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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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  • Ancho igual a 1088
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  • ------------MANUAL-----------
  • + -

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    T 8 13.3 seg)


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    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


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    LAS MANOS DEL SEÑOR OTTERMOLE (Thomas Burke)

    Publicado en febrero 05, 2012

    A las seis de un anochecer de enero, el señor Whybrow regresaba a su casa por las calles que, como hilos de tela de araña, se entrecruzan al este de Londres. Había abandonado el áureo refulgir de la Calle Mayor a que le llevara el tranvía, de regreso del trabajo cotidiano, y seguía ahora ese tablero de ajedrez de calles secundarias al que se da el nombre de Mallon End. En estos lugares no quedaba resto alguno del bullicio de la Calle Mayor. Pocos pasos al sur hallábase una ruidosa marea de vida; aquí, sólo vagas figuras y sofocadas vibraciones. Whybrow estaba en el rincón de Londres que constituye el último refugio de los vagabundos de Europa.



    Como acompasando su marcha al tono de la calle, Whybrow andaba despacio y con la cabeza baja. Diríase que meditaba en una grave dificultad, pero no sucedía así. No le turbaba cosa alguna. Andaba despacio porque había estado en pie todo el día y si bajaba la cabeza, caviloso, era tratando de adivinar si su mujer le habría preparado, para tomar con el té, arenques o róbalo, y esforzándose en decirse cuál de ambas cosas resultaría más agradable en una noche como aquélla. Noche mala, en verdad, toda humedad y bruma. La niebla le acometía ojos y garganta, y la humedad, densa sobre el pavimento, arrancaba a los dispersos faroles un reflejo grasoso que daba escalofríos. Todo esto hacía más gratas, por contraste, las meditaciones de Whybrow, muy dispuesto a honrar la colación, fuese de róbalo o de arenques. Su pensamiento, salvando el horizonte de ladrillos, adelantábase a su marcha en media milla. Veía una cocina iluminada por el gas, un chispeante fuego y una mesa servida. En el fogón había tostadas, cantaba a un lado la tetera y se difundía un picante olor de arenques, si no de róbalos o salchichas, Esta visión dio a los doloridos pies del viandante un impulso de energía. Con un movimiento de hombros pareció alejar la humedad de sí, mientras aceleraba el paso camino de lo positivo y real.

    Pero el señor Whybrow no estaba llamado a tomar el té aquella noche, ni ninguna otra. El señor Whybrow iba a morir. A cosa de cien pasos tras él caminaba otro hombre, un hombre semejante a Whybrow o a otro cualquiera, pero exento de las cualidades que permiten a la humanidad vivir en paz y no como locos en una selva. Un hombre con el corazón muerto, que hacía nacer de su putrefacción las deletéreas materias propias de la tumba. Y aquel ser en forma humana, presa de un capricho o de una idea fija —¿quién podría saberlo?— había resuelto que Whybrow no volviera a probar un arenque en su vida. No era que tuviese resentimientos contra Whybrow. No era que éste despertase su antipatía. De hecho, nada sabía de Whybrow, salvo que le veía con frecuencia en las calles. Pero movido por una fuerza que había tomado posesión de su ánimo, aquel hombre escogió por víctima a Whybrow con esa misma elección ciega que nos hace preferir una mesa determinada en un restaurante donde hay otras cuatro o cinco vacías, o coger una manzana de un frutero donde se juntan media docena de manzanas iguales. Era la misma opción irrazonada que lleva a la Naturaleza a desencadenar un ciclón en un lugar cualquier del planeta, matando a quinientas personas y dejando ilesas a otras quinientas. De idéntico modo aquel hombre había designado a Whybrow para víctima suya como pudiera habernos designado a usted o a mí, de haber estado aquel día dentro de su radio visual. Y a la sazón el hombre se deslizaba por las calles azulosas, frotándose las manos, grandes y blancas, y acercándose cada vez más a la casa del señor Whybrow y al señor Whybrow mismo.

    Aquel hombre, sin embargo, no era un mal sujeto. Tenía muchas buenas cualidades y una gran simpatía, y pasaba por persona respetable, como les sucede a la mayoría de los criminales afortunados. No obstante, habíasele ocurrido el pensamiento de que le gustaría asesinar a alguien aquella noche y, como no temía a Dios ni a los hombres, iba a ejecutar su antojo y marcharse después a tomar el té. No digo esto por decir, sino como un hecho. Por raro que pueda parecer, los asesinos se sientan a la mesa después de cometer un asesinato. No hay razón alguna que lo dificulte, y sí muchas que lo abonan. En primer término el asesino necesita mantener su vitalidad física y mental si aspira a encubrir su crimen. Además, la tensión de lo realizado le despierta el apetito, y la satisfacción de haber realizado una cosa deseada le produce cierta indulgente tendencia a refocilarse con los placeres humanos. Suele darse por hecho entre los no asesinos que el que mata se siente siempre dominado por el horror de su acto y el temor a lo que pueda ocurrirle; mas el tipo que padece tales sentimientos es raro. Desde luego, a todo criminal le interesa su seguridad ante todo, pero la vanidad es cualidad típica de la mayoría de los asesinos, y ello, unido al contento del triunfo, les da la confianza de quedar impunes. En consecuencia, una vez restauradas las fuerzas con una buena comida, el asesino se aplica a pensar en su seguridad con cierta leve inquietud —semejante, por ejemplo, a la de una casada joven cuando organiza su primera comida de invitados—, pero nada más. Criminólogos y policías aseguran que todo delincuente comete siempre un desliz que a la larga le delata; pero ésta sólo es una verdad a medias. Es cierto respecto a los criminales que son apresados. Pero muchos criminales no lo son y, por tanto, no deben haber incurrido en desliz alguno. Este hombre no incurrió tampoco.

