Publicado en
febrero 05, 2012
CONDENSADO DE "PIECES OF MY MIND". POR ANDREW ROONEY. © 1982, 1983, 1984 POR ESSAY PRODUCTIONS. INC. PUBLICADO POR ATHENEUM PUBLISHERS. DE NUEVA YORK, NUEVA YORK.Oh, los placeres y las amarguras de la vida cotidiana.
Por Andy RooneyPENSAMIENTOS
Lo QUE sigue es parte de una sabiduría obtenida a pulso:
• Ser un hombre bien vestido es como medir 1.80 metros de estatura; se es o no se es, y no hay mucho que hacer al respecto.• Tire el bote de pintura tras haber acabado de pintar, sin importarle cuánto haya quedado en él.• Váyase a dormir. Aquello por lo que está desvelándose, no vale la pena.• No ahorre cuerda. Si necesita más, cómprela.• Tampoco ahorre centavos. No llegan a sumar nada.• Usted no es el único que no comprende la situación de Oriente Medio.• Casi nunca hay una buena razón para tocar la bocina del auto.• No espere demasiado de la compañía para la que trabaja, aun si es una buena compañía.• Es muy poco probable que logre algo pegando una silla rota.• Sea cuidadoso, pero no demasiado cuidadoso.• En una conversación, tenga presente que usted tiene más interés que los demás en lo que tiene que decir.• Casi siempre está usted en mejor posición manteniendo cerrada la boca, pero que eso no le impida hablar claro.• Si nada le da resultado, dése una ducha caliente.• No siga diciendo "no sé dónde se mete el tiempo". Se mete en el mismo lugar en que siempre se ha metido, y nadie ha sabido nunca dónde está.• Cuantos menos, más felices.• Mantenga bajo el volumen en todo. Es como la sal: podemos acostumbrarnos a menos.• Muy pocas cosas de las que compre usted resolverán el problema por el cual las compró.• Nunca haga una cita, para nada, con más de un mes de anticipación.• Si no puede darse el lujo de comprar el artículo más caro, no lo compre.• Cuando atraviese una calle, mire en ambos sentidos... incluso si la calle es de uno solo.CONFIANZA
LA AMABILIDAD y la confianza van juntas, y aunque supongo que podríamos prescindir de la amabilidad, no podemos vivir sin la confianza. Lo más valioso que los malos nos han robado a los demás no es el dinero, sino la confianza. Desconfiamos de todos.
En los edificios en que he trabajado durante 20 años, hay ahora un guardia tras un escritorio, a la entrada, y a cada quien se le pide que muestre una credencial de identificación. Esto va haciéndose común en oficinas y fábricas.Yo detesto esta nueva desconfianza. La suposición es que la gente no es buena. En muchas tiendas se pide que uno deposite sus bolsas de compras. Antes de haber llegado al lugar, se sospecha que uno es un ladrón.Sé que hay ladrones de tiendas, pero no voy a los comercios en que lo hacen a uno depositar sus bolsas. Si no confían en mí, yo no confío en ellos. No me gusta caminar por una tienda pensando que los empleados creen que estoy tratando de robar.Hace poco entré en la trastienda de una ferretería y seleccioné unos tornillos.—¿Cuántos tornillos lleva? —me preguntó Lou, que se hallaba en el mostrador.—Veinte.—Veinte por treinta y tres. . . son seis sesenta.No contó los tornillos. Lou confía en mí, y yo sospecho que le roban menos en su tienda que en esos lugares donde exigen que la gente entre sin bolsas.LA REUNION
Es MUCHA la carga sentimental que podemos llevar por la vida. No estoy muy en favor de las reuniones. Cualquiera que haya llegado a los 60 años, bien podría pasar el resto de sus días con sólo sentarse a recordar.
Sin embargo, retorné a una vieja Octava Base de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, cerca de Bedford, Inglaterra, porque allí estaban reuniéndose miembros del 306° Grupo de Bombarderos. Yo volé con ellos en uno de los primeros ataques de bombarderos norteamericanos a la Alemania nazi en febrero de 1943. Es una carga sentimental que llevo con soltura y gran orgullo.Han trascurrido ya más de 40 años desde que aquellos hombres tripularon sus Fortalezas Volantes B-17, de cuatro motores, partiendo de Bedford. Son del tipo de hombres a los que nos gusta considerar como norteamericanos típicos, pero son mejor que típicos. Son especiales. Muchos pilotos de la Segunda Guerra Mundial lo fueron.Fue para ellos una guerra terrible, aunque durante esta reunión lograron recordar muchas de las cosas buenas que tuvo. Si no lo hubieran hecho, aquello habría resultado demasiado triste... porque fueron muchos los que murieron. Una noche la pasaban sentados, conversando, atormentándose, jugando a las cartas y escribiendo a sus casas. La noche siguiente, sí durante el día había habido una misión de bombardeo, la cama contigua a la suya, o la siguiente —o tal vez ambas—, acaso estuviera vacía; el que la ocupaba, amigo suyo, había muerto.Como joven reportero del periódico del Ejército, The Stars and Stripes, me encontraba en una posición extraña. Solía ir a aquella base cuando partían los bombarderos, y luego, al volver —si volvían—, hablaba con sus tripulantes acerca de lo que había ocurrido. En seguida escribía mi reportaje. A menudo me sentía avergonzado de no ser uno de ellos. Yo estaba pasándolo en grande como periodista, mientras ellos luchaban y morían. Así fue como llegué a volar con ellos a Wilhelmshaven. Eso me hizo sentir mejor.Al contemplar los restos de las viejas pistas del campo aéreo, me asaltaron oleadas de recuerdos. En abril de 1943 estaba yo aquí cuando los bombarderos regresaron de una profunda incursión en Alemania, y un piloto avisó por radio que tendría que hacer un aterrizaje de urgencia. A su aparato sólo le servían dos motores, y el sistema hidráulico no funcionaba. No podía bajar el tren de aterrizaje, y había algo aún peor: el artillero de la torreta estaba atrapado en la esfera de plástico que colgaba debajo del fuselaje del bombardero.Hablé después con los miembros de la tripulación que sobrevivieron al aterrizaje. Su amigo que estaba en la torreta había mostrado calma, me dijeron. Hablaron con él. Él sabía lo que tenían que hacer. Comprendió. El B-17 aterrizó sobre la torreta, con el artillero atrapado en ella.La última noche tomé un trago en un bar donde se habían reunido algunos de los que habían asistido a la reunión, y un hombre robusto, curtido por el sol y el viento, se acercó y me dijo tranquilamente que deseaba invitarme un trago. Hoy granjero en Nebraska, había sido el artillero de cola del Banshee, el B-17 que voló sobre Wilhelmshaven. Recibimos fuego antiaéreo ese día, y el viaje fue aterrador, pero logré hacer un buen relato. Hablamos y reímos juntos, y él pagó las copas. Al levantar los vasos para brindar, noté que le faltaban dos dedos de la mano derecha. A menudo les ocurría esto a los artilleros que se aferraban a sus armas teniendo las manos heladas, en medio de las temperaturas bajo cero que reinaban en las torretas. Y él era el que estaba invitándome a mí un trago.