CIUDAD CRISTAL (Ariel Cruz Vega y Vladimir Hernández Pacín)
Publicado en
marzo 18, 2012
Para Beverly y Sheila
dos damitas de mucho cuidado.
Sidney estaba abierta a la barbarie de la posguerra.
Marvin abandonó el santuario de su amigo Greg y se dirigió al aeropuerto. La psiquis de Greg había sido afectada de modo permanente por el bombardeo alucinógeno desatado por las guerrillas secesionistas, de modo que ahora su amigo quedaba relegado a un mero número estadístico dentro de los daños colaterales de la guerra australiana. Ya no se podría volver a trabajar con él; una verdadera lástima.Marvin tomó el avión rumbo a CH. Ansiaba regresar a Cuba y contempló las nubes por debajo del transbordador estratosférico de las Aerolíneas Pacífico. La noche aplastaba el crepúsculo. Pensaba en las palmeras del viejo enclave Habana, cuando sonó el micro telefónico que tenía implantado en su oído izquierdo.–Marvin –dijo la voz.Una voz de mujer que susurra, dulcemente sintetizada. Él la reconoce y piensa incómodo que ésta es la misma mujer que ha estado llamándolo durante la última semana; una desconocida capaz de averiguar su número particular. Nunca lo llama a la misma hora. Ha tratado de que su ordenador en casa bloqueara esa llamada en específico, pero nunca lo ha conseguido. Quién sea parece ser bueno en lo que hace. Sin embargo Marvin, no se siente especialmente paranoico aún.–Aquí Marv –respondió–. Sigues insistiendo. Voy a terminar cambiando mi número.–Soy Yona. No cuelgues, me gustaría que me escuchases alguna vez. Tengo algo para ti.–Alguien te está mandando, Yoto. No sabrías mi número de otro modo.–El tiempo vuela, Marvin. En una gaveta tengo guardado un diploma de oro de Harvard. Informática, con especialización en Diseño Virtual. Debería bastarte eso; y que tengo un trabajo para ti.–Seguro –respondió Marvin–. Si eres tan lista, ¿porqué no lo haces tú misma?–Porque necesito a un experto en intrusión. Alguien de alto vuelo.Marvin sintió un poco de frío y reguló la temperatura de su chaqueta climatizada.–Hay un sitio que quiero que veas; en la Red –insistió ella–. Cuando llegues a casa...–No navegaré contigo, Yoto. No estoy buscando novia. Si necesitas una cita con alguien...–Me llamo Yona –lo interrumpió ella, pero había paciencia en su voz, como si pudiera perpetuar aquel juego eternamente–. Y todo lo que necesito de ti es que me hagas ese trabajo, Marvin.–No estoy interesado –aseguró él–. No te llevaré a ningún lado.–No tendrás que llevarme, Marvin. Yo te llevaré a ti. Al sitio que quiero mostrarte no podrías entrar aunque quisieras; está por encima de tu liga.Interesante algo así, pero sólo sería un farol que se estaba tirando la chica, en un intento de atraerlo.–¿Y cómo piensas llevarme allá, Yoto?–Yona –recalcó ella–. No te preocupes. Yo te localizo, y después te llevo.Marvin sonrió con incredulidad.–¡Oh! ¿Crees que te será tan fácil entrar en mi consola como dar con mi número? Me gustaría ver eso Miss Harvard.–Tenemos un trato, entonces, Marvin. Perfecto. Nos vemos en tu ordenador dentro de cinco horas.Y colgó. Estática. Marvin vuelve a sonreír y le pide un Whisky a la azafata.Marvin tenía un pequeño apartamento frente al litoral norte de CH, colindante con el casco histórico de la ciudad. Había una magnífica vista nocturna de las luces del archipiélago de domos piezoeléctricos a un kilómetro de la costa. En las noches, desde el balcón del apartamento, el mar parecía un espejo negro poblado de fosforescencias. Allí, con las placas sensibles de los neurotrodos pegadas a la sien y un suero fisiorregulador en su antebrazo, Marvin pasaba horas en el ciberespacio.Y el ciberespacio es la Red global de computadoras interconectadas, que hacen que el mundo del siglo XXI se deslice cómodamente sobre sus rieles; el medio virtual típico de la Era de la Información, a donde los millones de usuarios y operadores se conectan cada día para hacer funcionar a la nueva sociedad.Marvin no recordaba haber tomado nunca la decisión consciente de convertirse en un habitante de la Red. Había sucedido, sencillamente. Era su cultura, un medio familiar de protocolos comprensibles. Ni siquiera había estudiado cibernética formalmente. Programar involucraba una cantidad tan abrumadora de trabajo repetitivo que invariablemente acababa matando la fantasía de los creadores.Se sentó en el sofá con un vaso de añejo Habana Club en la mano y miró en derredor. Con el tiempo, había sucumbido a los encantos del comercio que propiciaba la Red. Se consideraba a sí mismo como un eficiente operador de lo intangible. Ya tenía veinticinco años y comenzaba a pensar en dejar atrás los retos intelectuales de la