    En cuanto al horror del remordimiento, numerosos capellanes de prisiones, médicos y abogados, nos aseguran que entre todos los asesinos a quienes han hablado poco antes de la ejecución, sólo algunos aisladamente demuestran cierto arrepentimiento de su acto y cierta tortura mental. La mayoría siente únicamente la exasperación de verse cogidos cuando tantos otros quedan en libertad, o la indignación de verse condenados por la comisión de un acto tan razonable como el suyo. Por normales y humanos que fuesen antes del asesinato, parecen absolutamente faltos de conciencia después del mismo. Porque, ¿qué es la conciencia? Un sobrenombre cortés de la superstición, la cual es a su vez otro sobrenombre cortés del miedo. Los que asocian el remordimiento con el asesinato están, sin duda, influidos por la historia de Caín, o bien pretenden incorporar sus propias frágiles mentalidades a la del asesino, con lo que obtienen reacciones falsas. Las gentes pacíficas no pueden coincidir con el ánimo de un asesino porque no sólo difieren de él en tipo mental, sino también en la composición y estructura química de sus cuerpos. Hay ciertos hombres capaces de matar, no sólo a una sino a dos o tres personas, y luego marchar tranquilamente a sus ocupaciones, mientras otros no osarían siquiera herir a alguien, aunque mediase la más terrible provocación. Y gentes así son las que imaginan al asesino presa de remordimientos y de temor de la ley cuando, de hecho, está sentado tranquilamente ante su cena.

    El hombre de las manos blancas y grandes sentía tantas ganas de comer como Whybrow, pero antes tenía que ejecutar una cosa. Y, una vez esta cosa ejecutada y tomadas todas las precauciones sobre su seguridad personal, el hombre se iría a comer tan tranquilamente como el día antes, cuando sus manos aún estaban puras.

    Camina, Whybrow, camina, y mientras lo haces mira por última vez las conocidas características de tu diario trayecto nocturno. Piensa en la mesa servida de tu cocina. Advierte su calidez, su atractivo y belleza. Complácete en sus gratos olores domésticos, pues nunca más te sentarás a ella. Porque hace diez minutos que la sombra que te persigue ha hablado en su corazón, dictando tu sentencia. Ahí vais, tú y esa sombra, moviéndoos a través de un ambiente verdoso, sobre aceras de un azulado polvoriento, ahí vais, uno para matar y otro para morir. Camina. No te apresures, que cuando más despacio andes más tiempo aspirarás el aire verdoso de esta noche de enero, y verás las luces mortecinas de las tiendecitas, y oirás el agradable rumor de la multitud londinense y la música dulzona de los organillos callejeros. Todas estas cosas te son muy caras, Whybrow. Ahora no lo sabes, pero dentro de quince minutos tendrás dos segundos para pensar en lo indeciblemente querido que todo esto te era.

    Camina, camina por este enloquecedor tablero de ajedrez de las calles. Estás ahora en Lagos Street, donde acampan todos los errabundos del oriente de Europa. Un minuto más y habrás llegado a Loyal Lane, entre los míseros alojamientos que albergan a los aspeados y los inválidos de este gran campamento de Londres. La calle huele a esos seres y la blanda oscuridad parece cargada del llanto de lo inútil. Pero tú no eres sensible a esas cosas impalpables y, sin reparar en ellas, como todas las noches, alcanzas Blean Street y sigues andando. Del suelo al cielo se levantan los cobijos de una colonia extranjera. En los muros de ébano se abren ventanas color de limón. Tras ellas se desarrolla una vida ajena, con formas que no son de Londres ni del país, y, sin embargo, igual en esencia a la que tú, Whybrow, llevas y esta noche dejarás de llevar. Llega desde lo alto una voz que entona el «Cantar de Katta». Por una ventana se ve a una familia ejecutando un rito religioso. Tras otra, una mujer sirve té a su marido. Divisas a un hombre recomponiendo un par de botas y a una madre bañando a su hijo. Ya has visto todo eso antes y nunca te has fijado en ello. Tampoco te fijas ahora. Pero te fijarías si supusieses que no vas a volverlo a ver. Y no volverás a verlo, no porque tu vida haya llegado a su término natural, sino porque un hombre con quien a menudo te cruzas en la calle ha sentido el capricho de usurpar la autoridad a la naturaleza y destruirte. Y acaso convenga que no repares en nada terrestre, porque tu vida en la tierra ha terminado. Unos minutos más, un momento de terror y luego...

    La sombra asesina se mueve cada vez más cerca de ti. Ya sólo os separan veinte pasos. Oyes sus pisadas, pero no vuelves la cabeza. Son pisadas familiares, estás en Londres, en la seguridad de tu propio barrio, y tu instinto te dice que un rumor de pasos no son sino un mensaje de humana compañía.

