir por allí, si es que lo había visto en la oscuridad. Quizá tuvo suerte. O quizá sabía que el árbol estaba allí y hacia él nadaba cuando le dispararon. «Cuidado, Andy, empiezas a pensar. Y no te pagan para que pienses.» Estaba algo colocado. Me alegró que fuera Mike el que conducía.Acabé mi cerveza caliente y tiré el casco al pantano. La botella flotó un momento, llenándose de agua, y se sumergió.La había tirado en dirección al árbol. Caminé en la misma dirección. Oscurece rápido en Luisiana. Mientras miraba, el agua pasó de marrón oscuro a negro. La hierba ya no era verde y el roble viejo era más una silueta que un árbol. Aceleré la marcha, no para adelantarme a la oscuridad, sino porque sabía, igual que supe donde estaba el muerto sabiendo que ya no estaba allí. Corrí. Oí a Mike llamarme, pero no le hice caso, no aminoré la marcha.Estaba bajo el árbol, envuelto en plástico blanco, en una de esas bolsas de basura que uno suele tener en la cocina. Era resistente, con la forma de un ladrillo grande y más pesado de lo que parecía. Cuando me alcanzó, Mike respiraba pesadamente y entonces me di cuenta de que yo también respiraba pesadamente.—Es esto, Andy —me dijo—. Esto es lo que buscaban.—¿En mi coche? ¿En mi casa?Mike agitó la cabeza y empezó a toser. Fuma demasiado. Volvimos al coche.—No puedo creerlo —dije—. Destrozan mi coche, destrozan mil casa, ¡y matan a una persona! Y todo por esto. —Tiré el ladrillo blanco al aire y lo volví a coger—. No lo entiendo.—¿Cuánto crees que pesa?—No sé. Tres cuarto de kilo, o así. —Probablemente un kilo. Son mil gramos, y la cocaína se cotiza en Nueva Orleáns a cien dólares el gramo.—¡Cien mil dólares! ¡Santo Dios!Me metí en el coche, Mike encendió el motor y abrí otra cerveza.—Cien mil dólares —dijo—. Y además la manipularán, la cortarán con lactosa, o harina, o cualquier cosa que sea blanca y barata. Seguro que, por lo menos, se puede doblar la cantidad.Condujo el coche hasta la autopista.—No sé, Mike. Doscientos mil dólares por este ladrillo. Lo probé en una ocasión. Una chica con la que salía tenía un poco y todo lo que conseguí fue que me goteara la nariz y me molestaran los dientes. Seguiré fiel a la cerveza.Mike contestó con un gruñido que probablemente quería decir que estaba pensando en otra cosa.—¿Y ahora, qué? —pregunté.—Visitaremos a tu amigo el sheriff y le entregaremos esto. Después, le contaremos lo de los tipos del cochecito.«Doscientos mil dólares», repetí para mí.Recuerdo haber pensado en toda la cerveza que podría comprar con ese dinero. Hasta podría conservarla fría. Y ya no tendría que trabajar en alta mar.También pensé en otras cosas.Dejé caer el ladrillo al suelo, junto a las botellas vacías. No me gustaba la manera en que me hacía pensar. Era mejor que Mike pensara por los dos.—¿Cómo se te ocurrió todo esto, Mike? Cuéntaselo a este estúpido.—No estoy muy seguro de nada, Andy, pero tal y como veo las cosas, el muerto, Raymon, estaba en un bote. Pasa un montón de mercancía por el sur de Luisiana, y más ahora que Miami ha extremado las medidas policiales. Éste es un sitio perfecto para eso; centenares de pantanos imposibles de controlar. El chico debía de ser un guía, o algo así. Debió de querer una tajada mayor y saltó al bote con el ladrillo, en medio de la tormenta. Lástima que uno de sus jefes le acertara de chiripa.—Y el chico consiguió llegar a la orilla, esconder la mercancía y acercarse a la carretera. Eso no explica cómo llegaron a mí.—Lo sé. Sólo hay una explicación y no me gusta.—¡El sheriff! ¡Tenía mi dirección!—O su ayudante, ese que no vio el cuerpo.—¿Y llevamos la mercancía, doscientos de los grandes, al sheriff? ¿A un tipo que puede ser parte de todo esto?—Sí. Pero después de hacer una llamada.Así lo hicimos, o así lo hizo Mike. En una estación de servicio que hay en los límites de By Pass. Una gasolinera de esas anticuadas, con un tipo que te bombea la gasolina, te limpia los cristales y te comprueba el aceite. Mike hizo la llamada y yo pagué a un tipo para que hiciera todo lo demás. Después, nos dirigimos a la oficina del sheriff. Estaba exactamente donde recordaba que estaba. Y ya era lo bastante de noche como para que pareciera igual que el día anterior. Salvo por el tiempo, claro; no llovía. Y por el coche aparcado enfrente, un Chevrolet verde con manchas rojas.