adolescencia, y en ganar un poco de respetabilidad en el mundo de los negocios.El único ornamento que tenía en el pequeño cubículo era un viejo holoposter del Museo Metropolitano de Historia Industrial, que mostraba un caravanserai musulmán del siglo XV.La figura tenía un microchip extraplano acoplado que, cuando lo tocabas, explicaba que los mercaderes de los caravanserai conocían a todos los señores feudales, políticos, y maestros artesanos de los tres continentes. Viajaban decenas de miles de kilómetros, desde Génova hasta Catay, por tierra, mercando, especulando, prosperando. De algún modo, Marvin se veía como uno de aquellos mercaderes del pasado; en ruta hacia la riqueza personal, utilizando las coyunturas del nuevo medio tecnológico que era la Red.–Marvin –dijo la consola–. Hola de nuevo.Verdaderamente sorprendido por la habilidad de la intrusa, Marvin se sentó al teclado. El ciberespacio tridimensional del monitor holográfico se abrió ante él como un complejo entramado de autopistas.–Estoy impresionado, Miss Harvard.–Deberías estarlo. Y mi nombre es Yona.En la pantalla apareció a relieve una cadena de rojos caracteres ariales:Y-O-N-A–¿Es ese tu verdadero nombre? –preguntó él.–Por supuesto que no, experto. Si ya te recuperaste de tu sorpresa, ¿estás listo para pasear, ahora?–Supongo que te lo debo, cariño –con un movimiento automático, Marvin fijó las placas de acceso, y conectó el suero a la válvula biónica en su antebrazo.El ciberespacio entró en su cabeza como una explosión de colores y geometrías infográficas. La representación de su consola era una pequeña esfera amarilla flotando en una de las retículas residenciales de las redes de infoestructuras del norte de CH.–¿Adónde vamos?–A Ciudad Cristal. Un telemático.–¿Una ciudad virtual? Nunca he oído hablar de ella.–Todavía no ha sido inaugurada. Es un proyecto corporativo.–Entonces no podremos entrar. Lo siento, cariño pero no tengo contactos que me proporcionen claves para entrar allí.–Tranquilo, Marvin, yo soy la programadora del proyecto.Yona era una voz que parecía venir de todas partes. El propio Marvin era totalmente incorpóreo. Viajaban entre corredores de luz azulada y complejas configuraciones geométricas, y el latido rítmico de la Red era un palpitar ubicuo en su mente.Se dirigieron hacia una pirámide refulgente y se detuvieron frente a la simulación de una puerta enmarcada en gigantescas columnas de trama espiral, decoradas con estilizadas esculturas de seres fantásticos. Yona generó frente a ellos una serie de caracteres y apareció el permiso de acceso. Un menú virtual se materializó, flotando a la derecha de Marvin.–En Ciudad Cristal no se admiten programas de video-manicure, ni avatares ajenos a los establecidos en este Entorno –le explicó ella–. Hay que presentarse en forma real, o escoger una de las morfologías estándar preprogramadas por los diseñadores del telemático. ¿Qué prefieres?–Prefiero mi forma real. Si ya accediste a mi identificación y a mi banco de datos, ¿qué sentido tiene que me esconda de ti?–Haré lo mismo. Y acéptalo como un cumplido. Nunca muestro mi verdadera forma.Y entonces, sin previo aviso, entraron. Marvin experimentó la abrupta llegada de los cinco sentidos a su mente y se tambaleó. Alguien lo sostuvo por la muñeca. Un contacto suave y agradablemente tibio que se retiró lentamente. A su lado había una chica de estatura mediana. Vestía jeans ceñidos, botas de caña alta, y un holgado V-Shirt a rayas rojas y negras. Yona usaba un pelo corto y castaño que resaltaba sus ojos negros y sus labios carnosos. Marvin despegó la vista de su cuerpo y contempló a su alrededor.Estaban en una ridícula calle de acero, iluminada. Había criaturas androides bípedas, de coraza metálica y absurdamente humanoides, que llevaban bolsas de compra para sus dueños, y en los cielos aparecían carteles volantes que anunciaban en neón:Productos Asimópolis de Ciudad Cristal
Las mujeres eran exageradamente elegantes, paseando junto a sus hermosos dálmatas, y robots con formas de platillos volantes que portaban las correas de gatos y de extrañas mascotas alienígenas, mientras los hombres vestían ropajes neogrecos que parecían algo estéticamente anticuado. Los edificios tenían un toque grotesco y la gente era llevada por aceras rodantes, y todo era limpio e impecable, metálico. En el cielo se entrecruzaban cohetes, vehículos estrambóticos de raro diseño, y personas en aerocicletas plateadas.–Nunca me gustaron los Entornos telemáticos –dijo Marvin volviendo su atención hacia los ojos de Yona–. Siempre me han parecido destinados a un mercado de adolescentes.