    Pero ¿no notas en esos pasos un algo que suena con especial latido? ¿Un algo que dice «Cui-da-do, cui-da-do. A-se-si-no. A-se-si-no»? No; nada oyes en esos pasos. Son pasos corrientes. Los pies del malvado tienen el mismo compás que los del hombre bueno. Pero esos pies, Whybrow, acercan a ti dos manos y esas manos engarfian ahora sus músculos, preparando tu fin. Toda tu vida has estado viendo manos humanas. ¿Has adivinado nunca el horror que pueden encerrar esos apéndices, símbolo usual de nuestros instantes de afecto, confianza y saludo? ¿Has imaginado las posibilidades siniestras que radican en ese miembro de cinco tentáculos? No, no las has imaginado, porque todas las manos que has visto se tendían hacia ti con amabilidad o camaradería. Y, sin embargo, aunque los ojos pueden odiar y los labios verter ponzoña, sólo ese miembro puede recibir las acumuladas esencias del mal y transformarlas en corrientes de destrucción. Satán entra en el hombre por muchos caminos, pero sólo en sus manos humanas halla un instrumento de su voluntad.

    Un minuto más, Whybrow, y conocerás cuánto horror pueden encerrar unas manos humanas.

    Estás ya muy cerca de casa. Has doblado la esquina de tu calle —Gaspar Street— y te hallas en el centro del tablero de ajedrez. Ves la ventanita frontera de tu casa, de cuatro habitaciones. En la calle oscura tres espaciados faroles crean una penumbra más desconcertadora que las mismas tinieblas. Además de sombra, en esta calle hay soledad. En torno, nadie; en las salas fronteras ninguna luz, porque todas las familias comen en la cocina; y sólo en algún cuarto superior, subarrendado, se divisa una claridad débil. Nadie hay en la calle, salvo tú y el que te sigue, en quien no has reparado. Tantas veces le has visto que es como si no le vieras ninguna. De volver la cabeza, le dirías «Buenas noches» y continuarás andando. La idea de que es un probable asesino te haría reír. Imposible hallar ocurrencia más sandia.

    Ya estás en tu puerta. Sacas tu llave. Cuelgas en el recibidor tu sombrero y tu abrigo. Tu mujer te ha llamado desde la cocina, y tú aspiras un perfume que es como un eco de esa llamada —¡perfume de arenques!—, cuando suena en la puerta un golpe seco.

    Huye, Whybrow, huye de esa puerta. No la toques. Aléjate de ella y de la casa. Sal, con tu mujer, por la puerta trasera, salta el vallado y llama a los vecinos. Pero no abras la puerta. Whybrow, no la abras... Pero el señor Whybrow abrió la puerta.

    Tal fue el principio de lo que luego fue llamado la serie de Horrores del Estrangulador. Se llamó horrores a aquella serie de crímenes porque eran más que asesinatos. Nunca respondían a un móvil y parecía flotar sobre ellos una aureola de magia negra. Todos los asesinatos se cometían a una hora en que la calle donde los cadáveres eran encontrados estaba desierta de todo posible y perceptible asesino. Era siempre una calle solitaria, y con un policía a su extremo. El policía no había vuelto la espalda a la calle del crimen por mucho más de un minuto. Y al examinarla otra vez debía lanzarse, a la carrera, con noticias de un nuevo estrangulamiento. Pero en cualquier dirección que se mirase, nada se veía ni se tenían informes de haber visto a nadie. Otras veces el guardia de servicio en una calle larga y silenciosa, era llamado a una casa donde aparecían muertas personas que pocos segundos antes estaban vivas. Y tampoco entonces se veía a nadie, y aunque los silbatos de la policía crearan en el acto un cordón de vigilancia alrededor del lugar del suceso, y aunque se registrasen las casas, no se encontraba ningún posible asesino.

    La primera noticia del asesinato de los esposos Whybrow la transmitió el sargento de la comisaría del distrito. Dirigíase a su casa, de vuelta de su servicio, cuando, al pasar por Gaspar Street, vio abierta la puerta del número 98. Mirando, divisó, a la luz de gas del pasillo, un cuerpo inmóvil en el suelo. Tras una segunda ojeada tocó su silbato y cuando los guardias acudieron, hizo que uno lo acompañase a registrar el edificio, mientras enviaba a otros a hacer averiguaciones en las cercanías. Pero ni en aquella casa, ni en las contiguas, ni en la calle, se hallaron vestigios del asesino. Un vecino había percibido el ruido de la llave del señor Whybrow en la puerta, que era tan regular y tan cotidiano, que oyéndolo se sabía con certidumbre que eran las seis y media. Y desde aquel momento, el primer ruido notado en la calle fue el del silbato del sargento. Nadie había visto entrar o salir de la casa a persona alguna y las gargantas de los estrangulados no tenían huellas digitales, ni ninguna otra. Un sobrino de Whybrow, llamado a la casa, no encontró en ella falta de nada, aparte de que Whybrow no poseía cosas de valor. El escaso dinero existente en la morada se hallaba intacto, y no había signos de lucha ni de alteración en los objetos. De hecho no había signos de nada, sino de un doble, brutal e inútil asesinato.

    Whybrow era conocido de los vecinos y compañeros de trabajo como un hombre pacífico, tranquilo, hogareño, incapaz de tener enemigos. Pero los asesinados rara vez los tienen. Quien odia a un hombre hasta el punto de anhelar dañarle, sólo excepcionalmente le mata, ya que se sospecharía en seguida de él. Por tanto, la policía se encontraba sin pista para buscar al asesino, sin móviles del asesinato. Sólo existía el hecho escueto del crimen.