—No me gusta esto, Mike.—A mí tampoco. O tal vez sí que me gusta.—¿Qué?—Fíjate cómo empiezan a encajar las piezas. Aquí tenemos a los dos tipos que destrozaron tu casa y tu coche, haciéndole una visita al sheriff, que puede o no ser su amigo. Nosotros tenemos el kilo de cocaína sin cortar que están buscando. Y, en cosa de media hora, se presentará un agente del Departamento de Narcóticos para tomar posesión de ella.—Sería mejor que esperásemos en el coche hasta que llegara ese agente.Mike me dedicó otra vez esa mirada suya, alargando el cuello, mirando hacia arriba a través de las pestañas y con esa media sonrisa afectada, excepto que esta vez era él el que estaba chiflado. Sólo un loco se metería en esa oficina en aquellas circunstancias. Salimos del coche. Mike se dio cuenta de que llevaba el ladrillo.—Deberíamos dejar eso en el coche.—De eso, nada —respondí—. En este pueblo desaparecen las cosas de los coches. Lo digo por experiencia.Era la misma oficina bien iluminada, el mismo mostrador de fórmica y el mismo viejo sheriff con el mismo ayudante joven. El sheriff y León parecieron sorprenderse de verme, pero no tanto como los otros dos hombres. Eran unos chicos, de verdad, de diecisiete o dieciocho años. No parecían tan jóvenes cuando les vi conducir frente a La Hoja de Arce. Ahora se parecían a cualquiera de esos chicos de pueblo que se ven por toda Luisiana, enjutos, delgados como alambres y de cara sonriente, que podían llevar cualquier clase de bote a donde abundan los peces gato, los cangrejos o los camarones, y volver llenos hasta los topes. Pero no había nada de sonriente en la expresión de estos chicos. Estaban asustadísimos.—¡Señor Andrew! ¿Qué hace por aquí?—Hola, sheriff —dije, poniendo el ladrillo en el mostrador—. Mi amigo Mike dice que esto es cocaína pura. La encontramos hace media hora cerca del sitio donde recogí al tipo de ayer. Mike llamó al Departamento de Narcóticos y han enviado un agente. Llegará dentro de poco a recoger esto. No sé qué hacen esos dos chicos por aquí, pero esta mañana temprano forzaron mi coche y lo dejaron destrozado. Y luego, mientras tomaba una cerveza con mi amigo Mike, hicieron lo mismo con mi apartamento. Mike y yo los vimos. Nos siguieron en su Chevrolet. Supongo que fue uno de ellos el que disparó al tipo de ayer.—¡Guaaaauuuu! —El sheriff olfateó el aire—. Desde luego, ha estado bebiendo. Espero que fuera su amigo el que conducía —no sonreía demasiado al decir eso—. ¿Y me dice que uno de estos chicos mató a Raymon Terrebonne? No creo. Son bastante buenos disparándoles a los conejos, pero me cuesta creer que le dispararan a su amigo.El sheriff cojeó hacia los muchachos mientras continuaba hablando.—No, señor, no. Estos dos son buenos chicos.Los chicos se relajaron un poco. Entonces, el sheriff los abofeteó, a uno con la palma de la mano, al otro con el dorso.Nunca vi a nadie golpear tan fuerte con la mano abierta. El sheriff ya no parecía viejo y cansado. Con el sonido de las bofetadas aún en el aire, el sheriff empujó a los dos muchachos hacia atrás. Se sentaron de golpe en un banco de madera apoyado en la pared.—Y ahora me vais a escuchar los dos. Ayer por la noche tuve que llamar al padre de Raymon y decirle que su chico estaba muerto. Le conozco desde hace tiempo, igual que conozco a vuestros padres y madres desde hace mucho tiempo. No quiero tener que llamarles y decirles que tuve que enviaros a Angola. No, señor, no quiero, así que vais a contarme qué le pasó anoche a vuestro amigo Raymon.—Le juro, sheriff, que no sabemos nada de lo que pasó...Otra bofetada. Tan fuerte que hasta yo pude sentirla. Pero el chico la sintió más. Se le empezó a hinchar la cara y las lágrimas corrieron por la hinchazón.—Yo se lo contaré, sheriff —dijo el otro chico—. T-John, Raymon y yo estábamos la semana pasada en el lago Misere, fuera del pantano, ¿sabe dónde es?El sheriff asintió. T-John lloraba. El otro chico contó la historia con un suave acento de Cajún, en parte francés, en parte del sur de Luisiana.