–Tengo diecinueve años, si esa es tu pregunta –dijo Yona sosteniendo su mirada y obsequiándolo con una sonrisa encantadora–. Estoy completamente de acuerdo con tu definición pero esto no es un simple entorno telemático para adolescentes. Los diseñadores de este telemático se han propuesto como objetivo que Ciudad Cristal sea una auténtica recreación de los sueños de Isaac Asimov, un viejo autor de ciencia ficción literaria que hace casi un siglo soñó con un futuro como éste –y entonces añadió con amargura–: Por supuesto, los que quieran vivir en los sueños de Asimov tendrán que ser lo suficiente solventes para permitírselo.–Parece bastante convincente –repuso Marvin, contemplando las anchas autopistas aéreas que se alzaban a cientos de metros sobre las calles, tocando los edificios y bordeando las torres de cristal que poblaban el firmamento visible.Estaba claro que cuando aquel telemático estuviera operativo se convertiría en el acontecimiento del decenio.–¿Lo hiciste tú?–De cierta forma –dijo ella conduciéndolo por una calle lateral, en dirección a una colina cercana–. Es realmente un compendio de muchos paisajes visuales inspirados en multitud de libros de Asimov, compilación de arquitectura virtual basada en Inteligencia Artificial, y un montón de motores de generación 3D que hace de este sitio un lugar muy sexy, ¿no crees?–Lo de sexy es claramente apreciable –asintió Marvin, mientras se sentaban sobre la hierba.Los cohetes, edificios, y vehículos eran expresa e invariablemente fálicos. La mayoría de las mujeres eran rubias y generosas de busto, y vestían lindos vestidos de verano que las hacían lucir sumamente atractivas.Pero ninguna le pareció tan atractiva como la chica de ojos rasgados y cabello corto que tenía a su lado. Marvin descubrió de repente que la cercanía de la chica era perturbadora para él. No podía evitarlo. La miró detenidamente. Las luces procedentes de los cohetes de una rampa de lanzamiento creaban contrastes hechizantes en el rostro de Yona.Ella señaló a lo lejos.–Lo más importante en esta virtualidad es que los apuestos héroes siempre triunfan aquí.Pero Marvin no la escuchaba; había sucumbido a su atracción. Al diablo con los héroes y los cohetes; las hormonas eran reales. La besó en los labios y ella le dejó hacer, con calma, transmitiéndole un sentimiento sorprendentemente recíproco. Olía a algún tipo de perfume parisino, de los caros.El contacto fue exquisito para Marvin, pero de algún modo pudo percibir que la chica que estaba besando era virgen. Se desnudaron mutuamente y se abandonaron al placer.Estaban volviendo a casa; al ordenador de Marvin. Libres e incorpóreos nuevamente. Algo turbado Marvin, tal vez.Se quitó los trodos de las sienes y miró hacia la imagen del ciberespacio en el monitor.–Ya me mostraste tu proyecto. Me parece ingenioso, y ciertamente puede reportarte una ganancia considerable. Eres afortunada, tan sólo diecinueve años y ya tienes un nicho en el mundo de los negocios, Yona.–¿Ya te aprendiste mi nombre?–Seguro, cariño, pero, ¿qué se supone que quieres de mí?Sin pausa alguna la voz de Yona respondió:–Quiero que destruyas Ciudad Cristal. Quiero que borres hasta la última línea de programa de ese EMU.–¿Destruir esa belleza, dices?–Exacto –una voz inflexible–. Yo misma te daré el virus para destruirla.Marvin no comprendía nada.–Yona, ¿qué sentido tiene que me pagues por destruir lo que has creado? ¿Estás en algún tipo de fraude de seguro?–No, no estoy en ningún tipo de fraude –respondió Yona–. Eso que viste allá es sólo un demo. La versión comercial que pronto saldrá al mercado, mucho más grande y ambiciosa, está en Bruselas, encerrada en un telemático congelado de GigaCorp.Marvin se acercó a la simulación holográfica y silbó. GigaCorp eran la firma líder del entretenimiento virtual. Hacía mucho tiempo habían dejado atrás a Mitsubishi y a Disney. Mencionar a GigaCorp era como mencionar a Sony, o a MacDonnell-Douglas; una monarquía autoperpetuada por inyecciones constantes de puro capital e innovación. Marvin conocía su estilo, y esto era algo revolucionario. Una estética fresca.–¿Tú le vendiste Ciudad Cristal a esos tipos, a GigaCorp?–Sí, a una de sus divisiones en Europa. Pero luego me tendieron una trampa, cuando no quise hacer las cosas a su manera. Dijeron que un concepto nuevo como Ciudad Cristal requería un método de trabajo nuevo, un modo de involucrarse radicalmente diferente. Me enviaron a un negociador alemán, Friedrich Wagner. El tipo es muy astuto, todo sonrisa y elegancia. Me llevó a un restaurante bohemio, de estudiantes, para borrar la impresión de que yo le vendía mi alma al diablo. GigaCorp quería ponerme al frente de un equipo que trabajaría a tiempo completo, enriqueciendo Ciudad Cristal, añadiendo cada día nuevas situaciones y personajes en una incesante ramificación narrativa. Era el trabajo de toda una vida. Y mis ganancias potenciales serían astronómicas.