    Las primeras noticias de éste estremecieron a Londres e hicieron correr un sobresalto por todo Mallon End. Dos personas inofensivas habían sido asesinadas, sin propósito de venganza ni robo, y el criminal, que al parecer había seguido un impulso momentáneo, estaba libre. No habiendo dejado huellas y en el supuesto de que no tuviera cómplices era verosímil que continuase libre indefinidamente. Un hombre solo, de cabeza despejada, no temeroso de Dios ni de los hombres, puede, si quiere, esclavizar a una ciudad y hasta un país entero. Pero el criminal ordinario no es por lo general hombre despejado ni le gusta la soledad. Necesita, si no el apoyo de sus cómplices, al menos alguien con quien hablar de sus crímenes, porque su vanidad exige la satisfacción de contemplar el efecto que sus hechos causan. Por eso el criminal corriente suele frecuentar tabernas, cafés y otros sitios públicos. Así, más pronto o más tarde, en una efusión de camaradería, cuenta la verdad y el confidente, que abunda en todas partes, tiene fácil tarea.

    Pero, en esta ocasión, aunque se poblaron de confidentes y policías los bares y toda clase de tugurios públicos, y aun cuando se hizo correr la voz de que quien delatase al criminal recibiría ayuda y recompensa, no se encontró dato alguno sobre el asesinato. Era evidente que el asesino no tenía amigos ni buscaba compañías. Todos los delincuentes conocidos como hombres de este tipo, fueron citados e interrogados, pero también pudieron dar clara explicación de sus andanzas en el momento del crimen y la policía se vio paralizada. La general acusación de que la cosa había sucedido en las propias narices de los agentes, hizo sentirse a éstos desasosegados y culpables, y tal sentimiento de inquietud, tras persistir durante cuatro días, aumentó al quinto.

    Era la época del año en que suelen organizarse tés y diversiones para los niños de las escuelas dominicales, y una tarde de niebla, cuando Londres era un mundo de tanteantes fantasmas, una niñita, vistiendo sus zapatos y ropa de los domingos, brillante la cara y recién lavado el cabello, salió del Pasaje Logan camino de la parroquia de St. Michael. Nunca llegó allí. No murió hasta las seis y media, pero en rigor estaba muerta desde que abandonó la puerta de su madre. Porque un hombre que pasaba por la calle a donde el Pasaje conducía, vio salir a la muchacha, y desde ese momento ella estuvo virtualmente muerta. A través de la bruma unas manos grandes y blancas emprendieron la busca de la chiquilla, y a los quince minutos la estrangularon.

    A las seis y media sonó un pito policíaco y los que acudieron a la llamada encontraron el cuerpo de la pequeña Nellie Vrinoff en la puerta de un almacén de Minnow Street. El sargento fue de los primeros en presentarse. Con reprimida rabia, apostó a sus hombres en los lugares más indicados y apostrofó al guardia en cuyo radio entraba la calle:

    —Le he visto al extremo de la avenida, Magson. ¿A dónde se fue? Estuvo ausente lo menos diez minutos.

    Magson inició la declaración de que había creído oportuno seguir a un tipo sospechoso, pero el sargento le interrumpió:

    —¡Al diablo los tipos sospechosos! Déjese de tipos sospechosos. Lo que debe usted buscar son asesinos. ¡Diez minutos fuera de su puesto... y luego la cosa ocurre al lado del sitio donde usted tenía que estar! ¡Imagine lo que van a decir de nosotros!

    Atraída con la rapidez siempre subsiguiente a una mala noticia, apareció una multitud pálida y turbada, y al saber que el monstruo desconocido había aparecido de nuevo, esta vez asesinando a una niña, los rostros de todos dibujaron entre la bruma muecas de horror y odio. Llegaron una ambulancia y más policías, y mientras se dispersaba la gente, el pensamiento del sargento se condensó en palabras. No había quien no dijera: «¡En las mismas narices de los guardias!» Posteriores pesquisas demostraron que cuatro vecinos del barrio, los cuatro por encima de toda sospecha, habían pasado por aquel lugar, con un intervalo de segundos, antes del asesinato, sin ver ni oír nada. Ninguno se cruzó con la niña viva ni la encontró muerta. No habían encontrado a nadie. Y otra vez la policía se halló con un crimen sin huellas del asesinato y sin móviles.

    Entonces el distrito, como recordará el lector, se entregó, no al pánico, cosa insólita en Londres, pero sí a la inquietud y al desaliento. Si en sus mismas calles podían ocurrir tales cosas, no había cosa alguna que no pudiera acontecer. En tiendas, calles y mercados, doquiera que la gente se reunía, el tópico de las conversaciones era idéntico. Las mujeres cerraban herméticamente puertas y ventanas en cuanto anochecía y velaban por sus hijos con el mayor cuidado. Hacían sus compras antes del atardecer y, fingiendo no sentir desasosiego alguno, esperaban con ansiedad temerosa la vuelta de sus maridos del trabajo. Bajo la semihumorística resignación al desastre, característica del pueblo bajo de Londres, latía una hosca premonición de tragedia. La manía de un hombre conmovía la estructura de las vidas cotidianas de mucha gente, vidas siempre fácilmente transtornables para un hombre despreciador de la humanidad y no temeroso de sus leyes. Se comenzaba a notar que las columnas sustentadoras de la sociedad pacífica en que se vivía eran simples pajas, aventadas al antojo de cualquiera. Por el poder de sus manos, un solo hombre obligaba a toda la comunidad a hacer una cosa nueva: pensar y mirar, con la boca abierta, lo incomprensible.

