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marzo 04, 2012
Uno auguraba la ruina; otro, el auge. Pero estaba en juego algo mucho más importante que el dinero.
© 1990 POR JOHN TIERNEY. CONDENSADO DEL SUPLEMENTO DOMINICAL DEL "TIMES" DE NUEVA YORK (2-XII-1990), DE NUEVA YORK, NUEVA YORK. FOTO: © DAVID JEFFREY/THE IMAGE BANK.Por John Tierney (reportero del Times de Nueva York, escribe actualmente un libro sobre crisis ambientales.)EN 1980, UN ECÓLOGO y un economista apostaron 1000 dólares sobre los precios que tendrían en el futuro cinco metales. Pero estaba en juego mucho más que ese dinero: una visión de los límites máximos de los recursos naturales del planeta; del destino de la humanidad. Uno de ellos predecía que los pesticidas iban a filtrarse a los mantos freáticos; el otro, que los silos rebosarían de cosechas, como nunca. Uno pronosticaba que los bosques tropicales se diezmarían; el otro, que la gente viviría más tiempo.
Hoy, estos dos hombres encabezan dos escuelas de pensamiento —algunas veces llamadas "los catastrofistas" y "los bonancistas"—, cuyo debate gira en torno de si el mundo está mejorando o se encamina hacia la ruina total.El ecólogo Paul Ehrlich, de 58 años, ha sido uno de los científicos más célebres del mundo desde que en 1968 publicó The Population Bomb ("La bomba demográfica"). Se vendieron más de 2 millones de ejemplares de este libro. Cuando Ehrlich no enseña en la Universidad de Stanford, en California, o estudia las mariposas, da conferencias, viaja para recibir algún premio o hace acto de presencia en un noticiario matutino de televisión. Es el catastrofista.El libro de Ehrlich empieza así: "La batalla para alimentar a toda la humanidad ha concluido. En los años setentas, cientos de millones de personas morirán de hambre". Y sigue diciendo que "nada puede prevenir el considerable incremento del índice mundial de mortalidad". En 1974 predijo: ''Antes de 1985, la humanidad entrará en una era de, escasez", en la cual "los depósitos accesibles de muchos minerales de vital importancia casi se habrán agotado".El economista Julian Simon, de 59 años, es catedrático de la Universidad de Maryland. Sus opiniones han contribuido a moldear la política de Washington en el último decenio. Pero nunca ha disfrutado del éxito académico ni de la popularidad de Ehrlich. Simon es el bonancista.Simon piensa que el crecimiento demográfico no constituye una crisis, sino un beneficio que a la postre se traducirá en un ecosistema más limpio y en una humanidad más sana. El mundo del mañana será mejor porque contará con más personas que tendrán ideas más brillantes. El progreso puede continuar por tiempo indefinido porque los recursos naturales del planeta no son finitos.En 1980, Simon escribió en la revista Science un artículo acerca de su visión optimista del futuro, y se granjeó muchas críticas airadas. Ehrlich, enfurecido, lo objetó con simple aritmética: los recursos naturales del planeta tendrían que dividirse entre una población que entonces crecía al ritmo de 75 millones de almas por año, lo cual sobrepasaba la "capacidad de sostenimiento" de la Tierra; es decir, los aprovisionamientos de alimentos, agua potable y minerales. Al escasear más los recursos, sería inevitable "que las mercancías tuvieran que encarecerse".Simon respondió con un desafío. Escojamos cualquier recurso natural —cereales, petróleo, carbón, madera, metales... — y elijamos cualquier fecha futura. Si el recurso se volviera más escaso conforme creciera la población mundial, entonces subiría de precio. Simon deseaba apostar a que, por el contrario, tal precio bajaría.Ehrlich recogió el guante. En octubre de 1980 apostó 1000 dólares por cinco metales: cromo, cobre, níquel, estaño y tungsteno. Si los precios combinados de 1990, ajustados a la tasa de inflación, resultaban superiores a 1000, entonces Simon le pagaría la diferencia. Si esos precios bajaban, Ehrlich perdería la apuesta. Se firmó un contrato, y Ehrlich y Simon, quienes