–Suena genial –aseguró Marvin–. Incluso para un romántico debería sonar genial. ¿Qué les respondiste?–La respuesta fue no. Incondicionalmente.–Me parece una respuesta muy drástica, Yona.–Me horrorizó la idea, Marvin. Ciudad Cristal no era algo con lo que quería ser enterrada –terció la voz de ella–. Estaba bien que, llevando el juego al próximo paso lógico, hubiera dado con un concepto interesante, y en el proceso alguien me quisiera pagar dinero por ello. Pero yo estoy interesada en probar la mano con algo más grandioso, más espiritual.Típico de la edad, pensó Marvin, pero no se atrevió a burlarse.–En ese punto –prosiguió Yona, y su voz traicionaba una nota de tristeza–, Wagner dejó de sonreir y me dijo que era un asunto de todo o nada. La transnacional estaba en condiciones de patentar Ciudad Cristal a su nombre y yo no recibiría nada. Yo no era nadie. Ya podía imaginarme a favor de quién fallaría la corte, en caso de que yo me atreviera a demandar.–Si me permites, creo que cometiste un error fatal, cariño. Si uno puede, trabaja para esa gente, no contra ellos.Hubo una pequeña pausa y en la pantalla holográfica apareció el logo de Ciudad Cristal saliendo en proyección del icono de FOX On-line.–Habría sido encantador conocerte más tiempo, Marvin, pero veo que careces de la sensibilidad emocional suficiente para ayudarme.–Espera, Yona –se adelantó él nervioso, antes de que la presencia de la chica abandonara su ordenador–. No sé si puedo ayudarte. Me gustaría saber más de ti –era raro que Marvin se dejara arrastrar así, pero sentía que no podía luchar contra aquella necesidad de entrar en contacto nuevamente.Sabía que estaba deslizándose lentamente en la naturaleza del juego de ella, pero no le importaba. Sólo quería retenerla.Yona le dijo:–La División de GigaCorp ha desarrollado una versión comercial del telemático en Europa. Piensan abrirlo al público dentro de un par de semanas. Sé que han mantenido el soporte algorítmico desarrollado por mí. Tengo cada línea del programa grabada en mi cabeza. He desarrollado un programa no sólo capaz de hacer estallar toda Ciudad Cristal, sino todos los servicios on-line que estén instalados a ella, a través de GigaCorp.–Eres muy lista, Yona. Hiciste una ciudad y le pusiste dispositivo de seguridad. No creo que me necesites entonces.–Sí te necesito, Marvin –había algo extraño en aquella voz, indescriptible, pero no peligroso–. Es imprescindible encontrar una serie de programas accesorios bastante ilegales en la Red; pasar a través del complicado sistema de protocolos imprescindibles para conectar con hackers como tú.Marvin miró hacia el balcón del apartamento sin ver nada, y se rascó la barbilla pensativo. Habían pasado demasiadas cosas en demasiado poco tiempo. Ir contra una transnacional como GigaCorp se salía de su línea por un millón de kilómetros. Podría costarle la vida.–No creo que pueda hacerlo –dijo en voz baja.–Claro que puedes –dijo ella–. Has hecho cosas similares antes. No contra una tan grande como ésta, pero lo has hecho –hizo una pausa y agregó acusadora–. Quizás no quieres.–No lo sé.–Curiosa forma de hablar –se burló ella–. Menciona tu precio, Marvin.Marvin sintió la estocada de la chica. Justo en el lado izquierdo de su pecho. Ella sabía que él la deseaba, que una extraña pasión lo estaba consumiendo. Por eso se arriesgaba. Sabía que él se estaba involucrando más allá del terreno del negocio, que trataría de esquivar la cuestión del pago.–Yona –los labios de Marvin estaban resecos–, ¿hay algo más entre nosotros, o no?–Eso depende de la relación que logremos establecer. La situación ahora me obliga a ponerte a ti en posición de todo o nada.Lo tenía arrinconado, pero no tenía deseos de contradecirla.–Dame veinticuatro horas, y un número para llamarte.–No hay problema –dijo la voz–. Yo te llamaré.Amaneció lloviendo hacia la parte del domo que cubría el casco histórico de la ciudad. Había tenido un sueño extraño. Soñó con viejos amigos, y una especie de reunión. La reunión tenía lugar en un bar de hackers que él solía visitar años atrás. Allí estaban Miguel, "Arachne", Kelly, y otros cuyos nombres no recordaba, con sus atuendos extravagantes y sus laptops, intercambiando chistes y software ilegal. Había cerveza y humo de cigarrillos en las mesas. Marvin veía la escena, pero no estaba allí. Era como una especie de avatar. De hecho, se vió a sí mismo llegar con una chica. La chica era Yona, y él sonreía feliz.