    Mientras la gente se pasmaba ante los dos primeros golpes, el hombre asestó el tercero. Consciente de la sensación que sus hechos creaban, y ávido de intensidad como un actor que gusta de producir en los espectadores el escalofrío de la emoción, dio nuevo anuncio de su presencia. En la mañana del miércoles, tres días después del asesinato de la niña, los periódicos llevaron a todas las mesas de desayuno de Inglaterra la noticia de un crimen todavía más audaz.

    A las 9,32 de la noche del martes, un guardia de servicio en Jarnigan Road, habló con su compañero Petersen, junto a Clemming Street. El primero de ambos guardias vio al segundo alejarse por dicha calle. Podía jurar que ésta se hallaba vacía. Sólo pasaba un limpiabotas cojo, a quien el guardia conocía de vista y que penetró en una casa de la acera opuesta a aquella por donde se alejó Petersen. El guardia, como todos los de su profesión, tenía la costumbre de mirar detrás de sí y en torno mientras andaba, y estaba seguro de que la calle se hallaba vacía. Se cruzó con el sargento de la comisaría del barrio a las 9,33, respondió a la pregunta de su superior diciéndole que no había novedad, y continuó su servicio, el cual lo conducía a muy corta distancia de Clemming Street llegando al límite de su radio, volvióse y a las 9,34 estaba ya en la esquina de la precitada calle. Apenas se encontró allí, oyó la bronca voz del sargento:

    —¡Gregory! ¿Está usted ahí? ¡Pronto! ¡Otro más, Dios mío! Y es Petersen. ¡Estrangulado! ¡Llame a los compañeros!

    Tal fue la tercera de las hazañas del estrangulador; pero aún siguieron una cuarta y una quinta, que pasaron también a lo desconocido e incognoscible. Esto en cuanto afectaba a autoridades y público, porque la identidad del asesino llegó a ser conocida, aunque sólo por dos hombres: uno el asesino mismo; otro un joven periodista.

    Este joven, reportero del «Daily Torch», no era más inteligente que otros muchos celosos periodistas que flotaban por los distritos donde sucedían los crímenes, esperando descubrir algo. Pero tenía mucha paciencia, se ocupaba del caso más que los otros y, a fuerza de pensar en él, logró al fin hacer surgir la figura del asesino, como un genio, de los mismos cimientos en que aquel hombre había fundado la impunidad de sus crímenes.

    Tras unos cuantos días, los periodistas tuvieron que abandonar sus hipótesis, porque nada podían conseguir. Se reunían regularmente en la comisaría del barrio, donde se les daba la poca información que había. Los agentes eran muy amable, pero nada más. El sargento discutía con los reporteros los detalles de cada asesinato; sugería posibles explicaciones de los métodos del asesino; recordaba casos pasados que tenían alguna similitud con los presentes, y en cuanto a ausencia de móviles evocaba las muertes, sin motivo, de Neil Cream y Juan Williams, terminando por insinuar que se estaban haciendo trabajos que pondrían fin a tales crímenes. Mas sobre la naturaleza de aquellos trabajos guardaba silencio. Por su parte, el inspector charlaba mucho también acerca del asesino, pero en cuanto algún periodista le pedía detalles sobre la marcha de las pesquisas policíacas, el afable inspector enmudecía. Si algo práctico estaban haciendo los agentes, no lo transmitían a la prensa. El asunto dañaba mucho al prestigio de la comisaría, y los agregados a ella sentían la necesidad de conseguir una captura mediante sus propios recursos, para rehabilitarse ante la superioridad y la opinión. Scotland Yard, desde luego, actuaba también, disponiendo de todos los datos acumulados por la comisaría, pero ésta confiaba en tener el honor de arreglar el asunto sola. Por tanto, aunque la cooperación de la prensa fuese de utilidad en otros casos, en este no deseaban arriesgarse a una derrota revelando prematuramente los planes y teorías a seguir.

    Por esto el sargento hablaba en abundancia, exponiendo, una tras otra, hipótesis en todas las cuales ya habían pensado antes los periodistas.

    El joven que dijimos prescindió pronto de aquellas conferencias mañaneras sobre la Filosofía del Crimen y diose a errar por las calles del barrio, componiendo brillantes crónicas sobre el efecto de los asesinatos en la vida normal de la gente. La tarea, melancólica de por sí, resultaba aún más melancólica en aquel distrito. Las calles sucias, las casas ruinosas, las ventanas desvencijadas, todo contribuía a crear esa miseria que no despierta simpatía en nadie: la miseria del poeta fracasado. Tal miseria era creación de los extranjeros, que vivían como Dios les daba a entender, ya que no tenían hogares organizados y ni siquiera se tomaban la molestia de crearse un hogar en los lugares donde se instalaban, ni se decidían a suspender sus vagabundeos sempiternos.