no se conocían, siguieron atacándose en todo el decenio de los ochentas.Ehrlich estaba en lo cierto respecto a la población mundial, que actualmente llega a 5300 millones; 1800 millones más que cuando publicó La bomba demográfica. No obstante, la persona promedio es hoy más sana y más rica que entonces. La mortalidad infantil ha descendido, y han aumentado las esperanzas de vida, sobre todo en los países del Tercer Mundo. Ha habido hambrunas en algunos países afligidos por la guerra, las sequías y las políticas agrícolas desastrosas; pero la producción total de alimentos ha sobrepasado al aumento de la población. Los expertos coinciden en afirmar que el habitante promedio de los países del Tercer Mundo está mejor alimentado hoy que en 1968. El día de este ajuste de cuentas tendrá que reprogramarse.La tesis de Ehrlich resulta obvia en el contexto de un mundo finito: los recursos naturales se agotan. Un lema de los ecologistas lo expresa en forma atractiva: "No heredamos la Tierra de nuestros padres; la tomamos prestada de nuestros hijos". Esta idea rige nuestras acciones cuando, por ejemplo, almacenamos el papel de periódico a fin de no quedarnos sin pulpa de madera para fabricarlo. El argumento en contrario no es tan intuitivamente convincente. En general, ha consistido en una sencilla pregunta: ¿por qué aún no se han agotado los recursos naturales?Cuando Julian Simon tuvo noticia de una serie de sombrías predicciones sobre la explosión demográfica a fines de los sesentas, empezó a escribir sobre la necesidad de persuadir a las mujeres a que tuvieran menos hijos. Pero entonces leyó unos estudios que demostraban que, en general, los países con alto índice de crecimiento poblacional no sufrían más que otros países. A muchos de los primeros, incluso, les iba mejor.También encontró pruebas de que el costo de los recursos naturales había bajado, en precios reales, a partir de 1870. Con el sueldo de una hora, el trabajador promedio hoy día podía comprar más carbón, más metales y más alimentos, de lo que podía adquirir en el siglo pasado. Los recursos naturales se estaban volviendo menos escasos conforme crecía la población.Simon y otros estudiosos revisaron las crisis de los recursos naturales en los últimos 10,000 años, y observaron una pauta: cada vez que escaseaba un recurso, la gente daba con una innovación. O bien encontraba nuevas fuentes de estos recursos, o practicaba el conservacionismo.La escasez generaba a menudo un mejor sucedáneo. La transición de los griegos de la Edad del Bronce a la Edad del Hierro, hace 3000 años, se inició con una interrupción del comercio. La escasez del estaño necesario para fabricar bronce hizo que los griegos probaran el hierro. En forma semejante, la escasez de madera en la Inglaterra del siglo XVI inició la era del carbón; la escasez de aceite de ballena, alrededor de 1850, contribuyó al advenimiento del primer pozo petrolero, en 1859.Sí ocurren escaseces temporales, pero Simon y otros bonancistas afirman que mientras el gobierno no interfiera (para ordenar la conservación o establecer el control de precios, por ejemplo), la gente va a encontrar alternativas.En su libro publicado en 1981, The Ultimate Resource ("El recurso supremo"), Simon escribió que el ingenio humano podría ampliar indefinidamente la capacidad de sostenimiento del planeta. Esta idea señaló una diferencia clave entre Simon y Ehrlich: la visión del mundo, no como un ecosistema cerrado, sino como un mercado flexible.Simon concedió que el mercado necesitaba cierta reglamentación. Pero el aire y el agua de Estados Unidos se han tornado más limpios desde hace decenios, gracias, en parte, a la opulencia (las sociedades ricas pueden darse el lujo de pagar controles de contaminación) y a la tecnología (la contaminación de las ciudades estadounidenses de hoy día por causa de los automóviles es mínima, comparada con la que ocasionaban el hollín de las chimeneas y los desechos sólidos de los caballos hacia finales del