Marvin se dijo que sería un bonito día para pescar. En la Red. Se conectó y accedió a los registros docentes de Harvard. Nadie llamado Yona en los últimos cinco años. Nadie con diploma de oro con esas características. Entonces buscó los registros que el ordenador tenía de su estancia en Ciudad Cristal, activó un par de herramientas de software imprescindibles y dejó que la máquina trabajara con la base de datos de la universidad. Una hora después el ordenador desplegaba el archivo biográfico de una alumna llamada Allison Peck, graduada en el 2046, tres años atrás.El holo mostraba una 3D de los tres estudiantes graduados con diploma de oro en Informática ese año. Estaban abrazados y sonreían con orgullo. A los costados había dos jóvenes chinos, pero la chica entre ellos era la misma que había caminado con él por las avenidas de acero de Ciudad Cristal; la misma con quien había tenido sexo virtual el día anterior.Allison Peck no tenía registros apreciables en los archivos de la NYPD. No encontró muchas evidencias de su bios en el resto de los bancos criminales que buscó. apenas un par de multas de tránsito y un atraso en la renovación de la licencia de programador autoempleado, lo cual era igual a cero.Sólo quedaba que otra persona estuviera utilizando la fachada de Allison Peck. Pero la chica parecía desesperada, necesitada de una mano salvadora que la rescatara de las fauces de los tiburones de GigaCorp. Finalmente encontró un escueto registro sobre ella en los archivos de empleo de la propia División.Marvin comenzaba a sentirse ansioso. No comprendía por qué, pero tenía muchos deseos de verla. Definitivamente aceptaría el trato. Trataría de soslayar el asunto del pago, para que ella no lo viera como un simple mercenario.Apagó la consola de acceso y se quedó contemplando en silencio la desnuda pared de ladrillos. Afuera caía la lluvia plateada sobre la ciudad.El anochecer lo sorprendió en un discreto restaurante llamado Chung-Kuo, pero regresó a casa bastante más temprano de lo que acostumbraba. El holograma del caravanserai lo recibió arrojando una extraña luz sobre el apartamento que, ahora se le antojaba más vacío y solitario que nunca.Enormes mayúsculas en Arial flotaban en la pantalla:ESTOY AQUÍ MARVIN.–Muéstrate, Allison.La chica no se mostró en la pantalla del monitor, pero respondió divertida:–Veo que has hecho tus deberes, tipo duro. Me alegra que me encontraras, pues no esperaba menos de ti. Supongo que has llegado a un veredicto.–Creo que voy a hacerlo, Allison; aunque prefiero llamarte Yona. Supongo que me acostumbré a la idea de que seas Yona.–Crees que vas a hacerlo –repitió ella–. Me imagino que ahora vas a mencionar tus condiciones.–Imaginas bien, cariño –Marvin se concentró en el entramado de retículas que conformaban la imagen–. La primera condición es que olvides lo del dinero.–Puedo pagarte, Marvin –la voz de la chica parecía impresionada por su inesperada bondad–. Puedo pagarte una suma bastante generosa, y estoy dispuesta a hacerlo. Quiero apostarlo todo al éxito de nuestro golpe.–Guarda tu dinero, chica linda. Seguramente vas a necesitarlo en el futuro. Después del golpe, con toda seguridad te vas a quedar sin empleador. Mira, considera que lo hago porque nunca me han gustado las jodidas megacorporaciones y –no pudo evitar sonreír él–, llegado el caso tampoco me han gustado nunca los Entornos. Me parecen una recreación innecesaria de la realidad, como si a la gente no le bastara vivir en el mundo real.–De acuerdo, Marvin –dijo ella expectante–, ¿cuál es tu segunda condición?–Necesito verte –dejó escapar las palabras–. Físicamente. En persona.–Olvídalo. No creo que eso sea posible por ahora. La Red es suficiente para establecer esta relación.Esta vez Marvin se sintió disgustado. No le gustaba la reticencia de la chica. Ella necesitaba de él, había acudido a él.–Yona, puedes confiar en mí. Voy a ayudarte en esto, pero necesito verte –buscó palabras para ayudarse–. Seré sincero contigo. Estamos en el mismo equipo porque me interesas, cariño. Si no, seguramente evitaría arremeter contra uno de los grandes como GigaCorp La Red nos basta para este golpe, pero no es suficiente para la relación que me gustaría llevar contigo.–Te entiendo, Marvin –dijo la voz–, pero no podemos vernos por ahora. Es imposible. Estoy demasiado lejos para que vengas a verme. Todo es muy complicado. Piensa en mí como en alguien que está trabajando contigo desde otro mundo. Comprendo como te sientes, pero debemos ser cautos si queremos tener éxito. No podremos vernos, al menos hasta que todo esto haya terminado.–¿Dónde estás? –insistió él–. ¿En Europa?–Estoy muy lejos, Marvin. Todo lo que puedo decirte es que me encuentro en un distrito de Ciudad Lunar. Y estoy muy bien vigilada, créeme. No podrías acercarte a mí sin que los sabuesos de GigaCorp te atraparan. Yo misma no puedo identificarlos. Tenemos que esperar. Confía en mí.–Supongo que tendré que aceptarlo, cariño –suspiró él y se recostó contra el acolchado asiento–. Pero no he podido olvidar lo que sucedió ayer.–Lo que sucedió ayer fue un hermoso encuentro, un momento mágico –dijo la voz dulcemente–; pero también fueron estímulos eléctricos en tu cabeza. No negaré que para mí resultó sumamente bello, y puedes apostar a que fue más importante aún, como experiencia. Yo era realmente virgen hasta entonces. Mi cuerpo sigue siéndolo. He tenido que entregarme a mi carrera con una concentración inhumana. Es la única forma de alcanzar la perfección.