    Pocos datos podían salir de allí. Todo lo que el joven veía y oía eran rostros indignados y disparatadas conjeturas sobre la identidad del asesino y la facilidad con que aparecía y desaparecía sin que le localizasen. Al ser asesinado un policía, las acusaciones contra la fuerza pública se acallaron y el desconocido empezó a ser aureolado de leyenda. Los hombres se miraban unos a otros, como pensando: «Este puede ser; éste puede ser». Ya no buscaban a un sujeto con aire de asesino del museo de madame Tussaud, sino que se esforzaban en descubrir un hombre concreto, o acaso una pervertida mujer. Las opiniones tendían todas a culpar a los extranjeros. Un ensañamiento semejante no parecía propio de Inglaterra, ni tampoco lo parecía la mucha destreza con que se cometían los crímenes. Se pensaba, pues, en las gitanas egipcias y en los vendedores turcos de alfombras. Por allí debía de andar la cosa. Esas gentes orientales, que conocen toda clase de tretas y no tienen verdadera religión, ni nada que los refrene... Marineros venidos de las regiones de Oriente cuentan relatos de nigromantes capaces de tornarse invisibles, y también hablan de drogas egipcias y árabes con las que se pueden lograr cosas verdaderamente singulares. Acaso fuese posible... ¿Quién sabe? Los orientales son tan ágiles, tan flexibles... No habría un inglés que supiera evadirse como ellos en un caso difícil. Casi con certeza se decía que el asesino debía de estar entre aquellos extranjeros y poseer algún tenebroso hechizo sobrenatural. Era, pues, inútil buscarle. Aquel hombre constituía una potencia, capaz de subyugar a todos y mantenerse oculto. La superstición, que quiebra con tanta facilidad la frágil cáscara de la razón, descendía sobre el distrito. El asesino podía hacer lo que quisiese sin ser descubierto nunca. Estos dos puntos dábanse por admitidos y se extendía por las calles un amargo fatalismo.

    La gente hablaba de sus ideas al periodista sin dejar de mirar a derecha e izquierda, como si el criminal pudiera aparecérseles de pronto. Y, si bien todo el distrito sólo pensaba en el criminal y estaba pronto a saltarle a la garganta, tan fuertemente les habían impresionado los crímenes que cabía dudar de que, si alguien gritase en la vía pública «¡Yo soy el Monstruo!», la furia contenida desbordara en un ataque violento. Bien podía suceder que la gente viera en aquel hombre —un hombre bajo, por ejemplo, de tipo y cara comunes— algo de extraterreno y sobrenatural, algo fuera de lo humano a pesar de sus vulgares botas y de su vulgar sombrero, algo que le librara de los golpes y las armas de sus agresores. ¿No podría ocurrir que todos retrocedieran momentáneamente ante aquel demonio, como el demonio mismo huyó ante la cruz de la espada de Fausto, dejándole así tiempo para escapar? No sé, pero tan firme era la creencia de todos en la invencibilidad del asesino, que acaso se hubiera producido algún titubeo si se presentase semejante ocasión. Sólo que no se presentó nunca. Hoy, aquel hombre corriente, saciado su afán homicida, sigue viviendo entre todos, visto y observado por ellos, como era entonces visto y observado, sin que nadie soñara siquiera, como no sueña ahora, que él fuese quien era en realidad, ya que todos estaban acostumbrados a mirarle como quien mira un poste del alumbrado público.

    La creencia popular en la invencibilidad de aquel asesino casi llegó a parecer justificada cuando, a los cinco días del asesinato del guardia Petersen, mientras la experiencia y sagacidad de toda la policía de Londres se consagraba a la búsqueda del asesino, éste descargó los que fueron sus golpes cuarto y quinto.

    A las nueve de aquella noche, el citado periodista, que solía errar por las calles hasta la hora de salida de su periódico, caminaba por Richards Lane. Richards Lane es una calle estrecha, de aceras ocupadas en parte por un mercado y en parte por casitas de obreros. El joven seguía a la sazón la hilera de estas casitas. Al otro lado de la calle corría el muro de un apartadero ferroviario. La tapia proyectaba sobre la calle una sombra, y entre ésta y el espectral armazón del contiguo mercado, ahora desierto, dijérase todo el lugar quedaba súbitamente helado por el soplo de la muerte. Hasta las luces públicas, que en otras partes eran nimbos de oro, tenían allí rigidez de gemas. El periodista, sintiendo aquel toque de gélida eternidad, se dijo que ya estaba harto de aquel asunto. Y en el mismo momento la impresión de cosa congelada que pendía en el ambiente, se quebró. En el intervalo de un paso a otro paso, la soledad y el silencio fueron interrumpidos por gritos terribles, entre los que se distinguía una voz:

    —¡Socorro, socorro! ¡El asesino está aquí!

    Antes de que el reportero pensase qué debía hacer, la calle volvió a la vida. Como si la multitud invisible estuviera esperando aquel grito, las puertas de todas las casas se abrieron y de ellas y de las esquinas surgieron figuras inclinadas como en signo de interrogación. Por un momento permanecieron rígidas como faroles, y en seguida, oyendo el silbato de un policía, corrieron en la dirección donde sonaba. El periodista siguió a la gente, mientras otras personas le seguían a él. De la calle principal y las laterales salían hombres, ora jadeando sobre sus miembros enfermos, ora armados con hurgones o herramientas profesionales. Aquí y acullá, entre la nube de cabezas, campeaba el casco prominente de algún policía. En confusa masa, todos se acercaron a una casa pequeña, en cuyo umbral estaban el sargento y dos guardias. La gente que iba detrás comenzó a clamar:

    «¡A por él! ¡A cogerle! ¡Rodead la casa! ¡Saltad la verja!» Mientras los que iban al frente respondían: «¡Haceos atrás, haceos atrás!»

    Y de pronto, la furia de la turba, unos momentos frenada por el temor de un peligro desconocido, estalló. El asesino estaba allí. No podía escapar. Todos los ánimos convergían en la casa, todas las energías se centraban en hacer saltar puertas y ventanas, todos los pensamientos se limitaban a la búsqueda y exterminio del criminal desconocido. Así que nadie miraba a nadie. Nadie reparaba en la estrecha callejuela ni en la masa de forcejeantes figuras, y todos olvidaron buscar entre ellos mismos al asesino que nunca era encontrado junto a sus víctimas. Sí, todos olvidaban que en su compacta cruzada de venganza daban al criminal el más seguro asilo. No veían sino la casa; no oían sino el crujir de puertas y cristales rotos; no atendían sino a las voces de los agentes, y todos empujaban.