—Buscábamos rastros de nutrias, ¿sabe? Pensábamos atraparlas y hacernos unas bolsas con su piel. Teníamos permiso. Vimos aquel bote para pescar camarones y T-John dijo «Oye, mira eso», y yo me reía porque no hay camarones en el lago Misere. Pero Raymon no se reía, no, señor. Apagó el motor y fuimos a la deriva hasta unos cipreses. Nos pusimos a mirar. Tenían seis coches y los estaban cargando, y no cargaban camarones, no, señor, se lo aseguro. Entonces fue cuando Raymon tuvo la idea. Pensó que tendrían que pasar por el pantano para llegar al lago y que lo harían de noche. Así que vigilamos el pantano unas cuantas noches por si pasaba algo, y los vimos. Teníamos la piragua en la parte de atrás del camión. El camaronero iba muy lento y sin luces. El motor también hacía poco ruido, así que remamos con la piragua hasta él. Estaba oscuro y llovía bastante. Raymon pensaba acercarse, coger algo y salir corriendo, y eso hicimos. Pero le vieron, o le oyeron, o algo así. Hubo gritos y disparos. Raymon saltó al otro lado del bote y ellos siguieron disparando. Entonces el camaronero aceleró un poco. Buscamos a Raymon, pero no le encontramos. Entonces, cruzamos el pantano y miramos al otro lado de donde habíamos dejado el camión y le vimos haciendo señas al coche de este tipo. Volvimos al camión y empezamos a buscar el coche, hasta que lo encontramos aquí enfrente, con Raymon muerto dentro. Nos asustamos y lo sacamos del coche. Teníamos miedo de que llevara encima la mercancía y que usted recordara que siempre solíamos ir juntos. Entonces salió León y empezó a mirar en el coche mientras nos escondíamos en el cobertizo de los botes. Nos asustamos más todavía y lo volvimos a poner en el coche. Pensamos que el tipo tenía la mercancía, que debía de habérsela cogido a Raymon cuando estaba moribundo o muerto, y no nos pareció bien eso de que la tuviera después de que le dispararan a Raymon y todo eso, así que le seguimos hasta Nueva Orleáns sin encontrar nada. Y como luego todo el mundo sabía que Raymon estaba muerto y empezaron a buscarnos, León nos encontró y nos trajo aquí. Es la verdad, sheriff, se lo juro.El otro chico, T-John, había dejado de llorar. La voz del sheriff brotó en el mismo tono con que me habló la noche anterior.—De acuerdo, chicos, de acuerdo. Estáis metidos en un lío de los gordos, pero vamos a ver si podemos libraros de Angola.El sheriff le quitó la gorra a T-John y le alborotó el pelo. Parecía otra vez viejo y cansado.—Los chicos se metieron en su casa y en su coche. ¿Se llevaron algo?—Nada, sheriff —negué con la cabeza—. Sólo lo revolvieron todo, dejándolo hecho un asco.No lo dije furioso. Sólo lo dije porque era cierto.—¿Qué le parece si hacemos que los chicos le paguen los daños?—Está bien, sheriff. No se preocupe, sólo...—No. Tienen que hacer algo. Lo tienen sobre sus cabezas y, además, les han matado a su amigo. Han sido unos estúpidos y quizá se vuelvan más listos a partir de ahora. Ese camaronero con los traficantes debió de largarse hace bastante, pero quizá puedan contarle al agente de Narcóticos qué aspecto tenía. Eso estará bien. Pero tendrán que pagarle por lo que le hicieron. No tenían derecho a meterse en casa de nadie.—Bueno, me desmantelaron el Cutlass a conciencia. Diablos, yo qué sé.No lo sabía. Los chicos me daban pena. Se habían comportado como estúpidos y les habían matado a su amigo. El sheriff dijo que se aseguraría de que tuviera un tapizado nuevo si no presentaba cargo alguno. De todos modos, no los habría presentado.Entonces llegó el de Narcóticos e hizo todo lo que tenía que hacer. No tardó mucho en acabar con Mike y conmigo.Cuando nos marchábamos, León me llevó aparte.—¿Lo ve? —me dijo—. ¡Ya le decía yo que no había ningún muerto en el coche!Me limité a asentir. ¿Qué más podía decirle?Mike y yo volvimos a Nueva Orleáns. Llevaba un día de retraso en mi borrachera-de-vuelta-de-alta-mar, pero te diré que acabé cogiéndola. Me desperté en la sala de estar, al lado de un montón de discos de Tammy Wynette y sintiéndome como si estuviera en Cleveland.Fin