–Entonces, ¿estamos juntos, Yona?–Seguro, Marvin. Y tengo un territorio ideal para continuar viéndonos. Un sucedáneo que, por el momento, será suficiente para calmar nuestros apetitos de unión.En la holopantalla apareció la imagen de Ciudad Cristal, encerrada en un cubo luminoso. Adentro se distinguía el tráfico imposible a través de las avenidas de acero y las torres de cristal en miniatura.–Te daré una dirección de allí. Un apartamento –dijo Yona–. Nos encontraremos todas las tardes en ese lugar, pero nunca hablaremos de trabajo en Ciudad Cristal. Será nuestro reducto.–De acuerdo, cariño. Nos veremos allí –asintió él–. Pero preferiría que no hubiera más sorpresas.–A partir de aquí, todo serán sorpresas, Marvin.El virus asesino no era realmente tan grande, pero por una cuestión de seguridad llegó hasta su ordenador desde distintas fuentes en la Red y dividido en múltiples porciones, todas con una encriptación diferente. Yona le había suministrado las claves y los decodificadores. La documentación técnica que le había enviado sobre el telemático mostraba con absoluta minuciosidad todos los puntos débiles del soporte EMU de Bruselas. Yona había hecho un excelente trabajo.GigaCorp había adelantado en tres días la apertura on-line de Ciudad Cristal. Según las redes de propaganda la creación del telemático se la atribuían a un exitoso programador de Giga llamado Domeneck Lacombe; el mismo creador de un telemático menor que habían lanzado la temporada anterior y que tenía por nombre Dragónika.Marvin había comprendido varias cosas en aquellos días. Entre ellas, que finalmente se había enamorado de alguien. Había sido un proceso verdaderamente revelador para él, que se creía inalcanzable. Pero los días pasados al lado de Yona en el demo de Ciudad Cristal, las noches luminiscentes contemplando el firmamento estrellado y los cohetes partiendo hacia ignotos destinos lejanos, se encargaron de demostrarle que quería retener a aquella mujer para siempre. El ambiente no era precisamente el detonador de sus sentimientos hacia ella, sino su propia personalidad, su manera de llegar a él, de estimularlo.También comprendió que, debido a la complejidad del objetivo a derribar, todo el éxito descansaba en sus habilidades para manipular la ecología tecno-criminal de la Red.Como en el mundo de la carne, para cometer ciertos delitos en el ciberespacio era imprescindible una prolongada y activa permanencia. Había que saber cultivar contactos indispensables para estudiar las particularidades económicas y legales de cada atraco, sin perder la visión de conjunto. Involucrarse con elementos tan dispersos significaba poseer un tipo de habilidad muy escasa en el mundo legal. El ciberespacio forzaba a sus forajidos a la especialización.Sin embargo, desde cualquier ángulo posible, un ataque contra GigaCorp sería calificado como una locura espectacular, no necesariamente rentable. Marvin no se atrevía a imaginar qué podría suceder si llegaban a fallar.Pero había notado también que Yona, a pesar de su entrega, de sus encuentros cada vez más frecuentes, le ocultaba algo cuya esencia podría ser reveladora. Intuía algo extraño en su comportamiento pero no se atrevía a presionarla ahora que estaban tan cerca del final. Temía que Yona se le convirtiera en un fantasma; se le escapara.Marvin comenzaba a experimentar una especie de sensación de temor que lo sacudía interiormente, poblándolo de molestas dudas.El día del golpe. El virus a punto. Marvin y Yona atacando con el equivalente de un misil informático el mismo corazón del Entorno. El hielo de GigaCorp cerrando la trama fractal del soporte para proteger la ciudad. Los programas de intrusión contaminando las defensas del telemático como si fueran bombas de plasma. Datos desapareciendo, tragados por la invasión del programa intruso. Las mentes conectadas entrando en shock. Los servicios on-line socavados desde su misma matriz electrónica. El colapso del sistema cuando el aguijón implacable de la venganza de Yona convirtió la perfección de Ciudad Cristal en una nube de electrones caóticos, a la deriva por el universo neuroeléctrico del ciberespacio.Las luces de la consola parpadearon y el ordenador se desconectó de la Red.Marvin se quitó los neurotrodos y contempló el reloj de la consola. Había estado inmerso casi 12 minutos.Hizo una llamada a un contacto local y le dijo que estuviera listo para enfriar dos pistas. La de él y la de una chica. Lo volvería a llamar. Luego conectó el ordenador y marcó el número telefónico que Yona le había dado antes de inocular el virus, y esperó la respuesta de la chica.Del otro lado de la línea había un módem; un frío sonido regular.Marvin activó un programa de protocolo lateral entre la red de telefonía celular, un GPS, y los archivos de los departamentos de policía de varias ciudades. Una hora más tarde el ordenador encontró el receptor en una lavandería asiática en la ciudad de New York. El nombre del propietario norcoreano no le decía nada a Marvin.Diez minutos después tomaba un taxi y se dirigía a la estación de la JapoCaribbean.En el jet-expreso, mientras la aeromoza le servía un vodka doble, Marvin escuchó el familiar y tranquilizante susurro en el chip telefónico de su oído izquierdo.–Marvin.–Escucho –dijo él, y estuvo a punto de derramar su bebida–. ¿Qué diablos sucedió allí atrás, Yona.–Tranquilízate, amor –dijo ella–. No preguntes nada. Todo está bien.–Te llamé, pero no respondiste.