    Pero no hallaron al asesino. Sólo divisaron una ambulancia, sólo supieron noticias de lo ocurrido, y la furia general sólo pudo desahogarse contra los policías, que trataban de abrirse caminó entre la multitud.

    El periodista logró alcanzar la puerta y obtener informes del guardia que vigilaba allí. En la casa habitaba un marinero retirado, con su esposa e hija. Estaban cenando. La primera impresión era que un gas tóxico les había sorprendido en la mesa. La hija yacía muerta en una escalerilla, con un trozo de pan con manteca en la mano. El padre había caído de lado desde su silla, dejando en el plato una cuchara llena de morcilla de arroz. La madre estaba medio hundida bajo la mesa, teniendo sobre la falda pedazos de una taza rota y manchas de cacao. Pero los pocos segundos se prescindió de la posibilidad del gas. Una mirada a las gargantas de los muertos indicó la presencia del estrangulador. Los policías miraban el cuarto, compartiendo momentáneamente el fatalismo del público. Se sentían impotentes.

    Era aquella la cuarta hazaña del asesino, y con ésta sus asesinatos se elevaban a siete. Como sabe el lector, debía cometer otro más aquella noche y luego pasar a la historia de la delincuencia con el sobrenombre de "El Asesino Desconocido", volviendo a la vida correcta que siempre había llevado, recordando muy poco lo que había hecho y apenas inquieto cuando lo evocaba. ¿Por qué interrumpió sus crímenes? Imposible decirlo. ¿Por qué los comenzó? Imposible también. Las cosas pasaron así, y nada más. Presumo que si él recuerda ahora aquellos días y noches, lo hace como nosotros al recordar las tonterías y pecadillos de nuestra infancia. Aseguramos, al hablar de ellos, que no fueron realmente pecados, puesto que no éramos conscientes de nuestras culpas. Pensamos en la criaturita que éramos entonces y sentimos indulgencia para con sus actos, suponiendo que no sabía lo que hacía. Así juzgo que debe ocurrirle a ese hombre.

    Hay muchos como él. Eugenio Aram, tras el asesinato de Daniel Clark, vivió una existencia tranquila y dichosa durante catorce años, sin que el crimen le produjera remordimiento de conciencia ni disminuyera su propia estimación. El doctor Crippen mató a su mujer y vivió después, satisfecho, con su amante, en la casa bajo cuyo pavimento yacía el cadáver de su víctima. Constancia Kent, absuelta del asesinato de su hermano menor, dejó transcurrir cinco años antes de confesarse culpable. Jorge Smith y Guillermo Palmer vivían plácidamente entre sus semejantes sin que les turbaran el temor ni el remordimiento al pensar en las personas a quienes habían envenenado o ahogado. Carlos Peace, cuando realizó su intento desafortunado, habíase convertido en un ciudadano respetable, muy interesado en las antigüedades. Cierto que, pasado algún tiempo, los susodichos criminales fueron descubiertos, pero muchos más asesinos de los que pensamos, sin que nadie los desenmascare ni sospeche de ellos, viven respetados hoy y lo mismo morirán. Tal será el caso de nuestro estrangulador.

    Sin embargo, libróse por muy poco, y acaso lo apuradamente que escapó le indujera a suspender sus crímenes. El que quedara libre debióse a un error de apreciación por parte del periodista.

    Tan pronto como éste supo todo lo ocurrido, lo que le costó algún rato, pasó quince minutos al teléfono, transmitiendo la información a su periódico. Al cabo de aquel cuarto de hora se sintió físicamente cansado y mentalmente destruido. Aún no podía marcharse a su casa, puesto que el periódico no cerraría hasta pasada una hora, y en consecuencia resolvió entrar en un bar y pedir cerveza y unos bocadillos.

    Y allí, mientras admiraba el gusto del tabernero en materia de cadenas de reloj y de su imponente aire de autoridad, reflexionaba en cuanto más grata es la vida del dueño de una bien administrada taberna que la vida de un periodista. No pensaba en los asesinatos del estrangulador, sino que concentraba su mente en el bocadillo, el cual para bocadillo de taberna, era cosa extraordinaria. El pan estaba cortado en rebanadas finas y untado de manteca y el jamón no estaba rancio, sino debidamente curado. Luego, las ideas del periodista se dirigieron al conde de Sandwich, inventor de los bocadillos, y luego a Jorge IV, y después a los Jorges en general y finalmente a aquel Jorge que, según la leyenda, se había devanado los sesos pensando cómo podría entrar la manzana en la tarta de manzanas. Meditó el periodista si el Jorge del cuento no habría preguntado también cómo había podido entrar el jamón en el bocadillo, y quiso calcular cuanto tiempo verosímilmente hubiese tardado el susodicho Jorge en descubrir que el jamón no podía entrar en el pan si alguien no lo colocaba allí. El reportero entonces encargó otro bocadillo y en este justo momento un activo rincón de su mente resolvió el asunto. Si había jamón en el bocadillo, alguien había metido el jamón en el pan. Si habían muerto asesinadas siete personas, alguien tuvo que asesinarlas. No hay hombre que pueda llevar en el bolsillo un automóvil o un aeroplano, y por tanto el asesino, una vez cometidos sus crímenes, había de huir o de quedarse en el lugar del hecho, y en consecuencia...