siglo pasado).Simon alega que las crisis ecológicas se están exagerando. "En cuanto un desastre vaticinado no ocurre, los catastrofistas saltan al siguiente", se queja. "No tiene nada de malo preocuparse de problemas nuevos; pero, ¿por qué no quieren ver que, en conjunto, la situación va mejorando? Esta gente no reconoce nuestro poder creativo para encontrar soluciones".La batalla más feroz que Simon ha tenido que librar ha sido contra la idea de Ehrlich de que el mundo está superpoblado. Simon reconoce que el incremento de población crea problemas a corto plazo, pero sostiene que a la larga se cosechan beneficios, cuando esos niños de hoy se vuelven adultos productivos y capaces. El economista critica a Ehrlich por sugerir que los gobiernos deberían tomar medidas coercitivas para limitar el tamaño de la familia y reducir la ayuda alimentaria a los países que se rehúsen a controlar su crecimiento demográfico.Entre los académicos, Simon parece ir ganando terreno. A muchos científicos les desagrada su optimismo demoledor —no hay garantía de que persistan las tendencias del pasado—, pero todos coinciden en alejarse de la idea de Ehrlich, de que el crecimiento demográfico constituye la gran calamidad.Simon se encuentra muy rezagado, sin embargo, cuando de ganarse al público se trata. Antes del Día de la Tierra, en abril de 1990, Ehrlich apareció en televisión para promover su nuevo libro, The Population Explosion ("La explosión demográfica"), en que declara que "la bomba demográfica se ha detonado". En la concentración de masas por el Día de la Tierra, en Washington, D.C., una muchedumbre de más de 100,000 personas aplaudió cuando Ehrlich les anunció que la explosión demográfica podía dar lugar a un mundo en el que sus nietos tuvieran que soportar motines callejeros ocasionados por la falta de alimentos.El mismo día, en un pequeño salón de conferencias situado tan sólo a una calle de allí, Simon calificó el crecimiento demográfico como "la victoria sobre la muerte", ya que se debía a que la expectativa de vida se había duplicado desde el comienzo de la Revolución Industrial, en el decenio de 1750 a 1759. "Esta es una ganancia increíble", proclamó. "Sería lógico esperar que los amantes de la vida humana saltaran de alegría; pero, por el contrario, se lamentan de que hoy viva tanta gente". El auditorio de Simon lo formaban únicamente 16 personas, que aplaudieron su mensaje.La apuesta se liquidó en el otoño de 1990, sin ceremonia alguna. Ehrlich le envió a Simon una hoja de cálculos sobre los precios de los metales, junto con un cheque por 576.07 dólares. Cada uno de los cinco metales escogidos por el equipo de Ehrlich, ajustado a la tasa de inflación a partir de 1980, había bajado de precio.Los precios bajaron, en parte, por las mismas razones por las que habían bajado en decenios anteriores: vigoroso espíritu de empresa y constantes avances tecnológicos. Los prospectores de minas encontraron nuevas vetas. Gracias a las computadoras, a las nuevas máquinas y a los nuevos procesos químicos, surgieron métodos más eficaces para extraer y refinar minerales.Los metales fueron sustituidos en muchos casos por materiales más baratos, sobre todo los plásticos. Las llamadas telefónicas se trasmitieron por satélites y cables de fibras ópticas, en vez de por alambres de cobre. La cerámica tomó el lugar del tungsteno en las herramientas cortantes.¿Tenemos aquí una lección para el futuro? "En absoluto", replicó Ehrlich. "Ahora han surgido nuevos problemas: el agujero de ozono, la lluvia ácida, el sobrecalentamiento del planeta. No me cabe la menor duda de que, si seguimos dejando que los ecosistemas se deterioren, podríamos sufrir en el próximo siglo una colosal catástrofe demográfica".Simon no se sorprendió al conocer la reacción de su contrincante. "¿Conque Ehrlich está hablando de una catástrofe demográfica?", comentó. Y concluyó: "Eso se me antoja una forma más segura de ganar dinero. Haré con él una fuerte apuesta al respecto".