–Los teléfonos están sonando entre los ejecutivos y los accionistas de GigaCorp –la chica estaba obsesionada con su victoria–. Muy pronto comenzarán a rodar cabezas. No creo que la corporación logre sobrevivir. Lo hiciste, Marvin. Lo logramos.–Estoy a bordo de un jet, Yona. Rumbo a tu ciudad.–De acuerdo. –la voz de Yona sonaba ahora un poco cansada; Marvin pensó en protegerla, en tranquilizarla; había decidido que la llevaría lejos de New York, lejos de la Red, lejos de todo; alguna isla del Pacífico, alguna Ciudad Cristal que no fuese un simulacro elaborado–. Tengo un escondite seguro, ya lo verás; nadie podrá alcanzarme. El código de entrada es Fénix –su tono cambió–. Pero no creo que encontrarnos sea lo mejor para ti.El corazón de Marvin dio un vuelco.–¿Qué quieres decir? –susurró, casi sin aliento.Silencio.De repente lo acometió una sospecha.–¿Eres un hombre?–No necesariamente –dijo la voz de Yona–. Te espero.Y colgó.Caía una nieve ligera sobre la ciudad. Copos de hielo manchado que entristecían la escasa luz de la tarde invernal.La lavandería era totalmente anónima. La entrada estaba protegida por una sólida cerradura electrónica equipada con sensor vocal. Marvin se detuvo perplejo ante la barrera hasta que recordó el código de entrada que Yona le había dado. Pronunció la palabra y escuchó los chasquidos de los pestillos magnéticos al retirarse. Entró a una débil claridad fluorescente y la puerta se cerró tras él. En el salón inferior las máquinas estaban apiladas una frente a otras, en total abandono; anticuados monstruos cromados, macizos y sin gracia. Parecía imposible extraerlos del local sin destrozar la fachada.Al final de un pasillo había una escalera. Arriba, dos baños y una habitación, cuyas puertas estaban todas abiertas.La habitación estaba vacía. Excepto por una consola activada por un constructo.–Marvin.La voz de Yona pareció surgir de aquella grisácea pieza de hardware. Marvin estuvo a punto de gritar. El constructo era del tamaño de un viejo reproductor de CD. En la cara visible parpadeaban alternativamente un LED verde y uno rojo. Marvin supo que en los circuitos lógicos de aquella minúscula unidad estaba encerrada la personalidad de Yona.–Lo siento, Marvin. Te dije que todo sería sorpresa. Tuve que engañarte para que me ayudaras. Sabía que ibas a ser difícil, y sólo tenía mi imagen para conquistarte.–¿Has sido así desde el principio? ¿Un programa autoconsciente?–No. Te equivocas –le respondió aquella voz desde la consola–. Fui una persona hasta mis diecinueve años; hasta que GigaCorp me hizo esto. Después de aquella reunión, Wagner se las arregló para llevarme a la arcología de GigaCorp en Des Moines. Las puertas se abrieron ante mí y se cerraron a mis espaldas. Allí dejé de ser Allison y me convertí en Yona. Cuando accedí a cerrar aquel contrato por tiempo indefinido supieron que yo podía hacerlo. Me asaltaron y me convirtieron en esto, Marvin. Pero ahora ya no importa. Están muriendo.–¿Cómo viniste a dar a este lugar?–Tuve suerte, después de todo. Es una historia larga y no dispongo de tiempo suficiente. Había un empleado de GigaCorp; no sé si era un descontento o un humanitario, pero al menos representaba para mí una cuerda hacia la libertad. Esa persona sabía donde estaba ubicada la cámara acorazada donde tenían encerrado el constructo. Supo apoderarse de él y esconderlo en este lugar. Vino algunas veces, pero un día ya no volvió más. Supongo que ahora esté muerto.–¿Giga? –aventuró Marvin.–No creo. Si la Corp lo hubiera alcanzado ya estarían aquí. Tal vez un asalto callejero, o un accidente.Marvin dio un paso para acercarse al trozo de frío hardware que era Yona. La ventana del sitio dejaba pasar un resplandor lúgubre que lo inundaba todo.–¿Qué vas a hacer, Marvin?–Te llevo conmigo, cariño –susurró él–. Quizás en algún sitio, haya un modo de...La risa de Yona parecía provenir del juguete de un niño.–No, Marvin. Mi sistema está conectado a Ciudad Cristal. Cuando diseñé el virus, preví que el algoritmo destruyera también la red neural que me mantiene activa. Yo también estoy muriendo –el tono de orgullo retornó–. Pero me marcho en buen momento. La División de GigaCorp acaba de ser disuelta oficialmente como entidad jurídica. Los propietarios están acabados. Sólo esperan que los seguros puedan cubrir los préstamos, pero no lo parece. Tú no tendrás que preocuparte por nada. Tu cuenta bancaria acaba de engrosarse considerablemente. Cortesía mía.–Sí –la interrumpió Marvin con tristeza–. Parece que preferiste que las cosas terminaran así, Yona. Significa que nunca sentiste lo mismo que yo.–No hay mucho margen para el reproche. ¿Crees que no pensé en abandonar mi venganza contra GigaCorp y atraerte hasta mí.–No creo que lo consideraras lo suficiente –dijo Marvin sentándose pesadamente en el suelo de tablas.Le dolía el alma.–Esto no es una vida, Marvin. Estoy atrapada en un montón de circuitos, atada a una existencia virtual; falsa, como tú decías. No quiero vivir así, Marvin. No merezco vivir así.El no dijo nada. Miraba absorto hacia el vacío.–Sé que no quieres aceptarlo, pero reconsidéralo un momento –dijo el constructo–. Hubiera sido patético. ¿Acaso ibas a cargarme hasta los bares y las fiestas de tus conocidos, y presentar a este objeto como tu chica? Piénsalo, Marvin. ¿Me mantendrías como un icono sobre tu consola por el resto de tu vida? No es justo, amor. Ni siquiera podría interponerme entre otra mujer y tú. Hace mucho tiempo que ya no soy una persona.–No quiero renunciar a ti, Yona –dijo él, y la voz se le quebró– No puedo.