    Ya veía con la imaginación la primera página de su diario proclamando su descubrimiento si la teoría concebida resultaba correcta y si —lo que se prestaba a conjeturas— el director tenía la audacia de publicarla, cuando resonó en su oído la frase: «Tengan la bondad, señores. ¡Hora de cerrar!» Levantóse y salió a un mundo de bruma sólo interrumpido por charcos cenagosos y por el huracán de los autobuses. Estaba seguro de haber dado con la solución, pero, aun así, era dudoso que la política de su periódico permitiese publicar tan sensacional hipótesis. Porque ésta tenía un gran defecto: que era la verdad, pero una verdad inverosímil. Una verdad con la que se minaban los cimientos de cuanto los lectores del periódico creían y los editores del periódico ayudaban a creer. Gente así podría admitir que los vendedores turcos de alfombras poseían el don de volverse invisibles, pero esto otro no lo admitirían.

    De todos modos, nada pudo comprobarse, porque el joven no escribió nunca su información. Como su periódico había salido ya y él se sentía fortalecido por el reciente refrigerio, juzgó que podía dedicar otra media hora a la ratificación de su teoría. Así, empezó a buscar al hombre en quien pensaba: un hombre de cabello canoso y manos blancas y grandes, una figura tan familiar que nadie la miraría dos veces. Deseaba transmitir su idea por sorpresa a aquel hombre, y para ello no vacilaba en ponerse al alcance de un asesino acorazado tras una leyenda de cruel temibilidad. Podía parecer un acto de supremo valor que un hombre inerme, sin ayuda de otros, se situara a merced del asesino que tenía atemorizado a un barrio entero; pero no se trataba de valor. El joven no pensaba en el riesgo, ni tampoco en la lealtad debida a su periódico y a sus patronos. No, actuaba movido meramente por la curiosidad de conocer la historia hasta el fin.

    Saliendo lentamente de la taberna cruzó Fingal Street, camino de Deever Market, donde esperaba encontrar a su hombre. Pero el trayecto quedó abreviado, porque en la esquina de Lotus Street, halló a quien buscaba, o a un sujeto muy parecido. En la calle, mal iluminada, el joven no podía ver apenas al otro individuo, pero sí divisaba sus manos blancas. Le siguió durante cosa de veinte pasos, después se acercó más y al pasar por donde un puente de ferrocarril cruzaba la calle, se cercioró de que aquel era su hombre. Interpelóle, pues, con la expresión ya usual en el distrito:

    —¿Qué? ¿Hay algo del asesino?

    El otro se inclinó para escudriñar al periodista y, convencido de que éste no era el criminal, dijo:

    —¡No, maldita sea! Yo dudo de que se le eche mano.
    —No sé. He estado pensando mucho en ello y tengo una idea.
    —¿Sí?
    —Sí. Se me ocurrió de pronto, hace un cuarto de hora. Y he comprendido que todos estábamos ciegos. Porque teníamos la verdad ante los mismos ojos.

    El hombre miró de nuevo, con expresión de recelo, a aquel joven que parecía saber tanto.

    —¿Sí? —repitió— Pues, si está tan seguro, ¿por qué no me dice lo que sabe?
    —Iba a hacerlo.

    Andando juntos, llegaban ya al lugar donde la calle desemboca en Deever Market. El periodista volvióse al hombre con toda naturalidad y le apoyó un dedo en el brazo.

    —Sí, ahora me parece sencillísimo todo. Pero hay un extremo que no comprendo. Una cosa que quisiera aclarar: los móviles. En confianza, de hombre a hombre, dígame, sargento Ottermole: ¿por qué mata usted a esas gentes inofensivas?

    El sargento se detuvo y el periodista también. La luz del cielo, unida a la luz refleja del mundo londinense, proyectaba suficiente claridad sobre el rostro del sargento, y el rostro del sargento se volvía al joven con una ancha sonrisa, tan cortés y jovial, que el periodista sintióse helado viéndola. Aquella sonrisa duró unos segundos. Luego el sargento dijo:

    —Si he de hablarle con franqueza, señor periodista, no lo sé. No lo sé en realidad. Yo me he preguntado lo mismo que usted. Pero tengo una idea... como usted la tiene. Todos sabemos que el hombre no puede dominar el trabajo de su mente. Las ideas acuden a nuestros cerebros sin que las llamemos nosotros. En cambio, se da por hecho que todos podemos dominar nuestro cuerpo. ¿Por qué? Nosotros heredamos nuestras almas de personas muertas hace cientos de años, y recibimos nuestra inteligencia Dios sabe cómo. ¿No podemos recibir nuestros cuerpos igual? Nuestras caras, nuestras piernas, nuestras cabezas, no son nuestras del todo. Nosotros no las hacemos. Nos son dadas. ¿No podrían acudir ideas a nuestros miembros como acuden a nuestras mentes? ¿No podrían habitar las ideas en los nervios y los músculos tanto como en el cerebro? ¿No podrían ciertas partes de nuestro cuerpo no ser realmente nuestras y no podrían las ideas acudir a esas partes de un modo repentino como acuden las ideas a... a... —y el sargento alargó los brazos, de muñecas peludas y manos enguantadas de blanco, hasta la garganta del periodista, con tanta ligereza que el joven ni siquiera lo pudo advertir— ...a mis manos?


    Fin

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