–Ni tampoco puedes evitar mi muerte. Debes entenderlo, Marvin. Mi plan inicial era sacarle una satisfacción a esto, y al final le he sacado dos. Es mejor partir un minuto antes del apogeo de una fiesta, que un minuto después.Los LED se apagaron a un tiempo, y un silencio ominoso cayó sobre el sitio. Marvin permaneció allí, fumando, largo tiempo, antes de decidir marcharse. De repente no tenía planes. Ahora Ciudad Cristal y Yona estaban muertas.Desconectó el soporte grisáceo y se lo echó en el bolsillo de su sobretodo.Yashutoshi "Web" Nakazima había vivido toda su vida en Tokio. La ciudad de neón, incomprensible para otros, era amorosa y femenina para él. Desde el limitado cúmulo de experiencia que se puede almacenar con 21 años, Web sabía que abandonar Tokio significaría para él la muerte. No le molestaba.Era un joven poco agraciado, de cabellos largos y gafas enormes de gruesos cristales. Su concepto de la felicidad era vivir tranquilo dentro de su apartamento; comiendo sushi; enfrentando cada día el desafío de la alta tecnología.Web era un ratón de computadoras. La gente le traía hardware y software que necesitaban reparar, transformar, desencriptar. Web siempre lo lograba. Nunca se había encontrado un problema técnico que no pudiera resolver. Vivía para ello. El pago que obtenía era más que suficiente para su modesto tren de vida.Esa mañana despertó y, como de costumbre, verificó su correo. Frente a la consola sonrió de satisfacción. Había dos voluminosos pagos por un robot cocinero reparado y la venta de un neurocodificador personalizado. También una copia pirata de un programa de edición de vídeo que un amigo de Okinawa le solicitaba desencriptar. Por último, una joven y pequeña corporación australiana le solicitaba extraoficialmente consulta en una cuestión de protección de información.Web aceptó los mensajes, excepto el de la corporación. No le gustaba salir de su apartamento. No a donde hubiera demasiada luz y atención sobre su persona. ¿Y dónde diablos quedaba Australia, a fin de cuentas?Al mediodía, tras una ardua mañana de trabajo, se levantó de su tatami y fue al colector de la puerta. El muchacho del restaurante de la esquina dejaba allí todas las mañanas una ración de sushi, sopa de apio y un módulo de papas fritas.Hoy había algo más, un paquete de felpa antiestática negra, más bien pesado y voluminoso. Web lo llevó a su banco de trabajo y lo abrió cuidadosamente. El paquete contenía un constructo, un juego de instrucciones, y un fajo de billetes norteamericanos, todos de 100 nuevodólares. Sólo una vez en su vida había visto Web un constructo, pero conocía la tecnología. Era algo increíble. Examinó detenidamente las instrucciones y sonrió.Haría falta un microdetector magnético. El reto exigía una selectividad y sensibilidad sumamente exquisita para poder reconstruir la información borrada de cualquier soporte digital bit por bit. Web no tenía idea de quién había enviado aquello, pero tampoco tenía duda de que pronto aparecería.Masticando un puñado de papas fritas, despejó de su banco de trabajo todo cuanto pudiera molestar, incluido el dinero, que no se preocupó en contar. Sólo dejó el constructo "enfermo" con los diagramas. Apenas terminara su ración de sushi se pondría a trabajar.Fin
Biografía
Nacido en La Habana, Cuba, en 1966 y actualmente residente en España. Es autor de la cuentinovela ciberpunk Nova de cuarzo.
Fue finalista destacado, con la novela corta Signos de guerra, en el concurso internacional de ciencia ficción de la UPC, en el 2000, que organiza anualmente la Universidad Politécnica de Cataluña para los escritores profesionales en lengua inglesa, francesa, española y catalana, en España.Premio Espiral 2000, en las categorías de relato corto con Fragmentos de una fábula posthumana, de mejor antología con Horizontes probables y de mejor colección de relatos con Nova de cuarzo, en La Habana, Cuba.2do lugar en el concurso Cuasar-Dragón-2000, en La Habana, Cuba.1er Premio de ciencia ficción, en el Concurso Internacional Terra Ignota 2001, con el relato El correo González, en México.Nominado para el Premio Ignotus 2002 en la categoría de novela corta, por Signos de guerra, en España.1er Premio en el III Certamen de Relato Breve Carmelo González Oria, en Huelva, con el relato Némesis, en 2002, en España.Finalista del Concurso Internacional Terra Ignota 2002 en la categoría de ciencia ficción con el relato largo La mente araña, y con el cuento Ciudad Cristal (escrito en colaboración con Ariel Cruz Vega), en México.4to lugar en el concurso internacional de ciencia ficción UPC-2002 de Barcelona, con la novela corta Hipernova, en España.Entrevistado en Radio Contrabanda (Radio P.I.C.A.) de Barcelona, donde participó en el programa "Ciencia Infusa", dedicado a la literatura de ciencia ficción.Autor invitado a la mesa redonda "Fantasía y proyecto en la ciencia ficción escrita en castellano", en el evento Semana Negra de Gijón 2001.Entrevistas para diferentes periódicos de Asturias durante el evento Semana Negra de Gijón 2001, en España; para el documental del realizador canadience Gregory Barker-Greene, de Imagekraft, para la televisión de Toronto, durante la Semana Negra de Gijón 2001, en España; para un documental sobre la Semana Negra de Gijón, hecho por la periodista Gabriela Salmón, y para la Universidad de Frankfurt Johann Wolfgang Goethe, en 2001, en España; así como para la revista La Voz, con motivo de haber ganado el Primer Premio de Relato Corto Carmelo González Oria 2002, en España.